La Mente Holotropica Stanislav Grof

















LA MENTE HOLOTRÓPICA











Stanislav Grof
con la colaboración de Hal Zina Bennett


LA MENTE HOLOTRÓPICA 
Los niveles de la conciencia humana



Título original: THE HOLOTROPIC MIND Traducción: David González Raga
Diseño portada: Ana Pániker

© 1992 by Stanislav Grof, M.D. © de la edición española:
1993 by Editorial Kairós, S.A.
Primera edición: Marzo 1994 Segunda edición: Marzo 1999
ISBN: 84-7245-288-3
Dep. Legal: B-10.487/1999

Fotocomposición: Beluga y Mleka, s.c.p., Córcega, 267, 08008 Barcelona Impresión y encuadernación: Índice, Caspe, 118-120, 08013 Barcelona
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A Christina, a María -mi madre- y a mi hermano Paul.








AGRADECIMIENTOS

Este libro está basado en la experiencia, la observación y la comprensión acumulada a lo largo de treinta y cinco años de investigación sistemática sobre los estados no ordinarios de conciencia. Durante todo este tiempo he contado con la generosa colaboración y el apoyo inestimable de personas que han desempeñado un papel muy importante en mi vida personal y profesional. Quisiera aprovechar esta oportunidad para reconocer públicamente mi agradecimiento a algunos de ellos. Joseph Campbell, amigo y maestro durante tantos años, me enseñó la importancia de los mitos para la psicología, la religión y la vida humana en general. Su brillante inteligencia, su memoria enciclopédica y su sorprendente capacidad de síntesis creativa han contribuido a clarificar áreas del conocimiento que la ciencia, la religión y la filosofía ortodoxas no han alcanzado a comprender.
Gregory Bateson, el pensador más original que he conocido, un «generalista» cuya mente inquisitiva buscó el conocimiento en las más diversas disciplinas y con quien tuve el privilegio de mantener un contacto casi cotidiano durante los últimos dos años y medio de su vida, cuando ambos éramos residentes en el Instituto Esalen, de Big Sur, California. Su incisiva crítica de los errores y de la inadecuación del paradigma newtoniano-cartesiano contribuyó a aumentar la confianza en mis propios descubrimientos, a menudo contrapuestos a las afirmaciones de la psiquiatria y la ciencia tradicional de Occidente.

 a los que me une una estrecha amistad, que se han aventura- do a investigar las implicaciones filosóficas de la física cuántico- relativista y han contribuido significativamente a la construcción de la nueva visión del mundo que está comenzando a ofrecernos la ciencia occidental. En este sentido, me siento especialmente agradecido por la amistad y cooperación desinteresada de Fritjof Capra y también tengo en gran estima las enseñanzas que he recibido de Fred Wolf, Nick Herbert, David Peat y Saul-Paul Siraque, entre otros.

Uno de los acontecimientos intelectuales más significativos de mi vida ha sido el descubrimiento de la holografía y del pensamiento holonómico científico, que proporciona un marco conceptual extraordinario para comprender muchos de los descubrimientos de la moderna investigación de la conciencia que, de otro modo, resultarían incomprensibles. En este sentido, me siento en deuda con Denis Gabor por el descubrimiento de los principios de la óptica holográfica, con David Bohm por su modelo holográfico del universo y por la teoría del holomovimiento y con Karl Pribram por su modelo holográfico del cerebro.
También guardo un cariñoso recuerdo de dos queridos amigos, Abraham Maslow y Anthony Sutich, los fundadores de la psicología humanista, con quienes participé, a finales de la década de los sesenta, en las sesiones de brainstorming que terminaron dando origen a la psicología transpersonal. El desarrollo de esta nueva disciplina, que trata de sintetizar la sabiduría antigua de los grandes sistemas espirituales del mundo con el pragmatismo de la ciencia moderna, se ha convertido en la pasión de mi vida.
El trabajo en el estimulante y controvertido campo de la psicología transpersonal y de la investigación de la conciencia jamás hubiera sido posible sin el apoyo emocional e intelectual de estos dos extraordinarios personajes. He sido muy afortunado al poder contar con la amistad personal de muchos de los pioneros de este nuevo abordaje psicológico. Estas personas tan especiales han sido durante muchos años una fuente de inspiración y aliento, tanto para mí como para mi esposa Christina y para muchos otros. Agradezco especialmente el papel que han desempeñado en nuestra vida Angeles Arrien, Michael y Sandy Harner, Jack y Liana Kornfield, John Perry, Ram Dass, Rick y Heather Tarnas, Frances Vaughan y Roger Walsh.
 
