Psicologia Transpersonal - S. Grof



Stanislav Grof


PSICOLOGÍA

TRANSPERSONAL

Nacimiento, muerte y trascendencia
en psicoterapia

Escaneado por Germán Campos A.
CHILE, 2004


A Christina, Paul, y a mi madre Maria
Título original: BEYOND THE BRAIN Traducción: Enric Tremps


© 1985 by State University of New York, Albany © de la edición en castellano: 1988 by Editorial Kairós, S.A.


Primera edición: Abril 1988 Cuarta edición: Julio 2001


ISBN: 84-7245-307-3 Dep. Legal: B-31.516/2001


Impresión y encuadernación: Romanyá-Valls. Verdaguer, 1. 08786 Capellades


AGRADECIMIENTOS


Este libro es el producto de una investigación intensa y siste­mática, que se ha extendido durante casi tres décadas. En todo momento la dimensión profesional y la personal han estado tan íntimamente entrelazadas, que han emergido en una amalgama inseparable. Ha sido un viaje de transformación personal y de au­todescubrimiento, así como un proceso de exploración científica de los territorios vírgenes de la psique humana.
A lo largo de los años, mucha gente me ha prestado una ayu­da incalculable, aliento e inspiración, muy importantes en mi vida, como maestros, amigos y compañeros de búsqueda, o en algunos casos en una combinación de estos papeles. Es imposi­ble mencionarlos a todos por su nombre. Sin embargo, en algu­nos casos la colaboración ha sido tan extraordinaria, que merece ser destacada.
Ángeles Arrien, antropóloga formada en la tradición mística vasca, ha sido una verdadera amiga y un ejemplo viviente de cómo integrar los aspectos femeninos y masculinos de la psique individual, y de cómo integrar la mística en la vida cotidiana.
Anne y Jim Armstrong me han enseñado mucho sobre la natu­raleza de un auténtico don psíquico y sobre el potencial evolutivo de las crisis transpersonales. Su emoción, entusiasmo y valor en la exploración de la psique humana y de lo desconocido, nos ofrecen un ejemplo único de aventura compartida en la conciencia.
Gregory Bateson, con quien tuve el privilegio de compartir muchas horas de intensa interacción personal e intelectual duran­te los últimos dos años y medio de su vida, ambos como académi­cos residentes del Esalen Institute en California. Fue uno de mis grandes maestros y de mis amigos más querido. Su penetrante crí­tica del pensamiento mecanicista en la ciencia, así como su creati­va síntesis de la cibernética, de la teoría de la información y de los sistemas, de la psiquiatría y de la antropología, han ejercido una profunda influencia en mi propio desarrollo.
Joseph Campbell, pensador brillante, maestro y amigo, me ha proporcionado conocimientos de valor incalculable sobre la su­prema importancia de la mitología para la psiquiatría y para nues­tra vida cotidiana. Su influencia en mi vida personal ha sido igual­mente profunda.
La obra de Fritjof Capra ha ejercido un papel crítico en mi propio desarrollo intelectual y en mi búsqueda científica. La lec­tura de su Tao de la física me hizo confiar plenamente en que las extraordinarias observaciones de la investigación moderna en el campo de lo consciente, en el futuro llegarían a formar parte de la nueva y amplia visión del mundo científico. Nuestra amistad a lo largo de los años y nuestra intensa colaboración durante la elabo­ración de su obra The Turning Point, han sido de gran ayuda en la preparación de este libro.
Michael y Sandra Harner, que pertenecen a nuestro círculo ín­timo de amigos, me han facilitado mucho apoyo y aliento, así como la oportunidad de compartir observaciones e información inhabituales. Michael, que compagina el papel de intelectual res­petable con el de avanzado «shamán blanco», constituye un mo­delo y un ejemplo importantes en mi propia vida.
Swami Muktananda Paramahansa, ex maestro espiritual y ca­beza del Siddha Yoga, con quien he tenido mucho contacto a lo largo de los años, me ofreció la oportunidad excepcional de obser­var y experimentar la poderosa influencia de una tradición mística vital en la vida humana.
Ralph Metzner, con su combinación única de intelectualidad sólida, mente inquisitiva y espíritu de aventura, ha sido un amigo importante y compañero de indagación.
Rupert Sheldrake ha logrado formular, con una claridad y pe­netración excepcionales, las limitaciones del pensamiento meca­nicista en las ciencias naturales, de las que ya era consciente desde hace muchos años. Su obra me ha ayudado considerablemente a librarme de los sistemas de creencias en los que había caído por mi propia formación profesional.
Anthony Sutich y Abraham Maslow, principales iniciadores y fundadores tanto de la psicología humanística como de la trans­personal, han sido para mí fuentes constantes de inspiración, dándole forma concreta a algunos de mis sueños y esperanzas re­lacionados con el futuro de la psicología. El haber compartido con ellos el nacimiento del movimiento transpersonal fue una expe­riencia inolvidable.
La teoría del proceso de Arthur Young representa uno de los conceptos más emocionantes con los que me he encontrado a lo largo de mi vida intelectual. Cuanto más la estudiaba, más eviden­te parecía que teníamos en ella un metaparadigma científico del futuro.
El descubrimiento de los principios holonómicos abrió para mí un mundo enteramente nuevo de posibilidades para la especula­ción teórica y aplicaciones prácticas. En este campo debo mi espe­cial agradecimiento a David Bohm, Karl Pribram y Hugo Zuca­relli.
Mi trabajo clínico con sustancias psicodélicas ha jugado un pa­pel crítico en mi perenne interés por la investigación de lo cons­ciente y en la obtención de los datos más importantes que se anali­zan en esta obra. Esto no habría sido posible sin los descubrimien­tos de Albert Hofmann, que han marcado una nueva época. De­seo expresar mi profunda gratitud por la enorme influencia que su trabajo ha ejercido en mi vida profesional y personal.
El ambiente estimulante del Esalen Institute y la belleza natu­ral de la costa del Big Sur han facilitado un marco excepcional para la elaboración de esta obra. Deseo darles las gracias a mis amigos del Esalen, Dick y Chris Price, Michael y Dulce Murphy y Rick y Heather Tarnas, por su apoyo a lo largo de los años. Además, Rick me ha enseñado mucho con relación a los proce­sos astronómicos y a la dinámica de arquetipos. Kathleen O'Shaughnessy merece mi especial agradecimiento por su dedi­cación y ayuda en la preparación final del manuscrito.
Mi más profundo agradecimiento a los miembros próximos de mi familia; mi madre Maria, mi hermano Paul y mi esposa Christi­na. Sobre ellos ha recaído el impacto más inmediato de esta mon­taña rusa intelectual, psicológica, filosófica y espiritual, que mi in­habitual investigación ha constituido a lo largo de los años. Chris­tina, en particular, ha sido mi amiga más íntima y mi compañera de búsqueda desde hace muchos años, compartiendo mi vida per­sonal y profesional. Hemos perfeccionado y practicado conjunta­mente la técnica de la terapia holotrópica descrita en este libro. He aprendido de su propio viaje personal y dramático muchas lec­ciones que sólo la vida facilita. Ha sido también la fuente principal de inspiración del Spiritual Emergency Network que hemos lanza­do conjuntamente en Big Sur, California.

INTRODUCCIÓN


En las siguientes páginas se han intentado condensar en un solo volumen, los datos de casi treinta años de investigación en es­tados anormales de la conciencia, inducidos por drogas psicodéli­cas y por diversos métodos no farmacológicos. Este documento refleja mis esfuerzos para organizar e integrar de un modo com­prensivo, un gran número de observaciones que a lo largo de mu­chos años han supuesto un reto diario a mi sistema de creencias científicas, así como a mí sentido común. En respuesta a este alud de datos inquietantes, constantemente he tenido que ir ajustando y reajustando mi marco conceptual.
Dadas mis propias dificultades para aceptar las pruebas pre­sentadas en este libro, no espero que a los lectores les resulte fácil creer una buena parte de la información que les presento, a no ser que hayan tenido experiencias personales semejantes. Confío en que los que pertenezcan a esta categoría acepten de buen grado estas pruebas, como confirmación independiente de muchos de los dilemas con que han estado luchando. Para mí ha sido emocio­nante y alentador encontrarme, a lo largo de los años, con infor­mes de otros investigadores, confirmando que mi búsqueda no era tan solitaria como a veces parecía.
En cuanto a los lectores que no posean dicha experiencia, me interesa particularmente alcanzar a aquellos con la mente lo sufi­cientemente abierta para que los presentes datos les sirvan de in­centivo, a fin de realizar su propio trabajo que los confirme o los refute. No espero que nadie acepte el material de este libro de un modo incuestionable; la forma como se han obtenido las expe­riencias y observaciones que se narran, se describe con suficiente detalle para permitir una repetición de las mismas. El uso de sus­tancias psicodélicas, el instrumento de mayor potencia entre las tecnologías, hoy en día está asociado evidentemente a considera­bles dificultades políticas, legales y administrativas. Sin embargo, los enfoques descritos en los que no se utilizan drogas, pueden ser practicados por todos aquellos que se interesen seriamente en se­guir esta línea de investigación.
La información puede ser también de interés a otros investiga­dores que hayan estado estudiando los mismos fenómenos y otros relacionados con ellos, en el contexto de otras disciplinas y con el uso de técnicas y métodos diferentes. Entre ellos figurarían, por ejemplo, antropólogos que realicen estudios de campo en culturas aborígenes y que investiguen prácticas shamánicas, ritos de tránsi­to y ceremonias de curación; tanatólogos en sus exploraciones de la muerte y de experiencias cercanas a la misma; terapeutas que usen diversas técnicas experienciales de gran potencia en psicote­rapia; trabajos corporales o formas de hipnosis no autoritativas; científicos que experimenten en el laboratorio con técnicas de al­teración de la mente, tales como aislamiento o saturación senso­rial, técnicas de biofeedback, sonido holofónico y otras tecnolo­gías del sonido; psiquiatras que trabajen con pacientes en estado no ordinario agudo de conciencia; parapsicólogos que investiguen la percepción extrasensorial; y físicos interesados en la naturaleza del espacio y del tiempo, así como en las inferencias de la física cuántica-relativista para la comprensión de la relación entre mate­ria y conciencia.
Mi propia dificultad para aceptar estas nuevas observaciones, sin pruebas abundantes y repetidas y, en particular, sin experien­cia personal de primera mano, me ha demostrado la futilidad de evaluar estos datos de la investigación de la conciencia, desde la torre de marfil de nuestros antiguos sistemas de creencias. La his­toria de la ciencia muestra claramente la limitadísima visión con la que se han rechazado las nuevas pruebas y observaciones, por el mero hecho de no ser compatibles con la visión existente del mun­do o con el paradigma científico vigente. El hecho de que los con­temporáneos de Galileo se negaran a mirar a través del telesco­pio, porque ya sabían que era imposible que hubiera cráteres en la luna, constituye un ejemplo sublime de las limitaciones de dicho enfoque.
Estoy convencido de que muchos de los problemas que se de­baten a cotinuación, debido a su importancia intrínseca y su inte­rés general, pueden ser de utilidad a muchos lectores inteligentes, sin que estén necesariamente vinculados con la investigación en ninguna de las áreas mencionadas. Los temas de particular impor­tancia para el público en general son: la nueva imagen de la reali­dad y de la naturaleza humana, una visión científica del mundo que incorpora las dimensiones místicas de la existencia, un crite­rio alternativo de los problemas emocionales y psicosomáticos, incluidos algunos estados psicóticos, una nueva estrategia para la terapia y la autoexploración, y una percepción interna de la actual crisis global. El manuscrito de este libro ha sido ya de utilidad a muchos individuos, en episodios de estados de conciencia no or­dinarios, facilitándoles una nueva estructura conceptual y una nueva estrategia.
Al principio de mi investigación psicodélica, cuando pedí la colaboración de mis amigos y colegas íntimos para compartir nue­vas y emocionantes observaciones, aprendí una lección importan­te. Se puso lamentablemente de manifiesto que una presentación sincera y no censurada de mis observaciones era recibida con in­credulidad y con sospechas, además de suponer un grave riesgo de descalificación y ridículo profesional. Desde entonces, mi labor no ha consistido en hallar el mejor modo de articular y comunicar las nuevas realidades en su totalidad, sino en decidir, en cada si­tuación determinada, lo que era posible y razonable dar a cono­cer, qué metáforas y lenguaje utilizar, y cómo relacionar estos descubrimientos con el conjunto de conocimientos existente, aceptado por la comunidad científica.
Durante mis primeros diez años de investigación psicodélica en Checoslovaquia, sólo hallé un pequeño grupo de amigos y co­legas lo suficientemente abiertos y sin prejuicios, para aceptar el nuevo espectro de descubrimientos en su totalidad y considerar seriamente sus inferencias científicas y filosóficas. A pesar de que cuando abandoné Checoslovaquia, en 1967, había más de cuaren­ta proyectos de investigación sobre el uso de sustancias psicodéli­cas, muchos de los investigadores involucrados procuraban limi­tar su trabajo clínico y su estructura conceptual al nivel biográfico, eludiendo las nuevas observaciones o intentando explicarlas por medios tradicionales.
Cuando empecé a dar conferencias en los Estados Unidos so­bre mi investigación en Europa, el círculo de colegas afines a mi forma de pensar creció rápidamente. En el nuevo grupo, no sólo figuraban investigadores psicodélicos, sino antropólogos, parapsi­cólogos, neurofisiólogos y tanatólogos, que compartían conmigo la tenacidad conceptual de compaginar los resultados de nuestra inhabitual investigación personal y profesional, con los de la in­vestigación filosófica de la ciencia contemporánea. Muchos de ellos tenían ficheros de datos, observaciones, artículos e incluso manuscritos inéditos e impublicables, que no se atrevían a com­partir con sus colegas newtoniano-cartesianos, ni con el público en general. Después de muchos años de aislamiento profesional, éste fue un hallazgo emocionante y alentador.
Al final de los años sesenta, conocí a un pequeño grupo de profesionales, entre los que figuraban Abraham Maslow, Antho­ny Sutich y James Fadiman, que compartían mi criterio de que ha­bía llegado el momento de lanzar un nuevo movimiento psicológi­co, centrado en el estudio de la conciencia y que reconociera el significado de las dimensiones espirituales de la psique. Después de varias reuniones destinadas a clarificar estos nuevos concep­tos, decidimos denominar esta nueva orientación «psicología transpersonal». Al poco tiempo lanzamos el Journal of Trans­personal Psychology y fundamos la Asociación de Psicología Transpersonal.
A pesar de que fue muy alentador encontrar un sentido de identidad profesional, con un grupo de colegas de la misma men­talidad, que crecía rápidamente y con quienes se compartía un mismo criterio de la psicología y la psiquiatría, esto no solucionó por completo mi problema original de identidad como científico. Si bien la psicología transpersonal tenía cierta cohesión intrínseca y hasta cierto punto era comprensiva por sí misma, estaba prácti­camente aislada del tronco principal de la ciencia. Al igual que mi propia visión del mundo y mi sistema de creencias, era susceptible de ser tachada de irracional y acientífica, lo que equivalía a decla­rarla incompatible con el sentido común y con el criterio científico vigente.
Esta situación cambió rápidamente durante la primera década de la Asociación de Psicología Transpersonal. Quedó claro que la orientación y perspectiva transpersonales rebasaban ampliamente los limitados confines de la psiquiatría, la psicología y la psicotera­pia. Durante este período se establecieron importantes conexio­nes con descubrimientos revolucionarios de otras disciplinas: la física cuántica-relativística, la teoría de los sistemas y la informa­ción, el estudio de las estructuras disipativas, la investigación ce­rebral, la parapsicología, la holografía y el pensamiento holonó­mico. Más recientemente, éstas se han visto complementadas por nuevas formulaciones en biología, embriología, genética y el estu­dio del comportamiento, así como por el desarrollo de la tecnolo­gía holofónica.
Muchos de los pioneros de estas nuevas formas de pensar en la ciencia participaron a lo largo de los años, en calidad de profeso­res visitantes, en los programas pedagógicos experimentales de cuatro semanas de duración, que mi esposa Christina y yo lleva­mos a cabo en el Instituto Esalen, en Big Sur, California. En ese contexto he mantenido fascinantes interacciones formales e infor­males con Frank Barr, Gregory Bateson, Joseph Campbell, Frit­jof Capra, Duane Elgin, David Finkelstein, Elmer y Alyce Green, Michael Harner, Stanley Krippner, Rupert Sheldrake, Saul-Paul Siraq, Russel Targ, Charles Tart, Arthur Young y muchos otros. También he tenido oportunidad de intimar e intercambiar infor­mación, con los siguientes pioneros de la psicología transperso­nal: Ángeles Arrien, Arthur Hastings, Jack Kornfield, Ralph Metzner, John Perry, June Singer, Richard Tarnas, Frances Vaughan, Roger Walsh y Ken Wilber.
Mis contactos e interacciones con una amplia gama de indivi­duos de una facultad creadora excepcional, que tuvo lugar gracias a nuestros seminarios en el instituto, fueron la mayor fuente de inspiración para la Asociación Transpersonal Internacional (ATI), que lancé en 1978, junto con Michael Murphy y Richard Price, fundadores del Instituto Esalen. La ATI se diferenciaba de la Asociación de Psicología Transpersonal en su énfasis explícita­mente internacional e interdisciplinario. Durante su período ini­cial, cuando actué como primer presidente de la ATI, tuve la oportunidad de organizar grandes conferencias transpersonales de carácter internacional en Boston, Melbourne y Bombay. Estas reuniones anuales de la ATI han atraído grupos de conferencian­tes excepcionales, un numeroso público sin prejuicios preconcebi­dos y han contribuido a cristalizar las formulaciones teóricas y a consolidar el movimiento transpersonal.
En la actualidad, la nueva ideología científica parece estar avanzando a pasos agigantados. A pesar de que muchos fascinan­tes descubrimientos individuales no han sido integrados todavía de un modo amplio y coherente, para formar un nuevo paradigma científico que sustituya al modelo mecanicista del universo, se es­tán agregando nuevas piezas a este impresionante rompecabezas, a un ritmo sin precedentes. Personalmente estoy convencido de que es de suma importancia para el futuro de la ciencia y posible­mente de nuestro planeta, que estos nuevos descubrimientos se ganen la aceptación de la comunidad científica. Por ello, me he negado a presentar este material en versión simplificada y popu­lar, como lo habrían preferido muchas editoriales con las que he mantenido negociaciones. Me ha parecido ineludiblemente nece­sario presentar los datos de mi investigación de la conciencia, en el contexto de los descubrimientos revolucionarios de las demás disciplinas antes mencionadas, que tan importantes han sido para mi propio desarrollo personal y profesional. Así pues, a la presen­tación de mi propia información, le precede un capítulo sobre el paradigma emergente, en el que se resume el trabajo de muchos otros investigadores y pensadores y fija el contexto para el resto de la obra.
Una de las influencias más profundas en mi pensamiento pro­viene del descubrimiento de los principios holonómicos, ejempla­rizados por el trabajo de Gottfried Wilhelm von Leibnitz, Jean Baptiste Fourier, Dennis Gabor, David Bohm, Karl Pribram y Hugo Zucarelli. El reconocimiento de las alternativas revolucio­narias al concepto mecanicista de la «mente contenida en el cere­bro», procedentes del pensamiento holonómico, ha sido funda­mental en la concepción de esta obra.

1. LA NATURALEZA DE
LA REALIDAD: EL ALBA
DE UN NUEVO PARADIGMA

En varias partes de este libro se habla de importantes observa­ciones en campos diversos, a las que no se halla justificación ni ex­plicación en la ciencia mecanicista, ni en los marcos conceptuales tradicionales de la psiquiatría, la psicología, la antropología y la medicina. El significado de algunos de estos datos es de tan largo alcance, que exigen la necesidad de una revisión drástica del crite­rio actual de la naturaleza humana e incluso de la naturaleza de la realidad. Por consiguiente parece apropiado comenzar este libro, con una incursión en la filosofía de la ciencia, examinando algunas ideas modernas sobre la relación entre las teorías científicas y la realidad. Gran parte de la resistencia que los científicos tradicio­nales oponen al flujo de la nueva información revolucionaria, se debe a una falta de comprensión fundamental de la naturaleza y de la función de las teorías científicas. En las últimas décadas, ciertos filósofos e historiadores de la ciencia, como Thomas Kuhn (1962), Philipp Frank (1974), Karl Popper (1963; 1965) y Paul Fe­yerabend (1978), han aportado mucha lucidez a esta área. La obra pionera de estos pensadores, merece un breve estudio.

La filosofía de la ciencia y el papel de los paradigmas


Desde la revolución industrial, la ciencia occidental ha alcan­zado un éxito extraordinario y se ha convertido en una poderosa fuerza, moldeando la vida de muchos millones de personas. Su orientación materialista y niecanicista prácticamente ha reempla­zado a la teología y a la filosofía como principio directivo de la existencia humana y ha transformado el mundo en el que vivi­mos, hasta un punto inimaginable. Los triunfos tecnológicos han sido tan notables que, hasta hace poco, eran pocos los que ponían en duda la autoridad absoluta de la ciencia para determinar las estrategias básicas de la vida. Los libros de texto de diversas dis­ciplinas, suelen describir la historia de la ciencia como un de­sarrollo lineal, con una acumulación gradual de conocimientos so­bre el universo, que culmina en el estado actual. Así pues, se pre­senta a las importantes figuras del desarrollo del pensamiento científico, como contribuidores que han trabajado en problemas de un mismo parámetro y de acuerdo con un mismo conjunto de reglas fijas, establecidas como científicas por los logros más re­cientes. Cada período de la historia de las ideas y los métodos científicos, se ve como un paso lógico en una aproximación gra­dual a una descripción cada vez más precisa del universo y de la verdad definitiva de la existencia.
El análisis detallado de la historia y la filosofía de la ciencia, revela que ésta es una visión sumamente distorsionada y románti­ca de la sucesión real de los hechos. Se puede argüir con fuerza y convicción que la historia de la ciencia está muy lejos de ser lineal y que, a pesar de sus éxitos tecnológicos, las disciplinas científicas no nos acercan necesariamente a una comprensión más exacta de la realidad. El representante más destacado de este punto de vista herético es el físico e historiador científico Thomas Kuhn. Su es­tudio del desarrollo de las teorías y revoluciones científicas, se inspiró en primer lugar en su observación de ciertas diferencias fundamentales entre las ciencias sociales y las naturales. Le sor­prendió la cantidad y el grado de discrepancias existentes entre los científicos sociales con relación a la naturaleza básica de los auténticos problemas y enfoques. Esta situación parecía contras­tar severamente con la de las ciencias naturales. A pesar de que era improbable que los astrónomos, los físicos y los químicos contaran con respuestas más firmes y definitivas que los psicólo­gos, los antropólogos y los sociólogos, los primeros, por alguna razón desconocida, no parecían involucrarse seriamente en ningu­na polémica relacionada con problemas fundamentales. Explo­rando dicha discrepancia con mayor profundidad, Kuhn inició un penetrante estudio de la historia de la ciencia, que culminó quince años más tarde con la publicación de su obra La estructura de las revoluciones científicas (1962), que marcó el inicio de una nueva época.
Con el progreso de su investigación pasó a ser gradualmente evidente que, desde una perspectiva histórica, incluso el desarro­llo de las llamadas ciencias fundamentales está muy lejos de ser homogéneo y desprovisto de ambigüedad. La historia de la cien­cia no consiste en modo alguno en una acumulación gradual de datos y en la formulación cada vez más precisa de teorías, sino que muestra una naturaleza claramente cíclica con etapas específicas y una dinámica característica. Dicho proceso obedece ciertas leyes y sus cambios pueden ser comprendidos y previstos, gracias al pa­radigma, que constituye el concepto central de la teoría de Kuhn. En su sentido más amplio, un paradigma puede definirse como una constelación de creencias, valores y técnicas compartidos por los miembros de una comunidad científica determinada. La natu­raleza de algunos paradigmas es esencialmente filosófica, general y amplia, mientras que otros dirigen el pensamiento científico en áreas bastante específicas y circunscritas de la investigación. Así pues, un paradigma en particular puede ser preceptivo para todas las ciencias naturales; otros para la astronomía, la física, la bioquí­mica o la biología molecular; y otros distintos para áreas tan alta­mente especializadas y esotéricas como el estudio de los virus o la ingeniería genética.'
Un paradigma es tan esencial para la ciencia como la observa­ción y la experimentación; la adherencia a paradigmas específicos es un requisito absolutamente indispensable de todo proyecto científico consecuente. La realidad es extremadamente compleja y resulta imposible tratarla en su totalidad. La ciencia es incapaz de observar y tener en cuenta todas las variantes que intervienen en un fenómeno determinado, realizar todos los experimentos po­sibles y practicar todas las manipulaciones clínicas y de laborato­rio. El científico tiene que reducir el problema a una escala opera­ble, y para ello se rige por el principal paradigma vigente. Por consiguiente, el científico no puede evitar la introducción de un sistema de creencias en su área de estudio.
Las observaciones científicas por sí mismas no dictan clara­mente soluciones únicas y precisas, ningún paradigma explica ja­más todos los hechos conocidos y muchos paradigmas diferentes pueden, en teoría, justificar un mismo conjunto de datos. Son mu­chos los factores que determinan la elección de un aspecto de un fenómeno complejo, así como los experimentos que se llevarán a cabo, o que se realizarán en primer lugar, entre los muchos conce­bibles: accidentes de investigación, educación básica y formación específica, experiencia previa en otros campos, personalidad del investigador, factores económicos y políticos, y otras variantes. Las observaciones y los experimentos deben reducir y limitar drásticamente la gama de soluciones científicamente aceptables, sin cuyo requisito la ciencia se convertiría en ciencia ficción. Sin embargo, por y en sí mismas son incapaces de justificar una inter­pretación particular o un sistema de creencias. Por consiguiente, en principio la práctica de la ciencia es imposible sin un conjunto de creencias previas, ciertos supuestos metafísicos fundamentales y un criterio preconcebido de la realidad de la naturaleza y del co­nocimiento humano. Sin embargo, es preciso distinguir claramen­te la naturaleza relativa de todo paradigma, por muy avanzado y convincente que sea, y el científico no debe confundirlo con la verdadera realidad.
Según Thomas Kuhn, los paradigmas juegan un papel decisi­vo, complejo y ambiguo en la historia de la ciencia. Por las razo­nes antes citadas, son absolutamente esenciales e indispensables para el progreso científico. Sin embargo, en ciertas etapas del de­sarrollo actúan como constreñidores conceptuales, que dificultan de un modo decisivo la posibilidad de nuevos descubrimientos y la exploración de nuevas áreas de la realidad. En la historia de la ciencia, la función progresista y la reaccionaria de los paradigmas parece oscilar de acuerdo con cierta pauta previsible.
Las primeras etapas en la mayoría de las ciencias, que Thomas Kuhn denomina «períodos anteparadígmicos», se han caracteriza­do por el caos conceptual y la existencia de numerosas visiones conflictivas de la naturaleza, ninguna de las cuales puede ser cla­ramente descartada como incorrecta, ya que todas son hasta cier­to punto compatibles con las observaciones y los métodos científi­cos de la época. La conceptualización simple, elegante y plausible de la información, que parezca tener en cuenta la mayoría de las observaciones conocidas y que además ofrezca una pauta prome­tedora para la exploración futura, se convierte entonces en el pa­radigma dominante.
Cuando un paradigma pasa a ser aceptado por la mayoría de la comunidad científica, se convierte en el enfoque obligatorio de los problemas científicos. Llegado este momento, también se le suele confundir con una descripción exacta de la realidad, en lugar de aceptarlo como mapa útil, aproximación adecuada y modelo para la organización de la información conocida. Esta confusión del mapa con el territorio es típica de la historia de la ciencia. El co­nocimiento limitado de la naturaleza que prevaleció a lo largo de períodos históricos sucesivos, fue interpretado por los científicos de la época como una imagen comprensible y amplia de la reali­dad, incompleta sólo en los detalles. Esta observación es tan ex­traordinaria que permitiría presentar el desarrollo de la ciencia fá­cilmente como una historia de errores e idiosincrasias, más que como una acumulación sistemática de información y una aproxi­mación gradual a la verdad absoluta.
Cuando se adopta un paradigma, éste se convierte en un pode­roso catalizador del progreso científico; esta etapa es la que Kuhn denomina «período científico normal». La mayoría de los científi­cos dedican la totalidad de su tiempo al cultivo de la ciencia nor­mal y por consiguiente, históricamente, este aspecto particular de la actividad científica se ha convertido en sinónimo de la propia ciencia. La ciencia normal se basa en el supuesto de que la comu­nidad científica sabe cómo es el universo. La teoría predominante define no sólo lo que es el mundo, sino lo que no es, determina lo que es posible, además de lo que en principio es imposible. Tho­mas Kuhn describe la investigación como «un tenaz y rendido es­fuerzo destinado a constreñir la naturaleza en los compartimien­tos conceptuales suministrados por la formación pericial». Mien­tras se acepte la validez de dicho paradigma, sólo se admitirán como problemas legítimos aquellos a los que se suponga suscepti­bles de ser resueltos, con lo cual se garantiza un éxito acelerado de la ciencia normal. En estas circunstancias, la comunidad cien­tífica reprime, a menudo con perjuicios considerables, toda in­novación, por considerarla subversiva con relación a sus objeti­vos básicos.
La influencia de los paradigmas no es sólo cognoscitiva, sino normativa, además de definir la naturaleza y la realidad, determi­na también el campo problemático permisible, los métodos de en­foque aceptables y establece los niveles de las soluciones. Bajo la influencia de un paradigma, todos los fundamentos científicos en una área determinada son inexorablemente objeto de redefini­ción. Ciertos problemas hasta entonces cruciales pueden conside­rarse desatinados o anticientíficos y algunos quedar relegados a otra disciplina. Por el contrario, ciertas cuestiones antes inexis­tentes o insignificantes, pueden convertirse de pronto en factores o descubrimientos científicos significativos. Incluso en áreas don­de el antiguo paradigma conserve su vigencia, la comprensión de los problemas, al dejar de ser idéntica, precisa ser traducida y re­definida. La ciencia normal basada en un nuevo paradigma no es sólo incompatible, sino inconmensurable con relación a la prácti­ca regida por el anterior.
La función esencial de la ciencia normal consiste en resolver enigmas, cuya solución ha sido generalmente anticipada por el pa­radigma y produce pocas innovaciones. Se considera prioritaria la forma de conseguir los resultados y el objetivo constituye otra ar­ticulación del paradigma predominante, que contribuye a la am­plitud y precisión con que podrá aplicarse. La investigación nor­mal es, por consiguiente, acumulativa, dado que los científicos se­leccionan exclusivamente los problemas susceptibles de ser re­sueltos con los medios conceptuales e instrumentales existentes. La adquisición acumulativa de conocimientos fundamentalmente nuevos, en estas circunstancias, no sólo es escasa y poco común, sino en principio improbable. Sólo aparecen nuevos descubri­mientos en el caso de que flaqueen las expectativas acerca de la naturaleza y de los instrumentos del paradigma existente. No pue­den emerger nuevas teorías sin cambios destructivos en las anti­guas creencias sobre la naturaleza.
Una teoría realmente nueva y .radical no consiste jamás en agregarle algo o incrementar el conocimiento existente. Supone un cambio en las reglas básicas, exige una revisión completa o reformulación de los supuestos fundamentales de la teoría ante­rior e implica una reevaluación de los hechos y observaciones existentes. Según Thomas Kuhn, sólo hechos de esta naturaleza representan verdaderas revoluciones científicas. Éstas pueden ocurrir en cierto campo limitado del conocimiento humano o te­ner una influencia amplia en diversas disciplinas. Los cambios de la física aristotélica a la newtoniana, o de la newtoniana a la eins­teiniana, el del sistema geocéntrico de Ptolomeo a la astronomía de Copérnico y Galileo, o el de la química flogística a la teoría de Lavoisier, constituyen ejemplos sobresalientes de ello. Para que tuvieran lugar cada uno de estos cambios, fue necesario desechar una respetable teoría científica ampliamente aceptada, para sus­tituirla por otra, en principio incompatible con la misma. En to­dos los casos, la consecuencia fue una redefinición completa de los problemas existentes, de importancia para la exploración científica. Además, también se definió de nuevo cómo debía ser un problema para considerarlo admisible, así como los niveles de su legítima solución. Esto condujo a una transformación profun­da de la imaginación científica y no es exagerado afirmar que, como consecuencia de su impacto, cambió la propia percepción del mundo.
Thomas Kuhn percibió que a las revoluciones científicas les precede y las anuncia un período de caos conceptual, durante el cual la práctica científica normal cambia gradualmente para con­vertirse en lo que él denomina «ciencia extraordinaria». Tarde o temprano, la práctica cotidiana de la ciencia normal conducirá ne­cesariamente al descubrimiento de alguna anomalía. En muchos casos, ciertos aparatos funcionan de un modo imprevisto por el paradigma, se acumulan numerosas observaciones incompatibles con el sistema de creencias vigente, o un problema que debería re­solverse se resiste a repetidos intentos por parte de eminentes es­pecialistas.
Mientras el paradigma siga ejerciendo su hechizo sobre la co­munidad científica, las anomalías no bastarán para cuestionar la validez de sus supuestos básicos. Inicialmente, los resultados ines­perados suelen calificarse de «mala investigación», ya que la gama de resultados posibles está claramente definida por el paradigma. La confirmación de dichos resultados con repetidos experimen­tos, puede conducir a una crisis en el campo en cuestión. Sin em­bargo, no por ello renuncian los científicos al paradigma que les ha conducido a la crisis. Cuando una teoría científica ha alcanzado el nivel de paradigma, no se declara inválida hasta que se halla una alternativa viable. La falta de congruencia entre los postula­dos del paradigma y las observaciones del mundo no es suficiente. Durante algún tiempo se interpreta la discrepancia como un pro­blema que podría llegar a resolverse con modificaciones y articu­laciones futuras.
Sin embargo, después de un período de esfuerzos fastidiosos e infructíferos, la anomalía se convierte de pronto en algo más que un simple enigma y la disciplina en cuestión entra en un periodo de ciencia extraordinaria. Las mejores mentes del campo se con­centran en el problema. Los criterios que orientan la investigación acostumbran a relajarse y los experimentadores pasan a ser más imparciales y dispuestos a considerar alternativas. En estas condi­ciones proliferan distintas formulaciones, cada vez más divergen­tes. Crece el descontento con relación al paradigma vigente y éste se expresa de un modo cada vez más explícito. Los científicos se disponen a recurrir a la filosofía y debatir los supuestos funda­mentales, algo insólito durante los períodos de investigación nor­mal. En épocas de revolución científica y en las inmediatamente precedentes, también tienen lugar profundos debates sobre méto­dos, problemas y niveles aceptables. En estas circunstancias de crisis creciente, aumenta la inseguridad de los especialistas. El fracaso de las antiguas reglas conduce a una intensa búsqueda de otras nuevas.
Durante el período de transición, los problemas que pueden resolverse con el antiguo paradigma y los que pueden resolverse con el nuevo se sobreponen. Esto no es sorprendente, ya que los filósofos de la ciencia han demostrado en numerosas ocasiones, que a un mismo conjunto de datos se le puede aplicar siempre más de una estructura teórica. Revoluciones científicas son aquellos episodios no acumulativos, en los que se reemplaza el antiguo pa­radigma, en su totalidad o en parte, por otro nuevo incompatible con el mismo. La elección entre dos paradigmas rivales no se pue­de llevar a cabo por medio de los procedimientos evaluativos de la ciencia normal, ya que éstos son una extensión directa del antiguo paradigma, cuya propia validez depende del resultado de la elec­ción. Por consiguiente, la función del paradigma es necesariamen­te circular; puede persuadir, pero no convencer con argumentos lógicos, ni siquiera probabilísticos.
Entre las dos escuelas rivales existe un grave problema de co­municación o de lenguaje. Ambas operan en base a postulados, supuestos acerca de la realidad y definiciones de los conceptos elementales diferentes. Por consiguiente, ni tan sólo coinciden en la identificación de los problemas importantes, en la de su natura­leza o en lo que constituiría la solución de los mismos. Sus crite­rios sobre la ciencia no son los mismos, sus argumentos dependen del paradigma en el que se basen y una confrontación significativa entre ambas es imposible sin una traducción inteligente. En los confines del nuevo paradigma se redefinen radicalmente los anti­guos términos, dotándolos de significados completamente nue­vos, por lo que parecerán relacionarse entre sí de un modo muy diferente. La comunicación entre la división conceptual es sólo parcial y confusa. Los significados completamente diferentes de conceptos tales como materia, espacio y tiempo en los modelos respectivos de Newton y Einstein constituyen un ejemplo típico de lo dicho. En algún momento dado, interviene también el con­cepto de valoración, ya que distintos paradigmas difieren en cuan­to a los problemas que se proponen resolver y a las cuestiones que dejan sin respuesta. El criterio que permite evaluar dicha situa­ción está por completo fuera del alcance de la ciencia normal.
El científico que practica la ciencia normal se dedica esencial­mente a resolver problemas. Acepta incondicionalmente el para­digma y no se interesa por poner a prueba su validez. En realidad, le interesa que se conserven sus supuestos básicos, debido en par­te a motivos humanos perfectamente comprensibles, tales como el tiempo y energía consumidos en su propia formación, o los des­cubrimientos íntimamente relacionados con la explotación del pa­radigma en cuestión. Sin embargo, las raíces del problema son mucho más profundas y van mucho más allá de los errores huma­nos y de los lazos sentimentales. Están relacionados con la natura­leza intrínseca de los paradigmas y su función para con la ciencia.
Una parte importante de esta resistencia se debe a la profun­da dependencia del paradigma vigente, en cuanto a su verdadera representación de la realidad y la convicción de que acabará por resolver todos los problemas. Así pues, en un último análisis, la resistencia al nuevo paradigma procede de la propia actitud que posibilita la ciencia normal. El científico que practica la ciencia normal se asemeja a un jugador de ajedrez, cuya capacidad y forma de resolver problemas depende plenamente de un rígido conjunto de reglas. La finalidad del juego consiste en buscar las soluciones óptimas, dentro del contexto de dichas reglas preconcebidas. Da­das las circunstancias, sería absurdo poner las mencionadas reglas en cuestión y aún más cambiarlas. En ambos casos se aceptan in­condicionalmente las reglas del juego, que representan una serie de puntos de referencia necesarios para la solución de problemas. En la ciencia, la novedad por sí misma no es deseable, como lo es en otros campos creativos.
Por consiguiente, el paradigma sólo se pone a prueba cuan­do, después de fracasar persistentemente en los intentos de solu­cionar una dificultad importante, se crea una crisis que conduce a la existencia de dos paradigmas rivales. El candidato a nuevo paradigma debe cumplir ciertas condiciones importantes para ser elegible; debe aportar soluciones a algunos problemas esen­ciales en áreas donde el paradigma anterior había fracasado. Además, deberá conservarse la capacidad para resolver proble­mas de su predecesor después del cambio de paradigma. Tam­bién es importante que el nuevo enfoque augure soluciones a problemas en nuevas áreas. Sin embargo, siempre hay pérdidas además de ganancias en las revoluciones científicas, que por lo general se aceptan tácitamente y se ocultan, siempre que el pro­greso esté garantizado.
Así pues, en la mecánica newtoniana, al contrario de la diná­mica aristotélica y cartesiana, no se explican las fuerzas de atrac­ción entre partículas de materia, limitándose a aceptar la grave­dad como un hecho consumado. Esta cuestión fue planteada y resuelta más adelante por la teoría general de la relatividad. Los rivales de Newton interpretaron su dependencia de las fuerzas in­natas, como un retorno a la época del oscurantismo. Otro tanto ocurrió con la teoría de Lavoisier, que no tenía respuesta para el hecho de que varios metales fueran tan semejantes, tema tratado con éxito por la teoría flogística. Sólo en el siglo xx, la ciencia fue capaz de plantearse nuevamente esta cuestión. Los rivales de La­voisier se quejaron de que la sustitución de los «principios quími­cos» por los elementos de laboratorio suponía una regresión de una explicación establecida a un mero nombre. Asimismo, Eins­tein y otros físicos se opusieron a la interpretación probabilística dominante de la física cuántica.
La elección del nuevo paradigma no ocurre por etapas, paso por paso, bajo el inexorable impacto de la demostración y de la ló­gica. Es un cambio instantáneo, semejante al de la conversión psi­cológica o al del desplazamiento de la percepción de lo concreto a lo general y se rige por la ley del todo o nada. Los científicos que abrazan el nuevo paradigma hablan de ello como una experiencia reveladora, la solución inesperada, o el destello de intuición ilu­minadora. Las razones para que eso ocurra son, evidentemente, bastante complejas. Además de la capacidad del nuevo paradig­ma para rectificar la situación que ha conducido al antiguo a la cri­sis, Kuhn menciona motivos de naturaleza irracional, idiosincra­sias de origen biográfico, la reputación anterior o nacionalidad de su iniciador y otros. Las cualidades estéticas del nuevo paradig­ma, tales como su elegancia, su simplicidad y su belleza, también pueden jugar un papel importante.
En la ciencia se ha tendido a ver las consecuencias de un cam­bio de paradigma como una nueva interpretación de la informa­ción anteriormente existente. Según este punto de vista, las obser­vaciones vienen determinadas sin ambigüedad alguna por la natu­raleza del mundo objetivo y del aparato perceptivo. Sin embargo, esta idea depende a su vez de cierto paradigma y constituye uno de los supuestos básicos de la visión cartesiana del mundo. Los datos escuetos procedentes de la observación están muy lejos de ser representativos de la percepción pura; conviene no confundir el estímulo con la percepción o las sensaciones. Estas últimas es­tán condicionadas por la experiencia, la educación, el lenguaje y la cultura. En ciertas circunstancias, los mismos estímulos pueden conducir a diferentes percepciones y distintos estímulos a la mis­ma percepción. Lo primero puede ejemplarizarse con imágenes ambiguas que inducen a un cambio radical de la percepción glo­bal. Las más famosas de estas imágenes son las que pueden perci­birse de dos modos distintos, por ejemplo como un pato o un co­nejo, o como una vasija antigua o dos perfiles humanos respecti­vamente. Un caso típico de lo último lo constituiría una persona con lentes invertidas, que aprenda a corregir la visión del mundo. No existe un lenguaje neutro de la observación, basado exclusiva­mente en impresiones de la retina. La comprensión de la naturale­za de los estímulos, de los órganos sensoriales y la de su interrela­ción mutua, refleja la teoría de la percepción y de la mente huma­na vigente.

En lugar de interpretar la realidad de una forma nueva, el cien­tífico que acepta un nuevo paradigma es comparable a una persona que se ponga lentes invertidos, consciente de que percibe los mis­mos objetos, por separado y en su conjunto, pero hallándolos en su esencia y en muchos de sus detalles completamente transforma­dos. No es exagerado afirmar que cuando cambia el paradigma, cambia a su vez el mundo de los científicos. Utilizan nuevos instru­mentos, miran hacia otros lugares, observan cosas diferentes e in­cluso su percepción de objetos familiares es completamente nueva. Según Kuhn, este cambio radical de percepción es comparable al de ser transportado de pronto a otro planeta. Los hechos científi­cos no pueden separarse con absoluta claridad del paradigma. El mundo del científico cambia cuantitativa y cualitativamente con los descubrimientos tanto prácticos como teóricos.
Los partidarios del paradigma revolucionario no suelen inter­pretar el cambio conceptual como una nueva percepción de la rea­lidad, sino, y en última instancia, como una percepción relativa. Cuando sucede, se tiende a descartar el antiguo como erróneo y aceptar el nuevo como descripción justa de la realidad. Sin embar­go, en un sentido estricto, ninguna de las antiguas teorías es real­mente errónea, siempre que su aplicación se limite a los fenóme­nos que es capaz de explicar adecuadamente. Lo incorrecto es su generalización a otros reinos. Así pues, según Kuhn, las viejas teo­rías pueden conservarse y considerarse correctas, siempre que su gama de aplicaciones se limite a los fenómenos y a la precisión de observación demostrados por la experimentación realizada. Esto significa que un científico no puede hablar «científicamente» ni con autoridad de un fenómeno que no haya sido observado. Ha­blando con propiedad, no es permisible basarse en un paradigma cuando la investigación entra en una nueva área o se propone al­canzar un grado de precisión, para el cual la teoría no ofrece pre­cedente alguno. Desde este punto de vista, no se habría podido refutar ni siquiera la teoría flogística, de no haberla generalizado más allá del campo de los fenómenos que era capaz de dilucidar.

Después de un cambio de paradigma, la antigua teoría pasa a constituir, en cierto modo, un caso especial de la nueva, pero para ello debe ser formulada y transformada de nuevo. Esta concep­tualización sólo es factible gracias a las ventajas de la visión re­trospectiva del científico, que involucran un cambio de significado de los conceptos fundamentales. De este modo, la mecánica new­toniana puede ser reinterpretada como un caso especial de la teo­ría de la relatividad de Einstein y se puede explicar su función dentro de los límites de su aplicabilidad. Sin embargo, a pesar del cambio radical e incomparable de conceptos tan básicos como los de espacio, tiempo y masa, la mecánica newtoniana conserva su validez, siempre que no se intente aplicar a altas velocidades o se pretenda una precisión ilimitada de sus descripciones o prediccio­nes. Todas las teorías históricamente significativas han sido con­gruentes con los hechos observados, aunque sólo fuera aproxima­damente. No existe conclusión definitiva alguna, a ningún nivel del desarrollo científico, que determine si, o hasta qué punto, una determinada teoría corresponde exactamente con los hechos. Sin embargo, es perfectamente factible comparar dos paradigmas y preguntarse cuál de ellos refleja con mayor precisión los hechos observados. En cualquier caso, los paradigmas deben considerar­se siempre como modelos y no como descripciones definitivas de la realidad.
La aceptación de un nuevo paradigma raramente es fácil, ya que depende de una serie de factores sentimentales, políticos y administrativos, en lugar de una simple cuestión de pruebas lógi­cas. Según la naturaleza y alcance del paradigma, así como las circunstancias reinantes, puede tardarse más de una generación antes de que la nueva forma de ver el mundo quede plenamente establecida en la comunidad científica. Así lo demuestran las ma­nifestaciones de dos grandes científicos. El primero, Charles Dar­win, en la conclusión de su obra El origen de las especies (1859), afirma: «A pesar de que estoy plenamente convencido de la vera­cidad de los puntos de vista expresados en esta obra... no espero en modo alguno convencer a los naturalistas expertos, cuyas men­tes están repletas de multitud de conocimientos enfocados, a lo largo de muchos años, desde un punto de vista diametralmente opuesto al mío... Pero miro con confianza hacia el futuro, a la nueva generación de naturalistas capaces de evaluar ambos aspec­tos de la cuestión con imparcialidad.» Con mayor énfasis todavía, Max Planck declara, en su Autobiografía científica (1968): «... una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus adversarios y logrando que vean la realidad, sino cuando éstos finalmente mueren y les sustituye una nueva generación que ha crecido fami­liarizada con ella».
Cuando el nuevo paradigma ha sido aceptado y asimilado, se incorporan sus supuestos básicos en los libros de texto. Dado que éstos son fuentes de autoridad y vehículos pedagógicos, deben reescribirse después de cada revolución científica. Debido a su propia naturaleza, no sólo acostumbran a ocultar los detalles es­pecíficos, sino incluso la existencia de las revoluciones que les ha dado lugar. La ciencia se presenta como una serie de descubri­mientos e inventos individuales, que al ser agrupados representan el conjunto de conocimientos modernos. Por consiguiente da la impresión de que, desde el principio, los científicos han intentado alcanzar los objetivos reflejados en el último paradigma. En sus narraciones históricas, dichos textos suelen ocuparse exclusiva­mente de los aspectos del trabajo individual de los científicos, que pueden ser considerados como contribuciones al punto de vista contemporáneo. Así pues, al hablar de la mecánica de Newton, no se menciona el papel que éste le atribuía a Dios, ni su profundo interés por la astrología y por la alquimia, que constituían una parte integral de su filosofía. Tampoco se dice que en el dualismo entre cuerpo y mente de Descartes, se infiere la existencia de Dios. Por lo general no se menciona en la mayoría de los libros de texto que muchos de los fundadores de la física moderna, tales como Einstein, Bohm, Heisenberg, Schroedinger, Bohr y Oppen­heimer, no sólo hallaron su trabajo plenamente compatible con la visión mística del mundo, sino que en cierto modo entraron en el campo místico a través de la investigación científica. Una vez es­critos los libros de texto, la ciencia parece nuevamente una em­presa lineal y acumulativa, con una historia caracterizada por in­crementos graduales del conocimiento. Se desestima el papel del error y de la idiosincrasia humana, y se oculta la dinámica cíclica de los paradigmas con sus cambios periódicos. El campo está listo para practicar con seguridad la ciencia normal, por lo menos hasta que la próxima acumulación de observaciones suponga un reto para el nuevo paradigma.
Otro filósofo importante cuya obra es sumamente significativa en conexión con este tema es Philipp Frank. En su magistral obra La filosofía de la ciencia (1974), ofrece un análisis penetrante y detallado de la relación entre hechos observables y teorías cientí­ficas. Logra destruir el mito de que las teorías científicas pueden deducirse de un modo lógico de los hechos conocidos y determi­narse con precisión por observación de los fenómenos naturales. Usando como ejemplos históricos las geometrías de Euclides, Riemann y Lobachevsky, la mecánica de Newton, las teorías de la relatividad de Einstein y la física cuántica, facilita una visión pe­netrante de la naturaleza y la dinámica de las teorías científicas.
Según Frank, todo sistema científico está basado en unas po­cas afirmaciones básicas sobre la realidad, o axiomas considera­dos evidentes en sí mismos. La verdad del axioma no se descubre por razonamiento sino por intuición directa, es producto de las fa­cultades imaginativas de la mente y no de la lógica.' Con la aplica­ción de un proceso estrictamente lógico, es posible derivar de los axiomas un sistema de afirmaciones, o teoremas. El sistema teóri­co resultante es de una naturaleza puramente lógica, es autorrati­ficante y su verdad es esencialmente independiente de los sucesos físicos del mundo. La relación entre dicho sistema y la observa­ción empírica debe ponerse a prueba, para evaluar su grado de aplicabilidad y correspondencia prácticas. A este fin, los elemen­tos de la teoría deben describirse por «definiciones operaciona­les» en el sentido de Bridgman.3 Sólo entonces se puede determi­nar el grado y límites de aplicabilidad del sistema teórico a la reali­dad material.
La verdad lógica intrínseca de la geometría euclideana, o de la mecánica newtoniana, no lía sido destruida por el descubrimiento de que su aplicación a la realidad física tiene límites específicos. Según Frank, todas las hipótesis son esencialmente especulativas. La diferencia entre una hipótesis puramente filosófica y otra cien­tífica consiste en que la segunda puede ponerse a prueba. Deja de tener importancia que la teoría científica resulte atractiva al senti­do común; esta condición fue descartada por Galileo Galilei. Pue­de ser fantástica y absurda, siempre que pueda ponerse a prueba a nivel de la experiencia común.

Asimismo, una afirmación directa sobre la naturaleza del uni­verso que no pueda someterse a experimentación es una pura es­peculación física y no una teoría científica. Afirmaciones tales como «todas las cosas existentes son materiales en naturaleza y no hay mundo espiritual» o «la conciencia es un producto de la mate­ria», pertenecen claramente a esta categoría, por muy evidentes que parezcan al sentido común o a la ciencia mecanicista.
La crítica más radical de la metodología científica y de su prác­tica actual, ha sido la formulada por Paul Feyerabend, en su ex­
plosiva obra Against Method: Outline of an Anarchistic Theory of
Knowledge (1978). En ella argumenta enfáticamente que la cien­cia no puede ser gobernada por un sistema rígido, inmutable y de principios absolutos. La historia aporta pruebas, desprovistas de toda ambigüedad, de que la ciencia es esencialmente una empresa anárquica. Las violaciones de las reglas básicas epistemológicas no han sido meros accidentes; a lo largo de la historia han sido ab­solutamente necesarias para el progreso científico. Las investiga­ciones científicas que mayor éxito han alcanzado, jamás se han conducido de acuerdo con un método racional. A lo largo de la historia de la ciencia en general y en particular durante las gran­des revoluciones, la aplicación concienzuda de los cánones del método científico vigente no sólo no habría acelerado el progreso, sino que lo habría detenido por completo. La revolución coperni­cana y otros descubrimientos esenciales de la ciencia moderna, sólo han sobrevivido gracias a que con frecuencia, en el pasado, se han sobreimpuesto a la razón.
La denominada condición de la consistencia, que exige que una hipótesis esté de acuerdo con las demás aceptadas, es irracio­nal y contraproducente; descalifica una hipótesis no porque no esté de acuerdo con los hechos, sino porque entra en conflicto con otra teoría. En consecuencia se suele proteger y conservar la teo­ría más antigua, y no la mejor. Las hipótesis que contradicen teo­rías firmemente establecidas, aportan pruebas que no podrían ob­tenerse de otro modo. Existe una conexión más íntima entre los hechos y las teorías que la supuesta por la ciencia convencional y hay hechos que no pueden ser revelados sin la ayuda de alternati­vas a las teorías establecidas.
Al hablar de la verificación práctica, es indispensable servirse de un conjunto de teorías adecuadamente factibles que se sobre­pongan, pero inconsistentes entre sí. El invento de alternativas a la idea central de la discusión constituye una parte esencial del método empírico. No basta la comparación de teorías con la ob­servación y con los hechos. Los datos obtenidos en el contexto de un sistema conceptual determinado no son independientes del sis­tema de supuestos teóricos y filosóficos básicos. Una verdadera comparación científica de dos teorías, tiene que tratar de los «he­chos» y las «observaciones» en el contexto de la teoría que se está poniendo a prueba.
Dado que los hechos, las observaciones e incluso los criterios para su evaluación están «vinculados al paradigma», las propie­dades formales más importantes de la teoría se descubren por contraste y no por análisis. Si el científico se propone que el con­tenido empírico de su punto de vista sea lo mayor posible, se ve obligado a utilizar una metodología pluralista, a introducir teo­rías rivales y comparar unas ideas con otras, en lugar de hacerlo con la experiencia.
No hay idea ni sistema de pensamiento, por antiguo que sea o absurdo que parezca, incapaz de mejorar nuestro conocimiento. Los antiguos sistemas espirituales y los mitos aborígenes nos pare­cen extraños y descabellados, debido únicamente a que su conte­nido científico nos es desconocido o distorsionado por antropólo­gos o filólogos, no familiarizados con los conocimientos físicos, médicos o astronómicos más elementales. En la ciencia, la razón no puede ser universal y lo irracional no puede ser excluido por completo. No hay ni una sola teoría interesante con la que coinci­dan todos los hechos que abarca. Comprobamos que en todas las teorías se dejan de producir ciertos resultados cuantitativos y que además son cualitativamente incompetentes en un grado sorpren­dente.
Todas las metodologías, incluso las más obvias, tienen sus lí­mites. Las nuevas teorías se circunscriben inicialmente a una gama relativamente limitada de hechos y sólo se extienden lenta­mente a otras áreas. Su forma de extenderse viene raramente de­terminada por los elementos que constituyen el contenido de sus predecesores. El aparato conceptual emergente de la nueva teoría no tarda en comenzar a definir sus propios problemas y las áreas problemáticas. Muchas de las cuestiones, hechos y observaciones que sólo tenían sentido en el contexto abandonado, de pronto pa­recen disparatados y desatinados, y se olvidan o se marginan. Asi­mismo, aparece una gama completamente nueva de problemas de importancia crítica.
La exposición anterior de las revoluciones científicas, la diná­mica de los paradigmas y la función de las teorías científicas, pue­de darle al lector contemporáneo la impresión de que la importan­cia de esta obra es primordialmente histórica. Sería fácil suponer que el último cataclismo conceptual tuvo lugar durante las prime­ras décadas de este siglo y que la próxima revolución científica ocurrirá en algún futuro remoto. Por el contrario, el criterio cen­tral de esta obra es el de que la ciencia occidental avanza hacia un cambio de paradigma de proporciones sin precedentes, que cam­biará nuestro concepto de la realidad y de la naturaleza humana, llenará el vacío entre la sabiduría antigua y la ciencia moderna, y reconciliará las diferencias entre la espiritualidad oriental y el pragmatismo occidental.


El hechizo newtoniano-cartesiano de la ciencia mecanicista


Durante los últimos tres siglos, la ciencia occidental ha estado dominada por el paradigma newtoniano-cartesiano, modo de pensar basado en la obra del científico británico Isaac Newton y en la del filósofo francés René Descartes.' Con la utilización de este modelo, la física ha realizado un progreso asombroso, ga­nándose una gran reputación entre todas las demás disciplinas. Su consistente uso de las matemáticas, su eficacia en la resolu­ción de problemas y el éxito con que se ha aplicado a diversas áreas de la vida cotidiana, han establecido los niveles de la cien­cia en general. Su capacidad para relacionar conceptos y descu­brimientos básicos con el modelo mecanicista del universo, de­sarrollado por la física newtoniana, se convirtió en un criterio importante de legitimidad científica, en campos menos desarro­llados y de mayor complejidad, tales como la biología, la medi­cina, la psicología, la psiquiatría, la antropología y la sociología. Inicialmente, su firme adherencia a la visión mecanicista del mundo produjo un impacto muy positivo en el progreso científi­co de dichas disciplinas. Sin embargo, con el transcurso del de­sarrollo posterior, la estructura conceptual derivada del para­digma newtoniano-cartesiano perdió su fuerza revolucionaria y se convirtió en un grave obstáculo para la investigación y el pro­greso científicos.

Desde principios del siglo xx,la física ha experimentado cam­bios fundamentales y radicales, que han trascendido la visión mecanicista del mundo y de todos los supuestos básicos del pa­radigma newtoniano-cartesiano. Con su transcurso, esta ex­traordinaria transformación ha llegado a ser bastante comple­ja, esotérica e incomprensible para la mayoría de los científicos fuera del campo de la física. Por ello, disciplinas como la medici­na, la psicología y la psiquiatría no han logrado ajustarse a esos rá­pidos cambios, ni asimilarlos en su forma de pensar. Esa visión del mundo, desfasada desde hace mucho tiempo en la física mo­derna, se sigue considerando científica en muchos otros campos, en detrimento del progreso futuro. Los datos y observaciones conflictivos para el modelo mecanicista del universo suelen ser descartados o reprimidos y los proyectos de investigación no per­tinentes para el paradigma dominante no cuentan con posibilidad alguna de financiamiento. La parapsicología, los enfoques alter­nativos de curación, la investigación psicodélica, la tanatología y ciertas áreas del trabajo de campo de la antropología constituyen ejemplos relevantes.
A lo largo de las dos últimas décadas, la naturaleza antievolu­cionista y contraproductiva del viejo paradigma ha sido cada vez más evidente, particularmente en las disciplinas científicas dedi­cadas al estudio de los seres humanos. La psicología, la psiquiatría y la antropología han alcanzado tal nivel de disidencia conceptual que parecen enfrentarse a una profunda crisis, comparable en al­cance a la de la física en la época del experimento de Michelson­Morley. Existe una necesidad urgente de un cambio fundamental de paradigma, que permita acomodar el creciente flujo de datos revolucionarios procedentes de diversas áreas y que entran en conflicto irreconciliable con los viejos modelos. Muchos investiga­dores opinan que el nuevo paradigma debería también permitir la destrucción de la barrera que actualmente separa la psicología y la psiquiatría tradicionales, de la sabiduría fundamental de los anti­guos sistemas filosóficos orientales. Antes de analizar detallada­mente las razones para la revolución científica venidera y sus posi­bles direcciones, es apropiado describir las características particu­lares del viejo paradigma, cuya competencia en la actualidad se pone seriamente en duda.
El universo mecanicista de Newton está formado por materia sólida, átomos,5 partículas pequeñas e indestructibles que costitu­yen sus bloques de construcción más elementales. Son componen­tes esencialmente pasivos e inmutables, cuya masa y forma per­manece siempre constante. La contribución más importante de Newton, a un modelo que por otra parte es comparable al de los atomistas griegos, consistió en su precisa definición de la fuerza que actúa entre dichas partículas, que denominó fuerza de grave­dad y estableció que era directamente proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre am­bas. En el sistema de Newton, la gravedad es una entidad bastan­te misteriosa; se interpreta como un atributo intrínseco de los cuerpos sobre los que actúa y su acción se ejerce instantáneamen­te a distancia.
Otra característica esencial del universo newtoniano es el es­pacio tridimensional de la geometría clásica euclideana, conside­rado absoluto, constante y siempre en estado de reposo. La distin­ción entre materia y espacio vacío es clara y sin ambigüedad algu­na. Asimismo, el tiempo es absoluto, autónomo e independiente del mundo material, manifestándose como un flujo uniforme e in­mutable desde el pasado, a través del presente y hacia el futuro. Según Newton, todos los procesos físicos pueden reducirse a mo­vimientos de puntos materiales, resultantes de la fuerza de grave­dad que actúa entre ellos, causando su atracción mutua. Logró describir la dinámica de dichas fuerzas, a través del nuevo enfo­que matemático del cálculo diferencial, que inventó para este pro­pósito.
La imagen resultante del universo es la de un gigantesco y per­fectamente determinista mecanismo de relojería. El movimiento de las partículas obedece leyes eternas e inmutables, y tanto los sucesos como los procesos en el mundo material consisten en ca­denas interdependientes de causas y efectos. Por consiguiente, tendría que ser posible, por lo menos en principio, reconstruir con exactitud cualquier situación pasada en el universo o pronosticar todo hecho futuro con absoluta certeza. En la práctica esto no lle­ga nunca a ser posible. Sin embargo, esta circunstancia se justifica por nuestra incapacidad para obtener la información detallada de la enorme complejidad de variables que intervienen en cualquier situación determinada. Jamás se pone seriamente en duda que ello sea teóricamente factible. Como supuesto metafísico básico, esto representa un elemento esencial de la visión mecanicista del mundo. Ilya Prigogine (1980) denominó esta creencia en la pre­dicción ilimitada «el mito fundamental de la ciencia clásica».
Otra influencia importante en la filosofía e historia de la cien­cia en los últimos dos siglos ha sido la de René Descartes, uno de los más destacados filósofos franceses. Su contribución más signi­ficativa al paradigma dominante consistió en la extrema formula­ción del dualismo absoluto entre mente (res cogitans) y materia (res extensa), que conduce a la creencia de que el mundo material puede ser descrito objetivamente, sin referencia al observador humano. Este concepto fue básico para el rápido desarrollo de las ciencias naturales y la tecnología, pero una de sus consecuen­cias finales ha consistido en la grave negligencia del enfoque holís­tico hacia los seres humanos, la sociedad y la vida en el planeta. En cierto sentido, el legado cartesiano ha resultado ser un ele­mento todavía más recalcitrante en la ciencia occidental, que la vi­sión mecanicista newtoniana del mundo. Incluso Albert Einstein, el genio que socavó los fundamentos de la física newtoniana, for­muló por sí solo las teorías de la relatividad e inició la teoría cuán­tica, fue incapaz de librarse por completo del hechizo del dualis­mo cartesiano (Capra, 1982).
Cuando hablamos del «paradigma newtoniano-cartesiano», debemos tener en cuenta que la ciencia mecanicista occidental ha tergiversado y distorsionado el legado de estos dos grandes pensa­dores, ya que tanto para Newton como para Descartes, el concep­to de Dios constituía un elemento esencial de su filosofía y de su visión del mundo. Newton era una persona profundamente espiri­tual, con un enorme interés en la astrología, el ocultismo y la al­quimia. Según su biógrafo, John Maynard Keynes (1951), más que el primer gran científico, fue el último de los grandes magos. Creía que el universo era material en su naturaleza, pero no pen­saba que su origen se debiera a causas materiales. Opinaba que había sido Dios quien había creado inicialmente las partículas ma­teriales, las fuerzas que actuaban entre ellas y las leyes que gober­naban su movimiento. El universo, después de haber sido creado, continuaría funcionando como una máquina, pudiendo describir­lo y comprenderlo en estos términos. Descartes también creía que el mundo existía objetiva e independientemente del observador humano. Para él, sin embargo, su objetividad se basaba en su constante percepción por parte de Dios.
La ciencia occidental ha sometido a Newton y a Descartes al mismo trato que Marx y Engels otorgaron a Hegel. En la formula­ción de los principios dialécticos y del materialismo histórico, ex­tirparon su fenomenología espiritual del mundo, conservando la dialéctica pero reemplazando espíritu por materia. Asimismo, la ideología conceptual en muchas disciplinas representa una exten­sión lógica directa del modelo newtoniano-cartesiano, pero la imagen de la inteligencia divina, que constituía la esencia de las especulaciones de esos dos grandes pensadores, ha desaparecido de la escena. El materialismo filosófico sistemático y radical resul­tante se ha convertido en la nueva base ideológica de la visión del mundo científico moderno.
En todas sus numerosas ramificaciones y aplicaciones, el mo­delo newtoniano-cartesiano ha tenido un éxito extraordinario en diversas áreas. Ha aportado una explicación amplia de la mecáni­ca básica del sistema solar y ha sido utilizado con eficacia para la comprensión de la moción continua de los líquidos, la vibración de los cuerpos elásticos y la termodinámica. Se convirtió en la base y fuerza promotora del progreso extraordinario de las cien­cias naturales en los siglos XVIII y XIX.
Las disciplinas cuyo modelo ha seguido el ejemplo de Newton y Descartes han elaborado una imagen detallada del universo, como un complejo sistema mecánico, un conjunto de materia pa­siva e inerte, que se desarrolla sin la participación de la conciencia o inteligencia creativa. Desde la explosión inicial, a través de la expansión de las galaxias, la creación del sistema solar y los proce­sos geofísicos que configuraron este planeta, se supone que la evolución cósmica ha sido gobernada exclusivamente por fuerzas mecánicas ininteligibles. Según este modelo, la vida se originó ác­cidentalmente en el océano primigenio, como resultante de reac­ciones químicas azarosas. Asimismo, la organización celular de la materia orgánica y la evolución de formas de vida superiores obe­deció a causas puramente mecánicas, sin la participación de nin­gún principio inteligente, a través de mutaciones genéticas acci­dentales y un proceso de selección natural que ha garantizado la supervivencia del más fuerte. Esto condujo, por fin, al sistema je­rárquico de ramificación filogenética, organizando las especies se­gún su nivel creciente de complejidad.
Entonces, en algún lugar muy elevado de la escala darwiniana, tuvo lugar un hecho espectacular y todavía inexplicable: la mate­ria inerte e inconsciente adquirió conciencia de sí misma y del mundo que la rodeaba. A pesar de que el mecanismo responsable de este milagroso suceso elude por completo la más tosca de las especulaciones científicas, la correción metafísica de esta suposi­ción se da por sentada y la solución del problema se relega tácita­mente a la investigación futura. Los científicos no coinciden en cuanto a la etapa de la evolución en la que apareció la conciencia. Sin embargo, la creencia de que la conciencia está reservada a los organismos vivos y que requiere un sistema nervioso central muy desarrollado constituye un postulado fundamental de la visión materialista y mecanicista del mundo. La conciencia se interpreta como producto de la. materia altamente organizada -el sistema nervioso central- y como un epifenómeno del proceso fisiológico del cerebro .
La creencia de que la conciencia es producto del cerebro no es, por supuesto, totalmente arbitraria. Está basada en una canti­dad masiva de observaciones clínicas y experimentales en neuro­logía y en psiquiatría, que sugieren una estrecha conexión entre diversos aspectos de la conciencia y los procesos fisiológicos o pa­tológicos del cerebro, tales como traumas, tumores o infecciones. Por ejemplo, una contusión o la falta de suministro de oxígeno en el cerebro puede producir una pérdida de la conciencia. Un tumor o un trauma en el lóbulo temporal produce ciertas distorsiones del proceso consciente, que se distinguen y se diferencian de las cau­sadas por lesiones en la región frontal. Las infecciones del cerebro o la administración de ciertas drogas con propiedades psicoacti­vas, como los hipnóticos, los estimulantes o los psicodélicos, sue­len producir alteraciones de la conciencia bastante características. En algunas ocasiones, las alteraciones de conciencia relacionadas con desórdenes neurológicos son tan específicas, que pueden con­tribuir a diagnosticar correctamente. Además, la neurocirugía u otras intervenciones médicas, practicadas con acierto, pueden conducir a una mejora clínica notable.
Estas observaciones demuestran, sin duda alguna, que existe una estrecha relación entre la conciencia y el cerebro. Sin embar­go, no demuestran necesariamente que la conciencia sea producto del cerebro. La lógica de la conclusión deducida por la ciencia me­canicista es altamente problemática y es ciertamente posible ima­ginar sistemas teóricos que interpreten los datos existentes de un modo totalmente diferente. Esto se puede ilustrar con un ejemplo tan simple como el de un receptor de televisión. La calidad de la imagen y del sonido depende decisivamente del funcionamiento correcto de todos los componentes y el funcionamiento incorrecto o destrucción de algunos de ellos produce distorsiones muy espe­cíficas. El técnico de televisión puede identificar el componente cuyo funcionamiento es incorrecto, basándose en la naturaleza de la distorsión y corregir el problema reemplazándolo o reparándo­lo. Nadie interpretaría esto como prueba científica de que el pro­grama debe ser generado, por consiguiente, en el receptor de tele­visión, ya que se trata de un sistema fabricado por el hombre, cuyo funcionamiento es bien conocido. Sin embargo, éste es pre­cisamente el tipo de conclusión a la que la ciencia mecanicista ha llegado con relación al cerebro y la conciencia. Es interesante, en conexión con este tema, que Wilder Penfield (neurocirujano de fama mundial, que ha realizado descubrimientos trascendentales sobre el cerebro y aportado contribuciones fundamentales a la neurofisiología moderna) haya expresado en su obra The Mystery of the Mind (1976), en la que resume todo el trabajo de su vida, una profunda duda de que la conciencia sea el producto del cere­bro y de que podamos explicárnosla por medio de la anatomía y fisiología cerebral.
Según la ciencia materialista, los organismos individuales son sistemas esencialmente separados, que pueden comunicarse con el mundo exterior y entre sí, sólo a través de sus órganos sensoria­les; todas estas comunicaciones se realizan mediante formas de energía conocidas. Los procesos mentales se interpretan como reacciones del organismo al medio ambiente y como recombina­ciones creativas de información sensorial adquirida con anteriori­dad, a lo largo de la vida actual del individuo y almacenada en el cerebro en forma de engramas. En este sentido, la psicología ma­terialista se adhiere al credo de la escuela empírica británica, ex­presado sucintamente por John Locke. «Nihil est in intellectu quod antea fuerit in sensu.» (No hay nada en el intelecto que no haya sido procesado con anterioridad por los sentidos.)
Debido a la naturaleza lineal del tiempo, los sucesos del pasa­do se pierden irremediablemente, a no ser que se graben en siste­mas de memoria específicos. Por consiguiente, cualquier tipo de recuerdo necesita un substrato material específico: las células del sistema nervioso central o el código fisioquímico de los genes. Los recuerdos de sucesos acaecidos durante la vida del individuo se al­macenan en los archivos de la memoria del sistema nervioso cen­tral. La psiquiatría ha aceptado la abrumadora cantidad de prue­bas, en los seres humanos, que demuestran que los recuerdos no sólo pueden ser recuperados conscientemente, sino que en ciertas circunstancias pueden ser revividos de un modo intenso y comple­jo. El único substrato concebible para la transferencia de informa­ción ancestral y filogenética lo constituye el código fisioquímico de las moléculas del ADN y ARN. El modelo médico actual reco­noce la posibilidad de dicha transmisión, para la información con­cerniente a la mecánica del desarrollo embriológico, factores constitucionales, disposiciones hereditarias, características o ta­lento paterno y otros fenómenos semejantes, pero no para recuer­dos complejos de sucesos específicos acaecidos con anterioridad a la concepción del individuo.
Bajo la influencia del modelo freudiano, la corriente predomi­nante en la psiquiatría y en la psicoterapia ha aceptado el parecer de que el recién nacido es una tabula rasa, cuyo desarrollo lo de­terminan por completo la secuencia de experiencias a lo largo de su infancia. La teoría médica contemporánea niega la posibilidad de que el nacimiento biológico se grabe en la memoria del niño, dando habitualmente como razón, en los textos de medicina, la inmadurez de la corteza cerebral del recién nacido (mielinización incompleta de la cubierta de las neuronas cerebrales). Las únicas influencias prenatales generalmente reconocidas por los psiquia­tras y los psicólogos, en especulaciones sobre el desarrollo, son las hereditarias, factores constitucionales indefinidos, lesiones físicas del organismo y, posiblemente, diferencias en la fuerza relativa de diversos instintos.
Según la psicología materialista, el acceso a nueva informa­ción sólo es posible por absorción sensorial directa y por la combi­nación de datos archivados o la de éstos con una nueva absorción sensorial. La ciencia mecanicista incluso pretende atribuir fenó­menos tales como la inteligencia humana, el arte, la religión, la ética y la propia ciencia, a procesos materiales del cerebro. La probabilidad de que la inteligencia humana se haya desarrollado, a partir de la mescolanza química del océano primigenio, sólo por medio de secuencias de procesos mecánicos azarosos, ha sido comparada recientemente con acierto, a un huracán, que so­plando a través de un gigantesco campo de chatarra, construya accidentalmente un jumbo 747. Esta suposición altamente impro­bable constituye una afirmación metafísica, que no puede ser de­mostrada con los métodos científicos existentes. Lejos de ser una información científica, como lo afirman sus acérrimos defensores, en el estado actual de conocimiento es poco más que uno de los mitos principales de la ciencia occidental.
La ciencia mecanicista tiene muchas décadas de práctica en lá defensa de sus sistemas de creencias, calificando toda desviación importante, que no guarde consonancia conceptual y perceptual con el modelo newtoniano-cartesiano, de «psicosis» y toda inv¿s­tigación que genere datos incompatibles con dicho modelo, de «mala ciencia». Con toda probabilidad, los efectos nocivos más inmediatos de esta estrategia los ha sufrido la teoría y la práctica de la psiquiatría. La teoría psiquiátrica contemporánea no dispo­ne de explicación adecuada para una amplia gama de fenómenos, situados más allá del campo biográfico de lo inconsciente, tales como las experiencias perinatales y transpersonales de las que se habla detalladamente en esta obra.
Dado que es absolutamente esencial poseer un conocimiento profundo de los campos experienciales transbiográficos, para al­canzar una comprensión auténtica de la mayoría de los problemas que se plantea la psiquiatría, esta situación trae consecuencias graves. En particular, resulta prácticamente imposible compren­der con mayor profundidad el proceso psicótico, sin dar crédito a las dimensiones transpersonales de la psique. Así pues, las expli­caciones existentes, o bien se limitan a ofrecer interpretaciones psicodinámicas superficiales y poco convincentes, reduciendo los problemas en cuestión a factores biográficos de la primera infan­cia, o postulando factores bioquímicos desconocidos para justifi­car las distorsiones de la «realidad objetiva», así como otras mani­festaciones raras e incomprensibles.
La deficiencia del viejo paradigma se pone todavía más de re­lieve a la hora de explicar importantes fenómenos socioculturales, tales como el shamanismo, la religión, el misticismo, los ritos de paso, los misterios antiguos y las ceremonias de curación de diver­sas culturas preindustriales. La tendencia actual a reducir las ex­periencias místicas y la vida espiritual a estados casi psicóticos cul­turalmente aceptados, a supersticiones primitivas, o a conflictos y dependencias irresolutos de la infancia, demuestra una falta grave de comprensión de su verdadera naturaleza. El intento por parte de Freud de equiparar la religión con la compulsión neurótica ob­sesiva, en el mejor de los casos, puede considerarse pertinente con relación a un aspecto de la religión: la práctica de ritos. Sin embargo, ignora por completo el significado auténtico de las ex­periencias visionarias de primera mano de realidades alternativas, en el desarrollo de todas las grandes religiones. Igualmente dudo­sas son buen número de las teorías inspiradas por el psicoanálisis, que intentan justificar los sucesos históricos de proporciones apocalípticas (tales como guerras, revoluciones sangrientas, ge­nocidio y sistemas totalitarios) como consecuencia de traumas de la infancia y otros sucesos biográficos de las personas involu­cradas.
La carencia de poder explicativo de los antiguos modelos re­presenta sólo uno de sus aspectos negativos en cuanto a la psiquia­tría. Ejercen también un fuerte efecto inhibidor de la exploración abierta de nuevas informaciones y áreas que parezcan incompati­bles con sus supuestos básicos sobre la realidad. Un ejemplo de ello lo constituye la mala disposición del grueso de la psicología y de la psiquiatría, para aceptar el diluvio de datos procedentes de fuentes diversas, tales como la práctica de los análisis de Jung y las nuevas psicoterapias experienciales, el estudio de la experiencia de la muerte y el fenómeno de la cercanía de la muerte, la investi­gación psicodélica, los estudios modernos de parapsicología y los informes de «antropólogos visionarios».

Esta rígida adherencia al paradigma newtoniano-cartesiano ha tenido consecuencias particularmente nocivas para la práctica de la psiquiatría y la psicoterapia. Es en gran parte responsable de la aplicación inadecuada del modelo médico a áreas de la psiquiatría que tratan de problemas de la vida y no de enfermedades. La ima­gen del universo creada por la ciencia occidental es una estructura pragmáticamente útil, que contribuye a organizar las observacio­nes y datos disponibles. Como consecuencia de este error episte­mológico, la consonancia perceptual y cognoscitiva con la visión newtoniano-cartesiana del mundo se considera esencial para la sa­lud y normalidad mental.
Las desviaciones importantes de esta «percepción exacta de la realidad» se interpretan como indicaciones de una psicopatología grave, que reflejan un desorden o deterioro de los órganos senso­riales y del sistema nervioso central, una condición médica o una enfermedad. En este contexto, a los estados no ordinarios de con­ciencia, con muy pocas excepciones, se les considera sintomáticos de desórdenes mentales. El propio término «estados alterados de conciencia» sugiere claramente que representan una distorsión o versión tergiversada de la percepción correcta de la «realidad ob­jetiva». En estas circunstancias, parecería absurdo suponer que dichos estados de alteración tuvieran cualquier pertinencia onto­lógica o gnoseológica. Sería igualmente improbable pensar que estos estados inusuales de la mente, considerados esencialmente patológicos, pudieran tener cualquier potencial terapéutico in­trínseco. Así pues, la orientación predominante en la terapia psi­quiátrica consiste en eliminar síntomas y fenómenos inusuales de cualquier género, con el fin de que las percepciones y experien­cias que el individuo tenga del mundo vuelvan a ser las conveni­das.

Retos conceptuales de la investigación moderna sobre la conciencia


A lo largo de la historia de la ciencia moderna, generaciones de científicos han seguido con gran entusiasmo y determinación diversas vías de investigación ofrecidas por el paradigma newto­niano-cartesiano, descartando de buen grado todo concepto y observación, que pudiera cuestionar los supuestos filosóficos bá­sicos compartidos por la comunidad científica. La mayoría de los científicos han sido programados de un modo tan completo a tra­vés de su formación, o han quedado tan impresionados y entusias­mados por sus éxitos pragmáticos, que han tomado su modelo por una descripción literal, precisa y exhaustiva, de la realidad. En este ambiente, han sido innumerables las observaciones en di­versos campos que han sido sistemáticamente descartadas, repri­midas o ridiculizadas, en base a su incompatibilidad con el pen­samiento mecanicista y reduccionista, que para muchos se ha convertido en sinónimo de enfoque científico.
Durante mucho tiempo, los éxitos de este procedimiento fue­ron tan espectaculares que oscurecieron sus fallos prácticos y teó­ricos. Sin embargo, en el ambiente de crisis mundial galopante, que acompaña al precipitado progreso científico, ha pasado a ser cada vez más difícil mantenerse en dicha posición. Está perfecta­mente claro que los viejos modelos científicos no pueden aportar soluciones satisfactorias a los problemas humanos, a los que nos enfrentamos individual, social e internacionalmente y a escala global. Muchos científicos eminentes han expresado, de modos diversos, la creciente sospecha de que la visión mecanicista del mundo propia de la ciencia occidental, en realidad ha contribuido sustancialmente a la crisis actual, e incluso puede que la haya ge­nerado.
Un paradigma es,más que un simple modelo teórico de utili­dad para la ciencia; en la práctica su filosofía moldea el mundo, gracias a la influencia indirecta que ejerce en los individuos y en la sociedad. La ciencia newtoniano-cartesiana ha creado una imagen muy negativa de los seres humanos, describiéndolos como máqui­nas biológicas operadas por impulsos instintuales de naturaleza bestial. No reconoce con autenticidad los valores elevados, tales como la conciencia espiritual, los sentimientos de amor, las nece­sidades estéticas, o el sentido de justicia, a los que considera deri­vados de los instintos básicos o como compromisos esencialmente ajenos a la naturaleza humana. Esta imagen aprueba el individua­lismo, el egoísmo extremo, la competencia y el principio de «su­pervivencia del más fuerte» como tendencias naturales y esencial­mente sanas. La ciencia materialista, cegada por su modelo del mundo como conglomerado de unidades independientes mecáni­camente interactivas, ha sido incapaz de reconocer el valor y la importancia vital de la cooperación, la sinergia y las preocupacio­nes ecológicas.
El extraordinario alcance técnico de esta ciencia, con su po­tencial para resolver la mayoría de los problemas materiales que afligen la humanidad, ha surtido un efecto opuesto al previsto. Su éxito ha creado un mundo en el que sus descubrimientos más so­bresalientes -la energía nuclear, los misiles espaciales, la ciber­nética, los láseres, los ordenadores y demás artefactos electróni­cos, así como los milagros de la química y la bacteriología mo­dernas- se han convertido en un peligro vital y en una pesadilla viviente. En consecuencia, tenemos un mundo política e ideológi­camente dividido, gravemente amenazado por crisis económicas, contaminación industrial y el fantasma de una guerra nuclear. Ante tal situación, cada día son más los que ponen en duda la uti­lidad de un progreso tecnológico precipitado, sin unos individuos emocionalmente maduros que lo dirijan y lo controlen, ni una es­pecie lo suficientemente evolucionada para usar de un modo cons­tructivo los poderosos instrumentos que ha creado.
Con el deterioro mundial de la situación económica, sociopolí­tica y ecológica, cada día parecen ser más los que abandonan la es­trategia de la manipulación y control unilateral del mundo mate­rial, para buscar respuestas dentro de sí mismos. Existe un interés creciente en la evolución de la conciencia, como posible alternati­va a la destrucción global, como lo demuestra la popularidad de la meditación y de otras prácticas espirituales antiguas y orientales, las psicoterapias experienciales, así como la investigación sobre la conciencia, tanto clínica como de laboratorio. Estas actividades han puesto en una nueva perspectiva el hecho de que los paradig­mas tradicionales son incapaces de justificar y de incorporar una enorme cantidad de observaciones, procedentes de diversas áreas y fuentes, que suponen un grave reto.
En su totalidad, dichos datos tienen una importancia extraor­dinaria. Indican la necesidad urgente de una revisión profunda de los conceptos fundamentales de la naturaleza humana y de la na­turaleza de la realidad. Muchos científicos y profesionales de la salud mental, carentes de prejuicios. son conscientes de la enorme brecha que separa la psicología y la psiquiatría contemporáneas, de las grandes tradiciones espirituales antiguas u orientales, tales como las diversas formas de yoga, el shivaismo de Cachemira, el vajrayana tibetano, el taoísmo, el budismo Zen, el sufismo, la cá­bala o la alquimia. El caudal de profundos conocimientos sobre la psique y la conciencia humana, acumulado por dichos sistemas a lo largo de los siglos, o incluso de los milenios, no ha sido recono­cido, explorado ni integrado adecuadamente por la ciencia occi­dental.
Asimismo, los antropólogos que realizan trabajos de campo en culturas no europeas, desde hace varias décadas vienen facili­tando información sobre diversos fenómenos, para los cuales la estructura conceptual tradicional ofrece sólo explicaciones super­ficiales y poco convincentes, o no ofrece explicación alguna. A pe­sar de que en estudios bien documentados se han descrito repeti­damente numerosas observaciones extraordinarias de orden cul­tural, por lo general han sido desechadas, interpretadas como creencias primitivas, supersticiones, o como psicopatología indivi­dual y colectiva. Como ejemplo de las mismas, cabe mencionar experiencias y prácticas shamánicas, estados de trance, caminar sobre brasas encendidas, ritos aborígenes, prácticas curativas es­pirituales, o el desarrollo de diversas habilidades paranormales por parte de individuos o de grupos sociales en su conjunto. Esta situación es mucho más compleja de lo que pueda parecer en la superficie. Mis contactos extraoficiales y confidenciales con an­tropólogos me han convencido de que muchos de ellos han decidi­do no incluir en sus informes ciertos aspectos de sus experiencias en el campo, por temor a ser ridiculizados y marginados por sus colegas newtoniano-cartesianos, y poner en peligro su imagen profesional.
Las insuficiencias y fallos conceptuales del viejo paradigma no se limitan a datos de culturas exóticas. Han aparecido retos igual­mente serios en la investigación occidental, tanto clínica como de laboratorio. Experimentos con la hipnosis, el aislamiento y la sa­turación sensorial, el control voluntario de estados internos, el biofeedback y la acupuntura han servido para dilucidar nuevos as­pectos de muchas prácticas antiguas y orientales, pero han gene­rado más problemas conceptuales que respuestas satisfactorias. La investigación psicodélica ha aclarado por una parte muchos da­tos históricos y antropológicos enigmáticos relacionados con el shamanismo, los cultos misteriosos, los ritos de paso, las ceremo­nias curativas y los fenómenos paranormales en los que se utilizan plantas sagradas. Sin embargo, también ha confirmado la validez de muchos conocimientos antiguos, aborígenes y orientales sobre la conciencia, desestimando al mismo tiempo ciertos supuestos fi­losóficos básicos de la ciencia mecanicista. Como se verá más ade­lante, los experimentos con drogas psicodélicas han destruido la visión convencional de la psicoterapia, los modelos tradicionales de la psique, la imagen de la naturaleza humana e incluso las creencias básicas sobre la naturaleza de la realidad.
Las observaciones de la investigación psicodélica no se limitan en modo alguno al uso de sustancias psicoactivas; se dispone de información procedente de psicoterapias y trabajos corporales modernos, sin uso de drogas, tales como los análisis de Jung, la psicosíntesis, diversos enfoques neoreichianos, Gestalts, formas modificadas de terapia primitiva, imaginería dirigida por música, el método de Rolf, varias técnicas de repetición del nacimiento, regresión a la vida anterior y revisiones cientológicas. La técnica de integración holonómica o terapia holotrópica, elaborada por mi esposa Christina y yo, que consiste en una combinación de res­piración controlada, música evocativa y trabajo corporal canaliza­do, puede inducir una amplia gama de experiencias que práctica­mente coinciden con el espectro experiencial psicodélico. Esta técnica se describe en el capítulo siete.
Otra fuente de información importante que desafía los para­digmas establecidos de la ciencia mecanicista la constituye la in­vestigación parapsicológica moderna. Ha llegado a ser cada vez más difícil que se ignoren o se nieguen a priori los datos proceden­tes de experimentos, realizados con el debido cuidado y metodo­logía, basándose exclusivamente en su incompatibilidad con el sis­tema tradicional de creencias. Respetables científicos con refe­rencias impecables, como Joseph Banks Rhine, Gardner Murphy, Jules Eisenbud, Stanley Krippner, Charles Tart, Elmer y Alyce Green, Arthur Hastings, Russell Targ y Harold Puthoff, han acu­mulado pruebas de la existencia de la telepatía, la clarividencia, la proyección astral, la visión remota, el diagnóstico y la curación psíquica, o la psicokinesis, que pueden aportar pruebas importan­tes para una nueva comprensión de la realidad. Es interesante el hecho de que muchos físicos modernos, familiarizados con la físi­ca cuántica-relativista, en general parezcan mostrar mayor interés en los fenómenos paranormales, que los psiquiatras y los psicólo­gos tradicionales. También cabe mencionar la fascinante informa­ción procedente del campo de la tanatología, que sugiere entre otras cosas que las personas clínicamente muertas, frecuentemen­te perciben con precisión la situación que las rodea, desde plata­formas que no les son accesibles cuando se hallan en pleno estado de conciencia.
En lugar de hablar de estas materias de un modo sinóptico y amplio, a continuación centraré el tema en las observaciones de la investigación psicodélica, particularmente de la psicoterapia con LSD. He elegido este enfoque, después de reflexionarlo, por va­rias razones importantes. La mayoría de los investigadores que han estudiado los efectos de los psicodélicos han llegado a la con­clusión de que la mejor forma de considerar esas drogas es como ampliadoras o catalizadoras de los procesos mentales. En lugar de inducir estados vinculados con la sustancia específica, parecen ac­tivar matrices o potenciales preexistentes de la mente humana. El individuo que la ingiere no experimenta una «psicosis tóxica» esencialmente distinta al funcionamiento de su psique en circuns­tancias normales, sino que emprende un viaje fantástico hacia el interior de su mente inconsciente y superconsciente. Por consi­guiente estas drogas revelan y permiten la observación directa de una amplia gama de fenómenos de otra forma ocultos, que repre­sentan capacidades intrínsecas de la mente humana y juegan un papel importante en la dinámica mental normal.
Dado que el espectro psicodélico cubre la totalidad de la gama de experiencias humanamente posibles, incluye todos los fenóme­nos mencionados anteriormente, que tienen lugar sin la interven­ción de drogas, como las ceremonias aborígenes, diversas prácti­cas espirituales, psicoterapias experienciales, técnicas modernas de laboratorio, investigación parapsicológica y urgencias biológi­cas o situaciones próximas a la muerte. Además, el efecto amplia­dor y catalizador de los psicodélicos permite inducir estados inu­suales de conciencia, de una intensidad y claridad extraordinarias, bajo condiciones controladas y con una enorme consistencia. Esto representa una considerable ventaja para el investigador y hace que los fenómenos psicodélicos sean particularmente aptos para su estudio sistemático.
La razón más importante y evidente para limitar este estudio al campo de la investigación psicodélica la constituye mi prolonga­do interés científico en dicha materia. Después de conducir varios millares de sesiones con LSD y otras sustancias alteradoras de la mente, y de haber experimentado personalmente muchos estados psicodélicos, dispongo de un nivel de conocimiento relacionado con los fenómenos inducidos por drogas, del que carezco en cuanto a otras formas de experiencias afines. Desde 1954, cuan­do por primera vez me interesé y me familiaricé con las drogas psicodélicas, he dirigido personalmente más de 3.000 sesiones con LSD y he tenido acceso a los informes de más de 2.000 sesio­nes, conducidas por mis colegas en Checoslovaquia y en Estados Unidos. Los sujetos que han participado de estos experimentos han sido voluntarios «normales», diversos grupos de pacientes psiquiátricos y cancerosos moribundos. Los grupos que no esta­ban formados por pacientes, constaban de psiquiatras y psicólo­gos, científicos de otras disciplinas, artistas, filósofos, teólogos, estudiantes y auxiliares psiquiátricos. Los pacientes con desór­denes emocionales pertenecían a diversas categorías diagnósticas; entre ellos había individuos con varias formas de depresión, psico­neuróticos, alcohólicos, drogadictos, pacientes con desviaciones sexuales, enfermos psicosomáticos, psicóticos indeterminados y esquizofrénicos. Los dos enfoques principales utilizados en este trabajo, la terapia psicolítica y la psicodélica, han sido descritos detalladamente en otra obra (Grof, 1980).
Mi trabajo clínico con psicodélicos a lo largo de los años ha de­mostrado crecientemente que ni la naturaleza de la experiencia producida por LSD, ni las numerosas observaciones realizadas durante la terapia psicodélica pueden explicarse adecuadamente en términos de la visión mecanicista newtoniano-cartesiana del universo ni, más concretamente, en los de los modelos neurofisio­lógicos del cerebro existentes. Después de muchos años de lucha y confusión conceptual, he llegado a la conclusión de que la infor­mación procedente de la investigación con LSD indica la necesi­dad urgente de una revisión profunda de los paradigmas existen­tes para la psicología, la psiquiatría, la medicina y posiblemente la ciencia en general. Ahora no me cabe prácticamente duda alguna de que nuestra actual interpretación del universo, de la naturaleza de la realidad y en particular de los seres humanos, es superficial, incorrecta e incompleta.

A continuación describiré brevemente las observaciones más importantes de la psicoterapia con LSD, que en mi opinión supo­nen un grave reto para la teoría psiquiátrica contemporánea, el pensamiento médico actual y el modelo mecanicista del universo, basado en las opiniones de Isaac Newton y René Descartes. Algu­nas de estas observaciones están relacionadas con ciertas caracte­rísticas formales de los estados psicodélicos, otras con su conteni­do y las restantes con unas conexiones extraordinarias que pare­cen existir entre las mismas y la textura de la realidad exterior. En este momento me parece apropiado subrayar de nuevo, que lo que se dice a continuación no es sólo aplicable a los estados psico­délicos, sino a diversos estados de conciencia no ordinarios, que pueden tener lugar de un modo espontáneo o inducidos sin la ayu­da de drogas. Por consiguiente, todos los puntos que se debaten están dotados de una validez general para la comprensión de la mente humana, tanto en la salud como en la enfermedad.
En primer lugar permítanme que les ofrezca una sucinta rese­ña de las características formales de los estados de conciencia no ordinarios. En las sesiones psicodélicas y en otros tipos de expe­riencias inusuales se pueden experimentar diversas secuencias dramáticas, con una agudeza, realismo e intensidad sensorial comparable o superior a la percepción ordinaria del mundo mate­rial. Si bien los aspectos ópticos suelen ser predominantes para la mayoría de los sujetos, también pueden darse experiencias muy realistas en otras áreas sensoriales. En algunas ocasiones la expe­riencia puede verse dominada por potentes sonidos aislados, vo­ces humanas y animales, auténticas secuencias musicales, un do­lor físico intenso y otras sensaciones somáticas, así como gustos y olores, o puede que éstas jueguen un papel importante en la mis­ma. El pensamiento es objeto de la influencia más profunda y el intelecto puede crear interpretaciones de la realidad completa­mente diferentes a las características del sujeto en su estado ordi­nario de conciencia. La descripción de los elementos experiencia­les esenciales, de los estados de conciencia inusuales, no sería completa sin mencionar la amplia gama de intensas emociones que constituyen sus componentes característicos.
Muchas experiencias psicodélicas parecen estar dotadas de una cualidad general similar a las de la vida cotidiana, con secuen­cias en un espacio tridimensional y desarrollándose a lo largo de un tiempo lineal continuo. Sin embargo, también es bastante co­rriente que se experimenten dimensiones adicionales y alternati­vas experienciales. El estado psicodélico tiene una cualidad multi­dimensional y se manifiesta a diversos niveles, mientras que las secuencias newtoniano-cartesianas, si tienen lugar, parecen haber sido extraídas arbitrariamente de un complejo continuo de posibi­lidades infinitas. Al mismo tiempo, están dotadas de todas las ca­racterísticas que asociamos con la percepción de la «realidad obje­tiva» del mundo material.
A pesar de que los sujetos tratados con LSD hablan frecuente­mente de imágenes, éstas no poseen la cualidad de fotografías fi­jas. Están en constante movimiento dinámico y habitualmente transmiten acción y drama. Sin embargo, la expresión «película interna», que con tanta frecuencia aparece en los informes sobre LSD, tampoco describe correctamente su naturaleza. En cinema­tografía, el efecto tridimensional se simula artificialmente con el movimiento de la cámara, de modo que se recibe una percepción bidimensional del espacio, cuya interpretación depende en última instancia del espectador. Por el contrario, las visiones psicodélicas son realmente tridimensionales y están dotadas de todas las cuali­dades de la percepción cotidiana, por lo menos en algunas de las experiencias con LSD. Parecen ocupar un espacio específico, pu­diendo ser observadas desde diferentes direcciones y ángulos, con un verdadero paralaje. Es posible concentrarse y enfocar selecti­vamente diferentes niveles y planos del continuo experiencial, percibir o reconstruir texturas minuciosas y ver con transparencia los objetos contemplados, distinguiendo por ejemplo una célula, un cuerpo embriónico, fragmentos de una planta, o una piedra preciosa. Esta variación intencional del enfoque no es más que un mecanismo de difuminación o aclaración de las imágenes. Tam­bién se logra un mayor discernimiento sobreponiéndose a la dis­torsión causada por el miedo, las defensas y la resistencia, o per­mitiendo que el contenido evolucione a lo largo del tiempo lineal continuo.
Una característica importante de la experiencia psicodélica es el hecho de que trasciende el espacio y el tiempo. Prescinde del continuo lineal entre el mundo microcósmico y el macrocosmos, que parece ser absolutamente indispensable en el estado de con­ciencia habitual. Los objetos representados cubren la totalidad de la gama de dimensiones, desde átomos, moléculas y células indivi­duales, hasta cuerpos celestes gigantescos, sistemas solares y gala­xias. Los fenómenos correspondientes a la «zona de dimensiones medias», directamente perceptibles a través de los sentidos, apa­recen en el mismo continuo experiencial que los que sólo suelen ser accesibles a los sentidos humanos, con la ayuda de complejos aparatos como los microscopios o los telescopios. Desde el punto de vista experiencial, la distinción entre el microcosmos y el ma­crocosmos es arbitraria, ambos pueden coexistir en la misma ex­periencia y son fácilmente intercambiables. Con LSD el sujeto puede experienciarse a sí mismo como una sola célula, como un feto y como una galaxia; estos tres estados pueden coexistir simul­táneamente, o alternarse variando simplemente el enfoque.
Asimismo, la alineación de secuencias temporales trasciende a estados de conciencia inusuales. Escenas de diferentes contex­tos históricos pueden darse simultáneamente y parecer significa­tivamente conectadas por sus características experienciales. De ese modo, una experiencia traumática de la infancia, una se­cuencia dolorosa del nacimiento biológico y lo que parece ser un recuerdo de un suceso trágico de una encarnación anterior pue­den aparecer simultáneamente, como partes integrantes de una compleja estructura experiencial. Y una vez más, el individuo puede concentrarse a su elección en cualquiera de esas escenas, experimentándolas simultáneamente, o percibiéndolas de un modo alternativo, mientras descubre conexiones significativas entre ellas. La distancia lineal del tiempo que domina la expe­riencia cotidiana está ausente y en los mismos grupos aparecen acontecimientos de diferentes contextos históricos, cuando éstos comparten la misma fuerza emocional o una sensación física in­tensa de un género similar.
Los estados psicodélicos ofrecen muchas alternativas expe­ríenciales al tiempo lineal y espacio tridimensional newtonianos, que caracterizan nuestra existencia cotidiana. En los estados no ordinarios se pueden experimentar sucesos del pasado reciente y remoto, y del futuro, con la intensidad y complejidad que en el es­tado de conciencia habitual están reservadas exclusivamente al momento presente. Hay modalidades de experiencias psicodéli­cas en las que el tiempo parece transcurrir mucho más despacio o acelerarse enormemente, fluir hacia el pasado, o trascender por completo y dejar de existir. Puede parecer circular, o circular y li­neal al mismo tiempo, seguir una trayectoria espiral, o mostrar pautas específicas de desviación y distorsión. Es bastante frecuen­te que se sobrepase el tiempo como dimensión y que éste adquiera características espaciales, con el pasado, el presente y el futuro esencialmente yuxtapuestos y coexistiendo en el presente. Oca­sionalmente, los sujetos bajo el efecto de LSD experimentan di­versas formas -de viajes por el tiempo; retrocediendo en la histo­ria, cruzando espirales, o saliéndose por completo de su dimen­sión para entrar de nuevo en otro momento histórico.
La percepción del espacio puede experimentar cambios seme­jantes. Los estados inusuales de la mente demuestran claramente la estrechez y las limitaciones del espacio con sus tres únicas di­mensiones. Los sujetos bajo el efecto de LSD afirman frecuente­mente haber experimentado el espacio y el universo en forma curvada y autocontenida, o haber logrado percibir mundos con cuatro, cinco o más dimensiones. Otros tienen la sensación de ha­llarse en un punto de la conciencia carente de toda dimensión. Es posible ver el espacio como una construcción arbitraria y una pro­yección de la mente, desprovisto por completo de existencia obje­tiva. En ciertas circunstancias pueden verse numerosos universos de distintos órdenes, interpenetrados en coexistencia holográfica. Al igual que en los viajes por el tiempo, se puede experimentar un desplazamiento lineal a un lugar distinto por transferencia men­tal, un transporte directo e inmediato a través de una espiral en el espacio, o salirse por completo de su dimensión para entrar nue­vamente en otro lugar.
Otra característica importante de los estados psicodélicos con­siste en superar la distinción específica entre materia, energía y conciencia. Estas visiones internas pueden ser tan realistas, que simulan con acierto los fenómenos del mundo material y, recípro­camente, lo «material» que en la vida cotidiana parece sólido y tangible, puede desintegrarse en pautas de energía, una danza cósmica de vibraciones, o en un juego de la conciencia. El mundo de individuos y objetos independientes se ve reemplazado por un estanque indiferenciado de pautas energéticas, o conciencia en la que diversos tipos y niveles de límites juegan arbitrariamente. Los que inicialmente consideraban que la materia era la base de la existencia y veían la mente como algo derivado de la misma co­mienzan por descubrir que la conciencia constituye un principio independiente en el sentido de dualismo psicológico y acaban por aceptarlo como realidad única. En los estados mentales más am­plios y universales se suele superar la dicotomía entre la existencia y la no existencia; la forma y el vacío parecen ser equivalentes e intercambiables.
Un aspecto muy interesante e importante de los estados psico­délicos lo constituyen las experiencias de contenido condensado o compuesto. En el transcurso de la psicoterapia con LSD se pue­den descifrar algunas experiencias como formaciones simbólicas de determinación múltiple, combinando elementos de muchas áreas distintas, relacionados emocional y temáticamente, de un modo eminentemente creativo.' Hay un paralelismo claro entre estas estructuras dinámicas y las imágenes de los sueños, tal como las analizó Sigmund Freud (1953b). Otras experiencias compues­tas parecen ser mucho más homogéneas; en lugar de reflejar una diversidad de temas y niveles de significado, incluidos los de natu­raleza contradictoria, estos fenómenos representan una plurali­dad de contenido de forma unificada, producto de la suma de va­rios elementos. Las experiencias de unidad dual con otra persona (es decir, la sensación de la identidad propia y simultáneamente la de unidad con otro), la conciencia colectiva, ya sea de un grupo de individuos o de la totalidad de la población de un país (India, la Rusia de los zares, la Alemania nazi), o el de toda la humanidad, pertenecen a esta categoría. Asimismo, las experiencias arquetí­picas de la madre sancionadora u omnipotente, del hombre o de la mujer, del padre, del o de la amante, del hombre cósmico, o de la totalidad de la vida como fenómeno cósmico, pueden mencio­narse como ejemplos importantes.
Esta tendencia a crear imágenes compuestas no se manifiesta exclusivamente en el contenido interno de la existencia psicodéli­ca. Es también responsable de otro fenómeno común e importan­te: la transformación ilusoria de las personas presentes en las se­siones psicodélicas, o del ambiente físico que las rodea, por parte del material inconsciente que emerge del sujeto bajo los efectos de LSD y que mantenga los ojos abiertos. Las experiencias resul­tantes representan complejas amalgamas, en las que se combina la percepción del mundo externo con los elementos proyectados desde el inconsciente. Así pues, el terapeuta puede ser percibido sumultáneamente con su identidad habitual y como padre, verdu­go, entidad arquetípica, o como un personaje de una encarnación anterior. El consultorio puede transformarse ilusoriamente en el dormitorio infantil, el útero en el momento del nacimiento, una cárcel, la celda de la muerte, un prostíbulo, una choza indígena y muchos otros escenarios materiales, manteniendo al mismo tiem­po -a otro nivel- su identidad original.