Reservo mi más profunda afecto hacia los miembros de mi familia a quienes he dedicado este libro: mi madre María y mi hermano Paul -psiquiatra que comparte muchos de mis intereses-, quienes han sido una fuente de apoyo emocional y moral continua durante toda mi vida, y mi esposa Christina que, en los últimos dieciséis años, ha sido mi más íntima amiga y la colega y colaboradora más estrecha de todas mis investigaciones. Los di- versos altibajos por los que ha discurrido nuestra vida me han permitido apreciar el coraje y la entereza que ha demostrado durante su tormentoso viaje personal y, de ese modo, he aprendido las lecciones más extraordinarias e inestimables que sólo la vida puede proporcionar.
Quisiera también dar las gracias a Harper San Francisco Publishers, y especialmente a mi editor, Mark Salzwedel, por haber hecho posible la publicación de este libro. Por último -aunque no, por ello, en último lugar- doy también las gracias a Hal Zina Bennett, quien ha aportado a este proyecto un talento literario, una imaginación y una comprensión inusual de los estados no ordinarios de conciencia. Él fue quien me ayudó a describir los hallazgos de mi investigación en un lenguaje claro y comprensible que pudiera llegar a un amplio espectro de lectores. Sus cualidades inusuales han hecho que este trabajo compartido -una tarea especialmente difícil- se convirtiera en una experiencia sumamente gratificante que nos ha unido más, si cabe, todavía.
Hay muchas otras personas cuya contribución a este libro ha sido fundamental pero deben permanecer en el anonimato.
Agradezco a los miles de personas de Europa, Norte y Sudamérica, Australia y Asia -clientes, formadores, amigos y participantes en los talleres y en los distintos proyectos de investigación- que han tenido el extraordinario coraje de explorar las alturas y las profundidades de su psiquismo y que han compartido conmigo el resultado de esta búsqueda tan poco convencional. Sin ellos este libro jamás hubiera podido salir a la luz.
STANISLAV GROF, MILL VALLEY, AGOSTO DE 1991






















PARTE I:
EL DESAFÍO AL UNIVERSO NEWTONIANO

Lo que verdaderamente importa... no es el conjunto de objetos sólidos y estáticos que se extienden en el espacio sino la vida que se desarrolla en ese escenario. La realidad no es el escenario exterior sino la vida interna que la anima. La realidad es las cosas tal como son.
WALLACE STEVENS








1. UNA APERTURA A NUEVAS DIMENSIONES DE LA CONCIENCIA




Hay un espectáculo mayor que el mar y es el cielo. Hay un espectáculo mayor que el cielo y es el interior del alma.
VICTOR HUGO, «Fantine», Los miserables

Los descubrimientos realizados por la ciencia moderna durante las últimas tres décadas demuestran que el ser humano dispone de capacidades muy superiores a lo que anteriormente habíamos supuesto, y el esfuerzo colectivo de investigadores procedentes de diferentes disciplinas para dar respuesta a este reto nos ha proporcionado una nueva imagen de la existencia y, más concretamente, una nueva imagen de la naturaleza de la ,conciencia humana.
De la misma manera que el mundo copernicano se vio sacudido por el descubrimiento de que la Tierra no era el centro del universo, los recientes descubrimientos nos obligan a considerar
con más detenimiento quiénes somos física, mental y espiritualmente. Estamos asistiendo a la emergencia de una nueva imagen del psiquismo y, con ella, a una extraordinaria visión del mundo que sintetiza la sabiduría de las antiguas tradiciones con los últimos descubrimientos de la ciencia. Al igual que ocurrió hace unos quinientos años con el descubrimiento de Copérnico, en la actualidad también nos vemos obligados a reconsiderar todos nuestros puntos de vista.