Una última característica extraordinaria de los estados inusua­les de conciencia que debemos mencionar consiste en superar la diferencia entre el ego y los elementos del mundo exterior o, en términos más generales, entre la parte y el todo. En una sesión de LSD es posible experienciarse a sí mismo como alguien o como algo ajeno, tanto perdiendo la identidad original, como sin per­derla. La experiencia de uno mismo como una infinitésima frac­ción independiente del universo no parece ser incompatible con la de sentirse formar a su vez otra parte del mismo, o de la totalidad de la existencia. Los sujetos bajo los efectos de LSD pueden expe­rienciar simultáneamente, o alternativamente, muchas formas di­ferentes de identidad. Un extremo lo constituye la identificación plena con el animal biológico independiente, limitado y alienado, que constituye el cuerpo material en el que reside, es decir, su propio cuerpo. En esta forma el individuo es diferente de todo y de todos los demás, y sólo representa una fracción infinitésima -y finalmente despreciable- de la totalidad. El extremo opues­to consiste en la plena identificación experiencial con la toma de conciencia indiferenciada de la mente universal, o del vacío y, por consiguiente, con la totalidad de la red cósmica y con la plenitud de la existencia. Esta última experiencia tiene la cualidad paradó­jica de estar desprovista de contenido, a pesar de contenerlo todo; nada existe en forma concreta, pero al mismo tiempo la totalidad de la existencia parece estar representada, o presente de un modo potencial o germinal.
Las observaciones relacionadas con el contenido de las expe­riencias no ordinarias suponen un reto todavía mayor para el pa­radigma newtoniano-cartesiano, que las características formales antes descritas. Cualquier terapeuta de LSD sin prejuicios, que haya dirigido numerosas sesiones psicodélicas, se ha encontrado con un diluvio de datos inexplicables en el contexto de las estruc­turas científicas existentes. En muchos casos, no sólo carecen de explicación por falta de información sobre sus posibles vínculos causales, sino porque son teóricamente inimaginables, si se man­tienen los postulados existentes de la ciencia mecanicista.
Trabajando con LSD, hace ya mucho tiempo, me resultó im­posible ignorar el permanente aluvión de datos asombrosos, por el simple hecho de que fueran incompatibles con los supuestos bá­sicos de la ciencia contemporánea. También tuve que dejar de in­tentar convencerme a mí mismo de que debían existir explicacio­nes razonables, a pesar de mi incapacidad de imaginarlas por mu­cho que dejara volar mi fantasía. Admití la posibilidad de que nuestra visión científica actual del mundo resultara ser tan super­ficial, imprecisa e inadecuada, como muchas de las que la habían precedido en la historia. A partir de aquel momento comencé a tomar nota cuidadosamente de todas las observaciones enigmáti­cas y polémicas, sin juzgarlas ni intentar explicarlas. Cuando logré romper mi dependencia de los antiguos modelos y convertirme en un simple observador participante en el proceso, comencé a dar­me cuenta de que había modelos importantes en las filosofías anti­guas u orientales y en la ciencia occidental moderna que ofrecían alternativas conceptuales emocionantes y prometedoras.
En otra parte de la obra he descrito detalladamente las obser­vaciones más importantes de la investigación con LSD, que supo­nen un reto fudamental para la visión mecanicista del mundo. En este capítulo me limitaré a revisar someramente los hallazgos más sobresalientes y a facilitar a los interesados las fuentes originales.9 Para analizar el contenido de los fenómenos psicodélicos, me ha sido útil distinguir cuatro categorías principales de experiencias. Las más superficiales, en cuanto a que son las más accesibles para la mayoría, son las abstractas o estéticas. Éstas no están dotadas de un contenido simbólico específico, relacionado con la personali­dad del sujeto y encuentran explicación en la anatomía y fisiología de los órganos sensoriales, según se presentan en los textos médi­cos tradicionales. En este nivel de los estados psicodélicos no he hallado nada que no pudiera ser interpretado en un estricto len­guaje newtoniano-cartesiano.
La próxima categoría o nivel de la experiencia psicodélica la constituye la psicodinámica, biográfica o recordativa. En ella se reviven recuerdos emocionalmente significativos de diversos pe­ríodos de la vida del sujeto y experiencias simbólicas, que pueden ser descifradas como variaciones o recombinaciones de elementos biográficos, de un modo bastante semejante al de las imágenes de los sueños descritas por los psicoanalistas. La estructura teórica freudiana es de muchísima utilidad para tratar dichos fenómenos a este nivel, que en la mayoría de los casos sigue sin suponer un reto para el modelo newtoniano-cartesiano, lo cual no es sorprendente ya que el propio Freud utilizó explícita y conscientemente los prin­cipios mecanicistas newtonianos, para formular la estructura con­ceptual del psicoanálisis.
Puede sorprendernos el hecho de que, en algunas ocasiones, se revivan recuerdos de los primeros días o semanas de la infancia, con una precisión fotográfica detallada. Asimismo, los recuerdos de traumas físicos graves, tales como el haber estado a punto de ahogarse, heridas, accidentes, operaciones y enfermedades, pare­cen ser de mayor importancia que los traumas psicológicos en los que hacen hincapié la psicología y la psiquiatría contemporáneas. Dichos recuerdos de traumas físicos parecen estar directamente relacionados con el desarrollo de diversos desórdenes emociona­les y psicosomáticos. Esto se cumple incluso en el caso de expe­riencias asociadas a operaciones realizadas bajo anestesia general. Sin embargo, por nuevos y sorprendentes que algunos de estos descubrimientos puedan ser para la medicina y la psiquiatría, son poco significativos como indicadores de la necesidad de un cam­bio importante de paradigma.
Los problemas conceptuales relacionados con el tercer tipo de experiencias psicodélicas, que denomino perinatales,10 son de ma­yor importancia. Las observaciones clínicas de la psicoterapia con LSD sugieren que el inconsciente humano contiene repositorios o matrices, cuya activación conduce a revivir el nacimiento biológi­co y a una profunda confrontación con la muerte. El proceso re­sultante del morir y renacer se asocia típicamente con la apertura de áreas espirituales intrínsecas de la mente humana, indepen­dientes dei ambiente racial, cultural y educativo del individuo. Las experiencias psicodélicas de este género presentan problemas teóricos importantes.
En esta experiencia perinatal, los sujetos bajo los efectos de LSD pueden revivir elementos de su nacimiento biológico en toda su complejidad y en algunos casos con asombroso detalle objetiva­mente verificable. En condiciones favorables, he logrado confir­mar la exactitud de muchos de dichos informes, con frecuencia en el caso de individuos que no tenían conocimiento previo de las cir­cunstancias de su nacimiento. Los sujetos han sido capaces de re­conocer detalles específicos y anomalías de su posición fetal, la mecánica detallada del parto, la naturaleza de las intervenciones obstétricas y los pormenores de la atención posnatal. La experien­cia del nacimiento de nalgas, placenta previa, el cordón umbilical alrededor del cuello, la utilización de aceite de ricino durante el parto, el uso de fórceps, manipulaciones diversas, distintas anes­tesias y técnicas específicas de reanimación constituyen algunos ejemplos de dichos fenómenos, observados en experiencias psico­délicas perinatales.
El recuerdo de estos sucesos parece incluir los tejidos y las células del cuerpo. El proceso por el que uno revive el trauma de su nacimiento puede relacionarse con la recreación psicosomáti­ca de todos los síntomas fisiológicos correspondientes, tales como la aceleración del pulso, ahogo con cambios espectaculares del color de la piel, hipersecreción de saliva y flema, tensión mus­cular excesiva con descargas de energía, posiciones y movimien­tos específicos, y la aparición de magulladuras y marcas de naci­miento. Existen indicios de que al revivir el nacimiento en sesio­nes de LSD, se producen cambios bioquímicos en el cuerpo que reproducen la situación en el momento del parto, caracterizados por la baja capacidad de saturación de oxígeno de la sangre, indi­cadores bioquímicos de tensión y cualidades específicas del me­tabolismo glucídico. Esta compleja reinterpretación del acto del nacimiento, que alcanza procesos subcelulares y cadenas de reac­ciones bioquímicas, supone una dificultad para los modelos cientí­ficos convencionales.
Sin embargo, existen otros aspectos del proceso de morir y re­nacer todavía más difíciles de resolver. El simbolismo que acom­paña estas experiencias aparece en muchas culturas distintas, in­cluso sin conocimiento previo por parte del sujeto de los temas mitológicos correspondientes. En algunos casos, no sólo incluye el conocido simbolismo del proceso de morir y renacer que se ha­lla en la tradición judeo-cristiana -la humillación y tortura de Je­sucristo, la muerte en la cruz y la resurrección - sino detalles de la leyenda de Isis y Osiris, de los mitos de Dionisos, Adonis, Orfeo, Mitra, o del dios nórdico Balder y sus casi desconocidos equiva­lentes en las culturas precolombinas. La riqueza de la información relacionada con este proceso, en el caso de algunos sujetos bajo los efectos de LSD, es verdaderamente extraordinaria.
El mayor desafío al modelo mecanicista del universo newto­niano-cartesiano procede de la última categoría de los fenómenos psicodélicos, toda una gama de experiencias que he optado por denominar transpersonales. El común denominador de este gru­po copioso y ramificado de experiencias inusuales lo constituye la sensación individual de expansión de la conciencia, más allá de las fronteras del ego, superando las limitaciones del tiempo y del espacio.
Muchas de las experiencias que pertenecen a esta categoría pueden interpretarse como regresiones en el tiempo histórico y exploraciones del pasado biológico, cultural o espiritual, por par­te del propio sujeto. No es infrecuente en las sesiones psicodéli­cas que se experimenten episodios concretos y realistas de la vida fetal y embriónica. Muchos sujetos dan cuenta de secuencias in­tensas a un nivel celular de conciencia, que parece reflejar su exis­tencia en forma de esperma y de óvulo en el momento de la concep­ción. En algunos casos la regresión parece ser todavía más profun­da y el sujeto tiene la convincente sensación de estar reviviendo episodios de la vida de sus antepasados biológicos, o alcanzando incluso el océano de la memoria colectiva y racial. En ciertas oca­siones, los sujetos bajo los efectos de LSD hablan de experiencias en las que se identifican con diversos animales del escalafón evolu­tivo, o tienen la sensación precisa de revivir recuerdos de su exis­tencia en una encarnación previa.
En otros fenómenos transpersonales son las barreras espacia­les, en lugar de las temporales, las que se superan. A esta categoría pertenecen las experiencias de conciencia de otra persona, de un grupo de individuos, o de toda la humanidad. Cabe incluso la posi­bilidad de que un supere los límites específicos de la experiencia humana y se sintonice con lo que parecería ser la conciencia de los animales, las plantas o los objetos inanimados. En casos extremos es posible experimentar la conciencia de la totalidad de la crea­ción, de todo el planeta, o del universo material en su conjunto.
Los individuos que alcanzan experiencias transpersonales de este género en sus sesiones psicodélicas descubren frecuentemen­te información detallada y bastante esotérica, relacionada con los aspectos correspondientes del universo material, que excede so­bradamente su formación general y su conocimiento específico sobre el área en cuestión. Así pues, los informes de sujetos que bajo los efectos de LSD han experimentado episodios de su exis­tencia embriónica, del momento de la concepción y de elementos de la conciencia celular, de los tejidos y de los órganos, están re­pletos de detalles médicos de gran precisión sobre los aspectos anatómicos, fisiológicos y bioquímicos de dichos procesos. Asi­mismo, las experiencias ancestrales, los elementos de la concien­cia colectiva y racial en el sentido junguiano y el «recuerdo de en­carnaciones anteriores» suelen revelar detalles extraordinarios so­bre hechos históricos específicos, ropajes, arquitectura, armas, arte o prácticas religiosas de las culturas en cuestión. Los sujetos que bajo los efectos de LSD han revivido recuerdos filogenéticos o experimentado la conciencia de formas animales contemporá­neas, no sólo los han hallado extraordinariamente auténticos y convincentes, sino que además han adquirido una singular per­cepción interna de la psicología, etología, costumbres específicas, los complejos ciclos de reproducción y los ritos de cortejo, de di­versas especies animales.
Muchos participantes en sesiones de LSD han informado de que en sus percepciones la conciencia no es un producto del siste­ma nervioso central y, por consiguiente, exclusiva de los humanos y de los vertebrados superiores. La han visto como una caracterís­tica primaria de la existencia, que no puede reducirse a, ni des­viarse de, ninguna otra cosa. Los individuos que han facilitado in­formes de episodios de identificación de conciencia con las plantas o con parte de las mismas, en algunas ocasiones han alcanzado una extraordinaria percepción interna de ciertos procesos botáni­cos, tales como la germinación de las semillas, la fotosíntesis en las hojas, la polinación, o el intercambio de agua y minerales en las raíces. Igualmente común es la sensación de identificación con la conciencia de la materia o de los procesos inorgánicos, tales como el oro, el granito, el agua, el fuego, los rayos, los huracanes, la actividad volcánica, o incluso los átomos y las moléculas indivi­duales. Al igual que los fenómenos anteriores, estas experiencias se caracterizan por la sorprendente precisión de su percepción in­terna.
Otro grupo importante de experiencias transpersonales inclu­ye telepatía, diagnóstico psíquico, clarividencia, clariaudiencia, precognición, psicometría, experiencias de abandono del cuerpo, clarividencia espacial y otros fenómenos paranormales. Algunos de ellos se caracterizan por la superación de las limitaciones tem­porales habituales, otros por la de las barreras espaciales, o por la de ambas. Dado que en muchos otros casos de fenómenos trans­personales también es frecuente acceder a nueva información por canales extrasensoriales, la clara línea divisoria entre psicología y parapsicología tiende a desaparecer, o a convertirse en bastante arbitraria, cuando se reconoce y se acepta la existencia de expe­riencias transpersonales.
La existencia de experiencias transpersonales supone una vio­lación de algunos de los supuestos y principios más básicos de la ciencia mecanicista. De ellas se infieren criterios tan aparente­mente absurdos como la naturaleza relativa y arbitraria de todos los límites físicos, conexiones de orden no local en el universo, co­municación por medios y canales desconocidos, memoria sin substrato material, la desalineación del tiempo, o la conciencia re­lacionada con todas las formas vivientes (organismos unicelulares y plantas inclusive), e incluso la materia inorgánica.
Muchas experiencias transpersonales incluyen sucesos del microcosmos y del macrocosmos -reinos inalcanzables directa­mente por los sentidos humanos- o de períodos históricamente anteriores al origen del sistema solar, del planeta Tierra, de los organismos vivos, del sistema nervioso y del homo sapiens. Estas experiencias sugieren claramente que, de un modo todavía inex­plicable, en cada uno de nosotros está contenida la información sobre el conjunto del universo o la totalidad de la existencia, que a nivel experiencial disponemos potencialmente de acceso a todas sus partes y que en cierto sentido somos la totalidad de la estructu­ra cósmica, tanto como una parte infinitésima de la misma, o una entidad biológica independiente e insignificante.
El contenido de las experiencias mencionadas hasta estos mo­mentos incluye elementos del mundo fenomenal. A pesar de que dicho contenido pone en duda la idea de que el universo esté com­puesto de objetos materiales objetivamente independientes los unos de los otros, tampoco va más allá de lo que el mundo occi­dental considera «realidad objetiva», tal como se percibe en esta­do normal de conciencia. Generalmente se acepta que descende­mos de un complejo linaje de antepasados humanos y animales, que formamos parte de una herencia racial y cultural específica, y que hemos sido objeto de un complicado desarrollo biológico, desde la fusión de dos células germinales hasta los altamente dife­renciados organismos metazoarios. Nuestra experiencia cotidiana indica que vivimos en un mundo en el que, además de nosotros, se halla un número infinito de elementos: humanos, animales, plan­tas y objetos inanimados. Esto es algo que aceptamos en base a nuestra experiencia sensorial directa, validación consensual, evi­dencia empírica e investigación científica. Por consiguiente, en las experiencias transpersonales que incluyan regresión histórica11 o la superación de barreras espaciales, no es el contenido lo sor­prendente, sino la posibilidad de experimentarlo y de identificar­nos conscientemente con diversos aspectos del mundo fenomenal externo. En circunstancias normales, consideraríamos esas áreas totalmente independientes de nosotros e inaccesibles a nuestra experiencia. Con relación a los animales inferiores, las plantas y la materia inorgánica, puede' que también nos sorprenda descu­brir conciencia donde no esperaríamos hallarla. En los casos clá­sicos de percepción extrasensorial, tampoco es el contenido de las experiencias lo inusual o sorprendente, sino la forma de obte­ner cierta. información sobre otras personas, o la percepción de alguna situación que, de acuerdo con el sentido común y según los paradigmas científicos vigentes, debería estar fuera de nues­tro alcance.
Sin embargo, el reto teórico de estas observaciones, por muy formidable que pueda ser de por sí, se ve incrementado por el he­cho de que, en las sesiones psicodélicas, las experiencias transper­sonales que reflejan correctamente el mundo material, lo hacen en el mismo continuo y entrelazándolo íntimamente con otras cuyo contenido difiere de la visión del mundo, predominante en la civilización occidental. Aquí cabe mencionar los arquetipos jun­guianos: el mundo de los dioses, los demonios, los semidioses, los superhéroes y las complejas secuencias mitológicas, legendarias y de los cuentos de hadas. Incluso estas experiencias pueden rela­cionarse con información precisa sobre el folklore, el simbolismo religioso y las estructuras mitológicas de diversas culturas del mundo, con las que el sujeto no estaba familiarizado o por las que no se había interesado, con anterioridad a la sesión psicodélica. Las experiencias más universales y generalizadas de este género implican identificación con la conciencia cósmica, la mente uni­
versal, o el vacío.
El hecho de que las experiencias transpersonales puedan faci­litar acceso a información precisa sobre diversos aspectos del uni­verso, antes desconocidos para el sujeto, requiere una revisión fundamental de nuestros conceptos acerca de la naturaleza de la realidad y la relación entre conciencia y materia. Igualmente pro­vocador es el descubrimiento de reinos o entidades arquetípicos y mitológicos que parecen existir por cuenta propia y a los que no se puede hallar explicación como derivados del mundo material. Sin embargo, hay otras observaciones asombrosas que el nuevo para­digma tendrá que justificar o tener en cuenta.
En muchos casos, las experiencias transpersonales en las se­siones psicodélicas parecen estar inextricablemente entretejidas con la esencia de los sucesos del mundo material. Estas intercone­xiones dinámicas entre las experiencias internas y el mundo feno­menal sugieren que de algún modo, la red propia de los procesos psicodélicos supera los límites físicos del individuo. La descrip­ción y análisis detallado de este fascinante fenómeno deberán re­servarse para una publicación futura, ya que para ello se requie­ren historiales meticulosos. Baste por el momento con una breve descripción de sus características generales y unos ejemplos espe­cíficos.
Cuando emergen ciertos temas transpersonales del incons­ciente del sujeto durante un proceso psicodélico, el fenómeno se suele asociar con la incidencia altamente improbable de ciertos acontecimientos externos, que parecen relacionarse de un modo muy específico y significativo con el tema interno. La vida de la persona en cuestión manifiesta en ese momento una acumulación notable de coincidencias sumamente extraordinarias; en términos de Carl Gustav Jung (1960b), puede decirse que vive temporal­mente en un mundo gobernado por el sincronismo, en lugar de una simple causalidad lineal. En varias ocasiones se ha dado el caso de que comenzaran a concurrir diversos sucesos y circunstan­cias peligrosos en la vida de los sujetos que, bajo los efectos de LSD, se acercaban a la experiencia de la muerte del ego. Y, recí­procamente, éstos desaparecieron de un modo casi mágico al completarse dicho proceso. Era como si dichos individuos, por al­guna razón, debieran enfrentarse a la experiencia del aniquila­miento, pero pudieran elegir entre hacerlo de un modo simbólico en su mundo interno o afrontarlo en la realidad.
Asimismo, cuando emerge un arquetipo junguiano en la con­ciencia de un sujeto durante una sesión psicodélica, su tema bási­co puede manifestarse y actuar en la vida del individuo. De ese modo, cuando el sujeto bajo los efectos de LSD se enfrenta a pro­blemas relacionados con ánimus, ánima, o la Gran Madre, suelen aparecer representantes ideales de dichas imágenes arquetípicas en la vida cotidiana del individuo. Cuando son elementos del in­consciente colectivo o racial, o temas mitológicos relacionados con una cultura específica, los que dominan las sesiones psicodéli­cas del sujeto, puede que esto corresponda en la vida cotidiana a un influjo notable de elementos relacionados con el área geográfi­ca o cultural en cuestión: la aparición de miembros de dicho grupo étnico en la vida del sujeto, cartas inesperadas de dichos países o invitaciones para visitarlos, o una acumulación de material sobre el tema en forma de libros, películas o programas de televisión que se exhiban en aquel momento.
Otra observación interesante de este género ha tenido lugar en relación con experiencias de encarnaciones anteriores en sesiones psicodélicas. Algunos sujetos bajo los efectos de LSD experimen­tan secuencias ocasionalmente intensas y complejas de otras cul­turas y otros períodos históricos, dotadas de todas las cualidades de un recuerdo e interpretadas habitualmente por los propios in­dividuos como vivencias de episodios de vidas anteriores. Al desa­rrollarse dichas experiencias, los sujetos generalmente identifican a ciertas personas de su vida actual como importantes protagonis­tas de esas situaciones kármicas. En tal caso, las tensiones, pro­blemas y conflictos interpersonales que puedan existir con dichos individuos, frecuentemente se reconocen o interpretan como de­rivaciones directas de las pautas kármicas destructivas. La revi­vencia y resolución de esos recuerdos kármicos se asocia típica­mente a una profunda sensación de alivio, de liberación de los opresivos «vínculos kármicos», así como a un bienestar y satisfac­ción supremos por parte del sujeto.
Un examen meticuloso de la dinámica de la constelación inter­personal, supuestamente derivada de una pauta kármica resuelta, aporta resultados asombrosos. Los sentimientos, actitudes y con­ducta de los individuos identificados por el sujeto, como protago­nistas de cierta secuencia en una encarnación anterior, suelen cambiar en una dirección específica, básicamente en consonancia con lo acaecido en la sesión psicodélica. Es importante subrayar que estos cambios ocurren con absoluta independencia y no pue­den explicarse en términos de una comprensión lineal convencio­nal de la causalidad. Los protagonistas pueden hallarse a cientos o miles de kilómetros de distancia en el momento de la experiencia psicodélica, por parte del sujeto bajo los efectos de LSD. Estos cambios pueden ocurrir aunque no exista comunicación física al­guna entre los participantes. Los sentimientos y actitudes de los supuestos protagonistas se ven influidos independientemente, por factores que no están en modo alguno relacionados con la expe­riencia psicodélica del sujeto y, no obstante, todos ellos sufren cambios específicos que parecen ajustarse a una pauta común, de un modo casi exactamente sincrónico, con pocos minutos de dife­rencia.
Existen frecuentes ejemplos de extraordinaria corresponden­cia temporal, asociados a otros tipos de fenómenos transpersona­les. Parece haber un notable paralelismo entre este género de su­cesos y el teorema de Bell en la física moderna (1966), del que se hablará más adelante. Estas observaciones no son exclusivas de los estados psicodélicos y pueden darse en el contexto de los análi­sis junguianos o en diversas formas de psicoterapia experiencial, en la práctica de la meditación, o en manifestaciones conscientes espontáneas de elementos transpersonales en la vida cotidiana.
Después de describir las observaciones más importantes de la investigación psicodélica, que suponen un reto para el sentido co­mún y para los paradigmas científicos vigentes, es interesante ex­plorar los cambios en la visión del mundo de los individuos con ex­periencias perinatales y transpersonales de primera mano. Esto es de especial interés, dado el cambio espectacular del punto de vista científico del mundo a lo largo de este siglo, del que se trata en la próxima parte de esta obra.
Mientras los sujetos bajo el efecto de LSD se enfrentan a fenó­menos de naturaleza básicamente biográfica, no aparecen retos conceptuales importantes. Al explorar sistemáticamente su pa­sado traumático, suelen darse cuenta de que ciertos aspectos o sectores de su vida han carecido de autenticidad, ya que se han li­mitado a repetir a ciegas y como autómatas ciertas pautas estable­cidas en su primera infancia. El hecho de revivir los recuerdos traumáticos específicos subyacentes a dichas pautas, suele surtir un efecto liberador que permite percibir y diferenciar con mayor claridad, además de reaccionar de un modo más adecuado, las ca­tegorías de relaciones y situaciones antes afectadas. Ejemplos tí­picos de estas situaciones los constituirían el contagio de la actitud hacia la autoridad por la experiencia de la dominación paterna, la introducción de elementos de rivalidad fraternal en las interaccio­nes con los progenitores, o la distorsión de relaciones sexuales por las pautas de interacción establecidas en la relación con el proge­nitor del sexo opuesto.

 
Cuando los sujetos bajo los efectos de LSD entran en el reino perinatal y se enfrentan a la doble experiencia del nacimiento y la muerte, generalmente comprenden que la distorsión y carencia de autenticidad en su vida no se limita a segmentos o áreas parciales. De pronto descubren que su representación de la realidad y su es­trategia general de la existencia son totalmente falsas e inciertas. Muchas actitudes y formas de comportamiento que anteriormente les habían parecido naturales y perfectamente aceptables, ahora las perciben como irracionales y absurdas. Se ve con claridad que se trataba de derivaciones del temor a la muerte y de secuelas del trau­ma sin resolver del nacimiento. En este contexto, la vida dirigida y apresurada, el fantasma de la ambición, los fines competitivos, la necesidad de ponerse a prueba y la incapacidad de divertirse, se ven como pesadillas innecesarias de las que uno puede despertar. Los que completan el proceso de morir y renacer se vinculan con fuentes espirituales intrínsecas y se dan cuenta de que la visión mecanicis­ta y materialista del mundo emana del miedo de nacer y morir.
Después de la muerte del ego, la capacidad para disfrutar de la vida suele aumentar considerablemente. El pasado y el futuro pa­recen ser relativamente menos importantes que el momento pre­sente, y la emoción del propio proceso de la vida sustituye a la persecución compulsiva de objetivos. El individuo tiende a ver el mundo en forma de pautas de energía en lugar de materia sólida y las fronteras que le separan del resto del mundo parecen menos rí­gidas y más fluidas. A pesar de que en la actualidad se considera que la espiritualidad es una fuerza importante en el universo, to­davía se cree que el mundo fenomenal constituye la realidad obje­tiva. El tiempo sigue siendo lineal, el espacio euclideano y el prin­cipio de causalidad goza de supremacía incuestionable, si bien ahora se cree que el origen de muchos problemas no radica en la primera infancia sino en el proceso de nacimiento.
Los cambios más básicos y fundamentales en la comprensión de la naturaleza de la realidad tienen lugar en conexión con varios tipos de experiencias transindividuales. Al extenderse el proceso psicodélico al reino transpersonal, los límites de la causalidad li­neal se expanden al infinito. No sólo el nacimiento biológico, sino diversas etapas y aspectos del desarrollo embriónico e incluso las circunstancias de la concepción e implantación, parecen ser fuentes plausibles de influencias importantes en la vida psicoló­gica del individuo. Ahora, para explicar la enorme expansión del mundo experiencial del sujeto, hay que incorporar en su pensa­miento los elementos de recuerdos ancestrales, raciales y filoge­néticos, la inteligencia consciente a nivel de ADN molecular y de la metafísica del código genético, la dinámica de las estructuras arquetípicas y el hecho de la reencarnación, en consonancia con la ley del karma.
De acuerdo con el antiguo modelo médico, según el cual la memoria necesita un substrato material, el núcleo de una sola cé­lula -el espermatozoide o el óvulo- tendría que contener, no sólo la información recopilada en los libros de medicina sobre la anatomía, la fisiología y la bioquímica del cuerpo, los factores constitucionales, las propensiones hereditarias a ciertas enferme­dades y las características paternas, sino complejos recuerdos de la vida de nuestros antepasados humanos y animales, así como in­formación detallada y accesible sobre todas las culturas del mun­do. Dado que las experiencias psicodélicas también incluyen la conciencia de las plantas y de la materia inorgánica hasta sus es­tructuras moleculares, atómicas y subatómicas, así como sucesos cosmogenéticos e historia geológica, finalmente nos veríamos obligados a postular que la totalidad del universo está de algún modo codificado en el esperma y en el óvulo. A este nivel, las al­ternativas místicas a la visión mecanicista del mundo parecen mu­cho más apropiadas y razonables.
Asimismo, diversas experiencias transpersonales tienden a so­cavar la creencia obligatoria en la naturaleza del tiempo lineal y del espacio tridimensional, ofreciendo muchas alternativas expe­rienciales. La materia tiende a desintegrarse, convirtiéndose no sólo en amenas pautas energéticas, sino en vacío cósmico. La for­ma y el vacío se convierten en conceptos relativos y, finalmente, intercambiables. Cuando el individuo ha afrontado una muestra considerable de experiencias transpersonales, la visión newtonia­no-cartesiana del mundo deja de ser defendible como concepto fi­losófico respetable y se concibe como un sistema arbitrario de uti­lidad pragmática, aunque simple y superficial, para la organiza­ción de la experiencia cotidiana.
Si bien con fines prácticos uno sigue pensando en la materia sólida, el espacio tridimensional, el tiempo unidireccional y la causalidad lineal, la comprensión filosófica de la existencia se con­vierte en algo mucho más complejo y sofisticado, semejante al cri­terio de las grandes tradiciones místicas. El universo se concibe como una trama infinita de aventuras en la conciencia, en la que las dicotomías entre el experimentador y lo experimentado, la forma y el vacío, el tiempo y la intemporalidad, el determinismo y el li­bre albedrío, o la existencia y la inexistencia, han sido superadas.

La nueva comprensión de la realidad. La existencia y la naturaleza humana


Las observaciones descritas en la sección precedente, particu­larmente las relacionadas con experiencias transpersonales, son claramente incompatibles con los supuestos más básicos de la cien­cia mecanicista. Sin embargo, son tan consistentes y proceden de tantas fuentes independientes, que ya no es posible negar su exis­tencia. También es difícil imaginar su posible asimilación por parte de la ciencia contemporánea, aun a costa de ciertos ajustes, sean pequeños o grandes, del paradigma vigente. La única solución consistiría en una revisión fundamental y profunda, en un cambio de paradigma de gran extensión y alcance.
En cierto sentido, éste es un desarrollo bastante lógico y no de­bería sorprendernos. El pensamiento científico contemporáneo en la medicina, la psiquiatría, la psicología y la antropología, repre­senta una extensión directa del modelo newtoniano-cartesiano del universo del siglo XVII. Dado que todos los supuestos básicos de ese modo de ver la realidad han sido superados por la física de nuestro siglo, parece natural que, tarde o temprano, haya cambios fundamentales en todas las disciplinas derivadas directamente de los mismos.
Puede demostrarse sin gran esfuerzo, que la mayor parte del material procedente de la psicoterapia con LSD, aunque enigmáti­co e incomprensible desde el punto de vista de la ciencia mecani­cista, supone una dificultad mucho menor enfocado desde el mar­co de la física cuántica-relativista, la teoría de la información y de los sistemas, la cibernética, o los descubrimientos recientes en neurofisiología y biología. La investigación moderna sobre la con­ciencia ha aportado abundantes pruebas en apoyo de las visiones del mundo de las grandes tradiciones místicas. Al mismo tiempo, descubrimientos revolucionarios en otras disciplinas científicas han socavado y desacreditado seriamente la visión mecanicista del mundo, disminuyendo la separación entre ciencia y misticismo, que antes parecía absoluta e infranqueable.
Es interesante que muchos grandes científicos que han revolu­cionado la física moderna, tal como Albert Einstein, Niels Bohr, Erwin Schródinger, Werner Heisenberg, Robert Oppenheimer y David Bohm, hayan hallado el pensamiento científico perfecta­mente compatible con la espiritualidad y con la visión mística del mundo. En los últimos años, la creciente afinidad entre la ciencia y el misticismo ha sido expuesta en numerosos libros y artículos.''

Para demostrar cuán compatibles y complementarias son la vi­sión del mundo que emerge de la física cuántica-relativista y las observaciones de la investigación sobre la conciencia antes men­cionadas, analizaré brevemente la revolución conceptual de la fí­sica en el siglo xx, siguiendo la amplia presentación de Fritjof Ca­pra en El tao de la física (1975). Existe un paralelismo interesante, que con toda probabilidad no es mera coincidencia, sino que obe­dece a un significado más profundo. El modelo newtoniano-carte­siano no sólo era adecuado, sino que gozó de un gran éxito, mien­tras la física se ocupó de explorar los fenómenos de nuestra expe­riencia cotidiana en el mundo, o la «zona de dimensiones me­dias». Cuando comenzaron las incursiones más allá de los límites de la percepción ordinaria, en el micromundo de los procesos sub­atómicos y en el macromundo de la astrofísica, el modelo newto­niano-cartesiano pasó a ser insostenible y tuvo que ser superado. Asimismo, los sujetos bajo los efectos de LSD, los que practican la meditación y los que exploran los espacios internos experi­mentan profundos cambios conceptuales y metafísicos al entrar experiencialmente en los reinos transpersonales. A la ciencia que tenga en cuenta el testimonio de los estados no ordinarios de con­ciencia, no le queda otra alternativa más que liberarse de los limi­tados confines del modelo newtoniano-cartesiano.
Los cambios revolucionarios en la física, que vaticinaban el fin del modelo newtoniano, comenzaron ya en el siglo xix con los fa­mosos experimentos de Faraday y las especulaciones teóricas de Maxwell con relación a los fenómenos electromagnéticos. El tra­bajo de estos investigadores condujo al concepto revolucionario de campo de fuerza, que reemplazó al concepto de fuerza newto­niano. Al contrario de las fuerzas newtonianas, los campos de fuerza se podían estudiar sin referencia a cuerpos materiales. Ésta fue la primera divergencia importante de la física newtoniana, que condujo al descubrimiento de que la luz consiste en un campo electromagnético de rápidas alternaciones, que se desplaza por el espacio en forma de ondas. La amplia teoría del electromagnetis­mo basada en este descubrimiento permitió reducir las diferencias entre las ondas radiofónicas, las de la luz visible, los rayos X y los rayos cósmicos, a una cuestión de frecuencia, bajo el común deno­minador de los campos electromagnéticos. Sin embargo, la elec­trodinámica permaneció sujeta durante muchos años al pensa­miento newtoniano, por lo que se suponía que las ondas electro­magnéticas consistían en vibraciones de una sustancia muy sutil llamada «éter», que impregnaba la totalidad del espacio. El expe­riInento de Michelson-Morley demostró que el éter no existía, pero fue Albert Einstein quien afirmó categóricamente que los campos electromagnéticos eran entidades en sí mismos, capaces de desplazarse en el vacío del espacio.
Durante las primeras décadas de este siglo se realizaron ines­perados descubrimientos en el campo de la física, que destruyeron las propias bases del modelo newtoniano del universo. Los puntos de partida de dichos descubrimientos los contituyeron dos po­nencias publicadas por Albert Einstein en 1905. En la primera formuló los principios de su teoría especial de la relatividad y en la segunda sugirió una nueva forma de contemplar la luz, que más adelante fue elaborada por un equipo de físicos, convirtiéndose en la teoría cuántica de los procesos atómicos. La teoría de la rela­tividad y la nueva teoría atómica socavaron todos los conceptos básicos de la física newtoniana: la existencia de un tiempo y un es­pacio absolutos, la naturaleza material sólida del universo, la defi­nición de las fuerzas físicas, el sistema de razonamiento estricta­mente determinista y el ideal de la descripción objetiva de los fe­nómenos excluyendo al observador.
Según la teoría de la relatividad, el espacio no es tridimensio­nal y el tiempo no es lineal; ni lo uno ni lo otro tienen entidad por separado. Están íntimamente entrelazados y forman un continuo cuatridimensional llamado «espacio-tiempo». El tiempo no fluye de un modo uniforme como en el modelo newtoniano, sino que depende de la posición de los observadores y de sus velocidades relativas con relación a lo observado. Además, la teoría general de la relatividad, formulada en 1915 y todavía sin una confirma­ción experimental definitiva, afirma que el espacio-tiempo se ve influido por la presencia de objetos masivos. Las variaciones en el campo de gravitación en distintos lugares del universo producen como efecto la curvatura del espacio, que hace que el tiempo flu­ya a ritmos diferentes.
No sólo son todas las medidas relacionadas con el espacio y el tiempo relativas, sino que la totalidad de la estructura del espacio­tiempo depende de la distribución de la materia, y la distinción entre materia y espacio vacío pierde su significado. El concepto newtoniano de cuerpos sólidos moviéndose en un espacio vacío con características euclideanas, ahora sólo se considera válido en la «zona de las dimensiones medias». En las especulaciones astro­físicas y cosmológicas, el concepto de espacio vacío carece de sig­nificado, mientras que, por otra parte, el desarrollo de la física atómica y subatómica ha destruido la imagen de la materia sólida.

La aventura de la exploración subatómica comenzó a princi­pios de siglo, con el descubrimiento de los rayos X y de la radia­ción emitida por sustancias radiactivas. Los experimentos de Ru­therford con partículas alfa demostraron claramente que los áto­mos no son unidades de materia sólida y dura, sino que consisten en vastos espacios en los que unas pequeñas partículas, los elec­trones, giran alrededor de un núcleo. Con el estudio de los proce­sos atómicos, a los científicos se les presentó un buen número de curiosas paradojas, al intentar hallar explicaciones a las nuevas observaciones en el marco de la física tradicional. En los años veinte, un grupo internacional de físicos, entre los que figuraban Niels Bohr, Louis de Broglie, Werner Heisenberg, Erwin Schro­dinger, Wolfgang Pauli y Paul Dirac, logró hallar formulaciones matemáticas para los sucesos subatómicos.
No era fácil aceptar los conceptos de la teoría cuántica ni sus inferencias filosóficas, a pesar de que su formulación matemática reflejaba adecuadamente sus procesos. El «modelo planetario» mostraba átomos consistentes en espacios vacíos, con sólo pe­queñísimas partículas de materia; la física cuántica demostró que éstas tampoco eran objetos sólidos. Resultó que las partículas sub­atómicas tenían unas características muy abstractas y una paradó­jica doble naturaleza. Según la organización de la situación expe­rimental, aparecían en unas ocasiones como partículas y en otras como ondas. También se observó una ambigüedad semejante en la exploración de la naturaleza de la luz. En ciertos experimentos ésta manifestaba las propiedades de un campo electromagnético, mientras que en otros parecía adoptar definitivamente la forma de la energía cuántica, es decir, fotones desprovistos de masa, des­plazándose constantemente a la velocidad de la luz.
La habilidad de un mismo fenómeno para manifestarse en for­ma de partículas o de ondas, suponía evidentemente una viola­ción de la lógica aristotélica. La imagen de una partícula implica una entidad limitada a un pequeño volumen o región finita de es­pacio, mientras que la de una onda es difusa y esparcida por vastas regiones del espacio. En la física cuántica estas descripciones se excluyen mutuamente, aun siendo ambas necesarias para una comprensión amplia de los fenómenos en cuestión. Esto se expre­só en un nuevo aparato lógico que Niels Bohr (1934; 1958) deno­minó el principio de complementariedad. Este nuevo principio or­denador en la ciencia codifica la paradoja en lugar de resolverla. Acepta la discrepancia lógica entre dos aspectos de la realidad, que se excluyen mutuamente, pero que al mismo tiempo son am­bos necesarios para describir exhaustivamente un determinado fe­nómeno. Según Bohr, esta discrepancia emana de la interacción incontrolable entre el objeto de observación y los medios por los que ésta se realiza. En el reino cuántico, no se pretende que existá la causalidad o la objetividad absoluta tal como estos tétminos se solían entender.
La aparente contradicción entre partícula y onda se resolvió en la teoría cuántica de un modo que destruye las propias bases de la visión mecanicista del mundo. A nivel subatómico, la materia no existe con certeza en lugares definidos, sino que más bien muestra una «tendencia a existir» y la actividad atómica no ocurre con certeza en momentos determinados y de un modo definido, sino que muestra un «tendencia a ocurrir». Estas tendencias pue­den expresarse en forma de probabilidades matemáticas, con las propiedades características de las ondas. La imagen de la luz o de las partículas subatómicas no debe entenderse de un modo con­cretista. Las ondas a las que se hace referencia no son configura­ciones tridimensionales, sino abstracciones matemáticas o «ondas probabilísticas» que reflejan la probabilidad de hallar las partícu­las en un momento dado y en un lugar determinado.
Por consiguiente la física cuántica sugiere un modelo del uni­verso, que contrasta fuertemente con el de la física clásica. A ni­vel subatómico, el mundo material de los objetos sólidos se di­suelve en una compleja pauta de ondas probabilísticas. Además, el análisis meticuloso del proceso de observación ha demostrado que las partículas subatómicas carecen de significado como enti­dades aisladas; sólo pueden ser comprendidas como intercone­xiones entre la preparación de un experimento y su subsiguiente medición. Así pues, las ondas probabilísticas no representan fi­nalmente las probabilidades de las cosas, sino las de las interco­nexiones.
La exploración del mundo subatómico no acabó con el descu­brimiento del núcleo atómico y el de los electrones. Al principio, el modelo atómico se extendió para incluir tres «partículas ele­mentales»: el protón, el neutrón y el electrón. Con la mejora, por parte de los físicos, de sus técnicas experimentales y el desarrollo de nuevos instrumentos, el número de partículas subatómicas fue incrementando, habiendo llegado en la actualidad a varios cente­nares. Con el progreso de la experimentación, se puso claramente de manifiesto que una teoría completa de los fenómenos subató­micos, no sólo debía incluir la física cuántica sino que también la teoría de la relatividad, ya que la velocidad de las partículas en cuestión se acerca con frecuencia a la de la luz. Según Einstein, la masa no tiene nada que ver con la sustancia, sino que es una for­ma de energía, expresando su equivalencia en su famosa ecua­ción: E = mc2.
La consecuencia más espectacular de la teoría de la relatividad consistió en la demostración experimental de la creación de partí­culas materiales, a partir de pura energía y la conversión de éstas en energía al invertir el proceso. La teoría de la relatividad no sólo ha afectado profundamente el concepto de partícula, sino la ima­gen de las fuerzas que actúan entre ellas. La atracción y repulsión de partículas se concibe en términos relativistas como un inter­cambio de otras partículas. Así pues, en la actualidad se considera que tanto la fuerza como la materia tienen su origen en pautas di­námicas llamadas partículas. Las partículas conocidas actualmen­te ya no pueden ser subdivididas. En la física de alta energía, con el uso de procesos de colisión, se logra dividir repetidamente la materia, pero jamás en porciones menores a las mencionadas; los fragmentos resultantes constituyen las partículas creadas por la energía utilizada en el proceso de colisión. Por consiguiente las partículas subatómicas son destructibles e indestructibles al mis­mo tiempo.
Las teorías de campos han superado la distinción clásica entre partículas materiales y el vacío. Tanto según la teoría de la grave­dad de Einstein como la teoría cuántica de los campos, no se pue­de separar a las partículas del espacio que las rodea. Representan tan sólo condensaciones del campo continuo presente en la totali­dad del espacio. La teoría del campo propone que las partículas pueden aparecer espontáneamente del vacío y desaparecer de nuevo. El descubrimiento de la cualidad dinámica del «vacío físi­co» constituye uno de los hallazgos más importantes de la física moderna. Se halla en estado de vacuidad y de la nada, pero con­tiene en potencia todas las formas del mundo de las partículas.'­
Este breve esbozo del desarrollo de la física moderna quedaría incompleto si no se mencionara una escuela fundamental del pen­samiento, particularmente pertinente para lo que se debate a con­tinuación, conocida como bootstrap, formulada por Geoffrey Chew (1968). A pesar de que se desarrolló pensando en un solo tipo de partículas subatómicas, los hadrones, por sus consecuen­cias e implicaciones representa una amplia comprensión filosófica de la naturaleza. Según la «filosofía bootstrap», la naturaleza no se puede reducir a entidades fundamentales tales como las partí­culas elementales o los campos, sino que sólo puede comprenderse plenamente a través de su autoconsistencia. En su último análisis, el universo es una tela infinita de sucesos relacionados entre sí. Ninguna de las propiedades de cualquiera de las partes de dicha tela es elemental y fundamental, sino que todas reflejan las pro­piedades de otras partes de la misma. Es, por consiguiente, la consistencia global de sus interrelaciones lo que determina la es­tructura de la totalidad de la red y no la de cualquiera de sus par­tes constituyentes específicas. El universo no puede ser com­prendido, como en el caso del modelo newtoniano y en el de sus derivados, como un conjunto de entidades dotadas de característi­cas conocidas de antemano y que no pueden ser analizadas con mayor profundidad. La filosofía bootstrap de la naturaleza, no sólo rechaza la existencia de los componentes básicos de la mate­ria, sino que tampoco acepta ninguna ley fundamental de la natu­raleza, ni ningún tipo de principio obligatorio. Todas las teorías sobre fenómenos naturales, incluidas las leyes naturales, se consi­deran desde este punto de vista creaciones de la mente humana. Son esquemas conceptuales que representan aproximaciones más o menos adecuadas y que no deben confundirse con descripciones precisas de la realidad, ni con la propia realidad.
La historia de la física del siglo xx no ha sido un proceso fácil; no sólo se ha caracterizado por descubrimientos brillantes, sino confusión y alboroto conceptual, así como dramáticos conflictos humanos. Los físicos han tardado mucho tiempo en abandonar los principios básicos de la física clásica y la visión acordada de la rea­lidad. La nueva física no sólo exige cambios en los conceptos de materia, espacio, tiempo y causalidad lineal, sino además en el re­conocimiento de que las paradojas representan un aspecto esen­cial del nuevo modelo del universo. Mucho después de que las formalidades matemáticas sobre las teorías de la relatividad y la teoría cuántica hayan sido completadas, aceptadas y asimiladas por la opinión científica dominante, la de los físicos está todavía muy lejos de ser unánime con relación a la interpretación filosófi­ca e inferencias metafísicas de estos sistemas de pensamiento. Así pues, sólo en lo que a la teoría cuántica se refiere, son diversas las interpretaciones principales de su forma matemática (Jammer, 1974; Pagels, 1982).
Los físicos teóricos, por muy avanzadas y rovolucionarias que sean sus ideas, han sido educados para experimentar una realidad cotidiana dotada de las propiedades que le atribuye la física clási­ca. Muchos de ellos, para no enfrentarse a las inquietantes incóg­nitas filosóficas que plantea la teoría cuántica, optan por un enfo­que estrictamente pragmático. Se contentan con el hecho de que la forma matemática de la teoría cuántica les facilite un pronóstico exacto de los resultados de los experimentos e insisten en que eso es lo único que importa realmente.
Otra forma importante de enfocar los problemas de la teoría cuántica es la basada en interpretaciones probabilísticas. Para tra­tar de los acontecimientos en el mundo de los fenómenos, los físi­cos se sirven de enfoques estadísticos cuando no conocen los deta­lles mecánicos del sistema del que se ocupan y utilizan los térmi­nos «variables ocultas» para referirse a los factores desconocidos. Los científicos que se inclinan hacia la interpretación probabilísti­ca de la teoría cuántica intentan demostrar que se trata básica­mente de una teoría clásica de procesos probabilísticos y que ale­jarse fundamentalmente del marco conceptual de la física clásica era innecesario y desorientador. Muchos comparten la opinión de Einstein de que la teoría cuántica es una especie de mecánica esta­dística, que sólo aporta valores medios de las cantidades medidas. A un nivel más profundo, todo sistema está gobernado por leyes deterministas, que serán descubiertas en el futuro por una investi­gación más refinada. En la física clásica, las variables ocultas son mecanismos locales. John Bell demostró que en la física cuántica dichas variables ocultas -si existen- deben ser conexiones no lo­cales de operación instantánea con el universo.
La interpretación de Conpenhague, relacionada con Niels Bohr y Werner Heisenberg, representó hasta 1950 el punto de vis­ta dominante en la física cuántica. Éste hace hincapié en el princi­pio de causalidad local, a costa de menospreciar la existencia ob­jetiva del micromundo. Según este punto de vista, la realidad no existe hasta que la misma es percibida. Dependiendo de los arre­glos experimentales, diversos aspectos complementarios de la realidad se hacen aparentes. Es el hecho de ser observada lo que altera la inquebrantable totalidad del universo y genera parado­jas. La experiencia inmediata dé la realidad no parece en modo al­guno paradójica, éstas sólo aparecen cuando el observador inten­ta construir la historia de su percepción de la misma. Esto ocurre porque no existe una línea divisoria que nos separe claramente de la realidad externa que observamos. La realidad es una construc­ción mental que depende de qué y cómo se observe.
También ha habido cierta propensión, por parte de los físicos teóricos, a resolver las paradojas de la física cuántica trabajando sobre las bases de la teoría científica. Ciertos descubrimientos en matemáticas y en filosofía han conducido a la idea de que la razón de ese callejón sin salida radica en la lógica, en la que se basa la Leoría. Este tipo de búsqueda ha provocado un intento de sustitu­ción de la lógica algebraica (de Boole) del lenguaje cotidiano por la lógica cuántica, en la que el significado lógico habitual de térmi­nos tales como «y» y «lo uno o lo otro» varía.
La interpretación sin duda más fantástica de la teoría cuántica es la hipótesis de los múltiples mundos, relacionada con Hugh Everett III, John Archibald Wheeler y Neill Graham. Este enfo­que elimina las inconsistencias de las interpretaciones convencio­nales y el «colapso de la función de onda» producido por la propia observación. Sin embargo, esto llega a ser posible a costa de una revisión profunda de nuestras suposiciones más fundamentales acerca de la realidad. Esta hipótesis postula que el universo se di­vide a cada instante en infinidad de universos. Dada su múltiple ramificación, todas las posibilidades sugeridas por las fórmulas matemáticas de la teoría cuántica se convierten en realidad, si bien en distintos universos. La realidad es la infinidad de todos esos universos que existen en un «superespacio» que abarca su to­talidad. Dado que los universos individuales no se comunican en­tre sí, no existe contradicción posible.

Desde el punto de vista de la psicología, la psiquiatría y la pa­rapsicología, las interpretaciones más radicales son las que supo­nen un papel preciso de la psique en la realidad cuántica. Los auto­res que comparten este criterio sugieren que la mente o la con­ciencia en realidad influyen en la materia, o incluso la crean. En este sentido cabe mencionar el trabajo de Eugene Wigner, Ed­ward Walker, Jack Sarfatti y Charles Muses.
La naturaleza v extensión de este volumen no me permiten ex­plorar con mayor detalle los cambios fascinantes y de enorme al­cance, que la física cuántica y de la relatividad sugiere con rela­ción a la imagen del universo y la naturaleza de la realidad. Los lectores interesados hallarán mayor información en libros espe­cializados en el tema, escritos por expertos en la materia. Sin em­bargo, hay otro aspecto de importancia crucial que debemos men­cionar brevemente. Einstein, cuyo trabajo dio origen al desarrollo de la física cuántica, se resistió hasta el fin de su vida a aceptar el papel fundamental de la probabilidad en la naturaleza y así lo afir­mó en su famosa frase: «Dios no juega a los dados.» Incluso des­pués de numerosas discusiones y debates con los representantes más destacados de la física cuántica, siguió convencido de que en el futuro se descubriría una interpretación determinista, basada en «variables locales ocultas». Para demostrar que la interpretación de Bohr de la teoría cuántica era errónea, Einstein diseñó un ex­perimento que más adelante fue conocido como el de Einstein­Podolsky-Rosen (EPR). Paradójicamente, después de varias dé­cadas, este mismo experimento sirvió de base para el teorema de John Bell, que demuestra que el concepto cartesiano de la realidad es incompatible con la teoría cuántica (Bell, 1966; Capra, 1982).
En la versión simplificada del experimento de EPR se utilizan dos electrones girando en direcciones opuestas, de forma que su giro total sea igual a cero. Se aumenta su separación hasta que ésta pasa a ser macroscópica y observadores independientes mi­den sus giros respectivos. La teoría cuántica pronostica que, en un sistema de dos partículas con un giro total equivalente a cero, di­chos giros con relación a cualquier eje serán siempre correlativos, es decir, opuestos. Si bien en un principio sólo se puede hablar de tendencia al giro, después de medirlo, lo potencial se transforma en certeza. El observador goza de libertad para elegir cualquier eje de medición y con ello se determina instantáneamente el giro de la otra partícula, que puede hallarse a miles de kilómetros de distancia. Según la teoría de la relatividad, ninguna señal puede desplazarse a una velocidad superior a la de la luz y por consi­guiente esta situación, en principio, sería imposible. La conexión instantánea y no local entre dichas partículas no puede establecer­se por medio de señales en el sentido einsteiniano; este tipo de co­municación supera el concepto convencional de transferencia de información. El teorema de Bell plantea un incómodo dilema para los físicos. Sugiere o que el mundo carece de realidad objeti­va, o que está conectado por vínculos supralumínicos. Según Hen­ry Stapp (1971), el teorema de Bell demuestra «la verdad funda­mental de que o bien el universo carece esencialmente de leyes o es primordialmente inseparable».
A pesar de que la física cuántica y de la relatividad facilita la crítica más convincente y radical de la visión mecanicista del mun­do, diversas vías de investigación en otras disciplinas han inspira­do revisiones importantes de la misma. El pensamiento científico ha sido objeto de modificaciones profundas, semejantes a las an­teriores, gracias a descubrimientos en la cibernética, teoría de la información, teoría de sistemas y teoría de la tipología lógica. Uno de los principales representantes de esta tendencia crítica en la ciencia moderna ha sido Gregory Bateson.14 Según éste, pensar en términos de sustancia y de objetos discretos representa una grave equivocación epistemológica, un error de catalogación lógi­ca. En nuestra vida cotidiana no nos ocupamos de los objetos. sino de sus transformaciones sensoriales o de los mensajes sobre sus diferencias; en sentido korzybskiano (1933) tenemos acceso a los mapas, pero no al territorio. La información, diferencia, for­ma y pauta que constituyen nuestro conocimiento del mundo son entidades dimensionales que no pueden ser situadas en el espacio ni en el tiempo. La información fluye en circuitos que superan las fronteras convencionales del individuo e incluyen el medio am­biente. Esta forma científica de pensar hace que sea absurdo tra­tar el mundo en términos de objetos y entidades independientes, ver los individuos, la familia o las especies como unidades darwi­nianas de supervivencia, establecer distinciones entre la mente y el cuerpo, o identificarse con la unidad ego-cuerpo (el «ego rodea­do de piel» de Alan Watts). Al igual que en la física cuántica-rela­tivista, el énfasis se ha trasladado de la sustancia y el objeto a la forma, la pauta y el proceso.15
Gracias a la teoría de los sistemas se ha formulado una nueva definición de la mente y de las funciones mentales. Ha demostra­do que todo conjunto de partes y componentes dotado de circui­tos cerrados causales de adecuada complejidad y relaciones ener­géticas apropiadas, manifiesta características mentales: reconoce diferencias, procesa información y se autocorrige. En este senti­do, se puede hablar de las características mentales de las células, de los tejidos y de los órganos del cuerpo, de las de un grupo cul­tural o de una nación, de un sistema ecológico, o incluso de la to­talidad del planeta, como lo ha hecho Lovelock en su Hipótesis Gaia (1979). Y al considerar una mente más amplia que integre todas las jerarquías de las inferiores, incluso un científico tan críti­co y escéptico como Gregory Bateson se ve obligado a admitir que dicho concepto es muy semejante al de un dios inmanente.
Otra crítica profunda de los conceptos básicos de la ciencia mecanicista ha emergido de la obra de I1ya Prigogine (1980, 1984), galardonado con el premio Nobel, y de la de sus colegas en Bruselas y en Austin, Texas. La ciencia tradicional presenta la vida como un proceso específico, raro y finalmente futil, como una anomalía insignificante y accidental en una lucha quijotesca contra el absoluto dictamen de la segunda ley de la termodinámi­ca. Esta imagen sombría del universo, dominado por una tenden­cia omnipotente hacia el azar y la entropía, avanzando inexora­blemente hacia la muerte térmica, pertenece ya a la historia de la ciencia. Prigogine la desmintió con su estudio de las denominadas estructuras disipativas16 de ciertas reacciones químicas y el descu­brimiento de un nuevo principio que las rige: «el orden a través de la fluctuación». Al seguir investigando se descubrió que dicho principio no se limita exclusivamente a los procesos químicos, sino que representa el mecanismo básico del desarrollo evolutivo en todos los campos, desde los átomos hasta las galaxias, desde las células hasta los seres humanos, sociedades y culturas.
El resultado de estas observaciones ha permitido formular una visión unificada de la evolución, en la que el principio unificador no es un estado fijo, sino unas condiciones dinámicas de los siste­mas en desequilibrio. Unos sistemas abiertos a todos los niveles y en todos los campos son portadores de una evolución global, que garantiza el movimiento de continuación de la vida hacia nuevos régimenes dinámicos de complejidad. Desde este punto de vista, la propia vida se ve de un modo distinto, muy alejado del concep­to orgánico. Cuando los sistemas en una área determinada se ven acosados por el efecto de la entropía, mutan hacia nuevos régime­nes. De ese modo, la misma energía y los mismos principios gene­ran evolución a todos los niveles, tanto si se trata de materia, de fuerzas vitales, de información, como de procesos mentales. El microcosmos y el macrocosmos son dos aspectos de la misma evo­lución unificada y unificadora. La vida ya no se concibe como un fenómeno que se desenvuelve en un universo inanimado, sino que el propio universo adquiere gradualmente mayor vitalidad.
A pesar de que el nivel más básico en el que se puede analizar la autoorganización es el de las estructuras disipativas, que tienen lugar en los sistemas de reacciones químicas autorrenovadoras, la aplicación de estos principios a los fenómenos biológicos, psicoló­gicos y socioculturales no implica un criterio reduccionista. Al contrario del reduccionismo de la ciencia mecanicista, estas inter­pretaciones se basan en una homología fundamental, en la inte­rrelación de la dinámica autoorganizadora a muchos niveles.
Desde este punto de vista, el nivel de los humanos no es supe­
rior al de otros organismos vivos; viven simultáneamente en un
mayor número de niveles que el de otras formas evolutivamente
anteriores. En este caso la ciencia ha redescubierto la verdad de la
filosofía perenne: que la evolución de la humanidad forma parte
integral y significativa de la evolución universal. Los humanos son
agentes importantes de dicha evolución, en lugar de sujetos pasi­
vos de la misma, son la evolución.
Al igual que la física cuántica y de la relatividad, esta nueva
ciencia del llegar a ser, en sustitución de la antigua del ser, hace
hincapié en el proceso en lugar de la sustancia. La estructura es
producto incidente de los procesos interactivos y, en palabras de Erich Jantsch, su solidez no es superior a la del perfil ondulado en la confluencia de dos ríos o a la de la sonrisa de un gato.'
El último gran reto al pensamiento mecanicista lo constituye la teoría del biólogo y bioquímico británico Rupert Sheldrake, ex­puesta en su obra revolucionaria y eminentemente polémica, A New Science of Life (1981). Sheldrake nos ofrece una crítica bri­llante de las limitaciones del poder explicativo de la ciencia meca­nicista y de su incapacidad para enfrentarse a los problemas fun­damentales de la morfogénesis durante el desarrollo individual y la evolución de las especies, la genética, o formas instintivas y más complejas de comportamiento. La ciencia mecanicista sólo se ocupa del aspecto cuantitativo de los fenómenos, con lo que Shel­drake denomina «causalidad energética». Hace caso omiso del as­pecto cualitativo, es decir, el desarrollo de las formas o «causali­dad formativa». Según Sheldrake, los organismos vivos no son simples máquinas biológicas de gran complejidad, ni la vida se re­duce a reacciones químicas. La forma, el desarrollo y el compor­tamiento de los organismos son moldeados por «campos morfoge­néticos», pertenecientes a un género que actualmente no somos capaces de detectar ni de medir y que la física no reconoce. Di­chos campos son moldeados por la forma y el comportamiento de antiguos organismos de la misma especie, por conexión directa a través del espacio y del tiempo, y muestran propiedades acumula­tivas. Si un número significativo de miembros de una especie de­terminada desarrolla ciertas propiedades organísmicas o aprende alguna forma específica de comportamiento, éstas son adquiridas automáticamente por otros miembros de la misma especie, aun­que no existan formas convencionales de contacto entre ellos. 18 El fenómeno de «resonancia mórfica», como Sheldrake lo denomi­na, no se limita a organismos vivos y se demuestra con fenómenos tan elementales como el de la cristalización.
Por muy implausible y absurda que esta teoría pueda parecerle a una mente de orientación mecanicista y al contrario de lo que ocurre con los supuestos metafísicos de la visión materialista del mundo, es experimentalmente demostrable. Ya en la actualidad, todavía en sus primeros pasos, cuenta con el apoyo de experimen­tos realizados con ratas y observaciones con simios. Sheldrake es Perfectamente consciente de que su teoría lleva implícitas conse­cuencias de largo alcance para la psicología, que él mismo ha ana­lizado con relación al concepto de Jung del inconsciente colectivo.
Este repaso de los nuevos y emocionantes descubrimientos de la ciencia sería incompleto, si no se mencionara la obra de Arthur Young (1976a, 1976b). Su teoría del proceso es un candidato ira, portante al metaparadigma científico del futuro. Organiza e inter­preta con enorme lucidez la información procedente de diversas disciplinas -la geometría, la teoría cuántica y las teorías de la re­latividad, la química, la biología, la botánica, la zoología, la psicolo­gía y la historia- y las integra en una visión cosmológica global. El modelo del universo de Young tiene cuatro niveles, definidos por el grado de libertad y de constreñimiento, y siete etapas consecutivas: la luz, las partículas nucleares, los átomos, las moléculas, las plan­tas, los animales y los humanos. Young ha logrado descubrir una pauta básica del proceso universal, que se repite una y otra vez a di­ferentes niveles de la evolución en la naturaleza. El poder explicati­vo de este paradigma se ve complementado por su poder de predic­ción. Al igual que el cuadro periódico de elementos de Mendeléev, puede pronosticar fenómenos naturales y sus aspectos específicos.


Asignando una función fundamental a la luz en el universo y con la atinada influencia del quanto de acción, Young ha logrado salvar el vacío entre la ciencia, la mitología y la filosofía perenne. Su paradigma, por consiguiente, no sólo es compatible con la me­jor de las ciencias, sino que también es aplicable a los aspectos no objetivos y no definibles de la realidad, mucho más allá de los re­conocidos límites de la ciencia. Dado que no se puede tratar de la teoría de Young con la justicia que merece, sin una serie de estu­dios detallados de diversas disciplinas, los interesados deben diri­girse a sus obras originales.
En la actualidad es claramente imposible integrar todos los descubrimientos revolucionarios de la ciencia moderna, de los que se habla en este capítulo, en un nuevo paradigma cohesivo y consecuente. Sin embargo, todos tienen una cosa en común: sus planteadores comparten la profunda convicción de que la imagen mecanicista del universo, producto de la ciencia newtoniano-car­tesiana, debe dejar de ser considerada como el modelo exacto y obligatorio de la realidad.
El concepto del cosmos como supermáquina gigantesca, cons­tituido por incontables objetos desunidos y existentes indepen­dientemente del observador, se ha convertido en obsoleto y ha sido relegado a los archivos históricos de la ciencia. El modelo ac­tualizado muestra el universo como una trama unificada e indivisi­ble de sucesos y relaciones, cuyas partes integrantes representan distintos aspectos y pautas de un único proceso integral de inima­ginable complejidad. Tal como lo pronosticó James Jeans (1930) hace más de cincuenta años, el universo de la física moderna se parece más a un sistema de procesos mentales, que a un reloj des­comunal. Al penetrar los científicos en las estructuras más profun­das de la materia y estudiar los diversos aspectos de los procesos del mundo, el concepto de sustancia sólida ha desaparecido gra­dualmente, dejando sólo pautas arquetípicas, fórmulas matemá­ticas abstractas, u orden universal. Por consiguiente, no parece extravagante considerar la posibilidad de que el principio de cone­xión de la trama cósmica sea la conciencia, como atributo prima­rio e irreducible de la existencia. 19
Después de revisar algunos descubrimientos estimulantes de la ciencia moderna, nos ocuparemos nuevamente de la investigación contemporánea sobre la conciencia. En su mayoría es claramente incompatible con el paradigma newtoniano-cartesiano de la ciencia mecanicista y por consiguiente es de gran interés explorar su rela­ción con diversos elementos de la visión científica emergente del mundo. El potencial revolucionario de la información, generada por la investigación moderna sobre la conciencia, parece variar con el nivel de observación. Así pues, las experiencias de naturaleza biográfica no suponen una grave amenaza para la forma de pensar establecida y basta con pequeños ajustes para incorporarlas en las teorías existentes. Las experiencias perinatales requerirían cambios mucho más dramáticos, pero sería concebible asimilarlas sin un cambio radical de paradigma. Sin embargo, la existencia de expe­riencias transpersonales supone un golpe fatal para el pensamiento mecanicista y exige cambios en las propias bases de la visión científi­ca del mundo. Las profundas revisiones necesarias afectarán especí­ficamente las disciplinas que permanezcan bajo el embrujo del para­digma newtoniano-cartesiano, considerando los principios de ese modelo del siglo xvii como sinónimos de los principios de la ciencia.
Fritjof Capra (1975; 1982), entre otros, ha demostrado que la visión del mundo que emerge de la física moderna parece coinci­dir con la visión mística del mundo. Lo mismo puede decirse, en mucho mayor grado, de la investigación moderna sobre la con­ciencia, puesto que se ocupa directamente de los estados de la conciencia, verdadero dominio de las escuelas místicas. Por consi­guiente, existe una compatibilidad creciente entre los conceptos revolucionarios de la investigación sobre la conciencia y la física moderna. Es preciso aclarar y especificar brevemente estas afir­maciones. La convergencia de la física y el misticismo no significa identificación, ni la perspectiva de una fusión futura. Cierta ten­dencia a interpretar la situación en este sentido ha sido justamente criticada, entre otros y con especial agudeza por Ken Wilber. En su ponencia La física, el misticismo y el nuevo paradigma holográ­fico (1979), aclara que la filosofía perenne describe al ser y la con­ciencia como una jerarquía de niveles, desde los reinos más den­sos y fragmentarios, hasta los más elevados, sutiles y unitarios. La mayoría de los sistemas coinciden en los siguientes niveles princi­pales: 1) el físico, que incluye la materialenergía no viviente; 2) el biológico, que se concentra en la materia/energía viviente y sensi­ble; 3) el psicológico, que trata de la mente, del ego y del pensa­miento lógico; 4) el sutil, que comprende los fenómenos psíquicos y arquetípicos; 5) el causal, caracterizado por su radiación amorfa y su perfecta trascendencia; y 6) la conciencia absoluta, aplicada a todos los niveles del espectro.
En la visión mística del mundo, cada nivel del espectro incluye y supera los anteriores, pero no a la inversa. Dado que, en la filosofía perenne, el inferior ha sido creado por el superior según un proceso denominado «involución», no es posible explicar el superior a partir del inferior. Cada nivel está dotado de una gama de conciencia más limitada y controlada que su superior. Los elementos de los mun­dos inferiores son incapaces de experimentar los superiores y no son conscientes de su existencia, a pesar de que los interpenetran.
Los místicos distinguen dos formas de interpenetración: la ho­rizontal dentro de cada nivel y la vertical entre niveles. En cada nivel existe hologarquía, sus elementos son aproximadamente equivalentes en categoría y mutuamente interpenetrantes. Entre distintos niveles no existe equivalencia y hay jerarquía. Los descu­brimientos físicos han confirmado sólo un pequeño fragmento de la visión mística del mundo. Los físicos han destruido rotunda­mente el dogma de la primacía de la materia sólida e indestructi­ble, que constituía la base de la visión mecanicista del mundo; en las exploraciones subatómicas, la materia se desintegra en pautas y formas abstractas de conciencia. Los físicos también han demos­trado la existencia de unidad horizontal y de interpenetración en el primer nivel, el físico, de la jerarquía de la filosofía perenne.
La teoría de la información y de la de los sistemas han aporta­do pruebas semejantes para los niveles dos y tres. Los nuevos descubrimientos de la física, la química, o la biología, no contri­buyen en absoluto al esclarecimiento de los niveles superiores de la jerarquía mística. La aportación de estos descubrimientos científicos, a este respecto, es sólo indirecta. Por el hecho de me­nospreciar la visión mecanicista del mundo que había ridiculiza­do el misticismo y la espiritualidad, están creando un clima en el que la investigación sobre la conciencia puede desarrollarse con menos prejuicios. Sin embargo, sólo los descubrimientos en disci­plinas científicas que se ocupen directamente del estudio de la conciencia, pueden facilitar acceso a los niveles restantes del es­pectro que abarca la filosofía perenne. Con esto presente, ahora podemos explorar las relaciones entre las observaciones de la in­vestigación moderna sobre la conciencia y los descubrimientos re­cientes en otras disciplinas científicas.
Las experiencias transpersonales pueden agruparse en dos ca­tegorías principales. La primera incluye los fenómenos cuyo con­tenido se relaciona directamente con diversos elementos del mun­do material, tales como otras personas, animales, plantas y obje­tos o procesos inanimados. En la segunda categoría se incluyen los dominios experienciales que rebasan claramente lo que en Occidente se reconoce como realidad objetiva. A ésta pertene­cen, por ejemplo, diversas visiones arquetípicas, secuencias mito­lógicas, experiencias de influencias divinas o demoníacas, encuen­tros con seres desprovistos de cuerpo o suprahumanos y la identifi­cación experiencial con la mente universal o el vacío supracósmico.
La primera categoría puede dividirse a su vez en dos subgru­pos, tomando como línea divisoria la naturaleza de la barrera con­vencional que parece ser superada. En las experiencias del primer subgrupo, ésta consiste primordialmente en la separación espacial y en la condición de independencia, mientras que en las del segun­do la barrera la constituyen las limitaciones del tiempo lineal. Este tipo de experiencias representan un obstáculo inexpugnable para la ciencia cartesiano-newtoniana, que contempla la materia como algo sólido, los límites y la identidad independiente como propiedades absolutas del universo, y el tiempo como lineal e irre­versible. Éste no es el caso de la visión científica moderna del mundo, que concibe el universo como una trama infinita y unifica­da de interrelaciones, y considera que todos los límites son final­mente arbitrarios y negociables. Ha superado la rigurosa distin­ción entre objeto y espacio vacío, y ofrece posibilidades concep­tuales de conexiones subatómicas directas que sobrepasan los ca­nales aceptados o aceptables en la ciencia mecanicista. Asimismo, en el contexto de la física moderna, se considera seriamente la po­sibilidad de que la conciencia no esté exclusivamente relegado al cerebro de los humanos y de los vertebrados superiores. Algunos físicos creen que la conciencia tendrá que ser incluida en futuras teorías de la materia y especulaciones sobre el universo físico, como factor primordial y principio de conexión en la trama cósmi­ca. En cierto sentido, si el universo representa una trama in­tegral y unificada, y si sus elementos constituyentes son evidente­mente conscientes, también debe serlo el sistema en su conjunto. Por supuesto, es concebible que distintas partes sean conscientes en grado diferente y que manifiesten diversas formas de conciencia.
Desde este punto de vista, las divisiones de la trama cósmica, que en último término es indivisible, son incompletas, arbitrarias y modificables. Por consiguiente, no hay razón alguna por la que esto no pueda ser cierto en el caso de las fronteras experienciales entre unidades de conciencia. Es concebible que, en ciertas cir­cunstancias especiales, un individuo pueda alcanzar su identidad en la trama cósmica y experimentar conscientemente cualquier aspecto de su existencia. Asimismo, ciertos fenómenos de ESP, que se basan en la superación de las fronteras espaciales conven­cionales, pueden conciliarse con este modelo. En cuanto a la tele­patía, los diagnósticos psíquicos, la visión remota, o la proyección astral, la cuestión ya no es si dichos fenómenos son posibles, sino cómo describir las barreras que impiden que ocurran en todo mo­mento. En otras palabras, el problema en la actualidad es el si­guiente: ¿Qué es lo que crea la apariencia de solidez, segregación e individualidad en un universo esencialmente vacío e inmaterial, cuya verdadera naturaleza es la unidad indivisible?
Las experiencias transpersonales que superan las barreras es­paciales son también perfectamente compatibles con la visión del mundo basada en las teorías de la información y de los sistemas. Este enfoque supone, a su vez, una imagen del mundo en la cual las fronteras son arbitrarias, la materia sólida no existente y en la que las pautas tienen una importancia suprema. A pesar de que no se mencione explícitamente la conciencia, en este contexto es concebible hablar de procesos mentales con respecto a las células, los órganos, los organismos inferiores, las plantas, los sistemas ecológicos, los grupos sociales, o el planeta en su conjunto.
Con relación a las experiencias en las que se superan las barre­ras temporales, la única alternativa interpretativa que nos ofrece la ciencia mecanicista para la recuperación de información sobre el pasado, es el substrato material del sistema nervioso central, o el código genético. Quizá podría aplicarse este enfoque, aunque con gran dificultad, a ciertas experiencias del pasado, tales como las embriónicas, las ancestrales, las raciales y las filogenéticas. Se­ría totalmente absurdo, en este contexto, considerar seriamente aquellas experiencias en las que parece revivirse episodios históri­cos, de situaciones con las que el individuo no está vinculado por vía biológica, como por ejemplo los elementos del inconsciente colectivo junguiano de culturas raciales ajenas, o experiencias de encarnaciones anteriores. Lo mismo sería válido para períodos anteriores al origen del sistema nervioso central, de la vida, de este planeta, o del sistema solar. También sería inconcebible toda experiencia de acontecimientos futuros, ya que el futuro todavía no ha ocurrido.
La física moderna ofrece algunas posibilidades fascinantes, basadas en una comprensión más amplia de la naturaleza del tiempo. La teoría de la relatividad de Einstein, que sustituyó el espacio tridimensional y el tiempo lineal por el concepto de un continuo cuatridimensional de espacio-tiempo, ofrece un marco teórico interesante para la comprensión de ciertas experiencias transpersonales, en las que intervienen otros períodos históricos. La teoría especial de la relatividad permite que el tiempo fluya a la inversa en ciertas circunstancias. La física moderna ha adquiri­do la costumbre de tratar el tiempo como entidad bidireccional, que puede moverse hacia delante o hacia atrás. Así, por ejemplo, en la interpretación de los diagramas espacio-tiempo de la física de alta energía (diagramas de Feynman), los movimientos de las partículas hacia delante en el tiempo son equivalentes a los de las antipartí­culas correspondientes hacia atrás.
Las especulaciones expresadas por John Wheeler en su Geome­trodynamics (1962) postulaban la existencia de un paralelismo en­tre el mundo físico y lo que ocurre experiencialmente en ciertos es­tados inusuales de la mente. El concepto de Wheeler del hiperespa­cio permite, en teoría, que se establezca un contacto instantáneo entre todos los elementos del universo, sin la limitación einsteinia­na de la velociad de la luz. Además, los cambios extraordinarios del espacio-tiempo, la materia y la causalidad, postulados en la teoría de la relatividad de Einstein con relación a la contracción de las es­trellas y los agujeros negros, cuentan con paralelismos experiencia­les en los estados inusuales de conciencia. A pesar de que actual­mente es imposible relacionar los conceptos de la física moderna con las observaciones de la investigación contemporánea sobre la conciencia, de un modo directo y de fácil comprensión, el paralelis­mo no deja de ser asombroso. Si consideramos los extraordinarios conceptos que la física moderna necesita para justificar sus obser­vaciones en el nivel más simple de la realidad, es evidente lo absur­do de que la psicología mecanicista tienda a negar la existencia de todo fenómeno que entre en conflicto con el sentido común popu­lar, o cuyos orígenes no radiquen en algo tan tangible como la cir­cuncisión o el aprendizaje del uso del retrete.
En contraste con los fenómenos descritos, las experiencias transpersonales cuyo contenido no guarda un paralelismo con la realidad material, están claramente fuera del alcance de la física. Sin embargo, incluso en estos casos, parece haber una diferencia fundamental entre la visión del paradigma newtoniano-cartesiano y la de la ciencia moderna. En el modelo mecanicista, el universo lo compone un número inmenso de partículas y objetos materia­les. La existencia de entidades desprovistas de materia, que no pueden ser observadas con los medios corrientes y en un estado usual de conciencia, sería negada por principio. Las experiencias de dichas entidades serían relegadas al mundo de los estados alte­rados de conciencia y de las alucinaciones, e interpretadas filosófi­camente como distorsiones de la realidad, derivadas de algún modo de la recepción sensorial de «elementos de existencia objetiva».
En la visión moderna del mundo, incluso los constituyentes materiales de la tierra pueden reducirse a pautas abstractas y al «vacío dinámico». En la trama unificada del universo, cualquier estructura, forma y frontera es finalmente arbitraria, y la forma y el vacío son términos relativos. Un universo con estas cualidades no excluye, en principio, la posible existencia de entidades, sea cual sea su alcance y características, incluidas las formas mitológi­cas y arquetípicas. En el mundo de las vibraciones se han logrado sintonizar selectivamente sistemas cohesivos y amplios de infor­mación, en la radio y televisión.


Ya hemos mencionado que, con frecuencia, las experiencias transpersonales están relacionadas significativamente con pau­tas de sucesos del mundo externo, de un modo inexplicable en términos de causalidad lineal. Carl Gustav Jung (1960b) observó muchas coincidencias asombrosas de este género en su trabajo clí­nico. Para explicarlas, postuló la existencia de un principio de co­nexión acausal, que denominó sincronicidad y que definió como el «acaecimiento simultáneo de cierto estado psíquico con uno o varios sucesos externos, con un paralelismo aparente significativo en el estado subjetivo momentáneo». No cabe duda de que los su­cesos conectados sincrónicamente, desde un punto de vista temá­tico, están relacionados entre sí, a pesar de que no exista ningún vínculo de causalidad lineal entre ellos. Muchos individuos cata­logados como psicóticos experimentan casos asombrosos de sin­cronicidad. En las consultas superficiales y tendenciosas de los psiquiatras newtoniano-cartesianos se suele interpretar rutinaria­mente toda coincidencia significativa como error de referencia. Sin embargo, no cabe duda de que, además de las interpretacio­nes patológicas de sucesos evidentemente desvinculados, existen sincronismos auténticos. Este tipo de situaciones son demasiado asombrosas y excesivamente comunes para ser desestimadas. Es por consiguiente muy alentador y vivificante comprobar que la fí­sica moderna se ha visto obligada a reconocer la existencia de fe­nómenos semejantes, en el contexto meticulosamente controlado de sus experimentos en el laboratorio. El teorema de Bell y los ex­perimentos inspirados en el mismo, merecen una mención espe­cial en este contexto.
Existe verdaderamente un enorme paralelismo entre la visión del mundo de la física moderna y el mundo experiencial de los místicos y de los sujetos psicodélicos; además, hay buenas razones para creer que dichas semejanzas seguirán aumentando. La dife­rencia fundamental entre las conclusiones basadas en un análisis científico del mundo externo y las que emergen de la autoexplora­ción consiste en que, en la física moderna el mundo de lo paradóji­co y transracional sólo puede expresarse en ecuaciones matemáti­cas abstractas, mientras que en los estados inusuales de conciencia se convierte en una experiencia directa e inmediata.
Los sujetos bajo el efecto de LSD, con conocimientos avanza­dos de matemáticas y de física, han afirmado en repetidas ocasio­nes que, durante sus sesiones psicodélicas, han adquirido una cla­ra percepción interna de diversos conceptos y estructuras, que eran incapaces de imaginar y visualizar en su estado ordinario de conciencia. A este género de informes corresponden, por ejem­plo, la geometría de un espacio n-dimensional de Riemann, la geometría no euclideana de espacio-tiempo de Minkowski, el de­rrumbamiento de las leyes naturales en un agujero negro y las teo­rías de la relatividad especial y general de Einstein. La curvatura del espacio y del tiempo, el universo infinito pero autocontenido, el intercambio de masa y energía, varios órdenes de infinidades, ceros de diferente magnitud; he ahí una serie de difíciles conceptos de las matemáticas y de la física modernas, que han sido subjeti­vamente experienciados y comprendidos de un nuevo modo cua­litativo por algunos sujetos. Incluso ha sido posible encontrar una correlación experiencial directa, a las famosas ecuaciones de Einstein basadas en las transformaciones de Lorentz. Estas obser­vaciones han sido tan asombrosas, que justificarían un futuro pro­yecto en el que eminentes físicos tuvieran la oportunidad de expe­rienciar estados psicodélicos, para hallar inspiración teórica y creatividad para resolver problemas.
El hecho de que tantas observaciones del trabajo experiencial profundo sean compatibles con los descubrimientos de la física moderna, demostrando claramente las limitaciones del modele, newtoniano-cartesiano, es sumamente alentador y debería con­tribuir a legitimar los nuevos enfoques de cara a la comunidad científica. El significado potencial de la investigación sobre la con­ciencia, con o sin drogas psicodélicas, trasciende más allá de las estrechas fronteras de la psicología y la psiquiatría. Debido a la complejidad de sus respectivos campos, en el pasado estas disci­plinas intentaron hallar un sólido anclaje en la física, la química, la biología y la medicina, para ganarse la reputación de ciencias exactas. Esos esfuerzos, si bien histórica y políticamente necesa­rios, pasaron por alto el hecho de que los complejos fenómenos estudiados por la psiquiatría y la psicología, no pueden ser descri­tos ni explicados en su totalidad en el marco de unas ciencias que exploran aspectos más simples y básicos de la realidad.
Los descubrimientos de la investigación psicológica, evidente­mente no deben contradecir las leyes fundamentales de la física s la química. Sin embargo, la ciencia que se ocupa del estudio de los fenómenos de la conciencia, con sus características únicas y espe cíficas, debe poder contribuir por cuenta propia a la comprensión: del mundo y utilizar los enfoques o sistemas de descripción que mejor se ajusten a sus propósitos. Puesto que en última instancia todas las disciplinas científicas se basan en la percepción sensoria:' y son producto de la mente humana, parece evidente que la inves-­tigación sobre la conciencia puede ofrecer contribuciones válida­en todas las áreas de exploración del mundo físico. Conviene ha cer hincapié en que la información sobre muchos de los fenóme nos que se describen en esta obra, ha precedido en muchos siglos o incluso milenios, a los descubrimientos de la física moderna coi los cuales es compatible. No obstante, acostumbra a ser descarta­da por los psiquiatras o catalogada como psicopatológica, por e' hecho de no encajar en el modelo newtoniano-cartesiano y con­tradecir sus postulados básicos.
Es interesante observar desde este punto de vista la conver­gencia entre la física moderna, el misticismo y la investigación so­bre la conciencia. A pesar de que su paralelismo es asombroso de gran alcance, su naturaleza es esencialmente formal. Sólc permite explicar las experiencias transpersonales en las que el in­dividuo se identifica conscientemente con diversos aspectos ma­teriales del universo en el pasado, presente o futuro. La literatura mística describe una amplia gama de reinos adicionales de la reali­dad, que eluden los enfoques convencionales de la ciencia materialista. El nuevo modelo de la realidad descrito por la física cuán­tica y de la relatividad, supera el concepto de materia sólida e in­destructible, así como el de objetos independientes, y muestra el universo como una compleja trama de sucesos y relaciones. En el último análisis, todo residuo de sustancia material desaparece en la vacuidad primordial del vacío dinámico. Sin embargo, la contri­bución de la física es prácticamente inexistente en cuanto a la di­versidad de formas específicas que la danza cósmica adopta a otros niveles de la realidad. La percepción experiencial de los es­tados inusuales de conciencia sugiere la existencia de una inteli­gencia creativa, intangible e inexplorable, consciente de sí misma, que impregna todos los reinos de la realidad. Este enfoque indica que es la conciencia pura, sin ningún contenido específico, la que representa el principio supremo de la existencia y la realidad final. De ello se deriva todo cuanto existe en el cosmos y con un sentido alegre de la exploración, la aventura, el drama, el arte y el humor, crea incontables mundos fenomenales. Este aspecto de la reali­dad, a pesar de encontrarse fuera del alcance de los métodos de las ciencias exactas, puede que sea indispensable para una verda­dera comprensión del universo, así como para su extensa des­cripción.
Es difícil imaginar que la física, en la actualidad o en cualquier tiempo futuro y sin salirse de los confines de su propia disciplina, logre acceder a este último misterio. Por consiguiente no haría­mos más que repetir un viejo error adoptando el nuevo paradigma de la física y convirtiéndolo en las bases obligatorias de la investi­gación sobre la conciencia. Es esencial que el paradigma emerja de las necesidades de nuestra propia disciplina y procure estable­cer vínculos con las demás, en lugar de emularlas. La importancia de los nuevos descubrimientos en el campo de la física para el es­tudio de la conciencia radica, por tanto, en la destrucción de la ca­misa de fuerza conceptual de la ciencia newtoniano-cartesiana, más que en la oferta de un nuevo paradigma obligatorio.
Esto parece el punto adecuado para considerar las consecuen­cias de los datos procedentes de la física cuántica y de la relativi­dad, de la investigación moderna sobre la conciencia y de otras areas de la ciencia de nuestro siglo, para la comprensión de la psi­que y de la naturaleza humana. En el pasado, la ciencia mecani­cista ha acumulado una cantidad abrumadora de pruebas que in­dican la posibilidad de comprender y tratar a los seres humanos, con bastante éxito, considerándolos como entidades materiales aisladas: esencialmente máquinas biológicas constituidas por di­versos componentes, tales como los órganos, los tejidos y las célu­las. En este enfoque se considera que la conciencia es consecuen­cia de procesos fisiológicos en el cerebro .20
Ante los conocimientos procedentes de la investigación sobre la conciencia de los que hemos hablado, la visión exclusiva del ser humano como máquina biológica ha dejado de ser aceptable. En gran pugna lógica con este modelo tradicional, los nuevos datos apoyan sin ambigüedad alguna el criterio sostenido por las tradi­ciones místicas a lo largo de los tiempos; en ciertas circunstancias, los seres humanos pueden funcionar como amplios campos de conciencia, superando las limitaciones del cuerpo físico, del tiem­po y del espacio newtonianos, y de la causalidad lineal. Esta situa­ción es bastante similar al dilema con el que se encontraron los fí­sicos, con la paradoja onda-partícula relacionada con la luz y la materia, en su estudio de los procesos subatómicos. Según el prin­cipio de complementariedad de Niels Bohr, que hace referencia a dicha paradoja, para describir debidamente la luz y las partículas subatómicas, se precisa la imagen de las ondas y la de las partícu­las como aspectos complementarios e igualmente necesarios de una misma realidad. Cada uno de ellos es sólo parcialmente co­rrecto y con una gama de aplicaciones limitada. Depende del ex­perimentador y de la forma en que se organice el experimento, que se manifieste uno u otro de estos aspectos.
El principio de complementariedad de Bohr se refiere especí­ficamente a los fenómenos del mundo subatómico y no puede ser transferido automáticamente a problemas en otras áreas. Sin em­bargo, sienta un precedente interesante para otras disciplinas, co­dificando una paradoja en lugar de resolverla. Al paracer, las ciencias que se dedican al estudio de los seres humanos, tales como la medicina, la psiquiatría, la antropología, la tanatología y otras, han acumulado una cantidad de datos conflictivos lo sufi­cientemente voluminosa como para justificar plenamente la for­mulación de un principio de complementariedad comparable al de Bohr.
A pesar de que parece absurdo e imposible desde el punto de vista de la lógica clásica, la naturaleza humana muestra una pecu­liar ambigüedad. En algunos casos se presta a interpretaciones mecanicistas, equiparando los seres humanos con sus cuerpos y sus funciones orgánicas. En otros manifiesta una imagen muy di­ferente, que sugiere que los seres humanos son también capaces de funcionar como campos ilimitados de conciencia, superando la materia, el espacio, el tiempo y la causalidad lineal. A fin de des­cribir a los humanos de un modo completo y exhaustivo, debemos aceptar el hecho paradójico de que son a la vez objetos materiales o máquinas biológicas y extensos campos de conciencia. En la físi­ca, los resultados de los experimentos subatómicos dependen del criterio y enfoque del experimentador; en cierto sentido a las pre­guntas sobre ondas se responde con ondas y a las de partículas con partículas. Es concebible que en situaciones humanas, el criterio del investigador sobre la naturaleza humana y la organización del experimento faciliten una modalidad o la otra.
Podemos seguir el ejemplo de Niels Bohr y contentarnos con la simple yuxtaposición de esas dos imágenes contradictorias pero complementarias, ambas parcialmente ciertas. Sin embargo, cier­tos descubrimientos en las matemáticas, la física y la investigación cerebral han manifestado la existencia de nuevos mecanismos que ofrecen una halagüeña perspectiva. En el futuro puede llegar a ser posible que se sinteticen e integren las dos imágenes de la natura­leza humana, aparentemente irreconciliables, de un modo amplio y elegante. La información pertinente procede del campo de la holografía, de la teoría del holomovimiento de David Bohm y de la investigación cerebral de Karl Pribram. Los principios holográ­ficos que se debaten a continuación no deben ser interpretados como un nuevo modelo físico para la investigación sobre la con­ciencia, sino como una ayuda conceptual que abre nuevas posibili­dades para la imaginación y especulaciones futuras. No pretende sugerir que el mundo es un holograma, sino que la holografía re­vela e ilustra la existencia de ciertos nuevos principios que actúan en la creación de la estructura de la realidad.


El enfoque holonómico. Nuevos principios y nuevas perspectivas


A lo largo de las tres últimas décadas, el desarrollo en los campos de las matemáticas, la tecnología láser, la holografía, la física cuántica y de la relatividad y la investigación cerebral, han conducido al descubrimiento de nuevos principios con vastas consecuencias para la investigación moderna sobre la concien­cia y para la ciencia en general. Estos principios han sido deno­minados holonómicos, holográficos u holográmicos, porque abren fascinantes alternativas al criterio convencional de la rela­ción entre el todo y sus partes. La mejor demostración de su na­turaleza única, la constituye el proceso de almacenaje, recupe­ración y combinación de información con la técnica de la hologra­fía óptica.
Es importante subrayar que sería prematuro hablar de la «teo­ría holonómica del universo y del cerebro», como se ha hecho en ocasiones anteriores. En la actualidad disponemos de un mosaico de datos importantes y fascinantes, así como de teorías en diver­sas áreas, que no han sido todavía integrados en una estructura conceptual coherente. Sin embargo, el enfoque holonómico, que hace hincapié en la interferencia de las pautas vibratorias, en lu­gar de hacerlo en las interacciones mecánicas y en la información en lugar de la sustancia, ofrece perspectivas muy halagüeñas, dado el criterio científico moderno de la naturaleza vibratoria del universo. Este nuevo enfoque hace relación a problemas tan fun­damentales como el orden y organización de los principios de la realidad y del sistema nervioso central, la distribución de informa­ción en el cosmos y en el cerebro, y la relación entre el todo y las partes.
Esta visión holonómica del universo, cuenta con predecesores históricos en las antiguas filosofías espirituales indias y chinas, así como en la monadología del gran filósofo y matemático alemán, Gottfried Wilhelm von Leibnitz (1951). La superación de la dis­tinción convencional entre el todo y sus partes, que representa la mayor contribución de los modelos holonómicos, constituye una característica esencial de la mayoría de los sistemas de la filosofía perenne.
La imagen poética del collar del dios védico Indra nos ofrece una bella ilustración de este principio. En el Avatamsaka Sutra está escrito: «En el cielo de Indra se dice que hay una red de per­las, ordenadas de tal modo que mirando a una, se ven todas las demás reflejadas en ella. Asimismo, todo objeto en el mundo no existe sólo de por sí, sino que incluye todos los demás y, en efecto, es todo lo demás». Sir Charles Eliot (1969), citando este pasaje agrega: «En cada partícula de polvo están presentes incontables budas».
Hallamos una imagen correspondiente en la tradición china, en la escuela del pensamiento budista de Hwa Yen,21 con una vi­sión holística del universo que se caracteriza por una de las per­cepciones más profundas que la mente humana haya jamás alcan­zado. La emperadora Wu, incapaz de penetrar en la complejidad de la literatura de Hwa Yen, le pidió a Fa Tsang, uno de los fun­dadores de dicha escuela, que le ofreciera una demostración prác­tica y simple de la interrelación cósmica. Fa Tsang comenzó por colgar una vela encendida del techo de una sala, cuyo interior es­taba cubierto enteramente de espejos, para demostrar la relación de la unidad con la pluralidad. Entonces colocó un pequeño cris­tal óptico en el centro de la sala y, demostrando que todo se refle­jaba en él, ilustró como en su realidad esencial lo infinitamente pequeño contiene lo infinitamente grande y viceversa, sin obs­truirse. Hecho esto, Fa Tsang se quejó de que su modelo estático no fuera capaz de reflejar el movimiento perpetuo y multidimen­sional del universo, así como la imparable interpenetración mutua del tiempo y la eternidad, y del pasado, el presente y el futuro (Franck, 1976).
En la tradición jainista, el enfoque holonómico del mundo se presenta de un modo sumamente sofisticado y elaborado. Según la cosmología jainista, el mundo fenomenal consiste en un sistema infinitamente complejo de unidades de conciencia, o jivas, encar­celadas en la materia en las diversas etapas del ciclo cósmico. Este sistema asocia la conciencia y el concepto de jiva, no sólo con las formas humanas y animales, sino con las plantas, los objetos inor­gánicos, o los procesos. Las mónadas de la filosofía de Leibnitz (1951) están dotadas de muchas de las características de las jivas jainistas; todo el conocimiento de la totalidad del universo puede deducirse de la información relacionada con una sola mónada. Es interesante que Leibnitz fuera también el iniciador de la técnica matemática, que ha sido fundamental en el desarrollo de la holo­grafía.
La técnica holográfica puede utilizarse como poderosa metá­fora del nuevo enfoque y como espectacular ilustración de sus principios. Por consiguiente, parece apropiado comenzar con una descripción de sus aspectos técnicos básicos. La holografía es una fotografía tridimensional sin objetos materiales. Los principios matemáticos de esta técnica revolucionaria fueron elaborados por el científico Dennis Gabor, a finales de los años cuarenta y en 1971 Gabor fue galardonado con el premio Nobel por su descubri­miento. Los hologramas y la holografía no pueden ser comprendi­dos en términos de óptica geométrica, en la que se considera a la luz constituida por partículas discretas o fotones. El método holo­gráfico depende del principio de superposición y de las pautas de interferencia de la luz; exige que la luz se interprete como un fe­nómeno ondulatorio. Los principios de la óptica geométrica re­presentan una aproximación adecuada para diversos instrumentos ópticos, incluidos los telescopios, los microscopios y las cámaras. listos se limitan a utilizar la luz reflejada por los objetos y sus di­versas intensidades, pero no la fase. La óptica mecánica no ha previsto la grabación de las pautas de interferencia de la luz. Sin embargo, ésta es precisamente la esencia de la holografía, que se basa en la interferencia de la luz coherente y puramente monocro­mática (luz de una sola longitud de onda, con todas las ondas coordinadas). En la técnica holográfica (figura 6) se divide un rayo láser y se le obliga a interactuar con el objeto fotografiado, grabando la pauta de interferencia resultante en una placa foto­gráfica. A continuación, iluminando la placa con luz láser se re­crea una imagen tridimensional del objeto original.
Las imágenes holográficas están dotadas de muchas caracterís­ticas, que las convierten en los mejores modelos existentes de los fenómenos psicodélicos y de otras experiencias en estados inusua­les de conciencia. Permiten demostrar muchas de las propiedades formales de las visiones producidas por LSD, así como diversos aspectos importantes de su contenido. Las imágenes recostruidas son tridimensionales y están dotadas de un fuerte realismo, que se acerca o incluso iguala al de la percepción ordinaria del mundo material. Al contrario de las imágenes de la cinematografía con­temporánea, las holográficas no se limitan a simular la tridimen­sionalidad. Manifiestan auténticas características espaciales, in­cluido un verdadero paralaje.22 Las imágenes holográficas ofrecen la posibilidad de enfoque selectivo en diferentes planos y permi­ten la percepción de estructuras internas, a través de un medio transparente. El cambio de enfoque permite elegir la profundidad de la percepción y difuminar o aclarar diversas áreas del campo vi­sual. Por ejemplo, las nuevas técnicas avanzadas de la holografía, con el uso de película de grano microscópico, permiten elaborar un holograma de una hoja y estudiar su estructura molecular al microscopio, variando el enfoque.
Una propiedad de la holografía que es particularmente perti­nente para el modelaje del mundo psicodélico y de los fenómenos místicos es su increíble capacidad de almacenamiento de informa­ción; se pueden grabar varios centenares de imágenes en el frag­mento de película que ocuparía una sola fotografía convencional. La holografía permite hacer una fotografía de dos o más personas por exposiciones secuenciales. Esto se puede realizar, usando una sola película, desde un mismo ángulo, o variándolo ligeramente en cada exposición. En el primer caso, iluminando la placa revela­da obtendremos una imagen compuesta de las dos o más personas fotografiadas (por ejemplo, todos los profesores de un instituto o los jugadores de un equipo de fútbol). Al ocupar el mismo espacio, la imagen no representará a ninguno de ellos en particular y a to­dos al mismo tiempo. Estas imágenes auténticamente compuestas nos brindan un modelo exquisito de cierto tipo de experiencias transpersonales, tales como las imágenes arquetípicas del hombre cósmico, la mujer, la madre, el padre, el amante, el pícaro, el loco, o el mártir, o visiones étnicas y profesionales generalizadas, como por ejemplo la de un judío o la de un científico.
Parece ser un mecanismo semejante el que interviene en ciertas transformaciones ilusorias de personas o de elementos del medio ambiente, observadas frecuentemente en sesiones psicodélicas. Así pues, se puede ver simultáneamente al sujeto en su forma real y como padre, madre, verdugo, demonio, todos los hombres, o to­das las mujeres. La apariencia del consultorio puede oscilar desde la cotidiana hasta la de un harén, un castillo renacentista, una maz­morra medieval, un cadalso, o una cabaña en una isla del Pacífico.
Cuando las imágenes holográficas se toman desde distintos án­gulos, se pueden extraer secuencial e individualmente de la misma placa, recreando las condiciones originales en las que se tomaron. Esto ilustra otro aspecto de las experiencias visuales, es decir, el hecho de que multitud de imágenes tiendan a emerger en rápida sucesión de la misma área del campo experiencial, apareciendo y desapareciendo como por arte de magia.
Cada imagen holográfica puede ser percibida por separado, pero al mismo tiempo formando parte integral de una matriz in­diferenciada mucho más amplia de pautas de interferencia lumi­nosa, de la que originalmente procede. Esto puede constituir un elegante modelo para otros tipos o aspectos de experiencias trans­personales. Las imágenes holográficas se pueden tomar de modo que cada una ocupe un espacio diferente, como en una exposición simultánea de una pareja o de un grupo de gente. En tal caso apa­recerán en el holograma como individuos por separado. Sin em­bargo, también es evidente para quienes estén familiarizados con los principios de la holografía, que se les puede ver al mismo tiem­po como un campo de luz perfectamente indiferenciado, el cual, por medio de pautas específicas de interferencia, crea la ilusión de objetos por separado. La relatividad de la separación entre el con­junto unitario y la identidad por separado, es de una importancia decisiva para las experiencias místicas y psicodélicas. Es difícil imaginar una ayuda conceptual y un instrumento pedagógico más ideal que la holografía, para ilustrar este aspecto de los esta­dos inusuales de conciencia, por otra parte incomprensible y para­dójico.
Probablemente, las propiedades más interesantes de la holo­grafía son las relacionadas con la «memoria» y la recuperación de información. Un holograma óptico está dotado de memoria distri­buida, cualquier pequeño fragmento del mismo, lo suficientemen­te grande para que en él quepa la pauta de difracción completa, contiene la información de la totalidad global. Al reducir el tama­ño de la parte del holograma utilizada para recrear la imagen, dis­minuye el poder de definición, o aumenta el ruido informativo, pero conserva las características generales de la totalidad. La téc­nica holográfica también permite sintetizar imágenes nuevas de objetos no existentes, combinando diversos fragmentos aislados de la información suministrada. Este mecanismo podría ser el res­ponsable de las numerosas combinaciones y variaciones simbóli­cas del material inconsciente, observadas en las sesiones psicodé­licas o en los sueños.
Podría explicar también el hecho de que cada conjunto psico­lógico individual, como la visión, la fantasía, los síntomas psicoso­máticos, o formaciones del pensamiento, contengan una enorme cantidad de información sobre la personalidad del sujeto. Por consiguiente, la libre asociación y el estudio analítico de cada de­talle aparentemente minúsculo de la experiencia, puede aportar una cantidad sorprendente de datos sobre el sujeto.
Sin embargo, el fenómeno de la memoria distribuida es de una importancia potencial extraordinaria, para comprender el hecho de que los sujetos bajo el efecto de LSD, en ciertos estados espe­ciales de la mente, tengan acceso a información sobre casi todos los aspectos del universo. El enfoque holográfico permite imagi­nar como la información mediada por el cerebro es accesible en cada una de las células cerebrales, o como la información genética sobre la totalidad del organismo está presente en cada una de las células del cuerpo.
En un modelo del universo que haga hincapié en la sustancia y la cantidad, como el creado por la ciencia mecanicista, una parte difiere del todo de un modo evidente y absoluto. En un modelo que presente el universo como un sistema vibratorio y haga hinca­pié en la información, en lugar de hacerlo en la sustancia, dicha distinción deja de ser aplicable. Este cambio radical que ocurre al trasladar el énfasis de la sustancia a la información, puede ilus­trarse en el cuerpo humano. A pesar de que cada célula somática representa un fragmento trivial de la totalidad del cuerpo, a través del código genético dispone de toda la información sobre el mis­mo. Asimismo, es concebible que toda la información sobre el universo pueda ser extraída de cualquiera de sus partes. El haber demostrado como se puede superar esa diferencia aprentemente irreconciliable entre una parte y el todo, constituye la contribu­ción probablemente más importante del modelo holográfico a la teoría de la investigación moderna sobre la conciencia.
Dicho paralelismo entre la holografía y las experiencias psico­délicas es extraordinario, especialmente si tenemos en cuenta que esta tecnología está todavía en su infancia y resulta difícil pronos­ticar su alcance en un futuro próximo. A pesar de que los proble­mas relacionados con la cinematografía y la televisión holográfica tridimensional son considerables, su realización está ciertamente al alcance de la tecnología moderna. Otra aplicación fascinante de la holografía, que está todavía en estado embrionario, consiste en el reconocimiento de marcas, pautas y símbolos, así como su ca­pacidad para traducir de un lenguaje simbólico a otro.
El holograma es un instrumento conceptual único, que puede ser sumamente útil para comprender el criterio de totalidad. Sin embargo, crea una grabación estática de los complejos movimien­tos de campos electromagnéticos, con lo cual se ocultan ciertas propiedades y posibilidades importantes del dominio holográfico.

En realidad, el movimiento de ondas luminosas (y otros tipos de fenómenos vibratorios) está presente en todas partes y, en princi­pio, manifiesta el espacio y el tiempo de la totalidad del universo. Estos campos obedecen las leyes de la mecánica cuántica, infirien­do las propiedades de discontinuidad y de no localización. Así pues, la totalidad del plegarse y desplegarse es muy superior a la detectada por el observador científico.
Los revolucionarios descubrimientos recientes del investiga­dor italoargentino Hugo Zucarelli han extendido el modelo holo­gráfico al mundo de los fenómenos acústicos. Ya de niño, a Zuca­relli le fascinaban los problemas relacionados con la capacidad de diversos organismos, a través de su percepción auditiva, para lo­calizar sonidos. Estudiando y analizando meticulosamente los mecanismos, por los que distintas especies en la escala evolutiva llegan a la identificación precisa de las fuentes del sonido, llegó a la conclusión de que los modelos existentes del oído son inadecua­dos para dar cuenta de las importantes características de la per­cepción acústica humana. El hecho de que los seres humanos sean capaces de localizar la fuente de los sonidos, sin mover la cabeza ni la posición de las orejas, sugiere que la comparación de la inten­sidad acústica recibida por el oído izquierdo y el derecho no es el mecanismo responsable de dicha habilidad. Además, incluso los individuos con un oído atrofiado son capaces de localizar sonidos. Para comprender adecuadamente todas las características del oído espacial, es necesario postular que la percepción acústica hu­mana utiliza principios holográficos. Para ello hay que suponer que el oído humano es un transmisor, además de receptor.
Con el fin de reproducir dicho mecanismo mientras se graban los sonidos, Zucarelli desarrolló la tecnología del sonido holofóni­co. Las grabaciones holofónicas tienen la misteriosa propiedad de reproducir la realidad acústica, con todas sus características espa­ciales, hasta tal punto que, sin un control visual permanente, es imposible distinguir la percepción de los fenómenos grabados, de los sucesos reales en el mundo tridimensional. Además, al escu­char grabaciones holofónicas de acontecimientos que estimularon otros sentidos, se suele inducir sinestesia: las percepciones corres­pondientes en otras áreas sensoriales.
Por ejemplo, el sonido de unas tijeras abriéndose y cerrándose cerca del cráneo confiere la sensación realista de que a uno le es­tán cortando el pelo; el zumbido de un secador de pelo puede pro­ducir la sensación del aire caliente en la cabellera; al ruido de una cerilla que se enciende, le puede seguir el olor a azufre quemado; y la voz de una mujer que le susurre al oído, le permite a uno per­cibir su aliento.
Es evidente que el sonido holofónico afecta profundamente tanto la teoría como la práctica de muchos campos y áreas de la vida humana, desde su efecto revolucionario en la comprensión de la fisiología y patología del oído, hasta sus insospechadas apli­caciones en psiquiatría, psicología y psicoterapia, en los medios de información, espectáculos, arte, religión, filosofía y en muchos otros campos.
Estos efectos extraordinarios de la tecnología holofónica apor­tan una comprensión completamente nueva de la importancia atribuida al sonido, en diversas filosofías espirituales y escuelas místicas. El papel crucial del sonido cósmico OM en el proceso de creación del universo, del que se habla en las antiguas escuelas del pensamiento indio, la profunda conexión entre diversas vibracio­nes acústicas y los chakras individuales en el yoga tántrico y kun­dalini, las propiedades místicas y mágicas atribuidas a los soni­dos de los alfabetos hebreo y egipcio, y el uso del sonido como tecnología de lo sagrado en el shamanismo y en las ceremonias de curación aborígenes, así como medio poderoso en la mediación de experiencias de otras realidades, son sólo algunos ejemplos del papel preeminente del sonido en la historia de la religión. Por tan­to, el descubrimiento del sonido holofónico supone una contribu­ción importante al paradigma emergente, vinculando la ciencia moderna con la sabiduría antigua.
Por muy emocionante que nos parezca el potencial de la holo­grafía y la holofonía, no debemos apresurarnos en aplicarlo indis­criminadamente, ni de un modo excesivamente literal, a la inves­tigación sobre la conciencia. Después de todo, los hologramas y las grabaciones holofónicas se limitan a reproducir aspectos im­portantes de sucesos en el mundo material, mientras que la gama de experiencias transpersonales incluye muchos fenómenos que son indudablemente creaciones activas de la psique y no simples reproducciones de objetos existentes, así como de sucesos o sus derivaciones y recombinaciones. Además, las experiencias en es­tados inusuales de conciencia incluyen ciertas características, que en la actualidad no pueden ser modeladas directamente por la tec­nología holonómica, si bien algunas pueden manifestarse en for­ma de sinestesia, inducidas por sonidos holofónicos. Entre ellas se cuenta la experiencia de cambios de temperatura, dolor físico, sensaciones táctiles, sentimientos sexuales, percepciones olfativas Y gustativas, y diversas cualidades emocionales. En la holografía óptica, tanto las imágenes holográficas, el campo luminoso que las crea, como la película que constituye su matriz generadora, existen en el mismo nivel de realidad y se pueden percibir o detec­tar simultáneamente en un estado ordinario de conciencia. Asimis­mo, todos los elementos de un sistema holofónico son accesibles a nuestros sentidos e instrumentos, sin alteraciones de conciencia.

David Bohm, destacado físico teórico, ex colaborador de Einstein y autor de textos básicos sobre la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, ha formulado un modelo revolucionario del universo, que extiende los principios holonómicos a reinos que en la actualidad no están sujetos a observación directa ni in­vestigación científica. Con la intención de resolver las desconcer­tantes paradojas de la física moderna, Bohm ha resucitado la teo­ría de las variables ocultas, que desde hace tiempo se consideraba refutada por físicos tan eminentes como Heisenberg y Von Neu­mann. La visión resultante de la realidad modifica profundamen­te los supuestos filosóficos más fundamentales de la ciencia occi­dental. Bohm describe la naturaleza de la realidad en general y de la conciencia en particular, como un todo ininterrumpido y cohe­rente, involucrado en un inacabable proceso de cambio: el holo­movimiento. El mundo fluye constantemente y cualquier estruc­tura estable no es más que pura abstracción; se considera que todo objeto, entidad o suceso descriptible es una derivación de una totalidad indefinible y desconocida.
Los fenómenos que percibimos directamente a través de nues­tros sentidos y con la ayuda de instrumentos científicos -la totali­dad del mundo estudiado por la ciencia mecanicista- representa sólo un fragmento de la realidad, el orden manifiesto o explicado. Es una forma especial contenida en su interior y de donde emer­ge, una totalidad más general de la existencia, el orden oculto o implicado, que constituye la fuente y matriz generadora. En el or­den implicado, el espacio y el tiempo dejan de ser los factores do­minantes, que determinan la relación de dependencia o indepen­dencia de distintos elementos. Se relacionan significativamente a la totalidad diversos aspectos de la existencia, cumpliendo funcio­nes específicas con relación a una meta final, en lugar de compo­ner estructuras independientes. Esta imagen del universo se pare­ce, por consiguiente, a la de un organismo vivo, cuyos órganos. tejidos y células sólo tienen sentido en relación con la totalidad.
La teoría de Bohm, a pesar de que fue originalmente concebi­da para tratar de problemas concernientes a la física, desprende consecuencias revolucionarias para la comprensión no sólo de la realidad física, sino que también de los fenómenos de la vida, de la conciencia y de la función de la ciencia y del conocimiento en general. Según la teoría de Bohm, no es posible comprender la vida en términos de materia inanimada, o derivados de la misma. En realidad, es imposible distinguir con precisión lo uno de lo otro. Tanto la vida como la materia inanimada comparten el mis­mo terreno en el holomovimiento, que constituye su fuente pri­maria y universal. Se debe considerar la materia inanimada como una subtotalidad relativamente autónoma, en la que la vida está «implícita» pero no manifiesta significativamente.
En contraste tanto con los idealistas como los materialistas, Bohm sugiere que la materia y la conciencia no se pueden explicar la una a partir de la otra, ni reducirse entre sí. Ambas son abstrac­ciones del orden implicado, campo al que ambas pertenecen y por lo que representan una unidad inseparable. De modo muy seme­jante, el conocimiento sobre la realidad en general y sobre la cien­cia en particular, es una pura abstracción del flujo total único. En lugar de ser reflejos de la realidad y sus descripciones indepen­dientes, forman parte integral del holomovimiento. El pensa­miento tiene dos aspectos importantes: cuando funciona por su cuenta es mecánico y deriva su orden, generalmente inadecuado e irrelevante, de la memoria. Sin embargo, también puede respon­der directamente a la inteligencia, que es un elemento libre, inde­pendiente e incondicionado, con origen en el holomovimiento. La percepción y el conocimiento, incluidas las teorías científicas, son actividades creativas, comparables al proceso artístico, y no refle­xiones objetivas de una realidad independiente. Es imposible me­dir la verdadera realidad y la auténtica percepción ve en lo incon­mensurable la esencia de la existencia.
La fragmentación conceptual del mundo, característica de la ciencia mecanicista, tiende a crear un estado de desequilibrio gra­ve y tiene consecuencias peligrosas. No sólo tiende a dividir lo in­divisible, sino a unificar lo inunificable y a crear estructuras artifi­ciales: nacionales, económicas, políticas y religiosas. Confundirse en lo que es diferente y en lo que no lo es significa confundirse en todo. El resultado inevitable es la crisis emocional, económica, política y ecológica. Bohm ha puesto de relieve el hecho de que la fragmentación conceptual se apoya en la estructura de nuestro lenguaje, que hace hincapié en las divisiones entre sujeto, verbo y complemento, y ha creado las bases de un nuevo lenguaje, el reo­modo, que no permite hablar de los hechos observados como ele­mentos de una naturaleza esencialmente estática, que existan por separado, sino que describe el mundo como un proceso dinámico en estado de fluidez.
Según Bohm, la situación actual de la ciencia occidental está intimamente relacionada con el uso de lentes ópticas. Gracias a la invención de las lentes, se pudo extender la exploración científica, más allá del orden clásico, a dominios de objetos excesivamente pequeños, desmesuradamente grandes, que están demasiado le­jos o que se mueven con excesiva rapidez, para percibirlos visual­mente sin ayuda. La utilización de lentes ha reforzado la concien­cia de las diversas partes de un objeto, así como el de sus interrela­ciones. Además, ha aumentado la tendencia a pensar en términos analíticos y sintéticos.
Una de las contribuciones más importantes de la holografía es el hecho de que nos facilite una percepción interna inmediata de la totalidad individida, que es una característica esencial de la vi­sión moderna del mundo, que emana de la mecánica cuántica y de la teoría de la relatividad. Las leyes naturales modernas deberían referirse primordialmente a dicha totalidad individida, implícita en cada una de sus partes, como lo sugieren los hologramas, en lu­gar de hacerlo al análisis de las partes por separado, como lo acon­seja la utilización de lentes.
David Bohm fue probablemente más lejos que cualquier otro físico, al incluir explícitamente la conciencia en sus especulacio­nes teóricas. Fritjof Capra considera la teoría del holomovimiento de Bohm (1980) y la filosofía natural bootstrap de Chew (1968), como los enfoques a la realidad más imaginativos y filosóficamen­te profundos. Subraya las similitudes fundamentales entre ambas y considera la posibilidad de que se unan en el futuro, en una am­plia teoría de los fenómenos físicos. Comparten el criterio del uni­verso como red dinámica de relaciones, la una y la otra hacen hin­capié en el papel del orden, utilizan ambas matrices para ilustrar el cambio y la transformación, y las dos se sirven de la topología para describir las categorías del orden.
Es difícil imaginar cómo podrían llegar a reconciliarse las ideas de Bohm sobre la conciencia, el pensamiento y la percepción, con los enfoques mecanicistas tradicionales de la neurofisiología y la psicología. Sin embargo, algunos descubrimientos revoluciona­rios recientes en el campo de la investigación cerebral han cam­biado considerablemente la situación. El neurocirujano Karl Pri­bram (1971, 1976, 1977, 1981) ha desarrollado un modelo original e imaginativo del cerebro, según el cual ciertos aspectos impor­tantes de las funciones cerebrales se basan en principios holográfi­
cos. A pesar de que el modelo del universo de Bohm y el del cere­bro de Pribram no han sido integrados en un amplio paradigma, es muy emocionante y alentador que ambos compartan el mismo énfasis holográfico.
Pribram, cuya reconocida reputación científica como destacado investigador cerebral se debe a varias décadas de trabajo experi­mental en la neurocirugía y en la electrofisiología, atribuye los orígenes de su modelo holográfico a las investigaciones de su pro­fesor, Karl Lashley. En sus numerosos experimentos con ratas, encaminados a localizar las funciones psicológicas y fisiológicas en diversas áreas del cerebro, Lashley descubrió que los recursos es­taban archivados en todas las partes de la corteza cerebral y que su intensidad dependía del número total de células corticales in­tactas. En su obra titulada Brain Mechanisms and Intelligence (1929), Lashley opina que los disparos de billones de neuronas ce­rebrales producen pautas de interferencia estable, que se difun­den por la totalidad de la corteza cerebral y constituyen la base de toda la información de los sistemas de percepción y de la memo­ria. En su esfuerzo por resolver los problemas conceptuales plan­teados por este tipo de experimentos, Pribram quedó intrigado por ciertas propiedades fascinantes de los hologramas ópticos. Se dio cuenta de que un modelo basado en los principios holográficos evidenciaría muchas de las propiedades aparentemente misterio­sas del cerebro: su enorme capacidad de almacenamiento, la dis­tribución de la memoria almacenada, la capacidad imaginativa del sistema sensorial, la proyección de imágenes fuera del área de al­macenamiento, ciertos aspectos importantes de los recuerdos aso­ciativos, etc.
Explorando esta vía de la investigación, Pribram llegó a la conclusión de que el proceso holográfico debía ser considerado seriamente, como instrumento explicativo de extraordinaria utili­dad para la neurofisiología y la psicología. En Languages of the Brain (Pribram, 1971) y en una serie de artículos, formuló los principios básicos de lo que sería conocido como el modelo holo­gráfico del cerebro. Según su investigación, los hologramas dota­dos de mayor poder explicativo y mayor potencial eran los que podían expresarse en la forma denominada transformaciones de Fourier. El teorema de Fourier afirma que toda pauta, por com­pleja que sea, puede ser descompuesta y convertida en un grupo de ondas sinusoidales completamente regulares. La aplicación de transformaciones idénticas invierte las pautas ondulatorias, re­creando la imagen. La hipótesis holográfica no contradice la localización específi­ca de funciones, en los diversos sistemas del cerebro. La localiza­ción de funciones depende en gran parte de las conexiones entre el cerebro y las estructuras periféricas, que determinan lo que está codificado. La hipótesis holográfica se centra en el problema de las conexiones internas dentro de cada sistema, que determina cómo se codifican los acontecimientos. Otra forma interesante de enfocar el problema de la localización se basa en la sugerencia de Dennis Gabor de que podría segmentarse el campo de Fourier en unidades de información, denominadas logones, por medio de una «ventana» que limitara la amplitud de la banda. La ventana puede ajustarse de modo que, en algunos casos, el proceso ocurra primordialmente en el dominio holográfico, mientras que en otros lo haga en el del espacio/tiempo. Con esto se aclara bastante el enigma de que las funciones cerebrales parezcan estar a la vez localizadas y distribuidas.
La hipótesis de Pribram representa una poderosa alternativa a los dos modelos de las funciones del cerebro, que hasta hace poco se contemplaban como posibilidades únicas: la teoría de campo y la de correspondencia de distintivos. Estas teorías son ambas iso­mórficas: postulan que la representación en el sistema nervioso central refleja las características básicas del estímulo. Según la teoría de campo, la estimulación sensorial genera campos de co­rriente continua, cuya forma es idéntica a la del estímulo. La teo­ría de correspondencia de distintivos sugiere que una célula en particular, o un conjunto de células, reacciona de un modo único ante cierto distintivo del estímulo sensorial. En la hipótesis holo­gráfica no hay correspondencia ni identificación lineal entre la re­presentación cerebral y la experiencia del fenómeno, como tam­poco la hay entre la estructura del holograma y la imagen que se produce cuando se ilumina debidamente la placa.


La hipótesis holográfica no pretende resolver todas las incóg­nitas de la fisiología cerebral, ni todos los problemas de la psicolo­gía. Sin embargo, incluso en su estado actual, es evidente que ofrece nuevas y fascinantes posibilidades para la investigación fu­tura. Hasta estos momentos ha producido datos experimentales convincentes y descripciones matemáticas de gran exactitud sobre los sistemas visual, auditivo y somatosensorial.
Pribram (1977, 1981) logró vincular su hipótesis holográfica con aspectos importantes de la anatomía y fisiología del cerebro. Además de la transferencia habitual de impulsos neuronales, en­tre el sistema nervioso central y los receptores periféricos o causa­
dores, puso también de relieve la presencia de un bajo p©tencial entre las sinapsis, incluso ante la ausencia de impulsos nerviosos. Éstos tienen su origen en células con abundantes ramific=aciones dendríticas y áxones cortos o inexistentes. Mientras que lo---, impul­sos neuronales operan de un modo binario, conectándose n,a desco­nectándose, los bajos potenciales detectados en las conexiones in­terneuronales son graduales y de ondulación continua. W-1-Pribram cree que este «procesamiento en paralelo» es de una impc nrtancia fundamental para el funcionamiento holográfico del cerer- bro. La interacción entre ambos sistemas produce el fenómeno oridulato­rio que sigue los principios holográficos.24
Los potenciales de onda larga son muy sutiles y sensib- les a di­versas influencias. Esto nos ofrece una base interesante pa- ----:va espe­cular sobre las interacciones entre la conciencia y el mecanismo cerebral, así como para teorizar sobre los efectos psicológicos de las drogas psicoactivas y de otras técnicas de alteracic"a^n de la mente, sin el uso de drogas. Desde este punto de vista, ( -s parti­cularmente interesante la técnica de integración holorriómica, que combina la hiperventilación con la música y el trabajL a corpo­ral canalizado, como se describe en el capítulo siete. Otros enfo­ques relacionados con las ondas de baja frecuencia, tales •cromo la meditación y el biofeedback, son también de gran interés en este contexto.
Como ya se ha mencionado, las teorías de Bohm y PriL ram es­tán todavía lejos de formar un paradigma en el futuro, la eme.:structu­ra conceptual resultante no podría ofrecer explicaciones satisfac­torias para todos los fenómenos observados en la inves. -tigación moderna sobre la conciencia. A pesar de que tanto Pribram como Bohm se plantean problemas relacionados con la psicología, la fi­losofía y la religión, obtienen la mayoría de sus datos científicos del campo de la física y de la biología, mientras que muchos esta­dos psicodélicos y místicos tratan directamente con los reinos in­materiales de la realidad. Sin embargo, no cabe duda d que la perspectiva holonómica permite un enfoque científico serio de muchos fenómenos auténticamente transpersonales, que lc--2»s bastos y excesivamente rigurosos paradigmas mecanicistas se limitaban a ridiculizar con engreimiento. Siempre que lo que nos propongamos sea relacionar la nueva información procedente de la inve-tigación sobre la conciencia, con los descubrimientos en otras disciplinas, en lugar de ignorar por completo la corriente principal de la ciencia, como lo hacen algunos proponentes acérrimos de la filosofía peren­ne, las estructuras conceptuales ofrecen oportunidades fascinantes. Mi preferencia personal en el campo de la investigación sobre la conciencia consiste en crear modelos, inspirados primordial­mente en las observaciones de otras disciplinas que estudian la ex­periencia humana: la psicología, la antropología, la parapsicolo­gía, la tanatología, la filosofía perenne y otras. La formulación de dichos modelos puede inspirarse en descubrimientos compa­tibles y bien fundados de otras disciplinas, así como recibir su in­fluencia.
Dado que no se ha conseguido una integración perfecta, ni en­tre diferentes campos de la propia física, que describen fenóme­nos al mismo nivel de realidad, sería absurdo esperar que existiera una síntesis conceptual perfecta entre sistemas que describen ni­veles jerárquicos distintos. Sin embargo, es posible que se descu­bran ciertos principios universales aplicables a diferentes campos, a pesar de que adopten una forma específica diferente en cada uno de ellos. El «orden a través de la fluctuación» (1980) de Prigo­gine y la teoría de las catástrofes (1975) de René Thom constitu­yen un par de ejemplos importantes. Teniendo en cuenta estas reservas, ahora podemos hablar de la relación entre diversas ob­servaciones de la investigación sobre la conciencia y el enfoque holonómico del universo y del cerebro.
El concepto de Bohm de los órdenes explicados e implicados, así como la idea de que ciertos aspectos importantes de la realidad no son accesibles a la experiencia y al estudio en circunstancias normales, son de gran importancia para la comprensión de los es­tados inusuales de conciencia. Las personas que han experimenta­do diversos estados extraordinarios de conciencia, entre los que se cuentan científicos muy capacitados y sofisticados de otras disci­plinas, con frecuencia afirman haber entrado en dominios ocultos de la realidad, que parecían ser auténticos y en cierto sentido im­plícitos en la realidad cotidiana y subordinados a la misma. El contenido de esta «realidad implícita» debería incluir, entre otros, elementos del inconsciente colectivo, sucesos históricos, fenóme­nos arquetípicos y mitológicos, y la dinámica de encarnaciones an­teriores.
En el pasado, muchos psiquiatras y psicólogos tradicionales han interpretado las manifestaciones de los arquetipos junguia­nos, como productos imaginarios de la mente humana, abstraídos o construidos a partir de las propias percepciones sensoriales de otros individuos, animales, objetos y acontecimientos en el mun­do material. El conflicto entre la psicología de Jung y la rama principal de la ciencia mecanicista, con relación a los arquetipos,
no es más que una réplica moderna de la polémica sobre las ideas de Platón, que duró varios siglos, entre los nominalistas y los rea­listas. Los nominalistas mantenían que las ideas de Platón no eran más que «nombres» abstraídos de fenómenos en el mundo mate­rial, mientras que los realistas defendían que tenían su propia existencia independiente en otro nivel de la realidad. En una ver­sión ampliada de la teoría holonómica, los arquetipos podrían ser comprendidos como fenómenos sui generis, como principios cós­micos entrelazados con el tejido del orden implicado.
El hecho de que ciertos tipos de visiones arquetípicas puedan ser modeladas tan felizmente por la holografía, sugiere la posibili­dad de un vínculo profundo entre la dinámica arquetípica y la operación de los pricipios holonómicos. Esto es particularmente cierto en cuanto a las formaciones arquetípicas que representan funciones biológicas, psicológicas y sociales generalizadas, tales como las imágenes de la Gran Madre o el Gran Padre, el niño, el mártir, el hombre cósmico, el tramposo, el tirano, ánimus, ánima, o la sombra. El mundo experiencial de dichos arquetipos, cultu­ralmente caracterizados como divinidades y demonios específi­cos, semidioses, héroes y temas mitológicos, puede interpretarse como fenómenos del orden implicado, vinculados más específica­mente a ciertos aspectos del orden explicado. En todo caso, los fe­nómenos arquetípicos deben ser comprendidos como principios supraordenados, con relación a la realidad material a la que pre­ceden, y no como derivados de la misma.
Los fenómenos transpersonales que pueden relacionarse más fácilmente con la teoría holonómica son los que incluyen elemen­tos de la «realidad objetiva»: la identificación con otras personas, animales, plantas y realidad inorgánica, en el pasado, presente y futuro. En estos casos, algunas de las características esenciales de la interpretación holonómica del mundo -la relatividad de los lí­mites, la superación de la dicotomía aristotélica entre las partes y el todo, así como la información oculta y distribuida por todo el sistema- ofrecen un modelo explicatorio de un poder extraordi­nario. El hecho de que tanto el espacio como el tiempo permanez­can ocultos en el campo holográfico, sería compatible con lo ob­servado en las experiencias transpersonales de este género, que no están sujetas a limitaciones espaciales ni temporales.
La experiencia cotidiana del mundo material, plenamente compatible con el modelo newtoniano-carteriano del universo, en este contexto refleja un enfoque selectivo y estabilizado en el as­pecto explicado o manifiesto de la realidad. Por otra parte, los es­tados trascendentales de naturaleza indiferenciada, universal y englobadora, pueden interpretarse como la experiencia directa del orden implicado o del holomovimiento en su totalidad. La concepción del orden implicado debería ser mucho más amplia que la de Bohm; tendría que ser una matriz creativa para todos los aspectos descritos por la filosofía perenne y no sólo aquellos de perentoria necesidad para la descripción de fenómenos en los ni­veles físico y biológico.
Otros tipos de experiencias transpersonales -tales como la sacralización de la vida cotidiana, la manifestación de un arqueti­po en la realidad diaria, o el ver al compañero o compañera como una manifestación del ánimus, ánima, o de lo divino- podrían verse como formas transitorias, con elementos combinados del orden explicado e implicado.
El enfoque holonómico ofrece también nuevas posibilidades fascinantes, en cuanto a ciertos fenómenos paranormales extre­mos, de los que habla consistentemente la literatura espiritual, pero desechados como absurdos por la ciencia mecanicista. La psicokinesis, la materialización y desmaterialización, la levitación y otras proezas supernormales, o siddhis, que demuestran el po­der de la mente sobre la materia, en este caso merecerían ser ree­valuadas. Si los supuestos básicos de la teoría holonómica, sobre el orden explicado e implicado, reflejan la realidad con suficiente precisión, es concebible que ciertos estados inusuales de concien­cia permitan mediar directamente e intervenir en el orden impli­cado. De este modo sería posible modificar los fenómenos del mundo físico, influyendo en su matriz generadora. Este género de intervención sería totalmente inconcebible para la ciencia mecani­cista, puesto que desobedecería las cadenas convencionalmente reconocidas de causalidad lineal y no involucraría ninguna trans­ferencia de energía en el orden explicado de realidad, tal como lo conocemos.
Parece evidente que se acerca el momento de un cambio im­portante de paradigma. En la actualidad disponemos de un rico mosaico de nuevos conceptos teóricos, que comparten ciertas ca­racterísticas generales, así como un radical alejamiento de los mo­delos mecanicistas. La sintetización e integración de estos fasci­nantes descubrimientos científicos supondrá una difícil y compleja empresa, que incluso es cuestionable que llegue a ser factible. En todo caso, parece que dicho amplio paradigma del futuro, capaz de incluir y sintetizar la gran diversidad de datos procedentes de la física cuántica y de la relatividad, la teoría de los sistemas, la in­
vestigación sobre la conciencia y la neurofisiología, así como las filosofías antiguas y orientales, el shamanismo, los ritos aboríge­nes y las prácticas de curación, debería incluir dicotomías comple­mentarias a tres niveles: el del cosmos, el del individuo y el del ce­rebro humano.
El universo estaría dotado de sus aspectos fenomenales, explí­citos o manifiestos y de sus aspectos trascendentales, implicados u ocultos. La complementariedad correspondiente al nivel del ser humano consistiría en la imagen de la máquina biológica newto­niano-cartesiana y la de un campo ilimitado de conciencia. El do­ble aspecto del cerebro humano reflejaría una dicotomía semejan­te, combinando las funciones digitales de estilo informático y el proceso paralelo regido por principios holonómicos. A pesar de que en la actualidad no es posible consolidar estas imágenes y crear un modelo con la debida consistencia interna, incluso en su forma preliminar, el enfoque holonómico ofrece posibilidades in­sospechadas en el polémico campo de la investigación moderna sobre la conciencia.

2. DIMENSIONES DE LA PSIQUE
HUMANA: CARTOGRAFIA
DEL ESPACIO INTERIOR

Una de las contribuciones más significativas de la investiga­ción moderna sobre la conciencia, a la visión científica emergente del mundo, ha consistido en una visión completamente nueva de la psique humana. Mientras que el modelo tradicional de la psi­quiatría y del psicoanálisis es estrictamente personalista y biográ­fico, la investigación moderna sobre la conciencia ha agregado nuevos niveles, reinos y dimensiones, que muestran la psique hu­mana como esencialmente conmesurada con la totalidad del uni­verso y de la existencia. Existe una presentación amplia de este nuevo modelo, que excede el alcance de esta obra, en una publi­cación aparte (Grof, 1975). Aquí me limitaré a esbozar sus carac­terísticas esenciales, con especial énfasis en su relación con el pa­radigma emergente en la ciencia.
A pesar de que no hay fronteras ni límites claros en el reino de la conciencia, parece útil con fines didácticos distinguir cua­tro niveles o reinos de la psique humana y de sus correspon­dientes experiencias: 1) la barrera sensorial, 2) el inconsciente individual, 3) el nivel de nacimiento y muerte y 4) el dominio transpersonal. La experiencia de estas cuatro categorías es per­fectamente accesible para la mayoría de la gente. Puede obser­varse en sesiones con drogas psicodélicas y en varios enfoques modernos de psicoterapia experiencial, utilizando la respira­ción, música, danza y trabajo corporal. Las técnicas de labora­torio alteradoras de la mente, tales como el biofeedback, priva­ción del sueño, aislamiento o saturación sensorial y diversas técnicas kinésicas, pueden inducir también dicho fenómeno. Existe una amplia gama de prácticas espirituales antiguas y orientales, diseñadas específicamente para facilitar que esto ocurra. Muchas experiencias de este tipo pueden también ocu­rrir durante episodios espontáneos de estados inusuales de la conciencia. La totalidad de la gama experiencial relacionada con los cuatro reinos ha sido también descrita por historiadores y antropólogos, con respecto a diversos procedimientos shamá­nicos, ritos de paso aborígenes y ceremonias de curación, mis­terios de muerte nacimiento, y danzas de trance de religiones ex­táticas.

La barrera sensorial y el inconsciente individual

Las técnicas que permiten entrar experiencialmente en el rei­no de la mente inconsciente, inicialmente tienden a activar los ór­ganos sensoriales. Así pues, para muchos individuos que experi­mentan con dichas técnicas, la exploración profunda comienza con diversas experiencias sensoriales. Estas son de una naturale­za más o menos abstracta y no tienen ningún significado simbóli­co personal; pueden ser estéticamente agradables, pero no con­ducen a una mayor autocomprensión.
Este tipo de cambios puede ocurrir en cualquier área senso­rial, pero los fenómenos ópticos suelen ser los más frecuentes. El campo visual tras los párpados cerrados adquiere colorido y animación, y el sujeto puede ver una variedad de formas geo­métricas y arquitectónicas: dinámicas pautas calidoscópicas, con­figuraciones mandálicas, aceitunís, naves de catedrales góticas, techos de mezquitas musulmanas y complejos diseños que re­cuerdan hermosos grabados medievales o tapices orientales. Este género de visiones puede ocurrir durante cualquier tipo de au­toexploración profunda, pero son particularmente espectacula­res después de la ingestión de sustancias psicodélicas. Los cam­bios en el área acústica pueden manifestarse en forma de zumbi­do en el oído, el canto de los grillos, silbidos, campaneos u otros sonidos continuos de alta frecuencia. A esto le pueden acompa­ñar diversas sensaciones táctiles inusuales en distintas partes del cuerpo. También es posible que en esta etapa aparezcan olores y gustos, pero son menos comunes.
Este tipo de experiencias sensoriales son poco significativas para el proceso de autoexploración y autocomprensión. Parecen representar la barrera que uno debe cruzar, antes de poder em­prender el viaje hacia su propia psique inconsciente. Algunos as­pectos de dichas experiencias sensoriales pueden obedecer a cier­tas características anatómicas y fisiológicas de los órganos senso­riales. Por ejemplo, las visiones geométricas parecen reflejar la arquitectura interna de la retina y otras partes del sistema óptico.
El próximo dominio experiencial de más fácil acceso es el del inconsciente individual. A pesar de que los fenómenos pertene­cientes a esta categoría son de una importancia teórica y práctica considerable, no es preciso extenderse en su descripción, ya que la mayoría de los enfoques psicoterapéuticos tradicionales se limi­tan a este nivel de la psique. Existe abundante literatura, aunque altamente contradictoria, sobre los matices de la psicodinámica en el reino biográfico. Las experiencias pertenecientes a esta cate­goría se relacionan con hechos y circunstancias biográficos signifi­cativos de la vida del sujeto, comprendidos entre el nacimiento y el momento actual, y dotados de una fuerte carga emocional. En este nivel de autoexploración, cualquier cosa de la vida del sujeto que incluya algún conflicto irresoluto, algún recuerdo traumático que no haya sido integrado, o algún tipo de proceso psicológico incompleto, puede emerger del inconsciente y convertirse en el contenido de la experiencia.
Sólo hay una condición para que esto ocurra: el hecho debe ser de suficiente importancia emocional. Ahí radica una enorme ventaja de la psicoterapia experiencial, comparada con los enfo­ques predominantemente verbales. Las técnicas que activan di­rectamente el inconsciente parecen reforzar selectivamente el ma­terial emocional de mayor importancia y facilitar su aparición en la conciencia. De este modo facilitan una especie de radar interno que escudriña el sistema y detecta el contenido con una mayor carga emocional. Así, el terapeuta no sólo evita el esfuerzo de se­parar lo pertinente de lo que no lo es, sino que se protege a sí mis­mo al no tener que tomar la decisión, que se vería inevitablemen­te influida por su propio marco conceptual y por muchos otros factores.'
En general, el material biográfico que emerge con el trabajo experiencial coincide con la teoría freudiana o alguna de las deri­vadas de la misma. Sin embargo, existen varias diferencias pri­mordiales. En la psicoterapia experiencial profunda, el material biográfico no se recuerda ni se reconstruye, sino que en realidad se puede vivir plenamente de nuevo. Esto implica no sólo emocio­nes sino sensaciones físicas, elementos pictóricos del material en cuestión e información procedente de otros sentidos, que se dan típicamente en el caso de regresión completa en el tiempo, al esta­do de desarrollo cuando el hecho tuvo lugar.
Otra distinción importante es el hecho de que los recuerdos im­portantes y demás elementos biográficos no emergen por separado. sino que forman constelaciones dinámicas específicas, para las cua­les he ideado el término de sistemas COEX o sistemas de experiencia condensada. Un sistema COEX es una constelación dinámica de recuerdos -con sus correspondientes fantasías asociadas- de di­ferentes períodos de la vida del sujeto, con una fuerte carga emo­cional como común denominador, una misma sensación física in­tensa, o el hecho de que compartan otros elementos importantes. En primer lugar, comprendí que los sistemas COEX eran los prin­cipios que gobernaban la dinámica del inconsciente individual y me di cuenta de que su conocimiento era esencial, para la com­prensión de los procesos internos a ese nivel. Sin embargo, más adelante pasó a ser evidente que dichos sistemas de experiencia condensada representaban un principio operacional de orden ge­neral a todos los niveles de la psique y que no se limitaban al do­minio biográfico.
La mayoría de los sistemas biográficos COEX están conecta­dos dinámicamente con facetas específicas del proceso de naci­miento. Por consiguiente, los temas perinatales y sus elementos están asociados específicamente en el material experiencial co­rrespondiente, en el área transpersonal. No es inusual que una constelación dinámica comprenda material de disitntos períodos biográficos, del nacimiento biológico y de ciertas áreas del reino transpersonal, tales como recuerdos de encarnaciones anteriores, identificaciones animales y secuencias mitológicas. En este caso, la similitud experiencial de estos temas de distintos niveles de la psique es más importante que el criterio convencional newtonia­no-cartesiano, por ejemplo en cuanto a que años o siglos separan los hechos en cuestión, que de ordinario parece haber una dife­rencia abismal entre la experiencia humana y la animal, o en cuanto a que los elementos de la «realidad objetiva» se mezclen con los arquetípicos o los mitológicos.
En la psicología, la psiquiatría y la psicoterapia tradicionales existe un enfoque exclusivo en los traumas psicológicos. No se cree que los traumas físicos influyan directamente en el desarrollo psicológico del individuo, o participen en la génesis de la psicopa­tología. Esto contrasta violentamente con las observaciones del trabajo experiencial profundo, donde los recuerdos de traumas fí­sicos parecen tener una importancia primordial. En el trabajo psi­codélico y otros potentes enfoques experienciales, el hecho de re­vivir enfermedades que hayan puesto en peligro la vida, heridas, operaciones, o el haber estado a punto de ahogarse, se manifies­tan con frecuencia y su significado supera claramente el de los psi­cotraumas comunes. Los residuos emocionales y sensaciones físi­cas de situaciones que hayan amenazado la supervivencia o la in­tegridad del organismo parecen jugar un papel importante en el desarrollo de diversas psicopatologías, todavía no reconocido por la ciencia oficial.
Por consiguiente, cuando un niño sufre una enfermedad gra­ve, tal como la difteria, que está a punto de producirle la muerte por sofocación, la experiencia del peligro que ha corrido su vida y las enormes molestias físicas que ha padecido, no se considera que constituyan un trauma significativo ni duradero. La psicología convencional se centraría en el hecho de que el niño, habiendo es­tado separado de su madre durante su estancia en la clínica, había sido objeto de privación emocional. Sin embargo, el trabajo expe­riencial demuestra claramente que los traumas procedentes de si­tuaciones en las que haya peligrado la vida dejan un rastro perma­nente en el sistema y contribuyen significativamente al desarrollo de desórdenes emocionales y psicosomáticos, tales como depre­siones, estados de ansiedad y fobias, tendencias sadomasoquistas, problemas sexuales, jaquecas, o asma.
Las experiencias de traumas físicos graves representan la tran­sición natural del nivel biográfico al siguiente dominnio, cuyos componentes principales los constituye el doble fenómeno del na­cimiento y la muerte. Incluyen elementos de la vida del sujeto y por consiguiente su naturaleza es biográfica. Sin embargo, el he­cho de haber acercado al individuo a la muerte y de incluir dolor y sufrimiento profundos, los vincula con el trauma del nacimiento. Por razones evidentes, los recuerdos de enfermedades o traumas con dificultades respiratorias, tales como neumonías, la difteria, la tos ferina, o el haber estado a punto de ahogarse, son particu­larmente significativos.

 

Encuentro con el nacimiento y con la muerte: la dinámica de las matrices perinatales


Al profundizar en el proceso experiencia) de autoexploración, los elementos del dolor emocional y físico pueden alcanzar una in­tensidad tan extraordinaria que se suelen identificar con la muer­te. Se puede llegar a tal extremo que el sujeto cree haber supera­do las barreras del sufrimiento individual y estar experimentando el dolor de la totalidad de un grupo de individuos, de toda la hu­manidad, o incluso del conjunto de la vida. La identificación ex­periencia) con soldados heridos o moribundos, prisioneros en campos de concentración o mazmorras, judíos o antiguos cristia­nos perseguidos, madres e hijos en el parto, o con animales ata­cados y descuartizados, constituyen casos típicos. A las expe­riencias de este nivel, habitualmente las acompañan dramáticas manifestaciones fisiológicas, tales como diversos grados de sofo­cación, palpitaciones y aceleración del pulso, náuseas y vómitos, variaciones en el color de la complexión, oscilaciones de la tempe­ratura corporal, erupciones y hematonas cutáneos espontáneos, contracciones nerviosas, temblores, contorsiones u otros fenóme­nos motrices.
Mientras que en el nivel biográfico de autoexploración, sólo los que han estado muy próximos a la muerte reviven dicha ame­naza, en este nivel del inconsciente el tema de la muerte es uni­versal y domina plenamente el panorama. Las personas que no hayan estado a punto de perder la vida, ni haya peligrado la inte­gridad de su cuerpo, pueden entrar en este reino experiencia) di­rectamente. Los demás suelen revivir sus traumas graves, opera­ciones o accidentes de un modo más profundo, convirtiéndose en la propia expriencia de morir descrita anteriormente.
La confrontación experiencial con la muerte, a esta profun­didad de la autoexploración, suele estar íntimamente entrelaza­da con diversos fenómenos vinculados al proceso de nacimien­to. Los sujetos afectados por este tipo de experiencias no sólo tienen la sensación de estar realizando el esfuerzo propio del na­cimiento, o del parto, sino que además manifiestan numerosos cambios fisiológicos típicos de las circunstancias. Es frecuente que los sujetos vuelvan experiencialmente al estado fetal y revi­van varios aspectos de su nacimiento biológico, con abundantes detalles específicos y comprobables. La muerte puede estar re­presentada por una identificación simultánea o alternativa con ancianos, enfermos o moribundos. A pesar de que no podemos reducir la totalidad de la gama experiencial que tiene lugar en este nivel al reavivamiento del nacimiento biológico, el trauma del parto parece representar una parte importante del corazón de dicho proceso. Por ello califico esta área del inconsciente como perinatal.2
La conexión entre el nacimiento biológico y la experiencia de morir y nacer descrita anteriormente es muy profunda y específi­ca. Esto nos permite servirnos de las etapas del parto biológico, para la construcción de un modelo conceptual, que nos ayude a comprender la dinámica del inconsciente en el nivel perinatal. Las experiencias del proceso muerte-nacimiento tienen lugar en gru­pos temáticos típicos, cuyas características básicas pueden deri­varse lógicamente de ciertos aspectos anatómicos, fisiológicos y bioquímicos de las etapas correspondientes del parto. Como se verá más adelante, la visión que nos ofrece el modelo del naci­miento facilita una nueva percepción interna de la arquitectura di­námica de diversas psicopatologías y ofrece posibilidades terapéu­ticas revolucionarias.
A pesar de sus íntimos contactos con el nacimiento, el proceso perinatal va más allá de la biología, con importantes dimensiones filosóficas y espirituales. Por consiguiente, no debe ser interpreta­do de un modo concretizante y reduccionista. Al individuo que esté plenamente inmerso en la dinámica de este nivel del incons­ciente, ya sea experiencialmente o como investigador, el naci­miento podrá parecerle un principio omniexplicativo. En mi opi­nión, el enfoque desde el proceso del nacimiento constituye un modelo de utilidad limitada a los fenómenos de cierto nivel espe­cífico del insconciente. Cuando el proceso de autoexplicación en­tra en los reinos transpersonales, es preciso superarlo y reempla­zarlo por un nuevo enfoque.
Hay ciertas características importantes del proceso muerte-na­cimiento que indican claramente que las experiencias perinatales no se pueden reducir al acto de revivir el nacimiento biológico. Las secuencias experienciales de naturaleza perinatal están dota­das de aspectos emocionales y psicosomáticos específicos. Sin em­bargo, también producen transformaciones fundamentales de la personalidad. Un encuentro experiencial profundo con el naci­miento y la muerte se asocia regularmente con una crisis existen­cial de proporciones extraordinarias, durante la cual el individuo cuestiona seriamente el significado de la existencia, así como sus valores básicos y estrategias vitales. Dicha crisis sólo se puede re­solver estableciendo un contacto profundo con las dimensiones espirituales intrínsecas de la psique y los elementos del incons­ciente colectivo. La transformación de la personalidad resultante parece ser comparable a los cambios que se han descrito, como producidos a consecuencia de la participación en misterios de an­tiguos templos, ritos de iniciación, o ritos aborígenes de paso. Por consiguiente, el nivel perinatal del inconsciente representa una in­tersección importante entre el inconsciente individual y el colecti­vo, o entre la psicología tradicional y el misticismo o la psicología transpersonal.
Las experiencias de la muerte y del renacer, que reflejan el ni­vel perinatal del inconsciente, son muy valiosas y complejas. Se manifiestan en cuatro pautas o constelaciones experienciales típi­cas. Existe una estrecha correspondencia entre estos grupos temá­ticos y las etapas clínicas del proceso del nacimiento biológico. Ha sido de gran utilidad para la teoría y la práctica del trabajo expe­riencial profundo postular la existencia de matrices dinámicas hi­potéticas, que gobiernan los procesos relacionados con el nivel perinatal del inconsciente, denominadas matrices perinatales bási­cas (MPB).
Además de poseer su propio contenido emocional y psicoso­mático, estas matrices también funcionan como principios organi­zadores del material de otros niveles del inconsciente. Desde el nivel biográfico, los elementos de sistemas COEX importantes que tratan de abusos y violaciones físicas, amenazas, separacio­nes, dolor o sofocación, se relacionan íntimamente con aspectos específicos de las MPB. El desplegamiento perinatal también se asocia frecuentemente con diversos elementos transpersonales, tales como las visiones arquetípicas de la madre sancionadora o la gran diosa, el infierno, el purgatorio, el cielo o el paraíso, escenas mitológicas o históricas, la identificación con animales y experien­cias de encarnaciones anteriores. Al igual que en las diversas ca­pas de los sistemas COEX, los vínculos de conexión están dotados de las mismas emociones o sensaciones físicas y/o circunstacias si­milares. Las matrices perinatales tienen también relaciones espe­cíficas con diversos aspectos de las actividades en las áreas eróge­nas freudinas: oral, anal, uretrina y fálica.
A continuación analizaré brevemente las bases biológicas de las MPB individuales, sus características experienciales, su fun­ción como principios organizadores para otros tipos de experien­cia y su conexión con actividades en varias zonas erógenas. En el cuadro 1 aparece una sinopsis de las mismas.
 PRIMERA MATRIZ PERINATAL (MPB 1)

Las bases biológicas de esta matriz las constituye la experien­cia de la unión original simbiótica del feto con el organismo ma­terno, durante la existencia intrauterina. Las condiciones en los períodos apacibles de la vida en el útero pueden ser práctica­mente ideales. Sin embargo, diversos factores físicos, químicos, biológicos y psicológicos pueden entorpecer gravemente dicho estado. Además, en las últimas etapas de la gestación, la situa­ción puede ser menos favorable debido al tamaño del bebé, de la creciente coerción mecánica, o de la insuficiencia relativa de la placenta.
Se pueden experienciar recuerdos intrauterinos, tanto agra­dables como desagradables, en su forma biológica concreta. Además, los sujetos sintonizados con la primera matriz pueden experienciar una gama completa de imágenes y temas relacio­nados con los mismos, según las leyes de la lógica experiencial profunda. El estado intrauterino apacible puede ir acompañado de otras experiencias, con las que comparte la ausencia de fron­teras y obstrucciones, tales como el concienciamiento del océa­no, de la vida acuática (como ballena, pez, medusa, anémona o alga), o del espacio interestelar. Asimismo, las imágenes de la naturaleza en sus mejores momentos (la Madre Naturaleza), que es hermosa, facilitando incondicionalmente seguridad y alimento, representan concomitantes perfectamente lógicos y características del estado de deleite fetal. Entre las imágenes arquetípicas del inconsciente colectivo que se pueden alcanzar selectivamente en este estado se encuentran las de los cielos o paraísos de distintas culturas del mundo. La experiencia de la primera matriz incluye también elementos de la unidad cósmica o mística.
Las perturbaciones de la vida intrauterina se relacionan con imágenes y experiencias de peligros subacuáticos, vías fluviales contaminadas, una naturaleza inhóspita y contaminada, e insi­diosos demonios. A la disolución mística de las fronteras la acompaña una distorsión psicótica con inferencias paranoida­les.
Los aspectos positivos de la MPB 1 están íntimamente relacio­nados con los recuerdos de la unión simbiótica con el pecho, los sistemas COEX positivos y los recuerdos de situaciones vincula­das a estados apacibles de la mente, satisfacción, relajación y her­mosos paisajes naturales. También existen conexiones selectivas similares con diversas formas de experiencias transpersonales po­sitivas. Asimismo, los aspectos negativos de la MPB 1 suelen rela­cionarse con ciertos sistemas COEX negativos y sus correspon­dientes elementos transpersonales también negativos.
Con relación a las zonas freudianas erógenas, los aspectos positivos de la MPB 1 coinciden con las condiciones biológicas desprovistas de tensiones en dichas áreas y la totalidad de impulsos parciales está satisfecha. Los aspectos negativos de la MPB 1 parecen estar específicamente vinculados a náuseas, desórdenes intestinales y dispepsia.

SEGUNDA MATRIZ PERINATAL (MPB 2)

Esta pauta experiencial está relacionada con el propio inicio del parto biológico y con su primera etapa clínica. Ahí es donde se perturba el equilibrio original de la existencia intrauterina, en primer lugar con senales químicas de alarma y a continuación con contracciones musculares. Al desarrollarse plenamente esta etapa, el feto se ve periódicamente constreñido por espasmos uterinos; el cuello del útero permanece cerrado y todavía no existe camino de salida.
Al igual que la matriz anterior, esta situación biológica puede ser revivida de un modo bastante concreto y realista. El concomi­tante simbólico del inicio del parto lo constituye la experiencia del engolfamiento cósmico. Esta se caracteriza por una sensación abrumadora de angustia creciente y el concienciamiento de un pe­ligro vital inminente. No se puede identificar con claridad el origen de dicho peligro y el sujeto tiende a interpretar el mundo en térmi­nos paranoidales. Las experiencias de la espiral tridimensional, del embudo o del torbellino, tirando inexorablemente del sujeto hacia su centro, son muy características de esta etapa. Un equivalente de este remolino exterminador lo constituye la experiencia de ser tra­gado por un monstruo horrible, tal como un dragón gigantesco, un leviatán, una boa, un cocodrilo o una ballena. Igualmente frecuen­tes son las experiencias de creerse atacado por un pulpo mons­truoso o una enorme tarántula. Una versión menos dramática de
ser el del comienzo del viaje del héroe y en las religiones está relacionado con la caída de los ángeles y el paraíso perdido.
Algunas de estas imágenes pueden parecerle extrañas a una mente analítica, pero manifiestan una profunda lógica experien­cial. El remolino simboliza un peligro grave para un organismo que flote libremente en el agua y le impone un movimiento unidi­reccional. Asimismo, el sentirse tragado convierte la libertad en una sensación de encarcelamiento con peligro vital, comparable a la del feto encajándose en la apertura pélvica. Un pulpo apresa, constriñe y amenaza a los organismos que flotan libremente en el medio acuático del océano y la araña atrapa, estruja y pone en peli­gro a los insectos, que hasta entonces gozaban de la libertad del vuelo en un mundo sin obstrucciones.
El equivalente simbólico de la primera etapa clínica del parto, totalmente desarrollada, la constituye la experiencia de la sin sali­da o del infierno. Implica la sensación de estar atrapado, enjaula­do, o encarcelado en un mundo de pesadillas claustrofóbicas, ex­perimentando increíbles torturas psicológicas y físicas. La situa­ción suele ser totalmente insoportable, además de parecer inaca­bable e irremediable. El sujeto pierde la noción del tiempo lineal y no vislumbra ninguna forma posible de poner fin a su tormento, ni de huir del mismo. Esto puede inducir una identificación expe­riencial con prisioneros en mazmorras o campos de concentra­ción, pacientes en sanatorios mentales, pecadores en el infierno, o figuras arquetípicas que simbolicen la maldición eterna, tales como el judío errante Asvero , el holandés errante, Sísifo, Tántalo, o Prometeo.
Bajo la influencia de esta matriz, el sujeto sufre también una imposibilidad selectiva de ver algo positivo en el mundo y en su existencia. Sus componentes característicos son la soledad metafí­sica, la sensación de inutilidad, irremediabilidad, inferioridad, la desesperación existencial y la culpabilidad.
En cuanto a la función organizativa de la MPB 2, atrae los sis­temas de COEX con recuerdos de situaciones en las que el indivi­duo, pasiva e irremediablemente, es el sujeto y víctima de una fuerza destructiva abrumadora, de la que no tiene oportunidad de escapar. También muestra afinidad con temas transpersonales de características semejantes.
Con respecto a las zonas erógenes freudianas, esta matriz parece estar relacionada con una condición de tensión o dolor desagradables. A nivel oral produce hambre, sed, náuseas y es­tímulos orales dolorosos; a nivel anal, dolores del recto y reten­ción fecal; y a nivel uretrino, dolor de la vejiga y retención de la orina. Las sensaciones correspondientes al nivel genital consis­ten en frustración sexual e hipertensión, espasmos uterinos y vaginales, dolor testicular y contracciones dolorosas, en las mu­jeres, como las que se experimentan en la primera etapa clínica del parto.


TERCERA MATRIZ PERINATAL (MPB 3)

Muchos aspectos importantes de esta compleja matriz expe­riencial pueden ser comprendidos a partir de su relación con la se­gunda etapa clínica del parto biológico. En esta etapa prosiguen
las contracciones uterinas, pero al contrario de la anterior, el cuello del útero está ahora dilatado y permite la propulsión del feto hacia el exterior. Esto supone una gran lucha por la super­vivencia, aplastantes presiones mecánicas y frecuentemente un alto grado de anoxernia y sofocación. En la fase terminal del parto, el feto puede entrar en contacto íntimo con materias bio­lógicas como la sangre, mucosa, líquido fetal, orina e incluso heces.
Desde el punto de vista experiencial, esta pauta es bastante compleja y ramificada. Además de revivir con realismo diversos aspectos de la lucha en el acto del nacimiento, incluye una amplia gama de fenómenos que tienen lugar en secuencias temáticas típi­cas. Entre éstas, las más importantes son los elementos de la lucha titánica, experiencias sadomasoquistas, intensa excitación sexual, episodios demoníacos, vínculos escatológicos y el encuentro con el fuego. Todas ellas ocurren en el contexto de una lucha muerte­nacimiento determinada.
El aspecto titánico es perfectamente comprensible, dada la enormidad de las fuerzas que intervienen en esta etapa del parto. La fuerza de las contracciones uterinas, cuya presión oscila entre los 3,5 y los 7 kg, obliga a la débil cabeza del bebé a encajar en la estrecha apertura pélvica. Al enfrentarse a este aspecto de la MPB 3, el sujeto experimenta potentes flujos de energía que se acumulan hasta causar descargas explosivas. Temas simbólicos característicos de esta etapa los constituyen elementos naturales violentos (volcanes, rayos y truenos, terremotos, aguaceros, o hu­racanes), escenas violentas de guerras o revoluciones y la tecnolo­gía de alta potencia (reacciones termonucleares, bombas atómicas y misiles). Una forma mitigada de esta pauta experiencial la cons­tituyen las aventuras arriesgadas: la cacería de animales salvajes o luchas con los mismos, exploraciones emocionantes y la conquista de nuevas fronteras. Se relaciona con imágenes arquetípicas tales como la del juicio final, las azañas extraordinarias de los superhé­roes y batallas mitológicas de proporciones cósmicas entre demo­nios y ángeles o dioses y titanes.
Los aspectos sadomasoquistas de esta matriz reflejan la mez­cla de agresión infligida al feto por el aparato reproductor de la mujer, con la furia biológica del bebé ante la sofocación, el dolor y la angustia. Aparecen como temas frecuentes los sacrificios san­grientos, el autosacrificio, la tortura, la ejecución, el asesinato, las prácticas sadomasoquistas y la violación.
La lógica experiencial del componente sexual del proceso  muerte-nacimiento es menos evidente. Puede explicarse por ob­servaciones bien documentadas, que indican que la sofocación y el sufrimiento inhumano suelen generar una excitación sexual cu­riosamente intensa. Los temas eróticos en este nivel se caracteri­zan por la abrumadora intensidad del anhelo sexual, su calidad mecánica e indiscriminadora, y su naturaleza tortuosa o porno­gráfica. Las experiencias pertenecientes a esta categoría combi­nan el sexo con la muerte, el peligro, la materia biológica, la agre­sión, los impulsos autodestructivos, el dolor físico y la espirituali­dad (proximidad de la MPB 4).
El hecho de que, en el nivel perinatal, la excitación sexual ten­ga lugar en un contexto de amenaza vital, angustia, agresión y ma­teria biológica, es esencial para la comprensión de las desviacio­nes sexuales y otras formas de patología sexual. Más adelante se analizan estos vínculos en mayor detalle.
Los elementos demoníacos de esta etapa del proceso muerte­nacimiento pueden representar problemas específicos tanto para el terapeuta como para el paciente. La asombrosa cualidad del material en cuestión puede conducir a cierta resistencia a enfren­tarse al mismo. Los temas más comunes que se observan en este caso consisten en elementos del aquelarre (noche de Walpurgis), orgías satánicas o misas negras y de tentaciones. El común deno­minador de la experiencia del nacimiento en esta etapa y del aquelarre o misa negra lo constituye la peculiar amalgama de muerte, desviación sexual, miedo, agresión, escatología e impul­sos espirituales distorsionados.
La faceta escatológica del proceso muerte-nacimiento cuenta con bases biológicas naturales, en cuanto a que en las últimas eta­pas del nacimiento, el bebé entra en contacto íntimo con heces y otras materias biológicas. Sin embargo, estas experiencias se ca­racterizan por superar sobradamente cualquier otra sensación ex­perimentada por el recién nacido. Pueden incluir la sensación de revolcarse en un estercolero, la de andar a gatas por las cloacas, comer heces, beber sangre u orina, o imágenes repugnantes de putrefacción.
El elemento del fuego se puede experimentar en su forma or­dinaria, como identificación con víctimas inmoladas, o como for­ma arquetípica del fuego purificador (pirocatarsis), que parece destruir todo lo corrupto y descompuesto del individuo, en antici­pación de su renacimiento espiritual. Éste es el elemento menos comprensible del simbolismo del nacimiento. Su concomitante biológico podría consistir en la sobrestimulación culminante del recién nacido, debida a los «disparos» indiscriminados de las neu­ronas periféricas. Es interesante detectar su correspondencia ex­periencia) en la madre parturienta, quien en esta etapa suele tener la sensación de que su vagina está ardiendo. En este punto cabe mencionar que, al arder, lo sólido se convierte en energía; a la ex­periencia del fuego la acompaña la muerte del ego, después de lo cual el individuo, en lugar de identificarse filosóficamente con la materia sólida, lo hace con pautas de energía.
El simbolismo religioso y mitológico de esta matriz extrae es­pecialmente su contenido de aquellos sistemas que glorifican el sacrificio o el autosacrificio. Las escenas de sacrificios rituales precolombinos son bastante frecuentes, como las visiones de la crucifixión o la identificación con Jesucristo, así como de la adora­ción de la terrible diosa Kali, Coatlicue, o Rangda. Las escenas de culto satánico y la noche de Walpurgis ya se han mencionado. Hay otro grupo de imágenes que se relacionan con los rituales y ceremonias religiosos, en los que se combina el sexo con la danza rítmica salvaje, tales como el culto fálico, los ritos de fertilidad, u otras ceremonias aborígenes tribales. Un símbolo clásico de la transición de la MPB 3 a la MPB 4 lo constituye la legendaria ave Fénix, cuya antigua forma perece en las llamas y de las cenizas emerge una nueva forma que se eleva hacia el sol.
Varias características importantes diferencian esta pauta expe­riencia], de la descrita anteriormente como constelación sin sali­da. En este caso la situación no parece irremediable y el sujeto no se siente imposibilitado; participa activamente, con la sensación de que su sufrimiento tiene una dirección y un propósito determi­nados. En términos religiosos, esta situación sería más parecida al concepto de purgatorio que al de infierno. Además, el sujeto no juega exclusivamente el papel de víctima inútil. Es un observador, que puede identificarse simultáneamente con ambos bandos, has­ta el punto en que pueda resultarle difícil distinguir si él es el agre­sor o la víctima. Mientras que la situación sin salida la domina ple­namente el sufrimiento, la experiencia de la lucha de la muerte­nacimiento representa la frontera entre la agonía y el éxtasis y la fusión de ambos. Parece apropiado identificar este tipo de expe­riencia como «éxtasis volcánico», en contraste con el «éxtasis oceánico» de la unión cósmica.
Unas características experienciales específicas vinculan la MPB 3 a los sistemas COEX, formados por recuerdos de expe­riencias sensuales y sexuales intensas y precarias, luchas y comba­tes, aventuras emocionantes pero peligrosas, violación y orgías sexuales, o situaciones en las que interviene materia biológica. También existen conexiones similares con las experiencias trans­personales de este género.
En cuanto a las zonas erógenas freudianas, esta matriz está re­lacionada con las actividades fisiológicas que producen una sensa­ción de alivio y relajación repentinos, después de un prolongado período de tensión. A nivel oral, el acto de masticar y tragar comi­da (o por el contrario de vomitar); en los niveles anal y uretrino, los procesos de defecación y micción; y en el nivel genital, el acer­camiento creciente al orgasmo sexual y la sensación de la partu­rienta en la segunda etapa del parto.


CUARTA MATRIZ PERINATAL (MPB 4)

Esta matriz perinatal está relacionada significativamente con la tercera etapa clínica del parto: el nacimiento propiamente di­cho. En esta última etapa, el agonizante proceso de la lucha del nacimiento llega a su fin; culmina la propulsión por el canal del parto y al intenso dolor, tensión y excitación sexual, les sucede re­pentinamente el alivio y la relajación. El bebé ha nacido y, des­pués de un largo período en la oscuridad, se encuentra por prime­ra vez con la intensa luz del día (o de la sala de partos). Al cortar el cordón umbilical, se completa la separación física de la madre y el bebé comienza su nueva existencia, como individuo anatómica­mente independiente.
Al igual que con las demás matrices, algunas de las experien­cias propias de esta etapa parecen corresponder fielmente a los sucesos biológicos del nacimiento, así como a intervenciones obs­tétricas específicas. Por razones evidentes, este aspecto de la MPB 4 es mucho más valioso que los elementos concretos experi­mentados en el contexto de otras matrices. Los detalles específi­cos del material revivido son también más fáciles de verificar. In­cluyen pormenores del mecanismo del parto, tipos de anestesia utilizados, naturaleza de la intervención manual o instrumental y detalles de la experiencia y cuidados posnatales.
La correspondencia simbólica de esta última etapa del parto es la experiencia morir-renacer, que representa la terminación y re­solución de la lucha del morir-nacer. Paradójicamente, aun a un solo paso de la liberación fenoménica, el sujeto tiene la sensación de una catástrofe inminente de enormes proporciones. Esto con­duce frecuentemente a una fuerte determinación de detener la ex­periencia. Si se permite que ocurra, la transición de la MPB 3 a la 4 incluye una sensación de aniquilamiento a todos los niveles ima­ginables: destrucción física, debacle emocional, derrota intelec­tual, fracaso moral definitivo y condena absoluta de proporciones trascendentales. Esta experiencia de la «muerte del ego» parece acarrear una destrucción despiadada e inmediata de todos los puntos de referencia anteriores en la vida del individuo. Cuando se experimenta en su forma final y más completa,3 supone el fin irreversible de la identificación filosófica del sujeto, con lo que Alan Watts denominaba el «ego encarcelado en la piel».
A esta experiencia de aniquilamiento total y de «destrucción cósmica absoluta» le siguen inmediatamente visiones de una des­lumbrante luz blanca o dorada, de un brillo y belleza sobrenatura­les. Puede estar asociada con la asombrosa manifestación de en­tidades arquetípicas divinas, el espectro del arco iris o filigranas semejantes a las de la cola de un pavo real. También pueden apa­recer visiones del despertar de la naturaleza en primavera, o des­pués de una tormenta. El sujeto experimenta una profunda sensa­ción de liberación espiritual, redención y salvación. Típicamente se siente libre de toda ansiedad, depresión y culpa, purgado y li­berado de su carga. A esto le acompañan un torrente de emocio­nes positivas hacia sí mismo, hacia los demás y hacia la existencia en general. El mundo parece ser un lugar hermoso y seguro, y au­menta palpablemente el deleite de vivir.`
El simbolismo de la experiencia de la muerte-nacimiento pue­de ser extraído de muchas áreas del inconsciente colectivo, ya que en toda cultura importante se encuentran las formas mitológicas correspondientes a este fenómeno. La muerte del ego se puede experienciar con respecto a diversas divinidades destructivas -Mo­loc, Shiva, Huitzilopochtli, Kali o Coatlicue- o por plena identi­ficación con Jesucristo, Osiris, Adonis, Dionisos u otros seres mi­tológicos sacrificados. La epifanía divina puede comprender una imagen completamente abstracta de Dios como fuente radiante de luz, o representaciones más o menos personificadas de distin­tas religiones. Igualmente comunes son las experiencias de en­cuentro o unión con las grandes maternidades divinas, tales como la Virgen María, Isis, Lakshmi, Parvati, Hera o Cibeles.
Los elementos biográficos con los que se relaciona son recuer­dos de éxitos personales y la conclusión de situaciones peligrosas, el fin de guerras o revoluciones, el sobrevivir a accidentes o recu­perarse de enfermedades graves.
Con relación a las zonas erógenas freudianas, la MPB 4 acom­paña todos los niveles del desarrollo libidinoso, alcanzando un es­tado de satisfacción inmediato, después de liberarse de las tensio­nes desagradables: saciar el hambre comiendo, vomitar, defecar, orinar, experimentar un orgasmo sexual y parir.

Más allá del cerebro:
los reinos de las experiencias transpersonales

Son muchas las características inusuales de las experiencias transpersonales, que destruyen los supuestos más fundamentales de la ciencia materialista y la visión mecanicista del mundo. A pe­sar de que estas experiencias ocurren durante el proceso de au­toexploración individual profunda, no cabe interpretarlas sim­plemente como fenómenos intrapsíquicos en el sentido conven­cional. Por una parte, forman un continuo experiencial con las experiencias biográficas y perinatales. Por otra, frecuentemente parecen tener acceso directo, sin la mediación de órganos senso­riales, a fuentes de información que están claramente fuera del alcance individual convencionalmente definido. Pueden incluir la experiencia consciente de otros seres humanos y de miembros de otras especies, de la vida vegetal, elementos de naturaleza inor­gánica, reinos microscópicos y astronómicos inaccesibles sin ayu­da de los sentidos, de la historia y de la prehistoria, el futuro, lu­gares remotos u otras dimensiones de la existencia.
El nivel recordativo-analítico se nutre de la historia individual y su naturaleza es claramente biográfica. Las experiencias peri­natales parecen representar una intersección o frontera entre lo personal y lo transpersonal; hecho que se refleja por su conexión con el nacimiento y con la muerte, principio y fin de la existencia individual. Los fenómenos transpersonales manifiestan conexio­nes entre el individuo y el cosmos, en la actualidad aparentemen­te incomprensibles. Lo único que podemos decir a este respecto es que, en algún momento del proceso del desarrollo perinatal, parece darse un curioso salto cualitativo de estilo moebiano, a partir del cual la exploración del inconsciente individual se con­vierte en un proceso de aventuras experienciales en la amplitud del universo, comprendiendo lo que en el mejor de los casos po­dríamos describir como mente superconsciente.
El común denominador de este grupo de fenómenos, por otra parte copioso y ramificado, es la sensación por parte del sujeto de que su conciencia se ha expandido, más allá de los límites habi­tuales del ego y ha superado las limitaciones del tiempo y del es­pacio. En el estado «normal» o habitual de conciencia, experi­mentamos nuestra propia existencia dentro de las limitaciones del cuerpo físico (imagen corporal) y la percepción de lo que nos rodea está limitada al alcance físico de nuestro aparato sensorial externo. Tanto nuestra percepción interna (interocepción), como nuestra percepción externa del mundo (exterocepción), están su­jetas a los límites espaciales y temporales habituales. En circuns­tancias normales, lo único que experimentamos intensamente es nuestra situación actual y nuestros alrededores más próximos; re­cordamos sucesos del pasado y anticipamos el futuro, o fantasea­mos sobre el mismo.
En las experiencias transpersonales, una o varias de las limita­ciones anteriores parecen superarse. Muchas experiencias que pertenecen a esta categoría se interpretan por los sujetos como re­gresiones en el tiempo histórico y como exploración de su pasado biológico o espiritual. Es bastante común, en diversas formas del trabajo experiencial profundo, experimentar episodios muy con­cretos y realistas, identificados con recuerdos fetales y embrióni­cos. Muchos sujetos relatan intensas secuencias a un nivel celular de conciencia, que parece reflejar su existencia como esperma u óvulo en el momento de la concepción. En algunos casos la regre­sión parece ir todavía más lejos y el sujeto está convencido de que revive recuerdos de sus antepasados, o incluso de que accede al inconsciente racial y colectivo. En ciertas ocasiones, los sujetos bajo el efecto de LSD relatan experiencias en las que se identifi­can con diversos antepasados animales de la escala evolutiva, o tienen la profunda sensación de revivir episodios de su existencia en una encarnación anterior.
Otros fenómenos transpersonales incluyen la superación de las barreras espaciales en lugar de las temporales. A este grupo pertenecen las experiencias de fusión con otra persona en un esta­do de unidad dual* o de completa identificación con ella, sintoni­zándose con la conciencia de un grupo de personas en su conjun­to, o extendiendo la conciencia propia hasta que parezca abarcar la totalidad de la humanidad. De modo similar, uno puede supe­rar los límites de la experiencia específicamente humana y sintoni­zarse con lo que parece ser la conciencia de los animales, plantas, o incluso objetos y procesos inanimados. Como caso extremo, es posible experienciar la conciencia del conjunto de la creación, de nuestro planeta, o de la totalidad del universo material. Otro fe­nómeno relacionado con la superación de las limitaciones espa­ciales normales es el de la conciencia de ciertas partes del cuerpo: diversos órganos, tejidos, o células individuales. Una categoría importante de experiencias transpersonales, que incluye la supe­ración del tiempo y/o del espacio, la constituyen los diversos fenó­menos de ESP, tales como las experiencias de abandono del cuer­po, la telepatía, la precognición y la clarividencia, así como los viajes por el espacio y por el tiempo.
En un gran grupo de experiencias transpersonales, la expan­sión de la conciencia parece ir más allá del mundo fenoménico y del continuo tiempo-espacio, en la forma en que lo percibimos habitualmente. Como ejemplos comunes tenemos las experien­cias de encuentros con seres humanos fallecidos o con entidades espirituales suprahumanas. Los sujetos bajo los efectos de LSD también relatan numerosas visiones de formas arquetípicas, divi­nidades y demonios individuales, además de complejas secuencias mitológicas. La comprensión intuitiva de símbolos universales, experiencia del flujo de energía chi, como lo describe la medici­na y la filosofía china, o la excitación del kundalini y la activación de diversos chakras, constituyen ejemplos adicionales de esta ca
  • «Unidad dual»: un sentido de fusionarse con otro organismo en un esta­do unitivo, sin pérdida del sentido de la identidad

tegoría. En su forma extrema, la conciencia individual parece abarcar la totalidad de la existencia e identificarse con la mente universal o con lo absoluto. El súmmum de las experiencias pare­ce ser la del vacío supracósmico o metacósmico, la nada y el vacío primordiales y misteriosos, consciente de sí mismo y que contiene toda la existencia en forma germinal.
Esta cartografía extendida del inconsciente es esencial para cualquier enfoque serio de fenómenos tales como los estados psi­codélicos, el shamanismo, la religión, el misticismo, los ritos de paso, la mitología, la parapsicología y la esquizofrenia. El interés del tema, como se verá más adelante, no es sólo académico; sus inferencias son profundas y revolucionarias para la comprensión de la psicopatología y ofrece nuevas posibilidades terapéuticas inimaginadas por la psiquiatría tradicional.

 

El espectro de la conciencia


La cartografía del espacio interno, incluidos los niveles biográ­fico, perinatal y transpersonal, aclara de una forma muy intere­sante a la confusión reinante en la actualidad en el mundo de la psicoterapia profunda y los conflictos entre las diversas escuelas. Si bien en su totalidad dicha cartografía no se parece a ninguno de los enfoques existentes, sus varios niveles pueden ser descritos bastante adecuadamente en términos de diversos sistemas psico­lógicos modernos o antiguas filosofías espirituales. Al principio de mi investigación psicodélica observé que el paciente medio, en el transcurso de la terapia psicolítica con LSD, suele desplazarse desde la etapa freudiana hasta la rankiana-reichiana-existencialis­ta y a continuación a la junguiana (Grof, 1970). Los nombres de estas etapas reflejan el hecho de que los sistemas conceptuales co­rrespondientes, entre los marcos disponibles parecen ser los que mejor describen los fenómenos observados, en estos períodos consecutivos de terapia. También se ha demostrado que entre los sistemas psicoterapéuticos occidentales, no hay ninguno que per­mita describir adecuadamente ciertos fenómenos que tienen lugar en estados avanzados de la terapia o niveles de la experiencia psi­codélica. Para ello ha sido preciso recurrir a las filosofías espiri­tuales antiguas y orientales, tales como el Vedanta, diferentes sis­temas de yoga, el budismo Mahayana, el Shivaísmo de Cachemi­ra, el Vajrayana, el taoísmo o el sufismo. Ha quedado perfecta­mente claro que la totalidad del espectro de la experiencia huma­na no puede ser descrito por un solo sistema psicológico y que cada nivel importante de la evolución de la conciencia necesita un marco explicatorio diferente.
Esta misma idea ha sido desarrollada independientemente por Ken Wilber, presentada con máxima lucidez y muy bien docu­mentada en Spectrum of Consciousness (1977), The Atman Pro­ject (1980) [El proyecto Atman; Kairós 19881 y Up From Eden (1981). El concepto de Wilber de la psicología espectral incluye un modelo de la conciencia que integra la percepción profunda de las principales escuelas de psicología occidentales, con los princi­pios básicos de lo que podríamos denominar «psicología peren­ne»: una comprensión de la conciencia humana que exprese la percepción básica de la «filosofía perenne» en lenguaje psicológi­co. Según Wilber, la gran diversidad entre las escuelas psicológi­cas y psicoterapéuticas, no refleja primordialmente la diferencia de opinión y de interpretación del mismo conjunto de problemas, ni las diferencias metodológicas, sino los distintos niveles del es­pectro de la conciencia a los que cada una se ajusta. El mayor error de estas escuelas discrepantes consiste en que cada una tien­da a generalizar su enfoque y aplicarlo a la totalidad del espectro, cuando sólo se adapta a un nivel particular. Por consiguiente, cada uno de los enfoques principales de la psicoterapia occidental es más o menos «correcto» cuando se aplica a su propio nivel y enormemente distorsionante utilizado inadecuadamente en otros. La psicología verdaderamente homogénea e integrada del futuro, se servirá de la percepción complementaria que ofrece cada una de las escuelas psicológicas.
El concepto fundamental del modelo del espectro de la concien­cia de Wilber emana de la percepción de la filosofía perenne de que la personalidad humana consiste en la manifestación a múltiples niveles de una sola conciencia: la mente universal. Cada nivel del espectro de la conciencia, que constituye la naturaleza multidi­mensional del ser humano, se caracteriza por un sentido específico y fácilmente reconocible de identidad individual. Esto cubre una gama muy amplia, desde la identidad suprema de la conciencia cós­mica, a través de varias gradaciones o bandas, hasta la identifica­ción drásticamente reducida y limitada con la conciencia del ego.


Desde la publicación de The Spectrum of Consciousness (1977), Wilber ha revisado, refinado y ampliado su modelo, hasta aplicarlo con éxito a la conciencia humana individual y a la de la historia de la humanidad. En The Atman Project (1980), esbozó una visión transpersonal tanto de la ontología como de la cosmo­logia, integrando de un modo creativo muchas escuelas de la psi­cología occidental y sistemas de la filosofía perenne. Esta visión de gran alcance abarca la evolución de la conciencia desde el mun­do material y del individuo, hasta Atman-Brahman, así como el movimiento opuesto desde el mundo absoluto hasta el manifiesto. Por tanto, el proceso de evolución de la conciencia incluye el arco externo, o movimiento desde el subconsciente al autoconsciente, y el arco interno, o progresión desde la autoconciencia hasta la su­perconciencia. Los criterios de Wilber sobre este tema y el con­cepto del proyecto de Atman, son de tal importancia para el tema de esta obra, que merecen una mención especial.
La descripción de Wilber del arco externo de la evolución de la conciencia comienza con la etapa de la plenitud, estado indife­renciado de la conciencia del recién nacido, que es intemporal, inespacial e inmaterial, y desconoce la distinción entre sí mismo y el mundo físico. La próxima, o etapa urobórica, está íntimamente relacionada con las funciones alimenticias y se caracteriza por su capacidad primitiva e incompleta de distinguir el sujeto del mun­do material; coincide con el período oral temprano del desarrollo libidinoso. La etapa tifónica se distingue por su primera diferen­ciación plena, que crea el sí mismo orgánico o yo corporal, domi­nado por el principio del placer, así como los impulsos y descargas instintivos; durante este período tiene lugar la fase anal y fálica del desarrollo libidinoso. La adquisición del lenguaje y de las fun­ciones mentales y conceptuales, marca la etapa de asociación ver­bal, en la que el sí mismo se diferencia del cuerpo y emerge como ser mental y verbal. Este proceso puede continuar hasta entrada la etapa egoico-mental, relacionada con el desarrollo del pensa­miento lineal, abstracto y.conceptual, y la identificación con el concepto de sí mismo. El desarrollo personal ordinario culmina en la etapa centáurica, integración superior del ego, el cuerpo, la persona y la sombra.
El del centauro es el nivel de la conciencia más elevado que se reconoce y se trata con seriedad en la ciencia mecanicista occiden­tal. Los psiquiatras y psicólogos occidentales niegan la existencia de estados superiores, o los califican de patológicos. Antigua­mente, los que se interesaban por el conocimiento de los estados superiores de la conciencia, tenían que recurrir a los grandes sa­bios y a las escuelas místicas de Oriente y Occidente. En la últi­ma década, la psicología transpersonal ha emprendido la com­pleja labor de integrar la sabiduría de la filosofía y la psicología perennes, con los marcos conceptuales de la ciencia occiden­tal. La obra de Ken Wilber ha significado un gran paso en este sentido.
El modelo de Wilber de la evolución de la conciencia no acaba con el centauro. Para él, éste representa la transición hacia los rei­nos transpersonales, tan distanciados del egoico-mental, como éste lo está del tifónico. El primero de estos reinos de evolución de la conciencia es el nivel sutil bajo, que incluye el dominio as­tral-psíquico. En este nivel, la conciencia, diferenciándose cre­cientemente de la mente y del cuerpo, logra superar las capacida­des ordinarias del conjunto cuerpo-mente. Aquí pertenecen las experiencias de fuera del cuerpo (OOBE), los fenómenos ocultis­tas, auras, los viajes astrales, la precognición, la telepatía, la clari­videncia, la psicokinesis y otros fenómenos semejantes. El nivel sutil superior es el reino de la auténtica intuición religiosa, las vi­siones simbólicas, la percepción de luces y sonidos divinos,, las presencias superiores y las formas arquetípicas.
Más allá del nivel sutil superior se encuentra el reino causal, en cuyo nivel inferior se encuentra la suprema conciencia divina, fuente de las formas arquetípicas. En el reino causal superior se superan radicalmente todas las formas, que se funden en el res­plandor infinito de la Conciencia Disforme. En el nivel de unidad máxima, la conciencia despierta por completo a su condición ori­ginal, que a su vez es lo que constituye la totalidad de la existen­cia: densa, sutil y causal. En este punto aparece la totalidad del proceso del mundo, momento tras momento, formando el propio ser, fuera y antes de lo cual nada existe. Las formas son idénticas al vacío y lo ordinario y 'lo extraordinario, o lo mundano y lo so­brenatural, son lo mismo. Éste es el estado final hacia el que toda evolución cósmica conduce.
En el modelo de Wilber, la cosmología comprende un proceso inverso al anterior. Describe cómo se crean los mundos fenoméni­cos a partir de la unidad original, reduciendo y envolviendo las es­tructuras superiores e inferiores. En este sentido Wilber se limita exclusivamente al texto del Libro tibetano de los muertos, o Bardo ThSdol, que describe los movimientos a través de los estados in­termedios, o bardos, en el momento de la muerte.
Una de las contribuciones más originales del trabajo de Wil­ber, consiste en haber detectado los principios y mecanismos esencialmente idénticos, o por lo menos similares, tras la confusa diversidad de las muchas etapas de la evolución e involución de la conciencia. Sus conceptos de las estructuras profundas y superfi­ciales de los diversos niveles de la conciencia, de traslación frente a transformación, de los distintos tipos de inconsciente (terrenal, arcaico, sumergido, encastrado y emergente), de la evolución e involución de la conciencia, de los arcos externo e interno, y de la desidentificación frente a la disociación, además de redefinir los términos «eros» y «tanatos», se convertirán indudablemente en elementos clásicos de la psicología transpersonal del futuro.
Sin embargo, lo más fundamental y revelador de Wilber es su concepto del proyecto de Atinan. Ha logrado demostrar muy con­vincentemente, que la fuerza motivadora en todos los niveles de la evolución (a excepción de la unidad original del propio At­man), viene determinada por la búsqueda de la unidad cósmica original, por parte del sujeto. Debido a sus constreñimientos inhe­rentes, esto ocurre de un modo que sólo permite compromisos poco satisfactorios, lo que explica los fracasos del proyecto enca­minado a abandonar los niveles en cuestión y a la transformación hacia la próxima etapa. Cada nivel del orden superior no deja de ser otro sustituto, aunque más cercano al real, mientras el alma no satisfaga su permanente deseo de afincarse en la superconciencia.
Wilber no sólo aplicó el modelo descrito al desarrollo indivi­dual, sino también a la historia de la humanidad. En su libro Up from Eden (1981) ofrece una drástica reformación de la historia y la antropología. Una cuestión de espacio me impide hacer justicia a su contribución única a la psicología transpersonal; el lector in­teresado deberá dirigirse a sus libros y artículos originales. De cualquier forma, voy a esbozar muy brevemente las áreas donde mi trabajo y los conceptos que describo aquí difieren del modelo
de Wilber, en vez de todos aquellos que concuerdan plenamente.
Wilber ha realizado una labor extraordinaria, sintetizando con éxito datos aparentemente dispares de una amplia variedad de áreas y disciplinas. Su conocimiento literario es realmente enci­clopédico, su mente analítica es sistemática e incisa, y la claridad de su lógica es extraordinaria. Por consiguiente, es sorprendente que no haya tomado en consideración una enorme cantidad de da­tos, tanto antiguos como modernos, que indican la importancia psicológica primordial de las experiencias prenatales y del trauma del nacimiento. En mi opinión, el conocimiento de la dinámica perinatal es esencial para todo enfoque consecuente de problemas tales como la religión, el misticismo, los ritos de paso, el shama­ nismo o la psicosis. La descripción de la evolución de la concien­cia de Wilber comienza con la conciencia indiferenciada de la plenitud del recién nacido y termina con la unidad máxima de lo absoluto. Su descripción de la involución de la conciencia, muy ajustada al Libro tibetano de los muertos, parte de la conciencia máxima, el inmaculado y resplandeciente Dharmakaya y a través de tres reinos del bardo, llega al momento de la concepción. La complejidad del desarrollo embriónico y las etapas sucesivas del nacimiento biológico no reciben atención alguna en su sofisticado sistema, elaborado con toda meticulosidad de detalle en todas las demás áreas.
Otra diferencia importante entre mis propias observaciones y el modelo de Wilber, hace referencia al fenómeno de la muerte. Para Wilber, el concepto de tanatos está relacionado con la trans­formación de un nivel de la conciencia al próximo. Equipara la muerte con el abandono de una identificación exclusiva, con una estructura particular de la conciencia, que permite superar dicha estructura y trasladarse al próximo nivel. No hace distinción entre la muerte como nivel de desarrollo y la experiencia relacionada con la muerte biológica. Esto contrasta totalmente con las obser­vaciones de la terapia psicodélica y otras formas de autoexplora­ción profunda, donde el recuerdo de sucesos que hayan puesto en peligro la vida, incluido el nacimiento biológico, representan una categoría especialmente significativa.
Este material sugiere claramente que es esencial distinguir el proceso de transición de una etapa de desarrollo a la próxima, del trauma del nacimiento y otros sucesos que ponen en peligro la su­pervivencia del organismo. Las últimas experiencias pertenecen a una categoría lógica diferente y su posición es distinta a la de los procesos que'Wilber incluye en la descripción de tanatos. Ponen en peligro la existencia del organismo como entidad individual, independientemente de su nivel de desarrollo. Así pues, una ame­naza grave de la supervivencia puede tener lugar durante la exis­tencia embriónica, en cualquier etapa del proceso de nacimiento, o a cualquier edad, independientemente del nivel de evolución de la conciencia. Una amenaza vital durante la existencia prenatal o en el propio proceso del nacimiento, parece crear una sensación de soledad y aislamiento, en lugar de destruirla como lo sugiere Wilber.
En mi opinión, sin una apreciación auténtica del significado primordial del nacimiento y de la muerte, nuestra comprensión de la naturaleza humana será incompleta e insatisfactoria. Con la in­tegración de estos elementos, el modelo de Wilber adquiriría ma­yor consistencia lógica e incrementaría su poder pragmático. Sin ello, su modelo no puede justificar datos clínicos importantes y su descripción de las inferencias terapéuticas de dicho modelo segui­rá siendo la menos convincente para los terapeutas, acostumbra­dos a tratar los problemas prácticos de la psicopatología.
Finalmente, debo mencionar el énfasis lineal de Wilber, así como la diferencia radical que establece entre el prefenómeno y el posfenómeno (lo prepersonal frente a lo transpersonal, o el pre­egoico frente al pos-egoico). Aun estando de acuerdo con él en principio, la rigidez de sus afirmaciones me parece excesivamente extrema. La psique está dotada de una naturaleza holográfica multidimensional y la utilización de un modelo lineal para descri­birla produce distorsiones e inexactitudes. Esto constituye un gra­ve problema para toda descripción de la psique, que se limite a medios racionales y verbales.
Mis propias observaciones sugieren que, conforme avanza la evolución de la conciencia desde el reino centáurico hasta los más sutiles y más allá, no sigue una trayectoria lineal, sino que en cier­to modo se envuelve en sí misma. A lo largo de este proceso, el in­dividuo regresa a estados anteriores de su desarrollo, pero los evalúa desde el punto de vista de un adulto maduro. Al mismo tiempo, el sujeto adquiere conciencia de ciertos aspectos y cuali­dades de dichas etapas, que estaban implícitos pero no habían sido reconocidos en un contexto evolutivo lineal. Por consiguien­te, la naturaleza de la distinción entre el «pre» y el «trans» (o «pos») es paradójica: no son idénticos, pero tampoco son comple­tamente diferentes.
Al aplicar este criterio a los problemas de la psicopatología, la distinción entre estados evolutivos y patológicos puede radicar en el contexto, en el estilo del enfoque y en la habilidad con que se integren en la vida cotidiana, más que en la naturaleza intrínseca de las experiencias en cuestión. El análisis detallado de estas cues­tiones y otras inspiraciones en la emocionante obra de Wilber de­berá esperar un volumen dedicado especialmente a ello.