El universo como una máquina: Newton y la ciencia moderna

El núcleo fundamental del dramático cambio que ha tenido lugar en el curso del siglo xx radica en la revisión completa de nuestra comprensión del mundo físico. Antes de la aparición de la teoría de la relatividad de Einstein y de la física cuántica teníamos la firme convicción de que el universo es- taba compuesto de materia sólida. Entonces creíamos que los átomos -a los que considerábamos compactos e indestructibles- constituían los ladrillos fundamentales del universo material, que se movían en un espacio tridimensional y que sus movimientos obedecían a determinadas leyes. Desde ese punto de vista, la materia evoluciona de una manera ordenada desde el pasado hacia el futuro pasando por el presente. Esa visión segura y determinista nos llevaba a considerar que el universo era una gigantesca máquina y confiábamos en la posibilidad de llegar a descubrir las leyes que lo gobernaban y que, cuando lo lográramos, todo estaría bajo nuestro control y podríamos re- construir con exactitud lo que había sucedido en el pasado y predecir lo que ocurriría en el futuro. Había incluso quienes creían que un día llegaríamos a ser capaces de sintetizar la vida combinando adecuadamente determinadas sustancias químicas en el interior de un tubo de ensayo.
Desde la perspectiva newtoniana, la vida, la conciencia, los seres humanos y la inteligencia creativa no son más que el producto azaroso de una evolución que se inició en un océano primordial de materia. Este punto de vista simplifica la enorme complejidad de los seres humanos y los convierte en meros objetos materiales, poco más que animales altamente desarrollados o máquinas biológicas pensantes. Nuestras fronteras se hallan definidas por la superficie de nuestra piel, y la conciencia no es más que una simple secreción de ese órgano pensante que se conoce con el nombre de cerebro. Todo lo que pensamos, sentimos y sabemos depende de la información que recibimos a través de los sentidos. Según la lógica de ese modelo materialista, la conciencia, la inteligencia, la ética, el arte, la religión y la misma ciencia son simples subproductos de los procesos materiales que tienen lugar en el interior del cerebro humano.
La creencia de que la conciencia y todas sus creaciones se originan en el cerebro no es, por supuesto, totalmente arbitraria sino que se basa en muchas observaciones clínicas y experimentales que sugieren la existencia de una estrecha relación entre la conciencia y ciertas condiciones neurofisiológicas o patológicas. Las infecciones, los traumas, las intoxicaciones, los tumores y las contusiones se hallan íntimamente relacionados con cambios profundos de la conciencia. En el caso de un tumor cerebral, por ejemplo, el deterioro de ciertas funciones -la pérdida del habla, del control motor, etcétera- es tan específica que nos permite diagnosticar con suma precisión la región que ha sido lesionada.
Pero aunque estas observaciones demuestren, sin ningún género de dudas, que nuestras funciones mentales están ligadas a -biológicos_ cerebrales, no constituyen, sin embargo, una demostración concluyente de que la conciencia se origine o sea un subproducto del cerebro. Es por ello que las conclusiones de la ciencia occidental no parecen apoyarse tanto en datos científicos como en una creencia metafísica y que sea posible encontrar otras interpretaciones alternativas a los mismos datos, Ilustremos esto con un sencillo ejemplo: Un
técnico experto en electrónica puede identificar una determinada distorsión en la imagen o el sonido de un televisor y corregir el problema reemplazando el componente averiado. Nadie interpretaría esto, sin embargo, como una prueba definitiva de que el televisor sea el responsable de los programas que reproduce. Sin embargo, éste es precisamente el argumento que aduce la ciencia mecanicista en su intento de «demostrar» que la con- ciencia se origina en el cerebro.
Según la ciencia tradicional, la materia orgánica y la vida se originaron en el caldo primordial del océano primigenio como resultado de la interacción azarosa entre átomos y moléculas. De manera similar, también sostiene que el azar y la «selección natural» son los únicos responsables de la organización celular de la materia orgánica y de su evolución hasta llegar a constituir complejos organismos multicelulares dotados de sistema nervioso central. Este tipo de explicaciones es el que ha alimenta- do la creencia metafísica fundamental de la visión: occidental del mundo, de que la conciencia es un subproducto de los procesos materiales que ocurren en el cerebro.





Pero a medida que la ciencia moderna ha ido descubriendo los profundos vínculos existentes entre la inteligencia creativa y todos los niveles de la realidad, esta imagen simplista del universo se ha ido tomando cada vez más insostenible. La probabilidad de que la conciencia humana y el complejo universo que nos rodea haya surgido de la interacción azarosa de la materia inerte ha sido comparada a la de un huracán que, soplando sobre un montón de chatarra, creara accidentalmente un Jumbo 747.
La ciencia newtoniana es responsable de habernos ofrecido una visión muy limitada de los seres humanos y de sus verdaderas potencialidades. Desde hace unos doscientos años se ha ocupado de dictar los criterios de lo que es una experiencia aceptable y de lo que es una experiencia inaceptable de la realidad. Desde su punto de vista, una persona «normal» es aquella que es capaz de reproducir exactamente el mundo objetivo externo descrito por la ciencia newtoniana. En consecuencia, desde esta perspectiva, nuestras funciones mentales se limitan a recibir la información que nos proporcionan los órganos sensoriales, almacenarla en los «bancos de memoria de nuestro computador mental» y recombinar los datos sensoriales para crear algo nuevo. Cualquier desviación significativa de esta percepción de la «realidad objetiva» -una realidad consensual que la población general considera como la única verdad- se interpreta como el producto de una imaginación desbocada o de un trastorno mental.
Sin embargo, la moderna investigación sobre la conciencia nos obliga a revisar y ampliar drásticamente esta visión limitada de la naturaleza y de las dimensiones del psiquismo humano. El principal objetivo de este libro consiste en explorar sus des- cubrimientos y sus profundas implicaciones en nuestra vida cotidiana. Es importante señalar que, aunque estos datos sean incompatibles con la ciencia newtoniana tradicional, no dejan de ser, sin embargo, totalmente congruentes con los revolucionarios hallazgos de la física moderna y otras disciplinas científicas afines, todos los cuales propician el surgimiento de una nueva y excitante visión del cosmos y de la naturaleza humana cuyas profundas implicaciones individuales y colectivas están transformando completamente la visión newtoniana del mundo que una vez dimos por definitiva.