3. EL MUNDO DE LA PSICOTERAPIA: HACIA LA INTEGRACIÓN DE LOS ENFOQUES

Las observaciones de la investigación psicodélica y de otras formas experienciales de autoexploración han posibilitado la aportación de un elemento de claridad y simplificación al irreme­diable laberinto de sistemas psicoterapéuticos conflictivos y riva­les entre sí.' Una simple ojeada a la psicología occidental mani­fiesta unos desacuerdos y controversias fundamentales de enor­mes proporciones, con respecto a la dinámica básica de la mente humana, la naturaleza de los desórdenes emocionales y las técni­cas psicoterapéuticas. Esto no sólo es cierto en el caso de escuelas que son producto de enfoques filosóficos incompatibles a priori, como el conductismo y el psicoanálisis, sino también en el de orientaciones cuyo punto de partida original era el mismo o seme­jante. El mejor ejemplo lo obtenemos comparando las teorías del psicoanálisis clásico, formuladas por Sigmund Freud, con los sis­temas conceptuales de Alfred Adler, Wilhelm Reich, Otto Rank y Carl Gustav Jung, todos ellos inicialmente admiradores y devo­tos discípulos suyos.
Se complica todavía la situación, si tenemos en cuenta los sis­temas psicológicos desarrollados por las principales tradiciones espirituales, tanto orientales como occidentales, como las diver­sas formas de yoga, el budismo Zen, el Vipassana, el Vajrayana, el taoísmo, el sufismo, la alquimia o la cábala. Hay una distancia abismal entre la mayoría de las escuelas occidentales de psicotera­pia y estas teorías de la mente, sumamente refinadas y sofistica­das, basadas en siglos de estudio profundo de la conciencia.
La observación de cambios sistemáticos en el contenido de ex­periencias psicodélicas, relacionados con la variación de la dosis y el creciente número de sesiones por serie, ha ayudado a resolver algunas de las contradicciones más importantes, de un modo bas­tante inesperado. En la terapia psicolítica, el paciente medio suele enfrentarse a una variedad de sucesos biográficos, durante las pri­meras sesiones con LSD. A lo largo de este período analítico-re­cordativo, gran parte del material experiencial puede interpretar­se en términos del psicoanálisis clásico. Ocasionalmente, la natu­raleza de las experiencias biográficas es tal que se prestan a ser in­terpretadas igualmente, o mejor, en términos adlerianos. Ciertos aspectos de la dinámica de la transferencia en el transcurso de las sesiones psicodélicas, particularmente en períodos subsiguientes a la experiencia de drogas, están dotados de componentes interper­sonales importantes, que pueden ser comprendidos y enfocados a través de los principios de Sullivan.
Sin embargo, cuando los sujetos sobrepasan esta etapa «freu­diana», las sesiones se centran en una profunda confrontación ex­periencial con la muerte y en revivir el nacimiento biológico. A partir de ese momento, el sistema freudiano es inútil para com­prender los procesos que tienen lugar. Ciertos aspectos del proce­so muerte-nacimiento, en particular el sentido de la muerte y la crisis de significado, se prestan a ser interpretados en términos de la filosofía y la psicoterapia existencial. Las descargas orgiásticas de energía y la disolución del «carácter-armadura» muscular re­sultante -que con menor dramatismo también tiene lugar en la etapa biográfica- alcanza dimensiones extremas durante el pro­ceso perinatal. Con ligeras modificaciones, los conceptos teóricos y maniobras terapéuticas desarrollados por Wilhelm Reich pue­den ser sumamente útiles para tratar de estos aspectos de la expe­riencia psicodélica.
El elemento central en la compleja dinámica del proceso muerte-nacimiento, parece ser el revivir el trauma del nacimiento biológico. Fue Otto Rank quien descubrió y analizó su significado para la psicología y la psicoterapia, en su primordial obra The Trauma of Birth (1929). A pesar de que el criterio de Rank sobre la naturaleza de dicho trauma, no coincide exactamente con las observaciones del trabajo psicodélico, muchas de sus formulacio­nes y percepciones pueden ser sumamente útiles, cuando el proce­so se centra en el nivel perinatal. Por ello, en algunos casos califi­co esta etapa de la terapia psicodélica como «rankiana», aunque no refleja fielmente la realidad clínica, puesto que el proceso muerte-nacimiento implica mucho más que el hecho de revivir el nacimiento biológico.
La psicología junguiana ha sido perfectamente consciente de la importancia de la muerte y del nacimiento psicológicos, y ha es­tudiado minuciosamente diversas variaciones culturales de dicho tema. Esto es de gran utilidad para el estudio del contenido espe­cífico de muchas experiencias perinatales, en particular la natura­leza de imágenes y temas mitológicos, que aparecen frecuente­mente en este contexto. Sin embargo, parece pasar por alto la re­lación de dicha pauta con el nacimiento biológico del sujeto, así como las importantes dimensiones psicológicas de este fenómeno. La participación de elementos arquetípicos en el proceso muerte­nacimiento refleja el hecho de que la confrontación experiencial profunda con los fenómenos de la muerte y del nacimiento, con­duce por lo general a una apertura espiritual y mística, además de facilitar el acceso a los reinos transpersonales. Esta conexión cuenta con un paralelismo en la vida y prácticas espirituales y ri­tuales de diversas culturas a lo largo de los tiempos, tales como las iniciaciones shamánicas, los ritos de paso, las ceremonias de las sectas extáticas, o los antiguos misterios sobre la muerte y resu­rrección. En algunos casos, uno de los marcos simbólicos utiliza­dos por estos sistemas, puede ser más apropiado para la interpre­tación y comprensión de una sesión perinatal determinada, que la combinación ecléctica de conceptos rankianos, reichianos, exis­tencialistas y junguianos.
Cuando las sesiones psicodélicas entran en los reinos transper­sonales, más allá del portalón del nacimiento y de la muerte, la psicología junguiana y hasta cierto punto la psicosíntesis de Assa­gioli, son las únicas escuelas psicológicas occidentales con una comprensión auténtica del proceso en cuestión. A este nivel, las experiencias con LSD se caracterizan por su énfasis filosófico, es­piritual, místico y mitológico. Dados mis antecedentes en la tradi­ción psicológica y psiquiátrica occidental, suelo referirme a esta etapa de la terapia psicodélica como «junguiana», a pesar de que la psicología de Jung no abarca muchos de los fenómenos que tienen lugar en este contexto. A este nivel, la psicoterapia es in­distinguible de la búsqueda espiritual y filosófica de la identidad cósmica. Diversas formas de la filosofía perenne, así como ciertos sistemas espirituales y psicológicos relacionados con la misma, fa­cilitan una orientación excelente, en este estado avanzado, tanto para el paciente como para el terapeuta, si es que éstos son toda­vía los términos adecuados para dos individuos que comparten la búsqueda y el viaje.
Hasta ahora hemos hablado de los cambios en el contenido de las sesiones, con el aumento del número de exposiciones a la dro­ga; sin embargo, se puede demostrar una progresión semejante con el incremento de la dosis. Así pues, una pequeña dosis suele alcanzar el nivel biográfico, quizás en combinación con algunas experiencias sensoriales abstractas. Una dosis superior acostum­bra a conducir a un enfrentamiento con el nivel perinatal, facili­tándole al sujeto una mayor oportunidad de conectarse con los reinos transpersonales. En este caso podemos hablar de niveles de la experiencia psicodélica, en lugar de etapas del proceso de trans­formación. Sólo se pueden observar estas relaciones, en las sesio­nes psicodélicas iniciales; el individuo que ya ha trabajado a fondo con su material biográfico e integrado los contenidos perinatales, en las siguientes sesiones reacciona con experiencias transperso­nales, incluso con dosis inferiores. En estos casos, la dosis guarda relación con la intensidad de la experiencia y no con su género.
En mi experiencia, las observaciones anteriores -a pesar de proceder inicialmente de la terapia psicodélica- son igualmente válidas en los enfoques experienciales sin el uso de drogas. Por consiguiente, el uso de técnicas menos potentes permitirá la ex­ploración de los reinos biográficos, mientras que los procedimien­tos de mayor potencia conectan al individuo al proceso perinatal o le facilitan acceso a los reinos transpersonales. Asimismo, el uso sistemático de una técnica experiencial eficaz, conducirá habitual­mente a una progresión a partir de sucesos biográficos, pasando por el proceso muerte-nacimiento, hasta llegar a la autoexplora­ción transpersonal. No es necesario enfatizar que esta afirmación debe interpretarse en términos estadísticos; en los casos indivi­duales, dicho desarrollo no es necesariamente lineal y además de­pende fundamentalmente de las características específicas de la técnica utilizada, de la orientación del terapeuta, la personalidad y actitud del paciente, y de la calidad de la relación terapéutica.
Estas observaciones indican claramente que la confusa situa­ción de la psicología occidental, con su jungla casi impenetrable de escuelas rivales, puede simplificarse enormemente al compren­der que no hablan del mismo tema. Como se ha manifestado en conexión con la psicología espectral, existen diferentes reinos de la psique y diversos niveles de conciencia, cada uno de ellos con características y leyes específicas. Por consiguiente, los fenóme­nos de la psique no pueden ser reducidos en su conjunto a un co­mún denominador, dotado de validez y capacidad de aplicación global, especialmente algún mecanismo básico de carácter bioló­gico o fisiológico. Además, el mundo de la conciencia no sólo está dotado de muchos niveles, sino de muchas dimensiones. Por ello, cualquier teoría que se limite al modelo newtoniano-cartesiano y a la descripción lineal, será inevitablemnte incompleta y estará plagada de inconsistencias internas. También es probable que en­tre en conflicto con otras teorías, que hagan hincapié en otros as­pectos fragmentarios de la realidad, sin ser explícitamente cons­cientes de que lo hacen.

Por consiguiente, el mayor problema de la psicoterapia occi­dental parece ser el hecho de que, por diversas razones, cada in­vestigador ha fijado primordialmente su atención en un determi­nado nivel de la conciencia y ha generalizado sus descubrimientos a la totalidad de la psique humana. Esta es la razón por la que son esencialmente incorrectos, a pesar de su posible utilidad en el ni­vel que describen, o en alguno de sus aspectos principales. Por consiguiente, a pesar de que muchos de los sistemas existentes pueden ser utilizados en ciertas etapas del proceso experiencia) de autoexploración, ninguno de ellos es lo suficientemente amplio ni completo para justificar su uso como único método. La psicotera­pia y la autoexploración, para ser realmente eficaces, necesitan un marco teórico amplio, basado en el reconocimiento de los múlti­ples niveles de la conciencia que se sobreponga al chauvinismo sectario de los enfoques actuales.
A continuación se analizan ciertas visiones específicas profun­das de los conceptos de las principales escuelas de psicoterapia, desde la base de las observaciones de una profunda labor expe­riencial, con y sin drogas psicodélicas. Después de esbozar bre­vemente cada uno de dichos sistemas, subrayaré sus principales problemas teóricos y prácticos, áreas de desacuerdo con otras es­cuelas y las revisiones o reformulaciones necesarias para su inte­gración en una teoría global de la psicoterapia.
Sigmund Freud y el psicoanálisis clásico

El descubrimiento de los principios básicos de la psicología profunda fue un logro extraordinario de un hombre: el psiquiatra austríaco Sigmund Freud. Inventó el método de la libre asocia­ción, demostró la existencia de una mente inconsciente y descri­bió su dinámica, formuló los mecanismos básicos que intervienen en la etiología de la psiconeurosis y en muchos otros trastornos emocionales, descubrió la sexualidad infantil, esbozó las técnicas para la interpretación de los sueños, describió el fenómeno de la transferencia y desarrolló los principios básicos de la intervención psicoterapéutica. Dado que Freud exploró los territorios de la mente, anteriormente desconocidos para la ciencia occidental, por su cuenta y riesgo, es comprensible que modificara progresi­vamente sus conceptos al enfrentarse a nuevos problemas.
Sin embargo, un elemento que permaneció constante a través de todos los cambios, fue la profunda necesidad que sentía Freud  de establecer la psicología como disciplina científica. Comenzó su trabajo plenamente convencido de que la ciencia acabaría por in­troducir orden y claridad de comprensión en el caos aparente de los procesos mentales, que se explicarían finalmente como funcio­nes del cerebro. A pesar de que la traducción de fenómenos men­tales a procesos fisiológicos le resultó insuperable y de que tuvo que recurrir a técnicas de exploración puramente psicológicas, ja­más perdió la perspectiva de su último objetivo. Siempre aceptó la idea de que el psicoanálisis tendría que adaptarse a los nuevos descubrimientos científicos, tanto en el campo de la propia psi­cología, como en el de la física, la biología o la fisiología. Por consiguiente, es interesante explorar las ideas de Freud que han sobrevivido a los nuevos descubrimientos y las que requieren una revisión fundamental. Algunas de dichas revisiones reflejan las limitaciones intrínsecas del paradigma newtoniano-cartesiano, así como el cambio radical que ha tenido lugar en los fundamentos filosóficos y metafísicos de la ciencia, desde Freud hasta nuestros días. Otras se deben más específicamente a sus propias limitacio­nes personales y a condiciones culturales.
En este contexto merece especial atención la profunda in­fluencia a la que Freud estaba sometido, por parte de su maestro Ernst Bruecke, fundador del movimiento científico conocido como la escuela de medicina Helmholtz. En su opinión, todos los organismos consistían en complejos sistemas atómicos, goberna­dos por rigurosas leyes y en particular por el principio de conser­vación de energía. Las únicas fuerzas activas en los organismos biológicos eran los procesos fisicoquímicos inherentes a la mate­ria, finalmente reducibles a la fuerza de atracción y repulsión. La meta explícita e ideal del movimiento consistía en introducir los principios del pensamiento científico de Newton en las demás dis­ciplinas. Según la orientación de la escuela Helmholtz, Freud mo­deló su descripción de los procesos psicológicos de acuerdo con el mecanicismo newtoniano. Los cuatro principios básicos de su en­foque psicoanalítico -dinámico, económico, topográfico y gené­tico- guardan un paralelismo exacto con los conceptos básicos de la física newtoniana.

El principio dinámico. En la mecánica de Newton, las partículas y objetos materiales son movidos por fuerzas diferentes a la materia y sus colisiones gobernadas por leyes específicas. Asimismo, en el psicoanálisis se explican todos los procesos mentales en términos de interacciones y colisiones de fuerzas psicológicas. Éstas pue­den potenciarse o inhibirse mutuamente, o entrar en conflicto y configurar diversas formaciones de compromiso. Manifiestan di­recciones definidas, encaminándose hacia la expresión motriz o alejándose de ella. Entre las fuerzas que contribuyen a la dinámi­ca mental, las más importantes son los impulsos instintivos. Freud también adoptó el principio newtoniano de acción y reacción, que influyó profundamente en su criterio sobre términos opuestos. Su tendencia a describir diversos aspectos del funcionamiento mental como una serie de fenómenos contrastantes, ha sido interpretada por algunos psicoanalistas como una grave limitación conceptual.

El principio económico. El aspecto cuantitativo de la mecáni­ca newtoniana se convirtió en un factor primordial de su éxito pragmático y prestigio científico. Las masas, fuerzas, distancias y velocidades podían expresarse en cantidades conmensurables y representar sus interrelaciones é interacciones con ecuaciones matemáticas. A pesar de que Freud no podía aproximarse, ni leja­namente, a estos rígidos criterios de la física, con frecuencia su­brayaba la importancia de la economía energética en los procesos psicológicos. A las representaciones mentales de los impulsos ins­tintivos, así como a las fuerzas que se oponen a los mismos, les atribuyó cargas de cantidades determinadas, o catexias. La distri­bución de la energía entre la entrada, el consumo y la salida, era de una importancia fundamental. La función del aparato mental era la de impedir una disminución de dichas energías y mantener la cantidad total de excitación lo más baja posible. La cantidad de excitación se interpretaba como la fuerza impulsora del principio placer-dolor, cuyo papel era importante en el pensamiento de Freud.


El principio topográfico o estructural. Si bien en la física mo­derna, las entidades materiales distintas del mundo fenoménico, aparecen como procesos dinámicos inseparablemente interconec­tados, la mecánica newtoniana trata de partículas y objetos mate­riales individuales, que ocupan un espacio euclideano e interac­cionan en él. Asimismo, en las descripciones topográficas de Freud, los procesos dinámicos que están íntimamente entrelaza­dos, aparecen como estructuras individuales específicas del aparato psíquico, que interaccionan entre sí en el espacio psicológico, de propiedades euclideanas. Freud advirtió en más de una ocasión, que conceptos tales como ello, ego y superego eran sólo abstracciones, que no debían tomarse literalmente y calificó de «mitología cere­bral» (Gehirnmythologie) todos los intentos de relacionar dichos conceptos con estructuras y funciones cerebrales específicas. Sin embargo, en sus escritos están dotados de todas las características de los objetos materiales newtonianos: extensión, masa, posición y movimiento. No pueden ocupar el mismo espacio y, por consi­guiente, no pueden moverse sin desplazarse el uno al otro. Se im­ponen entre sí y sufren colisiones; pueden ser reprimidos, abati­dos y destruidos. El súmmum de este enfoque es el concepto de que la cantidad de libido, e incluso la de amor, son limitadas. En el análisis clásico, el amor objetal y el amor de sí mismo están en conflicto y compiten el uno con el otro.

El principio genético o histórico. 1 Uno de los aspectos más ca­racterísticos de la mecánica newtoniana es su estricto determinis­mo; las colisiones entre partículas y objetos tienen lugar en una cadena lineal de causa y efecto. La descripción espaciotemporal de los hechos y su descripción causal se unen y combinan en una trayectoria visualizable. De ese modo, las condiciones iniciales del sistema determinan con exclusividad su estado en etapas pos­teriores. En principio, si se conocen todas las variantes, el cono­cimiento completo de la condición actual del sistema estudiado permitiría su descripción en cualquier momento del pasado y del futuro.
El determinismo estricto de los procesos mentales fue una de las mayores contribuciones de Freud. Se consideraba que todo su­ceso psicológico era la consecuencia y, al mismo tiempo, la causa de otros sucesos. El enfoque psicogenético del psicoanálisis inten­ta explicar las experiencias y la conducta individuales, en términos de etapas ontogenéticas y modos de adaptación anteriores. Para una plena comprensión del comportamiento actual, es necesaria una exploración de sus antecedentes, en particular de la historia psicosexual durante la primera infancia. Así pues, las experien­cias del individuo en etapas sucesivas del desarrollo de la libido, la solución de la neurosis infantil y los conflictos sexuales de la infan­cia, determinan de un modo crítico el resto de la vida. Al igual que la mecánica newtoniana, el psicoanálisis clásico usa el concep­to de trayectoria visualizable con relación a los impulsos instinti­vos, comprendiendo la fuente, ímpetu, dirección y objetivo.
Otra característica importante que el psicoanálisis comparte con la ciencia newtoniana-cartesiana, es el concepto del observa­dor objetivo e independiente. Al igual que en la física newtonia­na, la observación del paciente puede realizarse sin ninguna in­terferencia apreciable. A pesar de que este concepto ha sido mo­dificado considerablemente en la psicología del ego, en el psicoa­nálisis clásico la vida del paciente se sigue determinando durante la terapia, exclusivamente de acuerdo con las condiciones históri­co-psicogenéticas iniciales.
Siguiendo este recuento de los principios generales, sobre los que se estructura el psicoanálisis, podemos subrayar sus contribu­ciones específicas de mayor importancia. Podemos dividirlas en tres categorías temáticas: la teoría de los instintos, el modelo del aparato psíquico, y los principios y técnicas de la terapia psicoana­lítica. En un sentido amplio, Freud creía que la historia psicológi­ca del individuo comienza después del nacimiento, refiriéndose al recién nacido como una tabula rasa (tabla rasa o «en blanco»). Mencionó ocasionalmente la posibilidad de unas vagas predispo­siciones de la constitución, o incluso de recuerdos arcaicos, de na­turaleza filogenética. Según él, la fantasía infantil de la castración podía ser una reminiscencia de la época en que la amputación del pene se practicaba efectivamente como castigo, o ciertos elemen­tos de la psique relativos al totemismo podían reflejar la realidad histórica del parricidio brutal, producto de una coalición frater­nal. Asimismo, ciertos aspectos del simbolismo de los sueños no hallan explicación en la experiencia de la vida del individuo y pa­recen reflejar un lenguaje arcaico de la psique. Sin embargo, para todos los efectos prácticos, la dinámica mental puede ser com­prendida en términos de factores biográficos, comenzando con los sucesos de la primera infancia.
Freud atribuyó un papel crítico en la dinámica mental a los im­pulsos instintivos, que interpretó como fuerzas mediadoras entre la psique y las esferas somáticas. En los primeros años del psicoa­nálisis, Freud postuló un dualismo básico entre el impulso sexual, o libido, y los instintos no-sexuales del ego, relacionados con la autoconservación. Creía que los conflictos mentales resultantes de choques entre dichos instintos eran los responsables de las psi­coneurosis y de otros diversos fenómenos psicológicos. Entram­bos, la libido atrajo mucho más la atención de Freud y recibió un trato preferencial.
Freud (1953a) descubrió que los orígenes de la sexualidad emanan de la primera infancia y formuló una teoría del desarrollo del sexo. Según ésta, las actividades psicosexuales comienzan en la etapa lactante, cuando la boca del bebé funciona como zona erógena (fase oral). Durante el período de aprendizaje de control fecal, el énfasis se traslada, en primer lugar, a las sensaciones rela­cionadas con la defecación (fase anal) y, más adelante, con la mic­ción (fase uretral). Por fin, aproximadamente a los cuatro años de edad, estos impulsos parciales pregenitales se integran bajo el do­minio del interés genital, comprendiendo el pene o el clítoris (fase fálica). Esto también coincide con el desarrollo del complejo de Edipo o de Electra, actitud predominantemente positiva hacia el progenitor del sexo opuesto y agresiva hacia el del mismo. En este período, Freud atribuye un papel fundamental a la sobrevalora­ción del pene y al complejo de castración. El niño desecha su ten­dencia edípica, por temor a la castración. La niña deposita en el padre el apego que originalmente había depositado en la madre, porque le decepciona que ésta esté «castrada» y espera recibir un pene o un hijo de su padre.
Una indulgencia excesiva en actividades eróticas o, por el con­trario, frustraciones, conflictos y traumas que interfieran con las mismas, pueden causar fijaciones en distintas etapas del desarro­llo de la libido. Dichas fijaciones y el hecho de que no se resuelva la situación edípica, pueden convertirse en psiconeurosis, per­versiones sexuales u otras formas de psicopatología. Freud y sus seguidores desarrollaron una taxonomía dinámica detallada, vin­culando diversos trastornos emocionales y psicosomáticos, con vi­cisitudes específicas del desarrollo de la libido y de la maduración del ego. Freud también atribuyó las dificultades en reacciones in­terpersonales, a factores que interfieren con la evolución, desde la etapa de narcisismo primario del bebé, caracterizada por el amor a sí mismo, hasta la de relaciones con objetos diferenciados, en la que se confiere la libido a otra gente.
Durante las primeras etapas de sus exploraciones y especula­ciones psicoanalíticas, Freud hizo mucho hincapié en el principio del placer, o en la tendencia innata a la búsqueda del placer y a evitar el dolor, como principal principio regulador en el gobierno de la psique. Relacionó el dolor y la angustia con el exceso de estí­mulos neuronales y el placer con la descarga de tensión y la reduc­ción de la excitación. Por consiguiente, la contraparte del princi­pio de placer era el principio de realidad, función adquirida que refleja las exigencias del mundo externo y demora o posterga el placer inmediato. En sus investigaciones posteriores, a Freud le resultó crecientemente difícil reconciliar las pruebas clínicas con el papel exclusivo del principio de placer en los procesos psicoló­gicos.
Inicialmente, en un sentido amplio consideró la agresión en términos de sadismo, convencido de que se manifestaba en cada uno de los niveles del desarrollo psicosexual, en el contexto de los instintos parciales. Más adelante reconoció la distinción entre la agresión no sexual y el odio, que pertenecen a los instintos del ego, por una parte, y los aspectos libidinosos del sadismo, relacio­nados claramente con el instinto sexual, por la otra. El propio sa­dismo se interpretó entonces como una fusión del sexo y la agre­sión, debida primordialmente a la frustración de deseos.
Sin embargo, Freud debía enfrentarse a un problema todavía más grave. Se dio cuenta de que en muchos casos, los impulsos agresivos no estaban al servicio de la autoconservación y, por con­siguiente, no debían ser atribuidos a los instintos del ego. Esto era muy evidente en el caso de tendencias autodestructivas en pacien­tes depresivos, incluso el suicidio, las automutilaciones que se practican en ciertas anomalías mentales, las heridas autoinfligidas por los masoquistas, la inexplicable necesidad de sufrimiento que manifiesta la psique humana, la compulsiva repetición de una conducta autodestructiva o de consecuencias dolorosas y la des­tructividad desenfrenada habitual de los niños.
Por consiguiente, Freud decidió tratar la agresión como un instinto aparte, cuya fuente se hallaba en los músculos del esque­leto y cuyo objetivo era la destrucción. Esto agregó el último to­que a la imagen esencialmente negativa de la naturaleza humana descrita por el psicoanálisis. Desde este punto de vista, la psique no sólo es conducida por instintos básicos, sino que su compo­nente intrínseco y esencial lo constituye la destructividad. En los primeros escritos de Freud, la agresión se interpretaba como reacción a la frustración y al entorpecimiento de los impulsos de la libido.
En sus especulaciones posteriores, Freud postuló la existencia de dos categorías de instintos: aquellos cuyo fin era el de preser­var la vida y los que, contrarrestándolos, tendían a un retorno a la condición inorgánica. Vio una profunda relación entre ambos grupos de fuerzas instintivas y entre las tendencias opuestas de los procesos psicológicos del organismo humano: anabolismo y cata­bolismo. Los procesos anabólicos son aquellos que contribuyen al crecimiento, al desarrollo y a la acumulación de nutrimentos; los catabólicos están relacionados con el consumo de reservas meta­bólicas y el dispendio de energía.
Freud también vinculó la actividad de dichas fuerzas, al desti­no de dos grupos de células en el organismo humano: las células germinales, que son potencialmente eternas, y las células somáti­cas regulares, que son mortales. El instinto de muerte opera en el organismo desde el primer momento, convirtiéndolo gradualmen­te en un sistema inorgánico. Es posible y necesario separar par­cialmente esta fuerza destructiva de su objetivo inicial autodes­tructivo y dirigirla hacia otros organismos. Parece carecer de im­portancia que el instinto de muerte se oriente hacia objetos del mundo exterior o contra el propio organismo, mientras pueda al­canzar su objetivo que es la destrucción.
La última formulación de Freud concerniente al instinto de muerte, apareció en su última gran obra, An Outline of Psychoa­nalisis (1964). Ahí, la dicotomía básica entre esas poderosas fuer­zas, el instinto amoroso (eros) y el instinto de muerte (tanatos), se convirtió en la piedra madre de su comprensión de los procesos mentales, concepto que dominó el pensamiento de Freud en los últimos años de su vida. Esta revisión fundamental de la teoría psicoanalítica generó poco entusiasmo entre lo seguidores de Freud y no ha sido jamás incorporada en la corriente principal del psicoanálisis. Rudolf Brun (1953), después de realizar un extenso estudio estadístico de escritos concernientes a la teoría del instinto de muerte, descubrió que en su mayoría discrepaban claramente del concepto de Freud. Muchos autores opinan que el interés de Freud por la muerte y la incorporación de tanatos en la teoría de los instintos, constituye un enclave ajeno al desarrollo de la es­tructura psicológica. También se ha sugerido que el declive inte­lectual de la vejez y factores personales, constituyeron la base de esta inesperada dimensión en el pensamiento de Freud. Sus ideas posteriores han sido interpretadas por algunos, como el resultado de su propia preocupación patológica con la muerte, su reacción ante el cáncer que padecía y la defunción de sus parientes más próximos. Brun, en el estudio crítico antes citado, sugirió que la teoría de Freud del instinto de muerte estaba profundamente in­fluida por su reacción ante las matanzas colectivas de la Primera Guerra Mundial.
La teoría topográfica original de la mente de Freud, esbozada a principios de este siglo en su Interpretación de los sueños (1953b), derivó del análisis de sueños, de la dinámica de síntomas psiconeuróticos y de la psicopatología de la vida cotidiana. En la misma se distinguen tres regiones de la psique, que se caracterizan por su relación con la conciencia: la inconsciente, la preconsciente y la consciente. La inconsciente contiene elementos que son esen­cialmente inaccesibles para la conciencia y sólo pueden llegar a la región consciente a través de la preconsciente, que los controla por medio de una censura psicológica. Contiene representaciones mentales de impulsos instintivos, que en algún momento habían sido conscientes, pero resultaron inaceptables y por consiguiente expulsadas de la conciencia y reprimidas. Toda la actividad del in­consciente consiste en perseguir el principio del placer: intentar descargarse y procurar satisfacción. A este fin, utiliza el pensa­miento de proceso primario que hace caso omiso de las conexiones lógicas, no tiene concepción del tiempo, desconoce las negativas y no tiene inconveniente en permitir la coexistencia de contradic­ciones. Procura alcanzar sus objetivos por medio de mecanismos como la condensación, el desplazamiento y la simbolización.
La región preconsciente contiene aquellos elementos que, en determinadas circunstancias, pueden emerger en la conciencia. No está presente al nacer, pero se desarrolla durante la infancia en conexión con la evolución del ego. Su objeto es el de evitar de­sagrados y demorar las descargas instintivas; para ello se sirve del pensamiento de proceso secundario, gobernado por la lógica ana­lítica y refleja el principio de realidad. Una de sus funciones im­portantes es la del consorcio y reprimir los impulsos instintivos. Entonces el sistema consciente se relaciona con los órganos de percepción, la actividad motriz controlada y la regulación de la distribución cualitativa de la energía psíquica.
Esta teoría topográfica se encontró con graves problemas. Era evidente que los mecanismos de defensa cuya función era la de eliminar el dolor y la pesadumbre eran en sí inaccesibles a la con­ciencia, y por consiguiente la capacidad de represión no podía ser idéntica a la de la preconciencia. Asimismo, la existencia de la ne­cesidad inconsciente de castigo contradecía el concepto de que el mecanismo moral responsable de la represión estuviera aliado con las fuerzas preconscientes. Además, el inconsciente contenía claramente ciertos elementos arcaicos que no habían sido jamás conscientes, tales como fantasías primordiales de naturaleza filo­genética y ciertos símbolos que no podían haber sido generados en modo alguno por la experiencia personal.
Con el tiempo, Freud reemplazó el concepto de sistema cons­ciente y sistema inconsciente por su famoso modelo del aparato mental, que postulaba una interrelación dinámica de tres compo­nentes estructurales independientes de la psique: ello (id), yo (ego) y superyó (superego). Aquí, el id representa una reserva primordial de energías instintivas, ajenas al ego y gobernadas por procesos pri­marios. El ego mantiene su estrecho vínculo original con la concien­cia y con la realidad externa, desempeñando, sin embargo, diversas funciones inconscientes, con mecanismos de defensa específicos que rechazan los impulsos del id.' Además, también controla los apa­ratos perceptivo y motriz. El superego es el más joven de los com­ponentes estructurales de la mente, alcanzando su plenitud con la resolución del complejo de Edipo. Uno de sus aspectos representa el ideal del ego, reflejo del intento de recuperación de un estado hipotético de perfección narcisista presente en la primera infan­cia, así como ciertos elementos positivos de identificación con los padres. El otro aspecto refleja las prohibiciones introyectadas de los padres, con el apoyo del complejo de castración, que es el consciente o el «demonio». Típicamente, el fuerte deseo de alcanzar la masculinidad en el niño y la femenidad en la niña, conduce a una fuerte identificación con el superego del progenitor del mismo sexo.
Las operaciones del superego son principalmente inconscien­tes. Además, Freud percibió que cierto aspecto del superego, sal­vaje y cruel, traiciona sus inconfundibles orígenes en el id. Le atri­buyó reponsabilidad por su tendencia extrema al autocastigo y a la autodestrucción, observada en ciertos pacientes psiquiátricos. Contribuciones más recientes a la teoría freudiana han enfatizado el papel de los impulsos y el apego a los objetos que se forma en el período preedípico, en el desarrollo del superego. Estos precurso­res pregenitales del superego reflejan proyecciones de los impul­sos sádicos del propio niño, así como un concepto primitivo de justicia basado en la represalia.
El modelo freudiano de la mente revisado fue asociado a una nueva teoría de la ansiedad, síntoma que representa el problema fundamental de la psiquiatría dinámica. Su primera teoría de la ansiedad hacía hincapié en sus bases biológicas en el instinto se­xual. En las denominadas propiamente neurosis -la neurastenia, la hipocondría y la neurosis de ansiedad- la ansiedad era atribui­da a la descarga inadecuada de energía libidinosa, como conse­cuencia de prácticas sexuales anormales (abstinencia o coitus inte­rruptus) y de la consiguiente ausencia de una elaboración psíquica apropiada de las tensiones sexuales.
En las psiconeurosis, la interferencia con las funciones sexuales normales se debía a factores psicológicos. En dicho contexto, se in­terpretaba la ansiedad como una consecuencia de la libido reprimi­da. Esta teoría no tenía en consideración la ansiedad objetiva que se produce como respuesta al peligro realista. Además, implica un inquietante círculo vicioso en el razonamiento lógico. La ansiedad se explicaba como represión de los impulsos de la libido y, a su vez, la causa de la propia represión la constituían las emociones inso­portables, entre las que inevitablemente se contaba la ansiedad.

La nueva teoría de Freud diferenciaba la ansiedad real de la neurótica, ambas producidas en respuesta a algún peligro al orga­nismo. En la ansiedad real, el peligro procede de una fuente ex­terna concreta; en la ansiedad neurótica, la fuente es desconoci­da. Durante la primera y segunda infancia, la ansiedad se produce como consecuencia de la estimulación excesiva de los instintos; más adelante aparece como anticipación del peligro, más que como reacción al mismo. Esta ansiedad señalizadora moviliza me­didas de protección: mecanismo de escape para eludir un peligro real o imaginario procedente del exterior, o defensas psicológicas que permitan soportar la excitación excesiva de los instintos. La neurosis es el resultado del fracaso parcial del sistema de defensa, un mayor quebrantamiento de las defensas conduce a trastornos de proporciones psicóticas, que incluyen mayores distorsiones del ego y de la percepción de la realidad.
El concepto psicoanalítico de la situación del tratamiento y la propia técnica terapéutica manifiestan una influencia de la ciencia mecanicista newtoniano-cartesiana tan definitiva como la de la teoría freudiana. La organización terapéutica básica, con el pa­ciente tumbado en el sofá y el terapeuta invisible y desvinculado, sentado detrás de su cabeza, caracteriza el ideal del «observador objetivo». Refleja la firme creencia de la ciencia mecanicista de que se pueden realizar observaciones científicas, sin interferir con el objeto o proceso estudiado.
La dicotomía cartesiana entre mente y cuerpo halla su expre­sión en la práctica psicoanalítica, en su enfoque exclusivo en los procesos mentales. Se discuten las manifestaciones físicas durante los procesos psicoanalíticos como reflejo de sucesos psicológicos o, por el contrario, como generadores de reacciones psicológicas. Sin embargo, la propia técnica no incluye ninguna intervención fí­sica directa. Existe, en efecto, un fuerte tabú contra todo contacto físico con el paciente. A algunos psicoanalistas se les ha aconseja­do definitivamente que no den la mano a sus pacientes, para evi­tar posibles entorpecimientos desde el punto de vista del proceso de transferencia-contratransferencia.
La dicotomía cuerpo-mente del psicoanálisis freudiano se ve complementada por el riguroso aislamiento del problema, con re­lación al contexto interpersonal, social y cósmico de mayor alcan­ce. Por regla general, los psicoanalistas se niegan a interactuar con el esposo, esposa u otros familiares del paciente, o a incluirlos de algún modo, y desestiman la mayoría de los factores sociales de sus casos; además, se oponen a todo reconocimiento auténtico de factores transpersonales y espirituales en la dinámica de los tras­tornos emocionales. Los fundamentos dinámicos de fenómenos externos susceptibles de ser observados son los impulsos instinti­vos que se esfuerzan por descargarse y las diversas fuerzas antagó­nicas que los reprimen. Los esfuerzos terapéuticos del analista se canalizan hacia la eliminación de los obstáculos que impiden la ex­presión más directa de dichas fuerzas. En este análisis de resisten­cia se depende exclusivamente de medios verbales.
El terapeuta tiene la misión de reconstruir, a partir de ciertas manifestaciones dadas, la constelación de fuerzas que han pro­ducido los síntomas, permitiendo que dichas fuerzas revivan en la relación terapéutica y, por análisis transferencial, liberando los esfuerzos sexuales infantiles originalmente reprimidos, convir­tiéndolos en sexualidad adulta y permitiéndoles participar en el desarrollo de la personalidad.
En una sesión psicoanalítica, el paciente se halla en una situa­ción pasiva, sumisa y altamente desventajosa. Se tumba en un sofá sin ver al analista y se espera que asocie libremente, sin for­mular pregunta alguna. El analista está en pleno control de la si­tuación, respondiendo raramente a cualquier pregunta, opta por el silencio o la interpretación y suele calificar todo desacuerdo de resistencia por parte del paciente.' Las interpretaciones del ana­lista, basadas en la teoría freudiana, explícita o implícitamente di­rigen el proceso, manteniéndole dentro de los limitados confines de su estructura conceptual e impidiendo la posibilidad de exten­derse a nuevos territorios. El terapeuta debe mantenerse desvin­culado, objetivo, impersonal, no mostrar correspondencia alguna y controlar todo síntoma de «contratransferencia».
El paciente aporta asociaciones libres, pero el cambio tera­péutico se atribuye al terapeuta y a sus interpretaciones. Se supo­ne que el terapeuta es un individuo sano y maduro, con los cono­cimientos y técnica terapéutica necesarios. La influencia del mo­delo médico en la situación psicoanalítica es, por consiguiente, muy poderosa y claramente discernible, a pesar de que el psicoa­nálisis no represente un enfoque médico, sino psicológico, de los trastornos emocionales.
El enfoque primordial del psicoanálisis se centra en la recons­trucción del pasado traumático y su repetición en la actual dinámica de transferencia; por consiguiente, basándose en un modelo his­tórico estrictamente determinista. El concepto de Freud de mejo­ra es perfectamente mecanicista: hace hincapié en la liberación de la energía aprisionada y su uso para fines constructivos (sublima­ción). El objetivo de la terapia, tal como lo describe explícitamen­te Freud, es realmente modesto, teniendo particularmente en cuenta el tiempo, dinero y energía invertidos; consiste en «pasar del sufrimiento extremo propio del neurótico a la miseria normal de la vida cotidiana».
Este esbozo de los conceptos básicos del psicoanálisis clásico y de sus vicisitudes teóricas y prácticas facilita las bases para consi­derar la contribución de Freud, desde la perspectiva de las obser­vaciones de la psicoterapia experiencial profunda y en particular de la investigación con LSD. En general, se puede afirmar que el psicoanálisis constituye un marco conceptual casi ideal, mientras las sesiones se centren en el nivel biográfico del inconsciente. Si los únicos fenómenos observados en este contexto fueran expe­riencias recordativo-analíticas, la psicoterapia con LSD podría ser considerada prácticamente como prueba de laboratorio de las premisas psicoanalíticas básicas.
La dinámica psicosexual y los conflictos fundamentales de la psique humana, según los describe Freud, se manifiestan con una claridad e intensidad inusuales, incluso en sesiones con sujetos perfectamente ingenuos que no han sido jamás psicoanalizados, que no han leído nada sobre el psicoanálisis, ni han sido expuestos a ninguna forma explícita ni implícita de adoctrinamiento. Bajo el efecto de LSD, dichos sujetos experimentan una regresión a la se­gunda e incluso a la primera infancia, reviven diversos traumas psicosexuales y complejas sensaciones relacionadas con la sexuali­dad infantil, y se enfrentan a conflictos con respecto a actividades en diversas áreas de la libido. Se ven obligados a afrontar y supe­rar los problemas psicológicos descritos por el psicoanálisis, tales como los complejos de Edipo y de Electra, el trauma de la ablac­tación, la ansiedad de la castración, la envidia del pene y los con­flictos relacionados con el aprendizaje del uso del retrete. El tra­bajo con LSD también confirma la cartografía dinámica freudiana de las psiconeurosis, los trastornos psicosomáticos y sus vínculos específicos con diversas zonas de la libido y etapas del desarrollo del ego.
Sin embargo, es necesario introducir dos revisiones principales en el marco conceptual freudiano, para explicar ciertas experien­cias importantes y comunes del nivel biográfico del inconsciente. La primera es el concepto de sistemas gobernantes dinámicos, que organicen los recuerdos emocionalmente pertinentes y que denomino sistemas COEX. (Han sido descritos brevemente en el capítulo segundo y para una explicación más extensa véase mi libro Realms of the Human Unconscious (1975).) La segunda revi­sión corresponde al significado primordial de los traumas físicos, tales como operaciones, enfermedades o heridas, que la psicolo­gía freudiana no ha reconocido. Dichos recuerdos juegan un pa­pel importante en la génesis de diversos síntomas emocionales y psicosomáticos por sí mismos, así como por el hecho de constituir un vínculo de enlace experiencial con sus elementos correspon­dientes en el nivel perinatal.

Sin embargo, éstos son pequeños problemas que podrían ser fácilmente enmendados. La falacia fundamental del psicoanálisis la constituye su énfasis exclusivo en sucesos biográficos y en el in­consciente individual. Intenta generalizar sus descubrimientos, eminentemente significativos para una estrecha franja superficial de la conciencia, para abarcar otros niveles y la totalidad de la psique humana. Su mayor defecto consiste en no reconocer autén­ticamente los niveles perinatal y transpersonal del inconsciente. Según Freud, la etiología y la dinámica de los trastornos emocio­nales es casi totalmente explicable a partir de las secuencias de su­cesos posnatales.
Las terapias experienciales aportan una cantidad abrumadora de pruebas de que los traumas infantiles no representan las cau­sas patogénicas primordiales, sino que crean las condiciones que facilitan la manifestación de energías y contenido de niveles más profundos de la psique. Los síntomas típicos de los trastornos emocionales están dotados de una compleja estructura dinámica multidimensional y de múltiples niveles. Las franjas biográficas representan tan sólo un componente de esta compleja estructura y los problemas que involucran casi siempre tienen sus raíces en los niveles perinatal y transpersonal.
La incorporación del nivel perinatal en la cartografía del in­consciente tiene consecuencias de largo alcance para la teoría psi­coanalítica; clarifica muchos de sus problemas y los coloca en una perspectiva muy distinta, sin invalidar el enfoque freudiano en su conjunto. El cambio de énfasis de la dinámica sexual de base bio­gráfica a la dinámica de las matrices perinatales básicas (MPB), sin rechazar la mayoría de los descubrimientos importantes del psicoanálisis, es posible gracias a la profunda similitud experien­cial entre la pauta del nacimiento biológico, el orgasmo sexual y las actividades fisiológicas en las zonas erógenas individuales (oral, anal, uretrina y fálica). La dinámica de las conexiones entre dichas funciones biológicas, está representada gráficamente en el cuadro 1 (pág. 126).

El conocimiento de la dinámica perinatal y su incorporación en la cartografía del inconsciente constituye un modelo explicati­vo simple, elegante y poderoso, para muchos fenómenos que su­ponían una dificultad para las especulaciones teóricas de Freud y sus seguidores. En el campo de la psicopatología, el psicoanálisis no ha logrado aportar explicaciones satisfactorias para fenómenos tales como el sadomasoquismo, la automutilación, el asesinato sá­dico y el suicidio. Tampoco ha tratado de un modo adecuado el enigma de la parte salvaje del superego, que parece ser una deri­vación del id. El concepto de la sexualidad femenina, o de la femi­nidad en general, en la forma descrita por Freud, representa sin lugar a dudas el aspecto más débil del psicoanálisis, al borde de lo peculiar y del ridículo. Carece de una comprensión genuina de la psique femenina, o principio femenino, y trata esencialmente a las mujeres como varones castrados. Además, el psicoanálisis sólo ofrece interpretaciones superficiales y carentes de convicción so­bre una amplia gama de fenómenos que manifiestan los pacientes psiquiátricos, y que se analiza detalladamente más adelante.
En cuanto a una aplicación más amplia del pensamiento freu­diano a los fenómenos culturales, podemos agregar que no ha po­dido explicar convincentemente numerosas observaciones antro­pológicas e históricas, tales como el shamanismo, los ritos de paso, las experiencias visionarias, los misterios religiosos, las tra­diciones místicas, las guerras, el genocidio y las revoluciones san­grientas. Ninguno de estos fenómenos puede ser comprendido de un modo adecuado, sin el concepto del nivel perinatal (y transper­sonal) de la psique. La carencia general de eficacia del psicoanáli­sis como instrumento terapéutico, también debe mencionarse como una de las limitaciones graves de este sistema de pensamien­to, por otra parte fascinante.
En numerosas ocasiones, el genio de Freud llegó casi a adqui­rir conciencia del nivel perinatal del inconsciente. Analizó repeti­damente algunos de sus elementos esenciales y en muchas de sus formulaciones trató, aunque no de un modo explícito, de proble­mas íntimamente relacionados con el proceso muerte-nacimiento. Fue el primero en expresar la idea de que la angustia vital asocia­da al trauma del nacimiento puede representar la fuente y proto­tipo más profundos de todas las angustias futuras. Sin embargo, no investigó esta fascinante idea más a fondo, ni intentó incorpo­rarla al psicoanálisis. Más adelante, contradijo las especulaciones de su discípulo Otto Rank (1929), cuando éste publicó una revi­sión profunda del psicoanálisis, basada en la importancia primor­dial de este suceso fundamental de la vida humana. En los escritos de Freud y en los de sus seguidores se delimita con sorprendente claridad la interpretación y evaluación de los sucesos prenatales, perinatales y posnatales. El material en las asociaciones libres o sueños que hace referencia al nacimiento o a la existencia intrau­terina, se califica consistentemente de «fantasía», en contraste con el material del período posnatal, al que habitualmente se atri­buye el posible reflejo de recuerdos de hechos reales. Las excep­ciones a esta regla las constituyen Otto Rank (1929), Nandor Fo­dor (1949) y Lietaert Peerbolte (1975), con una verdadera apre­ciación y comprensión de la dinámica perinatal y prenatal.
Según la literatura de la corriente principal y clásica del psi­coanálisis, la muerte no está representada en el inconsciente. El temor a la muerte se interpreta alternativamente como temor a la castración, temor a la pérdida de control, temor a un poderoso or­gasmo sexual, o el deseo de la muerte dirigido hacia otra persona, redirigido por el inexorable superego hacia el sujeto (Fenichel, 1945). Freud jamás se sintió plenamente satisfecho con su tesis de que el inconsciente o id no conoce la muerte y le resultó creciente­mente difícil negar la importancia de la muerte para la psicología y la psicopatología.
En sus formulaciones posteriores introdujo el instinto de la muerte, o tanatos, en su teoría, como contrapartida mínimamente equiparable al eros o la libido. La visión de Freud de la muerte no refleja con precisión su papel en la dinámica perinatal; estaba muy lejos de percibir que, en el contexto del proceso muerte-renaci­miento, el nacimiento, el sexo y la muerte forman una tríada inex­tricable y están íntimamente relacionados con la muerte del ego. Sin embargo, el reconocimiento por parte de Freud del significa­do psicológico de la muerte fue bastante notable; en ésta, como en muchas otras áreas, estaba mucho más avanzado que sus segui­dores.
Las ventajas del modelo que incluye la dinámica perinatal son de largo alcance. No sólo ofrecen una interpretación más amplia y adecuada de muchos fenómenos psicopatológicos y de sus interre­laciones dinámicas, sino que los vinculan de un modo lógico y na­tural con aspectos anatómicos, fisidlógicos y bioquímicos del pro­ceso del nacimiento. Como aclararé detalladamente más adelan­te, a partir de la fenomenología' de la MPB 3, con sus conexiones intimas entre el sexo, el dolor y la agresión, se explica con bastan­te facilidad el fenómeno del sadomasoquismo. La mezcla de se­xualidad, agresión, angustia y escatología, que constituye otra ca­racterística importante de la tercera matriz perinatal, proporciona un contexto natural para la comprensión de otras desviaciones y trastornos sexuales. A este nivel, la sexualidad y la angustia son dos facetas del mismo proceso y ninguna de ellas puede ser expli­cada a partir de la otra. Esto ayuda a comprender los frustrados intentos de Freud para explicar la angustia a partir de la represión de los sentimientos de la libido y, por otra parte, la represión a partir de la angustia y de otras emociones negativas.
La MPB 3 también se caracteriza por una generación excesiva de diversos impulsos instintivos, con un bloqueo simultáneo de toda expresión motriz externa, en el contexto de una situación do­lorosa, extremadamente brutal y con peligro para la vida. Esto parece constituir la base natural de las raíces más profundas del supego freudiano, que es cruel, salvaje y primitivo. Su conexión con el dolor, el masoquismo, la automutilación, la violencia y el suicidio (la muerte del ego) es fácilmente comprensible y no cons­tituye enigma ni misterio alguno, visto como una introyección del impacto despiadado del canal del parto.
En el contexto de la dinámica perinatal, el concepto de vagina dentada (órgano genital femenino capaz de matar o castrar), con­siderado por Freud como producto de la fantasía infantil primiti­va, representa un asesoramiento realista basado en un recuerdo específico. Durante el parto, son innumerables los niños que han perecido, que han estado a punto de hacerlo, o que han sido seve­ramente dañados por ese órgano potencialmente asesino. La co­nexión entre la vagina dentada y el temor a la castración es evi­dente siguiendo la pista hasta sus orígenes: el recuerdo de la sepa­ración del cordón umbilical. Esto aclara la existencia paradójica del temor a la castración en ambos sexos, así como el hecho de que los sujetos psicoanalizados, en sus asociaciones libres, equi­paren la castración con la muerte, la separación, el aniquilamien­to y el ahogo. Por consiguiente, la imagen de la vagina dentada supone una generalización de una percepción precisa. Es dicha generalización y no la percepción propiamente dicha, lo que es inapropiado.
El reconocimiento del nivel perinatal del inconsciente elimina una importante barrera lógica del pensamiento psicoanalítico, di­fícil de explicar dada la agudeza intelectual de sus representantes. Según Freud, sus seguidores y muchos teóricos inspirados por él, ciertos sucesos muy tempranos ocurridos durante el período oral de la vida infantil, pueden influir profundamente en el desarrollo Psicológico posterior. Esto suele aceptarse incluso en el caso de influencias cuya naturaleza es relativamente sutil. Harry Stack Sullivan (1955), por ejemplo, espera que el lactante sea capaz de distinguir sutilezas experienciales en la zona erógena oral, tales como un «pezón bueno», «malo» o «erróneo».5 En tal caso, a aquel mismo organismo conocedor de pezones femeninos, ¿cómo podían haberle pasado desapercibido, unos días o semanas antes, las extremas condiciones del parto: el peligro mortal de la anoxe­mia, las presiones mecánicas extremas, el dolor agonizante y otro amplio espectro de síntomas con peligro para la vida? Según las observaciones de la terapia psicodélica, existen diversas sutilezas biológicas y psicológicas de la lactancia que son de gran importan­cia. Sin embargo, como es fácil deducir de lo antedicho, la impor­tancia del trauma del nacimiento es mucho mayor. Es necesario asegurar con certeza el suministro vital de oxígeno, antes de po­der experimentar hambre o frío, de darse cuenta de la presencia o ausencia de la madre, o de distinguir sutilezas en la lactancia.
El nacimiento y la muerte son sucesos de fundamental impor­tancia, que ocupan una metaposición con relación a todas las de­más experiencias de la vida. Son la alfa y la omega de la existen­cia humana; todo sistema psicológico que no las incorpore en el mismo, con toda probabilidad no dejará de ser superficial, in­completo y de trascendencia limitada. El hecho de que el psicoa­nálisis no sea aplicable a muchos aspectos de las experiencias psi­cóticas, a numerosas observaciones antropológicas, a los fenó­menos parapsicológicos y a la psicopatología social grave (como en el caso de guerras, revoluciones, totalitarismo y genocidio), refleja el hecho de que estos aspectos se caracterizan por una participación sustancial de la dinámica perinatal y transpersonal, y por consiguiente están claramente fuera del alcance del análisis freudiano clásico.
Puede que esta descripción del psicoanálisis no satisfaga a sus practicantes contemporáneos, ya que al limitarse a los conceptos freudianos clásicos, no tiene en consideración ciertos descubri­mientos importantes realizados en dicho campo. Por consiguien­te, es apropiado hacer referencia a la teoría y la práctica de la psicología del ego. Sus orígenes se encuentran en los escritos de Sigmund Freud y Anna Freud. Su forma actual, elaborada a lo largo de las últimas cuatro décadas, se debe, entre otros, a Heinz Hartmann, Edith Jacobson, Rudolph Loewenstein, René Spitz, Ernst Kris, Margaret Mahler, Otto Kernberg, Heinz Kohut, y otros (Blanck y Blanck, 1965). Entre las modificaciones teóricas básicas del psicoanálisis clásico se encuentra un desarrollo sofisticado del concepto de relaciones objetivas, el reconocimiento de su papel fundamental en el desarrollo de la personalidad y una concentra­ción en los problemas de la psique libre de conflictos, el medio ambiente expectante, el narcisismo y muchos otros. La psicolo­gía del ego amplía considerablemnte el espectro de los intereses psicoanalíticos, incluyendo, por una parte, el desarrollo huma­no normal y, por otra, las psicopatologías severas. Estos cam­bios teóricos se han visto también reflejados en las técnicas tera­péuticas. Técnicas como la construcción del ego, la atenuación del instinto y la corrección de la distorsión y de la estructura, han permitido extender el trabajo psicoterapéutico a pacientes con un ego de fuerza precaria y al borde de la sintomatología psicótica.
Aun siendo muy significativos para el psicoanálisis, estos des­cubrimientos comparten con el pensamiento freudiano clásico la grave limitación de su estrecha orientación biográfica. Puesto que no reconocen los niveles perinatal y transpersonal de la psique, no pueden alcanzar una verdadera comprensión de la psicopatología, dedicándose en su lugar a refinar conceptos relacionados con un nivel de la psique, insuficiente para su dilucidación. Muchos casos limítrofes y estados psicóticos carecen de raíces significativas en los aspectos negativos de las matrices perinatales, o en el dominio transpersonal.
Asimismo, la psicología del ego es incapaz de concebir y utili­zar poderosos mecanismos de curación y de transformación de la personalidad, alcanzables por acceso experiencial a los reinos transindividuales de la psique. Ante las estrategias terapéuticas presentadas en esta obra, el problema primordial no consiste en proteger y reforzar el ego por medio de sofisticadas maniobras verbales, sino en crear una estructura de apoyo que permita la su­peración experiencial del mismo. La experiencia de la muerte del ego y las subsiguientes experiencias unitivas, tanto las de natura­leza trascendental como las simbiótico-biológicas, se convierten entonces en las fuentes de una nueva fuerza e identidad personal. La comprensión de este género de conceptos y mecanismos está tan lejos del alcance de la psicología del ego, como del análisis freudiano clásico.

Los famosos renegados:
Alfred Adler, Wilhelm Reich y Otto Rank

Los descubrimientos históricos de Freud en el campo de la psi­cología profunda atrajeron a un pequeño grupo de brillantes in­vestigadores y pensadores que se convirtieron en miembros de su círculo íntimo vienés. Debido a la complejidad y originalidad del tema, así como a la independencia intelectual de algunos de sus mejores discípulos, en el movimiento psicoanalítico predominó desde el primer momento la desavenencia y la controversia. Con el transcurso de los años, varios eminentes seguidores de Freud optaron por abandonar el movimiento, o se les obligó a hacerlo y fundaron sus propias escuelas. Es interesante el hecho de que mu­chos de los elementos de la estructura conceptual que se presen­tan en esta obra, estaban contenidos en las revisiones de esos fa­mosos renegados. Sin embargo, se presentaron como alternativas que se excluían mutuamente y no han sido incorporados en la co­rriente principal del psicoanálisis ni en la psicología académica. En lugar de seguir la secuencia histórica de los hechos, comentaré las corrientes teóricas y prácticas que se han apartado del psicoa­nálisis clásico, con relación a la conciencia, en lo que se centró su atención.
La psicología individual de Alfred Adler (1932) siguió limitán­dose al nivel biográfico, al igual que el psicoanálisis freudiano, pero con otro enfoque. Contrastando con el énfasis determinista de Freud, el enfoque de Adler era claramente teológico y finalis­ta. Mientras que Freud había explorado los aspectos históricos y causales de la patogénesis de la neurosis y de otros fenómenos mentales, Adler se interesó por su propósito y meta final. Según éste, el principio que dirige toda neurosis es el objetivo imaginario de convertirse en un «hombre completo». El instinto sexual y las tendencias a diversas perversiones sexuales, puestas de relieve por Freud, son sólo expresiones secundarias de dicho principio. La preponderancia de material sexual en la vida fantasiosa del neurótico no es más que un simple lenguaje, un modus dicendi, a través del cual expresa su anhelo por alcanzar el objetivo masculi­no. Ese impulso hacia la superioridad, la totalidad y la perfección, representa la necesidad profunda de compensar los sentimientos omnipenetrantes de inferioridad e insuficiencia.
La psicología individual de Adler hace mucho hincapié, en la dinámica de la neurosis, en la «inferioridad constitucional» de ciertos órganos o sistemas orgánicos, cuyo papel puede ser morfo­lógico o funcional. La lucha por alcanzar la superioridad y el éxito sigue una pauta estrictamente subjetiva. Está basada en la auto­apreciación y la autoestima, y los métodos que utiliza para alcanzar sus objetivos reflejan las circunstancias de su propia vida, princi­palmente la dotación biológica del individuo y su medio ambiente en la primera infancia. El concepto de inferioridad de Adler es más amplio de lo que parece a primera vista; incluye, entre otros elementos, la inseguridad y la angustia. Asimismo, en un último análisis, la lucha por la superioridad equivale en definitiva a lu­char por la perfección y la entereza, comprendiendo además una búsqueda de significado en la vida. Una dimensión más profunda y oculta en el complejo de inferioridad la constituye el recuerdo de la impotencia infantil, en el fondo de la cual radica la impoten­cia ante la inevitabilidad de la muerte. El complejo de inferiori­dad puede conducir, a través de los mecanismos de sobrecompen­sación, a grados superiores de ejecución y, en casos extremos, a la genialidad. El ejemplo predilecto de Adler lo constituía un niño tartamudo, Demóstenes, que se convirtió en el más prestigioso orador de todos los tiempos. En casos menos afortunados, dicho mecanismo puede generar neurosis.
Contrastando con la imagen freudiana de un ser humano frag­mentado y dirigido por su pasado, la concepción de Adler descri­be un sistema orgánico con objetivos propios, que aspira a la au­torrealización y a la supervivencia social. Debe comprenderse al individuo y a su supervivencia en términos de procesos dinámica­mente interrelacionados, somáticos, psicológicos y sociales. Su necesidad de integración en el medio social, así como la de dife­renciarse del mismo, componen una pauta de adaptación activa. Al crecer, el niño selecciona de su compleja historia un estilo de vida consistente y coherente. Según Adler, los procesos conscien­tes e inconscientes no entran en conflicto; representan dos aspec­tos de un sistema unificado encaminados al mismo fin. Considera que los hechos que no encajan en el mismo carecen de importan­cia y son olvidados. Somos inconscientes de los pensamientos y sentimientos que entren en dolorosa contradicción con el concep­to que tengamos de nosotros mismos. El problema no estriba en que los seres humanos sean peones de las fuerzas de su incons­ciente históricamente codeterminadas, sino en el hecho de ser in­conscientes de los objetivos y valores creados o aceptados por ellos mismos.
Adler hace mucho hincapié en los sentimientos sociales, como importante criterio de la salud mental; un estilo de vida sano se orienta hacia la competencia y el éxito social, esforzándose en al­canzar la meta de la utilidad social. El concepto de desarrollo nor­mal incluye un estilo de vida único, autoconsistente, activo y crea­tivo, luchando para alcanzar una meta concebida subjetivamente, unos intereses sociales innatos y una capacidad de vida social.
Una disposición neurótica se crea con sobreprotección o negli­gencia en la infancia, o ambas cosas. Esto conduce a un autocon­cepto negativo, una sensación de impotencia y una imagen del medio social básicamente poco amigable, hostil, penalizadora, defraudante, exigente o frustrante. En consecuencia, el individuo inseguro desarrolla un estilo privado de vida manipulador, ego­céntrico y opuesto a la colaboración, en lugar de uno que refleje el sentido común y que esté integrado en los intereses sociales. Adler analizó extensamente las diversas formas y manifestaciones de la «lógica privada»: la de los neuróticos, psicóticos, adictos y delincuentes. En general, su interés fue siempre mayor por la ob­servación y descripción del individuo único, que por las categorías diagnósticas y clasificaciones clínicas. Según él, el neurótico es in­capaz de resolver problemas y disfrutar de la vida social porque, debido a las experiencias de su infancia, ha desarrollado un com­plejo mapa, cuya función primordial es protectora. Está dotado de cohesión interna y se resiste al cambio, porque representa la única pauta de adaptación que dicha persona ha sido capaz de construir. El individuo teme enfrentarse a nuevas experiencias co­rrectivas y sigue interpretando diversas suposiciones sumamente idiosincráticas y erróneas, sobre la gente y sobre el mundo, como correctas y generalmente válidas. Mientras que el neurótico pade­ce una sensación real o imaginaria de fracaso, el psicótico no acepta la realidad social como criterio definitivo, sino que recurre a un mundo privado de fantasías, que compensan su sensación de desaliento y desesperación por no haber alcanzado notoriedad en el mundo real.
En su práctica terapéutica, Adler hizo sumo hincapié en la función del terapeuta. Este interpreta la sociedad para el pacien­te, analiza su estilo de vida y sus metas, sugiere modificaciones es­pecíficas, le ofrece incentivos, le da esperanzas, restaura la con­fianza del paciente en sí mismo y le ayuda a reconocer su fuerza y su habilidad. Consideraba que era esencial que el terapeuta com­prendiera al paciente, para que éste pudiera reponerse felizmen­te; una percepción profunda por parte del paciente de sus motiva­ciones, intenciones y objetivos, no era requisito indispensable del cambio terapéutico. Para Adler, el concepto freudiano de transfe­rencia era erróneo y equívoco, y suponía un obstáculo innecesario para el progreso terapéutico. Consideraba muy importante que el terapeuta fuera afectuoso, leal, formal y que se interesara por el auténtico bienestar del paciente.
Las observaciones del trabajo con LSD y otras técnicas expe­rienciales aportan una nueva perspectiva e introspección intere­santes del conflicto teórico entre Adler y Freud. En general, esta controversia se basa en la convicción errónea de que se puede re­ducir la complejidad de la psique a unos simples principios funda­mentales. Esta plataforma de la ciencia mecanicista ha sido ahora abandonada incluso en la física, con relación a la realidad mate­rial, como lo demuestra el caso de la filosofía bootstrap de la na­turaleza, de Geoffrey Chew (1968). Debido a la enorme comple­jidad de la mente humana, pueden elaborarse muchas teorías distintas, que aparenten ser lógicas, coherentes y que reflejen ciertas observaciones importantes, siendo no obstante incompati­bles entre sí, o incluso contradiciéndose mutuamente. De un modo más específico, los desacuerdos existentes entre el psicoa­nálisis y la psicología individual reflejan una falta de conciencia­miento con relación al espectro de la conciencia con sus diversos niveles. En este sentido, ambos sistemas son incompletos y super­ficiales, ya que se limitan a operar en el nivel biográfico, sin reco­nocer los reinos perinatal y transpersonal. Apareciendo, por con­siguiente, proyecciones de diversos elementos de dichas áreas ol­vidadas en ambos sistemas, en forma distorsionada y diluida.
El conflicto entre el énfasis en el instinto sexual y en el deseo de poder y la protesta masculina, sólo parece ser importante e irreconciliable cuando el conocimiento de la psique se limita al ni­vel biográfico, excluyendo la dinámica de las matrices perinatales. Como ya se ha descrito, la excitación sexual intensa (incluidos los componentes orales, anales, uretrales y genitales), así como la sensación de impotencia con intentos alternativos de autoimposi­ción agresiva, representan aspectos integrales e inseparables de la dinámica de la MPB 3. A pesar de que con respecto al proceso de muerte-renacimiento, puede haber temporalmente un mayor én­fasis en el aspecto sexual o en el del poder del desarrollo perina­tal, ambos están intrínsecamente interrelacionados. Cabe men­cionar, como ejemplo importante, el estudio del perfil sexual de los hombres de poder (Janus, Bess y Saltus, 1977), del que tam­bién se habla en la parte de esta obra dedicada a la arquitectura de los desórdenes emocionales.
Las raíces profundas de la patología sexual pueden hallarse en la tercera matriz perinatal, donde la fuerte excitación libidinosa se asocia con la ansiedad vital, el dolor, la agresión y el encuentro con material biológico. Sentimientos de insuficiencia, inferioridad y escasa autoestimación tienen su origen más allá del condiciona­miento biográfico en la primera infancia, en la situación abruma­dora del nacimiento con peligro para la vida de la indefensa cria­tura. Así pues, tanto Freud como Adler, debido a la insuficiente profundidad de sus respectivos enfoques, se centran selectiva­mente en dos categorías de fuerzas psicológicas que, a un nivel más profundo, representan dos facetas del mismo proceso.
El concienciamiento de la muerte, tema crucial del proceso perinatal, produjo un fuerte impacto en ambos investigadores. En sus últimas formulaciones teóricas, Freud postuló la existencia del instinto de la muerte como fuerza decisiva en la psique. Su énfasis biológico le impidió percibir la posibilidad de la trascendencia psi­cológica de la i.:aerte y creó una imagen tétrica y pesimista de la existencia humana. El tema de la muerte jugó, a su vez, un papel importante en su vida personal, ya que padecía una severa tanato­fobia. La vida y el trabajo de Adler se vieron también muy influi­dos por el problema de la muerte. Para él, la incapacidad de pre­venir y controlar la muerte constituía el meollo más profundo de los sentimientos de insuficiencia. En este contexto es interesante el hecho de que Adler fuera consciente de que su decisión de ser médico, miembro de una profesión que intenta controlar y vencer la muerte, estuviera íntimamente relacionada con su experiencia a los cinco años, cuando estuvo a punto de perder la vida. Es pro­bable que el mismo factor actuara como prisma, a través del cual forjó sus especulaciones teóricas.
Desde el punto de vista de las observaciones de la terapia ex­periencial profunda, el esfuerzo persistente para alcanzar metas externas y la lucha por el éxito en el mundo son de poco valor para sobreponerse a los sentimientos de insuficiencia y de escasa au­toestimación, sea cual sea el resultado de dichos esfuerzos. Los sentimientos de inferioridad no se resuelven movilizando las propias fuerzas para compensarlos, sino confrontándolos expe­riencialmente y sometiéndose a ellos. De ese modo se consumen en el proceso de la muerte y renacimiento del ego; y del conciencia­miento de la identidad cósmica de uno mismo emerge una nueva au­toimagen. El verdadero valor radica en estar dispuesto a someter­se a este aterrador proceso de autoconfrontamiento y no en la persecución heroica de metas externas. A no ser que el individuo halle dentro de sí mismo su verdadera identidad, todo intento de encontrarle un significado a la vida manipulando el mundo exte­rior y con el éxito externo, será fútil y finalmente autodestructivo: una cruzada quijotesca.

Otro importante renegado del psicoanálisis fue Wilhelm Reich, psiquiatra y activista político austríaco. Conservando la tesis prin­cipal de Freud, con relación a la importancia suprema de los fac­tores sexuales en la etiología de las neurosis, modificó sustancial­mente sus conceptos haciendo hincapié en la «economía sexual»: equilibrio energético entre carga y descarga, o entre la excitación y la remisión sexual. Según Reich, el hecho de reprimir los senti­mientos sexuales, junto a la actitud caracterológica que lo acom­paña, constituye la auténtica neurosis, cuyos síntomas clínicos no son más que sus manifestaciones externas. Los traumas originales y los sentimientos sexuales son reprimidos por unas complejas pautas de tensiones musculares crónicas: «la armadura del carác­ter». El término «armadura» hace referencia a la función de pro­tección del individuo ante experiencias dolorosas y amenazado­ras, tanto externas como internas. Para Reich, el factor crítico que contribuye al orgasmo sexual incompleto y a la congestión bioenergética, es la influencia represiva de la sociedad. El neuró­tico mantiene su equilibrio acumulando su exceso energético en forma de tensión muscular, limitando así la excitación sexual. El individuo sano no está sometido a dicha limitación, su energía no se acumula en la armadura muscular y puede fluir libremente.
La contribución de Reich a la terapia (1949) es de un significa­do extraordinario y de un valor perdurable. Su descontento con los métodos del psicoanálisis le indujeron a desarrollar un sistema denominado «análisis del carácter» y, más adelante, «vegetotera­pia analítica del carácter». Supuso una desviación radical de las técnicas freudianas clásicas, ya que se concentraba en el trata­miento de las neurosis desde un punto de vista biofísico e incluía elementos fisiológicos. Reich utilizó la hiperventilación, diversas manipulaciones corporales y el contacto físico directo, con el fin de movilizar las energías atrapadas y eliminar los bloqueos. Según él, el objetivo de la terapia era la capacidad del paciente de some­terse por completo a los movimientos espontáneos e involuntarios del cuerpo, asociados normalmente al proceso respiratorio. En caso de conseguirlo, las ondas respiratorias producían un movi­miento ondulatorio del cuerpo, que Reich denominaba el «reflejo orgásmico» . Creía que los pacientes que lo lograban durante la te­rapia eran entonces capaces de someterse por completo en la si­tuación sexual, alcanzando un estado de satisfacción plena. El or­gasmo total descarga toda la energía excesiva del organismo y el paciente permanece libre de todo síntoma.
Mientras desarrollaba sus teorías e intentaba implementar sus ideas, Reich pasó a ser crecientemente conflictivo. Convencido de que uno de los factores primordiales en los trastornos emocio­nales era el papel represivo de la sociedad, combinó su trabajo in­novador en psicoterapia, con actividades políticas radicales, como miembro del partido comunista. De ese modo acabó por desvin­cularse tanto de los círculos psicoanalíticos. como del movimiento comunista. Después de su conflicto con Freud, su nombre quedó eliminado del registro de la Asociación Psicoanalítica. La publica­ción de su violenta crítica de la psicología de masas del fascismo condujo a su excomunión del partido comunista. Transcurridos algunos años, Reich se convenció cada vez más de la existencia de una energía cósmica primordial, que era la fuente de tres grandes reinos de la existencia que emanan de la misma a través de un complejo proceso de diferenciación: energía mecánica, masa inor­gánica y materia viva (1973). La existencia de esta energía, que Reich denominó orgone, puede demostrarse visual, térmica y electroscópicamente, así como con contadores Geiger-Mueller. Es distinta de la energía electromagnética y una de sus propieda­des principales es la pulsación. Según Reich, la dinámica del orgo­ne y la relación entre «la energía orgónica desprovista de masa» y «la energía orgónica convertida en masa» es esencial para una comprensión funcional auténtica del universo, la naturaleza y la psique humana. Las subdivisiones del orgone y sus super-imposi­ciones dinámicas permiten explicar fenómenos tan diversos como la creación de partículas subatómicas, el origen de las formas de vida, el crecimiento, la locomoción, la actividad sexual y los pro­cesos reproductivos, los fenómenos psicológicos, los huracanes, la aurora boreal y la formación de las galaxias.
Reich diseñó unos acumuladores especiales de orgone, en los que, según él, éste quedaba atrapado y concentrado para su uso terapéutico. La terapia orgónica se basa en el supuesto de que tanto el soma como la psique están ambos arraigados bioenergé­ticamente en el sistema de placer pulsante (aparato sanguíneo y vegetativo). dirigiéndose a esta fuente común de funciones psico­lógicas y somáticas. Por consiguiente, la terapia orgónica no es psicológica ni fisiológica, sino una terapia biológica que se ocupa de los trastornos de las pulsaciones en el sistema autonómico. El trabajo de Wilhelm Reich. que comenzó inicialmente como tera­pia experimental altamente innovadora, entró gradualmente en áreas cada vez más remotas: la física, la biología, la biopatía celu­lar, la abiogénesis, la meteorología, la astronomía y especulacio­nes filosóficas. Su tormentosa carrera alcanzó un trágico fin. Puesto que usaba y recomendaba el uso de generadores de orgo­ne, prohibidos por la Food and Drug Administration (equivalente del Ministerio de Sanidad), tuvo conflictos graves con el gobierno de los Estados Unidos. Después de numerosas detenciones, cum­plió dos condenas y falleció en la cárcel de un infarto.
Desde el punto de vista de los conceptos que se presentan en esta obra, la contribución más importante de Reich tuvo lugar en las áreas de los procesos bioenergéticos y las correlaciones psico­somáticas en la génesis de los trastornos emocionales, así como en su terapia. Era perfectamente consciente de las enormes energías subyacientes en los síntomas neuróticos y de la futilidad de los en­foques meramente verbales. Asimismo, su comprensión de la ar­madura y el papel de la musculatura en las neurosis, supone una valiosa contribución a largo plazo. Las observaciones del trabajo con LSD confirman los conceptos básicos reichianos acerca del es­tasis energético y la participación de los sistemas muscular y vege­tativo en las neurosis. Típicamente, a la confrontación experien­cial del paciente con su problema psicológico, la acompañan temblores violentos, estremecimientos, sacudidas, contorsiones, posiciones extremas mantenidas prolongadamente, muecas, emi­sión de sonidos e incluso vómitos ocasionales. Es evidente que los aspectos psicológicos del proceso, tales como los elementos per­ceptuales, emocionales e idearios, y las dramáticas manifestacio­nes fisiológicas, están íntimamente interconectados y representan los dos lados de un mismo proceso. La diferencia básica entre mi propio punto de vista y la teoría de Reich radica en la interpreta­ción de dicho proceso.
Wilhelm Reich dio muchísima importancia a la acumulación y congestión gradual de energía sexual en el organismo, debida al perjuicio de las influencias sociales para el orgasmo completo (1961). Como consecuencia de repetidas descargas incompletas, la libido se atasca en el organismo y acaba por hallar expresiones tortuosas, en forma de diversos fenómenos psicopatológicos des­de las psiconeurosis hasta el sadomasoquismo. Entonces, para que la terapia sea eficaz, es preciso liberar la energía libidinosa bloqueada, disolver la «armadura corporal» y alcanzar el orgasmo completo. Las observaciones de LSD indican claramente que es­tas reservas energéticas no son la consecuencia de una estasis se­xual crónica resultante de orgasmos incompletos, sino que una buena parte de dicha energía parece representar fuerzas podero­sas del nivel perinatal del inconsciente. La mejor forma de com­prender las energías liberadas durante la terapia, consistiría en suponer las descargas postergadas de la excitación neuronal exce­siva generada por la tensión, el dolor, el miedo y la sofocación, en el proceso del nacimiento biológico. Las bases más profundas de buena parte de la armadura del carácter parecen radicar en el con­flicto dinámico introyectado entre el flujo de una sobrestimula­ción neuronal asociada al proceso del nacimiento y la implacable camisa de fuerza del canal del parto, por su represión de las reac­ciones adecuadas y descarga periférica. La disolución de la arma­dura coincide en gran parte con la finalización del proceso de la muerte y renacimiento, a pesar de que algunos de sus elementos tienen raíces todavía más profundas, en los reinos transpersonales.
La energía perinatal puede confundirse con la libido bloquea­da, debido a que la MPB 3 está dotada de un componente sexual considerable y a la similitud entre la pauta del nacimiento y el or­gasmo sexual. La energía perinatal activada persigue una descar­ga periférica y los genitales representan uno de los canales más ló­gicos e importantes. Esto parece constituir las bases de un círculo vicioso: la agresión, el temor y la culpabilidad, asociados a la ter­cera matriz perinatal, limitan la plena capacidad orgásmica: o, por el contrario, la ausencia o limitación de orgasmos sexuales blo­quea una importante válvula de seguridad para la energía del na­cimiento. En este sentido la situación parece ser la opuesta a la postulada por Reich. No es que el entorpecimiento del orgasmo completo, por parte de factores ambientales y psicológicos, con­duzca a la acumulación y estasis de la energía sexual, sino que ciertas energías perinatales profundamente arraigadas entorpe­cen inadecuadamente el orgasmo y generan problemas psicológi­cos e interpersonales. Para rectificar dicha situación, es preciso descargar esas poderosas energías en un contexto asexual tera­péutico y reducirlas a un nivel que el paciente y su pareja puedan controlar cómodamente en el contexto sexual. Muchos fenóme­nos analizados por Reich, desde el sadomasoquismo hasta la psi­cología de masas del fascismo, pueden explicarse de un modo más adecuado desde la dinámica perinatal, que a partir del orgasmo incompleto y el bloqueo de energía sexual.
Las especulaciones de Reich, a pesar de su heterodoxia y falta ocasional de disciplina, por lo general son esencialmente compati­bles con los descubrimientos científicos modernos. Su visión de la naturaleza está bastante próxima a la idea del mundo sugerida por la física cuántica y de la relatividad, haciendo hincapié en la unión, concentrándose en el proceso y el movimiento en lugar de hacerlo en la sustancia y la estructura sólida, y reconociendo el papel activo del observador (1972). Las ideas-de Reich sobre el origen común de la materia inorgánica, la vida, la conciencia y el conocimiento son ocasionalmente reminiscentes de las especula­ciones filosóficas de David Bohm (1980). Sus argumentos contra la validez universal del principio de entropía y la segunda ley de la termodinámica recuerdan esencialmente las conclusiones del tra­bajo meticuloso y sistemático de Prigogine (1980) y sus colegas.
En el campo de la psicología, Reich estuvo a punto, tanto teórica como prácticamente, de descubrir el reino perinatal del inconsciente. Su trabajo sobre la armadura muscular, su análisis de los peligros que supone la retirada repentina de la armadura y su concepto del orgasmo total, incluyen claramente elementos importantes de la dinámica perinatal. Sin embargo, mostró una resistencia pertinaz hacia sus elementos más críticos: el significa­do psicológico de las experiencias del nacimiento y de la muerte. Dio prueba de ello con su apasionada defensa del papel primor­dial de la genitalidad y su rechazo del concepto de Rank del trau­ma del nacimiento, de las especulaciones de Freud sobre la muerte y la hipótesis de Abraham sobre la necesidad psicológica del castigo.
En muchos sentidos, Reich osciló al borde de una compren­sión transpersonal. Estaba evidentemente cerca de la percepción cósmica, que halló expresión en sus especulaciones sobre el orgo­ne. Para él la verdadera religión consistía en la fusión oceánica desprovista de armadura, con la dinámica de la energía universal orgónica. En vivo contraste con la filosofía perenne, el concepto de Reich de la energía cósmica era bastante concreto: el orgone era mensurable y estaba dotado de características físicas específi­cas. Jamás adquirió una auténtica comprensión y apreciación de las grandes filosofías espirituales del mundo. En sus apasionadas excursiones críticas contra la espiritualidad, solía confundir el misticismo con ciertas versiones superficiales y distorsionadas de las principales doctrinas religiosas. Así pues, en sus polémicas (1972), atacó las creencias literales en los demonios con cola y horca, los ángeles alados, los fantasmas deformes azules y grises, los monstruos peligrosos, los cielos y los infiernos. A continuación los descartó como proyecciones de lo antinatural, sensaciones or­gánicas distorsionadas y, en su último análisis, como percepción equivocada del flujo universal de la energía orgónica. Asimismo, Reich se oponía fuertemente al interés de Jung por el misticismo y a su tendencia a espiritualizar la psicología.
Para Reich, las inclinaciones místicas reflejaban un esfuerzo de la armadura y una grave distorsión de la economía orgónica. Por consiguiente, la perquisición mística podía reducirse a impul­sos biológicos mal comprendidos. Así pues: «El miedo a la muerte y al morir es idéntico al orgasmo inconsciente, a la ansiedad y al supuesto instinto de muerte. El anhelo de disolución, de la nada, es un anhelo inconsciente de liberación orgásmica» (Reich, 1961). «Dios es la representación de las fuerzas vitales naturales, de la bioenergía en el hombre y jamás se expresa tan explícitamente como en el orgasmo sexual. El diablo, por consiguiente, es la re­presentación de la armadura que conduce a la perversión y a la distorsión de dichas fuerzas vitales» (Reich, 1972). En contraste directo con las observaciones psicodélicas, Reich aseguraba que las experiencias místicas desaparecían, si la terapia lograba disol­ver la armadura. En su opinión, «la potencia orgásmica no se ha­lla entre los místicos, así como el misticismo no se halla entre los orgásmicamente potentes» (1961).
El sistema psicológico y psicoterapéutico desarrollado por Otto Rank representa una desviación considerable de la rama principal del psicoanálisis freudiano. En general, los conceptos de Rank son humanistas y voluntaristas, mientras que el enfoque de Freud es reduccionista, mecanicista y determinista. De un modo más específico, las principales áreas de desacuerdo consisten en el énfasis de Rank en el significado primordial del trauma del naci­ miento, comparado con la dinámica sexual, la negación del papel crucial del complejo de Edipo y el concepto del ego como repre­sentante autónomo de la voluntad, en lugar de considerarlo supe­ditado al id. Rank también introdujo modificaciones de la técnica psicoanalítica, tan radicales y drásticas como sus contribuciones teóricas. Sugirió que el enfoque psicoterapéutico verbal es de un valor limitado y que el énfasis debía ser experiencial. Según él, era esencial que durante la terapia el paciente reviviera el trauma del nacimiento, sin lo cual el tratamiento no podía considerarse completo.'
En cuanto al papel psicológico del trauma del nacimiento, en realidad Freud fue el primero en llamar atención a la posibilidad de que fuera la fuente y prototipo de todas las ansiedades futuras. Habló de ello en varios de sus escritos, pero se negó a aceptar las formulaciones extremas de Rank. Había también una diferencia importante en el concepto del trauma del nacimiento visto por Freud y por Rank. Mientras que Freud hacía hincapié en las enor­mes dificultades psicológicas que involucra el proceso del naci­miento, como fuente de la angustia, Rank relacionaba la ansiedad con la separación del útero materno, en cuanto a situación paradi­síaca de gratificación incondicional y gratuita.
Para Rank el trauma del nacimiento era la causa definitiva­mente responsable de que la separación constituya la experiencia humana más dolorosa y aterradora. Según él, todas las frustracio­nes posteriores de impulsos parciales pueden interpretarse como derivaciones de dicho trauma primario. La totalidad de la infancia puede interpretarse como una sucesión de intentos de abreacción y dominio psicológico de este trauma fundamental. Cabe reinter­pretar la sexualidad infantil como un deseo de regresar al útero, la angustia relacionada con el mismo y la curiosidad del niño por su lugar de origen.
Sin embargo, Rank no se contentó con esto. Creía que la tota­lidad de la vida mental humana tenía su origen en la ansiedad y re­presión primarias precipitadas por el trauma del nacimiento. El conflicto central humano consiste en el deseo de regresar al útero y en el temor de dicho deseo. En consecuencia, todo cambio de una situación placentera a otra desagradable dará pie a senti­mientos de angustia. Rank ofreció también una alternativa a la in­terpretación freudiana de los sueños. Dormir es una condición se­mejante a la de la vida intrauterina y los sueños pueden ser inter­pretados como intentos de revivir el trauma del nacimiento y de regresar al estado prenatal. En mayor grado que el propio acto de dormir, representan el retorno psicológico al útero. El análisis de los sueños aporta el mayor soporte a la importancia psicológica del trauma del nacimiento. Asimismo, se reinterpreta el significa­do de la piedra madre de la teoría freudiana, el complejo de Edi­po, con énfasis en el trauma del nacimiento y el deseo de regresar al útero. En el corazón del mito de Edipo se halla el misterio del origen del hombre, que Edipo intenta resolver regresando al úte­ro de la madre. No sólo se realiza esto literalmente en el acto del matrimonio y unión sexual con su madre, sino simbólicamente a través de su ceguera y caída por el precipicio que le conduce al submundo.
En la psicología rankiana el trauma del nacimiento juega tam­bién un papel esencial en la sexualidad. Su importancia radica en el profundo deseo de regresar a la existencia intrauterina, que go­bierna la psique humana. La diferencia entre los sexos se explica en gran parte por la capacidad de las mujeres de reencarnar en sus propios cuerpos el proceso de reproducción y hallar su inmortali­dad en la procreación, mientras que para el hombre el sexo repre­senta mortalidad y su fuerza radica en la creatividad desprovista de actividad sexual.
Al analizar la cultura humana, Rank descubrió que el trauma del nacimiento constituye una poderosa fuerza psicológica tras la religión, el arte y la historia. Toda forma religiosa tiende final­mente a la reinstitución del amparo original y protección de la si­tuación primaria de la unión simbiótica en el útero. La raíz más profunda del arte es la «imitación autoplástica» del crecimiento y origen de uno mismo desde el recipiente materno. El arte, al ser una representación de la realidad y al mismo tiempo una negación de la misma, constituye un medio particularmente poderoso para el tratamiento del trauma primario. La historia del alojamiento humano, desde la búsqueda de los primeros cobertizos hasta las sofisticadas estructuras arquitectónicas, refleja el recuerdo instin­tivo del útero cálido y protector. En un último análisis, el uso de herramientas y armas se basa en la «tendencia insaciable a abrirse plenamente camino hacia el interior de la madre».
La psicoterapia con LSD y otras formas de trabajo experien­cial profundo han aportado pruebas que apoyan considerable­mente la tesis general de Rank, sobre la importancia psicológica primordial del trauma del nacimiento. Sin embargo, es necesario modificar sustancialmente el enfoque rankiano para acrecentar su compatibilidad con las observaciones clínicas. La teoría de Rank se centra en los elementos de separación de la madre y en la pérdi­da del útero, como aspectos traumáticos esenciales del nacimien­to. Para él el trauma consiste en el hecho de que la situación pos­natal es mucho menos favorable que la prenatal. Fuera del útero, el niño debe enfrentarse a la irregularidad del suministro de comi­da, la ausencia de la madre, las oscilaciones térmicas y los fuertes ruidos. Además se ve obligado a respirar, tragar la comida y eva­cuar los productos de desecho.
En el trabajo con LSD, la situación parece mucho más com­pleja. El nacimiento no es sólo traumático porque el ser se tras­lada de la situación paradisíaca del útero a las condiciones ad­versas del mundo exterior, sino que el propio paso por el canal del parto involucra una enorme tensión y dolor, tanto emocio­nal como físico. A pesar de que Freud hizo hincapié en este he­cho, en sus especulaciones originales sobre el nacimiento, Rank lo ha ignorado casi por completo. En cierto modo, el con­cepto del trauma del nacimiento de Rank es más aplicable a la situación de una persona nacida por cesárea electiva que en parto fisiológico.
Sin embargo, la mayoría de las condiciones psicopatológicas tienen sus raíces en la dinámica de las MPB 2 y MPB 3, que refle­jan experiencias vividas durante el período transcurrido entre el es­tado de tranquilidad intrauterina y la existencia posnatal en el mundo exterior. Cuando uno revive e integra el proceso del trau­ma del nacimiento, puede sentir un fuerte deseo de regresar al útero o, por el contrario, de completar el nacimiento y emerger del canal del parto, según el nivel de desarrollo de la etapa perina­tal. La tendencia a exteriorizar y descargar los sentimientos y energía bloqueados, que se generan durante la lucha por nacer, representan una profunda fuerza motivadora en una amplia gama de conductas humanas. Esto es especialmente cierto para la agre­sión y el sadomasoquismo, para cuyas condiciones la interpreta­ción rankiana no es particularmente convincente. Además, al igual que en los casos de Freud, Adler y Reich, Rank no alcanza una auténtica comprensión de los reinos transpersonales. A pesar de dichas limitaciones, el descubrimiento de Rank de la importan­cia psicológica del trauma del nacimiento, con sus múltiples rami­ficaciones, fue un logro verdaderamente extraordinario, que pre­cedió a los descubrimientos con LSD en varias décadas.
Es interesante constatar que numerosos investigadores del psi­coanálisis han reconocido la importancia de diversos aspectos del trauma del nacimiento. Nandor Fodor, en su obra pionera titula­da The Search For The Beloved (1949), describió con considerable detalle las relaciones existentes entre diversas facetas del proceso del nacimiento y muchos síntomas psicopatológicos importantes, de un modo eminentemente congruente con las observaciones de la investigación con LSD. Lietaert Peerbolte elaboró un amplio texto titulado Prenatal Dynamics (1975), en el que habla detalla­damente de su exclusiva percepción interna de la importancia psi­cológica de la existencia prenatal y de la experiencia del nacimien­to. Este tema recibió también mucha atención en una serie de li­bros originales e imaginativos, aunque más especulativos y con menor base clínica, por Francis Mott (1948, 1959).
La lista de famosos renegados del psicoanálisis sería incomple­ta sin Carl Gustav Jung, que fue uno de los discípulos predilectos de Freud y designado como «príncipe heredero» del psicoanálisis. Las revisiones de Jung fueron indiscutiblemente las más radicales y sus contribuciones verdaderamente revolucionarias. No es exa­gerado afirmar que gracias a su trabajo la psiquiatría avanzó tanto con relación a Freud, como lo había hecho gracias a los descubri­mientos del propio Freud.
La psicología analítica de Jung no es una simple variedad o modificación del psicoanálisis, sino que representa un concepto completamente nuevo de profundidad psicológica y psicoterapéu­tica. Jung era perfectamente consciente de que sus descubrimien­tos eran irreconciliables con el pensamiento newtoniano-cartesiano y de que exigían una profunda revisión de los supuestos filosóficos más fundamentales de la ciencia occidental. Estaba profunda­mente interesado en los descubrimientos de la física cuántica y de la relatividad, y mantuvo provechosos intercambios con algunos de sus fundadores.
A diferencia de los demás teóricos del psicoanálisis, Jung go­zaba también de una auténtica comprensión de las tradiciones místicas y de un gran respeto por las dimensiones espirituales de la psique y de la existencia humana. Sus ideas están mucho más cerca del sistema conceptual presentado en esta obra, que las de cualquier otra escuela occidental de psicoterapia. Jung, sin auto­definirse como tal, fue el primer psicólogo transpersonal y nos ocuparemos de sus contribuciones en la sección dedicada a los en­foques transpersonales de la psicoterapia.
Parece lógico concluir esta exposición del mundo de la psicote­rapia, mencionando a otro importante pionero y miembro del cír­culo íntimo del grupo vienés de Freud, Sandor Ferenczi. A pesar de que su nombre no suele aparecer entre los renegados del psi­coanálisis, sus especulaciones le condujeron mucho más allá del análisis tradicional. Además, el hecho de que apoyara a Otto Rank indica claramente que estaba lejos de ser un seguidor fiel y dócil de Freud. En su estructura teórica, no sólo consideró seria­mente los sucesos perinatales y prenatales, sino elementos del de­sarrollo filogenético. Siendo uno de los primeros discípulos de Freud en aceptar inmediatamente su concepto de tanatos, Fe­renczi también integró en su sistema conceptual un análisis meta­físico de la muerte.
En su extraordinario ensayo titulado Thalassa (1938), Ferenc­zi descubrió la totalidad de la evolución sexual como un intento de retorno al útero materno. Según él, los organismos que interac­túan en el acto del coito comparten la gratificación de las células germinales. Los hombres gozan del privilegio de penetrar directa­mente y en un sentido real el organismo materno, mientras que las mujeres mantienen sustitutos fantasiosos, o se identifican con sus hijos cuando están embarazadas. Ésta es la esencia de la «ten­dencia regresiva de la talasa», la lucha por regresar a la existencia original acuática, abandonada en tiempos primigenios. En un últi­mo análisis, el fluido amniótico representa el agua del océano in­troyectado en el útero materno. Según este punto de vista, los ma­míferos terrestres experimentan una profunda ansia orgánica de invertir la decisión que tomaron en la antigüedad, de abandonar su existencia oceánica y optar por una nueva forma de vida. Esta habría sido la solución que en realidad adoptaron, hace millones de años, los antepasados de las ballenas y los delfines actuales.
Sin embargo, la meta óptima de toda forma de vida puede que consista en alcanzar un estado caracterizado por la ausencia de irritabilidad y, finalmente, la inercia del mundo inorgánico. Es posible que la muerte y el morir no sean absolutos y que los gér­menes de la vida y las tendencias regresivas permanezcan ocultos incluso en la materia inorgánica. Se puede concebir la totalidad del mundo orgánico e inorgánico como un sistema de oscilaciones perpetuas entre el deseo de vivir y el de morir, en el cual jamás se obtiene una hegemonía absoluta por parte de la vida o de la muer­te. Vemos, por consiguiente, que Ferenczi se acercó a los concep­tos de la filosofía perenne y del misticismo, a pesar de que expresó sus formulaciones en el lenguaje de las ciencias naturales.
Un análisis histórico de los desacuerdos conceptuales en el movimiento psicoanalítico temprano es de gran interés desde el punto de vista de las ideas presentadas en esta obra. Demuestra claramente que muchos de los conceptos que, a primera vista, pa­recen sorprendentemente nuevos y sin precedente en la psicología occidental, habían sido, de una forma u otra, considerados seria­mente y discutidos apasionadamente por los primeros pioneros del psicoanálisis. La mayor contribución de esta obra consiste, por consiguiente, en reevaluar sus diversos enfoques, con los co­nocimientos aportados por la investigación moderna sobre la con­ciencia, así como su integración y síntesis en el espíritu de la psico­logía espectral, más que la de presentar un sistema de pensamien­to completamente original.

Psicoterapias existencial y humanística


A mitad del siglo xx, la psiquiatría y la psicología en Nortea­mérica estaban dominadas por dos influyentes teorías: el psicoa­nálisis y el conductismo. Sin embargo, un creciente número de destacados experimentadores, investigadores y pensadores se sentía profundamente insatisfecho con la orientación mecanicista de ambas escuelas. La expresión externa de dicha tendencia con­sistió en la introducción de la psicoterapia existencial por Rollo May (1958) y el desarrollo de la psicología humanística. Dado que tanto la psicología existencial como la humanística hacen hincapié en la libertad e importancia individual de los seres humanos, ha habido bastante superposición entre ambas orientaciones. Estos movimientos son de gran interés desde el punto de vista del pre­sente debate, ya que sirven de puente de unión entre la psicotera­pia clásica y las ideas presentadas en esta obra.
La psicoterapia existencial tiene sus raíces históricas en la filo­sofía de Soren Kierkegaard y en la fenomenología de Edmund Husserl. Pone de relieve el hecho de que cada individuo es único e inexplicable, en términos de cualquier sistema científico y filosófi­co. La persona tiene libertad de elección, lo que hace que su futu­ro sea imprevisible y genere angustia. Un tema central en la filo­sofía existencial es la inevitabilidad de la muerte. Este hecho halló su expresión más amplia en la obra de Martin Heidegger, Sein und Zeit (1927). Según éste, los seres humanos han sido arrojados en un mundo hostil, en el que intentan desesperadamente alcan­zar ciertas metas, cuya importancia es despiadadamente aniquila­da por la muerte. Puede que procuren eludir la idea de dicho des­tino último, viviendo de un modo superficial y convencional, pero con ello la vida pierde su autenticidad. La única forma de ser sin­cero con uno mismo, es ser constantemente consciente de la pro­pia muerte.
Nos es imposible analizar aquí los vastos, complejos y frecuen­temente contradictorios escritos de los filósofos y psicoterapeutas existenciales. Sin embargo, no cabe duda de que esta orientación está íntimamente relacionada con la dinámica perinatal. Los indi­viduos que se hallan bajo la influencia psicológica de la MPB 2 suelen experienciar una profunda confrontación con la muerte, la mortalidad y la transitoriedad de la existencia material. A esto le acompaña una profunda crisis existencial: la sensación de lo ab­surdo y carente de significado de la vida, y una búsqueda desespe­rada de sentido. Desde esta plataforma, toda la vida anterior del sujeto parece carecer de autenticidad (no ha sido más que opre­sión y tráfago) y se caracteriza por sus intentos vanos de negar la inevitabilidad final de la muerte. Por consiguiente, la filosofía existencial ofrece una descripción precisa y poderosa de uno de los aspectos del nivel de conciencia perinatal.1 El mayor error del enfoque existencial consiste en generalizar sobre sus observacio­nes y presentarlas con una validez de percepción universal con re­lación a la condición humana. Desde el punto de vista del trabajo experiencia) profundo, el enfoque existencial se limita al nivel de conciencia perinatal y carece de validez en cuanto a la experiencia de la muerte del ego y de la trascendencia.
El análisis existencial, o logoterapia (1956) de Viktor Frankl consiste en un enfoque que hace mucho hincapié en el sentido del significado de la vida. A pesar de que Frankl no reconoce específi­camente la dinámica perinatal, con el doble problema del naci­miento y de la muerte que ésta involucra, es significativo que el desarrollo de su sistema terapéutico estuviera profundamente in­fluido por sus drásticas experiencias en un campo de concentra­ción (1962). El sufrimiento extremo de los internos en los campos de concentración constituye un tema perinatal característico, al igual que la búsqueda de significado. Sin embargo, el desenvolvi­miento de esta búsqueda que tiene lugar en el contexto del proce­so muerte-renacimiento, es bastante diferente al sugerido por Frankl. En lugar de la elaboración intelectual de una meta signifi­cativa en la vida, involucra la aceptación experiencial de una for­ma de ser filosófica y espiritual, en un mundo que aprecia el pro­ceso de la vida tal como es.

En última instancia, es imposible justificar la vida y hallarle sentido por medio del análisis intelectual y el uso de la lógica. Es necesario alcanzar un estado en el que se experimente emocional y biológicamente que la vida vale la pena, y se sienta la exaltación activa del hecho de la existencia. La preocupación filosófica ago­nizante con relación al problema del significado de la vida, en lu­gar de considerarlo como un legítimo hecho filosófico, debe inter­pretarse como síntoma de que el flujo dinámico del proceso vital ha sido obstruido y bloqueado. La única solución eficaz de este problema no consiste en inventar complejos objetivos vitales, sino en una profunda transformación interna y en una modificación de la conciencia que restablezca el flujo de la energía vital. Todo in­dividuo que participe activamente en el proceso vital, con deleite y alegría, jamás pondrá en cuestión el posible significado de la vida. En dicho estado, la vida parece tener un valor incalculable y milagroso, perfectamente evidente en sí mismo.
La insatisfacción de la orientación mecanicista y reduccionista de la psicología y la psicoterapia en Norteamérica halló su expresión más poderosa en el desarrollo, en primer lugar, de la psicología humanística y más adelante transpersonal. El representante más destacado y portavoz más locuaz de esta oposición fue Abraham Maslow (1962, 1964, 1969). Su penetrante crítica del psicoanálisis y del conductismo se convirtió en un poderoso ímpetu para el mo­vimiento y constituyó un foco para la cristalización de nuevas ideas. Maslow rechazó la idea inflexible y pesimista que Freud te­nía de la humanidad, dominada inexorablemente por los instintos básicos. Según Freud, fenómenos tales como el amor, la aprecia­ción de la belleza o el sentido de la justicia pueden interpretarse como sublimación de los bajos instintos o como reacción contra los mismos. Toda forma superior de conducta se supone como ad­quirida por el individuo, o impuesta al mismo y no como algo na­tural de la condición humana. Maslow también discrepó de Freud en su exclusiva concentración en el estudio de gente neurótica y psicótica. Indicó que al concentrarse en lo peor de la humanidad, en lugar de hacerlo en los mejores resultados, producía una ima­gen distorsionada de la naturaleza humana. Este enfoque excluye las aspiraciones del hombre, sus esperanzas realizables y sus cuali­dades divinas.
Maslow criticó el conductismo de un modo igualmente incisivo y pertinaz. En su opinión, era erróneo creer que los seres huma­nos eran meramente animales complejos, que reaccionaban ciega­mente a los estímulos ambientales. La enorme dependencia de los conductistas en la experimentación animal es sumamente proble­mática y de un valor limitado. Dichos estudios pueden aportar in­formación acerca de las características que los humanos compar­ten con otras especies animales, pero son inútiles para el estudio de cualidades específicamente humanas. Al concentrarse exclu­sivamente en los animales, se garantiza la omisión de aquellos aspectos y elementos únicos de los humanos: conciencia, culpabi­lidad, idealismo, espiritualidad, patriotismo, arte o ciencia. El en­foque mecanicista ejemplarizado por el conductismo puede acep­tarse, en el mejor de los casos, como estrategia para ciertos tipos de investigación, pero es demasiado estrecho y limitado para po­der considerarlo como filosofía, en un sentido general y amplio.
Mientras que el conductismo se centra casi exclusivamente en influencias externas y el psicoanálisis en datos introspectivos, Maslow propuso que la psicología combinara las observaciones objetivas con la introspección. Hizo hincapié en el uso de datos humanos como fuente de la psicología humana y su contribución es­pecial consistió en concentrarse en individuos psicológicamente sa­nos y autoactualizadores, que constituyen el «vértice creciente» de la población. En un amplio estudio de individuos que habían experi­mentado estados místicos espontáneos («experiencias cumbre»), Maslow (1962) demostró que dichas experiencias debían conside­rarse supernormales, en lugar de fenómenos patológicos, y que estaban relacionados con una tendencia a la autorrealización. Otra contribución importante de Maslow consistió en el concepto de «metavalores» y «metamotivaciones». Contrastando radical­mente con Freud, Maslow (1969) creía que los seres humanos es­taban dotados de una jerarquía innata de valores y necesidades superiores, así como de las correspondientes tendencias a alcan­zarlos.
Las ideas de Maslow figuraron entre las más influyentes en el desarrollo de la psicología humanística o Tercera Fuerza, como él la denominó. El nuevo movimiento hacía hincapié en la impor­tancia central de los seres humanos como objeto de estudio y de los objetivos humanos como criterio para determinar el valor de los frutos de la investigación. Esto contrastaba también radicalmen­te con el conductismo, cuyo objetivo era el de predecir y controlar la conducta de los demás. El enfoque humanístico es holístico. estu­dia a los individuos como organismos unificados, en lugar de limi­tarse a considerarlos como la suma total de partes independientes.
Las psicoterapias humanísticas se basan en la suposición de que la humanidad ha llegado a ser excesivamente intelectual, tecnológica y desvinculada de sensaciones y emociones. Los en­foques terapéuticos de la psicología humanística están diseña­dos como procedimientos correctivos experienciales, encamina­dos a remediar la consiguiente alienación y deshumanización. Enfatizan los métodos de cambio de personalidad experiencia­les, no verbales y físicos, y aspiran al crecimiento individual o autoactualización, en lugar de a la adaptación. La psicología hu­manística facilitó una amplia base para el desarrollo de nuevas terapias y el redescubrimiento de antiguas técnicas, que superan en grado diverso las limitaciones y deficiencias de la psicotera­pia tradicional.
Los enfoques humanísticos suponen un paso importante hacia una comprensión holística de la naturaleza humana, comparados con el énfasis parcial en cuerpo o psique, que caracteriza la co­rriente principal de la psicología y psiquiatría. Otro aspecto signi­ficativo -de la psicoterapia humanística consiste en alejarse de la orientación intrapsíquica e intraorgánica, para reconocer las re­laciones interpersonales, la interacción familiar, las estructuras sociales y las influencias socioculturales, así como introducir con­sideraciones económicas, ecológicas y políticas. La gama de psi­coterapias humanística es tan amplia y fértil, que en estas páginas sólo nos es posible enumerar y definir brevemente las técnicas más importantes.
El énfasis físico del movimiento potencial humano se vio pro­fundamente influido por Wilhelm Reich, que fue el primero en servirse del trabajo corporal para el análisis de la neurosis de ca­rácter. El más importante de los enfoques neoreichianos es la bioenergética (Lowen, 1976), que consiste en un sistema terapéu­tico desarrollado por Alexander Lowen y John Pierrakos. Utiliza el proceso energético del cuerpo y el lenguaje corporal para influir en las funciones mentales. El enfoque bioenergético combina la psicoterapia con una amplia gama de ejercicios, que involucran respiración, posiciones corporales, movimientos e intervenciones manuales directas.
Los objetivos terapéuticos de Lowen son más amplios que los de Wilhelm Reich, cuyo único propósito consistía en la satisfac­ción sexual de sus pacientes. El énfasis radica en la integración del ego con el cuerpo y su lucha por el placer, lo que no sólo incluye la sexualidad sino otras funciones básicas, tales como la respiración, el movimiento, las sensaciones y la autoexpresión. A través de la bioenergética, uno establece contacto con su «primera naturale­za», condición de libertad con relación a actitudes físicas y psico­lógicas estructuradas, comparada con la «segunda naturaleza», caracterizada por la presencia de posiciones psicológicas y una ar­madura muscular impuestas al individuo, que le impiden vivir y amar.
Otro enfoque neoreichiano es el Radix Intensive, elaborado por Charles Kelley, discípulo de Reich, y su esposa Erika. Se trata de una forma terapéutica en la que se combina la intimidad del trabajo individual, con la energía y dinamismo del de grupo. Los Kelley utilizan una gama de técnicas, en las que se incluyen algu­nos de los enfoques originales de Reich, la bionergética, la con­ciencia sensorial y otros métodos de orientación corporal. Se hace hincapié en librarse de la armadura muscular, con lo cual se libe­ran los sentimientos de temor, furor, vergüenza, dolor o aflicción, conservados desde la infancia. Cuando el paciente acepta y atra­viesa dificultosamente dichos sentimientos negativos, descubre una nueva capacidad para el placer, la confianza y el amor.
Mientras que los enfoques neoreichianos están dotados de un componente psicoterapéutico explícito, otras técnicas potenciales humanamente importantes se centran primordialmente en el as­pecto físico. Éste es sin duda el caso de la integración estructural de Ida Rolf, los ejercicios de Feldenkrais y el de la integración y mentástica psicológica de Milton Trager. El método de integra­ción estructural o Rolfing (Rolf, 1977), como comúnmente se lo denomina, fue creado por Ida Rolf como método encaminado a mejorar la estructura física del cuerpo, particularmente en cuanto a su adaptación al campo de gravitación. Según Rolf, los humanos como bípedos deben mantener su peso distribuido con relación a un eje vertical. Sin embargo, la mayoría de la gente no mantiene dicha distribución ideal, que garantiza el funcionamiento óptimo del sistema esqueleto-muscular y del conjunto del organismo. Como consecuencia se produce tensión y contracción de la fascia, con la consiguiente pérdida de movilidad, astringencia circulato­ria, tensión muscular crónica, dolor y ciertos trastornos psicológi­cos de origen somático. El objetivo del Rolfing consiste en aliviar dicha condición, restaurar la estructura fascial, realinear el peso del cuerpo y restaurar los movimientos normales del cuerpo. En una serie de sesiones estandarizadas, el «rolfer» se sirve de pode­rosas intervenciones físicas para alcanzar su objetivo.
Moshe Feldenkrais (1972) creó un programa de corrección sis­temática y reeducación del sistema nervioso, usando secuencias de movimientos que ponen en funcionamiento las combinaciones de músculos más inusuales. Estos ejercicios, conocidos como Fel­denkrais, se proponen ampliar las posibilidades del sistema neu­romuscular y extender sus límites habituales. Alivian la tensión, incrementan la flexibilidad y la gama de movimientos, mejoran la postura y alineación de la espina dorsal, abren caminos de acción ideal, facilitan la coordinación de los músculos flexores y extenso­res, ahondan la respiración e introducen concienciamiento en las actividades físicas. La sutileza de los ejercicios Feldenkrais con­trasta vivamente con el Rolfing, que utiliza la presión profunda y el masaje, y que puede ser muy doloroso cuando el área en cues­tión está bloqueada.
La integración psicológica de Milton Trager (1982) es otra téc­nica corporal elegante y eficaz del movimiento de potencial huma­no. Por medio de una secuencia sistemática de giros, sacudidas y movimientos vibratorios pasivos, el paciente alcanza un estado de profunda relajación física y mental. La gama de técnicas de poten­cial humano concentradas en el cuerpo no sería completa, sin mencionar las diversas formas de masaje de creciente populari­dad, desde las sensuales hasta las técnicas de intervención profun­da en las energías del cuerpo, tal como el masaje de polaridad.
Dos de las nuevas terapias experienciales merecen una aten­ción especial, debido a su íntima relación con mi propio tema. La primera es la terapia gestalt, desarrollada por Fritz Perls (1976a, 1976b) que no ha tardado en convertirse en uno de los enfoques más populares en el campo. En su elaboración, Perls recibió la in­fluencia de Freud, Reich, el existencialismo y particularmente la de la psicología gestalt. La suposición básica de la escuela alema­na gestalt es la de que el ser humano no percibe las cosas de un modo aislado y desconectado, sino que las organiza durante el proceso perceptual en conjuntos significativos. La terapia gestalt tiene un énfasis holístico, es una técnica de integración personal, basada en la idea de que toda la naturaleza constituye una gestalt unificada y coherente. En dicho conjunto, los elementos orgáni­cos e inorgánicos forman pautas continuas y de cambio permanen­te, de actividad coordinada.
El énfasis de la terapia gestalt no radica en la interpretación de los problemas, sino en la reexperienciación aquí y ahora de los conflictos y los traumas, introduciendo conciencia de todos los procesos físicos y emocionales, y completando las gestalts inacabadas del pasado. Se incita al paciente a responsabilizarse plenamente de dicho proceso y librarse de la dependencia de los padres, maestros, cónyuge y terapeuta. La terapia gestalt usa fre­cuentemente el trabajo individual en un contexto de grupo. Se hace hincapié en la respiración y en la plena conciencia de los pro­cesos físico y emocional de uno mismo, como requisitos funda­mentales. El terapeuta presta especial atención al uso que hace el paciente de diversos medios para interrumpir sus experiencias. Identifica dichas tendencias y facilita la experiencia y expresión plena y libre del desarrollo del proceso psicológico y fisiológico.
Otra técnica experiencial de gran interés desde nuestro punto de vista es la terapia primaria, elaborada por Arthur Janov (1970, 1972a, 1972b). Los orígenes de la terapia primaria son estricta­mente empíricos y se han inspirado en diversas observaciones ac­cidentales de la dramática liberación y cambio en las actitudes bá­sicas de los pacientes que se han permitido a sí mismos emitir un grito primordial e inarticulado. Según la teoría elaborada por Ja­nov basada en sus observaciones de lo que él denomina «prima­rios» provocados deliberadamente, la neurosis es una conducta simbólica que representa una defensa contra el dolor psicológico excesivo, relacionado con los traumas de la infancia. Los dolores primarios están relacionados con sucesos tempranos en la vida, que no se han procurado resolver. Por el contrario, las emociones y sensaciones han sido almacenadas en forma de tensiones o de defensas. Además de varias capas de dolor primario de diversos períodos de la infancia, Janov también reconoce el papel del dolor del nacimiento traumático anclado en la memoria. Los dolores primarios están desconectados de la conciencia, porque de no ser así supondrían un sufrimiento intolerable. Se interponen en la au­tenticidad de la propia vida del sujeto y, según Janov, le impiden «ser una persona real».
prima. La terapia se centra en la superación de las defensas y en la pe­netración de los dolores primarios, experimentándolos plenamen­te y reviviendo los recuerdos de los sucesos que los originaron. La mayor arma terapéutica recomendada en este enfoque es el «grito rio», que consiste en un sonido involuntario, profundo y gu­tural, que expresa de un modo condensado la reacción del pacien­te ante sus traumas del pasado. Janov cree que la repetición de primarios puede eliminar gradualmente las capas de dolor, invir­tiendo el proceso de aposiciones sucesivas que las han originado. Según Janov, la terapia primaria expulsa el sistema «irreal» que le induce a uno a beber, fumar, consumir drogas, o actuar de un modo compulsivo o irracional, como respuesta a una acumulación interna de sentimientos inaguantables. Los pacientes posprima­rios que se han convertido en «reales» (libres de angustia, culpabi­lidad, depresión, fobias y hábitos neuróticos), son capaces de ac­tuar sin sentirse obligados a satisfacer.las necesidades neuróticas propias, ni las de los demás.
Inicialmente Janov hizo algunas afirmaciones extremas sobre la eficacia de la terapia primaria, cuya veracidad no ha quedado demostrada con el transcurso del tiempo. Al principio se atribuyó un éxito del cien por cien con sus pacientes, como lo indica el si­guiente título de su primer libro: The Primal Scream: Primal The­rapy - The Cure For Neurosis (1970). A la sensacional mejora de los problemas emocionales la acompañaban, según él, cambios fí­sicos igualmente espectaculares. Entre ellos se incluía el desarro­llo de los senos en mujeres de poco pecho, la aparición de cabello en hombres que anteriormente carecían del mismo, mejora de la circulación y aumento de la temperatura periférica, incremento del apetito sexual y de la potencia orgásmica, y jugar mejor al te­nis. A pesar de que la terapia primaria sigue siendo una forma popular de tratamiento, los resultados son muy inferiores a los pronosticados originalmente. Muchos pacientes que han recibi­do terapia primaria a lo largo de varios años no han realizado ningún progreso sustancial y en algunos casos la condición clínica ha empeorado en lugar de mejorar. Muchos terapeutas primarios se han disociado de Janov y de su organización en Los Angeles, para formar sus propios centros primarios independientes, debido a graves desacuerdos tanto teóricos como prácticos.
El movimiento de potencial humano incluye también muchas técnicas que utilizan la dinámica de grupo. La aparición de la psi­cología humanística supuso un auténtico renacimiento de la tera­pia de grupo, que abarca desde un interés renovado en el psico­drama hasta el desarrollo de técnicas de grupo tan nuevas como el análisis transaccional, los grupos T y los de encuentro, así como sesiones de maratón y de maratón desnudo.
Es interesante observar los diversos enfoques terapéuticos del movimiento de potencial humano, desde el punto de vista de las observaciones de la investigación con LSD. Esto aporta un gran apoyo a la crítica de Maslow de la psicología académica. Estas ob­servaciones sólo coinciden con la imagen freudiana de la naturale­za humana, dominada por impulsos instintivos tales como la se­xualidad y la agresión, en las primeras etapas de la terapia, cuan­do el sujeto se ocupa de sucesos biográficos y algunos aspectos de la dinámica perinatal. Cuando el individuo va más allá del proceso muerte-renacimiento y adquiere acceso experiencial a los reinos de lo transpersonal, establece contacto con un sistema de valores superiores, que corresponden aproximadamente a los metavalo­res de Maslow (1969). Así pues, al continuar la penetración en el inconsciente, lo que se manifiesta no son regiones crecientemente bestiales e infernales, como lo indica el psicoanálisis, sino una prolongación hacia los reinos cósmicos de la superconciencia.
Asimismo, la riqueza de las diversas áreas experienciales sub­yacentes en la experiencia cotidiana, tanto del individuo sano, neurótico, como psicótico, convierten el punto de vista conductis­ta en simplista y absurdo. En lugar de reducir la unicidad de la psi­que humana a los simples reflejos de una rata o una paloma, este tipo de observaciones revela dimensiones de la conciencia cósmi­ca, más allá de la existencia de dichos animales. A todo aquel que haya estudiado seriamente el material procedente de sesiones psi­codélicas, no le cabe la menor duda de que los datos subjetivos son esenciales para el estudio de la psique humana.
Las observaciones de la investigación con LSD también apo­yan claramente la tesis básica de la psicología humanística, sobre la unión de la mente y el cuerpo. Las experiencias poderosas en sesiones psicodélicas guardan siempre una correlación importante con procesos psicosomáticos. Característicamente, la resolución de problemas psicológicos tiene concomitantes físicos y vicever­sa, a la eliminación de bloques somáticos siempre la acompañan los correspondientes cambios en la psique. Esta correlación es bastante evidente en las técnicas de potencial humano de orienta­ción corporal. La integración estructural, tal como la elaboró ori­ginalmente Ida Rolf, consistía en un proceso estrictamente físico (Rolf, 1977). Sin embargo, muchos de sus seguidores han percibi­do que sus pacientes ocasionalmente experimentan una dramática liberación emocional y tienen poderosas experiencias biográficas, perinatales, o incluso transpersonales. En consecuencia, algunos de ellos decidieron combinar el Rolfing con el trabajo psicotera­péutico sistemático (Schutz y Turner, 1982). Algo semejante pa­rece haber ocurrido con los ejercicios Feldenkrais, la mentástica de Trager, el masaje de polaridad, e incluso con la acupuntura.
De todas las técnicas terapéuticas de la psicología humanísti­ca, el método gestalt de Fritz Perls es probablemente el que más se aproxima al sistema descrito en este libro. Su mayor énfasis radica en una experiencia plena y del momento, dotada de todas sus ca­racterísticas físicas, de percepción, emocionales e idearias, en lu­gar de apelar al recuerdo y al análisis intelectual. A pesar de que la terapia gestalt fue originalmente elaborada para tratar proble­mas de naturaleza biográfica, los individuos que la practican de un modo sistemático experimentan ocasionalmente diversas secuen­cias perinatales e incluso ciertos fenómenos transpersonales como recuerdos embriónicos, ancestrales y raciales, identificación ani­mal, o encuentros con entidades arquetípicas. Esto puede ocurrir a pesar de que el paciente esté sentado, del uso de métodos verba­les y de la orientación biográfica que caracteriza a la mayoría de los terapeutas gestalt. Es importante subrayar que no hay razón alguna por la que los principios básicos del enfoque gestalt no puedan aplicarse al trabajo de aspectos perinatales y transperso­nales, siempre que se incluyan en la estructura conceptual del te­rapeuta. Algunos practicantes del sistema gestalt, tales como Ri­chard y Christine Price, se han movido ya en esa dirección permi­tiendo a los pacientes recostarse, reduciendo los intercambios verbales en ciertas situaciones y permitiendo al experienciador una libertad absoluta para entrar en cualquier reino experiencial.
También es preciso mencionar el paradigma de implosión-ex­plosión, que caracteriza en gran medida la práctica gestalt. A pe­sar de que se experimenta habitualmente en un contexto biográfi­co, parece reflejar la dinámica subyacente del nivel perinatal. Otra observación de gran importancia relacionada con este análi­sis, es el hecho de que, mientras se reviven escenas complejas en las sesiones psicodélicas, es frecuente que sus protagonistas expe­rimenten a la par una identificación simultánea o sucesiva con los sujetos en cuestión. Esto es exactamente lo que la práctica gestalt se propone, con una dirección específica y una secuencia estructu­rada de interacciones, particularmente al ocuparse de sueños y fantasías. Así pues, en líneas generales, los principios básicos del enfoque gestalt se asemejan bastante a los propuestos en esta obra. Las diferencias básicas radican en el énfasis biográfico de la terapia gestalt y en el hecho de que no reconozca los niveles peri­natal y transpersonal del inconsciente.

Otra técnica que merece una atención especial es la terapia primaria de Arthur Janov. Su descripción de las capas de dolor primario muestra una extraordinaria similitud con mi concepto de los sistemas COEX, esbozado primeramente en una reedición para el Congreso Internacional de Psicoterapia con LSD de Ams­terdam (1966) y ampliado en mi libro Realms of the Human Un­conscious (1975). Janov también reconoce la importancia del trauma del nacimiento, a pesar de que lo interpreta como un he­cho puramente biológico y mucho más limitado que el concepto de matrices perinatales. Sin embargo, carece de todo reconoci­miento de las dimensiones transpersonales de la psique. Así pues, el mayor dilema que se le presenta parece ser el hecho de que la técnica que utiliza es lo suficientemente poderosa, no sólo para conducir a sus pacientes a los reinos perinatales, sino para inducir además fenómenos transpersonales, tales como recuerdos de en­carnaciones anteriores, secuencias arquetípicas y experiencias místicas. Sin embargo, su sistema teórico que peca de superficial, mecanicista y antiespiritual, es incapaz de justificar y mucho me­nos apreciar, la totalidad de la amplia gama de experiencias que su técnica tiene la habilidad de exhortar. Un creciente número de seguidores de Janov se encuentran, después de meses de terapia in­tensiva, en un dilema irresoluble y una dolorosa confusión, al verse propulsados por el uso de la técnica primaria hacia los reinos trans­personales, que no tienen cabida en la camisa de fuerza que supone la teoría de Janov. La manifestación externa de dicho fenómeno ha consistido en la escisión del movimiento primario y en la creación de facciones de apóstatas, en busca de una estructura más abierta.
Ocasionalmente se han observado experiencias perinatales y transpersonales en grupos de encuentro, sesiones de maratón y, particularmente, en las de maratón desnudo y sesiones acuaener­géticas de Paul Bindrim. También tienen lugar con bastante fre­cuencia en las sesiones de renacimiento de Leonard Orr (1977) y Elisabeth Feher (1980).
En muchos sentidos, las técnicas experienciales de la psicolo­gía humanística muestran muchas similitudes con el enfoque que propugno. La principal diferencia consiste en que la mayoría de ellas tiene sólo una comprensión superficial e incompleta del nivel perinatal del inconsciente y un desconocimiento completo de los reinos transpersonales. Esta limitación ha sido superada con el desarrollo de la psicología transpersonal, movimiento que ha re­conocido y admitido plenamente la importancia de la dimensión espiritual en la vida humana.


Psicoterapias de orientación transpersonal


Con el rápido desarrollo de la psicología humanista en los años sesenta, cada vez fue más evidente que una nueva fuerza había nacido en su seno, para la cual la posición humanística con su én­fasis en el crecimiento y la autoactualización era demasiado estre­cha y limitada. El nuevo énfasis radicaba en el reconocimiento de la espiritualidad y las necesidades trascendentales, como aspec­tos intrínsecos de la naturaleza humana y en el derecho de cada individuo para elegir o cambiar su «camino». Muchos psicólogos humanísticos destacados mostraron un creciente interés en una variedad de áreas y temas psicológicos anteriormente ignorados, tales como las experiencias místicas, la trascendencia, el éxtasis, la conciencia cósmica, la teoría y la práctica de la meditación, o la sinergia interindividual y entre las especies (Sutich, 1976).
La cristalización y consolidación en un nuevo movimiento, o Cuarta Fuerza, de las tendencias psicológicas originalmente aisla­das, fue primordialmente obra de dos hombres: Anthony Sutich y Abraham Maslow, ambos inicialmente protagonistas históricos de la psicología humanística. A pesar de que la psicología transperso­nal no se estableció como una disciplina aparte hasta finales de los sesenta, las tendencias transpersonales en la psicología la habían precedido en varias décadas. Los representantes más importantes de esta orientación habían sido Carl Gustav Jung, Roberto Assa­gioli y Abraham Maslow. También merecen ser mencionados en este contexto los interesantísimos y polémicos sistemas de dianéti­ca y cientología, elaborados por Ron Hubbard (1950) fuera de los círculos profesionales. El nuevo movimiento adquirió un podero­so ímpetu, gracias a la investigación clínica con sustancias psico­délicas, particularmente la psicoterapia con LSD y la nueva per­cepción interna de la psique humana, que éstas facilitaron.
Carl Gustav Jung puede ser considerado como el primer psicó­logo moderno. Las diferencias entre el psicoanálisis freudiano y las teorías de Jung representan las diferencias entre la psicotera­pia clásica y la moderna. A pesar de que Freud y algunos de sus seguidores sugirieron una revisión bastante radical de la psicolo­gía occidental, sólo Jung puso en cuestión el propio corazón de la misma y sus fundamentos filosóficos: la visión newtoniano-carte­siana del mundo. Como June Singer puntualizó claramente, Jung hizo hincapié en «la importancia del inconsciente en lugar de la conciencia, lo misterioso en lugar de lo conocido, lo místico en lu­gar de lo científico, lo creativo en lugar de lo productivo y lo reli­gioso en lugar de lo profano» (1972).
Jung hizo mucho hincapié en el inconsciente y en su dinámica, pero su concepto del mismo difería radicalmente del de Freud. Para él la psique estaba formada por una interrelación comple­mentaria de sus elementos conscientes e inconscientes, con un in­tercambio y flujo constante de energía entrambos. El inconsciente no era la .chatarrería psicobiológica de las tendencias instintivas desechadas, recuerdos reprimidos y prohibibiciones asimiladas subconscientemente. Lo consideraba como un principio creativo e inteligente, que vinculaba al individuo con la totalidad de la hu­manidad, la naturaleza y el conjunto del cosmos. En su opinión, no sólo está gobernado por el determinismo histórico, sino que también está dotado de una función proyectiva y teleológica.
Estudiando la dinámica específica del inconsciente, Jung (1973a) descubrió ciertas unidades funcionales que optó por de­nominar complejos. Los complejos son constelaciones de elemen­tos psíquicos (ideas, opiniones, actitudes y convicciones) que se agrupan alrededor de un tema central y se relacionan con deter­minados sentimientos. Jung logró rastrear complejos desde áreas biográficamente específicas del inconsciente individual, hasta las pautas originales creadoras de mitos que denominó arquetipos. Descubrió que, en el núcleo de los complejos, los elementos ar­quetípicos están íntimamente entrelazados con diversos aspectos del ambiente físico. Al principio lo interpretó como indicación de que un arquetipo emergente predispone para cierto tipo de es­tructura. Más adelante, al estudiar casos de coincidencias extraor­dinarias o sincronismos que acompañan dicho proceso, llegó a la conclusión de que los arquetipos deben influir de algún modo en la propia esencia del mundo fenoménico. Puesto que parecían re­presentar un vínculo entre la materia y la psique o conciencia, optó por denominarlos psicoides (1960a).
La visión de Jung del ser humano no es la de una máquina bio­lógica. Reconoció que en el proceso de individualización, los hu­manos son capaces de cruzar las endebles fronteras del ego y del inconsciente personal, para vincularse con el sí mismo que es con­mensurativo con toda la humanidad y el conjunto del cosmos. Por consiguiente podemos considerar a Jung como al primer repre­sentante de la orientación transpersonal en la psicología.
Analizando meticulosamente sus propios sueños, los de sus pacientes y las fantasías e ilusiones de los psicóticos, Jung descu­brió que los sueños contienen comúnmente imágenes y motivos que no sólo aparecen en lugares totalmente dispersos por todo el planeta, sino que también se repiten a lo largo de la historia de la humanidad. Llegó a la conclusión de que, además del inconscien­te individual, existe un inconsciente colectivo o racial, compartido por toda la humanidad, que constituye una manifestación de la fuerza creativa cósmica. La religión comparativa y la mitología universal pueden interpretarse como fuentes únicas de informa­ción sobre los aspectos colectivos del inconsciente. Según Freud, cabe interpretar los mitos en términos de los problemas y conflic­tos característicos de la infancia, y su universalidad refleja lo co­mún de la experiencia humana. Jung halló esta explicación ina­ceptable. Observó repetidamente que los motivos mitológicos universales, o mitologemas, se manifestaban entre individuos con un desconocimiento absoluto del tema. Esto le sugirió la existen­cia de elementos estructurales forjadores de mitos en la psique in­consciente, de donde emanaba la vida fantaseosa y los sueños de los individuos, así como la mitología de los pueblos. Por consi­guiente los sueños pueden interpretarse como mitos individuales y los mitos como sueños colectivos.
A lo largo de su vida, Freud mostró un profundo interés en la religión y la espiritualidad. Creía que en general era posible alcan­zar una comprensión racional de un proceso irracional y tendía a interpretar la religión, en términos de conflicos sin resolver de la etapa infantil del desarrollo psicosexual. En contraste con Freud, Jung estaba dispuesto a aceptar lo irracional, lo paradójico, e in­cluso lo misterioso. Tuvo muchas experiencias religiosas a lo largo de la vida, que le convencieron de la realidad de la dimensión es­piritual en el esquema universal de las cosas. La suposición básica de Jung era la de que el elemento espiritual forma parte orgánica e integral de la psique. La auténtica espiritualidad es un aspecto del inconsciente colectivo, independiente de la programación in­fantil y de la formación cultural o educativa del individuo. Por consiguiente, si la autoexploración y el análisis alcanzan suficiente profundidad, los elementos espirituales emergen espontáneamen­te en la conciencia.
Jung (1956) difería también de Freud en su visión del concepto central del psicoanálisis, el de la libido. No la consideró como una fuerza estrictamente biológica encaminada a una descarga mecá­nica, sino como una fuerza creativa de la naturaleza, o principio cósmico comparable al élan vital. La auténtica apreciación de la espiritualidad por parte de Jung y su visión de la libido como fuer­za cósmica hallaron también expresión en un concepto único de la función de los símbolos. Para Freud un símbolo era una expresión análoga, o alusoria, de algo ya conocido. En el psicoanálisis, se usa una imagen en lugar de otra, habitualmente de naturaleza se­xual prohibida. Jung disentía con este uso del término símbolo y se refería a los símbolos freudianos con el nombre de signos. Para él, un verdadero símbolo apunta más allá de sí mismo, a un nivel superior de la conciencia. Constituye la mejor formulación posi­ble de algo desconocido, de un arquetipo que no puede ser repre­sentado más clara o específicamente.
Lo que verdaderamente convierte a Jung en el primer psicoló­go moderno es su método científico. El enfoque de Freud era es­trictamente histórico y determinista; se proponía hallar explica­ciones racionales para todos los fenómenos psíquicos e identificar sus raíces biológicas, siguiendo las cadenas de causalidad lineal. Jung era consciente de que la causalidad lineal no es un principio de conexión obligatorio en la naturaleza. Inventó el concepto de sincronismo (1960b), principio de conexión acausal, que hace referencia a coincidencias significativas de sucesos separados en el tiempo y/o en el espacio. Estaba profundamente interesado en el desarrollo de la física moderna y se mantenía en contacto con sus representantes más destacados.8 El deseo de Jung de entrar en el reino de lo paradójico. lo misterioso y lo inefable, incluía tam­bién una predisposición hacia las grandes filosofías espirituales orientales, los fenómenos psíquicos, el I Ching y la astrología.
Las observaciones de la psicoterapia con LSD han confirmado repetidamente la mayoría de sus admirables conjeturas. A pesar de que ni siquiera la psicología analítica cubre adecuadamente toda la gama de fenómenos psicodélicos, entre todos los sistemas de psicoterapia profunda es la que menos revisiones o modifica­ciones necesita. En el nivel biográfico, la descripción de Jung dé los complejos psicológicos (1973a) es bastante similar a la de los sistemas COEX, sin que ambos conceptos sean idénticos Tanto él como sus seguidores eran conscientes de la importancia del pro­ceso muerte-renacimiento, y estudiaron y analizaron ejemplos de dicho fenómeno en diversas culturas, desde los antiguos misterios griegos, hasta los ritos de paso de numerosas culturas aborígenes. Sin embargo, la contribución más fundamental de Jung a la psico­terapia consiste en su reconocimiento de las dimensiones espiri­tuales de la psique y en sus descubrimientos en los reinos trans­personales.
La información procedente de la investigación psicodélica y del trabajo experiencial profundo contribuye en gran parte a de­mostrar la existencia del inconsciente colectivo y de la dinámica de las estrucutas arquetípicas, la visión de Jung de la naturaleza de la libido, su distinción entre el ego y el sí mismo, el reconoci­miento de la función creativa y expectativa del inconsciente, y el concepto del proceso de individuación. Todos estos elementos se confirman independientemente en el trabajo psicodélico, incluso con sujetos poco sofisticados y no familiarizados con las teorías de Jung. Este tipo de material emerge también frecuentemente en sesiones con LSD dirigidas por terapeutas que no son seguidores de Jung, o que carecen de formación en sus métodos. De un modo más específico, la literatura de la psicología analítica es sumamen­te útil para la comprensión de diversas imágenes y temas arquetí­picos que emergen espontáneamente en las sesiones experiencia­les y que reflejan el nivel transpersonal del inconsciente. El trabajo experiencial profundo ha corroborado también independiente­mente las observaciones de Jung sobre lo significativo del sincro­nismo.
Las diferencias entre los conceptos presentados en esta obra y las teorías de Jung son relativamente pequeñas, comparadas con las amplias correspondencias. También se ha mencionado que el sistema COEX es similar, aunque no idéntico, a la descripción de Jung de un complejo psicológico. La psicología de Jung está do­tada, en general, de una buena comprensión del proceso muerte­renacimiento como tema arquetípico, pero parece no percibir ni reconocer su posición especial, así como las características especí­ficas y significativas que lo distinguen de todos los demás. Los fenó­menos perinatales, con su énfasis en el nacimiento y en la muerte, representan un vínculo fundamental entre los reinos individual y transpersonal. Las experiencias de la muerte y renacimiento son instrumentales en la disociación filosófica del individuo, de una identificación exclusiva con la unidad ego-cuerpo y con la organi­zación biológica. La confrontación experiencia) profunda de este nivel de la psique está típicamente asociada a una grave amenaza contra la supervivencia y a la lucha entre la vida y la muerte. Las experiencias de muerte-renacimiento están dotadas de una impor­tante dimensión biológica; van habitualmente acompañadas de una amplia gana de dramáticas manifestaciones fisiológicas, tales como poderosas descargas motrices, sensación de ahogamiento, angustia y trastornos. cardiovasculares, pérdida de control de la vejiga, vómitos y náuseas, hipersalivación y abundante sudor.
En las técnicas de Jung, más sutiles que en la terapia psicodéli­ca o en algunos de los nuevos y poderosos enfoques experiencia­les, el énfasis radica en las dimensiones psicológica, filosófica y es­piritual, mientras que raramente, o casi nunca, llega a ocuparse de los componentes psicosomáticos. Asimismo, el análisis de Jung parece prestar escasa atención a los aspectos biográficos de los fe­nómenos perinatales. En la psicoterapia experiencial, uno siem­pre se encuentra con una amalgama de recuerdos detallados del nacimiento y sus temas arquetípicos concomitantes. Tanto en la teoría como en la práctica de la psicología analítica, los recuerdos concretos de sucesos del parto parecen jugar un papel insignifi­cante.
En el reino transpersonal, la psicología de Jung parece haber explorado ciertas categorías experienciales bastante detallada­mente, mientras que otras han sido totalmente olvidadas. Entre las áreas descubiertas y profundamente estudiadas por Jung y sus seguidores, se encuentra la dinámica de los arquetipos y del in­consciente colectivo, la capacidad psíquica de elaboración de mi­tos, ciertos tipos de fonómenos psíquicos y los vínculos sincróni­cos entre procesos psicológicos y la realidad fenoménica. Parece no haber reconocimiento genuino de las experiencias transperso­nales, por medio de las cuales se establece contacto con diversos aspectos del mundo material. A éstas pertenece, por ejemplo, la identificación auténtica con otra gente, animales, plantas o proce­sos orgánicos, así como la experiencia de sucesos históricos, filo­genéticos, geofísicos o astronómicos, que pueden facilitar acceso a nueva información sobre diversos aspectos de la «realidad obje­tiva». Dado el profundo interés y erudición de Jung con relación a las filosofías espirituales orientales, es asombroso que olvidara y se despreocupara casi por completo de los fenómenos de encarna­ciones anteriores, que son de una importancia fundamental en toda psicoterapia experiencial profunda.
La última destinción importante entre el análisis de Jung y los enfoques de esta obra, la terapia psicodélica y la integración holo­nómica, consiste en el énfasis en la experiencia profunda y direc­ta, dotada de dimensiones tanto psicológicas como físicas. Si bien el componente biológico aparece en su forma más dramática en conexión con los fenómenos perinatales, diversas experiencias de naturaleza biográfica y transpersonal pueden tener también mani­festaciones somáticas significativas. Constituyen ejemplos impor­tantes las muecas, voces y conducta auténticamente infantiles, o la presencia del instinto de succión en la regresión temporal; pos­turas, movimientos y sonidos específicos que acompañan a la identificación animal; y los movimientos frenéticos, «la máscara de la maldad», o incluso los vómitos proyectantes relacionados con la aparición de un arquetipo demoníaco. A pesar de dichas di­ferencias, en general los jungianos parecen ser los mejor equipa­dos para asimilar el material descrito en este libro, siempre y cuando sean capaces de adaptarse a la forma dramática de los fe­nómenos que tienen lugar en la terapia psicodélica, las sesiones de integración holonómica, o en la práctica de otros enfoques expe­rienciales profundos.
Otro sistema de psicoterapia interesante e importante es la psicosíntesis, elaborada por el fallecido psiquiatra italiano Rober­to Assagioli (1976), perteneciente originalmente a la escuela freu­diana y uno de los pioneros del psicoanálisis en Italia. Sin embar­go, en su tesis doctoral escrita en 1910, manifestó sus importantes objeciones al enfoque de Freud y habló de los efectos y limitacio­nes del psicoanálisis. En los años siguientes, Assagioli esbozó un modelo ampliado de la psique y desarrolló la psicosíntesis, como nueva técnica terapéutica y de autoexploración. Su sistema con­ceptual se basa en la suposición de que el individuo está en cons­tante proceso de crecimiento, actualizando su potencial oculto. Se centra en los elementos positivos, creativos y alegres de la natura­leza humana y hace hincapié en la importancia de la función de la voluntad.


La cartografía de Assagioli de la personalidad humana guarda cierto parecido con el modelo de Jung, ya que incluye los reinos espirituales y los elementos colectivos de la psique. El sistema es complejo y consta de siete constituyentes dinámicos. El bajo in­consciente dirige las actividades psicológicas básicas, tales como los instintos primitivos y los complejos emocionales. El incons­ciente medio, donde se asimilan las experiencias antes de llegar a la conciencia, parece corresponder aproximadamente al precons­ciente freudiano. El reino superconsciente es la sede de los senti­mientos y capacidades superiores, tales como intuiciones e inspiraciones. El campo de la conciencia comprende sentimientos, pensamientos e impulsos analizables. El punto de pura conciencia se denomina a sí mismo consciente, mientras que el sí mismo su­perior es el aspecto del individuo que existe independientemente de la conciencia de la mente y del cuerpo. Todos estos componen­tes quedan entonces incluidos en el inconsciente colectivo. Un concepto importante en la psicosíntesis de Assagioli es el de las subpersonalidades, estructuras dinámicas de la personalidad hu­mana, con existencia relativamente independiente. Las más co­munes están relacionadas con los papeles que interpretamos en la vida, tales como el de hijo, padre, amante, doctor, profesor y oficial.
El proceso terapéutico de la psicosíntesis se desenvuelve en cuatro etapas consecutivas. Al principio el paciente aprende so­bre diversos elementos de su personalidad. El próximo paso con­siste en la desidentificación de dichos elementos y la subsiguiente habilidad para controlarlos. Después de que el paciente haya lle­gado a descubrir gradualmente su centro de unificación psicológi­co, es posible alcanzar la psicosíntesis, caracterizada por la cul­minación del proceso de autorrealización e integración de los sí mismos alrededor del nuevo centro.
El enfoque de este libro comparte con la psicosíntesis el énfa­sis espiritual y transpersonal, y la idea de que ciertos estados cali­ficados actualmente de psicóticos, pueden ser interpretados más adecuadamente como crisis espirituales, dotadas de un potencial de crecimiento y transformación de la personalidad (Assagioli, 1977). Otra similitud importante es el concepto de adquirir con­trol de diversos aspectos de la psique, mediante la experiencia plena e identificación de los mismos.
La mayor diferencia entre ambos enfoques radica en el trata­miento de los aspectos oscuros y dolorosos de la personalidad. Si bien comparto el énfasis de Assagioli en el potencial creativo, su­perconsciente y radiante de la psique, en mi experiencia, la con­frontación directa de su lado oscuro, cuando éste se manifiesta durante el proceso de autoexploración, es beneficioso y contribu­ye a la curación, la apertura espiritual y la evolución de la concien­cia. Por el contrario, cuando sólo se hace hincapié en los aspectos superficiales, sin problemas y alegres de la vida, existen ciertos problemas. Puede utilizarse al servicio de la represión y como ne­gación de la sombra, manifestándose posiblemente en formas y colores menos evidentes, o distorsionando el proceso espiritual. El resultado final puede consistir en diversas aberraciones espiri­tuales, desde la exagerada y disuasiva caricatura de una persona espiritual, hasta la tiranía y el control de los demás, en nombre de los valores transpersonales. Parece preferible enfocar la explora­ción interna con un espíritu de «realismo trascendental», con la disposición de interrelaciones dialécticas y complementarias de términos opuestos.
Al igual que el análisis de Jung, la psicosíntesis parece centrar­se en los aspectos emocionales, perceptivos y cognoscitivos del proceso, sin reconocer adecuadamente sus componentes biológi­cos. Al centrarse en el lenguaje simbólico de la psique, parece pe­car también de negligencia, con relación a esas experiencias trans­personales que representan un reflejo directo de elementos espe­cíficos del mundo fenoménico. Algunas de las subpersonalidades que, en un ejercicio de fantasía, pueden parecer estructuras in­trapsíquicas más o menos abstractas, en el proceso de autoexplo­ración con el uso de psicodélicos o de control de la respiración y música, serían descifradas como auténticos reflejos de- matrices ancestrales, filogenéticas, raciales y de encarnaciones anteriores, o como verdaderas experiencias de la conciencia de otras perso­nas, animales, u otros aspectos del mundo fenoménico. Así pues, además de juguetear con formas simbólicas humanas, animales y naturales, la psique individual también parece capaz de extraer in­formación del conjunto del mundo fenoménico, presente, pasado y futuro, archivado holográficamente.
La mayor diferencia práctica entre la psicosíntesis de Assagioli y las estrategias presentadas en esta obra consistirían en el grado de estructura formal y dirección por parte del terapeuta. Mientras que la psicosíntesis ofrece un amplio sistema de ejercicios altamente estructurados, el enfoque que aquí se propone hace hincapié en la activación no específica del inconsciente y en la dependencia en la aparición espontánea del material que refleje la dinámica autóno­ma de la psique del paciente.
El mérito de la primera formulación explícita de los principios de la psicología transpersonal corresponde a Abraham Maslow, cuyo papel en el desarrollo de los movimientos psicológicos hu­manístico y transpersonal ha sido ya descrito. A estas alturas es pertinente hablar de aquellos aspectos de su trabajo directamente relacionados con la teoría transpersonal, comparándolos con las observaciones de la terapia psicodélica y del trabajo experiencia) -profundo sin drogas.
Una de las contribuciones perdurables de Maslow es su estu­dio de individuos que han tenido espontáneamente experiencias místicas o «cumbre», según las denominó (1964). En la psiquiatría tradicional, las experiencias místicas se tratan habitualmente en el contexto de psicopatologías graves, interpretándolas como sínto­mas de un proceso psicótico. En su amplio y meticuloso estudio, Maslow logró demostrar que las personas que tenían experiencias «cumbre» espontáneamente, con frecuencia se beneficiaban de las mismas, mostrando una tendencia clara a la «autorrealización» o «autoactualización». Sugirió que dichas experiencias podían ser supernormales, en lugar de subnormales o anormales, y esta­bleció los fundamentos de una nueva psicología basada en dicho hecho.
Otro aspecto importante del trabajo de Maslow consistió en su análisis de las necesidades humanas y su revisión de la teoría del instinto. Sugirió que las necesidades superiores representaban un aspecto genuino e importante de la estructura de la personalidad humana y que no se las podía considerar como derivadas de los instintos básicos, ni reducidas a tales. Según él, las necesidades superiores desempeñan un importante papel en la salud y enfer­medad mental. Los valores superiores (metavalores) y los impul­sos que nos inducen a perseguirlos (metamotivaciones) forman parte intrínseca de la naturaleza humana; reconocerlo es absolu­tamente necesario para que cualquier teoría de la personalidad humana sea significativa (Maslow, 1969).
Las observaciones de la terapia experiencial profunda han aportado un fuerte apoyo a las teorías de Maslow. Las experien­cias unitivas extáticas que tienen lugar en este contexto, si están debidamente integradas, aducen consecuencias beneficiosas que corresponden minuciosamente a las descripciones de los estudios de Maslow de las experiencias «cumbre» espontáneas. Su poten­cial curativo es incomparablemente superior al de cualquier arma disponible en el arsenal de la psiquiatría moderna y no hay absolutamente razón alguna para tratarlas como fenómenos pa­tológicos.
Además, el modelo básico de Maslow de la personalidad hu­mana recibe un fuerte apoyo por parte de la terapia experiencial. Sólo las primeras etapas del proceso, cuando los sujetos experi­mentan traumas biográficos y perinatales, parecen corresponder a la lúgubre imagen de Freud de los seres humanos, empujados por poderosas fuerzas instintivas procedentes del infierno del incons­ciente individual. A partir del momento en que el proceso sobre­pasa la experiencia de la muerte del ego y entra en los reinos transpersonales, se descubren fuentes intrínsecas de espiritualidad y sentimientos cósmicos, más allá de la pantalla de negatividad. Los sujetos adquieren acceso a un nuevo sistema de valores y motivaciones, independientes de los instintos básicos, que cum­plen las condiciones de los metavalores y metamotivaciones de Maslow (1969).
Existen paralelismos de largo alcance entre los conceptos pre­sentados en este libro y la polémica dianética y cientología de Ron L. Hubbard. La comparación de ambos sistemas, puesto que exis­ten muchas diferencias además de similitudes, requeriría un estu­dio especial. Lamentablemente, la extraordinaria y profunda per­cepción de Hubbard ha sido desacreditada por su aplicación prác­tica en una organización estructural dudosa, carente de credibili­dad profesional y comprometida por su dedicación a la persecu­ción del poder. Sin embargo, este hecho no debe disminuir su va­lor para un investigador sin prejuicios, que descubrirá en la cien­tología una mina de ideas brillantes. Klaus Gormsen y Jorgen Lumbye, en un ensayo especial (1979), muestran las comparacio­nes entre los descubrimientos de Hubbard y las observáciones de la investigación psicodélica. Aquí nos limitaremos a resumir algu­nos de los puntos más importantes.
La cientología es el único, entre los demás sistemas psicológi­cos, que hace hincapié en la importancia psicológica de los trau­mas físicos, como lo demuestra el trabajo con LSD y la terapia ho­lotrópica. Hubbard hace una distinción entre los «engramas» (re­gistros mentales de momentos de dolor físico e inconsciencia) y los «secundarios» (imágenes mentales portadoras de emociones tales como aflicción e ira). La fuerza de los secundarios procede de los engramas, cuya naturaleza es más fundamental, ya que re­presentan la fuente más profunda de los problemas psicológicos. Entre otros paralelismos se encuentra el reconocimiento de la im­portancia primordial del trauma del nacimiento y de las influen­cias prenatales (incluida la experiencia de la concepción), los re­cuerdos ancestrales y evolutivos (o según Hubbard los denomina, las «experiencias de orden genético») y el énfasis en los fenóme­nos de encarnaciones anteriores.
A lo largo de la última década, la psicología transpersonal ha experimentado un crecimiento y una expansión permanentes. En­tre sus representantes más destacados se encuentran Ángeles Arrien, Arthur Deikman, James Fadiman, Daniel Goleman, El­mer y Alyce Green, Michael Harner, Arthur Hastings, Jean Houston, Dora Kalff, Jack Kornfield, Stanley Krippner, Lawren­ce LeShan, Ralph Metzner, Claudio Naranjo, Thomas Roberts,
June Singer, Charles Tart, Frances Vaughan, Roger Walsh y Ken Wilber. Todos ellos han contribuido significativamente a este campo y lo han convertido de un modo definitivo en una actividad científica respetable. Si bien en los primeros años el movimiento transpersonal estaba bastante aislado, ahora ha establecido cone­xiones significativas con descubrimientos revolucionarios de otras disciplinas, como ya hemos descrito. Dichas conexiones han cristalizado en la Asociación Transpersonal Internacional (ATI), cuyo énfasis es explícitamente interdisciplinario e inter­nacional.
Para concluir, parece apropiado definir la relación existente entre la práctica de la psicología transpersonal y los enfoques psi­coterapéuticos más tradicionales. Como lo ha puntualizado clara­mente Frances Vaughan (1980), lo que caracteriza al terapeuta transpersonal no es el contenido, sino el contexto; el paciente es quien determina el contenido. El terapeuta transpersonal se ocu­pa de todos los sucesos que emergen a lo largo del proceso tera­péutico, incluidos los asuntos mundanos, los datos biográficos y los problemas existenciales. Lo que en realidad define la orienta­ción transpersonal es el modelo de la psique humana que recono­ce la importancia de las dimensiones espirituales o cósmicas y el potencial evolutivo de la conciencia. Independientemente del ni­vel de la conciencia en el que se centre el proceso terapéutico, el terapeuta transpersonal conserva la conciencia de la totalidad de la gama y está dispuesto a seguir al paciente, en cualquier momen­to, hacia nuevos reinos experienciales, cuando la oportunidad se presenta.

4. LA ARQUITECTURA DE LOS
DESORDENES EMOCIONALES

Las observaciones de la psicoterapia con LSD y de otras técni­cas experienciales sin el uso de drogas, han aportado nuevos co­nocimientos a la polémica conceptual reinante entre las escuelas rivales de psicología profunda, facilitando una percepción interna única de la estructura compleja y de múltiples niveles de diversos síndromes psicopatológicos. El desplegamiento espontáneo, rápi­do y elemental, del proceso terapéutico que caracteriza la mayor parte de dichas innovaciones en la psicoterapia, minimiza las dis­torsiones y restricciones impuestas al paciente en el transcurso de las formas terapéuticas verbales. El material que emerge,a través de estos nuevos enfoques, parece reflejar con mayor aúfenticidad las verdaderas constelaciones dinámicas, subyacentes en los sínto­mas clínicos, sorprendiendo frecuentemente al terapeuta, en lu­gar de manifestar su parcialidad conceptual.
En general, la arquitectura de la psicopatología que se mani­fiesta con estas nuevas técnicas es infinitamente más compleja y ramificada que la de los modelos de cualquier escuela individual de psicología profunda. A pesar de que cada una de las estructu­ras conceptuales de dichas escuelas es correcta en un sentido limi­tado, ninguna describe a la perfección la auténtica situación. Para reflejar adecuadamente la red de procesos inconscientes, subya­centes en las condiciones psicopatológicas propias de la psiquia­tría clínica, es preciso recurrir a la cartografía ampliada de la psi­que descrita anteriormente, que no sólo incluye el nivel biográfico analítico-recordativo, sino las matrices perinatales y la gama com­pleta del dominio transpersonal.
Las observaciones de las psicoterapias experienciales sugieren claramente que son pocos los síndromes emocionales y psicoso­máticos, que puedan explicarse exclusivamente a partir de la diná­mica del inconsciente individual. Dado que las escuelas psicotera­péuticas no reconocen fuentes de psicopatología transbiográficas, su modelo de la mente humana es muy superficial e incompleto. Además, los terapeutas de dichas escuelas no alcanzan una efica­cia plena con sus pacientes, al no utilizar los poderosos mecanis­mos terapéuticos disponibles en los niveles perinatal y transpersonal. Existe una amplia gama de problemas clínicos, con raíces profundas en la dinámica del proceso muerte-renacimiento que están significativamente relacionados con el trauma del nacimien­to y el miedo de la muerte y se puede influir terapéuticamente en ellos confrontándolos experiencialmente con el nivel perinatal del inconsciente. Por consiguiente, los sistemas psicoterapéuticos que incorporan la dimensión perinatal cuentan, ceteris paribus, con un potencial terapéutico muy superior al de los que se limitan a la ex­ploración y manipulación biográfica.
Sin embargo, muchos problemas emocionales, psicosomáticos e interpersonales están dinámicamente anclados en los reinos transpersonales de la psique humana. Sólo los terapeutas que re­conozcan el poder curativo de las experiencias transpersonales y respeten las dimensiones espirituales de la psique humana, po­drán aspirar al éxito con pacientes cuyos problemas estén com­prendidos en esta categoría. En muchos casos, los síntomas y sín­dromes psicopatológicos manifiestan una estructura dinámica compleja de múltiples niveles, y están vinculados significativa­mente a todas las áreas principales del inconsciente: biográfica, perinatal y transpersonal. Para tratar con eficacia los problemas de este género, el terapeuta debe estar dispuesto a reconocer y confrontar sucesivamente el material procedente de cada uno de dichos niveles, lo que exige una enorme flexibilidad, así como in­dependencia de la ortodoxia conceptual.
En la presentación de la nueva visión profunda de la «arqui­tectura de la psicopatología», comenzaré por ocuparme de los problemas de la sexualidad y de la agresividad, debido a que estos aspectos de la vida humana han jugado un papel fundamental en las especulaciones teóricas de Freud y de muchos de sus seguido­res. En las siguientes secciones se describirán los trastornos emo­cionales específicos, incluidas las depresiones, psiconeurosis, en­fermedades psicosomáticas y las psicosis.

Variedades de la experiencia sexual: disfunciones, desviaciones y formas transpersonales del eros

El instinto sexual, o libido, con sus múltiples manifestaciones y transformaciones, desempeña un papel extremadamente signi­ficativo en las especulaciones psicoanalíticas. Freud, en su estu­dio clásico Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (1953a),
rastreó retrospectivamente los problemas de la sexualidad huma­na hasta sus orígenes en las primeras etapas del desarrollo psico­sexual infantil. Postuló que el niño atraviesa distintas etapas suce­sivas de organización libidinosa, asociada cada una de ellas a un de las zonas erógenas. Así pues, en el transcurso de la evoluciói psicosexual, el niño comienza por obtener satisfacción instintiva primaria con las actividades orales y, más adelante, con las funcio­nes anales y uretrinas, con el aprendizaje de la utilización del re­trete. Durante el período de la crisis edípica, la atención libidino­sa se traslada a la zona fálica, y el pene o el clítoris se convierten en el foco dominante. Si el desarrollo es normal, los instintos par­ciales del individuo (oral, anal y uretrino) quedan integrados en esta etapa bajo la hegemonía del instinto genital.
Las influencias traumáticas e interferencias psicológicas en di­versas etapas de este desarrollo pueden causar fijaciones y conflic­tos susceptibles de convertirse más adelante en perturbaciones de la vida sexual y psiconeurosis específicas. Freud y sus seguidores han elaborado una compleja taxonomía dinámica, vinculando ciertos trastornos emocionales y psicosomáticos específicos, con las fijaciones de diversas etapas del desarrollo libidinoso y con la historia del ego. En la práctica cotidiana del psicoanálisis, la im­portancia de dichos vínculos fijos ha sido repetidamente confir­mada por las asociaciones libres de los pacientes. Con el fin de que cualquier teoría suponga un reto para el sistema explicativo del psicoanálisis, debe ocuparse del porqué cierto tipo de datos es­pecíficos sexuales y biográficos parecen demostrar la existencia de vínculos concretos con diversos síndromes psicopatológicos y debe ofrecer una interpretación alternativa convincente de este hecho.
Examinando de cerca la historia del psicoanálisis, comproba­mos que varios seguidores de Freud sintieron la necesidad de mo­dificar las ideas que propugnó en sus Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad. Quedó claramente demostrado que las descrip­ciones de Freud de las etapas individuales del desarrollo libidi­noso, así como sus inferencias psicopatológicas, representaban abstracciones ideales que no.se ajustaban con exactitud a las ob­servaciones de la práctica psicoanalítica cotidiana. En la realidad clínica de pacientes psiquiátricos, los problemas relacionados con diversas zonas erógenas no aparecen en forma pura, sino íntima­mente entremezclados. Por ejemplo, muchos pacientes tienden a bloquear el orgasmo sexual, por temor a perder el control de la vejiga urinaria; por razones anatómicas, dicho temor es mucho más común entre las mujeres. En otros casos, el miedo a abandonarse en un orgasmo sexual está asociado a la preocupación de que escapen inadvertidamente gases intestinales, o incluso a la de defecar involuntariamente. En algunos pacientes, el análisis de los factores subyacentes en la incapacidad de alcanzar una erec­ción o un orgasmo revelan un miedo inconsciente primitivo y pro­fundamente arraigado a que la pérdida de control equivalga a de­vorar a la pareja, o a ser devorado por ella.
Sandor Ferenczi intentó explicar estos y otros problemas clíni­cos semejantes, en su extraordinario ensayo «Thalassa» (1938). Postuló que las actividades originalmente separadas en las zonas erógenas individuales pueden manifestar una fusión secundaria y una superposición funcional, que denominó anfimixis. Coinci­diendo básicamente con las teorías de Otto Rank (1929), Ferenczi estaba también convencido de que para alcanzar una compren­sión psicológica completa de la sexualidad es preciso incluir la ten­dencia inconsciente a deshacer el trauma del nacimiento y regre­sar al útero materno. Sin embargo, su idea era todavía más revo­lucionaria que la de Rank, reconociendo, más allá de la tendencia regresiva intrauterina, un deseo filogenético más profundo de re­gresar a las condiciones reinantes en el océano primigenio.
Wilhelm Reich (1961) aceptó en líneas generales el énfasis de Freud en el instinto sexual, pero lo vio casi como una fuerza hi­dráulica, que debía liberarse por medio de la manipulación ener­gética directa, si se deseaban alcanzar efectos terapéuticos.
Cabe mencionar otras dos revisiones importantes de la teoría sexual de Freud, por parte de sus discípulos. La psicología de Al­fred Adler hizo primordialmente hincapié (1932) en el complejo de inferioridad y en el afán de poder. Para él la sexualidad estaba subordinada al complejo de poder. Sin embargo, la crítica más amplia de la teoría sexual freudiana fue la de Carl Gustav Jung (1956), para quien la libido no era una fuerza biológica, sino la manifestación de un principio cósmico, comparable al élan vital.
Las observaciones de la terapia psicodélica y de algunas de las técnicas experienciales sin el uso de drogas presentan la sexuali­dad y los problemas sexuales desde un punto de vista completa­mente nuevo. Todo parece indicar que dichos problemas son mucho más complejos de lo que sospechaba cualquier teoría ante­rior. Mientras el proceso de autoexploración se mantiene centra­do en el nivel biográfico, el material experiencial emergente de di­chas sesiones terapéuticas parece apoyar la teoría freudiana. Sin embargo, en pacientes con trastornos y desviaciones sexuales y mientras las sesiones se centren primordialmente en temas bio­gráficos sólo se observan resultados terapéuticos significativos en raras ocasiones. Los pacientes que intentan resolver sus proble­mas sexuales, tarde o temprano, descubren las raíces más profun­das de sus dificultades en el nivel de la dinámica perinatal o inclu­so en los diversos reinos transpersonales.
Las condiciones que incluyen una reducción considerable, o ausencia total, de impulso libidinoso y apetito sexual, se relacio­nan típicamente con las depresiones profundas.' Como veremos más adelante, esto normalmente indica una conexión dinámica profunda con la MBP 2. Cuando un individuo se encuentra bajo la influencia de la segunda matriz perinatal, experimenta un aisla­miento emocional completo con relación al medio ambiente y un bloqueo total del flujo de energía; ambas condiciones impiden en la práctica el desarrollo de interés sexual y la experiencia de la ex­citación sexual. En dichas circunstancias, es frecuente oír que la actividad sexual es lo último en el mundo por lo que el individuo se interesaría. Sin embargo, en esta condición emerge frecuente­mente material sexual del presente o del pasado, que el individuo analiza en un contexto negativo de culpabilidad y asco agonizan­tes. Ocasionalmente, los estados depresivos con ausencia de inte­rés sexual pueden tener también raíces transpersonales.
La mayoría de las alteraciones y desviaciones de la sexualidad están conectadas psicogenéticamente con la MBP 3. Para com­prender este vínculo, es preciso analizar la relación profunda exis­tente entre la pauta del orgasmo sexual y la dinámica de dicha ma­triz. Las cantidades extremas de tensión libidinosa y las de energía impulsiva en general constituyen una de las características más importantes de la última etapa del proceso muerte-renacimiento, y un aspecto intrínseco e integrante de la MBP 3. Dicha tensión puede adoptar la forma de energía indiferenciada, impregnando la totalidad del organismo, o manifestarse además de un modo más concentrado en las zonas erógenas del individuo: oral, anal, uretral o genital.
Como se ha descrito anteriormente, la fenomenología de la tercera matriz perinatal combina elementos de la lucha titánica, las tendencias destructivas y-autodestructivas, una mezcla sado­masoquista de impulsos agresivos y eróticos, diversas desviacio­nes sexuales, temas demoníacos y preocupaciones escatológicas. Además, esta combinación extraordinariamente rica de emocio­nes y sensaciones tiene lugar en el contexto de una profunda con­frontación con la muerte y con el nacimiento revivido, que produ­ce un enorme dolor físico y una gran angustia vital. Las conexiones citadas representan las bases naturales para el desarrollo de todas las condiciones clínicas, en las que la sexualidad está íntima­mente vinculada a, y contaminada por, la angustia, la agresión, el sufrimiento, la culpabilidad, o la preocupación por material bioló­gico tal como la orina, las heces, la sangre, o las emunciones geni­tales. La activación simultánea de todas las zonas erógenas, en el contexto del desenvolvimiento perinatal, explica también la razón por la cual muchos trastornos clínicos se caracterizan por una su­perposición funcional de actividades en las áreas oral, anal, ure­tral y genital.
La interconexión funcional profunda de las principales zonas erógenas en el contexto del parto biológico, tanto para la madre como para el recién nacido, se pone claramente de manifiesto en las situaciones en que la madre no precisa ningún enema ni catete­rización. En estas circunstancias, la madre sólo puede experimen­tar una poderosa liberación sexual orgásmica, acompañada de ex­pulsión de gases, defecación y micción. Asimismo, el hijo puede manifestar micción refleja y defecación fetal, o meconio. Si inclui­mos la intensa activación de la zona oral y la participación de los músculos masticadores que tiene lugar, tanto la madre como el hijo, durante las últimas etapas del proceso del nacimiento, así como la acumulación y liberación de energía sexual en el hijo ge­nerada por la asfixia y por intenso dolor, tenemos la imagen de una amalgama funcional y experiencial completa de todas las acti­vidades principales que Freud denomina erógenas.'
Las observaciones clínicas que Sandor Ferenczi intentó rela­cionar con la fusión secundaria de instintos parciales, o anfimixis, refleja simplemente el hecho de que el desarrollo sucesivo de acti­vidades freudianas en las zonas erógenas, se sobreimpone a la di­námica de las matrices perinatales, donde dichas funciones se acti­van simultáneamente. La clave principal para una comprensión profunda de la psicología y la psicopatología del sexo radica en el hecho de que, en el nivel perinatal del inconsciente, la sexualidad está íntima e inseparablemente conectada con las sensaciones y emociones asociadas tanto al nacimiento como a la muerte. Cual­quier enfoque teórico o práctico de los problemas sexuales que omita este vínculo fundamental y trate de la sexualidad indepen­dientemente de estos dos aspectos fundamentales de la vida será necesariamente incompleto, superficial y de eficacia limitada.
La asociación del sexo con el nacimiento y con la muerte, así como la profunda implicación de energía sexual en el proceso psi­cológico muerte-renacimiento, no son fáciles de explicar. Sin em­bargo, es incuestionable la existencia de dicho vínculo, como lo ilustran numerosos ejemplos antropológicos, históricos, mitológi­cos y clínico-psiquiátricos. El énfasis en la tríada nacimiento-sexo­muerte parece constituir el común denominador de los ritos de paso de diversas culturas preindustriales, los misterios templarios, los rituales de las religiones extáticas y la iniciación en sociedades secretas. En la mitología, divinidades masculinas que representan la muerte y el renacimiento, tales como Osiris y Shiva, son repre­sentados frecuentemente con un falo erecto; asimismo, existen importantes divinidades femeninas cuyas funciones reflejan estas mismas conexiones. La diosa Kali en la India, Astarté en Oriente Medio y Tlacolteutl en la cultura precolombina, constituyen ejemplos importantes. Observaciones de las parteras muestran que la experiencia del parto tiene un componente sexual muy im­portante, además de la poderosa presencia del temor a la muerte. Este vínculo no parece particularmente misterioso, dado que la zona genital es instrumental en el proceso del parto y el poso de la criatura produce evidentemente un fuerte estímulo del útero y de la vagina, con una poderosa acumulación y subsecuente libera­ción de tensión. Asimismo, el temor a la muerte es claramente ló­gico, dada la importancia biológica del parto que en ciertas oca­siones pone en peligro la vida de la madre.

Sin embargo, no está nada clara la razón por la cual el hecho de revivir el propio nacimiento incluye un fuerte componente se­xual. Parece que este vínculo refleja la existencia de un profundo mecanismo fisiológico propio del organismo humano, como lo in­dican numerosos ejemplos de diversas áreas. Así, la agonía física extrema, especialmente asociada a una asfixia severa, tiende a generar una intensa excitación sexual e incluso éxtasis religioso. Muchos pacientes psiquiátricos que han intentado suicidarse col­gándose y que han sido rescatados en el último momento, han de­clarado retrospectivamente que un nivel elevado de asfixia les ha­bía producido una enorme excitación sexual. También es sobra­damente sabido que los reos ejecutados suelen tener erecciones e incluso eyaculaciones durante la agonía terminal. Los pacientes afectados por el denominado síndrome del cautiverio experimen­tan una fuerte necesidad de liberarse sexualmente, en conexión con el confinamiento físico y la asfixia. Otros se sirven de pañue­los o cuerdas atados a clavos, manecillas de las puertas o ramas de los árboles, con el fin de masturbarse mientras experimentan la sensación de estrangulamiento.
Al parecer, todos los seres humanos, si se les somete a torturas físicas y emocionales extremas, tienen la capacidad de ir más allá del sufrimiento y alcanzar un extraño estado de éxtasis (Sargant, 1957). Este hecho lo demuestran las observaciones de los campos de concentración nazis, donde se practicaron experimentos bes­tiales con seres humanos, los informes de Amnistía Internacional, los de los soldados norteamericanos torturados por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, o los de los prisioneros de guerra en Corea y en Vietnam. Asimismo, los miembros de sectas religiosas que practican la flagelación, se han torturado severa­mente a sí mismos o a sus superiores a través de los tiempos, para provocar fuertes sentimientos libidinosos, arrebatos de éxtasis y finalmente la experiencia de la unión con Dios. La trascendencia experiencial del sufrimiento inhumano de la tortura y muerte de los mártires por motivos religiosos cae también en esta categoría. Podrían mencionarse muchos otros ejemplos en los que la auto­mutilación, la tortura, el sacrificio, la sexualidad, la provocación del miedo y las maniobras escatológicas se combinan en una ex­traña amalgama experiencial, integrada a ceremonias religiosas o pseudorreligiosas.
Existen además otras observaciones similares relacionadas con la psicología de las guerras, revoluciones y sistemas totalita­rios. Se ha comprobado que el ambiente de peligro vital en las ba­tallas sangrientas tiende a inducir excitación sexual en muchos sol­dados. Asimismo, la liberación del impulso agresivo y sexual en situaciones bélicas parece estar asociado con elementos perinata­les. Los discursos de los líderes militares y políticos en las declara­ciones de guerra e incitando las masas a revoluciones sangrientas están repletos de metáforas pertenecientes al nacimiento biológi­co. El ambiente de los campos de concentración combina elemen­tos sexuales, sádicos y escatológicos de la forma más inusual. Las inferencias sociopolíticas de estos hechos se analizan detallada­mente en el capítulo ocho.
Una posible base neurofisiológica de dichos fenómenos po­drían constituirla la organización anatómica y las características funcionales del sistema límbico del cerebro. Esta parte arcaica del sistema nervioso central contiene áreas íntimamente relacionadas entre sí, unas instrumentales en la autoconservación del organismo y asociadas por consiguiente con la agresión, y otras que juegan un papel importante en la conservación de la especie, relacionadas por tanto con la sexualidad. Es concebible que ambos centros se estimu­len simultáneamente, o que la excitación de uno se extienda al otro.
La copiosa gama de fenómenos relacionados. con la sexualidad humana, no podrá ser descrita ni explicada de un modo adecuado, mientras las especulaciones teóricas sigan limitándose a elemen­tos de naturaleza biológica y a factores psicológicos determinados biográficamente. Las observaciones de la psicoterapia psicodélica demuestran sin ningún lugar a dudas que, subjetivamente, la se­xualidad puede experienciarse a muchos niveles de conciencia diferentes y de muchos modos distintos, aunque sus manifesta­ciones biológicas, fisiológicas y de conducta puedan parecerle bastante similares a un observador externo. La comprensión am­plia de la sexualidad es imposible sin un conocimiento íntimo de la dinámica de los niveles perinatal y transpersonal del incons­ciente.
A continuación me concentraré en las experiencias y compor­tamientos sexuales, analizándolos a la luz de las observaciones de la investigación moderna sobre la conciencia, realizada tanto con como sin drogas psicodélicas. Los problemas en cuestión caen dentro de las categorías temáticas: 1) sexualidad <normal»; 2) transtornos y mal funcionamiento de lá vida sexual; J) variacio­nes, desviaciones y perversiones sexuales; 4) formas transperso­nales de la sexualidad.

1. Sexualidad «normal». A pesar de que se reconoce general­mente que para una experiencia sexual plena es necesaria una función biológica más que meramente adecuada, los criterios mé­dicos actuales de normalidad sexual son en cierto modo mecáni­cos y limitados. En los mismos no se incluyen elementos tales como un profundo respeto por la pareja, una sensación de siner­gia y reciprocidad emocional, o sentimientos de amor y unidad en la interacción cotidiana entre la pareja, o durante la relación se­xual. Generalmente se considera suficiente para un funciona­miento sexual adecuado, que el varón sea capaz de desarrollar una erección y mantenerla durante un tiempo razonable antes de la eyaculación. Asimismo, se espera que las mujeres reaccionen en la situación sexual con una lubricación adecuada de los genita­les, así como la habilidad de alcanzar un orgasmo vaginal. El con­cepto de normalidad para ambos sexos incluye también la prefe­rencia heterosexual y un grado suficiente de apetito sexual para realizar el acto sexual con una frecuencia estadísticamente esta­blecida.
Los sujetos que reciben tratamiento con LSD y los individuos sometidos frecuentemente a psicoterapia experiencial experimen­tan frecuentemente cambios sexuales profundos durante el tratamiento. Tarde o temprano, su comprensión de la sexualidad se amplía considerablemente y hallan los criterios mencionados superficiales, insuficientes y problemáticos. Descubren que el orgasmo sexual, masculino o femenino, no es un fenómeno abso­luto; es decir, que hay muchos grados de intensidad de dicha ex­periencia y de completamiento de liberación. En muchos casos, individuos que, antes de la terapia, creían tener orgasmos sexua­les adecuados, experimentan un aumento sorprendente de la po­tencia orgásmica. Esto está generalmente relacionado de un modo directo con una nueva capacidad de someterse al proceso y de abandonarse, que tiene lugar como consecuencia de las expe­riencias de muerte-renacimiento y de unidad cósmica.
Otro importante descubrimiento incluye el hecho de que nues­tra definición actual de sexo normal ni tan sólo excluye la conta­minación severa de la situación sexual por una preocupación de dominio y sumisión, el uso del sexo para diversas metas no sexua­les y maniobras relacionadas prioritariamente con la sensación de autoestimación, más que con la gratificación sexual. En nuestra cultura, individuos de ambos sexos utilizan comúnmente con­ceptos y terminología militares para referirse a las actividades se­xuales. Interpretan la situación sexual en términos de victoria o derrota, conquistando o penetrando la pareja y, a la inversa, su­friendo derrota y violación, así como triunfando o fracasando. En dicha situación, la preocupación por quién seduce o gana, no pue­de por menos que ofuscar la gratificación sexual.
Asimismo, las ventajas materiales, el progreso profesional, la categoría social, la fama o el poder pueden sobreponerse por completo a los motivos eróticos más auténticos. Cuando el sexo está subordinado a la autoestimación, el interés sexual por la pa­reja puede desaparecer por completo cuando la «conquista» se ha logrado, o puede que el número de gente seducida pase a ser más importante que la calidad de la interacción. Además, el hecho de que la pareja sea inalcanzable o esté profundamente comprometi­da con otra persona puede convertirse en un elemento decisivo de atracción sexual.
Según la introspección alcanzada gracias a la terapia psicodéli­ca, la competición, las maniobras en las que participa la autoesti­mación, la falta de respeto hacia la pareja, la autoexplotación o el énfasis mecánico en la descarga de tensión durante la interacción sexual representan graves distorsiones y reflejan una trágica falta de comprensión de la naturaleza de la unión sexual. Esta contami­nación de la sexualidad cuenta habitualmente con importantes de­terminantes biográficos, es decir, recuerdos traumáticos específi­cos de la infancia. Sin embargo, las raíces de dichos problemas es­tán siempre profundamente arraigadas en el nivel perinatal del in­consciente. Cuando se descarga la energía perinatal y se desglosa e integra el contenido de las matrices perinatales, los individuos adquieren automáticamente una comprensión sinergística y com­plementaria del sexo.
Para las personas que han alcanzado tal nivel de integración, está perfectamente claro que en una interacción sexual genuina no pueden haber victorias ni pérdidas selectivas. Dado que por definición se trata de una situación complementaria que incluye la satisfacción mutua de diversas categorías de necesidades, ambos componentes de la pareja son ganadores o perdedores, según las circunstancias. Se puede experimentar la sexualidad en muchos contextos diferentes y la misma puede satisfacer una gama com­pleta de necesidades organizadas jerárquicamente, desde biológi­cas hasta trascendentales. La interacción sexual centrada exclusi­vamente en las necesidades primitivas, más que un problema de inferioridad moral es síntoma de ignorancia y oportunidades per­didas. Las formas elevadas de comunicación sexual, que satisfa­cen la totalidad de la gama de necesidades humanas, tienen nece­sariamente un énfasis espiritual que incluyen dimensiones arque­típicas, como en el caso del sexo oceánico y tántrico, descrito más adelante.

2. Trastornos y malfuncionamientos de la vida sexual. En el transcurso de la psicoterapia con LSD y otras formas de trata­miento experimencial profundo, la vida sexual de los pacientes su­fre cambios dramáticos. Éstos incluyen experiencias y conducta sexual durante las sesiones terapéuticas y cambios dinámicos que se pueden observar en los intervalos entre tratamientos. En cier­tas etapas de la terapia, diversos trastornos sexuales pueden ser aliviados, desaparecer por completo o sufrir grandes transforma­ciones y modificaciones. Asimismo, la confrontación de ciertas áreas del inconsciente puede asociarse con la aparición de nuevos síntomas y dificultades en la vida sexual, nuevos para el paciente. La observación meticulosa y estudio de estos cambios y oscilacio­nes dinámicas ofrece una perfección única de la estructura diná­mica del funcionamiento y mal funcionamiento sexual.
Ya se ha mencionado que la influencia dinámica de la MPB 2 está asociada con la supresión profunda de la vida sexual. Cuando el paciente experimenta elementos de la segunda matriz perinatal hacia el final de la sesión terapéutica, sin llegar a resolverlos, en los intervalos posteriores a la sesión puede manifestar síntomas de depresión reprimida, caracterizada por una carencia total de libi­do y desinterés por el sexo. Además, en dichas circunstancias todo lo relacionado con la sexualidad puede ser percibido como ilícito, sucio, pecaminoso, repugnante y plagado de culpabilidad. A pesar de que se pueden hallar más determinantes biográficos superficiales, que aparentemente explicarían la presencia de di­cho problema, el contexto terapéutico en el que ocurre sugiere que está arraigado en la MPB 2.
La mayoría de los trastornos funcionales del sexo parecen es­tar relacionados con la dinámica de la tercera matriz perinatal y pueden entenderse lógicamente a partir de las características bási­cas descritas en el capítulo dos. Cuando, en el último período de una sesión terapéutica, una persona se halla bajo la influencia de la faceta sexual de la MPB 3 y no alcanza una solución en la trans­misión a la MPB 4, esto puede conducirla a un gran incremento del apetito sexual, denominado clínicamente «satiriasis» o «ninfo­manía». En dicho estado, el insaciable deseo de permanente inte­racción sexual se relaciona típicamente con una sensación de libe­ración incompleta y falta de satisfacción después del orgasmo se­xual. Esto representa, por consiguiente, una curiosa combinación de hipersexualidad e impotencia orgánica. Examinándolo más de cerca, es evidente que esta situación sólo aparenta ser sexual a ni­vel superficial; en realidad, es pseudosexual y tiene muy poca re­lación con el sexo en un sentido más estricto. La clave del proble­ma estriba en que el individuo está inundado por la energía peri­natal que necesita ser descargada por cualquier medio posible. Dada la similitud entre la pauta del orgasmo sexual y el orgasmo del parto, los genitales, en estas circunstancias, se convierten en el canal ideal para la descarga periférica de dicha energía. Dado que las reservas de energía periférica son enormes, ni la interacción sexual repetida ni los orgasmos logran liberarla, ni producir satis­facción.
No es inusual, en dichas circunstancias, que un varón pueda realizar el acto sexual hasta quince veces en una sola noche, alcan­zando un orgasmo completo pero insatisfactorio en cada una de ellas. Transcurridos pocos minutos del coito, la energía perinatal presente en cantidades enormes suele crear un estado de tensión suficiente para inducir una erección e iniciar nuevamente el acto sexual. Este tipo de hipersexualidad, tanto en los hombres como en las mujeres, se asocia frecuentemente con la promiscuidad.
Esto parece estar relacionado con el hecho de que, debido a la ca­rencia de liberación orgásmica, el acto sexual es insatisfactorio. En estas circunstancias es común culpar a la pareja, en lugar de re­conocer que el problema se debe a una saturación de energía peri­natal. El cambio frecuente de pareja parece también reflejar cier­ta tendencia a compensar la íntima autoestimación, asociada típi­camente con el desenvolvimiento perinatal, así como una fuerte tendencia al comportamiento errático causado por las caóticas energías que necesitan liberarse.
Si la intensidad de la energía perinatal es excesiva, se puede percibir la posibilidad de la descarga como extremadamente peli­grosa, a pesar de que dicho peligro puede no estar claramente definido. En dichas circunstancias, el individuo puede sentir pro­fundo temor a perder el control de dichas fuerzas elementales y bloquear inconscientemente la experiencia sexual. Dado que la pauta de descarga en la energía perinatal está intrínsecamente vin­culada al orgasmo sexual de la pareja, dicha situación coduce. para el hombre, a la incapacidad de alcanzar o mantener un--a erección y, para la mujer, a la ausencia de orgasmo sexual; condiciones co­nocidas en la vieja psiquiatría y el lenguaje cotidiano como «impo­tencia» y «frigidez». Tradicionalmente, la impotencia se interpre­ta como síntoma de deficiencia de energía o carencia de potencia masculina y la frigidez como ausencia de sensibilidad erótica y de reacción sexual. Sin embargo, estos conceptos son completa­mente erróneos y, en realidad, no pueden estar más alejados de la verdad.
La causa de la impotencia y la frigidez de origen psicogénico es exactamente la opuesta: un tremendo exceso del impulso enérgi­co sexual. El problema no es sólo la enorme cantidad de dichos sentimientos y sensaciones, sino además el hecho de que no ex­presan solamente energía sexual pura, sino matizada con energía perinatal. En consecuencia, dicha energía se asocia con impulsos sadomasoquistas, angustia vital, culpabilidad profunda, temor a la pérdida de control, y un conglomerado de síntomas psicosomá­ticos, característicos de la MPB 3. Estos incluyen el miedo a la as­fixia, angustia cardiovascular, dolores musculares y espasmos in­testinales, calambres uterinos y preocupación por la pérdida de control de la vejiga o del esfínter anal. A fin de cuentas, esta ener­gía representa la gestalt incompleta del parto y un estado orgánico de amenaza vital.
La persona que sufre de impotencia o frigidez, por consiguien­te, no carece de energía sexual, sino que está literalmente sentada sobre un volcán de fuerzas instintivas. Dado que, en dichas cir­cunstacias, el orgasmo sexual no se puede experimentar aislada­mente de las mencionadas fuerzas, el abandono orgásmico libera­ría un infierno experiencial. El miedo inconsciente del orgasmo y de la pérdida del control se convierten entonces en equivalentes al miedo a la muerte y a la destrucción.
Esta nueva interpretación de la frigidez y la impotencia está apoyada por la dinámica de los cambios terapéuticos observados en el transcurso de tratamientos afortunados. Cuando el exceso de energía perinatal se descarga en una situación no sexual estruc­turada, se puede observar el desarrollo de hipersexualidad pasaje­ra (satiriasis o ninfomanía) antes de que el paciente alcance un es­tado en el que la energía sexual restante pueda ser cómodamente controlada en un contexto sexual. Finalmente, cuando durante el proceso de muerte-renacimiento el individuo experimenta ele­mentos de la MPB 4 y MPB 1, alcanza un plena competencia se­xual y, además, su capacidad orgásmica suele alcanzar niveles inu­sualmente elevados.
En la literatura psicoanalítica, el problema de la impotencia se relaciona íntimamente con el complejo de castración y con el con­cepto de vagina dentata, lo que supone que la vagina es un órgano peligroso capaz de causar la muerte o la frustración. Estos temas merecen una atención especial desde el punto de vista de la carto­grafía ampliada del inconsciente, que incluye el nivel perinatal. Hay ciertos aspectos del complejo de castración, que el psicoaná­lisis clásico, con su orientación biográfica, no ha logrado explicar de un modo satisfactorio. El complejo de castración está presente en ambos sexos. Freud suponía que los varones tenían auténtico miedo de perder el pene, mientras que las mujeres creían incons­cientemente que lo habían tenido y lo habían perdido por su mala conducta. Intentó relacionar este concepto con las tendencias ma­soquistas y la mayor tendencia a la culpabilidad propia de las mu­jeres. Otro aspecto en el hecho del complejo de castración consis­te en que, inconscientemente, la castración parece equipararse con la muerte. Incluso aunque uno acepte que el pene, psicológi­camente, está enormemente sobrestimado, su equiparación con la vida tiene poco sentido. Además, en la libre asociación con pa­cientes psicoanalíticos, la asfixia, separación y pérdida de control parecen ser imágenes que tienen lugar en relación íntima con la castración (Fenichel, 1945).
Las observaciones de la psicoterapia con LSD aportan solucio­nes inesperadas a estas inconsistencias. Según éstas, el temor a la castración representa tan sólo un aspecto superficial y biográfico, y una elaboración secundaria de un problema mucho más funda­mental. La mayor profundidad del proceso terapéutico alcanzada gracias al efecto catalizador de las sustancias psicodélicas, o de otras poderosas técnicas sin el uso de drogas, revelarán inevitable­mente que el temor a la castración tiene sus raíces en el corte del cordón umbilical. Derivándose por consiguiente, del trauma bio­lógico y psicológico fundamental de la existencia humana, perti­nente a la vida y a la muerte. Es habitual que los temas relacio­nados típicamente con la castración, tales como el recuerdo de la circuncisión o de adhesiones prepuciales quirúrgicas, induzcann a revivir la crisis umbilical. Esto va regularmente acompañado de dolores intensos en el ombligo, que se extienden hacia la pelvis, proyectándose al pene, testículos y vejiga urinaria. Los mismos se asocian frecuentemente con el temor a la muerte, asfixia y cam­bios peculiares en la anatomía del cuerpo. En las mujeres, la crisis umbilical está típicamente motivada por recuerdos de infecciones urinarias, abortos y legración uterina. La razón por la que puede existir una superposición experiencial y confusión entre las sensa­ciones umbilicales perinatales y el dolor genital o urinario parece radicar en la incapacidad para localizar los dolores pélvicos con claridad, lo que suele ser generalmente cierto, particularmente en las primeras etapas de su desarrollo.
El hecho de cortar el cordón umbilical representa la separa­ción final del organismo materno y, por consiguiente, una transi­ción biológica de significado fundamental. A continuación, el nuevo ser debe alcanzar una reconstrucción anatómica y fisiológi­ca completa; debe crear su propio sistema de suministro de oxíge­no, de evacuación de productos de desecho e ingestión de comida. Cuando nos damos cuenta de que los temores de castración están relacionados con el recuerdo específico de un hecho biológico, significativo a nivel de vida y muerte, en lugar de la pérdida imagi­naria de los genitales, es fácil comprender algunas de sus caracte­rísticas hasta entonces misteriosas, antes mencionadas. Queda in­mediatamente claro que estos temores tengan lugar en ambos se­xos estrechamente relacionados con la angustia de la separación, intercambiables por el miedo a la muerte y a la aniquilación y su­gieren la pérdida de la respiración y la asfixia.
Además, el famoso concepto freudiano de la vagina dentata aparece de pronto con una claridad completamente nueva, al ex­tender la cartografía más allá de los reinos biográficos e incluir las matrices perinatales. En la literatura psicoanalítica, la representación inconsciente de la vagina como órgano peligroso capaz de causar daño, castrar o matar, se trata como si fuera una fantasía absurda e irracional de la ingenua infancia. Una vez aceptada la posibilidad de que el recuerdo del nacimiento esté grabado en el inconsciente, esto se convierte en una evaluación realista. El par­to es un hecho serio y potencialmente peligroso, durante el cual los genitales femeninos han matado numerosos seres, o han esta­do a punto de hacerlo.
Para un varón cuyo recuerdo del trauma del nacimiento esté demasiado cerca de la superficie, la imagen de la vagina como ór­gano asesino es tan compulsiva, que es incapaz de contemplarlo o acercarse al mismo como fuente de placer. Es preciso revivir el recuerdo traumático y experienciarlo antes de que quede libre el camino hacia las mujeres como objetos sexuales. Una hembra psi­cológicamente cercana al recuerdo de su nacimiento tendrá difi­cultad en aceptar su propia feminidad, sexualidad y funciones re­productivas, porque relaciona el hecho de ser mujer con el de po­seer una vagina, con la tortura y con el asesinato. Para sentirse có­moda con su sexualidad y su papel femenino, se verá obligada a revivir el recuerdo del trauma de su nacimiento.

3. Variaciones, desviaciones y perversiones sexuales. La inclu­sión de la dinámica perinatal en la cartografía de los procesos in­conscientes ofrece soluciones inesperadas a problemas que han plagado el psicoanálisis prácticamente desde sus orígenes. La cla­ve de esta nueva comprensión es la fenomenología de la MPB 3, matriz que incluye una asociación íntima de la explicación sexual con la angustia, el dolor físico, la agresión y la escatología. Fue so­bre todo la existencia del sadomasoquismo lo que puso en cues­tión la creencia de Freud sobre la hegemonía del principio de pla­cer en la psique humana. Si la persecución de placer fuera el único estímulo y la fuerza motivadora de la vida mental, sería induda­blemente difícil de explicar la búsqueda tenaz y persistente de su­frimiento físico y emocional que caracteriza a los pacientes maso­quistas. Esto se convirtió en el verdadero quid de las especulacio­nes teóricas de Freud, que le obligó finalmente a cambiar radical­mente la estructura del psicoanálisis, incluyendo en el mismo el polémico concepto de pulsión de muerte, o tanatos.
Las especulaciones sobre el instinto de muerte en conexión con el sadomasoquismo reflejaban la visión intuitiva de Freud, se­gún la cual dicho fenómeno clínico tiene una importancia profun­da relacionada con la vida del hombre. Por consiguiente, no puede justificarse a partir de situaciones biográficas relativamente superficiales, en las que la agresión y el dolor están íntimamente relacionadas. Las explicaciones ofrecidas por algunos psicoanalis­tas se centran en traumas que no facilitan un modelo convincente de la profundidad de los impulsos sadomasoquistas. Las teorías de Kuéera (1959) relacionando el sadomasoquismo con la experien­cia del crecimiento de los dientes, cuando los esfuerzos activos por morder se convierten en dolorosos, constituyen un buen ejemplo de ello. Sin embargo, no fue sólo la combinación de ten­dencias destructivas activas y pasivas en el sadomasoquismo lo confuso en el psicoanálisis, sino la curiosa fusión de agresión y se­xualidad. El modelo de las matrices perinatales puede facilitar una explicación muy lógica de los aspectos más destacados de di­cho trastorno.
En el desarrollo del proceso perinatal, las manifestaciones y experiencias tanto sádicas como masoquistas aparecen con gran constancia y pueden relacionarse de un modo bastante natural con ciertas características del proceso del nacimiento.'ÉB dolor fí­sico, la angustia y la agresión se combinan en la MPB 3, córi una excitación sexual intensa, de cuya naturaleza y origen ya se ha ha­blado. En un recuerdo del' proceso del nacimiento, el asalto intro­yectado de las fuerzas uterinas coincide y se alterna con la agre­sión activa orientada hacia el exterior, representando una reac­ción contra dicha amenaza vital. Eso explica no sólo la fusión de la sexualidad y la agresión, sino el hecho de que el sadismo y el ma­soquismo sean dos lados de la misma moneda y constituyan una unidad clínica, el sadomasoquismo.
La necesidad de crear una situación sadomasoquista y exterio­rizar el complejo experiencia) inconsciente descrito puede inter­pretarse no sólo como conducta sintomática sino como un intento de expurgar e integrar la impresión traumática original. La razón por la cual dicho esfuerzo no tiene éxito y no conduce a la autocu­ración es su ausencia de introspección, perfección interna y con­cienciamiento de la naturaleza del proceso. El complejo experien­cial es revivido y aplicado a una situación externa, en lugar de ser confrontado internamente y reconocido como hecho histórico.
Los individuos que experiencian elementos de la MPB 3 mani­fiestan todos los elementos típicos del sadomasoquismo, tales como la alternación entre el papel de víctima sufridora y el de agresor cruel, la necesidad de recogimiento físico y dolor, y la ruptura de un peculiar éxtasis volcánico, que representa una mez­cla de agonía e intenso placer sexual. Se ha mencionado anteriormente que el potencial para trascender el sufrimiento extremo y alcanzar el éxtasis, parece formar parte intrínseca de la estructura de la personalidad humana, a pesar de que se expresa con mayor claridad en los pacientes sadomasoquistas.
Algunos casos extremos de patología sexual criminal, tales como violaciones, asesinatos sádicos y necrofilia, delatan clara­mente raíces perinatales definitivas. Los individuos que experi­mentan los aspectos sexuales de la MPB 3 suelen manifestar el he­cho de que dicha etapa del proceso del nacimiento tiene muchas características en común con la violación. Esta comparación es muy significativa si se tienen en cuenta las características esencia­les experienciales de la violación. Para la víctima, incluye un ele­mento de peligro grave, angustia vital, dolor extremo, constreñi­miento físico, la lucha por librarse del agresor, asfixia y la excita­ción sexual impuesta. La experiencia del violador incluye, por consiguiente, la contrapartida de dichos elementos: poner en peli­gro, amenazar, agredir, reprimir, asfixiar y forzar la excitación se­xual. Si bien la experiencia de la víctima tiene muchos elementos en común con los del naciente en el canal del parto, el violador ex­terioriza y pone en acción las fuerzas introyectadas del canal del parto, al mismo tiempo en que se venga de la madre reemplazan­te. Debida a esta similitud entre la experiencia de la violación y la del parto, la víctima sufre un trauma psicológico que no sólo refle­ja el impacto de la-situación inmediata, sino además el colapso de las defensas que la protegen del recuerdo del nacimiento biológi­co. Los frecuentes problemas emocionales a largo plazo, subsi­guientes a las violaciones, obedecen probablemente a la aparición en la conciencia de emociones perinatales y manifestaciones psi­cosomáticas.
La relación con la tercera matriz perinatal es todavía más evi­dente en caso de asesinatos sádicos, que están íntimamente rela­cionados con las violaciones. Además de una descarga conjunta de impulsos sexuales y agresivos, estos actos incluyen los elemen­tos de la muerte, mutilación, desmembración e indulgencia esca­tológica en la sangre e intestinos, lo que supone una asociación ca­racterística con el hecho de revivir las últimas etapas del naci­miento. Como veremos más adelante, la dinámica del suicidio sangriento está íntimamente relacionada con el asesinato sádico. con la única diferencia de que en el primer caso el individuo adop­ta el papel de víctima, mientras que en el segundo, el de agresor. A fin de cuentas, ambos papeles representan aspectos separados de la misma personalidad, el de agresor que refleja la introyección de la opresión y fuerzas destructivas del canal del parto, y el de víctima, con sus recuerdos de las emociones y sensaciones del na­cimiento.
Una combinación similar de elementos, aunque en proporcio­nes ligeramente diferentes, parece subrayar la imagen clínica de la necrofilia. Esta aberración cubre una amplia gama de fenómenos, desde la excitación sexual ante la presencia de cadáveres, hasta las actividades sexuales propiamente dichas con cadáveres, en los de­pósitos, funerarias y cementerios. El análisis de la necrofilia reve­la la misma combinación peculiar de sexualidad, muerte, agresión y escatología, características de la tercera matriz perinatal.
A pesar de que uno siempre puede hallar hechos en la biogra­fía específica del individuo, instrumentales en el desarrollo de la necrofilia, éstos no constituyen sus causas sino tan sólo las condi­ciones necesarias o factores precipitativos. Es imposible alcanzar una comprensión auténtica de dichos problemas sin reconocer el papel primordial de la dinámica perinatal.
La necrofilia tiene lugar en muchas formas y modos'-diversos, desde los relativamente inofensivos, hasta los manifiestamente criminales. Sus variedades más superficiales incluyen la excitación sexual producida por la presencia de un cadáver o la atracción por los cementerios, las tumbas u objetos relacionados con las mis­mas. Las formas más graves de necrofilia se caracterizan por un profundo deseo de entrar en contacto físico con los cadáveres, olerlos o saborearlos, y en el hecho de hallar placer en la putrefac­ción y descomposición. La próxima etapa consiste en la manipula­ción de los cadáveres con un énfasis sexual, que culmina en el coi­to con los difuntos. En casos extremos de perversión sexual, se mezcla el abuso sexual de los cadáveres con la mutilación, des­membración del cuerpo y el canibalismo.
Las observaciones del trabajo clínico con LSD nos facilita tam­bién una nueva comprensión de desviaciones sexuales peculiares tales como la coprofilia, la coprofagia y la urolagnia. Los indivi­duos que manifiestan dichas aberraciones obtienen gratificación con materiales biológicos considerados habitualmente repulsivos, se excitan sexualmente gracias a los mismos y suelen incorporar funciones excretorias en su vida sexual. En casos extremos, activi­dades tales como la micción o defecación, cubrirse con heces, co­mer excrementos y beber orina pueden convertirse en una condi­ción necesaria para alcanzar satisfacción sexual. La combinación sexual e indulgencia escatológica es un hecho bastante común, tanto entre pacientes psiquiátricos como en sujetos normales, durante las últimas etapas del proceso de muerte-renacimiento. Di­cha experiencia parece reflejar el hecho de que, en los partos anti­guos, cuando no se utilizaba la cateterización ni las enemas, mu­chos recién nacidos experimentaban un contacto íntimo con las heces y la orina, la sangre, las mucosidades y el líquido fetal; ma­teriales biológicos evidentemente comunes en el nacimiento.
Mis experiencias clínicas con ese tipo de pacientes indican cla­ramente que una profunda raíz de este problema la constituye la fijación en el recuerdo del momento del nacimiento. Las bases na­turales de esta desviación aparentemente extrema y peculiar radi­can en el hecho de que el paciente, en su nacimiento, haya experi­mentado contacto oral con heces, orina, sangre o mucosidades, en un momento en que después de largas horas de agonía y peligro vital, la cabeza se libera de la opresión del canal del parto. El con­tacto íntimo con dichas materias se convierte, por consiguiente, en el símbolo fundamental de la experiencia orgásmica.
Según la literatura psicoanalítica, el niño siente originalmente atracción hacia varias materias biológicas, por las que sólo secun­dariamente desarrolla aversión, como consecuencia de las in­fluencias paternas y sociales. Las observaciones de la investiga­ción psicodélica sugieren que éste no es necesariamente siempre el caso. Las actitudes más profundas hacia las materias biológicas parecen establecerse durante la experiencia del nacimiento. Se­gún las circunstancias específicas del parto, dicha actitud puede ser extremadamente positiva o negativa.
Parece no caber duda de que existe una gran diferencia entre que, por una parte, el recién nacido se encuentre simplemente con mucosidades o heces como símbolos y concomitantes de la li­beración física y emocional o, por otra parte, que emerja del canal del parto asfixiado por dichas materias y que se deba librar de las mismas por medio de técnicas de reanimación. En numerosos ca­sos de partos caseros incontrolados, los pacientes mantuvieron contacto con dichas materias biológicas durante mucho tiempo antes de recibir ayuda; la precisión de estos recuerdos revividos en sesiones psicodélicas ha sido después verificada en entrevistas con las madres de los pacientes. Por consiguiente la situación del nacimiento está dotada de un potencial de encuentros tanto posi­tivos como negativos con dichas materias biológicas y la experien­cia específica del individuo constituirá entonces las bases de una elaboración biográfica posterior.
Los mismos factores que subrayan las antedichas aberraciones operan a su vez, de un modo más sutil, en las circunstancias de la vida cotidiana. Así pues, el recuerdo de la asociación con materias biológicas durante la experiencia del nacimiento puede determi­nar la actitud del hombre hacia el sexo oral-genital. Es bien sabi­do que las reacciones ante la cunnilingus cubre una amplia gama, desde un asco y aversión profunda, hasta la preferencia y atrac­ción irresistible. No cabe duda de que en el nivel más profundo, dichas actitudes están determinadas por la experiencia del contac­to oral con la vagina materna en el momento del nacimiento.
Asimismo, la reacción de ambos sexos ante el contacto con las membranas mucosas de la boca y lengua a la hora de besarse, no sólo están determinadas por recuerdos de la infancia, sino por el contacto con la membrana mucosa vaginal durante el parto. La in­tolerancia de la mujer ante el peso físico de la pareja durante el coito, así como la aversión al fuerte abrazo, está basada en su re­sistencia a enfrentarse a la combinación de sensaciones caracterís­ticas de la MPB 3. Asimismo, una de las razones importantes de la profunda aversión al fellatio parece consistir en el recuerdo de la mezcla de excitación sexual y asfixia durante el nacimiento.
A Sexual Profile of Men in Power, por Janus, Bess y Saltus (1977) ilustra ampliamente dichos temas. Este estudio está basa­do en más de 700 horas de entrevistas con prostitutas de clase alta de la costa Este de Estados Unidos. Al contrario de otros investi­gadores, los autores estaban menos interesados en las personali­dades de las prostitutas, que en las costumbres y preferencias de sus clientes. Entre los mismos se encontraban muchas personali­dades importantes de la política, los negocios y la jurisprudencia en Norteamérica.
Las entrevistas manifestaron que sólo una pequeña minoría de sus clientes se interesaban por las actividades sexuales sin compli­cación. La mayoría preferían las desviaciones eróticas y el «sexo sofisticado». Muchos se interesaban por las ataduras, la flagela­ción y otras formas de tortura. Algunos clientes estaban dispues­tos a pagar mucho dinero para poner en práctica complejas esce­nas sadomasoquistas, tales como la de un piloto norteamericano capturado en la Alemania nazi y sometido a ingeniosas torturas por mujeres bestiales de la Gestapo. Entre las prácticas frecuente­mente solicitadas y altamente cotizadas se encontraba la «lluvia dorada» y el «beso negro», consistentes en ser objeto de micción y defecación en un contexto sexual.' Después del orgasmo se­xual, muchos de estos hombres extraordinariamente ambiciosos e influyentes experimentaban una regresión al estado infantil, durante la que deseaban que se les tuviera en brazos y chupar el dedo de la prostituta, en vivo contraste con la imagen pública que habían intentado proyectar.
Los autores ofrecen interpretaciones estrictamente biográficas y freudianas, relacionando las torturas con los castigos paternos, las «lluvias doradas» y «besos negros» con los problemas vincula­dos al aprendizaje del uso del retrete, las necesidades infantiles con una fijación materna, etc. Sin embargo, examinándolo con mayor atención se descubre que lo que los clientes interpretaban eran típicamente temas perinatales clásicos, en lugar de sucesos de la infancia. La combinación de constreñimiento físico, dolor y tortura, excitación sexual, participación escatológica y la subsi­guiente regresión a la conducta oral constituyen indicaciones in­confundibles de la activación en la MPB 3.
Las conclusiones de Janus, Bess y Saltus merecen especial atención. Les piden al público norteamericano que no esperen que sus políticos y personalidades importantes sean modelos de conducta sexual. Por lo que demuestra su estudio, los impulsos se­xuales excesivos y la inclinación a las desviaciones sexuales están estrechamente vinculadas al grado extremo de ambición, necesa­rio en la sociedad actual para convertirse en una personalidad pú­blica de éxito.
Los autores sugieren una solución al viejo conflicto entre Freud y Adler (concerniente a la primacía del sexo o al deseo de poder como fuerzas dominantes en la psique) proponiendo que no son más que dos lados de la misma moneda. Esto está en per­fecto acuerdo con el modelo perinatal. En el contexto de la MPB 3, un instinto sexual decisivo y un impulso autoafirmativo com­pensan la sensación de desamparo e insuficiencia, y no son más que dos aspectos de la misma experiencia.

La homosexualidad puede ser de muchos tipos y subtipos dife­rentes, indudablemente con abundantes determinantes diferen­tes, por lo que es imposible generalizar sobre la misma. Además, mi experiencia clínica con la homosexualidad ha sido bastante parcial, ya que se ha limitado casi exclusivamente a individuos que se habían sometido voluntariamente a tratamiento, por consi­derar que la homosexualidad era un problema y suponer un grave conflicto para ellos. Había un gran número de personas con prefe­rencias claramente homosexuales, que disfrutaban de su forma de vida, cuyo mayor problema consistía en el conflicto debido a la in­tolerancia social, más que una lucha intrapsíquica. Mis pacientes homosexuales tenían habitualmente otros problemas clínicos, ta­les como depresiones, tendencias suicidas, síntomas neuróticos o manifestaciones psicosomáticas. Estas consideraciones son im­portantes para examinar las siguientes observaciones.
La mayoría de los pacientes homosexuales con los que he tra­bajado eran capaces de formar relaciones sociales con mujeres, sin relacionarse sexualmente con ellas. Durante el tratamiento se podían localizar los orígenes de dicho problema hasta lo que los psicoanalistas denominan «miedo a la castración». Como ya he aclarado, el complejo de castración y la imagen freudiana de la va­gina dentata pueden descifrarse durante la terapia psicodélica como un temor a los genitales femeninos, basado en el recuerdo del trauma del nacimiento. Además de este problema, que puede ser interpretado como un miedo inconsciente de que se repita el papel del naciente, con relación a los genitales femeninos, parece haber otro elemento subyacente en la homosexualidad masculina, basado al parecer en la identificación con la madre partera. Esto incluye una sensación específica de sensaciones características de la MPB 3, es decir, la sensación de un objeto biológico dentro de su propio cuerpo, una combinación de placer y dolor,, puna mez­cla de excitación sexual y presión anal. El hecho de que el Coito anal suele tener un fuerte componente sadomasoquista, muestra además el profundo vínculo existente entre la homosexualidad masculina y la dinámica de la tercera matriz perinatal.
A un nivel más superficial, mis pacientes manifiestan frecuen­temente un profundo deseo de afecto por parte de una figura mas­culina, si bien la auténtica naturaleza de dicho deseo consiste en la necesidad del niño de recibir atención paterna, que en su vida de adulto sólo logra satisfacer en una relación homosexual. También me he encontrado con sujetos homosexuales con conflictos míni­mos relacionados con su vida sexual, que lograron localizar las raíces de sus preferencias sexuales en los reinos transpersonales, tales como una gestalt incompleta en una encarnación femenina anterior, o como varón en la antigua Grecia con preferencias ho­mosexuales.
Mis comentarios relacionados con las tendencias lesbianas de­ben presentarse con reservas similares a las de los varones homo­sexuales, debido a que el grupo de casos estudiados ha sido igual­mente limitado y parcial. En general, la homosexualidad femeni­na parece tener unas raíces psicológicas más superficiales que las de los varones. Un factor importante lo constituye ciertamente el deseo insatisfecho de contacto íntimo con el cuerpo femenino, lo que refleja un período de carencia emocional grave durante la in­fancia. Es interesante el hecho de que los sujetos femeninos frecuentemente experimentan temores homosexuales cuando, du­rante la profunda regresión a la infancia, se acercan a períodos de carencia emocional y comienzan a sentir el fuerte deseo de esta­blecer contacto con otra mujer. Este temor suele desaparecer cuando se dan cuenta de que para una niña, la necesidad de afecto físico por parte de una mujer es perfectamente normal y natural.
Otro componente importante del lesbianismo parece ser la tendencia a regresar psicológicamente al recuerdo de la liberación en el momento del parto, que tuvo lugar en contacto íntimo con los genitales femeninos. Este factor sería esencialmente el mismo del que se ha hablado anteriormente, con relación a la preferencia de los varones heterosexuales por las prácticas oral-genital. Otro elemento relacionado con la memoria del nacimiento podría ser el temor a ser dominado, sometido y violado en el acto sexual. Con mucha frecuencia, experiencias negativas con una figura paterna durante la infancia representan motivos adicionales que inducen a las mujeres a buscar la compañía femenina y evitar la masculina. Por regla general, la homosexualidad femenina parece tener me­nor relación con la dinámica perinatal y con hechos pertinentes a la vida y la muerte, que en el caso de los varones homosexuales con los que he trabajado. Las tendencias lesbianas reflejan un componente perinatal positivo de atracción hacia el organismo materno, mientras que la homosexualidad masculina se relaciona con un recuerdo del peligro vital de la vagina dentata. La mayor tolerancia social hacia el lesbianismo, que hacia las manifestacio­nes homosexuales masculinas, parece apoyar dicha visión.
Aunque el énfasis en la interpretación de las variaciones y des­viaciones sexuales antes descritas radicara en la dinámica perina­tal, no significaría que los sucesos biográficos carezcan de impor­tancia en el desarrollo de dichos fenómenos. En realidad, los fac­tores psicogenéticos de los que habla la literatura psicoanalítica, han sido consistentemente confirmados tanto por el trabajo psico­délico como por la terapia experiencial sin el uso de drogas. La única diferencia entre el punto de vista freudiano y las explicacio­nes presentes, consiste en que los sucesos biográficos no son inter­pretados como causa de dichos problemas, sino como condiciones para su desarrollo. Los aspectos biográficos tienen tanta impor­tancia porque refuerzan selectivamente ciertos aspectos o facetas de la dinámica perinatal, o debilitan profundamente el sistema de defensas que habitualmente impide que la energía y el contenido perinatal emerja en la conciencia. También es importante subra­yar que en muchos casos, las condiciones antes descritas están do­tadas de componentes transpersonales significativos. Es imposi­ble describir los mismos de un modo sistemático y hay que descri­birlos en cada caso individual, por medio del trabajo experiencial imparcial y sin prejuicios.

4. Formas transpersonales de la sexualidad. En las experien­cias sexuales con dimensiones transpersonales, el individuo tiene la sensación de haber trascendido las fronteras de su identidad y de su ego tal como se definen en un estado ordinario de concien­cia. Esto puede incluir la experiencia de uno mismo en un contex­to histórico, étnico o geográfico diferente, o la plena identifica­ción con otras personas, animales o entidades arquetípicas. Este tipo de experiencias pueden ocurrir como fenómenos intrapsíqui­cos, cuando el sujeto no participa en ninguna actividad sexual, sino en un proceso de autoexploración profunda, o pueden tam­bién tener lugar durante la interacción sexual con la pareja. En el segundo caso, el estado alterado de la conciencia puede. preceder al coito (como en el caso de parejas que lo practican bajo el efecto de marihuana o LSD) o puede ser estimulado por el mismo.
En todos estos casos, uno puede experienciar solamente sus propios sentimientos en la situación sexual en la que participa, o tener acceso simultáneo a los estados emocionales y sensaciones físicas de la pareja. Así pues, en numerosas ocasiones los sujetos bajo el efecto de LSD han experienciado lo que parecían ser las sensaciones sexuales de sus madres en el momento de la unión simbiótica del embarazo, parto o lactancia. En algunos casos, las experiencias intrauterinas estaban asociadas con una sensación de presenciar el coito paterno desde el punto de vista del feto, acom­pañadas de una experiencia sexual única y particular. Menos co­munes son los casos en que las personas en un estado no ordinario de conciencia tiene la viva convicción de revivir las experiencias sexuales de uno de sus antepasados. En algunos casos, se trata de un antepasado próximo, tal como los padres o abuelos, sin embar­go, en otros, parece referirse a períodos históricos remotos, con las características de un recuerdo racial. Ocasionalmente, los su­jetos bajo el efecto de LSD se experiencian como participantes en complejos ritos y ceremonias sexuales de distintas culturas, tales como los festivales de la fertilidad, los ritos de paso, la prostitución en los templos antiguos, o las escenas de adoración fálica. Este tipo de experiencias contiene frecuentemente información histórica o antropológica correcta, muy detallada y específica, a la que el sujeto no tenía acceso con anterioridad. Cuando dichos fenómenos carecen de la sensación de un vínculo biológico real con los demás par­ticipantes, pueden ser mejor comprendidos en términos del in­consciente colectivo de Jung. Ocasionalmente pueden ser asocia­dos con la sensación de identidad y un profundo vínculo espiritual entre los protagonistas y están dotados de la calidad experiencial de un recuerdo. Éstas son las características de uno de los grupos más importantes de experiencias transpersonales: recuerdos kár­micos, o de encarnaciones anteriores.
Una categoría fascinante de experiencias sexuales transperso­nales incluye la plena identificación con diversas formas animales. Tanto si se trata de mamíferos, vertebrados inferiores, o inverte­brados, como insectos, moluscos y celenterios,. dichos episodios involucran la imagen corporal correspondiente, así como otras reacciones emocionales y experienciales, y las secuencias de con­ducta correspondiente. Todas las sensaciones parecen estar dota­das de una calidad verdaderamente auténtica, bastante específica y propia de la especie en cuestión, y típicamente fuera del alcance de la fantasía del individuo. Al igual que las experiencias del in­consciente colectivo y racial, están generalmente repletas de gran cantidad de información precisa, muy superior a la adquirida por el sujeto durante su educación y formación.
La información precisa obtenida durante dichos episodios, no sólo puede relacionarse con la psicología animal, la dinámica de los instintos y formas específicas de cortejo, sino que además con­tiene detalles de la anatomía y fisiología sexual, y en algunos casos hasta de su química. Habitualmente, en un momento dado sólo se establece dicha identificación con una forma de vida específica, pero ocasionalmente pueden ser muchas las que se combinan en una compleja experiencia. La constelación resultante parece re­presentar, en tales casos, el arquetipo del coito en la naturaleza, o expresar e ilustrar el poder y belleza sobrecogedores de la unión sexual. Este tipo de experiencia tiene lugar en el contexto del sexo oceánico y durante la divina experiencia unificadora del tipo Shi­va-Shakti (que se describirán más adelante), o en el proceso de apertura del segundo chakra, cuando la energía sexual aparece como la fuerza más dominante del universo. En diversas ocasio­nes los sujetos bajo el efecto de LSD han manifestado sentimien­tos sexuales relacionados con la identificación vegetal, como por ejemplo en el caso de experiencias conscientes asociadas con el proceso de polinación.
Otra forma transpersonal importante y común de experiencia sexual es el coito divino. Existen dos variedades distintas de este interesantísimo fenómeno. En el primero, el individuo tiene la sensación de comunión sexual con la divinidad, pero mantenien­do su identidad personal. Los arrebatos de éxtasis de santa Teresa de Ávila podrían mencionarse en este contexto como ejemplos de dicha experiencia, sin el uso de drogas. Ocurren también estados espirituales similares en la práctica devota del yoga Bhakti. La se­gunda variedad incluye la experiencia sexual de la identificación plena con el ser divino. Puede tener lugar de un modo más o me­nos abstracto, como en la unión cósmica de los principios masculi­no y femenino, que es el caso de la interrelación divina del Yin y Yang en la tradición taoísta. Sus manifestaciones arquetípicas más elaboradas las constituyen la boda mística o hierogamia, la conjunción alquímica misteriosa, o la identificación con un dios o diosa específicos, experienciando la unión sexual con el mismo (como por ejemplo Shiva-Shakti, Apolo-Afrodita o las divinida­des tántricas tibetanas con los shaktis).
Existen tres formas transpersonales de sexualidad tan particu­lares, que merecen un tratamiento especial; la satánica,-la oceáni­ca y la tántrica. La primera, la sexualidad satánica, está psicológi­camente relacionada con el proceso del nacimiento y más especí­ficamente con la MPB 3. Las imágenes y experiencias de orgías satánicas son bastante frecuentes en las últimas etapas del desa­rrollo perinatal. Se caracterizan por una mezcla peculiar de muerte, sexo, agresión, escatología y sentimientos religiosos. En una va­riedad importante de dicho tema, los individuos tienen visiones, o incluso la sensación de participar en complejos rituales de misas negras. El elemento de la muerte es representado por los lugares predilectos donde se realizan: cementerios con tumbas abiertas y ataúdes. Los rituales en sí incluyen la desfloración de vírgenes, el sacrificio de animales o niños pequeños, parejas fornicando en tumbas abiertas y ataúdes, o sobre las entrañas todavía calientes de animales sacrificados y destripados. Son también frecuentes las fiestas diabólicas en cuyo repertorio figuren excrementos, sangre menstrual y fetos destrozados. Sin embargo, el ambiente no es el de una orgía pervertida, sino el de un ritual religioso peculiar de extraordinario poder, al servicio de un dios de la oscuridad. Mu­chos sujetos bajo el efecto de LSD han manifestado independien­temente que la fenomenología de dicha experiencia incluye mu­chos elementos idénticos a los de las últimas etapas del nacimien­to y parece estar significativamente relacionada con el mismo. El denominador común de las orgías satánicas y la culminación del nacimiento biológico es el sadomasoquismo, una fuerte excitación sexual de naturaleza perversa, la inclusión de materias biológicas repulsivas, un ambiente de muerte y horror macabro, y a pesar de ello, la proximidad de lo divino.
Otra variación del mismo tema la constituyen las imágenes del aquelarre y las experiencias asociadas con el mismo. Este arqueti­po es habitualmente accesible en estados inusuales de la concien­cia, como lo manifiesta la historia medieval europea, cuando cier­tas brujas conocían el secreto de las pociones y ungüentos psicoac­tivos. Las plantas utilizadas en dichas preparaciones eran la bella­ dona (Atropa belladonna), el beleño (Hyoscyamus niger), estra­moño (Datura stramonium) y la mandrágora (Mandragora offici­narum), a los que en algunos casos agregaban ingredientes anima­les tales como la piel de un sapo o de una salamandra.' Después de ingerir dicha poción o aplicarse el ungüento en la piel o en la vagina, las brujas experimentaban vivencias relativamente este­reotipadas de participación en el aquelarre.
A pesar de que este fenómeno está bien documentado históri­camente, sorprende que experiencias similares tengan lugar es­pontáneamente en ciertas etapas del proceso psicodélico, o en el transcurso de la psicoterapia experimental sin el uso de drogas. El ambiente general del aquelarre es de una gran excitación de im­pulsos instintivos, considerados habitualmente ilícitos. El elemen­to sexual se representa de forma sadomasoquista, incestuosa y es­catológica. El presidente del aquelarre es el diablo en forma de un enorme macho cabrío negro, llamado Satanás. Éste se ocupa de la desfloración ritual y dolorosa de las vírgenes con su gigantesco pene escamoso, copula indiscriminadamente con todas las muje­res presentes, recibe besos adulatorios en el ano y alenta a los presentes a que participen en orgías desmesuradas de carácter in­cestuoso. Madres e hijos, padres e hijas, hermanos y hermanas participan durante este peculiar ritual en interaccion sexual de­senfrenada.
El elemento escatológico se representa en la forma de una ex­traña fiesta diabólica que incluye materias biológicas tales como sangre menstrual, semen, excrementos y fetos descuartizados como condimentos. Un aspecto característico del aquelarre es la blasfemia, el ridículo y la inversión del simbolismo cristiano. Los niños juegan con asquerosos sapos en las pilas de agua bendita, los sapos se visten con ropa purpúrea, reminiscente de la de los cardenales y participan en la eucaristía. Las hostias utilizadas en la comunión grotesca del aquelarre han sido amasadas sobre las nalgas de una muchacha desnuda.
Una parte importante de la ceremonia es el juramento de re­nuncia de los neófitos del cristianismo y de todo simbolismo cris­tiano. Este elemento parece ser de particular interés, puesto que en el desarrollo perinatal, la identificación con Jesucristo y su su­frimiento representan el próximo paso arquetípico en el proceso muerte-renacimiento, que libera al experienciante de la pesadilla de las orgías satánicas o aquelarre y facilita la transición experien­cia) hacia la apertura espiritual pura. Así pues, la renuncia de los elementos cristianos compromete a los participantes al ritual satá­nico, a la perpetración de sus actividades macabras, detiene el de­sarrollo arquetípico y les impide alcanzar la liberación espiritual.
Instrumentos construidos con huesos, piel y colas de lobo agregan un ambiente peculiar al extraordinario ritual. Al igual que en las orgías satánicas descritas, la extraña combinación de excitación desenfrenada, desviaciones sexuales, agresión, escato­logía y elementos expirituales en la forma blasfema de inversión de símbolos religiosos tradicionales, revela la profunda conexión existente entre esta pauta experiencial y la tercera matriz perina­tal. Al contrario de los elementos infernales de la MPB 2, quien lo experimenta no es una víctima torturada por las fuerzas del mal, sino que se siente impulsado a liberar todos los instintos prohibi­dos de su interior en una orgía extática. El peligro en este caso ra­dica en convertirse en malvado en lugar de limitarse a ser una víc­tima inocente del mal.
Es interesante el hecho de que muchos de los procedimientos utilizados por la Inquisición contra los satanistas y las brujas, ade­más de millares de víctimas inocentes, guardaban una curiosa si­militud con estos rituales del aquelarre. Torturas diabólicamente ingeniosas y otros procedimientos sádicos, autos de fe masivos, interrogatorios interminables sobre los aspectos sexuales del aquelarre y de las orgías satánicas, o sobre la anatomía y fisiología sexual del diablo, el examen de los genitales de las supuestas bru­jas para detectar su posible coito con el dios de la oscuridad (signa  diáboli), todo ello realizado con un sentimiento de fervor religioso, más que una perversión de inmensas proporciones. Según los descu­brimientos del proceso psicodélico, hay poca diferencia entre el esta­do mental de los inquisidores y el de los satanistas o el de las brujas. La conducta de uno y otro estaba motivada por las mismas fuerzas profundas del inconsciente, relacionadas con la MPB 3. La ventaja del Santo Oficio de la Inquisición era el hecho de que sus prácticas contaban con el apoyo de los códigos legales y del poder terrenal.
Los elementos de estas pautas arquetípicas se encuentran, en forma mitigada, en diversas desviaciones y distorsiones de la vida sexual, así como, hasta cierto punto, en las actividades sexuales que, según los criterios actuales, forman parte de la «normali­dad». Todos los fenómenos sociales de los que hemos hablado hasta este momento tienen una base común en la sexualidad expe­rienciada durante la lucha vida-muerte por el organismo materno. Aquellos individuos que conectan experiencialmente con los ele­mentos de la MPB 1 y MPB 4 tienden a desarrollar enfoques muy diferentes sobre la sexualidad. Éstos se basan en el recuerdo intrauterino y del estado posnatal, en el que los sentimientos libi­dinosos fueron experienciados en una interacción sinergística y complementaria con otro organismo. Estas formas de sexualidad están dotadas de una calidad definitivamente espiritual, cuyos ejemplos más importantes los constituían el sexo oceánico y el en­foque tántrico a la sexualidad.
El sexo oceánico es un concepto o enfoque de la sexualidad, así como de su experiencia, totalmente diferente al derivado de la dinámica de la tercera matriz perinatal. He creado personalmente este término, al no hallar en la literatura ningún nombre adecua­do para esta forma de sexualidad, ni descripción alguna de la mis­ma. Su desarrollo está asociado con la experiencia de la unidad cósmica y, a nivel más superficial, con la unión simbiótica extática entre el niño y el organismo materno durante el embarazo y los períodos de lactancia (experiencias agradables de estancia en el útero, de la época de lactancia). Se trata de una nueva compren­sión, una nueva estrategia de la sexualidad que suele emerger es­pontáneamente, a raíz de una confrontación experiencial plena con la MPB 1 y MPB 4. Una vez experienciado, suele persistir in­definidamente en la vida cotidiana como concepto e ideal filosófi­co, aunque no como realidad experiencial.

En el sexo oceánico, el modelo básico de interacción sexual con otro organismo, no es el de liberar una descarga después de un período de lucha y esfuerzo, sino el de un flujo e intercambio juguetón, de satisfacción mutua, de energía, como si se tratara de una danza. El objeto es el de experienciar la pérdida de las pro­pias fronteras, la sensación de fusión y derretimiento con la pareja en un estado de unidad obsequiosa. La unión genital y la descarga orgásmica, a pesar de experienciarse poderosamente, se conside­ran secundarias a la meta final, cuyo fin es el de alcanzar un esta­do de unión trascendental de los principios masculinos y femeni­nos. A pesar de que la curva ascendente del propio orgasmo se­xual puede alcanzar dimensiones divinas o arquetípicas en esta forma de sexualidad, no se considera el máximo objetivo. Algu­nos de los sujetos que han alcanzado esta forma de sexualidad, cuando se les ha preguntado por la función del orgasmo genital en la misma, han respondido que les había servido para «eliminar el ruido biológico del sistema espiritual». Si una pareja sexualmente cargada intenta fusionarse, ambos experimentan, después de cier­to período de interacción, una tensión genital localizada. Dicha tensión debe ser descargada en un orgasmo genital, antes de al­canzar una unión más completa y difusa.
Un aspecto característico de dicho enfoque sexual lo constitu­ye la tendencia de la pareja a mantener un estrecho contacto físico e interacción amorosa no genital, durante un largo período des­pués del orgasmo sexual. Las formas intensas de las experiencias oceánicas están siempre dotadas de un poderoso componente es­pirítual; la unión sexual se percibe como un sacramento y está dotada de una calidad definitivamente divina. La pareja puede asumir una forma arquetípica y ser experienciada como represen­tante de todos los miembros de su sexo. La situación tiene una calidad paradójica, al tratarse simultáneamente de la interacción sexual de dos seres humanos y de la manifestación de la unión va­rón-hembra a escala cósmica, en el sentido de la polaridad china de Yin y Yang. Al mismo tiempo, la pareja puede conectar con di­mensiones mitológicas, experienciándose a sí mismos y el uno al otro como personajes divinos, o vinculándose a diversas matrices filogenéticas. En el segundo de los casos, la unión sexual se expe­rimenta como un suceso multidimensional muy complejo, a varios niveles, que muestra la sexualidad como una fuerza nátúral spbre­cogedora de proporciones cósmicas. La pareja, durante el coito, puede también reconocer qué partes de sus cuerpos se mueven en pautas y ritmos que representan danzas nupciales y la conducta de apareamiento de otras especies y de otras formas de vida a lo lar­go de la escala de la evolución.
La última forma de sexualidad claramente transpersonal es el sexo tántrico, cuyo fin consiste en alcanzar trascendencia e ilumi­nación, de modo que los genitales y la energía sexual actúen sim­plemente como vehículos convenientes. Es cuestionable el hecho de referirse a esta forma de interacción como sexual, ya que se trata de una técnica espiritual del yoga, cuyo fin no es la satisfac­ción de unas necesidades biológicas. En dicha estrategia sexual, la unión genital se utiliza para activar fuerzas libidinosas, pero no conduce a la descarga orgásmica ni a la eyaculación; en realidad, se considera que la satisfacción biológica por medio del orgasmo sexual constituye un fracaso.
Los seguidores de Vama marga, o «camino de la izquierda» del tantra, participan en unos complejos rituales denominados «Pancha-makara». Este nombre hace referencia a los cinco com­ponentes importantes de dichos ritos, que comienzan todos con la letra M: Madya (vino), Mansa (carne), Matsya (pescado), Mudra (cereal seco) y Maithuna (unión sexual). La unión sexual ritual se realiza en colectivo, en un lugar especial y a una hora elegida cui­dadosamente por el gurú. La ceremonia tiene un gran énfasis ascético, con su uso de la purificación, baños rituales, flores fres­cas, hermosas vestiduras, incienso y perfumes aromáticos, músi­ca, cantos, y comida y bebida especial. Las infusiones denomina­das ayurvédicas, en las que se mezclan afrodisíacos y sustancias psicodélicas juegan un papel importante en dicho ritual (Moo­kerjee, 1982).
Así como el «camino de la derecha», o Dakshina marga, sigue existiendo a nivel simbólico y metafórico, el «camino de la iz­quierda» es concreto y literal en la práctica del ritual. Su principio fundamental consiste en que la liberación espiritual no podrá ser alcanzada eludiendo los deseos y las pasiones, sino transformán­dolos. Durante la culminación del ritual, los participantes adop­tan posiciones sexuales especiales, propias del yoga, o tantra-asa­nas. Respiran y meditan simultáneamente en plena unión genital, esforzándose por prolongar y explorar experiencialmente el ulti­mísimo momento antes de la liberación orgásmica.
Dicha actividad despierta y excita la energía espiritual aletar­gada en la zona sacra de la medula espinal, descrita en la literatura tántrica con el nombre de kundalini, o serpiente de poder. En su forma activa, o Shakti, esta energía sube entonces por la espina a. través de conductos en el cuerpo sutil, denominados «Ida» y «Pin­gala», causando la apertura y activación de los siete centros de energía psíquica, o chakras. En estas circunstancias, la pareja tán­trica experimenta una sensación de unión cósmica de los princi pios masculino y femenino, así como el contacto con la fuente di­vina trascendental.
Al contrario del sexo oceánico, en el que la tensión sexual localizada se descarga con anterioridad a la unión varón-hem­bra, en este caso la unión y tensión genitales se utilizan como vehículo, transformando la energía sexual en una experiencia espiritual. En muchos casos los sujetos bajo el efecto de LSD descubren el enfoque sexual tántrico de un modo totalmente es­pontáneo, en el transcurso de sus sesiones psicodélicas y siguen practicándolo en la vida cotidiana, habitualmente alternándolo con el sexo oceánico, o incluso con formas sexuales más conven­cionales. Las experiencias sexuales transpersonales, así como los cambios profundos de la vida sexual, pueden también tener lugar en el contexto de otros enfoques experienciales sin el uso de drogas.
Las raíces de la violencia: fuentes biográficas, perinatales y transpersonales de la agresión
Gracias a las observaciones clínicas cotidianas de la terapia psicodélica y de otras formas experienciales de autoexploración, he quedado cada vez más convencido de que las explicaciones fa­cilitadas por la rama principal de orientación analítica de la psi­quiatría, para la mayoría de los trastornos emocionales, era su­perficial, incompleta y no convincente. Esto es particularmente evidente en los casos que incluyen violencia extrema o activida­des autodestructivas. Está perfectamente claro que el material psicodinámico y de naturaleza biográfica, por muy traumático que sea, es incapaz de explicar adecuadamente estos graves y drásticos fenómenos psicopatológicos, tales como las automutila­ciones, los suicidios sangrientos, el sadomasoquismo, los asesi­natos bestiales o las matanzas compulsivas indiscriminadas, ob­servadas en individuos enloquecidos. -La represión emocional durante la infancia, un proceso doloroso de crecimiento (te los dientes, o incluso los abusos físicos de los padres u otros adultos, no parecen justificar psicológicamente de un modo adecuado di­chos escalofriantes actos criminales de la psicopatología.
Puesto que se trata de actos, cuya consecuencia afecta la vida y la muerte, sus fuerzas subyacentes deben ser de comparable al­cance. Las explicaciones basadas enteramente en el análisis del material biográfico parecen todavía más absurdas e inadecuadas al aplicarlas a los extremos sociales de la psicopatología, como en la locura de la exterminación masiva y genocidio, los horrores apocalípticos de los campos de concentración, el soporte colecti­vo ofrecido por naciones enteras a los esquemas grandiosos y me­galomaníacos de tiranos autocráticos, el sacrificio de millones en nombre de ingenuas visiones utópicas, o el holocausto de las gue­rras absurdas y revoluciones sangrientas. Es ciertamente difícil tomarse en serio las teorías psicológicas que intentan relacionar la patología masiva de tal profundidad con unos meros bofetones en la infancia, o algún otro trauma emocional y físico compara­ble. Las especulaciones instintivas de ciertos investigadores como Robert Ardrey (1961, 1966), Desmond Morris (1967) y Konrad Lorenz (1963), sugiriendo que la conducta destructiva obedece a una programación filogenética, son de poca ayuda ya que la naturaleza y alcance de la agresión humana no cuenta con paralelismo alguno en el reino animal.
Consideremos ahora las observaciones más importantes del trabajo experiencia) profundo, con o sin drogas psicodélicas, que parecen eminentemente pertinentes al problema de la agresión humana. En total acuerdo con Erich Fromm (1973), dicho mate­rial clínico indica claramente la necesidad de distinguir la agresión defensiva o benigna, al servicio de la supervivencia del individuo y de la especie, de la destrucción maligna y crueldad sádica. La se­gunda parece ser específica de los seres humanos y tiende a au­mentar, en lugar de decrecer, con el progreso de la civilización. Es esta agresión maligna (sin ninguna razón biológica o económi­ca tangible, no adaptable y no programada filogenéticamente) la que constituye un verdadero problema para la humanidad. Dada la poderosa tecnología moderna de la que dispone, esta agresión maligna se ha convertido en una grave amenaza en las últimas dé­cadas, no sólo para la supervivencia de la especie humana, sino la de la vida de este planeta. Según Fromm, es por consiguiente im­portante diferenciar la agresividad de naturaleza instintiva, de las formas de destrucción con raíces en la estructura de la personali­dad, que pueden ser descritas como «pasión no instintiva arraiga­da en el carácter».
Las observaciones de la psicoterapia clínica con LSD y de otras técnicas experienciales han aportado nuevas e importantes dimensiones a esta comprensión. Indican claramente que las pau­tas de la agresión maligna son comprensibles en términos de la di­námica del inconsciente, si se extiende el modelo de la mente hu­mana para que incluya los niveles perinatal y transpersonal. Este descubrimiento tiene consecuencias teóricas y prácticas de largo alcance. Muestra que la agresión maligna no es un fenómeno arraigado ineludiblemente en la estructura del sistema nervioso central y en sus rígidos programas instintivos, sino una manifesta­ción flexible y modificable de las matrices funcionales, o progra­mación, del cerebro.
Además, estos descubrimientos colocan la agresión maligna en el contexto del proceso muerte-renacimiento, vinculándola por consiguiente con la lucha por la trascendencia y con el anhelo mís­tico. Si se confronta y elabora internamente en una estructura so­cial reconocida y segura, la experiencia de la agresión maligna y de la autodestrucción puede convertirse en un instrumento impor­tante del proceso de transformación espiritual. Desde este punto de vista, gran parte de la violencia injustificada, tanto la dirigida contra uno mismo como contra los demás, ya sea individual o co­lectiva, parece ser consecuencia de impulsos espirituales tortuo­sos e incomprendidos. En muchos casos, en un contexto terapéutico y con el uso de las técnicas apropiadas, es posible redirigir di­chas energías hacia metas espirituales. Es útil, en este punto cen­trarse más específicamente en las fuentes de la agresión maligna, así como en sus manifestaciones clínicas y sociales.
Generalmente, de acuerdo con los conceptos psicoanalíticos, gran parte de la agresión parece estar relacionada con material traumático de la infancia y otros factores biográficos. Está habi­tualmente vinculada al hecho de revivir recuerdos relacionados con perturbaciones de la satisfacción de necesidades básicas, o la seguridad del niño y la sensación de frustración resultante. La di­ficultad en obtener placer en diversas zonas libidinosas, la supre­sión emocional y el rechazo por parte de los padres u otros adul­tos, así como el abuso físico, constituyen ejemplos típicos de di­chas situaciones. La participación de las zonas oral y anal parecen particularmente importantes desde este punto de vista. Si el pro­ceso psicoterapéutico utiliza técnicas de poder limitado, para la penetración del inconsciente, tales como en la discusiones cara a cara o asociaciones libres freudianas, toda agresión puede parecer vinculada al material biográfico y tanto el paciente como el tera­peuta no llegan jamás a alcanzar un nivel más profundo de com­prensión del proceso en cuestión. Sin embargo, con el uso de sus­tancias psicodélicas o con otras técnicas experienciales potentes, comienza a emerger con bastante claridad una imagen completa­mente diferente durante la terapia.
Inicialmente, el individuo puede experienciar agresión en co­nexión con diversos sucesos biográficos de la infancia, pero la in­tensidad de los impulsos destructivos relacionados con dichos su­cesos parece excesiva y desproporcionada respecto a la naturaleza e importancia de las situaciones en cuestión. En algunos .casos, ciertos traumas aparentemente psicológicos se descubre que se nutren emocionalmente de traumas físicos de la vida de la persona con la que se relaciona temáticamente. Sin embargo, este meca­nismo, por sí solo, no ofrece una explicación plena y satisfactoria. Al aumentar la profundidad del proceso experiencia) de autoex­ploración es evidente que el secreto de la enormidad de las emo­ciones y sensaciones involucradas radica en el nivel perinatal sub­yacente y en conexiones temáticamente significativas entre el ma­terial biográfico en cuestión y facetas específicas del trauma del nacimiento, que constituyen la auténtica fuente de dichos impul­sos agresivos.
Así pues, en los casos de agresividad oral extrema con senti­mientos asesinos y perversas tendencias a morder, experimenta­dos en relación con algunos aspectos insatisfactorios de la lactan­cia, se identifica asimismo el furor repentino del bebé luchando desesperadamente por la vida e intentando respirar, atrapado en el canal del parto. Ciertas emociones y sensaciones, atribuidas originalmente al trauma de la circuncisión y relacionadas con el temor a la castración, se reconocen como pertenecientes a la sepa­ración de la madre en el momento de cortar el cordón umbilical durante el nacimiento. La combinación de impulsos agresivos vio­lentos, espasmos anales y miedo del material biológico, que pare­ce estar relacionado con el aprendizaje del uso del retrete, se rein­terpreta como reacción a la lucha entre la vida y la muerte durante la última etapa del proceso del nacimiento. De un modo similar, el furor relacionado con la asfixia, que a nivel biográfico parece una reacción metafóricamente somatizada de la influencia opresi­va, restrictiva y «asfixiante» de la madre dominadora, se vincula experiencialmente con el confinamiento literal y opresión del or­ganismo materno durante el parto.
Cuando se reconoce claramente que sólo una pequeña parte de los impulsos agresivos y asesinos pertenecen a las situaciones traumáticas de la infancia y que su fuente más profunda la consti­tuye el trauma del nacimiento, la magnitud, intensidad y naturale­za malévola de dichos impulsos violentos comienza a tener senti­do. La amenaza vital que supone para el organismo el proceso del nacimiento, así como el sufrimiento físico y emocional agudo, el enorme dolor y el miedo a la asfixia, convierten esta situación en una fuente plausible de agresión malévola. Es comprensible que la reactivación del recuerdo inconsciente de un suceso, en el cual la supervivencia haya sido seriamente amenazada por otro orga­nismo biológico, pueda desembocar en impulsos agresivos que pondrían en peligro la vida del propio individuo o de los demás.
Fenómenos que parecen confusos e incomprensibles al inten­tar interpretarlos solamente a partir de determinantes biográfi­cos, tales como la automutilación, el suicidio sangriento, el asesi­nato sádico o el genocidio, pasan a ser más comprensibles al dar­nos cuenta de que su fuente experiencial radica en un proceso de alcance e importancia comparables. El hecho de que todas las zo­nas erógenas freudianas participen activamente en el proceso del nacimiento facilita un vínculo natural con los traumas posteriores a lo largo de las diversas etapas del desarrollo libidinoso. Por con­siguiente, las experiencias difíciles y dolorosas que afecten las áreas oral, anal uretral y fálica, así como sus funciones, no son sólo de por sí traumáticas, sino debido también específicamente a su asociación íntima con elementos perinatales. Como consecuen­cia de esta conexión, facilitan canales experienciales a través de los cuales, en ciertas circunstancias, diversos aspectos de la diná­mica perinatal pueden influir en el proceso consciente. Por tanto, las experiencias de la infancia no son la auténtica fuente primaria de la agresión maligna. Éstas sólo contribuyen al repositorio abis­mal existente de agresión perinatal, debilitan las defensas que normalmente impiden que emerja en la conciencia y colorean es­pecíficamente sus manifestaciones en la vida del niño.
La conexión entre la agresión maligna y la dinámica perinatal recibe un importante apoyo por parte de ciertas observaciones bas­tante comunes de la terapia psicodélica. Si el efecto farmacológico del LSD desaparece cuando el sujeto se halla bajo la influencia di­námica de la MPB 3 y la experiencia no llega a su fin trasladándo­se a la MPB 4, suele desarrollarse una imagen pública sumamente típica, que se caracteriza por una tensión física y emocional extre­ma, de naturaleza generalizada, acompañada de la sensación de presión en diversas partes del cuerpo, así como molestias localiza­das en algunas zonas erógenas. La pauta específica de esta condi­ción, en términos de la participación relativa de diferentes regio­nes anatómicas y funciones fisiológicas varía enormemente de una situación a otra.
Esta condición está asociada con una emergencia extraordina­ria de impulsos agresivos en la conciencia y frecuentemente exige un gran esfuerzo mantener el control y evitar que la violencia se exteriorice. Los sujetos se describen a sí mismos como «bombas de relojería» listas para estallar en cualquier momento: l-sta ener­gía destructiva está orientada tanto hacia el interior como el exte­rior. Los impulsos elementales autodestructivos y la agresión diri­gida hacia personas y objetos en el medio ambiente pueden coe­xistir, o sucederse alternativamente. Si a estas fuerzas volcánicas se les permite manifestarse o superar las defensas individuales, pueden desenvocar plausiblemente en el suicidio o el homicidio. A pesar de que tanto las tendencias destructivas como autosuici­das están siempre presentes, en ciertos casos una u otra dirección puede ser claramente dominante.
Estas observaciones muestran un vínculo psicogenético claro entre la violencia, el asesinato, la conducta autodestructiva y el suicidio sangriento, por una parte, y la dinámica de la tercera ma­triz perinatal, por la otra. Son también de gran importancia para la comprensión de diversas situaciones en las que el individuo mata indiscriminadamente, suicidándose a continuación, directa o indirectamente. El fenómeno del «descontrol», síndrome cultu­ral característico de Malasia, supone un ejemplo extremo del mis­mo. Incluso un análisis superficial de la vida de asesinos tales como el estrangulador de Boston, el pistolero de Texas, o Charles Manson, muestra que sus sueños y fantasías, así como su vida co­tidiana, se caracterizan por la presencia abundante de temas rela­cionados con la MPB 3.
Un ejemplo sociocultural de conducta que refleja psicológica­mente la dinámica de la MPB 3 lo constituye el caso de los guerreros suicidas, que causan una destrucción masiva, matando y matándose al mismo tiempo. Asimismo, dicho acto se interpreta en un marco espiritual más amplio, como sacrificio ante una causa superior y servicio al emperador, que personifica la divinidad. Una forma mitigada de la activación de la tercera matriz perinatal conduce a un estado de irritabilidad, enojo y una fuerte tendencia a provocar conflictos, atraer la agresión de los demás e invitar si­tuaciones de autocastigo.
Observaciones similares sirven también para aclarar diversos aspectos de la conducta autodestructiva que conduce a la automu­tilación física, en la cual, como en los ejemplos anteriores, la clave la constituye una vez más la dinámica de la MPB 3. Cuando los individuos experimentan en sus sesiones sensaciones de dolor in­tenso, que forman parte intrínseca de la lucha de la muerte-rena­cimiento, sienten frecuentemente una fuerte necesidad de un su­frimiento inducido desde el exterior que provoque sensaciones congruentes con su experiencia. Así pues, la persona que siente un fuerte dolor en el cuello o en la región lumbar desea que se le practique un doloroso masaje en dicha zona. Asimismo, la sensa­ción de asfixia puede conducir a un profundo deseo, o intento, de estrangulación. En casos extremos, los individuos que experimen­tan dolores acuciantes en diversas partes del cuerpo pueden llegar a creer en la necesidad de amputar la zona afectada con un cuchi­llo o apuñalarla con un objeto punzante, para librarse del sufri­miento inaguantable. Durante algunas sesiones psicodélicas de este género, los observadores tienen que impedirles a los sujetos que se lesionen, adoptando posiciones peligrosas que podrían las­timarles el cuello, golpearse la cabeza contra la pared, rascándose el rostro, o metiéndose los dedos en los ojos.
Un análisis más profundo pone de relieve que estos fenóme­nos, que a nivel superficial sugieren una psicopatología grave, es­tán motivados por un intento de autocuración. Cuando el indivi­duo experimenta un intenso dolor o una fuerte emoción negativa sin ningún estímulo externo adecuado indica la existencia de ma­terial traumático que emerge del inconsciente. En el contexto de esta gestalt subyacente, la misma emoción o sensación física desa­gradable está representada con una intensidad que supera la ex­perienciada conscientemente por el sujeto. Cuando la naturaleza e intensidad de la experiencia consciente se ajusta exactamente a la de la gestalt inconsciente, el problema queda resuelto y la cura­ción se realiza.
Por consiguiente, la impresión de que es importante experienciar en mayor grado el mismo dolor para alcanzar una solución es esencialmente correcta. Sin embargo, para qué esto ocurra, la pauta experiencial debe ser completada internamente y no simple­mente representada. Es esencial que el sujeto reviva la situación original de un modo completo y con plena conciencia. Experien­ciando la réplica modificada de la misma, sin acceso experiencial al nivel del inconsciente al que pertenece, se limitaría a perpetuar el problema sin resolverlo. El mayor error de los individuos con tendencia a la automutilación consiste en confundir el proceso in­terno con los elementos de la realidad externa. Es algo similar al error del individuo que revive un proceso de nacimiento doloroso y busca una ventana abierta, intentando escapar de la presión del canal del parto. Los ejemplos anteriores indican claramente que es absolutamente indispensable la presencia de un observador ex­perimentado que cree un ambiente de seguridad y evite posibles accidentes graves, basados en una evaluación inadecuada de la realidad por parte del sujeto.
Cuando una sesión dominada por la MPB 3 se resuelve insatis­factoriamente, es posible que persistan diversos grados de ten­dencia automutiladoras en la vida cotidiana, durante períodos de tiempo indefinido. Es posible que no se pueda distinguir entre di­cha tendencia a la automutilación y la que ocurre como conse­cuencia natural de condiciones psicopatológicas. Cuando esto ocurre, es preciso continuar con el trabajo de exhumación, con el uso de diversas técnicas experienciales hasta alcanzar su resolu­ción. Si eso no fuera suficiente, debería organizarse otra sesión psicodélica cuanto antes. En algunos casos, los diversos grados de mutilación no reflejan la existencia de ninguna sensación específi­ca en el inconsciente, sino que están motivados por su ausencia. En dichos casos puede que el individuo intente pellizcarse, pin­charse, cortarse, o quemarse, con el fin de superar una sensación física y emocional de anestesia y experimentar alguna sensación. A fin de cuentas, incluso este problema refleja típicamente la exis­tencia de fuerzas poderosas que operan en el inconsciente. La au­sencia de sensaciones, frecuentemente, no significa carencia de sensibilidad, sino la existencia de un choque conflictivo de fuerzas que se anulen mutuamente. Este tipo de conflictos dinámicos tie­nen comúnmente sus raíces en la etapa perinatal.

En la sección precedente ya hemos hablado de ciertos fenóme­nos psicopatológicos, en los que se combina la agresividad con la sexualidad y la escatología, como manifestaciones características de la MPB 3. En los casos de sadomasoquismo, violación, asesina­tos sexuales y necrofilia, la participación de elementos sexuales y escatológicos es tan esencial, que parece preferible tratarlos en el contexto de la sexualidad más que en el de la agresión.
La importancia de los nuevos descubrimientos de la psicoterapia experiencia) profunda, para la comprensión de la agresión maligna, es todavía más evidente al trasladarnos de la psicopatología indivi­dual al reinó de la psicología de masas y la patología social. La nue­va visión de la psicología de las guerras, revoluciones sangrientas, sistemas totalitarios, campos de concentración y del genocidio son de una importancia teórica y práctica tan fundamental, que se estu­dian por separado en el capítulo ocho, dedicado a la cultura humana.
A pesar de que a todos los efectos prácticos los repositorios más importantes de los impulsos agresivos son las matrices perina­tales negativas, muchas experiencias transpersonales pueden ac­tuar como fuentes adicionales de energía destructiva. Así pues, gran parte de la hostilidad se asocia típicamente con el hecho de revivir recuerdos de diversas crisis embrionarias, en particular in­tentos de aborto. En algunos casos, la fuerte carga de emociones negativas puede relacionarse con la memoria ancestral, racial o colectiva, traumática o frustrante. Una gran variedad de formas de agresión bastante específicas coinciden auténticamente con la identificación con diversas formas animales. Éstas pueden incluir la función del luchador contra enemigos o rivales de la misma es­pecie, o depredadores animales, aves, reptiles o de otro género, a la caza de víctimas para alimentarse.
Otra fuente importante de sentimientos agresivos lo constitu­ye el hecho de revivir recuerdos traumáticos de encarnaciones an­teriores. Es importante revivir los sucesos en cuestión, incluidas las sensaciones emocionales y físicas, a fin de librarse del vínculo de furor y otros efectos negativos, para llegar a ser capaz de per­donar y ser perdonado. En la mitología abundan los ejemplos de agresión y violencia, en muchas secuencias arquetípicas aparecen horripilantes demonios y divinidades destructivas, los combates despiadados de los dioses, héroes y personajes legendarios, así como las escenas de destrucción de increíbles dimensiones. Existe también mucha energía destructiva en las escenas transpersonales de procesos inorgánicos, tales como las erupciones volcánicas, te­rremotos, tormentas marítimas, la destrucción de cuerpos celestes y los agujeros negros.
Los reinos transpersonales representan, por consiguiente, un surtido repositorio de diversos tipos y grados de energía negativa. Al igual que las fuentes biográficas y perinatales son de gran importancia para la comprensión de la psicopatología y para la psi­coterapia. En el propio trabajo clínico, las raíces transpersonales de la agresión algunas veces representan la etapa más profunda de un orden de múltiples niveles, que también incluye componentes biográficos y perinatales. En otros casos, las formas transpersona­les específicas subrayan inmediatamente los síntomas emociona­les o psicosomáticos. En ambos casos, los problemas clínicos con dicha estructura dinámica no pueden ser resueltos a no ser que el individuo esté dispuesto a experienciar las gestalts transpersona­les involucradas.


La dinámica de las depresiones, neurosis y trastornos psicosomáticos


La cartografía ampliada de la psique humana facilita las bases de una comprensión más profunda de muchas condiciones psico­patológicas, características de la práctica psiquiátrica cotidiana. En los casos en que las teorías de orientación biográfica ofrecen explicaciones dinámicas para diversos fenómenos clínicos, el nue­vo modelo ofrece una interpretación más precisa, de mayor alcan­ce y, en muchos casos, más simple. Describe de un modo mucho más adecuado las complejas interrelaciones e interacciones mu­tuas entre los síntomas y síndromes individuales, y refleja con ma­yor precisión las observaciones clínicas cotidianas. Sin embargo, integra también, de un modo amplio, ciertos síndromes o sus as­pectos, para los cuales las antiguas teorías no ofrecían explicación alguna, o sólo intentaban aclarar con especulaciones elaboradas, complejas y en última instancia inconvenientes. Esto es particu­larmente cierto en los casos de agresión maligna, sadomasoquis­mo, perversiones sexuales graves, diversas formas de suicidio, la mayoría de las manifestaciones psicóticas y los casos de patología espiritual.
Asimismo, la estructura conceptual que presentamos se des­cribe y usa con el conocimiento físico de que se trata de un modelo y no de una descripicón precisa de la realidad. Por tanto, en el me­jor de los casos, constituye una organización útil de las observa­ciones y datos asequibles en la actualidad, y tendrá que ser revisa­da, ampliada, o reemplazada cuando aparezcan nuevos datos o se descubran otros principios aclaratorios. El criterio más importan­te de su validez consiste en su capacidad de reflejar correctamente y sintetizar las observaciones de muchos campos diferentes, el uso de los nuevos mecanismos terapéuticos y los enfoques que supe­ran en mucho a los existentes, así como su capacidad de estimular ideas para la investigación y exploración de nuevas áreas en el fu­turo. A pesar de que las descripciones del nivel biográfico del in­consciente, tal como lo ofrecen las ramas principales del psicoaná­lisis, sólo necesitan ajustes menores para ser incorporadas al mo­delo actual, el papel de la dinámica, perinatal y transpersonal en la comprensión de la psicopatología debe ser analizado detallada­mente, tanto por su novedad como por su importancia crítica.
La dinámica de las matrices perinatales es de particular impor­tancia teórica y práctica. Disponemos de fácil acceso a los fenó­menos perinatales, ya que se manifiestan con regularidad en los sueños e incluso en diversas circunstancias de la vida cotidiana. Para muchos, es generalmente más difícil mantener dichas fuerzas bajo control que acceder a las mismas. Al facilitar nuevas formas de comprensión, seguridad y una estructura de apoyo, suele hastar con ejercicios de respiración y música para tener acceso expe­riencial a dicho material perinatal. El hecho de incluir el concepto de las matrices perinatales y el trauma del nacimiento en la teoría psiquiátrica abre nuevas y emocionantes perspectivas. Posibilita explicaciones naturales y lógicas para la mayoría de los trastornos psicopatológicos principales, basados en la conexión entre dicho nivel de la psique y la anatomía, fisiología y bioquímica del proce­so biológico del nacimiento.
El hecho de trascender la estrecha orientación biográfica de la psiquiatría contemporánea tiene también consecuencias a largo plazo para la terapia. En el nuevo contexto, basado en la com­prensión de la dinámica perinatal, la mayoría de las categorías psicopatológicas reconocidas aparecen de pronto como etapas di­fíciles de un proceso de transformación y evolución relativamente estabilizado. Cuando las estrategias terapéuticas incluyen la acti­vación y aceptación, en lugar de la represión, los mecanismos de curación y de transformación de la personalidad que se manifies­tan superan todo lo conocido por la psicoterapia y la psiquiatría tradicionales.
Las manifestaciones relacionadas con la dinámica de las matri­ces perinatales son interpretadas habitualmente por los psiquia­tras como indicaciones de enfermedad mental grave, que deben ser reprimidas a toda costa. La aplicación rutinaria de dicha estra­tegia terapéutica, consecuencia directa del modelo médico, con­vierte a gran parte de la psiquiatría en una fuerza esencialmente antiterapéutica, ya que se especializa en dificultar el proceso cuyo potencial intrínseco es curativo. En muchos casos, el hecho de fa­cilitar una nueva comprensión del proceso, ayudándolo y facili­tándolo por medios psicológicos o farmacológicos, debería consi­derarse como método opcional, o por lo menos reconocido como importante alternativa.
Es apropiado en este punto centrarse más específicamente en la nueva comprensión de la psicopatología, basada en el concepto de las matrices perinatales. Es generalmente reconocido que el hecho de pensar en términos claramente definidos de entidades enfermas, según los acuerdos establecidos en la etiología y la pa­togénesis, no es aplicable a la psiquiatría. Las pocas excepciones existentes, tales como las disfunciones mentales asociadas con la paresis general, las enfermedades circulatorias y degenerativas del sistema nervioso central, la meningitis y la encefalitis, o las di­versas formas de tumores cerebrales, son en realidad problemas diagnosticados y tratados por técnicas de la neurología. Los pa­
cientes aquejados de dichos trastornos son referidos a tratamiento psiquiátrico, en el caso de que tengan graves dificultades para de­senvolverse en la vida.
Para la mayoría de los trastornos en la práctica cotidiana de la psiquiatría es más apropiado pensar en términos de síntomas y síndromes. Los síntomas son manifestaciones emocionales y psi­cosomáticas que representan las unidades básicas constituyentes, o piezas individuales, de la psicopatología. Los síndromes son los conjuntos o constelaciones típicos de síntomas que se manifiestan en la práctica clínica.
El análisis meticuloso de las observaciones de la psicoterapia experiencia) profunda revela que un modelo conceptual, que in­cluya la dinámica perinatal, puede derivar de un modo lógico la mayoría de los síntomas psiquiátricos a partir de las características específicas del proceso biológico' del nacimiento. También puede explicar con bastante naturalidad por qué los síntomas psiquiátri­cos individuales, tales como la angustia, agresión, depr&sión, cul­pabilidad, inferioridad, u obsesiones y compulsiones, tienden a agruparse en síndromes típicos.
La angustia, considerada generalmente como el síntoma psi­quiátrico de mayor importancia, es un concomitante lógico y na­tural del proceso del nacimiento, dado que el parto es una situa­ción de urgencia vital, una de cuyas características es la tensión fí­sica y emocional extrema. La posibilidad de que toda la angustia pudiera tener su origen en el trauma que experimenta el recién nacido en el canal del parto fue sugerida por primera vez por Sig­mund Freud. Sin embargo, el propio Freud no profundizó en la idea y la teoría del trauma del nacimiento como fuente de toda an­siedad futura fue elaborada por su renegado discípulo Otto Rank. Estas especulaciones teóricas de los pioneros del psicoanálisis, precedieron en varias décadas a su confirmación por la investiga­ción psicodélica.
La agresión de proporciones extremas es igualmente compren­sible en relación con el proceso del nacimiento, como reacción al extremo dolor físico y emocional, asfixia y peligro de superviven­cia. Cualquier abuso comparable, infringido contra un animal no constreñido provocaría ataques de ira y una tormenta motriz. Sin embargo, el niño atrapado en el espacio limitado del canal del Parto no puede dar rienda suelta a la corriente de impulsos emo­cionales y motrices, ya que le es imposible moverse, luchar, aban­donar la situación o chillar. Es por consiguiente perfectamente concebible, que bajo estas circunstancias se guarde una enorme cantidad de impulsos agresivos y tensiones en el organismo, alma­cenada para su descarga posterior. Esta enorme reserva de ener­gía almacenada puede convertirse más adelante en la base no sólo de la agresión y de los impulsos violentos, sino de varios fenóme­nos motrices que acompañan. típicamente a muchos trastornos psiquiátricos, tales como la tensión muscular generalizada, tem­blores, tics y actividades paralizantes.
El hecho de que el sistema cerrado del canal del parto impida toda expresión externa del furor biológico que involucra parece facilitar un modelo natural para el concepto de Freud de la depre­sión como agresión dirigida hacia el interior, utilizando al indivi­duo como objetivo. Esta conexión queda claramente ilustrada por el hecho de que la consecuencia extrema tanto de la depresión como de la agresión es el asesinato. El homicidio y el suicidio sólo se diferencian en la dirección tomada por los impulsos destructi­vos. Por consiguiente, el síntoma de la depresión tiene también su prototipo perinatal, ya que la depresión reprimida constituye la si­tuación sin salida de la segunda matriz perinatal, que en efecto evita toda descarga enérgica o flujo y en el caso de depresión agi­tada, es la tercera matriz perinatal la que permite cierta expresión limitada de agresión.
Las manifestaciones psicológicas, emocionales y físicas de los pacientes deprimidos representan una combinación de elementos, algunos de los cuales reflejan el papel de la víctima sufridora y otros unas poderosas fuerzas restrictivas, represivas y de autocas­tigo. En el trabajo experiencial retroactivo, los aspectos victimi­zantes de la depresión pueden ser referidos a la experiencia del sujeto durante el nacimiento, mientras que los elementos hostiles, coactivos y autodestructivos se identifican como introyección de las contracciones uterinas y las presiones del canal del parto. Las raíces perinatales de los principales tipos de depresión pueden aclarar muchas características emocionales, fisiológicas e incluso bioquímicas de dichos trastornos. A continuación se describen es­tos vínculos más detalladamente.
Es algo más difícil explicar el hecho de que la culpabilidad, otro síntoma psiquiátrico básico, pueda también vincularse típica­mente con el nacimiento. Trabajando con pacientes aquejados de sentimientos descomunales e irracionales de culpabilidad, uno suele hallar factores biográficos pertinentes que aparentemente los justifican, tales como frecuentes reproches por parte de los pa­dres, comentarios explícitamente inductores de culpabilidad e in­cluso el uso común de referencias a los dolores del parto («si su­pieras lo mucho que sufrí para que nacieras, te portarías mejor»). Sin embargo, estos factores biográficos sólo representan una capa superpuesta; su fuente más profunda la constituye la culpabilidad primordial almacenada, de dimensiones metafísicas, íntimamente relacionada a las matrices perinatales. Este vínculo se hace tam­bién patente con ejemplos mitológicos y arquetípicos. Así pues, el «pecado original» de la Biblia establece un vínculo entre la culpa­bilidad y la expulsión de la situación paradisíaca del Paraíso Te­rrenal. Más concretamente, el castigo que Eva recibe de Dios hace referencia explícita a las funciones reproductoras femeninas: «parirás con dolor».
En algunas ocasiones, los sujetos sometidos a terapia con LSD y otras formas experienciales profundas, ofrecen interpretaciones del vínculo entre la culpabilidad y el nacimiento, tal como lo han visto durante sus sesiones. Algunos atribuyen la culpabilidad a la inversión del nexo causal entre la pérdida del estado intrauterino y las emociones intensamente negativas durante el parto. Según este punto de vista, las fuerzas agresivas e instintivas desencade­nadas durante el parto biológico pueden considerarse como indicativas de una maldad inherente y la pérdida del útero, así como la agonía en el canal del parto son consideradas como su castigo correspondiente. Otros consideran que la culpabilidad refleja el sentido de responsabilidad por el sufrimiento de la madre durante el parto. Sin embargo, la explicación más común y plausible rela­ciona la culpabilidad con el reconocimiento o concienciamiento de la cantidad de sufrimiento almacenada en el organismo huma­no o recibida por el mismo. Dado que gran parte del dolor emo­cional y físico que el individuo experimenta a lo largo de su vida está asociado con el trauma del nacimiento, parece bastante lógi­co que la sensación de culpabilidad alcance enormes proporciones cuando el proceso de autoexploración o concienciamiento llega al nivel perinatal.
El individuo que establece contacto experiencial con el sufri­miento asociado con el recuerdo del nacimiento dispone de dos posibles interpretaciones. La primera consiste en aceptar el hecho de que vive en un universo totalmente caprichoso, en el que nos pueden ocurrir las cosas más horribles sin razón alguna, de un modo imprevisible y sin el más mínimo grado de control. La inter­pretación alternativa involucra el sentido de culpabilidad que emerge cuando el individuo es incapaz de aceptar dicha imagen del universo y siente una profunda necesidad de ver el cosmos como un sistema gobernado por una ley y un orden moral funda­mental. Es interesante en este contexto el hecho de que individuos que descubren que padecen de cáncer u otra enfermedad incurable y dolorosa suelen reaccionar con sentimientos de culpabilidad: «¿En qué me he equivocado? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Por qué me ocurre precisamente a mí?» La lógica tras esta reac­ción puede explicarse como sigue: «No me ocurriría nada tan horri­ble, si no hubiera hecho nada comparable para merecerlo».
De este modo, el grado de culpabilidad inconsciente parece comparable y directamente proporcional a la cantidad de dolor in­consciente. A pesar de que los individuos en cuestión frecuente­mente suelen proyectar culpabilidad a otras situaciones específi­cas que recuerdan conscientemente, tales como actividades se­xuales prohibidas o diversas formas de conducta inaceptable, su naturaleza profunda es muy imprecisa, abstracta e inconsciente. Consiste en la convicción de haber cometido algún acto horrible, sin tener ni la más ligera idea de lo que se trata. Por consiguiente es lógico considerar la culpabilidad como consecuencia de un es­fuerzo desesperado por racionalizar lo absurdo del sufrimiento, impuesto en el individuo sin razón inteligible alguna.'
Esta explicación, por plausible que parezca a este nivel de la conciencia, no es final ni absoluta. Cuando el proceso de autoex­ploración alcanza el nivel transpersonal, aparecen nuevas posibili­dades que el individuo habría sido incapaz de concebir cuando es­taba totalmente inmerso en aspectos biográficos o en el proceso perinatal. Los aspectos traumáticos del nacimiento pueden ser inesperadamente identificados como consecuencia de una con­densación de un karma negativo. Entonces deja de verse el sufri­miento involucrado como absurdo y caprichoso, comprendiéndo­lo como reflejo de la responsabilidad kármica del individuo, por sus actos en encarnaciones anteriores. Las raíces transpersonales más profundas de la culpabilidad parecen reflejar el reconoci­miento de la identificación del sujeto con el principio creativo, responsable de todo el sufrimiento inherente en el juego divino de la existencia. Esto supondría un error de desarrollo lógico, ya que se invertirían los principios éticos que forman parte de la creación y se dirigirían contra el creador.
Ya hemos descrito detalladamente cómo la excesiva excita­n--n ción sexual, que forma parte intrínseca de la tercera matriz peri­natal, constituye las bases naturales de diversas disfunciones y desviaciones sexuales. También hemos hablado extensamente de la forma en que ciertas actitudes inusuales hacia las materias bio­lógicas y las funciones excretorias pueden explicarse con bastante lógica a partir de los hechos que acompañan al nacimiento bioló­gico. El hecho de que la apertura espiritual y los sentimientos místicos intrínsecos constituyan aspectos integrales de la dinámi­ca perinatal facilita una nueva y fascinante comprensión de la psi­copatología de la religión, así como de diversas condiciones clíni­cas con un fuerte componente espiritual, tales como las neurosis obsesivo-compulsivas y ciertos tipos de psicosis. Estos temas se tratan más adelante, con relación a los trastornos psicopatológi­cos específicos, la nueva interpretación de la psicosis y el papel de la espiritualidad en la vida humana (neurosis obsesivocompulsi­vas, psicosis y emergencias espirituales se tratan más adelante en este capítulo; se habla de la espiritualidad en la vida humana en los capítulos cinco y seis).
Los trastornos emocionales van casi inevitablemente acompa­ñados de manifestaciones psicosomáticas específicas. Esto es cier­to en el caso de diversas formas de depresión, psiconeurosis, al­coholismo y drogadicción, estados seudopsicóticos, psicosis y par­ticularmente en el de enfermedades psicosomáticas. La naturale­za y ciertas características específicas de los concomitantes físicos típicos de los trastornos emocionales pueden también ser com­prendidos de un modo bastante lógico, a partir de su vínculo con la experiencia del nacimiento. En el pasado, han tenido lugar in­terminables discusiones entre las escuelas orgánica y psicológica de la psiquiatría, en cuanto al papel de los factores biológicos o psicológicos en los trastornos emocionales. La introducción del nivel perinatal del inconsciente en la teoría psiquiátrica sirve en gran parte para unir estas orientaciones extremas y ofrecer una sorprendente alternativa: dado que la experiencia del nacimiento es un proceso simultáneamente emocional, fisiológico y bioquími­co, la cuestión sobre causa y efecto deja de tener importancia en este nivel de la psique. Los fenómenos emocionales y biológicos representan distintos lados de una misma moneda y ambos pue­den ser reducidos a un mismo común denominador: el proceso del nacimiento.
Los concomitantes físicos típicos de diversos desórdenes emo­cionales adquieren entonces perfecto sentido. Entre ellos se cuen­tan las hemicráneas o jaquecas, las palpitaciones y otros proble­mas cardíacos, la sensación de asfixia y otras dificultades respira­torias bajo presión emocional, los dolores, tensiones, temblores, calambres y parálisis musculares, las náuseas y los vómitos, las contracciones uterinas dolorosas, la activación del conducto gas­trointestinal como consecuencia de la constipación o diarrea es­pástica, fiebre, sensaciones alternativas de frío y calor, así como cambios en la circulación cutánea y otras manifestaciones derma­tológicas. Lo mismo ocurre en otros casos psiquiátricos extremos con aspectos emocionales y físicos, como la sensación de ser opri­mido por una poderosa energía errática y pérdida del control, el miedo de morir y la experiencia de la muerte, y el miedo a volver­se loco. Las frecuentes expectativas catastróficas de los pacientes psiquiátricos tampoco son difíciles de comprender en el contexto del recuerdo emergente del trauma del nacimiento.
Así pues, el nivel perinatal del inconsciente representa un re­positorio polifacético y caudaloso de cualidades emocionales, sen­saciones típicas y poderosas energías. Esto parece funcionar como una matriz potencial, de carácter universal y relativamente indife­renciada, para el desarrollo de la mayoría de las formas de la psi­copatología. En la medida en que las matrices perinatales reflejan el propio trauma del nacimiento, sería lógico suponer que existie­ran variaciones sustanciales en el alcance global de los elementos negativos de un individuo a otro. Sin duda tendría que afectar el hecho de que alguien hubiera nacido en un momento dado, en un ascensor, un taxi, o de camino hacia el hospital, o que el parto hu­biera durado quince horas, hubiera sido necesario el uso de fór­ceps y de otras medidas extremas.
Sin embargo, con relación al modelo que presentamos, la na­turaleza y duración del parto no es el único factor en el desarro­llo de la psicopatología. Es evidente que entre individuos cuyo parto es comparable, unos pueden ser relativamente normales, mientras que otros pueden padecer de diversos tipos y grados de psicopatología. La cuestión estriba en cómo conciliar dicha va­riación con el significado evidente del nivel perinatal del incons­ciente. La reserva de emociones difíciles y sensaciones físicas procedentes del trauma del nacimiento representan sólo una fuente potencial de los trastornos mentales; el hecho de que la psicopatología se desarrolle, la forma que adquiera y su grave­dad quedará fundamentalmente codeterminada por el historial posnatal del individuo y por consiguiente por la naturaleza y di­námica de los sistemas COEX.
El cuidado sensible del recién nacido, la reinstitución de la in­teracción simbiótica con la madre y el otorgar el tiempo suficiente para que se establezca la unión, parecen ser factores de funda­mental importancia que pueden contrarrestar gran parte del im­pacto negativo del trauma del nacimiento. Teniendo en cuenta las observaciones de la investigación moderna sobre la conciencia, es de suma importancia para la salud mental de la humanidad que se revisen los enfoques médicos básicos de la actualidad, que hacen hincapié en el funcionamiento mecánico impecable del cuerpo, pero violan los vínculos biológicos y emocionales fundamentales entre madre e hijo. La importancia de técnicas de parto alternati­vas, con las que se pretende rectificar la terrible situación actual, como la del nacimiento sin violencia de Frederick Leboyer (1975) y otros enfoques en los que se respetan las necesidades de la ma­dre, del padre y del hijo, es inestimable.
Los individuos que durante las sesiones psicodélicas o de tera­pia experiencial sin el uso de drogas, reviven su nacimiento, ase­guran frecuentemente haber descubierto un profundo vínculo en­tre la pauta y circunstancias de su nacimiento y la calidad global de su vida. Parecería que la experiencia del nacimiento determina los sentimientos básicos sobre la existencia, la imagen del mundo, las actitudes hacia los demás, la relación entre el optimismo y el pesimismo, la estrategia global de la vida e incluso elementos tan específicos como la confianza en sí mismo y la capacidad de resol­ver problemas y proyectos.
Desde el punto de vista del modelo médico y del sentido co­mún cotidiano, el parto parece un acto esencialmente pasivo para el recién nacido; la madre es quien realiza todo el trabajo, con sus contracciones uterinas, mientras que el bebé aparece más o me­nos como un objeto inanimado. La convicción médica dominante es la de que el bebé no es consciente del medio ambiente y no ex­perimenta dolor. La neurofisiología niega incluso la posibilidad de la memoria del nacimiento, porque la corteza cerebral del re­cién nacido no está formada y carece de protección mielítica en las neuronas. De acuerdo con todas las pruebas clínicas de la investi­gación moderna sobre la conciencia, dicha posición es consecuen­cia de la represión psicológica, expresión de su propio deseo y no debe ser considerada como científicamente válida. Incluso a un nivel relativamente superficial, este enfoque contradice significa­tivamente otros experimentos y observaciones que han demostra­do la extraordinaria sensibilidad del feto durante la existencia pre­natal, así como otros que sugieren la presencia de formas primiti­vas de memoria en organismos unicelulares.
En todo caso, el hecho de revivir el nacimiento en condiciones clínicas experienciales indica claramente que, desde un punto de vista introspectivo, se percibe e interpreta dicho proceso como una odisea en la que interviene una enorme lucha y un gran es­fuerzo, dignos de un verdadero héroe. Así pues, en circunstancias normales, el momento del nacimiento se experimenta como un triunfo personal. Esto puede ser ilustrado por las asociaciones ca­racterísticas con imágenes victoriosas en revoluciones, guerras, o la matanza de animales salvajes y peligrosos. No es infrecuente en el contexto del recuerdo del nacimiento, que el individuo experi­mente una visión condensada de todos sus éxitos en la vida. De este modo la experiencia del nacimiento actúa psicológicamente como prototipo de toda situación futura que represente un gran reto para el individuo.
Una vez expuesto a la situación del nacimiento, de un modo razonable y no excesivamente debilitador, y tratada sensiblemen­te la situación posnatal, el individuo experimenta una sensación casi celular de seguridad y optimismo para enfrentarse a las difi­cultades y superarlas. Los individuos nacidos bajo la influencia de una fuerte anestesia general conectan repetidamente dicha expe­riencia con sus dificultades posteriores para completar proyectos. Se muestran capaces de movilizar suficiente energía y entusiasmo en las primeras etapas de cualquier empresa de mayor enverga­dura, pero más adelante pierden la capacidad de concentración y sienten que sus energías se dispersan y se diluyen. En consecuen­cia, jamás experimentan la sensación de finalizar debidamente un proyecto y la satisfacción que se deriva del mismo. Cuando ha in­tervenido manipulación o el uso de fórceps para completar el par­to, las consecuencias son bastante similares. El individuo en cues­tión es capaz de trabajar con suficiente energía y entusiasmo en las fases iniciales de un proyecto, pero pierde seguridad antes de completarlo y necesita ayuda externa para finalizarlo. Las perso­nas cuyo nacimiento ha sido provocado afirman que no les gusta que les obliguen a emprender proyectos antes de sentirse prepara­dos para los mismos, o pueden tener la sensación de que se les obliga, incluso cuando objetivamente no sea cierto.
Desde el punto de vista del presente modelo, es evidentemen­te de enorme importancia teórica y práctica estudiar a los indivi­duos nacidos por cesárea. En este sentido es esencial diferenciar entre la cesárea elegida (sin dolores previos) y la cesárea de ur­gencia. En el primer caso se planifica con antelación por varias ra­zones: una pelvis demasiado estrecha, el feto excesivamente,:volu­minoso, la presencia de alguna cicatriz en el útero debida a una cesárea anterior, o la madre llevada por la moda elige la cesárea por razones cosméticas. El niño nacido en estas condiciones so­brepasa por completo la situación característica de las MPB 2 y 3. Pero tiene que enfrentarse a la crisis de la separación de la madre, la interrupción del cordón umbilical y los posibles efectos de la anestesia. La cesárea de urgencia se practica habitualmente des­pués de muchas horas de parto traumático, cuando es evidente que la continuación del mismo pondría en peligro a la madre o al hijo. En tal caso, el trauma global suele ser muy superior al aso­ciado con el parto normal.
Puesto que he tenido muy poco contacto con cesáreas elegi­das, las observaciones que figuran a continuación representan unas primeras impresiones clínicas, pendientes de confirmación posterior. A no ser que hayan recibido una programación negati­va por las circunstancias de la vida, dichos sujetos parecen bas­tante abiertos a la dimensión espiritual y gozan de fácil acceso experimental a los reinos transpersonales. Aceptan con bastante naturalidad muchos fenómenos que para la mayoría de la gente presentan una enorme dificultad conceptual, tales como la posibi­lidad de la perfección extrasensorial, la reencarnación, o el mundo arquetípico. En las sesiones psicodélicas logran alcanzar el nivel transpersonal con mucha rapidez y por lo general no necesitan en­frentarse a los elementos de las MPB 2 y 3. En su lugar, cuando reviven el nacimiento biológico experiencian características de la ce­sárea, tales como cortes quirúrgicos, extracción manual del útero, aparición a la luz por un boquete sangriento y los efectos de la anestesia.
Cuando alcanzan experiencialmente el nivel del nacimiento, los nacidos por cesárea elegida expresan un error fundamental, como si compararan su forma de llegar a este mundo con una matriz filogenética o arquetípica que indica cómo debería ser ed nacimiento. Sorprendentemente, echan de menos la experien­cia del nacimiento normal, el reto y estímulo que supone, la confrontación con los obstáculos y la aparición triunfante de su encierro. En algunos casos les solicitan a los observadores que simulen la situación represora del nacimiento, para poder lu­char por su liberación. Parece que, como consecuencia de su so­lución acelerada, no están preparados para las visicitudes futu­ras de la vida y carecen de energía para la lucha o incluso de la habilidad para evaluar la vida en términos de proyectos y emo­cionarse por los mismos.
Además, el verse expuesto a las limitaciones del canal del par­to parece crear los fundamentos de la sensación de las limitacio­nes individuales en el mundo. Los nacidos por cesárea elegida pueden carecer del sentido de su lugar en el mundo y de lo que pueden esperar razonablemente de los demás. Es como si supu­sieran que el mundo entero debería dedicarse a alimentar el úte­ro, facilitando incondicionalmente todo cuanto necesiten. Tienen tendencia a pedir lo que desean y, si lo consiguen, esperar todaví. más. Dado que el mundo es considerablemente diferente del úte­ro, tarde o temprano contraataca y el individuo lastimado se aísla psicológicamente. La pauta vital de los nacidos por cesárea, en ca­sos extremos, puede oscilar entre las exigencias indiscriminadas N, excesivas, y el recogimiento doloroso.'
Es importante darse cuenta de la enorme diferencia existente entre el nacimiento normal y el nacimiento por cesárea. Durante el nacimiento normal, la condición intrauterina deteriora y se hace insoportable, de modo que el nacimiento se experimenta como una liberación y mejora fundamental, con relación al estado precedente. En los casos de cesárea elegida, el niño pasa de la re­lación simbiótica del útero, directamente al mundo exterior, don­de debe enfrentarse a la separación, el hambre, el frío, la necesi­dad de respirar y otras dificultades. Dicha situación es claramente peor que la del estado intrauterino precedente, a pesar de que en­las últimas etapas del embarazo el útero no satisfaga las necesida­des del niño, en la misma medida que durante las primeras etapas del desarrollo embriónico.
Si después del nacimiento, se trata al recién nacido con amor y sensibilidad, es posible compensar o contrarrestar gran parte del impacto traumático de esta situación que supone una amenaza para su vida. Esto es particularmente cierto en el caso de embara­zos satisfactorios, con un buen fundamento psicológico del recién nacido. Los niños en estas condiciones habrán pasado nueve me­ses de su vida en un buen útero, antes de ser catapultados en el proceso del nacimiento. Estoy convencido de que el hecho del na­cimiento tendrá siempre cierto grado de traumatismo, aunque su duración sea breve y la madre sea psicológicamente estable, cari­ñosa y esté bien preparada. Sin embargo, inmediatamente des­pués del parto, es conveniente colocar al recién nacido sobre el vientre o pecho de la madre, reestableciendo su relación simbióti­ca con ella. El impacto reconfortante del contacto físico ha sido demostrado experiencialmente y es bien sabido que los4atidos del corazón pueden producir un profundo impacto positivo en gl re­cién nacido.

La situación simbiótica sobre un buen pecho es bastante pare­cida a la experimentada en un buen útero. En estas circunstan­cias, puede establecerse un vínculo que, según los estudios recien­tes (Klaus, 1976; Quinn, 1982) parece tener una influencia decisi­va en toda la relación futura entre madre e hijo. Si a continuación se sumerje al recién nacido en agua tibia, simulando las condicio­nes intrauterinas, como lo sugiere el enfoque de Leboyer, esto constituye otro poderoso elemento tranquilizador y curativo.8 Es como si se le dijera al recién nacido, en un idioma que es capaz de comprender: «No ha ocurrido nada horrible e irreversible. Las co­sas han sido difíciles temporalmente, pero ahora te encuentras, más o menos, en el mismo estado que antes. Y así es cómo es la vida; puede ser dura, pero si uno persiste mejora de nuevo». Este enfoque parece imprimir en el niño, casi a nivel celular, un opti­mismo general o realismo con relación a la vida, una seguridad sana en sí mismo y la habilidad de enfrentarse a retos futuros. Responde positivamente, para la totalidad de la vida del indivi­duo, a la pregunta que Einstein consideraba fundamental, con re­lación al problema de la existencia: «¿Es el universo un lugar ami­gable?»
Por el contrario, si inmediatamente después del nacimiento, el recién nacido se enfrenta al «tratamiento médico perfecto» con­temporáneo, la situación psicológica es totalmente diferente. El cordón umbilical se corta casi siempre inmediatamente, se lim­pian los conductos respiratorios y se le suele dar un golpe en el trasero para estimular la respiración. A continuación se adminis­tra una gota de nitrato de plata en los ojos del recién nacido, para evitar una posible infección de gonorrea por parte de la madre y el niño es lavado y examinado a toda prisa. Esta es prácticamente la única interacción humana que el niño recibe, para contrarrestar el trauma más grave de la vida, cuya magnitud sólo se ve igualada por otras situaciones en las que peligre la vida y, finalmente, por la muerte biológica. Después de mostrárselo a la madre, se le se­para de ella, devolviéndoselo en el transcurso de los próximos días, de acuerdo con un calendario prescrito por el tocólogo. Un niño tratado de este modo, emerge con un mensaje profundamen­te inculcado según el cual el paraíso intrauterino ha sido perdido para siempre y jamás recuperará el bienestar. En todos los confi­nes de su ser queda grabada una sensación de fracaso psicológico y de inseguridad en sí mismo para enfrentarse a dificultades.
Es difícil comprender que la ciencia, conocida por su explora­ción meticulosa de todas las variedades posibles, haya podido de­sarrollar un enfoque tan parcial y distorsionado de este hecho fun­damental en la vida humana. Sin embargo, ésta no es una situa­ción aislada. Existen condiciones similares para el moribundo; la preocupación mecánica para prolongar la vida ha reemplazado prácticamente a todas las dimensiones humanas de la experiencia de la muerte. Sea cual sea el nivel y profundidad del conocimiento y formación intelectual, no ofrece protección alguna frente al par­tidismo emocional y, con relación a sucesos tan sobrecogedores como el nacimiento y la muerte, dicho partidismo es fundamental. Por ello, con relación a la muerte y al nacimiento, las opiniones y teorías científicas frecuentemente no reflejan los hechos objeti­vos, sino racionalizaciones sofisticadas de emociones y actitudes irracionales.
Tanto los aspectos decisivos como los sutiles de la situación del nacimiento representan poderosos estímulos emocionales, en par­ticular para los que se han enfrentado personalmente a dichas áreas de un modo experiencial profundo. El hecho de revivir el nacimiento incluso en una situación de grupo constituye un suceso emocional sobrecogedor, capaz de estimular en los asistentes y observadores un profundo proceso psicológico. Gran parte de la frialdad y énfasis tecnológico del enfoque al nacimiento propio de la medicina contemporánea, puede no deberse solamente al fac­tor tiempo y al económico, sino que refleja la frialdad propia de la rígida formación recibida y la coraza construida contra las emo­ciones, consideradas antiprofesionales.
El impacto patogénico del nacimiento no es, por consiguiente, una simple función de la extensión y naturaleza del propio trauma del nacimiento, sino del modo en que el recién nacido ha sido tra­tado inmediatamente después del parto. Pero incluso esto no completa la historia; los sucesos emocionalmente importantes de la vida posterior, tanto los positivos como los traumáticos, consti­tuyen también factores significativos que determinan hasta qué punto la dinámica de las matrices perinatales se convertirá en psi­copatología manifiesta. En este sentido, la doctrina psicoanalítica sobre la importancia de los traumas infantiles sigue siendo válida en el nuevo modelo, a pesar de que este último haga hincapié en los traumas del nacimiento y los reinos transpersonales. Sin em­bargo, los sucesos biográficos específicos descritos por Freud y sus seguidores, no se consideran como causas primarias de los trastor­nos emocionales, sino como condiciones para la manifestación de niveles más profundos de la conciencia. r.
El nuevo marco conceptual sugiere que una buena materni­dad, satisfacción, serenidad y predominio general de experiencias positivas en la infancia, crearía una dinámica protectora alrede­dor del individuo, contra el impacto y molestias directas de las emociones, sensaciones y energías perinatales. Por el contrario, la traumatización prolongada a lo largo de la infancia, no sólo deja­ría de crear dicha pantalla protectora, sino que contribuiría a las reservas de emociones y sensaciones negativas almacenadas en el nivel perinatal. Como consecuencia de dicho efecto en el sistema defensivo, los elementos perinatales podrían emerger más adelan­te en la conciencia, en formas de síntomas y síndromes psicopato­lógicos. El contenido específico de las experiencias traumáticas durante la infancia y del momento en que ocurrieron, pondría en­tonces selectivamente de relieve ciertos aspectos o facetas de la experiencia del nacimiento o de la dinámica perinatal, determi­nando de ese modo la forma final de la sintomatología que se ma­nifestará en la vida del individuo.
Así pues, las situaciones traumáticas en las que el sujeto inter­preta el papel de víctima indefensa, refuerzan selectivamente la importancia dinámica de la MPB 2. Pueden cubrir una amplia gama, desde sucesos dolorosos y amenazantes ocurridos en la vida indefensa de la infancia hasta situaciones adultas como la de ver­se acosado bajo los escombros de una casa derrumbada durante un bombardeo, la sensación de asfixia bajo un alud, o la de ser en-
carcelado y torturado por los nazis o los comunistas. De un modo más sutil, es posible cultivar la segunda matriz perinatal con situa­ciones cotidianas en una familia en la que el niño reciba malos tra­tos y no tenga forma de evitarlos.
Asimismo, las situaciones que incluyan cierta violencia, pero permitan algún grado de participación activa por parte del sujeto, reforzarían la MPB 3. La experiencia de ser violada, característi­camente reforzaría de un modo selectivo el aspecto sexual de la tercera matriz perinatal, puesto que incluye una combinación de temor, agresión, lucha y sexualidad. Una experiencia de la infan­cia en la que el niño se haya enfrentado con heces u otras materias biológicas de un modo doloroso y en forma de castigo, pondría de relieve de un modo selectivo la faceta escatológica de la MPB 3. A pesar de que podríamos hallar muchos ejemplos semejantes, bas­ta con los presentes para dar cierta idea de los principios generales de los mecanismos en cuestión.
Después de establecer la relación existente entre las matrices perinatales, el trauma del nacimiento y la psicopatología, pasaré ahora a explicar el contexto de la interrelación dinámica entre las matrices perinatales y los sistemas COEX, a las categorías más importantes de los trastornos emocionales y sus formas específi­cas. Los problemas emocionales, psicosomáticos e interpersona­les están frecuentemente dotados de una estructura dinámica de niveles múltiples, que incluye no sólo elementos biográficos y pe­rinatales, sino también importantes raíces en el reino transperso­nal. Por consiguiente, haré referencias ocasionales a dichas cone­xiones profundas. Lo que sigue no debe interpretarse como una aplicación especulativa del nuevo modelo a diversas formas de la psicopatología. Consiste básicamente en una colección de visio­nes recogidas por personas que han explorado y descifrado, en se­siones experienciales profundas, la estructura dinámica de los di­versos problemas que plagan nuestras vidas.
Las depresiones inhibidas severas, de naturaleza endógena y reactiva, están generalmente radicadas en la segunda matriz peri­natal. La fenomenología de las sesiones gobernadas por la MPB 2, así como los intervalos subsiguientes a las sesiones dominados por dicha matriz, muestran las características esenciales de dicha depresión profunda. Bajo la influencia de la MPB 2, el individuo experimenta un dolor mental agonizante, desesperación, una in­mensa sensación de culpabilidad e insuficiencia, angustia profun­da, falta de iniciativa, carencia de interés general, y una incapaci­dad para disfrutar de la existencia. En dicho estado, la vida parece carecer de sentido por completo, estar desprovista de emoción y ser totalmente absurda. A pesar del profundo dolor que involu­cra, esta situación no está asociada con el llanto ni con cualquier otra manifestación dramática externa, sino que se caracteriza por una inhibición motriz general. El mundo y la vida individual se ve como a través de un filtro negativo, con una penetración selectiva de los aspectos dolorosos, nocivos y trágicos de la vida, acompa­ñado de la imposibilidad de percibir los positivos. Esta situación parece ser y sentirse como insoportable, ineludible y desesperan­zadora. En algunos casos se caracteriza también por la incapaci­dad de distinguir los colores y cuando eso ocurre, el mundo se convierte en una especie de película en blanco y negro. La filoso­fía existencial y el teatro de lo absurdo parecen constituir las des­cripciones más precisas de dicha experiencia de la vida.
Las depresiones inhibidas no sólo se caracterizan por una obs­trucción total del flujo emocional, sino por un bloqueo absoluto de energía y la inhibición severa de las principales fundiones fisio­lógicas del cuerpo, tales como la digestión, la eliminación dt pro­ductos de desecho, la actividad sexual, el ciclo menstrual.y el rit­mo del sueño. Esto es bastante correlativo con la interpretación de este tipo de depresiones como manifestación de la MPB 2. Sus concomitantes físicos típicos incluyen sentimientos de opresión, constreñimiento y encierro, una sensación de asfixia, tensión y presión, jaquecas,, retención de agua y orina, restreñimiento, ten­sión cardíaca, pérdida de interés por la comida y el sexo, y ciertas tendencias a la interpretación hipocondríaca de diversos síntomas físicos. Los paradójicos descubrimientos bioquímicos, que sugie­ren que aquellos que padecen de depresión inhibida pueden mos­trar altos niveles de tensión, como los indicados por el nivel de las hormonas catecolaminas y esteroides, encajan perfectamente en la imagen de la MPB 2, que refleja una situación de tensión eleva­da, sin acción ni manifestación externa.
La teoría del psicoanálisis vincula la depresión a los problemas orales tempranos y a la privación emocional. Si bien esta conexión es evidentemente correcta, no justifica ciertos aspectos importan­tes de la depresión, tales como el deseo de succión, de la desespe­ración sin salida, del bloqueo de energía y la mayoría de los sínto­mas físicos, incluidos los bioquímicos. El presente modelo de­muestra que la explicación freudiana es correcta, pero limitada. Si bien la naturaleza profunda de la depresión inhibida sólo puede ser comprendida desde la dinámica de la MBP 2, los sistemas COEX asociados con la misma e instrumentales en su desarrollo incluyen elementos biográficos puestos de relieve por el psicoaná­lisis.
La conexión de este material biográfico con la MPB 2 refleja una profunda lógica experiencial. Esta etapa del parto biológico incluye la interrupción del vínculo simbiótico con el organismo materno a través de contracciones uterinas, el aislamiento de todo contacto significativo, el cese del suministro de alimento y calor, y el hecho de verse expuesto al peligro sin protección alguna.9 Es comprensible, por consiguiente, que los constituyentes típicos de los sistemas COEX relacionados dinámicamente con la depre­sión, incluyan rechazo, separación y ausencia de la madre, y senti­mientos de soledad, frío, hambre y sed, durante la primera y se­gunda infancia. Otros determinantes biográficos importantes in­cluyen situaciones familiares de carácter opresivo y de castigo para el niño, sin posibilidad de rebelión o escapatoria. De ese modo refuerzan y perpetúan el papel de la víctima en una situa­ción sin salida, característica de la MPB 3.
Una categoría importante de los sistemas COEX, instrumen­tales en la dinámica de la depresión, incluyen los recuerdos de sucesos que constituyeron un peligro para la supervivencia o inte­gridad del cuerpo, en los que el individuo jugó el papel de víctima indefensa. Ésta es una observación completamente nueva, desde que el psicoanálisis y la psiquiatría académica de orientación psi­coterapéutica pusieron de relieve el papel de los factores psicoló­gicos en la patogénesis de la depresión. Los efectos psicotraumáti­cos de las enfermedades graves, heridas, operaciones y episodios próximos al ahogo, han sido ignorados y enormemente subesti­mados. Estas nuevas observaciones, que sugieren el significado primordial de los traumas físicos en la vida del individuo para el desarrollo de la depresión, se integran difícilmente en la teoría psicoanalítica, que hace hincapié en los orígenes orales de la de­presión. Sin embargo, son perfectamente lógicos en el contexto del modelo presente, donde el énfasis radica en la combinación fí­sica y emocional del trauma del nacimiento.
Por el contrario, la fenomenología de la depresión agitada está dinámicamente relacionada con la MPB 3, cuyos elementos bási­cos se ponen de manifiesto en sesiones experienciales y en los in­tervalos subsiguientes a las mismas, gobernados por dicha matriz. Las características particulares de este tipo de depresión consisten en un alto nivel de tensión y de angustia, una cantidad excesiva de excitación y agitación psicomotriz, e impulsos agresivos dirigidos tanto hacia el interior como hacia el exterior. Los pacientes que
padecen depresión agitada lloran y gimen, se tiran por los suelos, se flagelan, golpean la cabeza contra la pared, se arañan el rostro y se arrancan el cabello. Los síntomas físicos típicos relacionados con esta condición consiste en tensión muscular, temblores, ca­lambres dolorosos, jaquecas, espasmos uterinos e intestinales, náuseas y problemas respiratorios.
Los sistemas COEX asociados con esta matriz se relacionan con la agresión y la violencia, diversos tipos de crueldad, abusos sexuales y violaciones, intervenciones médicas dolorosas y enfer­medades en las que intervenga la asfixia y dificultades respirato­rias. Al contrario de los sistemas COEX relacionados con la MPB 2, el sujeto que participa en estas situaciones no es una víctima pa­siva, sino que participa activamente en la lucha por defenderse, para eliminar los obstáculos, o escapar. El recuerdo de encuen­tros violentos con los padres o hermanos, peleas a puñetazos con los compañeros, escenas de abuso sexual y violación, y episodios de batallas militares constituyen ejemplos típicos de este género.
La mayoría de los psicoanalistas están de acuerdo en que-la in­terpretación psicodinámica de la manía es generalmente menos convincente y satisfactoria que la de la depresión. Sin embargo, la mayoría de los autores coinciden en que la manía representa una forma de evitar la conciencia de la depresión y que incluye la ne­gación de la dolorosa realidad interna y la fuga al mundo exterior. Refleja la victoria del ego sobre el superego, un decrecimiento dramático de las inhibiciones, un aumento de la autoestima y una abundancia de impulsos sensuales y agresivos. A pesar de ellos, la manía no da la impresión de una libertad auténtica. Las teorías psicológicas de los trastornos maniacodepresivos ponen de relieve la ambivalencia de los pacientes maníacos y el hecho de que sus sentimientos simultáneos de amor y odio les impidan relacionarse con los demás. El típico anhelo maníaco por los objetos, se inter­preta habitualmente como manifestación de un poderoso énfasis oral, y la periodicidad de la manía y la depresión, como indicación de su relación con el ciclo de saciedad y hambre.
Muchas de las intrigantes características de los episodios ma­níacos pasan a ser comprensibles cuando se examinan en relación con la dinámica de las matrices perinatales. La manía está psico­genéticamente vinculada a la transición experiencial de la MPB 3 a la MPB 4. Puede interpretarse como indicación clara de que el individuo se encuentra parcialmente bajo la influencia de la cuarta matriz perinatal pero no obstante todavía en contacto con la ter­cera. En este caso, los impulsos orales reflejan el estado hacia el que el paciente maníaco se encamina, pero que no ha alcanzado todavía, más que una «fijación» en el nivel oral. La relajación y la satisfacción oral son características del estado siguiente al naci­miento biológico. El deseo de estar en paz, dormir y comer, típi­cos de la manía, son las metas naturales de un organismo inunda­do por los impulsos asociados con la última etapa del nacimiento.
En la psicoterapia experiencial se observan ocasionalmente episodios maníacos pasajeros in statu nascendi, como fenómenos que sugieren un renacimiento incompleto. Esto ocurre habitual­mente cuando los sujetos en cuestión han superado ya la difícil ex­periencia de la muerte-renacimiento y han logrado saborear la sensación de libertad y liberación de la agonía del nacimiento. Sin embargo, al mismo tiempo, no están dispuestos ni se sienten capa­ces de enfrentarse al material irresoluto de la tercera matriz. En consecuencia, se adhieren a esta incierta y tenue victoria, acen­tuando los nuevos sentimientos positivos hasta caricaturizarlos. La imagen de silbar en la oscuridad parece ajustarse perfectamen­te a esta condición. La naturaleza exagerada y voluntariosa de las emociones y conducta maníacas demuestran claramente que no son auténticas expresiones de alegría y libertad, sino formaciones reactivas al miedo y la agresión.
Los sujetos que al concluir una sesión con LSD no han com­pletado su renacimiento manifiestan características típicas de la manía. Son superactivos, circulan aceleradamente, intentan so­cializar y fraternizar con todos los que le rodean, y hablan ince­santemente de su sensación de triunfo y de bienestar, de sus mara­villosas sensaciones y de la fantástica experiencia que acaban de vivir. Exaltan las maravillas de su tratamiento con LSD, pronun­ciando mensajes proféticos y grandiosos para la transformación del mundo, permitiendo a todos los seres humanos que vivan una experiencia semejante. La sed externa de estímulos y contactos sociales se asocia con un aliciente exagerado, una excesiva autoes­tima, así como indulgencia con respecto a diversos aspectos de la vida. El colapso de los impedimentos del superego conduce a la seducción, las tendencias promiscuas y el lenguaje obsceno.
El hecho puesto de relieve por Otto Fenichel (1945), de que dichos aspectos de la manía están vinculados con la psicología de los carnavales (impulsos tolerados socialmente, por regla general prohibidos), confirma asimismo su profundo vínculo con la diná­mica del cambio de la MPB 3 a la MPB 4. A este respecto, la sed de estímulos y la búsqueda de drama y acción, cumple la doble función de consumir los impulsos liberados y de vincularse a una situación externa con la turbulencia equivalente en intensidad y cantidad a la del desorden interno.
Cuando se logra convencer a los sujetos que experimentan di­cho estado, que se dirijan hacia el interior, que se enfrenten a las emociones irresolutas y que completen el proceso del renacimien­to, la cualidad maníaca desaparece de su estado de ánimo y de su conducta. Las experiencias de la MPB 4, en su forma pura, se ca­racterizan por una alegría fluctuante, un crecimiento del entusias­mo, la relajación profunda, la tranquilidad y la serenidad, la paz y una satisfacción interior plena; carecen del empuje, la exageración grotesca y la obscenidad, característicos de los estados maníacos.
Los sistemas COEX superimpuestos en el mecanismo perina­tal para la manía parecen incluir episodios en los que la satisfac­ción ha tenido lugar bajo circunstancias de inseguridad e incerti­dumbre con relación a la autenticidad y continuidad de la gratifi­cación. Asimismo, la expectativa o exigencia de una conducta manifiestamente feliz, en situaciones que no la justifican, parece alimentar la pauta maníaca. Además, los pacientes maníacossue­len tener influencias contradictorias en su autoestima, hipercríti­cas y actitudes de menosprecio con relación a las figuras paternas, alternándose con sobrestimación, inflación psicológica y la cons­trucción de expectativas irrealistas, en su historial. La experiencia alternativa de sucesión y libertad, que caracteriza la conducta de los niños de pañal, también parece relacionarse psicogenética­mente con la manía.
Todas las observaciones procedentes del trabajo experiencial parecen sugerir que el recuerdo de la última etapa del nacimiento, con su cambio repentino de la agonía a una sensación dramática de liberación, representa las bases naturales de las pautas alter­nantes de los trastornos maniacodepresivos. Esto, por supuesto, no excluye la participación de factores bioquímicos, como impor­tantes catalizadores para los cambios de dichas matrices psicológi­cas. Sin embargo, incluso los descubrimientos de cambios bioquí­micos consistentes y significativos no explican por sí mismos la na­turaleza específica y las características psicológicas de este trastor­no. Incluso en una situación tan claramente definida, desde un punto de vista químico, como una sesión de LSD, la administra­ción de la droga no explica el contenido psicológico y la existencia de un estado depresivo o maníaco exige mayor clarificación. Ade­más, queda siempre la duda de que los factores biológicos jueguen un papel causal en el trastorno o constituyan sus concomitantes sintomáticos. Es concebible que los cambios fisiológicos y bioquímicos en los trastornos maniacodepresivos representen una re­construcción orgánica de las condiciones en el organismo del niño que está naciendo.
El concepto de las matrices perinatales básicas ofrece una nue­va y fascinante percepción del fenómeno del suicidio, que en el pa­sado representaba un enorme reto teórico para las teorías de orientación psicoanalítica. Es importante responder a dos pregun­tas relacionadas con el suicidio, por parte de cualquier teoría que intente explicar dicho fenómeno. La primera es el por qué un in­dividuo determinado desea suicidarse, violando evidentemente el dictamen por otra parte mandatorio del impulso de autoconserva­ción. La segunda, igualmente intrigante, hace referencia a la elec­ción específica del método del suicidio. Parece existir un vínculo intimo entre el estado mental en el que se encuentra la persona definida y el tipo de suicidio que planifica o comete. El impulso no es sólo el de acabar con la vida, sino el de hacerlo de un modo par­ticular. Puede que parezca natural que una persona que tome una sobredosis de tranquilizantes o barbitúricos, no salte sobre un precipicio ni se arroje bajo un tren. Sin embargo, la elección selec­tiva funciona también a la inversa; una persona que elija el suici­dio sangriento, no usaría drogas, aunque las tuviera al alcance de la mano.10
El material procedente de la investigación psicodélica y de otras formas de trabajo experiencial profundo aporta una nueva comprensión de ambos motivos, así como de la intrigante cuestión sobre la elección de métodos. Ocasionalmente se observan planes y tendencias suicidas en cualquiera de las etapas de la psicoterapia con LSD, pero son particularmente frecuentes y urgentes, en el momento en que los sujetos se enfrentan al material inconsciente relacionado con las matrices perinatales negativas. Las observa­ciones de las sesiones psicodélicas revelan que las tendencias sui­cidas caen en dos categorías distintivas, que se relacionan de un modo muy específico con el proceso perinatal. Si aceptamos que la experiencia de la depresión inhibida constituye una manifesta­ción de la MPB 2 y que la depresión agitada se deriva de la MPB 3, es posible comprender diversas formas de fantasías, tendencias y actos suicidas, como intentos de escapar, inconscientemente motivados, de dichos estados psicológicos insoportables, por la ruta que refleja la historia biológica individual.
El suicidio del primer tipo, o suicidio no violento, se basa en el recuerdo inconsciente de la situación sin salida de la MPB 2, pre­cedida de la experiencia de la existencia intrauterina. Un indivi­duo que intente escapar de los elementos de la segunda matriz pe­rinatal elegirá el camino más fácilmente accesible en dicho estado, el de la regresión a la unión original indiferenciada de la condición prenatal (MPB l). Dado que el nivel del inconsciente en el que tiene lugar dicha decisión no suele ser experiencialmente accesi­ble, el sujeto se ve atraído por situaciones y medios de la vida coti­diana, que parecen incluir elementos similares. El propósito bási­co subyacente consiste en reducir la intensidad de los estímulos dolorosos y finalmente eliminarlos. La meta final consiste en per­der la dolorosa conciencia de la separación e individualidad de uno mismo y alcanzar un estado indiferenciado de «conciencia oceánica», que caracteriza la existencia embriónica. Las formas leves de este tipo de ideas suicidas se manifiestan como deseo de no salir, o de caer en un profundo sueño, olvidarlo todo y no vol­ver a despertar jamás. Los planes e intentos suicidas de este grupo incluyen el uso de altas dosis de hipnóticos o tranquilizantes, la in­halación de monóxido de carbono o de gas doméstico, ahogarse, desangrarse en la bañera y congelarse en la nieve."  1­
El suicidio del segundo tipo, o suicidio violento, sigue incons­cientemente la pauta experienciada durante el nacimiento bioló­gico. Está íntimamente relacionado con la forma de depresión agitada y por consiguiente vinculado a la MPB 3. Para una perso­na bajo la influencia de la tercera matriz, la regresión al estado oceánico del útero no es accesible, porque la conduciría a través de una etapa infernal sin salida de la MPB 2, psicológicamente peor que la MPB 3. Sin embargo, de lo que dispone como ruta psi­cológica de escape, es del recuerdo de que dicho estado puede ser terminado por la liberación explosiva, que tuvo lugar en el mo­mento del nacimiento biológico. Al igual que en los suicidios no violentos, el sujeto carece de acceso experiencial al nivel perinatal y a la perfección de que la solución psicológica consistiría en revi­vir su propio nacimiento, completando internamente el proceso muerte-renacimiento y conectándose experiencialmente con la si­tuación posnatal. Por el contrario, exteriorizan el proceso y sue­len revivir una situación en el mundo exterior, que incluye los mismos elementos y está dotada de componentes experienciales semejantes.
En estos casos la pauta básica consiste en intensificar la ten­sión y el sufrimiento, conduciéndoles a un punto culminante, para alcanzar entonces la liberación en el contexto de una descarga ex­plosiva de impulsos destructivos, rodeados de diversas formas de materias biológicas. Esto es tan aplicable al nacimiento biológico como al suicidio violento, ya que ambos incluyen la terminación repentina de una tensión emocional y física excesiva, la descarga instantánea de enorme cantidad de energía, la destrucción amplia de tejidos y la presencia de materias orgánicas, tales como sangre, heces o intestinos. La yuxtaposición de fotografías mostrando na­cimientos biológicos y víctimas de suicidios violentos, demuestran claramente el paralelismo de ambas situaciones. La semejanza en­trambos ha sido repetidamente comentada por sujetos en sesiones psicodélicas, después de haber experienciado su identificación con individuos que habían cometido suicidio. Este género de ex­periencias es frecuente en las sesiones perinatales.
Las fantasías y actos sexuales pertenecientes a esta categoría incluyen el ser arrollado por el tren, por una turbina hidroeléctri­ca o en accidentes motorizados suicidas, degollarse, volarse los se­sos y apuñalarse, tirarse por la ventana, o de una torre o precipi­cio, así como algunas formas de suicidio exótico como el harakiri, los kamikazes, etc. Suicidarse colgándose parece pertenecer a una fase anterior de la MPB 3, caracterizada por la sensación de es­trangulación, asfixia y fuerte excitación sexual.
El trabajo con LSD ha aportado también una fascinante visión sobre el intrigante problema de elección de un tipo particular y forma específica de suicidio, que en un pasado ha sido bastante confuso. El suicidio no violento refleja una tendencia general a re­ducir la intensidad de los estímulos física y emocionalmente dolo­rosos. La elección específica del método parece estar determina­da por elementos biográficos, de naturaleza relativamente super­ficial. Sin embargo, los suicidios violentos incluyen un mecanismo de un tipo totalmente diferente. En este caso, he observado repe­tidamente que los individuos que contemplaban una forma parti­cular de suicidio estaban ya experienciando las sensaciones y fun­ciones físicas que intervendrían en el propio acto.
Así pues, los que se sentían atraídos hacia los trenes y turbinas hidroeléctricas sufrían ya de una sensación intensa de ser aplasta­dos y descuartizados; sentimientos fácilmente vinculables con las experiencias perinatales. Los que manifiestan una tendencia a cortarse o apuñalarse se quejan de padecer dolores insufribles en las partes del cuerpo que intentan agredir. Asimismo, la tenden­cia a colgarse se basa en una profunda sensación preexistente de estrangulación y asfixia. Una vez más, tanto el dolor como la sen­sación de asfixia son elementos fácilmente reconocibles de la ter­cera matriz perinatal. La elección específica del suicidio violento parece, por consiguiente, constituir un ejemplo especial de la in­tolerancia fundamental subyacente en gran parte de las nal, el importante condiciones psicopatológicas, del que se hablará más adelante. Cuando un individuo se siente abrumado por emociones irracio­nales y sensaciones físicas incomprensibles de gran intensidad, in­cluso los actos que incluyan una severa automutilación o autodes­trucción le parecerán aceptables, como método para alcanzar una congruencia entre la experiencia interna y la realidad externa.

Hay excepciones importantes a estas reglas generales. El me­canismo del suicidio violento refiere un recuerdo relativamente claro de la transición repentina de la lucha en el canal del parto al mundo exterior y de la liberación explosiva. En los casos en que una profunda anestesia ocultó dicha transición, el individuo ha sido programado para el futuro, casi a nivel celular, para escapar de un estado de tensión severa a otro bajo la influencia de las dro­gas. En estas circunstancias, un estado característico de la MPB 3 podría conducir a un suicidio no violento. Una exposicitin fisioló­gica a un nacimiento sin o un mínimo de anestesia prepararía al in­dividuo para los graves retos del futuro y le infundiría una profun­da sensación de confianza en su propia habilidad para superarlo. En circunstancias patológicas, un nacimiento sin graves complica­ciones farmacológicas crearía la pauta del suicidio violento. La fuerte anestesia programaría al individuo para huir de una tensión severa, refugiándose en las drogas y, en casos extremos, en la muerte por sobredosis. Sin embargo, en el estudio de casos indivi­duales de suicidio, es preciso completar el examen detallado del proceso del nacimiento con un análisis biográfico, ya que los suce­sos posnatales pueden contribuir a determinar y perfilar significa­tivamente la pauta del suicidio.

Cuando los individuos con tendencias suicidas se someten a te­rapia psicodélica y completan el proceso muerte-renacimiento ven el suicidio retrospectivamente como un trágico error basado en la incomprensión de sí mismos. La persona que no sabe que es posible experienciar liberación de una tensión emocional y física insoportable, por medio de una muerte y un renacimiento simbó­licos, estableciendo un nuevo contacto con el estado de existencia prenatal, sin sufrir daño físico alguno, puede ser empujada por las dimensiones catastróficas de su agonía, a revivir una situación irreversible en el mundo material, con elementos semejantes. Dado que las experiencias de la primera y cuarta matrices perina­tales, no sólo representan estados biológicos simbióticos, sino di­mensiones espirituales muy diferenciadas, las tendencias suicidas
de ambos tipos parecen, según las observaciones anteriores, estar distorsionadas y anhelar la trascendencia, sin ser conscientes de ello. El mejor remedio contra las tendencias destructivas, y los impulsos suicidas consiste, por consiguiente, en experienciar la muerte y renacimiento del ego y la unión cósmica. De ese modo, no sólo se consumen las energías e impulsos destructivos, sino que el individuo establece contacto con el contexto transpersonal en el que el suicidio ya no parece constituir solución alguna. Esta sensa­ción de la futilidad del suicidio está vinculada a la percepción de que las transformaciones del inconsciente y los ciclos de la muerte y renacimiento continuarán después de la propia destrucción bio­lógica o, para ser más específicos, al descubrir la imposibilidad de escapar de la pauta kármica personal.
Generalmente, de acuerdo con la teoría psicoanalítica, el al­coholismo y la drogadicción parecen estar íntimamente relaciona­dos con las depresiones y el suicidio. Las características más bási­cas de los alcohólicos y los adictos, así como su motivación más profunda para el consumo de sustancias intoxicantes, parece con­sistir en un enorme deseo de experienciar la maravillosa unión in­diferenciada. Este tipo de sentimientos está relacionado con pe­ríodos serenos de la vida intrauterina y de lactancia. Como se ha subrayado anteriormente, ambos estados se caracterizan por su dimensión espiritual intrínseca. Los alcohólicos y los adictos ex­perimentan mucho dolor emocional derivado de los sistemas COEX y, a fin de cuentas, de las matrices perinatales negativas, que incluyen depresión, tensión generalizada, angustia, culpabili­dad, poca autoestimación, etc. El consumo excesivo de alcohol o narcóticos parece constituir un análogo mitigado de las tenden­cias suicidas. Tanto el alcoholismo como la drogadicción han sido descritos frecuentemente como formas lentas y prolongadas de suicidio.
El mecanismo característico de dicho grupo es el mismo que el de los suicidios no violentos y refleja una necesidad inconsciente de deshacer el proceso del nacimiento y regresar al útero. El al­cohol y los narcóticos tienden a inhibir diversas emociones y sen­saciones dolorosas, y a crear un estado de conciencia e indiferen­cia difusa, con relación a los problemas del pasado y del futuro. Los pacientes adictos al alcohol y a las drogas que, en sus sesiones psicodélicas, han experienciado estados de unión cósmica, han manifestado descubrimientos semejantes a los de los pacientes suicidas. Han descubierto que lo que anhelaban era la trascenden­cia y no la intoxicación. Este error se basaba en cierta similitud superficial entre los efectos del alcohol o de los narcóticos y la expe­riencia de la unión cósmica. Sin embargo, semejanza no es lo mis­mo que igualdad y existen algunas diferencias fundamentales en­tre los estados trascendentales y los de intoxicación. Mientras que el alcohol y los narcóticos adormecen los sentidos, ajustan la con­ciencia, perturban las funciones intelectuales y producen aneste­sia emocional, los estados trascendentales se caracterizan por el hecho de agudizar la perfección sensorial, la serenidad, la claridad de la mente, la abundante perfección filosófica y espiritual, y el caudal inusual de emociones.
Así pues, en lugar de producir el estado de conciencia cósmica en su totalidad y con todas sus características esenciales, dichas drogas se limitan a crear una triste caricatura. Sin embargo, para el individuo dolorido en busca desesperada de ayuda, incapaz de discriminar con precisión, la semejanza es suficiente como para inducirle al abuso sistemático. El consumo habitual conduce en­tonces a la adicción fisiológica y perjudica física, psicológica y so­cialmente al usuario.           r=
Tal como se ha mencionado para los casos de suicidio, parece haber otro mecanismo subyacente en el alcoholismo y la droga­dicción, que no refleja la dinámica natural del proceso del naci­miento, sino la intervención artificial. Algunos pacientes mues­tran claramente la influencia psicológica de la MPB 3 y, a pesar de ello, se refugian en el alcohol y en los narcóticos. Es frecuente descubrir que durante el parto sus madres estaban bajo el efecto de una fuerte anestesia general. Por consiguiente, su recuerdo del nacimiento no consiste en el de una liberación explosiva, sino en el de despertar lentamente de una intoxicación. De ese modo tienden a escapar de la dolorosa garra de la MPB 3 y de la ten­sión intensa en general, refugiándose en la anestesia inducida químicamente, siguiendo la ruta marcada por el tocólogo que asistió al parto.

La experiencia de unión cósmica conduce generalmente a acti­tudes negativas en los estados de conciencia producidos por into­xicación alcohólica o de narcóticos. En nuestro trabajo con al­cohólicos y drogadictos graves se ha observado una fuerte reduc­ción en el consumo de alcohol y de narcóticos, después de una sola sesión psicodélica, con una dosis elevada. Después de las ex­periencias de la muerte del ego y de unión cósmica, el abuso de al­cohol y narcóticos parece un trágico error, como consecuencia de no haber reconocido ni comprendido que lo que se anhelaba era la trascendencia. El paralelismo con los descubrimientos de los pacientes deprimidos con relación al suicidio es evidente y asom_ brosa.
Una necesidad agobiante de trascendencia parece ser la clave del problema del alcoholismo y de la drogadicción, por muy im­probable que pueda parecerles a los que estén familiarizados con la personalidad, conducta y estilo de vida de los pacientes perte­necientes a estas categorías. Esto puede ser claramente ilustrado con estadísticas de los programas de terapia psicodélica, llevados a cabo en el Maryland Psychiatric Research Center, de Baltimo­re. Estas dos categorías de pacientes tuvieron, durante sus sesio­nes psicodélicas, la mayor incidencia de experiencias místicas entre todos los grupos estudiados, incluidos los neuróticos, pro­fesionales de la salud mental e individuos con cáncer terminal (Grof, 1980).
Es importante poner de relieve que la dinámica perinatal, aun­que fundamental, no explica por sí misma la estructura de la per­sonalidad del alcohólico y del drogadicto, ni la fenomenología del abuso de las drogas. Pueden hallarse factores adicionales de im­portancia psicológica en las biografías de los pacientes, básica­mente congruentes con la literatura psicodinámica. Así pues, lo,, sistemas COEX asociados con el alcoholismo y la drogadicción in­cluyen frustraciones orales tempranas, privaciones emocionales v deseos de satisfacción anaclíptica. En ciertas circunstancias, cie­tas raíces significativas del alcoholismo y de la drogadicción pue­den alcanzar el dominio transpersonal.
A pesar de mi limitada experiencia clínica en el tratamiento de las relativamente raras neurosis impulsivas, tales como la huid del domicilio y deambular (poriomanía), el juego y el consumo in­tensivo de alcohol (dixomanía), robar (cleptomanía) y prender fuegos (piromanía), me parece justo formular la hipótesis de que están psicogenéticamente relacionadas con los trastornos mania­codepresivos y por consiguiente con la transición de la MPB 3 a la. MPB 4. En los casos de quienes huyen impulsivamente del domi cilio, sus impetuosos desplazamientos representan una exteriori­zación de su impulso energético, característico de la tercera ma­triz perinatal. En este caso, el hecho de correr equivale a huir de' peligro, la represión y el castigo, hacia la seguridad, la libertad la gratificación. La meta fantástica típica de la búsqueda impulsi­va es la imagen de un hogar ideal, con una buena madre que satis­faga todas las necesidades individuales. Es fácil reconocer dichc deseo como la búsqueda psicológica de los elementos de la MPB ¿ y finalmente de la MPB 1. El juego impulsivo, el ambient :
febril del casino, la emoción cargada de angustia y las alternativas extremas de la aniquilación total o la transformación mágica de la vida constituyen características típicas de la dinámica de la tercera matriz perinatal y la proximidad de la muerte y renacimiento del ego. Las cornucopias fantásticas asociadas con las posibles conse­cuencias pertenecen a imágenes características relacionadas con la MPB 4. Un fuerte énfasis en el aspecto sexual de la MPB 3 pue­de infundir en el juego una calidad definitivamente erótica, rela­cionándolo con actividades de la masturbación. La dixomanía, ca­racterizada por el consumo periódico y abusivo del alcohol, está íntimamente relacionada con la poriomanía y representa una combinación de la neurosis impulsiva con el alcoholismo. El me­canismo fundamental consiste en la incapacidad de tolerar la ten­sión orgánica extrema y la necesidad de una descarga instantánea. Sería de suponer que el consumo de alcohol o de otras drogas es­tuviera basado en la administración de anestésicos o sedantes du­rante la última etapa del nacimiento del individuo. El origen pro­fundo de la cleptomanía parece radicar en la necesidad de obtener satisfacción en el contexto del peligro, la tensión, la emoción y la ansiedad.
La piromanía está relacionada psicogenéticamente, con toda claridad, con el aspecto pirocatártico de la MPB 3. Arquetípica­mente, las últimas etapas del proceso muerte-renacimiento están relacionadas con el elemento del fuego. Los sujetos bajo el efecto de LSD, en este punto, experienciarían visiones de conflagracio­nes gigantescas, explosiones volcánicas o atómicas y reacciones termonucleares. Esta experiencia del fuego está asociada con una intensa excitación sexual y parece estar dotada de propiedades purificadoras. Se percibe como destrucción catártica de las anti­guas estructuras, la eliminación de las impurezas biológicas y la preparación para el renacimiento espiritual. Los tocólogos y las comadronas observan frecuentemente la contrapartida experien­cial de este fenómeno en las mujeres que dan a luz, que se quejan en las últimas etapas del parto de una sensación de ardor en la re­gión genital, como si tuviera la vagina incendiada.
El pirómano tiene la visión correcta de que debe cruzar la ex­periencia del fuego para liberarse de la tensión desagradable y al­canzar la satisfacción. Sin embargo, no alcanza a comprender que ello sólo puede tener éxito si se experiencia internamente, como proceso simbólico de transformación. En lugar de experienciar la pirocatarsis y el renacimiento espiritual, proyecta el proceso hacia el exterior, convirtiéndose en un provocador de incendios. Si bien la contemplación del fuego genera un estado de emoción y excita­ción sexual, no llega a aportar la satisfacción anticipada, ya que las expectativas reflejan el resultado del proceso de transforma­ción interna, inalcanzable observando un hecho externo. Dado que el sujeto está dotado de una visión inconscientemente verda­dera y, por consiguiente, convincente, de que la experiencia del fuego conduce esencialmente a la liberación y a la satisfacción plena, sigue repitiendo el acto a pesar de todos los fracasos ante­riores.
El error fundamental de todas las actividades impulsivas con­siste en la exteriorización de un proceso interno, representándolo de un modo concreto. La única solución consiste en acercarse a dichos problemas con procesos internos y completarlos a nivel simbólico. La lucha por la descarga de la tensión intolerable, el anhelo de liberación sexual y la necesidad de seguridad interior (tan característica de las neurosis impulsivas) hallan gratificación simultánea en el contexto de las sensaciones extáticas asociadas con la MPB 4 y la MPB 1.
La compleja e intrincada estructura dinámica de la MPB 3 contribuye como componente importante a las neurosis obsesivo­impulsivas. Sin embargo, hace hincapié en distintos aspectos o fa­cetas de dicha matriz. Los pacientes aquejados de dicho trastorno suelen verse atormentados por ideas del ego-ajeno o se sienten empujados a repetir ciertos rituales irracionales e incomprensi­bles. Si se niegan a sucumbir a dichos extraños impulsos, les inva­de una ansiedad flotante. Existe un acuerdo general en la literatu­ra psicoanalítica, según el cual los conflictos relacionados con la homosexualidad, la agresión y las materias biológicas constituyen las bases psicodinámicas de ese trastorno, junto a la inhibición ge­nital y un fuerte énfasis en los impulsos pregenitales.
Ya se ha aclarado que el miedo inconsciente a los genitales fe­meninos y las tendencias homosexuales asociadas con el mismo están relacionados con la ansiedad del nacimiento. La inhibición genital, en última instancia, es el resultado de la similitud entre la pauta del orgasmo sexual y los aspectos orgásmicos del nacimien­to. En el contexto de la MPB 3, la excitación sexual está íntima­mente relacionada con la ansiedad y la agresión, en un complejo experiencial inseparable. Cuando los elementos de esta matriz se hallan próximos a la superficie, la excitación sexual tenderá a acti­var este aspecto particular del recuerdo del nacimiento. Todo in­tento de control o supresión de la ansiedad y agresión involucra­das conducirá automáticamente a la inhibición de la sexualidad genital. La ambivalencia'típica de materias biológicas tales como heces, orina, mucosidades y sangre tiene su raíz natural en las últi­mas etapas del nacimiento biológico, donde el contacto con dichas materias puede tener lugar en un contexto negativo o positivo, como ya hemos visto. Además, la actitud de los pacientes obsesi­vocompulsivos, con relación a sustancias biológicas, como poten­cialmente peligrosas en extremo y capaces de matar, tiene sentido al considerar esta asociación con el recuerdo de un hecho que su­puso una amenaza para la vida.
Otra característica típica de las neurosis obsesivocompulsivas manifiesta la relación psicogenética existente con la MPB 3, a sa­ber, la fuerte ambivalencia en los pacientes aquejados de dicho trastorno, con relación a la espiritualidad y la religión. Muchos de ellos viven en un conflicto permanente con relación a Dios y a la fe religiosa, alternando periódicamente entre la rebelión o la blas­femia, y las tendencias desesperadas al arrepentimiento, la ex­piación y la contrición de sus trasgresiones y pecados. Este tipo de
problema es típicamente característico de las últimas etapas del proceso muerte-renacimiento, en el que la existencia y rebelión obstinada contra las fuerzas superiores se alterna con un deseo de someterse y obedecer. Esto está habitualmente relacionado con la penetración de la importancia cósmica de esta situación y su valor espiritual.
Los sujetos bajo el efecto de LSD que experiencian esta fuerza superior de un modo más figurativo y arquetípico lo describen como una divinidad severa, castigadora y cruel, comparable al Jehová del Antiguo Testamento, o incluso a los dioses precolom­binos que exigen sacrificios sangrientos. El correlativo biológico de esta divinidad castigadora es la influencia constructora del ca­nal del parto que evita toda expresión externa de las energías ins­tintivas despertadas, de naturaleza sexual y agresiva, convirtién­dolas en un sufrimiento extremo para el individuo, con peligro para su vida. A nivel posnatal, esta coacción adquiere formas más sutiles, en manos de las autoridades paternas, instituciones pena­les y preceptos y mandamientos religiosos.
De ese modo la fuerza opresiva del canal del parto representa las bases naturales de la parte instintiva profunda del superego, que Freud interpretó como derivado del id, considerándolo como un elemento salvaje y cruel de la psique, capaz de conducir al indi­viduo a la automutilación y al suicidio. En este contexto, los pa­cientes obsesivocompulsivos se enfrentan a una situación doloro­sa y paradójica, caracterizada por un curioso vínculo doble. Dada la pauta del desplegamiento arquetípico, es necesario experien­ciar la agresión elemental y la sensación sexual distorsionada de los diversos tipos característicos de la MPB 3, con el fin de conec­tar experiencialmente con la energía espiritual asociada a la MPB 4. Sin embargo, la experiencia de estas intensas tendencias instin­tivas se ve como incompatible con lo divino y, por consiguiente, se reprime.
Los sistemas COEX relacionados psicogenéticamente con las neurosis obsesivocompulsivas incluyen experiencias traumáticas relacionadas con la zona anal y las materias biológicas, tales como el episodio de un severo aprendizaje del uso del retrete, enemas dolorosas y enfermedades gastrointestinales. Otra categoría impor­tante relacionada con material biográfico incluye el recuerdo de di­versas situaciones que hayan representado un peligro para la organi­zación genital. Estas observaciones están básicamente de acuerdo con la visión psicoanalítica de los factores psicogenéticos instrumen­tales en el desarrollo de las neurosis obsesivocompulsivas.
Según la literatura psicoanalítica, las conversiones pregenita­les, tales como el asma psicogénica, diversos tics y el tartamudeo, representan una combinación de trastornos obsesivocompulsi­vos e histeria conversiva. La estructura básica de la personalidad subyacente en dichos pacientes está claramente dotada de carac­terísticas obsesivocompulsivas, pero el mecanismo principal en la formación de sus síntomas lo constituye la conversión. El traba­jo experiencial profundo muestra que las conversiones pregenita­les se derivan de la tercera matriz perinatal. En el asma psi cogéni­ca, las dificultades respiratorias pueden vincularse directamente al elemento de agonía y asfixia experimentado durante el naci­miento biológico y pueden ser modificadas terapéuticamente en­frentándose al proceso muerte-renacimiento. Un análisis meticu­loso del proceso psicológico del asma sugiere que muchos de sus aspectos importantes tienen sus orígenes en la dinámica biológica del nacimiento. Asimismo, como en los casos de neurosis obsesi­vocompulsivas, el énfasis anal refleja el bloqueo general de ener­gía y la participación de la zona anal en el nacimiento. El hecho de que acentúen específicamente los elementos de asfixia y retención anal, se debe a factores biográficos. Además de los traumas des­critos por los psicoanalistas, generalmente se descubre un histo­rial de enfermedades, incidentes o accidentes que han dificultado la respiración..
Ya hemos hablado anteriormente de la agonía, angustia y asfi­xia que el niño experimenta en el canal del parto, lo que parece generar una cantidad enorme de estimulación neuronal, que per­manece almacenada en el sistema e intenta descargarse posterior­mente a través de diversos canales. Los tics psicogéncos represen­tan, en definitiva, un intento de liberar, en un contexto biográfi­camente establecido, parte de dicha energía acumulada durante la situación hidráulica del nacimiento. La tartamudez psicogénica tiene sus raíces dinámicas profundas en los conflictos orales,.ade­más de la agresión anal. El componente oral refleja la angustia ex­perienciada por el niño, cuando su cabeza entra en el canal del parto, presionándola con enorme fuerza. El elemento anal tiene sus orígenes en el aumento de presión abdominal y contracción del esfínter que acompaña al parto. Al igual que los demás tras­tornos emocionales, la selección específica de ciertas facetas de la compleja dinámica de la MPB 3 en la tartamudez psicogénica que­da determinada por sucesos biográficos posteriores. Un factor im­portante en este trastorno parece constituirlo la supresión de la agresividad verbal, de carácter particularmente extremo.
La base dinámica profunda de la histeria conversiva es bastante similar a la de la depresión agitada, lo que además se refleja en la similitud fenomenológica de ambas condiciones. La relación en­trambas sirve para ilustrar la compleja geometría de los síndromes psicopatológicos. En general, la depresión agitada es un trastorno profundo y manifiesta, con mayor pureza, el contenido y dinámi­ca de la MPB 3. La observación de la expresión facial y conducta de un paciente con depresión agitada no deja duda de que se trata de una condición muy grave. El alto índice de suicidios, e incluso de suicidios y asesinatos combinados, que se dan entre dichos pa­cientes apoya dicha impresión.
Los ataques histéricos agudos muestran cierta similitud super­ficial con la depresión agitada. Sin embargo, la imagen general es menos grave, ya que carece de los elementos de desesperación profunda, parece estilizada y preconcebida, y se caracteriza por un fuerte elemento teatral con tonalidades sexuales. En general, los ataques de histeria tienen muchas de las características básicas de la MPB 3, tales como la tensión excesiva, excitación y agitación psicomotriz, una mezcla de depresión y agresión, los chillidos, di­ficultades respiratorias y el típico arqueo. Sin embargo, en este caso, el modelo experiencial tiene un aspecto mucho más mitiga­do que en la depresión agitada, y está considerablemente caracte­rizada y modificada por sucesos traumáticos posteriores. La natu­raleza y cronología de dichos componentes biográficos coinciden básicamente con la teoría freudiana. Constituyen traumas sexua­les típicos de la época en que el sujeto alcanzó la etapa de desarro­llo fálico y se enfrentó a los complejos de Edipo y Electra. Los movimientos de los ataques de histeria pueden ser descifrados como alusiones simbólicas a ciertos aspectos específicos de un trauma infantil subyacente.
La conexión profunda entre la depresión agitada y la histeria conversiva se pone claramente de manifiesto en el transcurso de la terapia con LSD. Al principio, los síntomas histéricos se magnifi­can y el paciente se ve obligado a revivir y superar los traumas se­xuales específicos de su infancia. Completada la labor biográfica, en sesiones psicodélicas subsiguientes se producen elementos que recuerdan la depresión agitada y que el paciente acaba por desci­frar como derivados de la lucha del nacimiento de la MPB 3. La solución se alcanza al establecer un vínculo experiencial con los elementos de la MPB 4.
Las parálisis histéricas de las manos y brazos, la incapacidad de mantenerse de pie (abasia), la pérdida del habla (afonía) y otros síntomas conversivos parecen estar basados en inervaciones conflictivas, que reflejan una generación excesiva y caótica de im­pulsos neuronales en la difícil situación del nacimiento. La paráli­sis no está causada por una carencia de impulsos motrices, sino por conflictos dinámicos de poderosas inervaciones antagónicas, que se contrarrestan y anulan mutuamente. Esta interpretación de los síntomas de conversión histérica fue sugerida en primer lu­gar por Otto Rank, en su obra The Trauma of Birth (1929). Mien­tras que Freud interpretaba las conversiones como expresión de un conflicto psicológico expresado en el lenguaje de la somatiza­ción, Rank creyó que su verdadera base era fisiológica y reflejaba la situación original existente en el nacimiento. El problema para Freud consistía en cómo traducir un problema inicialmente psico­lógico a un síntoma físico, mientras que Rank tenía que explicar cómo un fenómeno esencialmente somático podía adquirir más adelante, por medio de una elaboración secundaria, un contenido psicológico y un significado simbólico.
Algunas manifestaciones graves de la histeria, próximas a la psicosis, tales como el estupor psicogenético, los sueños diurnos incontrolados y la confusión de la fantasía con la realidad parecen estar dinámicamente relacionados con la MPB 1. Reflejan una profunda necesidad de restablecer el bienestar emocional caracte­rístico de la pacífica existencia intrauterina y la unión simbiótica con la madre. Si bien el componente emocional y el estado de sa­tisfacción física correspondiente pueden ser fácilmente detectados como experiencias relacionadas con el deseo de un buen útero y una buena lactancia, el contenido concreto de los sueños diurnos y de las fantasías utiliza temas y elementos relacionados con la in­fancia, adolescencia y vida adulta del individuo.
En la angustia histérica el papel de la dinámica perinatal es in­habitualmente evidente-. Es perfectamente lógico que la angustia tenga sus orígenes en una experiencia caracterizada por una Ime­naza vital grave. Ya hemos mencionado que Freud (1964) expresó ya al principio la opinión de que la situación del nacimiento podía constituir una fuente primordial y prototipo de todas las ansieda­des posteriores. Sin embargo, no elaboró dicha idea y cuando más adelante su discípulo Rank la convirtió en una teoría coherente (1929), le valió la expulsión del movimiento psicoanalítico.
En general, los orígenes de la angustia de libre flotación pue­den relacionarse, de un modo más o menos directo, con la an­gustia vital del nacimiento. En las diversas fobias en las que in­terviene la angustia, cristalizada como temor específico aplicado a ciertas personas, animales, o situaciones, la angustia original del nacimiento está modificada y mitigada por sucesos biográficos posteriores. Si bien la intensidad del afecto refleja su fuente peri­natal profunda, la condición general de la fobia corresponde a una etapa o faceta particular del nacimiento y la elección específica de personas, objetos y situaciones está determinada por sucesos bio­gráficos posteriores.
La relación de las fobias con el trauma del nacimiento es pre­dominantemente evidente en el miedo a lugares pequeños y cerra­dos (claustrofobia). Tiene lugar en situaciones de encierro, tales como los ascensores, las habitaciones pequeñas desprovistas de ventana, o en el Metro, y el sufrimiento emocional está estricta­mente limitado a la duración de la estancia en dichos lugares. Pa­rece estar más específicamente relacionada con la fase inicial de la MPB 2, en la que el niño tiene la sensación de que se le cierra el mundo entero, aplastándole y asfixiándole. La experiencia de este aspecto de la MPB 2, de un modo puro e inmitigado, incluye poderosas sensaciones de angustia vital indiferenciada e indefinida, y paranoia generalizada. Así pues, las observaciones del trabajo experiencial profundo establecen una relación dinámica intensa, de un modo inesperado, entre la claustrofobia y la paranoia, o por lo menos con una de las formas principales de paranoia, con raíces perinatales. La claustrofobia es un trastorno más superficial y sus síntomas están vinculados a factores situacionales específicos, mientras que la paranoia es profunda, generalizada y relativa­mente independiente de las circunstancias. A nivel biográfico, los sistemas COEX relacionados con la paranoia incluyen situaciones de amenaza generalizada en etapas muy tempranas de la infancia, mientras que la claustrofobia está relacionada con traumas poste­riores, en la época en que la personalidad estaba ya hasta cierto punto organizada. Son de particular importancia en este caso las situaciones en las que se combina el encierro físico con la asfixia.
El miedo patológico a la muerte (tanatofobia) tiene su origen en la angustia y sensación de catástrofe biológica inminente aso­ciada con el nacimiento. En estas neurosis, las sensaciones origi­nales de procedencia perinatal sólo se ven mínimamente modifi­cadas por sucesos biográficos posteriores, ya que los sistemas COEX involucrados están típicamente relacionados con situacio­nes que suponen una amenaza para la supervivencia o integridad del cuerpo, tales como las intervenciones quirúrgicas, heridas y ciertas enfermedades que dificultan la respiración. Los pacientes que padecen tanatobofia experimentan episodios de angustia vi­tal, que confunden por el principio de ataques cardíacos, apople­jía cerebral o asfixia interna.
Los exámenes médicos repetidos que dichos individuos suelen exigir no logran detectar ningún trastorno orgánico que justifique sus dolencias subjetivas, porque dichos pacientes no experimen­tan sensaciones y emociones relacionadas con el propio proceso fisiológico, sino que reviven recuerdos de traumas físicos del pasa­do, incluidos los del nacimiento. Evidentemente, no por ello su experiencia es menos real. La única solución consiste en procurar que se enfrenten experiencialmente a las gestalts emergentes, por medio de diversas técnicas de activación. De ese modo se resolve­ría la tanatofobia por medio de la experiencia de la muerte y rena­cimiento.
Una mujer cuyo recuerdo de los sucesos perinatales esté cerca de la superficie puede padecer fobia de embarazo, de parto y de lactancia. Este problema refleja el hecho de que los aspectos pasi­vos y activos de dichas funciones están íntimamente vinculados a la dinámica del inconsciente. Las mujeres que reviven su naci­miento suelen experienciarse simultánea o alternativamente pa­riendo. Asimismo, el recuerdo de sí misma como feto en el útero está característicamente asociado a la experiencia del embarazo y el de la lactancia con el de criar. Los estados que incluyen biológi­camente la unión simbiótica entre madre e hijo representan tam­bién los de unión experiencial.
Las observaciones clínicas sugieren que cuando una mujer queda embarazada, tiende a activar en su inconsciente el recuerdo de su concepción. Con el desarrollo del feto en su útero, el incons­ciente parece revivir la historia de su propio desarrollo embrióni­co. El proceso del parto reactiva entonces el recuerdo de su pro­pio nacimiento y, en el momento en que da a luz a su hijo, conecta su archivo inconsciente con el momento de su propio alumbra­miento. Al cuidar de su bebé, revive en cierto modo la historia de su infancia.        r
La mujer que tenga un recuerdo cercano de un nacimiento agonizante, difícilmente puede asumir la función reproductiva y aceptar su feminidad, porque la asocia con el dolor y la agonía. En estos casos, es esencial revivir y superar el dolor perinatal, con el fin de entregarse con entusiasmo al papel materno. La fobia de la maternidad, después del nacimiento de un hijo, combina habi­tualmente diversas compulsiones violentas encaminadas a lasti­mar al bebé, el propio temor de causarle daño y una preocupación irracional de que ocurra algo. Sean cuales sean los determinantes de dicho problema, en definitiva, se puede localizar su origen en el parto. Sus raíces más profundas se hallan en la situación en que madre e hijo se encontraban en estado de antagonismo biológico, lastimándose mutuamente e intercambiando cantidades enormes de energía destructiva. Esta situación tiende a activar el recuerdo de la madre de su propio nacimiento y desencadenar el potencial agresivo relacionado con sus matrices perinatales.
Las profundas conexiones existentes entre la experiencia del parto y el acceso experiencial a la dinámica perinatal supone una importante oportunidad para la mujer que acaba de dar a luz, para llevar a cabo un profundo e inhabitual trabajo psicológico. En el lado negativo, éstas parecen ser responsables de las depre­siones, neurosis, o, incluso, psicosis posteriores al parto, si la si­tuación no se trata con una profunda comprensión dinámica.
La nosofobia, o miedo patológico a contraer o desarrollar una enfermedad, está íntimamente relacionada con la hipocondría, o convicción ilusoria de haber contraído una enfermedad grave. Existen sutiles transiciones y superposiciones entre la nosofobia, la hipocondría y la tanatofobia. Los pacientes preocupados por la aparición de enfermedades físicas experimentan diversas sensa­ciones corporales que no son capaces de explicar y que suelen in­terpretarse en términos de patología somática. Entre ellas se en­cuentran dolores, presiones y calambres en diversas partes del cuerpo, extraños flujos de energía, paresias y otras formas de fe­nómenos inhabituales. También pueden manifestar síntomas de distinción en varios órganos, tales como dificultades respiratorias, dispepsia, náuseas y vómitos, restriñimiento y diarrea, temblores musculares, malestar general, debilidad y fatiga. Por muchos exá­menes médicos que se practiquen no logra hallarse indicación ob­jetiva alguna de enfermedad física en los casos de nosofobia o hi­pocondría. Los pacientes aquejados de estos problemas suelen exigir numerosos análisis clínicos y de laboratorio, y, tarde o tem­prano, acaban por convertirse en una verdadera molestia en las consultas de los médicos y en los hospitales. Muchos acaban en manos de un psiquiatra, que frecuentemente les trata como si se encontraran en algún lugar del continuo entre el engaño y la histe­ria. En muchos casos, siguen bajo observación por parte de los médicos de medicina interna, neurólogos y especialistas de otras enfermedades. Según ciertas estadísticas y estimaciones, los pa­cientes de esta categoría podrían representar hasta el treinta por ciento de los pacientes de medicina interna.
De acuerdo con mi estructura conceptual, los problemas de es­tos pacientes deberían tratarse con gran seriedad, a pesar de los hallazgos médicos negativos. Sus dolencias físicas son perfecta­mente auténticas, aunque no reflejen ningún problema médico re­conocido, sino la emergencia en la memoria de dificultades fisio­lógicas graves del pasado, tales como enfermedades, operaciones o heridas, y, en particular, el trauma del nacimiento.
Hay tres formas específicas de nosofobia que merecen aten­ ción especial: el miedo patológico a desarrollar o tener un cáncer (cancerofobia), el miedo a los microorganismos y a las infecciones (bacilofobia) y el miedo a la porquería (misofobia). La raíz pro­funda de todos estos problemas es de origen perinatal, a pesar de que su forma específica esté biográficamente determinada. En la cancerofobia, el elemento importante es la similitud entre el cán­cer y el embarazo. Es sobradamente conocido en la literatura
psicoanalítica que el crecimiento maligno de tumores se identifica inconscientemente con el desarrollo embriónico. Esta similitud no es sólo imaginaria, ya que la apoyan estudios anatómicos, fisio­lógicos y bioquímicos. Otra conexión profunda entre el cáncer, el embarazo y el nacimiento consiste en la asociación de estos proce­sos con la muerte. En la bacilofobia y la misofobia, el miedo pato­lógico se encuentra en las materias biológicas, olores corporales y la suciedad. Los determinantes biográficos incluyen generalmente recuerdos de la época de aprendizaje de uso del retrete, pero sus raíces más profundas alcanzan el aspecto escatológico del proceso perinatal. El vínculo orgánico en la MPB 3 entre la muerte, la agresión, la excitación sexual y las materias biológicas constituye la clave para comprender estas fobias.
Los pacientes afectados por estos trastornos no sólo temen la contaminación biológica por sí mismos, sino que frecuentemente les preocupa la posibilidad de infectar a los demás. Por consi­guiente, su miedo a las materias biológicas está íntimamente rela­cionado con la agresión, dirigida tanto hacia el interior como al exterior, que es precisamente la situación característica de las últi­mas etapas del nacimiento. El profundo entrelazado e identifica­ción de estos contaminantes biológicos constituyen también las bases de una forma particular de un bajo nivel de autoestima, que incluye la autodegradación y la sensación de asco consigo mismo, a la que hace referencia la expresión callejera «creerse un don na­die». Esta condición está frecuentemente asociada con cierta con­ducta que vincula este problema con las neurosis obsesivocompul­sivas. Estas incluyen ciertos rituales difíciles de eliminar o que contrarrestan la experiencia de la contaminación biológica.
El más evidente de estos ritos es la necesidad compulsiva de lavarse las manos u otras partes del cuerpo, aunque pueden adop­tar otras formas mucho más complejas y elaboradas. El carácter repetitivo de dichas maniobras demuestra que son esencialmente ineficaces para librarse de la angustia inconsciente, dado que no la enfocan en el nivel donde tienen su origen, es decir, el de las ma­trices perinatales. En lugar de darse cuenta de que se enfrentan a un recuerdo de la contaminación biológica, el individuo busca la solución en problemas higiénicos del presente.
Asimismo, el miedo a la muerte que representa el recuerdo de un peligro biológico real se tergiversa interpretándolo como peli­gro presente, relacionado con una supuesta infección. Por consi­guiente, el hecho de que las maniobras simbólicas no surtan efec­to alguno se debe finalmente a que el individuo está atrapado en una estructura de engaño y sufrimiento, debido a una falta de comprensión auténtica de sí mismo. Debemos agregar, a un nivel más superficial, que el miedo de las infecciones y de los tumores bacteriológicos está también relacionado inconscientemente con el esperma y la concepción, y, por consiguiente, con el embarazo y el nacimiento. Los sistemas COEX más importantes relaciona­dos con dichas fobias incluyen recuerdos pertinentes del estado anal-sádico del desarrollo libidinoso y conflictos relacionados con el aprendizaje del uso del retrete y con la limpieza personal. Cier­to material biográfico adicional está representado por recuerdos que presentan el sexo y el embarazo como sucio y peligroso.
El miedo a viajar en tren o en metro (siderodromofobia) parece estar basado en ciertas similitudes formales y experienciales entre los elementos del proceso perinatal y el hecho de viajar en com­partimientos cerrados. El común denominador más importante de ambas situaciones lo constituye la sensación de encierro o en­trampamiento, enormes fuerzas y energías en movimiento, una rápida secuencia de experiencias, la falta de control sobre el pro­ceso y el peligro potencial de destrucción. Elementos adicionales lo constituyen el miedo a atravesar túneles y pasajes subterráneos, así como el de hallarse en la oscuridad. En la época de las antiguas máquinas a vapor, los elementos del fuego, la presión de la calde­ra y el ruido del silbato parecían ser factores contributorios. La falta de control es un elemento de particular importancia. Los pa­cientes afectados por la fobia a los trenes frecuentemente no tie­nen inconveniente en conducir un coche, donde pueden cambiar o detener deliberadamente el movimiento.
Íntimamente relacionadas con estas fobias tenemos el miedo a viajar en avión y a usar ascensores. Es interesante en este contexto el hecho de que en ciertos casos el mareo está relacionado con la dinámica perinatal y suele desaparecer cuando el individuo ha completado su proceso de muerte-renacimiento. El elemento esencial, en este caso, parece consistir en la habilidad de abando­nar la necesidad de mantener el control y someterse al flujo de los acontecimientos, sin preocuparse de las consecuencias. Las difi­cultades aparecen cuando el individuo intenta mantener o impo­ner su orden en un proceso fuera del alcance del control humano.
El miedo a las alturas y puentes (acrofobia) no se manifiesta en forma pura. Está siempre asociado con el deseo compulsivo de saltar o tirarse de una torre, ventana, precipicio o puente. La sen­sación de caerse, acompañada simultáneamente del miedo a la destrucción, constituye una manifestación típica de las últimas etapas de la tercera matriz perinatal.12 Los sujetos que experien­cian los elementos de esta matriz hablan frecuentemente de la sensación de caerse, de realizar acrobacias o de tirarse en paracaí­das. El interés compulsivo por deportes en los que intervienen las caídas está íntimamente relacionado con el suicidio del segundo género; refleja la necesidad de exteriorizar la sensación de un de­sastre inminente en la caída, una formación reactiva contra el miedo derivado de la misma y además la necesidad de control que permita evitar dicho desastre (tirando de la anilla del paracaídas) o la certeza de que la aniquilación no tendrá lugar (acabando la caída en el agua). Los sistemas COEX responsables de las mani­festaciones de esta faceta en particular del trauma del nacimiento, incluyen recuerdos de la infancia de juegos alegres en los que los adultos le han levantado por los aires, caídas accidentales y diver­sas formas de gimnasia y acrobacias.
En la fobia a las calles y a los espacios abiertos (agorafobia),
la contrapartida de la claustrofobia, el vínculo con el nacimiento biológico se basa en el contraste entre la sensación subjetiva de encierro y constricción, y la enorme extensión de espacio que emerge, así como la expansión experiencial. Así pues, la agora­fobia está relacionada con la última parte del proceso del naci­miento y con la aparición en el mundo. Los sujetos bajo el efecto de LSD, que reviven este momento en sus sesiones psicodélicas, suelen describirlo como un miedo ante una catástrofe y aniquila­ción inminente, relacionados con la transición final. La expe­riencia de la muerte del ego, una de las experiencias más difíciles y exigentes del proceso de transformación, pertenece psicogené­ticamente a esta categoría. Las fobias de los espacios abiertos in­cluyen también, por lo general, un elemento de tensión libidino­sa, de tentación sexual, de sentimientos ambivalentes sobre la oportunidad de contactos promiscuos y preocupación por la ne­cesidad impulsiva de exhibirse en público. La mayoría de estas características reflejan constituyentes biográficos específicos, conectados con ciertas facetas y aspectos del trauma del naci­miento a través de la lógica experiencial. El componente sexual del nacimiento ha sido ya analizado detalladamente y el elemen­to de ser visto desnudo por la gente tiene mucho sentido como recuerdo anacrónico de la primera exposición del cuerpo desnu­do ante el mundo. Si el miedo a cruzar la calle es lo dominante, las fuerzas poderosas y peligrosas que el tráfico supone, se iden­tifican inconscientemente con las del parto. Aun a nivel más su­perficial, esta situación reproduce los elementos de la dependen-
cia infantil, cuando no se le permitiría a uno cruzar la calle sin la ayuda de un adulto.
La relación existente entre el miedo a diversos animales (zoo­fobia) y el trauma del nacimiento, ha sido analizado detallada y claramente por Otto Rank en The Trauma of Birth (1929). Si el objeto de la fobia es un animal grande, los elementos más impor­tantes del tema parecen ser los de ser tragado e incorporado (lobo) o la relación con el embarazo (vaca). Se ha mencionado an­teriormente que la experiencia arquetípica del punto de partida del proceso muerte-renacimiento es la de ser tragado e incorpora­do. Cuando intervienen animales pequeños, el factor importante parece ser su capacidad para introducirse en pequeños agujeros de la tierra y volver a salir de los mismos (ratones, serpientes).
Además, ciertos animales están dotados de un simbolismo es­pecial con relación al proceso del nacimiento. Por ejemplo, suelen aparecer tarántulas gigantes en la fase inicial de la MPB 2, como símbolo del elemento femenino devorador. Esto parece reflejar el hecho de que las arañas capturan insectos voladores en sus telas, inmovilizándolos, envolviéndolos y constriñéndolos, succionán­doles finalmente la vida. No es difícil ver la profunda similitud en­tre dicha secuencia de acaecimientos y las experiencias del bebé durante el parto biológico. Esta conexión parece ser esencial para el desarrollo del miedo a las arañas (aracnofobia).
Las visiones de serpientes que, a un nivel más superficial, tie­nen una connotación claramente fálica, a nivel perinatal del in­consciente son símbolos comunes de la agonía del nacimiento y por consiguiente de los elementos destructivos y devoradores femeni­nos. Las culebras venenosas representan habitualmente el peligro vital y el miedo a la muerte, mientras que las boas de gran tamaño simbolizan el estrujamiento y la estrangulación que tienen lugar en el parto. El hecho de que la boa, después de asfixiar y tragarse la víctima entera, se hinche de un modo espectacular, la convierte también en un símbolo del embarazo. Sin embargo, por muy impor­tante que sea el componente perinatal en el desarrollo de la fobia de las serpientes, su simbolismo se extiende más allá a los reinos trans­personales, donde estos animales juegan un papel fundamental en muchas formas arquetípicas, temas mitológicos y cosmologías.
Las fobias de los pequeños insectos pueden vincularse general­mente con la dinámica de las matrices perinatales. Así, por ejem­plo, las abejas parecen estar relacionadas con la reproducción y el embarazo, debido a su habilidad para transferir polen y fertilizar plantas, así como su capacidad de penetrar la piel con su aguijón, causando una hinchazón. Las moscas, por su afinidad con los ex­crementos y su propensión a la divulgación de infecciones, se aso­cian con el aspecto escatológico del nacimiento. Como ya hemos puntualizado, esto está íntimamente relacionado con las fobias a la suciedad y a los microorganismos, así como la necesidad com­pulsiva de lavarse las manos.
Dado que el nacimiento como proceso biológico básico in­cluye una amplia gama de fenómenos psicológicos, no es sor­prendente que se encuentren las raíces de muchos trastornos emocionales, con manifestaciones distintivamente somáticas y en­fermedades psicosomáticas, en las matrices perinatales. Así, los síntomas órgano-neuróticos más comunes y característicos pare­cen derivarse de los procesos y reacciones fisiológicas que forman parte natural y comprensible del nacimiento. Este vínculo es bastan­te evidente y no necesita otra explicación en el caso de varias formas de dolores de cabeza, particularmente las jaquecas, que el pacien­te neurótico suele describir como una franja de acero constriñén­dole la frente. También explica la sensación subjetiva de falta de oxígeno y sofocación, con la que los psiquiatras se encuentran en los casos de pacientes aquejados de tensión. Asimismo, las palpi­taciones, el dolor en el pecho, ruborizarse, la deficiencia de circu­lación capilar y otras formas de problemas cardiovasculares, así como tensiones musculares, temblores y tics, tampoco son difíci­les de interpretar.
Otros síntomas, en los que la conexión con el proceso del naci­miento no es inmediatamente evidente, parecen reflejar las com­plejas pautas de activación tanto del sistema simpático como del parasimpático, que tiene lugar simultánea o alternativamente en varias etapas del parto. El restriñimiento o la diarrea espástica, las náuseas y el vómito, la irritabilidad general del sistema gastrointes­tinal, el sudor excesivo, la hipersalivación o la sequedad de boca y el frío alternándose con el calor constituyen algunos ejemplos.
En los intervalos durante y después de las sesiones, aparece otro conjunto de fenómenos vegetativos, cuando los sujetos han sobrepasado el punto del proceso de la muerte-renacimiento y se enfrentan a diversas experiencias prenatales. Algunos de estos síntomas son similares a los que acompañan a las enfermedades víricas, tales como la gripe, que incluyen debilidad y malestar ge­neralizados, sensación de frío interno, nerviosismo extremo y li­geros temblores de músculos o grupos musculares aislados. Otros son reminiscentes de la resaca o intoxicaciones culinarias, como la sensación de náusea y asco, dispepsia, exceso de gases intestinales y distonía vegetativa generalizada. Los sujetos que manifiestan estos síntomas durante las sesiones suelen sentir mal gusto en la boca, que describen como mezcla de un sabor metálico o de yodo y algo orgánico, parecido al de un cocido descompuesto. En gene­ral, el síndrome se caracteriza por una calidad extraña, difusa, in­sidiosa y de difícil definición, que contrasta con los fenómenos fí­sicos mucho más específicos de origen perinatal. Muchos sujetos han afirmado independientemente que tenían la sensación de que las bases de esta condición eran químicas. Han sido relacionadas con los trastornos de la existencia intrauterina transferidos al feto por cambios en la química de la sangre de la placenta. Estos sínto­mas físicos parecen ser subyacentes en ciertas funciones neuróti­cas y otras cercanas a la psicosis, de naturaleza extraña e indefini­da. En su forma más extrema constituyen cierto tipo de hipocon­dría con interpretación psicótica.
Existen abundantes pruebas clínicas en la literatura relaciona­da con el LSD que sugieren que las matrices perinatales partici­pan también en la patogénesis de los trastornos psicosomáticos graves, tales como el asma bronquial, las jaquecas y migrañas, la soriasis, las úlceras gastrointestinales, la colitis ulcerosa y la hiper­tensión. El material de mi propia investigación psicodélica, así como las observaciones del trabajo experiencial sin el uso de dro­gas apuntan en la misma dirección. La importancia primordial de los factores emocionales en estas enfermedades ha sido general­mente reconocida por la medicina tradicional. Sin embargo, con la introspección del trabajo experiencial profundo, cualquier teo­ría de orientación psicoanalítica de las enfermedades psicosomáti­cas que las justifique plenamente a partir de factores biográficos es claramente inadecuada y superficial. Todo terapeuta que use el trabajo experiencial adquirirá probablemente un profundo respe­to para con la energía elemental de origen perinatal subyacente en los trastornos psicosomáticos.
Si bien pueden existir dudas justificables de que los traumas biográficos relativamente sutiles logran trastornar los mecanismos homeostáticos del cuerpo y causar profundos trastornos funciona­les, o incluso daños anatómicos graves en los órganos, es evidente que esta posibilidad es altamente probable en el caso de energías destructivas primordiales y auténticamente elementales, deriva­das de la experiencia del nacimiento. No es inusual ver casos de ataques asmáticos, jaquecas y migrañas, diversos eczemas e inclu­so erupciones soriáticas de la piel, durante el transcurso del proce­so de terapia psicodélica y otros tipos de trabajo experiencial. En el lado positivo, se han dado a conocer mejoras espectaculares y duraderas en la mayoría de las enfermedades psicosomáticas, por parte de los terapeutas que usan la terapia psicodélica y otras téc­nicas experienciales profundas. En los casos en que los informes describen el curso de la propia terapia mencionan el hecho de re­vivir el trauma del nacimiento como el suceso de mayor importan­cia terapéutica.
El vínculo existente entre el asma psicogénica y la experiencia del nacimiento, que es bastante evidente, ya ha sido visto en deta­lle. Los orígenes de las jaquecas son típicamente localizables en la jaqueca del nacimiento que incluye dolor y presión agonizante en la cabeza, junto a náuseas y otros trastornos gastrointestinales. La tendencia frecuente de los pacientes que sufren migrañas a procu­rarse un ambiente oscuro y tranquilo, semejante al del útero, así como mantas suaves y almohadas, puede interpretarse como un intento de invertir el proceso del nacimiento y regresar a la condi­ción prenatal. Sin embargo, es la estrategia opuesta la que aporta la solución a la jaqueca, como lo demuestran abundantes resulta­dos positivos de la terapia experiencial. Finalmente, es preciso intensificar extremadamente la jaqueca, hasta unas dimensiones insoportables, equivalentes a los dolores experienciales en el naci­miento. Esto conlleva entonces una liberación repentina y explo­siva de la jaqueca, seguido típicamente de un estado de éxtasis de naturaleza trascendental.
En la soriasis, el elemento importante psicogénico o psicogenéti­co parece ser la canalización de la energía perinatal destructiva hacia áreas de la piel que durante el nacimiento están en contacto inmediato con las paredes uterinas o del canal del parto y por consi­guiente representan el frente doloroso de la confrontación entram­bos organismos. Esto se desprende de las zonas predilectas de las afecciones soriáticas, a saber, la cabeza y la frente, la espalda, las rodillas y los codos. Al igual que con la jaqueca, se han realizado mejoras muy considerables reviviendo el nacimiento biológico'
Un componente importante de las fuerzas subyacentes en las úlceras gatrointestinales y la colitis ulcerosa consiste en la energía perinatal destructiva, con un enfoque axial muy definido, típica­mente experienciado con mayor intensidad a lo largo del eje lon­gitudinal del cuerpo. Las inervaciones conflictivas tanto de la par­te superior del sistema gastrointestinal (agresión oral, dolores de estómago, náuseas y vómitos), como las de la inferior (dolores y espasmos intestinales, diarrea, restriñimiento espástico) constitu­yen concomitantes frecuentes del proceso del nacimiento. El he­cho de que estos aspectos de la experiencia del nacimiento acaben manifestándose en el futuro en forma patológica y de que inter­vengan el estómago o el colon, no depende tanto, al parecer, de la mecánica específica del parto como de los sucesos biográficos pos­teriores. Los sistemas COEX de los pacientes aquejados de dichas enfermedades suelen incluir recuerdos de sucesos que vinculan la digestión con la angustia, la agresión o la sexualidad. La naturale­za y cronología de dichos traumas concuerda en general con la teoría psicoanalítica.
La hipertensión arterial está claramente relacionada con un historial de tensión emocional extrema. La base profunda de este trastorno lo constituye el recuerdo de la tensión emocional y física prolongada durante el nacimiento biológico. Diversas tensiones posteriores en la vida contribuyen a esta reserva primitiva facili­tan el acceso a los elementos perinatales por parte de la conciencia, los vinculan con sucesos biográficos específicos y facilitan una elaboración y articulación final de los mismos. La hipertensión ar­terial resultante es entonces la reacción psicosomática a todas las gestalts inacabadas de las situaciones tensas en la vida del indivi­duo, incluida su historia perinatal, en lugar de reflejar únicamente sus circunstancias más recientes.
La neurastenia y las neurosis emocionales traumáticas ocupan una posición especial entre los síndromes psicopatológicos. En cierto sentido, pueden ser consideradas como las reacciones más «normales» de los seres humanos aunque en circunstancias difíci­les. Los síntomas de la neurastenia suelen desarrollarse en el indi­viduo que ha estado expuesto durante un largo período a condi­ciones tensas objetivamente exigentes, tales como el exceso de trabajo en circunstancias difíciles, la falta de descanso, de sueño o de esparcimiento. labores difíciles de realizar y una vida ajetrea­da. La neurastenia se caracteriza por tensión muscular, temblo­res, sudor excesivo, paros cardíacos y palpitaciones, angustia ge­neralizada, sensación de opresión, profundos dolores de cabeza y debilidad irritable (una sensación de debilidad general y falta de energía, combinada con fácil irritabilidad). La acompañan típica­mente trastornos sexuales, especialmente impotencia, frigidez, cambios en el ciclo menstrual y eyaculación precoz.
Las neurosis emocionales traumáticas se manifiestan en indivi­duos que han intervenido en catástrofes naturales de proporcio­nes extremas, como accidentes masivos, escenas bélicas o expe­riencias de otros sucesos que supongan una amenaza potencial para la supervivencia o integridad del cuerpo. Es importante sub­rayar que estas condiciones no implican ningún peligro físico para el organismo, más que el trauma psicológico asociado con su posi­bilidad. Sin embargo, las neurosis traumáticas no sólo se caracte­rizan típicamente por síntomas emocionales intensos, sino por manifestaciones físicas tales como dolores, calambres violentos temblores o parálisis.
La neurastenia y las neurosis emocionales traumáticas están psicogenéticamente relacionadas muy de cerca. Ambas represen­tan derivaciones de la MPB 3 en una forma relativamente general, no modificada ni modelada por sucesos biográficos y traumáticos posteriores. La neurastenia, que constituye una reacción relativa­mente normal a un esfuerzo prolongado considerable, manifiesta las características esenciales de la tercera matriz perinatal, en for­ma ligeramente mitigada. Por otra parte, la fuerte emergencia que precipita las neurosis emocionales traumáticas constituye una aproximación tan íntima a la situación propia del nacimiento, que se sobrepone al sistema defensivo y se vincula experiencialmente con la misma raíz de la MPB 3. Así pues, incluso después de supe­rado el peligro inmediato, el individuo sigue inundado por ener­gías perinatales, contra las que ha perdido toda protección psico­lógica eficaz.
Esta situación presenta un problema, pero también se puede interpretar como una gran oportunidad para la confrontación ex­periencia) de las energías perinatales. El resultado final depende­rá del enfoque terapéutico de dicha condición. Todo intento de supresión psicológica o farmacológica de las energías perinatales desencadenadas durante el proceso será totalmente fútil o condu­cirá a un empobrecimiento general de la personalidad.
Una estrategia terapéutica, encaminada a liberar la energía perinatal, no sólo resolverá los síntomas de la neurosis traumáti­ca, sino que facilitará un proceso de curación y transformación profundas. El mejor enfoque convencional para dichas condicio­nes es el hipnoanálisis o narcoanálisis, que sitúa al paciente en contacto con la situación original de peligro para la vida y le per­mite revivirla. Sin embargo, el enfoque terapéutico ideal debería ir más lejos, hasta las matrices perinatales subyacentes expuestas por la emergencia de dicha situación. Esta observación es particu­larmente importante, dada la existencia de decenas de millares de veteranos del Vietnam que padecen trastornos emocionales a lar­go plazo relacionados con la guerra y que representan un grave problema de salud mental en los Estados Unidos.
No es infrecuente, en situaciones de urgencia vital, que los in­dividuos pierdan el control de la vejiga o del intestino. Esta condi­ción es característica de la última etapa del nacimiento, o transi­ción de la MPB 3 a la MPB 4. Lo demuestran las observaciones clínicas de los partos antiguos donde no se utilizaban enemas ni cateterización, en los que tanto la madre como el hijo solían ori­nar y defecar en el momento del nacimiento. La pérdida neurótica del control de la vejiga (enuresis), así como la menos frecuente fal­ta de control del intestino (encopresis), proceden, en definitiva, de la micción y defecación reflejas en el nacimiento. En los sujetos que experiencian elementos de la MPB 3 y MPB 4 en sus sesiones psicodélicas, se despierta frecuentemente un interés por sus esfín­teres y por el control de los mismos. La micción es bastante fre­cuente entre los sujetos que, en la psicoterapia experiencial, se acercan al momento de la entrega y abandono absoluto. La defe­cación involuntaria es menos frecuente, probablemente debido a los fuertes tabúes culturales, pero también se ha dado en varias ocasiones. Al igual que con otros trastornos, es necesaria la exis­tencia de sucesos biográficos posteriores de una naturaleza espe­cífica, para convertir este potencial existente en el nivel perinatal, en un problema clínico real. El material de los sistemas COEX co­rrespondientes está básicamente de acuerdo con la teoría psicoa­nalítica. Sin embargo, esta explicación es sólo parcial, ya que fi­nalmente las raíces profundas de dichos trastornos pueden ser identificadas en la liberación refleja de los esfínteres, al concluir el dolor, el miedo y la asfixia del nacimiento, y el vínculo psicológico con la condición prenatal y posterior al parto, en la que no existe imposición alguna en cuanto a la libertad biológica incondicional.


La experiencia psicótica: ¿enfermedad o crisis transpersonal?


Las denominadas psicosis endógenas, particularmente la es­quizofrenia, representan uno de los mayores enigmas de la psi­quiatría y la medicina contemporáneas. A pesar de la enorme in­versión de tiempo, energía y dinero, los problemas relacionados con la naturaleza y etiología de los procesos psicóticos se han re­sistido a los esfuerzos de diversas generaciones de científicos. Las teorías de la psicosis cubren una gama extraordinariamente am­plia, desde interpretaciones estrictamente orgánicas hasta pura­mente psicológicas e incluso filosóficas. Cada una de estas posi­ciones extremas está representada por respetables científicos, bri­llantes y sofisticados, con credenciales impecables.
Según los investigadores que se adhieren al modelo médico, las psicosis representan una tremenda distorsión de la perfección correcta de la realidad, que induce a postular una patología grave de los órganos que intervienen en la perfección del mundo y la in­terpretación de los datos sensoriales, particularmente el sistema nervioso central. Los partidarios de este punto de vista insisten en que la causa de las psicosis debe radicar en alguna anomalía del cerebro, adquirida o heredada bioquímica, fisiológica o in­cluso anatómicamente. Otra alternativa aceptable sugiere que una patología en otros órganos o sistemas del cuerpo pueden in­tervenir, cambiando el proceso bioquímico y afectando indirecta­mente el cerebro. A pesar de que la búsqueda de dichas causas or­gánicas ha sido hasta estos momentos prácticamente vana, se si­guen calificando todas las condiciones caracterizadas por estados inusuales de la conciencia como «enfermedades», con una etiolo­gía todavía por descubrir. Dado que la investigación psiquiátrica no ha logrado hasta estos momentos detectar las causas de la psi­cosis, la definición de «enfermedad» se equipara característica­mente con la manifestación de síntomas y el alivio de los mismos se interpreta como indicación de su mejoría.

Las teorías psicológicas de la psicosis caen en tres categorías explícitas. Las formulaciones más extremas, en el polo opuesto al del modelo médico, interpretan las psicosis básicamente como problema de la vida, o diversos modos de estar en el mundo. Cabe mencionar la fenomenología, el análisis existencial y el daseins­análisis como ejemplos importantes de enfoques que hacen hinca­pié en la interpretación filosófica, en lugar de la visión patológica de la medicina. La mayoría de las teorías psicológicas interpretan las psicosis como estados patológicos, con raíces psicológicas más que orgánicas. Con ligeras excepciones, la orientación de dichas teorías suele ser biográfica. Su limitado enfoque les impide discer­nir los factores psicológicos situados más allá del campo de los traumas infantiles. Algunos de estos enfoques complementan la dinámica intrapsíquica con factores de naturaleza sociológica. La tercera categoría de teorías psicológicas de las psicosis es más in­teresante y prometedora. Ésta incluye enfoques que hacen hinca­pié en el valor positivo de los procesos psicóticos. Desde este pun­to de vista, muchos estados inusuales de la conciencia, considera­dos tradicionalmente como psicóticos y, como tales, indicativos de una grave enfermedad mental, son interpretados como un enorme esfuerzo para solucionar algún problema. Comprendidos debidamente y con la ayuda necesaria, pueden inducir a la cura­ción psicosomática, transformación de la personalidad y evolu­ción de la conciencia.
Queda pues perfectamente claro que no existe acuerdo gene­ral en la psiquiatría y psicología sobre la naturaleza y etiología de los procesos psicóticos. La mayoría de los investigadores concien­zudos suelen hacer hincapié en la enorme complejidad del proble­ma y plantearla en términos de «etiología múltiple». Dicho térmi­no sugiere que el problema de la psicosis no puede ser reducido a una simple cadena de causas biológicas, psicológicas o sociales. Ni siquiera existe unanimidad en las denominaciones diagnósticas clí­nicas. Por ejemplo, los psiquiatras norteamericanos tienden a utili­zar con bastante generosidad el término esquizofrenia, mientras que sus colegas europeos acostumbran a reservarlo para casos espe­ciales de «problemas radicales» profundos (Kernschizophrenie).
La situación en la terapia de las psicosis es igualmente confu­sa. Con la posible excepción de los trastornos maniacodepresivos sobre los que parece existir mayor unanimidad, la diversidad de medidas terapéuticas refleja directamente las diferencias de crite­rios teóricos de su proceso. Los enfoques que han sido utilizados con diversos grados de éxito y fracaso abarcan desde los enérgicos métodos convulsivos y la psicocirugía, pasando por la terapia psi­cofarmacológica, hasta los procedimientos puramente psicológi­cos. Algunos métodos terapéuticos recientes contradicen directa­mente la estrategia médica en el tratamiento de las psicosis. En lu­gar de proponerse una reducción de los síntomas y la inhibición del proceso psicótico, intentan crear una estructura de soporte y alentar al paciente para que experiencie con la mayor plenitud po­sible sus síntomas. Desde este punto de vista, incluso parece apro­piado el uso de técnicas que intensifiquen y aceleren el proceso, conduciéndolo a una resolución positiva, como en el caso de las sustancias psicodélicas o la terapia experiencial profunda.
Es este último enfoque el que deseo explorar y apoyar, ya que según mi experiencia ofrece una alternativa sumamente vital y prometedora al tratamiento tradicional de las psicosis. Existen pruebas abundantes, procedentes de diversos campos de la inves­tigación, que indican que entre las personas con experiencias inu­suales de la conciencia, calificadas sistemáticamente de psicóticas, existe un subgrupo considerable de individuos que están llevando a cabo un proceso extraordinario y potencialmente curativo de autodescubrimiento y evolución de la conciencia. Cuando las con­diciones no son óptimas, como suele ocurrir normalmente en esta cultura en su nivel actual de interpretación psiquiátrica, dicho proceso se detiene frecuentemente en una de sus etapas dramáti­cas y difíciles.
El psiquiatra o psicólogo que conozca el territorio tanto teóri­ca como experiencialmente podrá ayudar y dirigir dicho proceso, en lugar de utilizar un enfoque indiscriminadamente represivo, que para estos casos es inadecuado, dañino y contraproductivo. El uso insensible rutinario de tranquilizantes y de otras medidas represivas puede paralizar este proceso potencialmente benefi­cioso y entorpecer su resolución victoriosa. Dicha estrategia te­rapéutica puede convertir la situación en crónica y crear la nece­sidad de medicación a largo plazo, con la aparición de efectos se­cundarios irreversibles. Queda por ver la proporción de estados psicóticos pertenecientes a esta categoría, así como la cantidad de individuos de la población en general afectados por dicho proce­so. La psiquiatría, con sus estigmatizantes términos, escalofrian­tes hospitales y procedimientos terapéuticos, ha creado un am­biente que no propicia la reacción honesta. En estas circunstan­cias, es improbable que obtengamos estadísticas confiables que reflejen lo que está ocurriendo en la población, hasta que logre­mos crear un ambiente de comprensión y ayuda.
Los resultados de unas encuestas anónimas (McCready y Greeley, 1976) muestran que el treinta y cinco por ciento de los norteamericanos, en algún momento de su vida, han tenido expe­riencias místicas, lo que demuestra como presentarían el panora­ma unas estadísticas más realistas sobre la incidencia de estados inusuales de la conciencia. Hasta que cambie el ambiente general, muchos individuos que participan de dicho proceso se resistirán a compartir sus experiencias, incluso con los familiares más próxi­mos, por temor a que se les tilde de locos y se les someta a insensi­bles rutinas de tratamiento psiquiátrico.
Ahora nos referiremos a la cuestión de las psicosis, desde el punto de vista presentado en este libro. Lo primero que debemos considerar es el problema del paradigma científico actual. El cri­terio de psicosis y su enfoque están esencialmente determinados por la filosofía de la ciencia occidental y por el hecho de que la psi­quiatría esté establecida como disciplina médica. Todas las defini­ciones de psicosis hacen hincapié en la incapacidad individual de discriminar entre la experiencia subjetiva y la perfección objetiva del mundo. La frase clave de la definición de la psicosis es por consiguiente: «puesta a prueba de la precisión de la realidad». Luego es evidente que -el concepto de psicosis depende funda­mentalmente de la visión científica actual de la realidad. Como consecuencia de dicho compromiso con el paradigma newtonia­no-cartesiano y la confusión de este modelo con la descripción precisa, objetiva y completa de la realidad, la psiquiatría tradicio­nal ha definido la salud mental como estado de congruencia per­ceptiva y cognoscitiva con la visión mecanicista del mundo. Si la experiencia individual del universo se desvía considerablemente de dicho modelo, ello se interpreta como indicación de un proceso patológico en el que participa el cerebro, es decir, una «enferme­dad». Dado que el diagnóstico de psicosis es inseparable de la de­finición de la realidad, tendrá que verse necesariamente sujeto a cambios importantes, en el momento en que los paradigmas cien­tíficos modifiquen la visión de la naturaleza de la realidad.
El modelo médico de enfermedad mental se ha visto conside­rablemente debilitado, por la abundancia de pruebas aportadas por la historia y la antropología, indicando la naturaleza relativa y de índole cultural del criterio de salud mental y de normalidad. Las conductas humanas que han sido consideradas aceptables, normales o deseables en diversas culturas y a lo largo de los tiem­pos, cubre una amplísima gama. También muestra una considera­ble superposición con lo que la psiquiatría moderna define como patológico e indicativo de enfermedad mental. Por consiguiente, la ciencia médica intenta establecer una etiología específica para muchos fenómenos que, en un contexto transcultural más amplio, aparecen como variantes de la condición humana o del incons­ciente colectivo.
El incesto, condenado por la mayoría de los grupos étnicos, fue elevado a la categoría divina por civilizaciones tan extraordi­narias como la de los antiguos egipcios y la de los incas peruanos. La homosexualidad, el exhibicionismo, el sexo colectivo y la pros­titución han sido perfectamente aceptables en ciertas culturas y ritualizados o consagrados en otras. Mientras ciertos grupos ét­nicos, como los esquimales, han practicado el intercambio de có­nyuge y otros han favorecido la promiscuidad general, en otras culturas el adulterio se ha castigado con la pena de muerte. La de­fensa rígida de la monogamia en ciertas sociedades contrasta igualmente con la sanción de la poligamia o poliandria en otras.
Si bien algunos grupos hallan la desnudez natural y su actitud es despreocupada con respecto al sexo y a las actividades emunto­rias, otros aborrecen las funciones y olores fisiológicos básicos, o cubren la totalidad del cuerpo, incluido el rostro. Incluso el infan­ticidio, el asesinato, el suicidio, el sacrificio humano y el autosa­crificio, la mutilación y la automutilación, o el canibalismo han sido perfectamente aceptables en ciertas culturas o glorificados y ritualizados por otras. Muchos de los denominados síndromes psi­quiátricos de orden cultural, formas bastante inusuales y exóticas de experiencia y conducta que ocurren selectivamente en ciertos grupos étnicos, es difícil interpretarlos como enfermedades en el sentido médico.
Puesto que dichos fenómenos psicológicos extremos parecen representar normas en ciertas culturas o en ciertos momentos his­tóricos, la persistente búsqueda de causas médicas refleja un par­tidismo cultural, más que una opinión científica sólida. El con­cepto junguiano del inconsciente colectivo con sus innumerables variaciones ofrece una alternativa poderosa y más prometedora al modelo médico. Es interesante darse cuenta de que inchíso ciertos cambios en el espíritu del tiempo (Zeitgeist) y de la moda, pueden introducir ocasionalmente desviaciones de la norma ante­rior que, si tuvieran lugar en individuos aislados en el antiguo con­texto, bastarían para formular un diagnóstico de enfermedad mental.
Lo que debe considerarse sano, normal o racionalmente justi­ficable depende esencialmente de las circunstancias y del contexto cultural o histórico. Las experiencias o conducta de los shamanes, los yoguis y sadhus indios, o de místicos de otras culturas, sería más que suficiente para un diagnóstico de psicosis, según los crite­rios de la psiquiatría occidental. Por otra parte, las ambiciones in­saciables, los impulsos irracionales, la obsesión con la tecnología, la carrera armamentística, las guerras sanguinarias, o las revolu­ciones y revueltas consideradas normales en Occidente, serían in­terpretadas como síntomas de locura acérrima por los sabios orientales. Asimismo, nuestra obsesión por el progreso lineal y con el «crecimiento ilimitado», o nuestra despreocupación para con los ciclos cósmicos, nuestra contaminación de recursos tan vi­tales como el agua, la tierra y el aire, y la conversión de mifares de kilómetros cuadrados de tierra en hormigón y asfalto que po­demos observar en lugares como Los Ángeles, Tokio, o Sao Pau­lo, serían considerados como totalmente incomprensibles y como síntomas de una peligrosa locura colectiva por los nativos nortea­mericanos o los shamanes indios mejicanos.
Pero las lecciones de la historia y de la antropología van más allá de la relatividad de la experiencia, la apariencia y la conducta. Ciertos fenómenos interpretados por psiquiatras occidentales como sintomáticos de enfermedad mental han sido considerados por otras culturas antiguas y no occidentales, como curativos y transformadores cuando se han manifestado espontáneamente. La profunda apreciación en dichas culturas de tales experiencias y conductas queda claramente reflejada por el hecho de que dedi­can mucho tiempo y esfuerzos para desarrollar técnicas ingeniosas encaminadas a inducirlas. Los procedimientos utilizados para este fin abarcan desde técnicas tan simples como la abstinencia, privar­se del sueño, aislamiento social y sensorial (estancias en las mon­tañas, cuevas o desiertos) y la limitación del suministro de oxígeno u otras maniobras respiratorias, hasta el uso de sustancias psicodéli­cas. Algunas tradiciones espirituales han elaborado métodos so­fisticados a dicho fin, utilizando estímulos visuales, la tecnología del sonido, movimientos estimuladores del cuerpo o ejercicios mentales.
Los individuos que logran integrar con éxito sus viajes interiores adquieren una íntima familiaridad con los territorios de la psi­que. Dichos individuos son también capaces de transmitir este co­nocimiento a los demás y a dirigirles por dicho camino. En mu­chas culturas de Asia, Australia, Polinesia, Europa, Sudamérica y América del Norte, ésta ha sido la función tradicional de los shamanes (Eliade, 1964). Las espectaculares experiencias de iniciación de los shamanes, que incluyen poderosas secuencias de muerte-renacimiento, son interpretadas por los psiquiatras y antropólogos occidentales como síntomas de enfermedad men­tal. Generalmente denominadas «enfermedades shamánicas», se habla de ellas con relación a la esquizofrenia, la histeria o la epilepsia.
Esto refleja el partidismo típico de la ciencia mecanicista occi­dental y constituye un criterio de base claramente cultural, más que una opinión científica objetiva. Las culturas que reconocen y veneran a los shamanes no le otorgan dicho calificativo a cual­quier individuo con una conducta extraña e incomprensible, como querrían creerlo los eruditos occidentales. Distinguen claramente entre los shamanes y los individuos que están enfermos o locos. Los auténticos shamanes han tenido experiencias poderosas e inu­suales, que han logrado integrar de un modo creativo y producti­vo. Tienen que ser capaces de controlar la realidad cotidiana con el mismo, o mejor acierto que los demás miembros de la tribu. Además, gozan de acceso experimental a otros niveles y reinos de la realidad, y son capaces de facilitar estados inusuales de la con­ciencia en los demás, con fines curativos y transformadores. Por consiguiente, demuestran un funcionamiento superior y una «ele­vada cordura», más que inadaptación y locura. Es simplemente falso que toda conducta extraña e incomprensible sea aceptada como sagrada por los ignorantes aborígenes."
Muchas tradiciones antiguas y aborígenes han desarrollado elaboradas cartografías de los estados inusuales de la conciencia, que son de un valor incalculable para quienes se enfrentan a eta­pas difíciles de su propio viaje interno. Los antiguos libros de los muertos, las tradicionales escrituras hindúes, budistas, taoístas y sufíes, así como las escrituras místicas cristianas, o los textos de la cábala y de la alquimia constituyen algunos ejemplos de dicho gé­nero. En estos documentos, experiencias que podrían parecerles incomprensibles y peculiares a los ignorantes y no iniciados, se in­terpretan como estados previsibles y aceptables del proceso de transformación, por los maestros del arte.
Los investigadores que estén dispuestos a estudiar el potencial curativo de dicho estado sin prejuicios descubrirán sorprendente­mente que exceden en mucho a todos los medios terapéuticos de los que dispone la psiquiatría tradicional. Muchas culturas del mundo entero han desarrollado independientemente técnicas para ayudar en dichas experiencias, o para inducirlas. Dichas téc­nicas han sido utilizadas sistemáticamente en diversos ritos de paso, rituales curativos, ceremonias de las sectas extáticas y miste­rios de la muerte y renacimiento.
Dado que los ritos practicados por culturas no europeas pue­den considerarse excesivamente exóticos para su aplicación a nuestras condiciones occidentales, podemos indicar dos ejemplos importantes de la antigua Grecia, considerada tradicionalmente como la cuna de la civilización occidental. Los misterios sagrados de la muerte y renacimiento florecieron en Grecia y en los países circundantes en formas diversas. Entre los más conocidos se ha­llan los misterios eleusinios y órficos, los ritos bacanales dionisía­cos, las ceremonias de Atis y Adonis y los rituales samotracios de los coribantes.     >-.
En realidad, dos gigantes de la filosofía griega, tenidos en suma estima por la civilización occidental, han dejado ambos tes­timonio del poder curativo de los misterios. El propio Platón, a quien se supone iniciado en la versión eleusiniana, ofreció una descripción detallada de la experiencia ritual en su diálogo, Fedra (1961), hablando de diversas formas de locura. Utilizó los ritos coribánticos (1961b) como ejemplo de locura dirigida o ritual, en la que las danzas orgiásticas con flautas y tambores culminaban en un paroxismo explosivo. Platón consideraba la secuencia de acti­vidad intensa y emociones extremas seguida de la relajación, como una poderosa experiencia catártica, con un extraordinario potencial terapéutico.14
Otro gran filósofo griego discípulo de Platón, Aristóteles (Croissant, 1932), consideraba también que los misterios consti­tuían acontecimientos rituales poderosos, con capacidad para cu­rar trastornos emocionales. Creía que, con el uso del vino, los afrodisíacos y la música, los iniciados experienciaban una excita­ción extraordinaria de sus pasiones, seguida de catarsis. Ésta constituye la primera afirmación explícita de que la experiencia plena y liberación de las emociones reprimidas constituye un me­canismo eficaz para el tratamiento de las enfermedades mentales. Coincidiendo con la tesis órfica básica, Aristóteles postuló que el caos y el frenesí de los misterios conducían finalmente al orden.
El concepto de psicosis que presentamos aquí, cuenta también con el apoyo de importantes observaciones de la psiquiatría tra­dicional. Se sabe, desde hace varias décadas, que ocasionalmen­te los pacientes psiquiátricos pueden emerger de episodios agu­dos con un nivel de integración y funcionamiento superior al de su estado previo a la enfermedad (Dabrowski, 1964). Se ha per­cibido que dicho resultado positivo es especialmente probable cuando el contenido de la experiencia psicótica incluye elemen­tos de la muerte y renacimiento, o de la destrucción y recreación del mundo.
La práctica rutinaria actual, consistente en la supresión far­macológica indiscriminada de los síntomas psicóticos, contrasta curiosamente con las viejas observaciones clínicas, según las cua­les los dramáticos estados psicóticos cuentan con mejores posibi­lidades de recuperación que los que se desarrollan lentamente. Diversos estudios psicofarmacológicos controlados han demos­trado que ciertos subgrupos de pacientes psicóticos cuentan con un mayor índice de recuperación cuando se les trata con sustan­cias inactivas (placebos), que cuando se les administran tranqui­lizantes (Carpenter y col., 1977, Young y Meltzer, 1980). En ge­neral, los pacientes con síntomas paranoicos, que manifiestan primordialmente el mecanismo de proyección, parecen benefi­ciarse del tratamiento psicofarmacológico, mientras que los que experiencian el proceso internamente reaccionan mejor sin me­dicación.
Han tenido lugar otros experimentos terapéuticos en los que los pacientes no recibieron tranquilizantes y se les estimuló para que experienciaran el proceso psicótico. Ejemplos de ello los constituyen el proyecto llevado a cabo en Gran Bretaña (1972a. 1972b) por R. D. Laing y en San Francisco (1966, 1974, 1976) por John Perry. Un enfoque todavía más inusual y radical del proceso psicótico facilitará una nueva comprensión, ayuda y aliento para el paciente y el uso de sesiones psicodélicas o de técnicas expe­rienciales sin drogas, con el fin de acelerar el proceso y facilitar una resolución satisfactoria del mismo. En un amplio estudio tera­péutico sobre la psicoterapia con LSD, llevada a cabo por el Insti­tuto de Investigación Psiquiátrica de Praga, observé una mejora espectacular en diversos pacientes manifiestamente psicóticos, muy superior a la que podría alcanzarse con el tratamiento psico­farmacológico represivo tradicional. Los cambios en dichos pa­cientes involucraban no sólo la desaparición de síntomas, sino de una reestructuración profunda y significativa de la personalidad. Las biografías sintetizadas de dichos pacientes y el historial de su
tratamiento ha sido publicado aparte (Grof, 1980). Kenneth God­frey y Harold Voth (1971), después de utilizar la psicoterapia con LSD en el tratamiento de pacientes psicóticos en el Veteran's Ad­ministration Hospital de Topeka, Kansas, obtuvieron resultados parecidos.
El uso de este tipo de estrategias exige una nueva compren­sión de la psicosis, ya que no tiene sentido alguno en el contexto de las teorías existentes, ya sean de orientación orgánica o psi­cológica, a excepción de la psicología analítica junguiana. La psiquiatría tradicional ofrece dos opciones básicas en su enfo­que de las psicosis, ninguna de las cuales es particularmente convincente o satisfactoria. Los profesionales de orientación or­gánica relegan toda experiencia y conducta inexplicable en el contexto del paradigma mecanicista, al reino de lo peculiar y morboso. Las atribuyen a procesos patológicos en el organismo todavía por descubrir y procuran reprimirlas por todos los me­dios. Los psiquiatras y psicólogos, que se adhieren a las teorías psicogénicas de la psicosis, se ven generalmente constréñidos por la camisa de fuerza conceptual de la ciencia mecanicista y se limitan a un estrecho énfasis biográfico. Ofrecen explicaciones teóricas que reducen el problema de la psicosis a la regresión in­fantil y practican enfoques psicoterapéuticos, basados exclusi­vamente en interpretaciones y maniobras relacionadas con el dominio biográfico.
Según el nuevo modelo que presentamos, las matrices funcio­nales que son instrumentales en los episodios psicóticos forman parte integral e intrínseca de la personalidad humana. Las mismas matrices perinatales y transpersonales involucradas en las crisis psicóticas, en ciertas circunstancias, pueden facilitar el proceso de transformación espiritual y evolución de la conciencia. El proble­ma fundamental para la comprensión de la psicosis consiste, por consiguiente, en identificar los factores que distinguen el proceso psicótico del místico.
La investigación basada en el modelo descrito en esta obra de­bería centrarse en dos objetos importantes, teórica y prácticamen­te fundamentales, para la comprensión de la psicosis. El primero hace referencia a los mecanismos desencadenadores que permiten que el contenido del inconsciente emerja en la conciencia. Parece importante comprender la razón por la que el paciente sólo se en­frenta a los elementos perinatales y transpersonales de la psique, cuando se halla bajo el efecto de una droga psicodélica o con el uso de poderosas técnicas sin drogas, mientras que otros se ven li-
teralmente bombardeados por dicho contenido inconsciente, en las circunstancias de la vida cotidiana.15
Sin embargo, ésta es sólo una parte del problema. El otro as­pecto, probablemente todavía de mayor importancia, es la cues­tión de la actitud del individuo con relación al contenido de dichas experiencias, su estilo personal acerca de las mismas y su capaci­dad para integrarlas. Se ha demostrado claramente en las sesiones con LSD, en las que la espoleta de la experiencia está estandariza­da y es bien conocida, aunque su estilo puede ser místico o psicóti­co. En estos casos, al igual que en los episodios espontáneos de experiencias inusuales, la capacidad del individuo para mantener el proceso internalizado, «propio» como acontecimiento intrapsí­quico y completarlo interiormente sin actuar de un modo precipi­tado, está claramente relacionada con su actitud mística e indica su salud mental básica. La exteriorización del proceso, el uso ex­cesivo del mecanismo de proyección y la exteriorización indiscri­minada constituyen características del estilo psicótico en la con­frontación de la propia psique. Los estados psicóticos represen­tan, por consiguiente, un vínculo confuso entre el mundo interior y la realidad consensual. Esto los distingue fundamentalmente tanto de los estados místicos de conciencia, como de los shamáni­cos, donde se mantiene dicha discriminación. Evidentemente, la elección de la forma mística o de la psicótica, no sólo refleja los factores intrínsecos de la personalidad, sino que puede también depender esencialmente de las circunstancias externas bajo las que el individuo experiencia su dramática confrontación con su in­consciente.
La investigación psiquiátrica sugiere que el proceso psicótico es un fenómeno de gran complejidad y resultante de diversos fac­tores que operan a distintos niveles. Numerosos estudios meticu­losos han manifestado variables significativas relacionadas con elementos constitucionales y genéticos, la historia del desarrollo individual, cambios hormonales y bioquímicos, factores estimula­dores situacionales, influencias ambientales y sociales, e incluso determinantes cosmobiológicos. Sin embargo, el concepto de las matrices perinatales y transpersonales sigue siendo de una impor­tancia fundamental para la comprensión de las psicosis, ya que ninguno de los factores anteriores puede explicar la naturaleza, el contenido y la dinámica de los fenómenos psicóticos. En el mejor de los casos, dichos factores aportan las condiciones que activan las matrices perinatales y transpersonales, o debilitan los mecanismos defensivos que impiden su aparición en circunstancias normales.
Muchos aspectos de los estados psicóticos, habitualmente ex­traños e incompr sibles, manifiestan de~pronto una profunda lógica experiencia) al servarlos desde el punto de vista de la di­námica de las matrices rinatales o transpersonales. Ya hemos hablado del vínculo especíco entre las matrices perinatales y los fenómenos relacionados con Fías depresiones, los trastornos ma­níacodepresivos y el suicidio: las depresiones inhibidas están psi­cogenéticamente relacionadas con la MPB 2, las depresiones agitadas con la MPB 3 y los episodios maníacos con la transición incompleta de la MPB 3 a la MPB 4. Asimismo, las dos catego­rías de fantasías suicidas, o impulsos y elección individual especí­fica del tipo de suicidio, manifiestan una profunda lógica vista en el contexto de la dinámica perinatal. Cualquiera de estos fenó­menos puede alcanzar la intensidad e importancia necesarias para ser considerados psicóticos. Existe una sutil transición entre la depresión profunda y la psicosis depresiva. La última puede manifestar de una forma pura el contenido de la MPB 2, inclu­yendo alucinaciones del infierno, diablos y torturas diabfricas. Asimismo, la manía alcanza frecuentemente proporciones psicó­ticas.
Sin embargo, el auténtico quid de la teoría y práctica psiquiá­trica lo constituye el pintoresco y polifacético grupo de condicio­nes psicóticas, denominadas esquizofrenias. Esto constituye un grupo bastante heterogéneo, con un común denominador que pa­rece consistir en nuestra ignorancia básica sobre la naturaleza y etiología de los estados psicológicos en cuestión. Es concecible que para algunas formas de dicho trastorno, algún día se establez­can claramente etiologías y patologías orgánicas. Esto ha ocurrido en el pasado, cuando ciertos pacientes considerados esquizofréni­cos han sido transferidos a nuevas categorías diagnósticas de pará­lisis general o epilepsia temporal y tratados con éxito. Por consi­guiente, no debe interpretarse lo que decimos a continuación como una generalización amplia sobre la esquizofrenia, sino como un marco de interpretación para muchas condiciones inclui­das actualmente en esta categoría.
Dado que los traumas psicológicos de la vida del individuo fa­cilitan el acceso experiencial a las matrices perinatales y trans­personales, se descubre un énfasis claramente biográfico en la sintomatología de la esquizofrenia. Sin embargo, la presencia de elementos indicativos de un desarrollo psicológico anterior, no significa que toda esquizofrenia pueda ser interpretada como re­gresión a la infancia. Muchos aspectos de la sintomatología esquizofrénica pueden relacionarse significativa y lógicamente con la dinámica de diversas matrices perinatales y, por consiguiente, con etapas individuales del proceso biológico del nacimiento. Si bien en las neurosis los elementos de las matrices perinatales aparecen de forma mitigada y se ven afectados por acontecimientos traumá­ticos posteriores al nacimiento, en las psicosis se experimentan plena y puramente. Lo que figura a continuación está basado en las observaciones clínicas de la psicoterapia con LSD, en la que diversos tipos de estados esquizofrénicos no sólo se manifiestan en el contexto del proceso muerte-renacimiento de las sesiones psicodélicas, sino que ocasionalmente persisten intermitentemen­te en los casos de resolución e integración insatisfactoria, con la participación de elementos perinatales. Las primeras etapas de la MPB 2 parecen constituir la base profunda de la angustia indiferenciada y amenaza generalizada, que caracterizan la paranoia. La sitúación biológica correspon­diente es el principio del parto, mediado en primer lugar por in­dicaciones químicas y cambios en los organismos de madre e hijo, y más adelante por las contracciones mecánicas del útero. El cosmos intrauterino del feto que ha constituido su morada a lo largo de los nueve meses de embarazo, de pronto deja de ser un lugar seguro y se convierte en hostil. Inicialmente, la natura­leza de dicho asalto es solamente química; debido a la caracterís­tica difusa e insidiosa de las influencias nocivas y a sus propias li­mitaciones cognoscitivas, el feto es incapaz de identificar lo que ocurre.
Revivido por un adulto carente de comprensión psicológica de su auténtica naturaleza, este estado suele proyectarse e interpre­tarse en términos de la situación actual del sujeto. El elemento más importante de esta experiencia es el estado de angustia inten­sa, con una sensación de amenaza insidiosa pero elemental y de peligro universal indiferenciado. Los sujetos afectados suelen in­terpretar estas sensaciones como consecuencia de una radiación dañina, gases tóxicos, venenos químicos, la influencia maligna de miembros de organizaciones secretas, ataques de magia negra, in­trigas de adversarios políticos, o una invasión de energías externas de seres extraterrestres. Otras experiencias observadas en esta si­tuación incluyen el verse atraído por un gigantesco torbellino, tra­gado por un monstruo mitológico, o el descenso al submundo. donde uno es atacado por entes de las profundidades y expuesto a la merced y antojo de seres diabólicos.
La MPB 2 plenamente desarrollada, contribuye a la sintoma­tología esquizofrénica, los timas de torturas inhumanas con in­geniosos aparatos, un ambientde condena eterna, el sufrimien­to inacabable del infierno y otro tipos de situaciones sin salida. Estudios detallados en la literatura psicoanalítica antigua de­muestran que el mecanismo que influye en la esquizofrenia re­presenta el cuerpo de la madre. El ensayo de Victor Tausk (1933) es de particular interés en este contexto, a pesar de no re­conocer que el organismo materno amenazador sea el de la par­turienta, más que el de la madre de la primera infancia. A esta categoría pertenece también el mundo peculiar y carente de sig­nificado de las figuras de cartón y de los robots inanimados, así como el ambiente grotesco de los extraños y fantásticos espectá­culos circenses.
La fenomenología de la MPB 3 agrega una amplia gama de ex­periencias a la imagen clínica de la esquizofrenia, que caracteriza varias facetas de dicha matriz funcional. El aspecto titánico se re­presenta por sensaciones de tensión extrema, poderoso flujo de energía y descarga, e imágenes de batallas y guerras. El elemento bélico puede relacionarse con sucesos del mundo fenoménico o incluir temas arquetípicos de gran alcance: batallas de ángeles contra demonios, héroes y semidioses desafiando a los dioses, o luchas de monstruos mitológicos. La agresión y los elementos sa­domasoquistas de la MPB 3 explican la violencia ocasional de los pacientes esquizofrénicos, las automutilaciones, los asesinatos y los suicidios sangrientos, así como las visiones y experiencias que incluyen toda clase de crueldades. Las extrañas distorsiones de la sexualidad y los intereses perversivos que se observan en los pa­cientes psicóticos están característicamente relacionados con el aspecto sexual de la tercera matriz perinatal, tal como se ha expli­cado anteriormente. Finalmente, el interés por las heces y otras materias biológicas, la coprofilia y la coprofagia, los poderes má­gicos atribuidos a los excrementos, la manipulación ritual de sus­tancias orgánicas del cuerpo, la retención de la orina y de las he­ces, o el hecho de negarse a controlar los esfínteres, delata clara­mente la participación de la faceta escatológica de la MPB 3.Así pues, la transición de la MPB 3 a la MPB 4 contribuye al amplio espectro de fenomenología esquizofrénica, con imágenes apocalípticas de la destrucción del mundo y de la aniquilación de uno mismo, escenas del juicio de los muertos, o juicio final, expe­riencias del renacimiento y recreación del mundo, identificación con Jesucristo y otros personajes divinos que simbolizan la muerte y la resurrección, sentimientos grandiosos mesiánicos, elementos de la divina epifanía, visiones angélicas y celestiales, y una sensa­ción de redención y salvación. La participación de este aspecto de la dinámica perinatal puede también contribuir con un elemento maníaco a la sintomatología esquizofrénica y crear imágenes clíni­cas que representen una combinación de psicosis esquizofrénica y trastornos maniacodepresivos.
Sin embargo, es imposible comprender adecuadamente la am­plia gama de síntomas esquizofrénicos, sin incluir los elementos de la MPB 1 y la enorme cantidad de experiencias transpersona­les. Los elementos de la primera matriz perinatal están represen­tados tanto en los aspectos positivos como en los negativos. Mu­chos pacientes psicóticos experiencian episodios de unión extática con el universo y con Dios, ocasionalmente en íntima relación con la sensación de unión simbiótica con el organismo materno, en el nivel de un buen útero o buena lactancia. Experiencias similares han sido referidas por místicos, santos y maestros religiosos de to­dos los tiempos. Esto nos obliga naturalmente a preguntarnos cuál es la relación entre psicosis y misticismo, sus similitudes y di­ferencias.
Una experiencia de unión con lo divino que esté completa e in­tegrada incluye una profunda sensación de paz, tranquilidad y se­renidad. El individuo se da cuenta de que su origen divino no es exclusivo y personal, sino que afecta a todo el mundo. Parece evi­dente que muchísima gente del pasado e incluso del presente debe haber descubierto la verdad sobre sí mismo, mientras que los de­más, que gozan del mismo potencial, lo harán en el futuro. Esta combinación de grandiosidad y humildad extrema, junto a la au­sencia de ostentación, parece caracterizar la forma mística de tra­tar este tipo de experiencias.
Los pacientes esquizofrénicos, por otra parte, tienden a inter­pretar esta conexión espiritual con lo divino, en términos de su ex­clusividad y de su papel especial en el esquema del orden univer­sal. Evalúan la importancia de su nueva perfección en términos de su identificación con sus personalidades cotidianas o egos corpori­zados, que no han sometido. Por consiguiente, escriben cartas a los presidentes u otros altos cargos gubernamentales, intentando convencer al mundo en general de su origen divino, piden que se les reconozca como profetas y utilizan diversos medios para lu­char contra sus enemigos y rivales, reales o imaginarios.
Constituiría una simplificación evidente y absurda, así como un error reduccionista, interpretar los estados de unión mística y liberación espiritual, como estados idénticos e indiferenciados de conciencia experimentados por el niño durante su existencia em­briónica y en su interacción simbiótica posterior al nacimiento con el organismo materno. La regresión en cuestión es experienciada por un individuo que ha vivido un complejo desarrollo a través de muchas etapas de evolución de la conciencia y ha madurado física, emocional e intelectualmente a lo largo de los años de su vida, transcurridos desde su primera infancia. Además, el místico en irrupción extática se nutre claramente de auténticas dimensiones trascendentales y arquetípicas, que están mucho más allá de la biología. Sin embargo, los estados místicos y psicóticos no son siempre tan claramente distinguibles entre sí, como lo sugiere la escala lineal de Ken Wilber (1980), en su análisis de los estados anterior y posterior al ego, en confrontación.
Las observaciones clínicas sugieren definitivamente que los es­tados de unión mística de cierto género están profundamente vin­culados con los aspectos positivos de la MPB 1. El individuo que establece contacto experiencial con un episodio de la existencia intrauterina serena parece gozar de fácil acceso a la experiencia de unión cósmica, aunque esto no significa en modo alguno que ambos estados se identifiquen. Asimismo, parece existir definiti­vamente un vínculo entre perturbación de la vida embriónica, como consecuencia de enfermedades de la madre durante el em­barazo, estados de angustia y de tensión emocional crónica, in­fluencias tóxicas y mecánicas, así como abortos intentados o per­petrados, y distorsiones esquizofrénicas de la espiritualidad y de la percepción del mundo.
Una amenaza crítica y fundamental de la existencia embrióni­ca guarda gran similitud con el principio del parto, que representa el fin y la destrucción irreversible del estado intrauterino. Las cri­sis fetales se experiencian, por consiguiente, de un modo parecido a las primeras etapas de la MPB 2, que incluye una sensación de peligro universal, sentimientos paranoicos generalizados, sensa­ciones físicas peculiares y percepciones de influencias tóxicas per­niciosas. Las imágenes arquetípicas que acompañan a dichos esta­dos adoptan la forma de demonios en otras fuerzas malignas me­tafísicas de distintas culturas.
La unión simbiótica temprana con la madre parece constituir también la fuente de experiencias psicóticas en las que el indivi­duo es incapaz de distinguir entre sí mismo y los demás, o sus di­versos aspectos, e incluso los elementos del mundo inhumano. Esto puede conducir a sensaciones de verse afectado por la tele­patía, o por diversos artefactos de ciencia ficción para la transmisión del pensamiento. Ciertos individuos pueden también llegar a creer que son capaces de leer el pensamiento y los sentimientos dr los demás, y estar convencidos de que no pueden ocultar sus pro­pios pensamientos, accesibles al resto de la gente e incluso trans­mitidos al mundo entero. Las ilusiones deliberadas y los elemen­tos de sueños diurnos incontrolados, así como el pensamiento au­tístico, pueden interpretarse como intentos de reconstruir la sere­na condición intrauterina original. Otro tanto ocurre con cierta formas de estupor catatónico de pacientes que permanecen du rante horas o días en posición fetal y no muestran interés algun en la ingestión de comida ni se preocupan del control de la veji ni del intestino.
Los sujetos que experiencian, en sus sesiones psicodélica:_ episodios de trastornos intrauterinos, frecuentemente los descr ben o manifiestan como trastornos conceptuales muy semejante: a los de los pacientes esquizofrénicos. Los sujetos bajo el efecto: de LSD, que tienen parientes o amigos afectados por condicione, esquizofrénicas o paranoicas, en este momento logran una identi ficación plena con dichas personas y adquieren una profunda comprensión intuitiva de sus problemas. Numerosos psiquiatras psicólogos que han participado en programas de formación profe sional con LSD han afirmado que durante dichas sesiones perina tales han recordado o incluso visualizado a sus parientes psicóti­cos, adquiriendo una valiosa percepción de su mundo.
Este tipo de observaciones sugiere que el hecho de revivir ex­periencias intrauterinas serenas está intimamente relacionado col ciertos tipos de estados místicos y religiosos, mientras que los epi­sodios de crisis embriónica muestran una estrecha asociación cor las experiencias esquizofrénicas y las condiciones paranoicas Este descubrimiento está evidentemente relacionado con la apa­rente existencia de una frontera bastante precaria entre la psicosi­y el proceso de transformación espiritual. En las sesiones psicodé licas, un estado claramente psicótico puede evolucionar hacia uny experiencia de revelación mística. Los individuos inmersos en h búsqueda de fines y prácticas espirituales ocasionalmente se en frentan a territorios psicóticos en su propio interior, mientras que los pacientes esquizofrénicos visitan frecuentemente los reinos ex perienciales místicos.
Un problema de gran importancia, tanto para los estados mís ticos como la psicosis, lo constituye la incidencia de experiencia extáticas y su relación con la psicopatología y con la dinámica de matrices inconscientes. Las observaciones de la terapia psicodéli­ca sugieren la existencia de una amplia gama de estados extáticos, diferenciados considerablemente entre sí, no sólo en la intensidad de su componente afectivo, sino en la naturaleza y nivel de la psi­que en el que tiene origen. Los estados extáticos asociados con el nivel biográfico suelen ser considerablemente menos poderosos y significativos que los de origen perinatal o transpersonal. Están tí­picamente asociados con los sistemas COEX positivos y reflejan la historia biológica del individuo y su satisfacción psicológica. Las fuentes biográficas profundas de dichos sentimientos extáti­cos son las experiencias de unión simbiótica temprana con el orga­nismo materno, durante el período de lactancia. Se caracterizan por una sensación de satisfacción orgánica plena y sustento emo­cional, y aunque están dotadas de un fuerte énfasis biológico, se ven también característicamente acompañadas de fuertes senti­mientos espirituales.
Una fuente mucho más importante de experiencias extáticas la constituye el nivel perinatal del inconsciente. Las observaciones de la fenomenología del proceso muerte-renacimiento, en el transcurso del trabajo experiencial profundo, ofrecen una percep­ción única de la psicología y psicopatología del éxtasis. Anterior­mente, en este capítulo, se han descrito dos tipos diferentes de suicidio y de sus vínculos dinámicos con la dinámica perinatal. Del mismo modo, es posible distinguir tres categorías de éxtasis pro­cedentes del nivel perinatal y demostrar su relación específica con las matrices perinatales básicas.
El primero puede denominarse éxtasis oceánico o apolónico. Se caracteriza por su extrema alegría pacífica, tranquila, serena y radiante. El sujeto suele permanecer inmóvil o con movimientos lentos y fluidos. Experiencia un bienestar carente de tensión, la desaparición de fronteras y la plena sensación de unión con la na­turaleza, con el orden cósmico y con Dios. Una profunda com­prensión intuitiva de la existencia y un diluvio de percepciones in­ternas específicas de importancia cósmica son características de esta condición. La imagen de este tipo de éxtasis se ve completada por la ausencia total de ansiedad, agresión, culpabilidad, o cual­quier otro tipo de emociones negativas, así como por una profun­da sensación de satisfacción, seguridad y amor trascendental.
Esta condición está claramente relacionada con la MPB 1 y, por consiguiente, con la experiencia de la unión simbiótica con la madre durante la existencia intrauterina y la lactancia. Los re­cuerdos posteriores asociados incluyen relaciones emocionales sa­tisfactorias, situaciones de pleno relajamiento y hermosas expresiones del pensamiento. Ciertos individuos pueden también llegar a creer que son capaces de leer el pensamiento y los sentimientos de los demás, y estar convencidos de que no pueden ocultar sus pro­pios pensamientos, accesibles al resto de la gente e incluso trans­mitidos al mundo entero. Las ilusiones deliberadas y los elemen­tos de sueños diurnos incontrolados, así como el pensamiento au­tístico, pueden interpretarse como intentos de reconstruir la sere­na condición intrauterina original. Otro tanto ocurre con ciertas formas de estupor catatónico de pacientes que permanecen du­rante horas o días en posición fetal y no muestran interés alguno en la ingestión de comida ni se preocupan del control de la vejiga ni del intestino.
Los sujetos que experiencian, en sus sesiones psicodélicas, episodios de trastornos intrauterinos, frecuentemente los descri­ben o manifiestan como trastornos conceptuales muy semejantes a los de los pacientes esquizofrénicos. Los sujetos bajo el efecto de LSD, que tienen parientes o amigos afectados por condiciones esquizofrénicas o paranoicas, en este momento logran una identi­ficación plena con dichas personas y adquieren una profunda comprensión intuitiva de sus problemas. Numerosos psiquiatras y psicólogos que han participado en programas de formación profe­sional con LSD han afirmado que durante dichas sesiones perina­tales han recordado o incluso visualizado a sus parientes psicóti­cos, adquiriendo una valiosa percepción de su mundo.
Este tipo de observaciones sugiere que el hecho de revivir ex­periencias intrauterinas serenas está intimamente relacionado con ciertos tipos de estados místicos y religiosos, mientras que los epi­sodios de crisis embriónica muestran una estrecha asociación con las experiencias esquizofrénicas y las condiciones paranoicas. Este descubrimiento está evidentemente relacionado con la apa­rente existencia de una frontera bastante precaria entre la psicosis y el proceso de transformación espiritual. En las sesiones psicodé­licas, un estado claramente psicótico puede evolucionar hacia una experiencia de revelación mística. Los individuos inmersos en la búsqueda de fines y prácticas espirituales ocasionalmente se en­frentan a territorios psicóticos en su propio interior, mientras que los pacientes esquizofrénicos visitan frecuentemente los reinos ex­perienciales místicos.
Un problema de gran importancia, tanto para los estados mís­ticos como la psicosis, lo constituye la incidencia de experiencias extáticas y su relación con la psicopatología y con la dinámica de matrices inconscientes. Las observaciones de la terapia psicodéli­ca sugieren la existencia de una amplia gama de estados extáticos, diferenciados considerablemente entre sí, no sólo en la intensidad de su componente afectivo, sino en la naturaleza y nivel de la psi­que en el que tiene origen. Los estados extáticos asociados con el nivel biográfico suelen ser considerablemente menos poderosos y significativos que los de origen perinatal o transpersonal. Están tí­picamente asociados con los sistemas COEX positivos y reflejan la historia biológica del individuo y su satisfacción psicológica. Las fuentes biográficas profundas de dichos sentimientos extáti­cos son las experiencias de unión simbiótica temprana con el orga­nismo materno, durante el período de lactancia. Se caracterizan por una sensación de satisfacción orgánica plena y sustento emo­cional, y aunque están dotadas de un fuerte énfasis biológico, se ven también característicamente acompañadas de fuertes senti­mientos espirituales.
Una fuente mucho más importante de experiencias extáticas la constituye el nivel perinatal del inconsciente. Las observaciones de la fenomenología del proceso muerte-renacimiento, en el transcurso del trabajo experiencial profundo, ofrecen una percep­ción única de la psicología y psicopatología del éxtasis. Anterior­mente, en este capítulo, se han descrito dos tipos diferentes de suicidio y de sus vínculos dinámicos con la dinámica perinatal. Del mismo modo, es posible distinguir tres categorías de éxtasis pro­cedentes del nivel perinatal y demostrar su relación específica con las matrices perinatales básicas.
El primero puede denominarse éxtasis oceánico o apolónico. Se caracteriza por su extrema alegría pacífica, tranquila, serena y radiante. El sujeto suele permanecer inmóvil o con movimientos lentos y fluidos. Experiencia un bienestar carente de tensión, la desaparición de fronteras y la plena sensación de unión con la na­turaleza, con el orden cósmico y con Dios. Una profunda com­prensión intuitiva de la existencia y un diluvio de percepciones in­ternas específicas de importancia cósmica son características de esta condición. La imagen de este tipo de éxtasis se ve completada por la ausencia total de ansiedad, agresión, culpabilidad, o cual­quier otro tipo de emociones negativas, así como por una profun­da sensación de satisfacción, seguridad y amor trascendental.
Esta condición está claramente relacionada con la MPB 1 y, por consiguiente, con la experiencia de la unión simbiótica con la madre durante la existencia intrauterina y la lactancia. Los re­cuerdos posteriores asociados incluyen relaciones emocionales sa­tisfactorias, situaciones de pleno relajamiento y hermosas experiencias con el arte y la naturaleza. Las imágenes correspondien­tes incluyen paisajes naturales, mostrando lo más bello de la natu­raleza: lo creativo, abundante, nutritivo y seguro. Las imágenes arquetípicas asociadas que reflejan dicho estado son las de la dio­sa materna, o Madre Naturaleza, el cielo o el paraíso.
Previsiblemente, en este estado de éxtasis oceánico existe un fuerte énfasis en el elemento acuático como cuna de toda forma de vida, así como en la leche y en la sangre en circulación, como lí­quidos nutritivos de importancia cósmica. Las experiencias de la existencia fetal, de identificación con diversas formas de vida acuática, o la conciencia del océano, así como las visiones del fir­mamento estrellado y la sensación de la conciencia cósmica son comunes en este contexto. Las formas de arte relacionadas con es­tas experiencia son obras arquitectónicas de belleza trascenden­tal, cuadros y esculturas de una pureza y serenidad radiante, mú­sica fluida, pacífica e intemporal, y la danza clásica. Los templos monumentales hindúes o griegos, como el Taj Mahal, los cuadros de Fra Angélico, las obras maestras de Miguel Angel, o las escul­turas de mármol de los antiguos templos griegos, así como la mú­sica de Bach, constituyen ejemplos importantes.
El segundo tipo de éxtasis puede considerarse en todos sus as­pectos diametralmente opuesto al primero y su mejor denomina­ción sería la de éxtasis volcánico o dionisíaco. Se caracteriza por su tensión física y emocional extrema, un fuerte elemento de agre­sión y destructividad dirigido tanto hacia el interior, como el exte­rior, poderosos impulsos de naturaleza sexual y una hiperactivi­dad errática o movimientos orgásmicos rítmicos. Desde el punto de vista experiencial, el éxtasis volcánico se caracteriza por su combinación exclusiva de dolor físico o emocional extremo, con una embriaguez sensual desenfrenada. Al aumentar la intensidad de esta curiosa amalgama de agonía y éxtasis, diversas polarida­des experienciales se funden y no pueden ser diferenciadas entre sí. La experiencia del frío intenso parece indiferenciada del ago­biante calor, el odio asesino del amor apasionado, las perversio­nes sexuales de los anhelos trascendentes, la agonía de la muerte del éxtasis del nacimiento, los horrores apocalípticos de la des­trucción de la emoción de la creación, y la angustia vital de la ele­vación mística.
El sujeto tiene la sensación de acercarse a un acontecimiento de extrema importancia universal: la liberalización espiritual, la revelación de la ausencia de la verdad, o la unión con la totalidad de la existencia. Sin embargo, por muy convincente que parezca la
promesa de libertad física, emocional y metafísica, y por muy identificado que uno se sienta con los reinos celestes, las experien­cias relacionadas con la MPB 3, a las que este tipo de éxtasis per­tenece, no son más que acercamientos asintóticos a la meta final, que nunca alcanzan. Para que la sensación de llegada o finalización del viaje espiritual acontezca es preciso establecer contacto con los elementos de la MPB 4 y MPB 1, y, por consiguiente, con el éxtasis oceánico.
Los recuerdos o visiones característicos del éxtasis volcánico están relacionados con el ambiente de bacanales desorbitadas, carnavales, parques de atracciones, barrios bajos y establecimien­tos nocturnos, fuegos artificiales, y con la emoción asociada con actividades peligrosas como las carreras de coches o el paracaidis­mo. La imaginería religiosa asociada con este tipo de elevación extática incluye los sacrificios rituales. La inmolación, el aquela­rre y los rituales satánicos, las orgías dionisíacas y los templos de prostitución, la flagelación, y las ceremonias aborígenes en las que se combina la sexualidad con la religión, tales como los ritos de fertilidad y la adoración fálica. En la vida cotidiana los elemen­tos poderosos del éxtasis volcánico pueden asociarse con las últi­mas etapas del nacimiento. Es posible que se manifiesten formas más mitigadas, de intensidad variable, en actividades deportivas, la conducta en las discotecas, en los parques de atracciones y en las fiestas sexuales desenfrenadas. Entre las formas de arte rela­cionadas con los mismos, se encuentran los del arte visual que muestre aspectos grotescos, sensuales e instintivos de la vida, la música de ritmo desenfrenado propensa a inducir estados de tran­ce y el baile de dinámica orgiástica.
La tercera categoría de elevación extática asociada con el pro­ceso perinatal está dinámicamente relacionada con la MPB 4 y su mejor denominación es la de éxtasis iluminativo o prometeónico. Típicamente le precede un período de lucha emocional e intelec­tual específica, agonía angustiosa y anhelante, y la búsqueda de­sesperada de respuestas que parecen ser ineludiblemente inalcan­zables. El éxtasis prometeónico se descarga como un rayo divino que destruye todas las limitaciones y obstrucciones, aportando so­luciones totalmente inesperadas. El individuo se ve imbuido por una luz de belleza sobrenatural y experiencia un estado de epifa­nía divina. Experimenta una profunda sensación de liberación emocional, intelectual y espiritual, accediendo a reinos sobreco­gedores de inspiración y perfección cósmica. Este tipo de expe­riencia es claramente responsable de grandes logros en la historia de la humanidad, en las áreas de las ciencias, el arte, la religión y la filosofía.
Otro problema interesante, relacionado con la dinámica de la esquizofrenia, del que debemos hablar brevemente en el contexto de las matrices perinatales, es la relación existente entre las psico­sis y las funciones reproductivas femeninas. Es sobradamente sa­bido que diversos trastornos psicopatológicos están íntimamente relacionados con el ciclo menstrual y, en particular, con el emba­razo, el parto y el período posterior al mismo. En el pasado, esto se ha interpretado casi exclusivamente en términos de desequili­brio hormonal y sus efectos en la psique.
El presente análisis ofrece una introspección completamente nueva de dicho problema. Las observaciones del trabajo expe­riencia) profundo muestran la existencia de una conexión dinámi­ca importante entre la experiencia del nacimiento, la del parto y la del orgasmo sexual. Las mujeres que reviven su nacimiento du­rante el transcurso de sesiones psicouélicas, frecuentemente tie­nen una profunda sensación simultanea de estar pariendo. En realidad, les resulta muy difícil distinguir si están naciendo o pa­riendo, al mismo tiempo en que experiencian sensaciones sexua­les orgásmicas. Puede que éstas se expresen por su conducta, al­ternando la posición fetal con la característica ,mente ginecológica, acompañada de presión abdominal. Este dilema de la confronta­ción entre parir y nacer se resuelve en una experiencia que sinteti­za ambos acontecimientos: la de parirse a sí misma.
Estas observaciones indican claramente que, además del dese­quilibrio hormonal que subraya la psiquiatría tradicional, la psico­patología posterior al parto refleja una dinámica psicológica rela­cionada con las matrices perinatales. El proceso del parto parece acercar a la madre al trauma de su propio nacimiento. No sólo acostumbra activar sus matrices perinatales básicas, sino también todas sus elaboraciones secundarias posteriores del trauma del nacimiento, incluidos los conflictos sexuales, sobre la muerte, ma­terias biológicas, embarazo, parto y dolor. En las circunstancias adecuadas, con una actitud comprensiva y un enfoque sensible, este período puede suponer una oportunidad magnífica para el trabajo psicológico profundo. Por otra parte, si se interpreta inde­bidamente su mecánica y se obliga a la madre a revivir el material emergente, esto puede conducir al desarrollo de problemas emo­cionales y psicosomáticos graves. En casos extremos, este tipo de trastornos puede alcanzar proporciones psicóticas.
En menor grado, los problemas emocionales pueden también acentuarse durante el período menstrual; la mayor tendencia a la angustia, la irritabilidad, las depresiones y las ideas suicidas que ocurren en dicho período se conocen como el síndrome premens­trual. Existen profundas similitudes anatómicas, fisiológicas y bioquímicas entre la menstruación y el parto; puede decirse que cada menstruación es un microparto. Es por consiguiente bastan­te plausible que en cada menstruación el material perinatal sea particularmente accesible desde un punto de vista experiencial. La similitud entre la menstruación y el parto parece indicar que el período menstrual representa una mezcla similar de oportunidad y problema, a la que hemos visto anteriormente con relación al parto.
En el análisis precedente se ha hecho considerable hincapié en las raíces perinatales de varios síntomas esquizofrénicos. Sin embargo, muchos aspectos de la fenomenología de la psicosis pa­recen tener sus orígenes en los reinos transpersonales de la psique humana. Estos dominios contribuyen a la sintomatología esquizo­frénica en interés en problemas ontológicos y cosmológicos, una abundancia de temas arquetípicos y secuencias mitológicas, en­cuentros con divinidades y demonios de diversas culturas, recuer­dos ancestrales, filogenéticos y de encarnaciones anteriores, ele­mentos del inconsciente racial y colectivo, el mundo experiencial de la percepción extrasensorial y otros paranormales, y una parti­cipación significativa del principio del sincronismo en la vida del individuo. También debemos mencionar las experiencias unifica­doras de orden superior a las relacionadas con la dinámica perina­tal: identificación con la mente universal, con lo absoluto y con el vacío supracósmico y megacósmico.
A pesar de los descubrimientos revolucionarios de la psicología moderna, representados por las contribuciones de Jung, Assagioli y Maslow, todas estas experiencias siguen considerándose automá­ticamente sintomáticas de estados psicóticos por la psiquiatría tra­dicional. En vista de los descubrimientos de la psicoterapia con LSD y los de otros enfoques experienciales profundos, será necesa­rio revisar y revaluar a fondo el concepto de psicosis. Las matrices de experiencias perinatales y transpersonales parecen constituir componentes normales y naturales de la psique humana, y la viven­cia de las mismas está dotada de un claro potencial curativo, si se enfoca con la debida comprensión. Es por consiguiente absurdo diagnosticar una psicosis, en base al contenido de la experiencia del individuo. En el futuro, la definición de lo que es patológico y de lo que es curativo o que conduce a una evolución, debería hacer hin­capié en la actitud hacia la experiencia, el estilo de curación y la ha­bilidad de integrarla en la vida cotidiana. En dicho marco, también será necesario distinguir claramente entre una estrategia terapéuti­ca que conduzca a la curación y otra que sea nociva, contraprodu­cente y que, en definitiva, tenga efectos dañinos.

5. DILEMAS Y POLÉMICAS DE
LA PSIQUIATRÍA TRADICIONAL

El modelo médico en psiquiatría: los pros y los contras


Como resultado de su complejo desarrollo histórico, la psi­quiatría quedó incluida como una rama de la medicina. Tanto la línea básica del pensamiento conceptual psiquiátrico, como la ac­titud frente a individuos con trastornos emocionales y problemas de comportamiento, las pautas de investigación, la formación y educación básicas, así como las medidas forenses, todo está do­minado por el modelo médico. Tal situación es consecuencia de dos importantes grupos de circunstancias: los triunfos logrados por la medicina al establecer la etiología y la terapia eficaces para un grupo relativamente pequeño de anomalías mentales específi­cas y el haber demostrado su capacidad para controlar, desde el punto de vista sintomático, muchos de los trastornos para los que aún no se ha hallado una etiología específica.
La visión cartesiano-newtoniana del mundo, que tanta impor­tancia tuvo en la evolución de varias especialidades, ha jugado un papel crucial en el desarrollo de la neuropsiquiatría y la psicolo­gía. El reconocimiento del interés científico hacia los trastornos mentales culminó en el siglo pasado en una serie de descubri­mientos revolucionarios, que definieron con firmeza la psiquia­tría como disciplina médica. Los rápidos avances y los importan­tes hallazgos en anatomía, patología, fisiopatología, química y bacteriología dieron como resultado la tendencia a basar en cau­sas orgánicas todas las perturbaciones mentales, ya sea en infec­ciones, en desórdenes metabólicos o en procesos degenerativos del cerebro.
El establecimiento de esta «orientación orgánica» fue estimu­lado por el descubrimiento de la etiología de varias anomalías mentales, lo que condujo al desarrollo de métodos terapéuticos eficaces. Así, el hecho de establecerse que la paresia general (un estado asociado, entre otros síntomas, con delirios de grandeza y trastornos del intelecto y de la memoria) es debida a la sífilis terciaria del cerebro, causada por el protozoo Spirochaeta pallida, proporcionó el establecimiento de una terapia eficaz basada en el uso de productos químicos y la fiebre. De la misma manera, una vez que quedó claro que el trastorno mental que acompaña a la pelagra es debido a una insuficiencia de vitamina B (falta de ácido nicotínico o de su amida), se pudo solucionar el problema suplien­do la deficiencia vitamínica. Se descubrió que otras clases de irre­gularidades funcionales de la mente estaban relacionadas con la existencia de tumores cerebrales, cambios degenerativos del cere­bro, encefalitis o meningitis, varias formas de desnutrición y ane­mia perniciosa.
La medicina ha logrado el control sintomático de muchos tras­tornos emocionales y de comportamiento, cuyas etiologías no han podido ser establecidas. Aquí hay que mencionar el uso dramáti­co de shocks con pentametilenotetrazol (Cardiazol), de terapia basada en electroshocks, tratamientos con shocks de insulina y la cirugía psíquica. La psicofarmacología moderna ha resultado alta­mente eficaz en este aspecto, con su arsenal de drogas de acción específica: hipnóticos, sedantes, miorrelajantes, analgésicos, psi­coestimulantes, tranquilizantes, antidepresivos y sales de litio.
Estos aparentes triunfos de la investigación y la terapéutica médicas sirvieron para definir la psiquiatría como una rama espe­cializada de la medicina y la comprometieron con el modelo médi­co. La experiencia nos enseña que fue una conclusión prematura: condujo a una evolución no exenta de problemas. Los éxitos en el desenmarañamiento de las causas de los desórdenes mentales fue­ron en realidad casos aislados, aunque sorprendentes, y limitados a un sector pequeño de los problemas con los que trata la psiquia­tría. A pesar de los logros iniciales, el enfoque médico aplicado a la psiquiatría no ha podido encontrar la etiología orgánica especí­fica adecuada para los problemas que afligen a la inmensa mayo­ría de sus clientes: depresiones, psiconeurosis y trastornos psico­somáticos. Además, ha tenido un éxito muy limitado y dudoso en el proceso de desenmarañar las causas latentes en las llamadas psicosis endógenas, particularmente la esquizofrenia y la psicosis maniacodepresiva. Esta incapacidad del enfoque médico, unida a un estudio sistemático de los trastornos emocionales, dio lugar a un movimiento alternativo: el enfoque psicológico de la psiquia­tría, que condujo a la aparición de escuelas dinámicas de psicote­rapia.
En general, la investigación psicológica proporcionó métodos explicativos mejores que el enfoque médico para la mayoría de los trastornos mentales; desarrolló métodos alternativos importantes al tratamiento biológico, acercando considerablemente la psiquia­tría a las ciencias sociales y a la filosofía. Sin embargo, esto no modificó la posición de la psiquiatría como disciplina médica. De algún modo, la posición de la medicina se convirtió en autoperpe­tuante, porque muchas de las drogas usadas para el alivio de sín­tomas, descubiertas por la investigación médica, tienen efectos secundarios definidos y se precisa que un médico las recete y las administre. La unión simbiótica de la medicina y la rica industria farmacéutica completó finalmente el círculo vicioso. La hegemo­nía del modelo médico fue además reforzada por la naturaleza y la estructura de los estudios psiquiátricos y los aspectos legales de la política de salud mental.
La mayoría de los psiquiatras son médicos especializados en psiquiatría y con una preparación muy inadecuada en psicología. En la mayoría de los casos, los individuos que sufren trastornos mentales son atendidos en centros médicos, con un psiquiatra como responsable de los procedimientos terapéuticos. En tal si­tuación, el psicólogo clínico cumple frecuentemente una función auxiliar, de subordinación al psiquiatra, similar a la del bioquími­co y el técnico de laboratorio. Son funciones tradicionales de los psicólogos clínicos la evaluación de la inteligencia, la personali­dad y la organicidad; ayuda en diagnósticos diferenciales, evalua­ción del tratamiento y guía vocacional. Estas tareas representan muchas.de las actividades de aquellos psicólogos no implicados en la investigación o psicoterapia. El problema de hasta qué punto los psicólogos pueden y están cualificados para dirigir la terapia con pacientes psiquiátricos ha sido un tema muy polémico.
La hegemonía del modelo médico en la psiquiatría ha dado como resultado un trasvase maquinal de los conceptos,y métodos de utilidad demostrada en el campo de los desórdenes emociona­les. La aplicación del modelo médico a la mayoría de los proble­mas psiquiátricos y al tratamiento de los trastornos emocionales, en particular varias formas de neurosis, ha sido ampliamente criti­cado en los últimos años. Hay pruebas contundentes de que esta estrategia ha creado, como mínimo, tantos problemas como ha re­suelto.
Aquellos trastornos para los cuales no se ha encontrado etiolo­gía específica son clasificados en un sentido amplio como «enfer­medades mentales».1 Los afectados por dichos trastornos son so­cialmente estigmatizados y calificados rutinariamente como «pa­cientes». Se les atiende en centros médicos, en los que los gastos de hospitalización ascienden a varios cientos de dólares. Gran parte de este coste, directamente relacionado con el modelo mé­dico, como el precio de exámenes y servicios, de valor cuestiona­ble en el tratamiento eficaz del trastorno en cuestión, encarece in­necesariamente el proceso. Gran cantidad del dinero dedicado a investigación sirve para mejorar la propia investigación médica, que llegará al descubrimiento, finalmente, de la etiología de las «enfermedades mentales» y, de esta manera, confirmará la natu­raleza médica de la psiquiatría.
Ha habido una insatisfacción creciente con la aplicación del modelo médico a la psiquiatría. Thomas Szasz es, probablemente, el representante mejor conocido y más elocuente de este movi­miento. En una serie de libros, entre los que se incluye su Myth of Mentall Illness» (1961), demuestra que la mayoría de los casos de las llamadas enfermedades mentales tendrían que considerarse como expresiones y reflejos de la lucha del individuo por la vida. Más que enfermedades en el sentido médico, son ejemplos de problemas sociales, éticos y legales. La relación médico-paciente definida por el modelo médico refuerza también el papel pasivo y dependiente del cliente. Implica que la solución del problema de­pende capitalmente de los recursos de la persona en el papel de autoridad científica, más que de los medios personales del cliente.
Las consecuencias de aplicar el modelo médico a la teoría y la práctica de la psiquiatría son de gran alcance. Como resultado de la aplicación indiscriminada del pensamiento médico, todos los trastornos con los que un psiquiatra trata son considerados como enfermedades para las que, tarde o temprano, se encontrará una etiología en la forma de alguna irregularidad anatómica, biológica o bioquímica. El hecho de que tales causas no hayan sido descu­biertas aún no se considera razón para excluir el problema de la esfera del modelo médico. Al contrario, representa un estímulo para una investigación conforme al modelo médico aún más deci­dida y perfeccionada. De este modo, las expectativas de los psi­quiatras defensores del punto de vista orgánico se vieron reaviva­das por los éxitos de la biología molecular.
Otra consecuencia importante de la aplicación del modelo mé­dico es un gran énfasis en el establecimiento del diagnóstico co­rrecto para cada individuo y la creación de un método de clasifica­ción o de un sistema diagnóstico correctos. Este enfoque es de suma importancia en medicina, ya que un diagnóstico correcto presupone una etiología específica y tiene consecuencias claras, inconfundibles y reconocidas en la terapia y en el pronóstico. Es esencial diagnosticar correctamente la variedad de una enferme­dad contagiosa, ya que cada una necesita un procedimiento pro­pío, porque los agentes infecciosos involucrados responden de manera diferente a antibióticos específicos. Del mismo modo, el tipo de tumor determina la naturaleza de la intervención terapéu­tica, el pronóstico aproximado, o el peligro de metástasis. Es de gran importancia diagnosticar adecuadamente el tipo de anemia, porque una clase responderá a medicación a base de hierro, otra requiere tratamiento a base de cobalto, etc.
Se han malgastado grandes cantidades de esfuerzo tratando de mejorar y estandarizar los diagnósticos psiquiátricos, debido a que tal concepto de diagnóstico, que es apropiado en medicina, no es aplicable a la mayoría de los trastornos psiquiátricos. La fal­ta de acuerdo se hace patente si se comparan los sistemas de clasi­ficación psiquiátrica usados en diferentes países, por ejemplo en Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia. Usado indiscrimina­damente, el concepto médico de diagnóstico adolece de falta de fiabilidad, validez y es de una eficacia y de una utilidad discuti­bles. Todo diagnóstico está condicionado por la escuela a la que pertenece el psiquiatra, por sus preferencias personales, por la cantidad de información existente para la evaluación y también por muchos otros factores.
Algunos psiquiatras llegan a un diagnóstico basándose sola­mente en la sintomatología del caso, otros en especulaciones psicodinámicas y unos terceros en una combinación de ambos mé­todos. La evaluación subjetiva que el psiquiatra hace de la impor­tancia psicológica de un trastorno físico presente (como proble­mas de la tiroides, enfermedades víricas o diabetes), o de ciertos acontecimientos biográficos de la vida pasada o presente del pa­ciente, puede influir trascendentalmente en el diagnóstico. Hay también un gran desacuerdo en el significado que se da a ciertos términos diagnósticos; existen, por ejemplo, grandes diferencias entre las escuelas americana y europea sobre el diagnóstico de la esquizofrenia.
Otro factor que puede influir en el diagnóstico psiquiátrico es la naturaleza de la interacción entre el psiquiatra y el paciente. Mientras que el diagnóstico de una apendicitis o de un tumor pi­tuitario no resultará apenas afectado por la personalidad del mé­dico, un diagnóstico psiquiátrico podría resultar afectado por el comportamiento del paciente hacia el psiquiatra que establece el diagnóstico. Asimismo, la dinámica específica, o incluso la inepti­tud interpersonal de un psiquiatra pueden resultar factores importantes. Es un hecho clínico bien conocido que la experiencia y el comportamiento de un paciente cambian durante la interacción con diferentes personas y que pueden también ser influidos signi­ficativamente por circunstancias y factores situacionales. Algunos aspectos de la rutina psiquiátrica actual tienden a reafirmar o in­cluso provocar varios desajustes de comportamiento.
Debido a la falta de criterios objetivos, que tan importantes son para el enfoque médico hacia las enfermedades físicas, hay una tendencia entre los psiquiatras a aceptar la opinión y la expe­riencia clínicas como procesos autojustificantes. Además, los sis­temas de clasificación y los intereses son a menudo ejemplos de sociología médica, que reflejan las presiones que los médicos han de soportar en el ejercicio de la labor que se les ha impuesto. Una clasificación de diagnóstico psiquiátrico es lo suficientemente fle­xible como para variar según el fin para que se la destine, ya sea para fines laborales, compañías aseguradoras o con propósitos fo­renses. Incluso, sin tener en cuenta cuestiones tan concretas, dife­rentes psiquiatras o equipos psiquiátricos discreparán frente al diagnóstico de un paciente en concreto.
Se puede observar una considerable falta de claridad, incluso con referencia a cuestiones aparentemente tan importantes como el diagnóstico diferencial entre neurosis y psicosis. Este asunto es tratado generalmente con gran seriedad, aunque no está ni siguie­ra claramente establecido quee haya una sola dimensión psicopato­lógica. Si la psicosis y la neurosis son ortogonales e independien­tes, entonces un paciente puede sufrir ambos trastornos. Si están en la misma línea y la diferencia entrambos es sólo cuantitativa, entonces un individuo psicótico tendría que haber pasado por una etapa neurótica en el curso hacia la psicosis y tendría que retornar a ella durante la recuperación.
Aun en el caso de que el diagnóstico psiquiátrico pudiera lle­gar a ser fiable y válido al mismo tiempo, existiría duda sobre su pertinencia práctica y su utilidad. Resulta bastante claro que, aparte de unas pocas excepciones, la búsqueda de un diagnóstico correcto es en último término inútil, porque no tiene una perti­nencia reconocida para la etiología, la terapia y el pronóstico. El establecimiento del diagnóstico representa para el psiquiatra un gran consumo de tiempo y energía, y aún más para el psicólogo, quien a veces ha de dedicar horas a hacer comprobaciones para poder tomar una decisión final.
En el fondo, la elección terapéutica representa más la orienta­ción del psiquiatra que un diagnóstico clínico. Los psiquíatras de­fensores del punto de vista orgánico usarán de manera rutinaria un tratamiento biológico con los neuróticos y los psiquiatras que abogan por un punto de vista psicológico tenderán a utilizar la psicoterapia, incluso con pacientes psicóticos. Durante la labor psicoterapéutica, el terapeuta estará más bien respondiendo a si­tuaciones durante las sesiones, que siguiendo un plan terapéutico preconcebido y determinado por el diagnóstico. De la misma ma­nera, no se ve en los tratamientos farmacológicos específicos una relación reconocida mayoritariamente entre el diagnóstico y la elección del psicofármaco. Frecuentemente la elección viene de­terminada por las preferencias subjetivas del terapeuta, la reac­ción clínica del paciente, la aparición de efectos secundarios y otras circunstancias similares.
Otro legado importante del modelo médico es la lectura que se da a la función de los síntomas psicopatológicos. En medici­na hay, normalmente, una relación lineal entre la intensidad de los síntomas y la gravedad de la enfermedad. La mitigación de los síntomas es vista, por tanto, como un signo de mejoría de las condiciones subyacentes. La terapia en la medicina física es, siempre que sea posible, causal y la terapia sintomática se usa solamente en enfermedades incurables o además de la terapia causal.
Aplicar este principio a la psiquiatría causa una considerable confusión. Aunque normalmente se considera el alivio de los sín­tomas como una señal de mejoría, la psiquiatría dinámica ha esta­blecido una distinción entre el tratamiento causal y el sintomáti­co. Bajo este punto de vista el tratamiento sintomático no solu­ciona el problema supyacente, antes bien lo encubre. Se ha ob­servado en el psicoanálisis que la intensificación de los síntomas es frecuentemente un indicio de una incidencia importante en el pro­blema subyacente. Los nuevos enfoques experienciales conside­ran la intensificación de los síntomas como una poderosa arma terapéutica y utilizan técnicas potentes para activarlos. Las obser­vaciones provenientes de este tipo de investigación sugieren con firmeza, que los síntomas representan un esfuerzo incompleto del organismo para librarse de un problema antiguo y que tal esfuerzo debería ser fomentado y apoyado.'
Desde este punto de vista, gran parte del tratamiento sintomá­tico realizado en psiquiatría es antiterapéutico, ya que interfiere con el proceso espontáneo de curación del organismo. Tendría que ser considerado, no como un método a elegir, sino como una solución de compromiso cuando el paciente rechaza una alternativa más apropiada, o si tal alternativa no es posible por razones económicas o de cualquier otra índole.
En conclusión, la hegemonía del modelo médico en la psiquia­tría debería considerarse como una situación creada por circuns­tancias históricas concretas y mantenida en la actualidad por una combinación poderosa de factores filosóficos, políticos, económi­cos, administrativos y legales. Más que un reflejo del conocimien­to científico sobre la naturaleza de los trastornos emocionales y su tratamiento óptimo, representa una dudosa panacea.
En el futuro, aquellos pacientes con trastornos psiquiátricos con una causa orgánica clara podrán ser tratados en unidades mé­dicas especialmente equipadas para manejar problemas de com­portamiento. Aquellos otros a los que no puedan detectárseles problemas médicos utilizando repetidos reconocimientos físicos tendrían que poder contar con facilidades especiales que pusieran de relieve los aspectos psicológicos, sociológicos, filosóficos y es­pirituales, más que los propiamente médicos. Terapeutas huma­nísticos y transpersonales han desarrollado ya importantes y efica­ces técnicas de curación y de transformación de la personalidad, que tienen en cuenta tanto los aspectos psicológicos como los físi­cos de los seres humanos.


Discrepancias sobre la teoría y las medidas terapéuticas


Existen teorías contradictorias y conflictos de interpretación de datos en la mayoría de las ramas científicas. Incluso las llama­das ciencias exactas tienen su cuota de discrepancias, como lo de­muestran las diferentes opiniones acerca de cómo interpretar el formalismo matemático de la teoría cuántica. Sin embargo, hay poquísimas áreas científicas en las que la falta de unanimidad sea tan grande y el conjunto de conocimientos aceptados mayorita­riamente tan limitado como en la psiquiatría y la psicología. Hay una amplia gama de teorías contradictorias sobre la personalidad que ofrecen explicaciones mutuamente excluyentes acerca de cómo funciona la psique, cómo y por qué se desarrolla una psico­patología, y cuál puede ser el modo realmente científico de enfo­car la terapia.
El grado de discrepancia sobre lo supuestos más fundamenta­les es tan grande, que no es de extrañar que a la psiquiatría y a la psicología se les niegue frecuentemente el rango de ciencias. Así, psiquiatras y psicólogos con una preparación académica impeca­ble, una inteligencia preeminente y un gran talento para la obser­vación científica, formulan y defienden frecuentemente conceptos que son teóricamente de una incompatibilidad absoluta y ofrecen medidas prácticas completamente contradictorias.
Por consiguiente, hay escuelas de psicopatología que se basan en un enfoque puramente orgánico, considerando que el modelo newtoniano-cartesiano del universo es una descripción precisa de la realidad y creen que cualquier organismo normal, tanto estruc­tural como funcionalmente, tendría que reflejar correctamente el mundo material que le rodea y funcionar correctamente dentro de él. Según este punto de vista, cualquier desviación de este ideal se deberá a alguna anomalía anatómica, fisiológica o bioquímica del sistema nervioso central o de alguna parte del cuerpo, que pueda influir en el funcionamiento de dicho sistema nervioso central.
Los científicos que comparten este punto de vista están com­prometidos en una búsqueda decidida de factores hereditarios, patologías celulares, desequilibrios hormonales, irregularidades bioquímicas y otras causas físicas. No aceptan como realmente científica ninguna explicación de un trastorno emocional, que no se refiera concretamente a causas materiales determinadas y que no lo derive de ellas. La escuela orgánica alemana del pensamien­to representa el radicalismo extremo de este enfoque, con su creencia de «que a cada pensamiento perturbado corresponde una perturbación de una célula cerebral» y de que más tarde o más temprano se hallará una correlación biyectiva entre diversos aspectos de la psicoterapia y la anatomía del cerebro.
Otro ejemplo de radicalismo extremo en este tipo de enfoque es el del conductismo, cuyos partidarios se jactan de que es el úni­co enfoque realmente científico de la psicología. Consideran al or­ganismo como una compleja máquina biológica, cuyas funciones, incluso aquellas mentales superiores, pueden ser explicadas como una complicada actividad refleja basada en el principio de estímu­lo-respuesta. Como su mismo nombre indica, el conductismo en­fatiza el estudio de la conducta y, llevado a su máximo extremo, se niega a tener en cuenta ningún tipo de datos o realidades intros­pectivas, llegando a negar incluso el concepto de conciencia.
Aunque el conductismo tiene perfectamente cabida en la psi­cología, como enfoque fructífero de cara a cierto tipo de experi­mentación de laboratorio, en la actualidad no se le puede conside­rar como sistema explicativo obligatorio del funcionamiento de la psique humana. Es paradójico que se intente formular una teoría psicológica, sin tener en cuenta el concepto de conciencia, en una época en que los físicos creen que la conciencia tendrá que ser ex­plícitamente incluida en las futuras teorías sobre la materia. Mien­tras las escuelas orgánicas buscan causas médicas a las anomalías mentales, el conductismo tiende a considerarlas como encadena­mientos de hábitos defectuosos, cuyos orígenes pueden hallarse en el condicionamiento.
La postura moderada en la gama de teorías que interpretan las psicopatologías está representada por las especulaciones de la psi­cología profunda. Además de discrepar de las escuelas orgánicas y del conductismo en los conceptos fundamentales, existen entre sus adeptos graves diferencias. Algunos de los argumentos teóri­cos p, opios de este grupo han sido ya descritos al hablar de los re­negados del movimiento psicoanalítico. En muchos casos, las di­vergencias dentro del grupo de las psicologías profundas son gra­ves y fundamentales.
En el extremo opuesto de la gama, encontramo- enfoques que divergen de las interpretaciones orgánicas, conductistas o psico­lógicas de la psicopatología, que en realidad se niegan rotunda­mente a hablar de patologías. Por consiguiente, para la fenome­nología o el daseinanálisis, la mayoría de los estados de los que se ocupa la psiquiatría representan problemas filosóficos, ya que re­flejan sólo variantes de la existencia, o formas diferentes de existir en el mundo.
Actualmente muchos psiquiatras se niegan a seguir los enfo­ques lineales y estrechos descritos anteriormente y prefieren ha­blar de una etiología múltiple. Consideran los trastornos emo­cionales como resultantes finales de una interacción compleja y multidimensional de factores, algunos de los cuales pueden ser problemas biológicos, mientras que otros son de origen psicoló­gico, sociológico o filosófico. La investigación psicodélica apo­ya, sin duda, esta manera de entender los problemas psiquiátri­cos. El hecho de que los estados psicodélicos sean inducidos por estímulos químicos claramente definidos, no significa, de ningún modo, que el estudio de las interacciones bioquímicas y farmaco­lógicas en el cuerpo humano después de la ingestión pueda dar­nos una explicación completa y global de los fenómenos psico­délicos. La droga debe ser considerada solamente como una es­poleta y catalizador de un estado psicodélico, que libera cierto potencial intrínseco en la psique. Las dimensiones psicológicas, fi­losóficas y espirituales de tal experiencia no pueden quedar abar­cadas solamente mediante estudios fisiológicos, bioquími­cos o de comportamiento; deben ser exploradas mediante siste­mas apropiados a tal fenómeno.
La situación de la terapia psiquiátrica respecto a la teoría de los problemas psicopatológicos es tan insatisfactoria como la men­cionada anteriormente. No es de extrañar, porque ambas son afi­nes. Así los psiquiatras de tendencias orgánicas abogan a menudo por medidas biológicas drásticas, no solamente en el tratamiento de desórdenes graves, tales como la esquizofrenia o la psicosis maniacodepresiva, sino también en el tratamiento de la neurosis y las enfermedades psicosomáticas. Hasta principios de los años cincuenta, la mayoría de los tratamientos biológicos eran de ín­dole muy radical: shocks con Cardiazol, terapia a base de electro­shocks, tratamiento de shocks con insulina y lobotomía.3
También la moderna farmacopea, que no ha reemplazado, ni con mucho, a las drásticas medidas mencionadas, presenta pro­blemas, aunque mucho más leves que los tratamientos anterior­mente citados. Normalmente se acepta en psiquiatría que las dro­gas no solucionan los problemas, sólo controlan los síntomas. En muchos casos, el período de tratamiento activo va seguido de otro de duración indefinida, durante el cual se obliga al paciente a to­mar dosis de mantenimiento. Muchos de los. tranquilizantes más comunes son utilizados de forma rutinaria y urante largos perío­dos de tiempo. Esto puede acarrear problemas, tales como lesio­nes neurológicas o de retina irreversibles, e incluso adicción.
Las escuelas psicológicas son partidarias del uso de la psicote­rapia, no sólo en casos de neurosis, sino también en muchos esta­dos psicóticos. Como hemos dicho anteriormente, no existe un criterio unificado y aceptado de diagnóstico, excepto en el caso de trastornos concretos de origen orgánico claramente reconocido (encefalitis, tumores, arteriosclerosis), los cuales situarían sin lu­gar a dudas al paciente en la esfera de la terapia y de la psicología orgánicas. Aunque el tratamiento psicofarmacológico puede ser necesario en el caso de pacientes psicóticos que reciben psicotera­pia y es generalmente compatible con las modalidades suaves o de mantenimiento, muchos psicoterapeutas creen que no lo es con un enfoque psicológico profundo. Mientras que la estrategia aper­turista tiene por objeto llegar a las raíces del problema, la terapia sistemática oculta los síntomas y énmascara el problema.
Hoy día la situación se ha complicado aún más, debido a la po­pularidad creciente de los nuevos enfoques experienciales. No so­lamente utilizan éstos los síntomas como punto de partida de la te­rapia y de la autoexploración, sino que los consideran exponentes del esfuerzo de autocuración del organismo y tratan de desarrollar técnicas eficaces para acentuarlos. Mientras que un sector del cuerpo profesional psiquiátrico concentra todos sus esfuerzos en desarrollar más y más formas adecuadas de controlar los sínto­mas, otro sector intenta con igual dedicación diseñar métodos más operantes para exteriorizarlos. Mientras que muchos psiquiatras consideran el tratamiento sintomático como una solución de com­promiso en situaciones para las que no se conoce un tratamiento mejor, o tal tratamiento no es factible, otros insisten en que inte­rrumpir el suministro de tranquilizantes constituye una negligen­cia grave.
En vista de la falta de unanimidad en lo que concierne a la te­rapia psiquiátrica (exceptuando aquellos casos que, en un sentido estricto, caen dentro de la esfera de la neurología, o de cualquier otra rama de la medicina, tales como la paresia general, tumores cerebrales, o arteriosclerosis) se pueden sugerir estrategias y con­ceptos terapéuticos nuevos sin violar ningún principio que pueda considerarse absoluto, ni obligatorio para la totalidad de la profe­sión psiquiátrica.

Criterios de salud mental y resultados terapéuticos


Debido a que la mayoría de los problemas clínicos con los que tratan los psiquiatras no son enfermedades en el sentido estricto de la palabra, el modelo médico en psiquiatría topa con numero­sos problemas. A pesar de que los psiquiatras han intentado de to­das las maneras posibles, durante más de un siglo, desarrollar un sistema de diagnóstico que abarque todas las situaciones posibles, sus esfuerzos han resultado por lo general vanos. Esta situación se debe a que no existe una patogenia propia de cada enfermedad psiquiátrica, imprescindible como base de cualquier buen sistema diagnóstico.' Thomas Scheff (1974) ha descrito la situación sucin­tamente: «No se ha podido demostrar en el caso de las enferme­dades mentales, ninguno de los componentes del modelo médico: causa, lesión, síntomas uniformes e invariables, desarrollo y elec­ción de tratamiento.» Hay tantos puntos de vista, tantas escuelas, y tales diferencias nacionales que son pocos los conceptos diag­nósticos que tengan el mismo significado para todos los psiquia­tras.
A pesar de todo lo expuesto anteriormente, los psiquiatras continúan presentando más y más nomenclaturas oficiales exten­sas y detalladas. Los profesionales de la salud mental siguen usan­do la terminología establecida, a pesar de la cantidad abrumadora de pruebas, de que la mayoría de los pacientes no presentan los síntomas necesarios para encuadrarles en las categorías diagnósti­cas utilizadas para describir su condición. En general, la asistencia psiquiátrica se basa en criterios diagnósticos y en líneas de trata­miento insustanciales y poco fiables. El determinar quién es un «enfermo mental» y quién está «mentalmente sano» representa un problema mucho más complicado y difícil de lo que parece, lo mismo que establecer la naturaleza de tal «enfermedad» y el modo de tomar dichas decisiones es bastante menos racional de lo que la psiquiatría tradicional intenta hacernos creer.
Ante la gran cantidad de personas con graves síntomas y pro­blemas, así como la falta de criterios diagnósticos establecidos, la pregunta obvia es por qué y cómo a algunos de ellos se les tilda de enfermos mentales y somete a tratamiento psiquiátrico. La inves­tigación demuestra que depende más de una serie de característi­cas sociales que de la esencia del problema original (Light, 1980). Así, por ejemplo, un factor de gran importancia es el grado con el que se manifiestan los síntomas. Es muy diferente que sean clara­mente perceptibles para el personal involucrado, o parcialmente ocultos. Otra variante de gran importancia es el contexto cultural en el que se dan unos determinados síntomas; los conceptos de lo que es normal y aceptable varían mucho dependiendo de la clase social, la comunidad religiosa, la región geográfica y el período histórico. El diagnóstico depende también de una serie de consi­deraciones sociales, tales como la edad, raza, los ingresos y la educación. Las ideas preconcebidas del psiquiatra constituyen un factor crítico; el notable estudio de Rosenhan (1973) demuestra que, una vez que a alguien se le tilda de enfermo mental (aunque en realidad esté sano), el personal profesional tiende a interpretar su conducta diaria y habitual como patológica.
El diagnóstico psiquiátrico es lo suficientemente incierto y fle­xible como para poder ajustarse a una variedad de circunstancias. Se puede aplicar y defender con relativa facilidad, cuando un psi­quiatra necesita justificar un compromiso involuntario o demos­trar en un proceso que su cliente no es legalmente responsable. Esta situación contrasta fuertemente con el criterio estricto apli­cado por el psiquiatra de la acusación, o por un psiquiatra militar, de cuyo diagnóstico psiquiátrico dependerá la exención del servi­cio militar. Igualmente flexibles pueden ser los diagnósticos psi­quiátricos presentados en pleitos por abusos o litigios de seguros; la argumentación psiquiátrica variará considerablemente depen­diendo de qué lado esté el psiquiatra.
Debido a la falta de criterios precisos y objetivos, la psiquiatría resulta siempre profundamente mediatizada por la estructura so­cial, cultural y política de la comunidad donde se practica. En el siglo xix la masturbación se consideraba patológica y muchos pro­fesionales escribieron libros ejemplares, documentos y panfletos sobre sus efectos perjudiciales. Los psiquiatras modernos la consi­deran inofensiva y la presentan como una válvula de escape de una tensión sexual excesiva. Durante la época estalinista, los psi­quiátras rusos declararon que la neurosis y las desviaciones sexua­les eran consecuencia de conflictos de clases y del deterioro moral de las clases burguesas. Aseguraban que problemas de esta índole habían desaparecido casi por completo, con el cambio de su orden social. A los pacientes que presentaban tales síntomas se les consi­deraba partidarios del orden derrocado y «enemigos del pueblo». Por el contrario, en los últimos años ha pasado a ser común en la psiquiatría rusa considerar a la disidencia política como un signo de enfermedad mental, que requiere hospitalización y tratamien­to psiquiátrico. En Estados Unidos, la homosexualidad estuvo clasificada como enfermedad mental hasta que en 1973 la Ameri­can Psychiatric Association decidió por votación que no lo era. Los miembros del movimiento hippy en los años sesenta eran vis­tos por los profesionales tradicionales como individuos emocio­nalmente inestables, mentalmente enfermos y probablemente víc­timas de lesiones cerebrales debidas al uso de drogas, mientras que los psiquiatras y psicólogos de vanguardia los consideraban la avanzadilla emocionalmente liberada de la humanidad. Hemos examinado ya las diferencias culturales que existen en los concep­tos de sanidad y normalidad mental. Muchos de los fenómenos que la psiquiatría occidental considera síntomas de enfermedad mental, parecen representar variaciones del inconsciente colecti­vo, los cuales han sido considerados perfectamente normales y aceptables por algunas culturas, o en otras épocas de la historia de la humanidad.
Las clasificaciones psiquiátricas y el énfasis en presentar sínto­mas, es en parte justificable, aunque problemático, en el contexto de las prácticas terapéuticas actuales. La orientación verbal en la psicoterapia ofrece pocas oportunidades de cambios dramáticos de la condición clínica y la medicación represora obstaculiza acti­vamente el desarrollo posterior del cuadro clínico y tiende a con­gelar el proceso hacia una situación estacionaria. Sin embargo, la relatividad del enfoque queda patente cuando se usan drogas psi­codélicas en la terapia, o poderosas técnicas experienciales sin el uso de drogas. El resultado es entonces un flujo tal de síntomas, que a veces el cliente puede situarse, en el plazo de unas horas, en una categoría diagnóstica completamente diferente. Parece obvio que lo que los psiquiatras describen como categorías diagnósticas diferenciadas son etapas de un proceso de transformación en las que el cliente se ha quedado detenido.
La situación no es mucho más alentadora cuando pasamos del problema del diagnóstico psiquiátrico al del tratamiento y evalua­ción psiquiátrica de los resultados. A diferentes psiquiatras co­rresponden estilos terapéuticos propios, que usan en una amplia gama de problemas, a pesar de que no hay pruebas claras de que una técnica sea más eficaz que otra. Los críticos de la psicoterapia han podido argumentar con facilidad, que no existen pruebas con­vincentes de que los pacientes tratados por profesionales mejoren con respecto a aquellos que no reciben ningún tipo de tratamien­to, o que son atendidos por no profesionales (Eysenck y Rach­man, 1965). Cuando durante la psicoterapia tiene lugar una mejo­ría, es difícil poder demostrar que esté relacionada con el proceso terapéutico o con las creencias teóricas del terapeuta.
Bastante más evidente resulta la eficacia de los agentes psico­farmacológicos en el control de los síntomas. Lo que no está tan claro es si el alivio sintomático representa una verdadera mejoría o, si por el contrario, el uso de tales agentes farmacológicos sólo encubre los problemas subyacentes e impide su solución. Parecen existir pruebas crecientes de que los medicamentos tranquilizan­tes en muchos casos simplemente obstaculizan los procesos de cura y transformación, y que por lo tanto tendrían que ser admi­nistrados sólo cuando el paciente los pide, o si las circunstancias no permiten continuar con el proceso de apertura.
Dada la poca claridad de los criterios de salud mental, los cali­ficativos psiquiátricos resultan problemáticos y debido a que no existe acuerdo alguno, en cuanto a lo que constituye un trata­miento eficaz, no se puede esperar mucha claridad a la hora de va­lorar los resultados terapéuticos. La naturaleza y la intensidad de los síntomas observables es lo que, en la práctica clínica diaria, sirve para evaluar la condición del paciente. La intensificación de los síntomas se considera como un empeoramiento en la condi­ción clínica y al alivio de los mismos se le llama mejoría. Este en­foque choca con la psiquiatría dinámica que enfatiza la solución de los conflictos y la mejora de los ajustes interpersonales. El avivamiento de los síntomas, en la psiquiatría dinámica, precede o acompaña frecuentemente a progresos terapéuticos importantes. La filosofía terapéutica, basada principalmente en la evaluación de los síntomas, está en conflicto agudo con el punto de vista presentado en este libro, según el cual una intensificación de los síntomas indica que el proceso de curación está activo y para el que los síntomas representan tanto un problema como una opor­tunidad.
Mientras que algunos psiquiatras se basan exclusivamente en los cambios sintomáticos a la hora de evaluar los resultados tera­péuticos, otros incluyen en sus criterios la calidad de las relaciones interpersonales y los ajustes sociales. Es bastante normal, por el contrario, tener en cuenta estos criterios de naturaleza cultural, tales como cambios profesionales o de lugar de residencia. Así, un aumento de los ingresos, o el pasar a vivir en un área residencial más prestigiosa pueden ser considerados como signos importantes de salud mental. La absurdidez de tales criterios se hace patente inmediatamente, si se considera la estabilidad emocional o la sa­lud mental de algunos individuos, como por ejemplo Howard Hughes o Elvis Presley, que según estos criterios, ocuparían una alta posición. El hecho de que estas valoraciones sean de conside­ración en las evaluaciones clínicas demuestra el grado de confu­sión conceptual existente. Sería fácil demostrar que un aumento en la ambición, en el espíritu de competencia o en el deseo de im­presionar reflejan más un aumento de la patología que no una me­joría. En la situación actual del mundo, la simplicidad voluntaria podría ser una expresión de sanidad fundamental.
Parece apropiado, llegado este punto, hablar de espirituali­dad, ya que el análisis teórico de este libro hace hincapié en la dimensión espiritual de la vida humana. Las inclinaciones y los in­tereses espirituales tienen, para la psicología tradicional, claras connotaciones patológicas. El sistema moderno de pensamiento psiquiátrico asocia, aunque de forma sólo implícita, el concepto de salud mental con el ateísmo, el materialismo y las teorías meca­nicistas. Por lo tanto, la existencia de experiencias espirituales. creencias religiosas y prácticas espirituales justificarán, por lo ge­neral, un diagnóstico psicopatológico.
Puedo poner un ejemplo de mi experiencia personal de cuan­do llegué a Estados Unidos y empecé a dar conferencias acerca de mis investigaciones sobre el LSD en Europa. En 1967 hice una ex­posición en el Departamento Psiquiátrico de la Universidad de Harvard de los resultados conseguidos con psicoterapia basada en el uso de LSD con un grupo de pacientes con graves problemas psiquiátricos. Durante el debate, uno de los psiquiatras dio su opi­nión sobre lo que yo consideraba logros terapéuticos importantes. Según él, lo que en realidad pasó fue que los síntomas neuróticos de los pacientes quedaron reemplazados por fenómenos psicóti­cos. Yo había explicado que se habían observado en muchos de ellos mejorías notables, después de haber pasado por fuertes ex­periencias de muerte-renacimiento y estados de unidad cósmica. Como consecuencia se les despertó el sentido espiritual y se sintie­ron atraídos hacia filosofías antiguas y orientales. Algunos vis­lumbraron el concepto de reencarnación, otros se decantaron ha­cia la meditación, hacia el yoga u otras prácticas espirituales. Pues bien, estas manifestaciones eran, para nuestro psiquiatra, pruebas claras de un proceso psicótico. Hoy día resulta más difícil que a fi­nales de los años sesenta sostener una conclusión de este tipo, de­bido a la difusión del interés actual por las prácticas espirituales. Y sin embargo, continúa siendo un buen ejemplo de la orienta­ción general del pensamiento psiquiátrico actual.
La situación de la psiquiatría occidental respecto a la defini­ción de lo que es salud mental y lo que es enfermedad mental, al diagnóstico clínico, a las estrategias generales de tratamiento y a la evaluación de los resultados terapéuticos, es bastante confusa y deja mucho que desear. No hay una definición positiva de lo que es un ser humano normal y se considera funcionamiento mental­mente sano y saludable a la ausencia de psicopatologías. Concep­tos tales como la alegría activa de vivir, la capacidad de amor, el altruismo, el respeto por la vida, la creatividad y la autoactualiza­ción apenas tienen peso en las consideraciones psiquiátricas. Las técnicas psiquiátricas de las que disponemos actualmente apenas pueden conseguir la meta terapéutica definida por Freud: «Trans­formar el sufrimiento excesivo del neurótico en la miseria rutina­ria de la vida diaria.» No se pueden concebir resultados más am­biciosos sin introducir dentro de las prácticas de la psiquiatría, psicología y psicoterapia los conceptos de espiritualidad y de pers­pectivas transpersonales.


Psiquiatría y religión: el papel de la espiritualidad en la vida humana


La orientación mecanicista y materialista de la ciencia occi­dental ha determinado la actitud de la psiquiatría y la psicología tradicional hacia la religión y el misticismo. En un universo en el que la materia es lo principal y la vida y la conciencia sólo sus pro­ductos accidentales, no puede haber un reconocimiento auténtico de la dimensión espiritual de la existencia. Una actitud científica verdadera es la que acepta nuestra insignificancia como habitan­tes de uno de los innumerables cuerpos celestes, en un universo compuesto por millones de galaxias. También presupone recono­cer que sólo somos animales altamente desarrollados y máquinas biológicas compuestas por células, tejidos y órganos. Y finalmen­te, la comprensión científica de la propia existencia incluye acep­tar el punto de vista de que la conciencia es una función fisiológica de la mente y que la psique está gobernada por fuerzas incons­cientes de una naturaleza instintiva.
Frecuentemente se oye decir que las tres grandes revoluciones de la historia de la ciencia han mostrado a los seres humanos su posición verdadera en el universo. La primera fue la revolución copernicana, que derrocó la creencia de que la Tierra era el cen­tro del universo y que la humanidad ocupaba un lugar especial en él. La segunda fue la revolución darwiniana, que acabó con el concepto de que los seres humanos tenían un lugar especial y úni­co entre los animales. Finalmente, la revolución freudiana redujo la psique al papel de derivado de los instintos básicos.
Una psiquiatría y psicología gobernadas por un punto de vista mecanicista del mundo son incapaces de distinguir entre las creen­cias religiosas superficiales e intolerantes, que caracterizan las in­terpretaciones generales de muchas religiones y la profundidad de las tradiciones místicas auténticas de las grandes filosofías espiri­tuales, como las diferentes escuelas de yoga, al shivaísmo de Ca­chemira, el Vajrayana, Zen, taoísmo, cábala, gnosticismo o sufis­mo. La ciencia occidental no reconoce el hecho de que estas tradi­ciones son el resultado de siglos de investigación sobre la mente humana, que combinan la observación sistemática, la experimen tación y la elaboración de teorías de una forma similar al método científico.
La psicología y la psiquiatría occidentales tienden, pues, a re­chazar globalmente como no científica cualquier forma de espiri­tualidad, por muy sofisticada y bien fundada que sea. En el con­texto de la ciencia mecanicista se considera a la espiritualidad equivalente a superstición primitiva, falta de educación o psicopa­tología clínica. Cuando una creencia.es compartida por un grupc amplio, dentro del cual se perpetúa mediante una programación cultural, los psiquiatras la toleran con reticencias. En estas cir­cunstancias, no se aplica el criterio clínico habitual y el particular de tal creencia no se considera necesariamente como prueba de psicopatología.
Las convicciones espirituales existentes en culturas no occi­dentales, que no poseen sistemas educativos adecuados, son atri­buidas a la ignorancia, credulidad infantil y superstición. Esta in­terpretación no es válida dentro de nuestra sociedad, obviamente, sobre todo cuando se da entre individuos muy inteligentes y alta­mente preparados. En este caso, la psiquiatría recurre al psicoa­nálisis y sugiere que los orígenes de la religión se encuentran en conflictos de la infancia y niñez no solucionados: el concepto de deidades refleja la imagen de figuras paternales, la actitud de los creyentes hacia ellas son signos de inmadurez y de dependencia infantil y los ritos indican una lucha contra impulsos psicosexuales comparables a los de un neurótico obsesivo-compulsivo.
Las experiencias espirituales directas, tales como los senti­mientos de unidad cósmica, la percepción de una energía divina que fluye a través del cuerpo, secuencias de muerte-renacimiento, visiones de luz de belleza sobrenatural, recuerdos de encarnacio­nes anteriores, o encuentros con personajes arquetípicos son con­ceptuados como distorsiones psicóticas graves de la realidad obje­tiva, que indican un proceso patológico considerable o una enfer­medad mental. Hasta la publicación de las investigaciones de Maslow, no existía posibilidad alguna en la psicología académica, de que tales fenómenos pudieran ser interpretados de otra forma. Las teorías de Jung y Assagioli, que apuntan en la misma direc­ción, estaban demasiado alejadas de la línea central de la psicolo­gía académica para producir algún impacto de consideración.
La ciencia mecanicista occidental tiende en principio a con­templar cualquier tipo de experiencias espiritualistas como fenó­menos patológicos. El psicoanálisis tradicional, siguiendo el ejemplo de Freud, interpreta los estados oceánicos y de unifica­ción de los místicos como regresiones a un narcisismo primario y a un desamparo infantil (Freud, 1961) y ve en la religión una neurosis obsesivocompulsiva (Freud, 1924). Franz Alexander (1931), renombrado psicoanalista, escribió un ensayo en el que describe los estados logrados por la meditación budista como ca­tatonia autoinducida. Los grandes shamanes de diferentes tradi­ciones aborígenes han sido calificados de esquizofrénicos o epi­lépticos, y se han utilizado epítetos psiquiátricos variados para santos, profetas y maestros religiosos. Existen muchos estudios científicos que explican las semejanzas entre el misticismo y la enfermedad mental, pero hay poco conocimiento de lo que es el mis­ticismo y poca comprensión de las diferencias entre la visión místi­ca del mundo y la psicosis. Un informe reciente del Group for the Advancement of Psychiatry ha descrito el misticismo como un fe­nómeno intermedio entre la normalidad y la psicosis (1976). Otros grupos presentan estos casos especiales como un enfrenta­miento entre la psicosis ambulante y la llamativa, o enfatizan el contexto cultural que ha permitido la integración de una psicosis concreta en el entramado social e histórico. Estos criterios psi­quiátricos son aplicados rutinariamente y sin distinción a maestros religiosos de la categoría de Buda, Jesús, Mahoma, Sri Ramana Maharshi o Ramakrishna.
Esto crea una situación curiosa en nuestra cultura. Persiste en muchas comunidades una presión psicológica, social e incluso po­lítica considerable que fuerza a la gente a ir regularmente a la igle­sia. Se puede encontrar la Biblia en los cajones de muchos hoteles y moteles, y muchos políticos prominentes y otras figuras públicas utilizan la religión y el nombre de Dios en sus discursos. Sin em­bargo, si un miembro de una congregación clásica tuviera una ex­periencia religiosa profunda, su pastor le enviaría probablemente al psiquiatra para que le administrara tratamiento médico.

6. NUEVOS CRITERIOS SOBRE
EL PROCESO TERAPÉUTICO

Los criterios sobre la naturaleza, origen y dinámica de los de­sórdenes psicogénicos son factores de importancia decisiva para la teoría y práctica de la psicoterapia. Repercuten directamente en el concepto del proceso curativo, en la determinación de los me­canismos eficaces de psicoterapia y de transformación de la perso­nalidad y en la elección de estrategias terapéuticas. Desgraciada­mente existen grandes diferencias entre las escuelas actuales de psicoterapia tanto en su interpretación de los síntomas psicogéni­cos y sus estrategias terapéuticas, como en su descripción de la di­námica básica de la personalidad humana.
No hablaré aquí del conductismo, que visualiza los síntomas psicogénicos como acumulaciones aisladas de hábitos defectuo­sos, sin otra significación más profunda, y no como manifestacio­nes de un trastorno latente de personalidad más complejo. Tam­bién omitiré los métodos de apoyo de psicoterapia y otras técnicas psicológicas que se abstienen de realizar sondeos profundos por razones más prácticas que teóricas. Pero incluso cuando de una manera deliberada concentramos nuestra atención en las -llama­das escuelas de psicología profunda, encontramos diferencias de opinión abismales sobre estas cuestiones.
Según el análisis freudiano clásico, los síntomas son el resulta­do de un conflicto entre las exigencias instintivas y las fuerzas de­fensivas del ego, o conjuntos de compromisos entre los impulsos del id y las prohibiciones y obligaciones del «superego». En su for­mulación original, Freud puso todo el énfasis en los anhelos se­xuales y consideró a las fuerzas contrasexuales opuestas como ma­nifestaciones de los «instintos del ego», cuyo objeto es la autocon­servación. En su drástica revisión teórica posterior, consideró a diferentes fenómenos mentales como el resultado de conflictos entre Eros, el instinto amoroso que tiende a la unión y a la crea­ción de unidades superiores y Tanatos, la pulsión de muerte, cuyo fin es la destrucción y el retorno a la condición inorgánica. De to­das formas, la interpretación freudiana es estrictamente biográ­fica y opera dentro de los límites del organismo individual. La meta de la terapia es liberar la energía instintiva atrapada en los
síntomas y canalizarla hacia formas socialmente aceptables de ex­presión.
Según la interpretación de Adler, la disposición neurótica tie­ne sus raíces en la programación infantil, caracterizada por sobre­protección o por negligencia, o por una mezcla confusa de ambas. El resultado es una imagen negativa de uno mismo y un ansia neu­rótica de superioridad, para compensar los sentimientos desmesu­rados de inseguridad y de ansiedad. Debido a esta estrategia vital centrada en el propio ego, el neurótico es incapaz de afrontar los problemas y de disfrutar de la vida social. Los síntomas neuróticos son, por lo tanto, aspectos integrales del único sistema de adapta­ción que el individuo ha sido capaz de edificar basándose en las pistas falsas que ha tomado de su entorno. Mientras que dentro del marco conceptual freudiano todo tiene una explicación en cir­cunstancias antecedentes, que siguen una causalidad lineal riguro­sa, Adler da importancia al principio teleológico. El esquema del neurótico es artificial y partes de él deben mantenerse inconscien­tes ya que están en contradicción con la realidad. La meta de la te­rapia es evitar que el paciente viva esta ficción y ayudarle a reco­nocer la parcialidad, esterilidad y en última instancia la naturaleza autodestructiva de sus actitudes. A pesar de algunas diferencias teóricas fundamentales, la psicología individual de Adler compar­te con el psicoanálisis su orientación estrictamente biográfica.
Wilhelm Reich aportó a la psicología profunda un criterio úni­co sobre la dinámica de la energía sexual y el papel de la economía energética en los síntomas psicopatológicos. Creía que la repre­sión del trauma original se mantiene mediante la supresión de las sensaciones sexuales y el bloqueo del orgasmo sexual. Según él, esta supresión sexual representa la neurosis auténtica, junto con el blindaje muscular y las actitudes caracterológicas correspon­dientes; los síntomas psicopatológicos, pues, representan tan sólo sus expresiones exteriores secundarias. El factor crucial que de­termina la salud o la enfermedad emocional es la capacidad perso­nal de economía de energía sexual, o el equilibrio entre carga y descarga que uno mantiene. La terapia consiste en liberar la ener­gía sexual atrapada y acumulada, y deshacer el blindaje muscular mediante un sistema de ejercicios que utilizan la respiración y el movimiento corporal directo. A pesar de que el enfoque de Reich representó una desviación teórica trascendental del psicoanálisis clásico, nunca transcendió el énfasis sexual limitado de su antiguo maestro ni su orientación biográfica.
Otto Rank puso en tela de juicio la teoría sexual de la neurosis de Freud trasladando el centro etiológico al trauma del nacimien­to. Según él, los síntomas neuróticos representan tentativas de ex­teriorización e integración de este shock biológico y emocional fundamental de la vida humana. La consecuencia es que no se puede esperar una curación auténtica sin una confrontación por parte del paciente con este acontecimiento en la situación tera­péutica. La terapia de diálogo es de poca utilidad, vista la naturaleza de este trauma y debe ser reemplazada por la experiencia directa.
Muy pocos de entre los seguidores de Freud reconocieron el significado independiente y capital de los aspectos espirituales de la psique, o de lo que hoy día se llamaría la dimensión transperso­nal. Sólo Jung fue capaz de penetrar profunda y eficazmente en el terreno transpersonal y formular un sistema psicológico radical­mente diferente al de cualquiera de los seguidores de Freud. Des­pués de años de exploración dentro del inconsciente humano, Jung llegó a la conclusión de que la psicopatología de las neurosis y psicosis no puede ser explicada adecuadamente mediante mate­rial biográfico reprimido y olvidado. Complementó el concepto del inconsciente individual de Freud con el del inconsciente colec­tivo y racial y dio importancia al papel de los elementos estructu­rales «creadores de mitos» en la psique. Otra contribución capital de Jung fue la definición de arquetipos, o principios ordenadores primordiales transculturales de la psique.
El criterio de Jung sobre psicopatología y psicoterapia fue to­talmente original. Según él, cuando las tendencias, necesidades arquetípicas, impulsos creativos talentos u otros atributos de la psique son-reprimidos o no se les permite evolucionar, permane­cen indiferenciados y en estado primitivo. Como resultado ejer­cen una influencia potencialmente destructiva sobre la personali­dad, interfieren con la adaptación a la realidad y se manifiestan como síntomas psicopatológicos. Cuando el ego consciente es ca­paz de encararse a estos componentes anteriormente inconscien­tes o reprimidos, los puede integrar de una forma constructiva dentro de la vida individual. El enfoque terapéutico de Jung no acentúa el criterio racional ni la sublimación, pero sí la transfor­mación activa de la parte más íntima de uno mismo mediante una vivencia simbólica y directa de la psique como «otra personali­dad» autónoma. La dirección en este proceso está más allá de la capacidad de cualquier escuela o terapeuta individual. Para lograr tal fin, es necesario interponer una conexión entre el paciente y el inconsciente colectivo y utilizar la sabiduría de épocas desconoci­das que yace latente en él.
Podrían incluirse en este examen de las diferencias y desacuer­dos entre las escuelas más importantes de la psicología profunda, en lo referente a la naturaleza y origen de los trastornos emocio­nales y a los mecanismos terapéuticos eficaces, los puntos de vista de Sandor Ferenczi, Melaine Klein, Karen Horney, Erich Fromm, Harry Stack Sullivan, Roberto Assagioli y Carl Rogers, o las innovaciones de Fritz Perls, Alexander Lowen, Arthur Janov y muchos otros. Pero mi propósito básico es demostrar que existen teorías y sistemas terapéuticos populares y vitales que están radi­calmente en desacuerdo acerca de la dinámica de la psicopatolo­gía y de las técnicas terapéuticas. Algunos se ocupan tan sólo del nivel de recuerdo analítico o biográfico, otros se centran casi ex­clusivamente en los elementos perinatales o en los temas existen­ciales y unos pocos incluyen la orientación transpersonal.
Podemos ahora dirigir nuestra atención hacia los nuevos cono­cimientos procedentes de la psicoterapia experiencial, que permi­ten reconciliar e integrar muchos de los conflictos que se dan en la psiquiatría contemporánea y formular una teoría más amplia de psicopatología y psicoterapia.

Naturaleza de los síntomas psicogénicos


La información proveniente de la psicoterapia experiencial, con o sin el uso de psicodélicos, apunta sin lugar a duda hacia la necesidad del enfoque descrito ya anteriormente. Resulta claro que el modelo de la psique necesario en una autoexploración au­téntica ha de ser mucho más amplio que todos los ya existentes. En el nuevo contexto, algunas escuelas psicoterapéuticas ofrecen maneras útiles de conceptualizar la dinámica de zonas concretas de la conciencia (o sólo aspectos específicos de una determinada zona), pero no pueden ser consideradas como descripciones com­pletas de la psique.
Los problemas emocionales, psicosomáticos e interpersona­les pueden tener su origen en uno de los tres niveles del incons­ciente (biográfico, perinatal o transpersonal) y en ocasiones tie­nen raíces en los tres. Una labor terapéutica eficaz debe seguir el hilo del proceso hasta la zona en cuestión y no quedar limita­do por consideraciones conceptuales. Existen síntomas que per­sisten hasta (y a no ser) que el individuo confronte, vivencie e integre los temas perinatales y transpersonales con los que están asociados. Ningún trabajo biográfico, sea de la clase o magnitud que sea, podrá resultar efectivo delante de problemas de este tipo.
Se puede afirmar por las observaciones procedentes de las se­siones experienciales, que los enfoques psicoterapéuticos que se limitan al intercambio verbal son de poca utilidad y no consiguen llegar al núcleo de los problemas en cuestión. La energía psico­somática y emocional subyacente en la psicopatología es tan ele­mental, que sólo con un enfoque experiencial no verbal puede esperarse un resultado eficaz. Sin embargo, es necesario un inter­cambio verbal como preámbulo intelectual adecuado de las sesio­nes experienciales y para su correcta integración. De una manera paradójica, la labor cognoscitiva es probablemente más importan­te que nunca en el campo de la terapia experiencial.
Las potentes técnicas humanísticas y transpersonales se origina­ron como reacción contra la improductiva orientación verbal y so­breintelectualizada de las psicoterapias tradicionales. Tales técnicas dan importancia a la vivencia directa, a la interacción no verbal y a implicar el cuerpo en el proceso. La rápida movilización de energía y la supresión de los obstáculos emocionales y psicosomáticos, lo­grados por estos métodos revolucionarios, tienden a abrir el camino a vivencias perinatales y transpersonales. El contenido de estas vi­vencias es tan extraordinario que suele hacer añicos el sistema con­ceptual del individuo, su sistema básico de creencias y la forma de entender el mundo aceptada por la civilización occidental.
De este modo, la moderna psicoterapia se encuentra ante una situación paradójica interesante. Mientras que en las primeras etapas intentó prescindir del intelecto y descartarlo del proceso, hoy día es necesario un nuevo criterio sobre la realidad como ca­talizador del progreso terapéutico. Así como en los sistemas más superficiales de la psicoterapia, las resistencias son de naturaleza emocional y psicosomática, el obstáculo esencial para las terapias radicales es una barrera cognoscitiva y filosófica. Muchas de las vivencias transpersonales, que pueden tener una gran importan­cia terapéutica, representan un desafío tal a la forma de entender el mundo del individuo, que éste no permitirá que tengan lugar sin una preparación previa adecuada.
La defensa intelectual de la definición newtoniana-cartesiana de la realidad y de la imagen del mundo que nos proporciona el sentido común representa una forma de resistencia especialmente fuerte, que sólo puede ser vencida mediante el esfuerzo combina­do del paciente y de su mediador. Los terapeutas que no ofrecen expansión cognoscitiva junto con enfoques experienciales potentes están colocando a sus pacientes ante una encrucijada difícil. Les piden que abandonen todo tipo de resistencia y que se sometan totalmente al proceso; sin embargo, tal rendición les comportará vivencias no permitidas ni consideradas por su sistema concep­tual. En una situación de este tipo, insistir en criterios biográficos, mantener una visión mecanicista del mundo y visualizar el proce­so en términos de causalidad lineal, dificultará seriamente el pro­greso terapéutico y representará un poderoso mecanismo de de­fensa, tanto si tiene lugar por parte del paciente como del media­dor. Por el contrario, el conocimiento del mapa completo de la mente humana que incluya vivencias perinatales y transpersona­les de los nuevos paradigmas resultantes de la ciencia moderna, y de las grandes tradiciones místicas del mundo, puede convertirse en un catalizador terapéutico de potencia inusitada.
Debido a que los síntomas psicopatológicos tienen estructuras dinámicas diferentes, según el nivel de la psique al que están co­nectados, sería incorrecto y poco eficaz intentar describirlos todos usando una sola fórmula universal, al menos que ésta fuera muy amplia y general. Dentro del nivel analítico-recolectivo, es fácil hallar una relación entre recuerdos de la infancia o de etapas pos­teriores y los síntomas. Basándonos en esta relación, resulta útil considerarlos como formaciones de compromiso históricamente determinadas entre las tendencias instintivas y las fuerzas represi­vas del superego, o entre sensaciones físicas y emociones doloro­sas emergentes y las tendencias contrarias a enfrentarse a ellas. Representan en última instancia elementos del pasado que impo­sibilitan una vivencia apropiada del momento de las circunstan­cias actuales. Normalmente están relacionados con situaciones que han obstaculizado sentimientos básicos de armonía y unidad del individuo con el universo y han proporcionado otros de sepa­ración, aislamiento, antagonismo y alienación. Aquella situación en la que todas las necesidades básicas están cubiertas y en la que el organismo se siente seguro está muy relacionada con el senti­miento de unidad cósmica. Una vivencia dolorosa o una situación de necesidad extrema provoca una dicotomía que trae consigo una diferenciación y un conflicto entre el ego castigado y el agente externo nocivo, o entre sujeto insatisfecho y el objeto deseado.
Cuando un individuo conecta vivencialmente con la esfera pe­rinatal, tanto el sistema freudiano como los otros que se limitan al aspecto biográfico resultan completamente inútiles y su aplica­ción sólo exacerba los mecanismos de defensa. La mejor manera de entender los síntomas a este nivel es considerarlos como for­oraciones de compromiso entre emociones y sensaciones resur­gentes relacionadas con el trauma del parto biológico y las fuerzas que protegen al individuo contra volverlas a vivir. Una explica­ción biológica útil de este conflicto de tendencias opuestas es ver­lo como una identificación vivencial simultánea con el bebé que lucha por nacer y con las fuerzas biológicas de influencia represiva e introyectada del canal del parto. Debido al énfasis fuertemente hidráulico de esta situación, el modelo de Reich, que insiste en la liberación de la energía aprisionada y en el desentumecimiento del blindaje caracterológico, puede ser de gran utilidad. La seme­janza entre las características del orgasmo sexual y las del orgas­mo del parto explica por qué Reich confundió la energía perinatal aprisionada con la libido obstruida y acumulada en orgasmos in­completos.
Otra forma de conceptualizar este choque dinámico es visuali­zarlo dentro de una perspectiva longitudinal como un conflicto entre la identificación de uno mismo con la estructura del ego y la imagen corporal, por una parte, y la necesidad de rendición abso­luta, muerte del ego y trascendencia, por la otra. Las dos eleccio­nes existenciales correspondientes consisten en permanecer atra­pado en unas formas limitadas de vida, gobernadas por estrategias autodestructivas del ego, o en una existencia inteligente, con una orientación transpersonal. Sin embargo, una persona poco sofisti­cada o mal informada no será consciente por su cuenta y de una manera natural de la segunda elección, al menos que vivencie una apertura espiritual. Las dos estrategias existenciales básicas, rela­cionadas con los dos polos opuestos de este conflicto son: enfren­tarse al mundo y a la vida como una lucha (tal como fue vivida en el canal del parto) o, por el contrario, como un intercambio de toma y daca, o una danza dinámica y enriquecedora (comparable a la interacción simbiótica entre el niño y un buen útero o buen pecho).
Otras posibles conceptualizaciones útiles del proceso subya­cente en los síntomas relacionados con el nivel perinatal son las ansias de resistencia contra la entrega confiada.; el aferramiento desaforado al deseo de dominar, contra la aceptación de nuestra total dependencia de fuerzas cósmicas; o el deseo de ser otra per­sona, o de estar en otro lugar, contra la aceptación de las circuns­tancias presentes.
La mejor manera de describir la estructura dinámica de los sín­tomas psicogénicos, que tienen sus raíces en la esfera transperso­nal de la psique, es como formaciones de compromiso entre un aferramiento defensivo a la imagen racional, materialista y meca­nicista del mundo y una comprensión creciente de que la existen­cia humana y el universo son manifestaciones de un misterio pro­fundo que trasciende el poder de la razón. Esta batalla filosófica entre el sentido común y la programación cultural, por una parte y una visión esencialmente metafísica del mundo por otra, puede, en personas sofisticadas, tomar la forma de conflicto conceptual entre las psicologías freudiana y la de Jung, o entre el enfoque newtoniano-cartesiano del universo y los nuevos paradigmas.
Si el individuo se abre a las vivencias subyacentes tras estos síntomas, su punto de vista sobre el mundo quedará radicalmente transformado por nueva información acerca del universo y de la existencia. Se hará patente, que algunos acontecimientos mundia­les, que tendrían que estar enterrados en la historia remota, o que aún no han ocurrido según nuestro concepto lineal del tiempo, pueden, en condiciones determinadas, ser experimentados con una viveza sensorial propia sólo del momento presente. Algunos aspectos del universo, de los que tendríamos que estar separados por una barrera espacial impenetrable, pueden repentinamente estar fácilmente a nuestro alcance de una forma experiencial y aparecer, en cierto sentido, como partes o extensiones de noso­tros mismos. Esferas que normalmente son inaccesibles a los sen­tidos humanos desnudos, como el microcosmos físico y biológico y los cuerpos y procesos astrofísicos, pasan a ser sujetos de viven­cias directas. Nuestras conciencia newtoniano-cartesiana ordina­ria puede resultar invadida con una fuerza sorprendente por dife­rentes arquetípicos o imágenes mitológicas que, según la ciencia mecanicista, no debería de tener existencia independiente. Los componentes productores de mitos de la psique humana describi­rán deidades, demonios y ritos propios de culturas de las que el sujeto no habrá oído hablar nunca antes. La psique los presentará como si fueran elementos del mundo fenoménico y con el mismo lujo de detalles con el que presenta hechos histórica y geográfica­mente remotos de la realidad material.
Una vez señalados los conflictos característicos y subyacentes en los síntomas psicogénicos conectados con los niveles biográfi­co, perinatal y transpersonal de la psique humana, podemos aho­ra intentar reducir a un común denominador todos estos mecanis­mos aparentemente tan diferentes y formular un modelo concep­tual para la psicopatología y la psicoterapia. En vista de lo dicho anteriormente acerca de los principios de la psicología espectral y de la heterogeneidad de las áreas de conciencia del individuo, un modelo unificador hemos de referirnos rotra vez a la nueva definición para formularlo de la naturaleza humana, producto de la investigación actual so­bre la conciencia.

Anteriormente sugerí que los seres humanos muestran una ambigüedad curiosa, que recuerda de alguna manera la dicotomía entre partículas y ondas de luz y materia subatómica. En algunas situaciones se comportan como objetos materiales individuales y máquinas biológicas, pero en otras manifiestan las propiedades de vastas áreas de conciencia que trascienden las limitaciones del tiempo, espacio y causalidad lineal. Parece existir una tensión di­námica fundamental entre estos dos aspectos de la naturaleza hu­mana, que refleja la ambigüedad entre la parte y el todo, presente en todo el cosmos a diferentes niveles de realidad.

Lo que la psiquiatría describe y trata como síntomas puede considerarse como manifestaciones de choques entre estos dos polos complementarios. Son híbridos experienciales, que no son representativos de uno u otro, ni de una integración correcta de ambos; por el contrario, representan su conflicto y choque. Un ejemplo a nivel biográfico es el del neurótico, cuya vivencia del momento presente está distorsionada por la aparición de una vi­vencia perteneciente a otro contexto temporal y espacial. No pue­de experienciar las circunstancias actuales de una manera clara y correcta, tampoco está en contacto verdadero con la vivencia in­fantil que justificaría las emociones y sensaciones físicas que perci­be. La mezcla de ambas vivencias, sin una comprensión discrimi­natoria, es característica de esta extraña amalgama de vivencias espaciotemporales que los psiquiatras llaman «síntomas».

A nivel perinatal, los síntomas representan un híbrido espa­ciotemporal similar, que conecta el momento presente con el mo­mento y circunstancias del parto biológico. De alguna manera, el individuo vive el aquí y ahora como si involucrara una confronta­ción con el canal del parto; el tipo de sensaciones físicas que esta­rían completamente en consonancia con el momento del parto se convierten, fuera de contexto, en síntomas psicopatológicos. Como en el caso anterior, una persona en esta situación no expe­riencia ni el momento presente, ni el parto biológico; se podría decir que está todavía atorado en el canal del parto y no ha naci­do aún.
El mismo principio puede aplicarse a los síntomas relaciona­dos con vivencias de naturaleza transpersonal. La única diferencia importante es que para la mayoría de ellos es imposible imaginar un substrato material a través del cual se pueda mediar en dichos fenómenos. Aquellos que involucran regresión histórica son difí­ciles de interpretar a través de los mecanismos de la memoria en el sentido convencional. Para otros que involucran ir más allá de las barreras espaciales no existe posibilidad de transferencia de infor­mación a través de canales materiales y frecuentemente tal trans­ferencia es completamente inimaginable desde el punto de vista mecanicista del mundo. En ocasiones los fenómenos subyacentes en los síntomas de tipo transpersonal están fuera del marco occi­dental basado en la realidad objetiva, como los arquetipos de Jung, demonios y deidades concretos, entes incorpóreos, guías del espíritu o seres suprahumanos.
Así, en un sentido más amplio, los llamados síntomas psiquiá­tricos pueden entenderse como choques entre dos categorías dife­rentes de autovivencias propias de los seres humanos. Podemos llamar conciencia hilotrópical a la primera. Presupone la vivencia de uno mismo como una identidad física completa, con unos lími­tes definidos y una capacidad sensorial limitada, que vive en espa­cio tridimensional y en un tiempo lineal en el mundo de los obje­tos materiales. Vivencias de este tipo se basan en un número de­terminado de axiomas, como: la materia es sólida; dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo; los acontecimien­tos pasados son irrecuperables; los acontecimientos futuros no son accesibles vivencialmente; no se puede estar en más de un lu­gar al mismo tiempo; sólo se puede existir cada vez en determina­do momento; el todo es mayor que la parte; y nada puede ser cier­to y falso a la vez.
A la otra categoría de vivencias podríamos denominarla con­ciencia holotrópica.2 Presupone identificación con un área con­ciencial sin límites definidos, con acceso experiencia) ilimitado a aspectos variados de la realidad sin la mediación de los sentidos y que presenta alternativas posibles al espacio tridimensional y al tiempo lineal. Las vivencias de la categoría holotrópica prueban de una manera sistemática una serie de suposiciones diametral­mente opuestas a las que caracterizan la categoría holotrópica: la solidez y la discontinuidad de la materia son ilusiones producidas por una particular disposición de sucesos en la conciencia; tiempo y espacio son en realidad arbitrarios; un mismo espacio puede ser ocupado a la vez por muchos objetos; pasado y futuro pueden existir vivencialmente en el presente; es posible vivenciarse en va­rios lugares simultáneamente; se pueden experienciar varios mo­mentos históricos a la vez; ser una parte no es incompatible con ser el todo; una cosa puede ser verdad y mentira al mismo tiempo; forma y vacío son intercambiables; etc.
Un individuo puede, por ejemplo, tomar LSD en el Maryland psychiatric, Research Center en un día, mes y año en concreto. Sin moverse de Baltimore, puede autovivenciarse en una situación concreta de su niñez, en el canal del parto y/o en el Egipto antiguo en una encarnación anterior. Sin perder conciencia de su vida dia­ria, puede identificarse experiencialmente con otra persona, otra forma de vida o con un ser mitológico. También puede autoviven­ciarse en otra parte del mundo o en una realidad mítica, por ejem­plo, en el infierno sumerjo o en el paraíso azteca. Ninguna de es­tas identidades y coordenadas entran en colisión, ni con la identi­dad básica del sujeto, ni con el lugar y el momento de la sesión psi­codélica.
Una vida centrada exclusivamente en la categoría hilotrópica, y que niegue sistemáticamente la holotrópica es en última instan­cia insatisfactoria y falta de significado, pero puede ser vivida sin grandes dificultades emocionales. Centrarse selectivamente y ex­clusivamente en la categoría holotrópica es incompatible, mien­tras dura, con un funcionamiento adecuado en el ni-undo material. Al igual que la categoría hilotrópica, puede ser desagradable o placentera, pero no presenta mayores problemas, siempre que la situación externa del sujeto quede cubierta. Los problemas psico­patológicos emanan de un choque y de una mezcla no armónica de las dos categorías, cuando ninguna de las dos es experienciada en su forma pura, ni se logra la integración de ambas en una vi­vencia de orden superior.
En estas circunstancias, los elementos de la categoría holotró­pica resurgente son demasiado fuertes para no inmiscuirse en la categoría hilotrópica, pero al mismo tiempo el individuo lucha contra la vivencia naciente, porque representa un peligro para el equilibrio mental o incluso un reto a la visión aceptada del mun­do, y admitirla requeriría una redefinición drástica de la naturale­za de la realidad. Lo que constituye un trastorno psicológico' es una mezcla de ambas categorías, interpretadas como una distor­sión de la imagen cartesiano-newtoniana admitida de la realidad. Los trastornos leves, que tienen un énfasis biográfico y no involu­cran dudas importantes sobre la naturaleza de la realidad, son considerados neurosis y trastornos psicosomáticos. Desviaciones experienciales y cognoscitivas de la «realidad objetiva» imperati­va, glle generalmente anuncian la resurgencia de vivencias peri­natales o transpersonales suelen ser diagnosticadas como psicosis.
Habría que hacer mención aquí al hecho de que la psiquiatría tradicional trata también como fenómenos patológicos a las vi­vencias puras de la categoría holotrópica. Este enfoque, predo­minante todavía entre los profesionales, debe ser considerado anticuado a la vista de las contribuciones teóricas de Jung, Assa­gioli y Maslow.
No sólo los síntomas patológicos sino también observaciones que pueden resultar inexplicables y que son resultado de la tera­pia psicodélica, de la investigación sobre la conciencia a nivel de laboratorio, de las psicoterapias experienciales y de las prácticas espirituales, aparecen bajo un nuevo prisma si usamos un modelo del ser humano que contemple la dualidad básica y la tensión di­námica entre la vivencia de una existencia particular, como objeto material y la de una existencia ilimitada, como área no diferencia­da de la conciencia. Desde este punto de vista, los trastornos psi­cogénicos pueden visualizarse como indicios de un desequilibrio fundamental entre estos dos aspectos complementarios de la'na­turaleza humana. Se muestran como puntos nodulares dinámi­cos, que indican las áreas en las cuales se ha hecho imposible mantener una imagen distorsionada y parcial de la propia exis­tencia. Para un psiquiatra moderno, representan también aque­llos puntos de menor resistencia, donde el individuo puede em­pezar a facilitar el proceso de autoexploración y de transforma­ción de la personalidad.


Mecanismos eficaces de psicoterapia y de transformación de la personalidad


Los efectos extraordinarios y en ocasiones dramáticos de la terapia psicodélica y de otros enfoques experienciales plantean preguntas acerca de los mecanismos terapéuticos implicados en tales cambios. Aunque la dinámica de algunos de los potentes cambios sintomáticos y las transformaciones de la personalidad observados después de sesiones experienciales pueden ser expli­cados dentro de las líneas convencionales, la mayoría de ellos involucran procesos todavía no descubiertos ni reconocidos por la psiquiatría y la psicología tradicionales académicas.
Esto no significa que no hayan existido fenómenos de este tipo, y que no hayan sido discutidos hasta ahora. Existen des­cripciones en la literatura antropológica referentes a prácticas sha­mánicas, ritos de tránsito y ceremonias de curación de diferentes culturas aborígenes. En fuentes históricas y en la literatura reli­giosa abundan los relatos de prácticas espirituales de curación, se­siones de diferentes sectas extáticas y los efectos conseguidos en la solución de trastornos emocionales y psicosomáticos. Sin embar­go, esta clase de datos no han sido estudiados seriamente por su incompatibilidad obvia con los paradigmas científicos actuales. El material acumulado por la investigación moderna sobre la con­ciencia en las últimas décadas obliga a pensar que tales datos ten­drían que ser reconsiderados críticamente. Existen, obviamente, muchos mecanismos de curación y de transformación de la perso­nalidad sumamente eficaces que rebasan las manipulaciones bio­gráficas de las corrientes principales de la psicoterapia.
Algunos de los mecanismos terapéuticos que operan en las etapas iniciales y en las formas más superficiales de psicoterapia experiencia) son idénticas a las que pueden encontrarse en los li­bros de texto tradicionales de psicoterapia. Sin embargo, su inten­sidad supera siempre a la de los fenómenos paralelos en los enfo­ques verbales. Las técnicas experienciales de psicoterapia debili­tan el sistema de defensa y disminuyen la resistencia psicológica. Se intensifican profundamente las respuestas emocionales del in­dividuo y se puede observar una potente abreacción y catarsis. Material inconsciente, reprimido desde la infancia y la niñez se torna fácilmente asequible. El resultado no sólo puede facilitar una revisión, sino también una verdadera regresión a la infancia y una reviviscencia compleja y vívida de recuerdos emocionalmente importantes. El resurgir de este material y su integración están asociados a profundizaciones emocionales e intelectuales en la psicodinámica de los síntomas y de los hábitos interpersonales de­fectuosos del paciente. Los mecanismos de transferencia y de aná­lisis transferencial, que tan importantes son para la psicoterapia de orientación psicoanalítica, merecen ahora una mención espe­cial. La reconstitución de las constelaciones patogénicas origina­les y el desarrollo de una neurosis transferencial se consideran tra­dicionalmente condiciones indispensables para una terapia bene­ficiosa. En la terapia experiencial, con o sin drogas psicodélicas, la transferencia se considera una complicación innecesaria que debe ser evitada. Cuando se usa un enfoque tan potente que pue­de llevar al paciente, a veces en una sola sesión, al origen real de diferentes emociones y sensaciones físicas, la transferencia hacia el terapeuta o mediador debe considerarse como un indicio de re­sistencia y defensa contra la confrontación con el problema ori­ginal. Aunque durante la sesión experiencial el mediador puede llegar incluso a desempeñar un papel paternal, hasta el punto de ofrecer contacto físico reconstituyente, es esencial que ocurra el mínimo de trasvase posible durante los intervalos de descanso entre sesiones. Las técnicas experienciales deberían alentar la in­dependencia y la responsabilidad personal de cara al propio pro­ceso y evitar cualquier tipo de dependencia.
Aunque parezca improbable la satisfacción directa de las ne­cesidades anaclíticas4 durante las sesiones experienciales, tiende a fomentar la independencia en lugar de la dependencia. Esto pare­ce coincidir con las observaciones que provienen de la psicología evolutiva, que sugieren que una satisfacción emocional adecuada durante la infancia contribuye a que el niño logre ser indepen­diente de la madre. Los niños que sufren una privación emocional crónica son aquellos que nunca logran transformar el vínculo y continúan buscando toda su vida la satisfacción que no tuvieron en su niñez. Paralelamente, la frustración crónica durante la situa­ción psicoanalítica parece ser lo que fomenta la transferencia; por el contrario, la satisfacción directa de las necesidades anaclíticas de un individuo en una situación de profunda regresión facilita la resolución.
Muchos cambios repentinos y dramáticos a niveles más pro­fundos pueden ser explicados en términos de una interacción de constelaciones inconscientes que tienen la función de sistemas di­rectivos dinámicos. Los más importantes son los sistemas de expe­riencia condensada (sistemas COEX), que organizan el material de carácter biográfico y las matrices perinatales básicas (las MPB, que juegan un papel similar con relación a los depósitos experien­ciales relacionados con el parto y el proceso de muerte-renaci­miento). Las características esenciales de estas dos categorías de sistemas directivos funcionales han sido ya descritas detallada­mente. Podríamos mencionar las matrices dinámicas transperso­nales, sin embargo, debido a la riqueza extraordinaria y a la orga­nización más libre de las esferas transpersonales. sería difícil des­cribirlas de una forma global. El sistema de filosofía perenne, que asigna diferentes fenómenos transpersonales a diferentes niveles de las esferas sutiles y causales, podría representar un ejemplo im­portante para una futura clasificación.
Según la naturaleza de la carga emocional podemos distinguir entre sistemas directivos negativos (sistemas COEX negativos, las MPB 2 y 3, los aspectos negativos de la MPB 1 y las matrices transpersonales negativas) y sistemas directivos positivos (sistemas COEX positivos, la MPB 4, los aspectos positivos de la MPB 1 y las matrices transpersonales positivas). La estrategia general de la terapia experiencia) consiste en reducir la carga emocional vincu­lada a los sistemas negativos y facilitar el acceso experiencial a otros positivos. Una regla didáctica específica es estructurar cada sesión en particular de tal manera que facilite la posibilidad de un epílogo y una integración de material inconsciente al que se tiene acceso en cada sesión.
La condición clínica aparente de un individuo no es un reflejo global de la naturaleza y cantidad total de su materia inconsciente (si es que este término tiene alguna validez y es apropiado para los sucesos del mundo de la conciencia); la forma en que un individuo se autoexperiencia y experiencia el mundo depende mucho más de una elección y conexión selectivas y específicas, que permiten que algunos aspectos de material inconsciente sean fácilmente asequibles. Quienes están conectados con alguno de los diferentes niveles de los sistemas directivos transpersonales, perinatales o biográficos negativos, se autoperciben y perciben al mundo con pesimismo y sufren trastornos emocionales y psicosomáticos. Por el contrario, aquellos que están bajo la influencia de sistemas di­rectivos dinámicos positivos disfrutan de un estado emocional de bienestar y funcionamiento psicosomático óptimo. Las cualidades específicas de los estados resultantes dependen en cada caso de la naturaleza del material activado.

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