La conciencia y el cosmos: La ciencia descubre la mente en la naturaleza

En la medida en que la física moderna se ocupó del estudio de lo muy pequeño y de lo muy grande -del reino subatómico del microcosmos y del reino astrofísico del macrocosmos- no tardó en comprender que algunos de los principios newtonianos fundamentales eran limitados o estaban equivocados. A mediados del siglo xx, la física descubrió que los átomos -definidos por la física newtoniana como los ladrillos elementales e in- destructibles del mundo material- estaban compuestos de partículas más pequeñas y más elementales, los protones, los neutrones y los electrones, y esta misma línea de investigación ha terminado conduciendo a la identificación de cientos de partículas subatómicas.
Las partículas subatómicas gozaban de extrañas propiedades que desafiaban los principios newtonianos. En algunos experimentos se comportaban como si fueran entidades corpusculares, mientras que en otros, por el contrario, parecían exhibir propiedades ondiculares, un hecho que pronto se conoció con el nombre de «paradoja onda-partícula». De este modo, la vieja definición de materia fue reemplazada, a nivel subatómico, por la de probabilidad estadística, por la «tendencia a existir», una noción que, en los últimos tiempos, ha terminado disipándose detrás de lo que los físicos modernos denominan «vacío dinámico». Así pues, la exploración del microcosmos reveló que el universo de la vida cotidiana, aparentemente compuesto por objetos sólidos y discretos, es, en realidad, una compleja red de eventos y de relaciones. Desde esta nueva perspectiva, la conciencia no se limita a reflejar pasivamente el mundo material objetivo sino que desempeña un papel activo en la creación de la misma realidad.
Las investigaciones realizadas por los científicos en el campo de la astrofísica también nos han conducido a descubrimientos igualmente reveladores. Según la teoría de la relatividad de Einstein, por ejemplo, el espacio no es tridimensional y el tiempo no es lineal. Desde este punto de vista, el espacio y el tiempo no son entidades separadas sino que están integradas en un continuo tetradimensional conocido como «espacio-tiempo». Lo que una vez percibiéramos como fronteras entre objetos y distinciones entre materia y espacio vacío ha terminado siendo reemplazado por algo nuevo. Así, en lugar de hablar de objetos discretos y de espacios vacíos entre ellos, hoy en día se considera que el universo es un campo continuo de densidad variable. Según la física moderna, la materia es intercambiable con la energía, y la conciencia -que no se halla limitada a las actividades que tienen lugar en el interior de nuestro cráneo -forma parte del mismo tejido del universo.
Como dijo, hace ya unos sesenta años, el astrónomo británico James Jeans, el universo de la física moderna se asemeja más a un gran pensamiento que a una gigantesca supermáquina. El universo actual no se parece tanto a un conglomerado de objetos newtonianos como a un sistema extraordinariamente complejo de fenómenos vibratorios que presenta propiedades y posibilidades inimaginables para la ciencia newtoniana, destacando, entre todas ellas, la holografía.


La holografía y el orden implicado

La holografía es un proceso fotográfico que utiliza un rayo láser de luz coherente (de la misma longitud de onda) para construir imágenes tridimensionales en el espacio. Un holograma -al que podríamos comparar con la diapositiva que nos permite proyectar la imagen- es el registro de una pauta de interferencia en- tre dos mitades de un rayo láser. Después de que el haz de láser sea dispersado por un espejo parcialmente azogado, una parte de él (denominado haz de referencia) es dirigido hacia la emulsión del holograma y la otra mitad (denominada haz del objeto) se refleja hacia la película desde el objeto fotografiado. Lo curioso es que la información procedente de los dos rayos, indispensable para reproducir una imagen tridimensional, permanece «plegada» y distribuida por todo el holograma, y que podemos dividir el holograma en tantas partes como queramos y descubrir que, al iluminar cualquiera de los fragmentos, cada uno de ellos «despliega» una imagen tridimensional de la totalidad.
El descubrimiento de la holografía se ha convertido en un elemento fundamental de la visión científica del mundo. El eminente físico teórico David Bohm, por ejemplo, antiguo colaborador de Einstein, se inspiró en la holografía para crear un modelo del universo que englobara las múltiples paradojas de la física cuántica. Según Bohm, el mundo que percibimos a través de los sentidos y el sistema nervioso, con o sin ayuda de instrumentos científicos, sólo representa un pequeño fragmento de la realidad. Desde su punto de vista, lo que nosotros percibimos constituye el «orden desplegado» o «explicado», un aspecto parcial de una matriz mayor a la que denomina «orden implicado» o «plegado». En otras palabras, lo que nosotros percibimos como realidad es similar a la proyección de una imagen holográfica procedente de una matriz superior. Por con-siguiente, la visión de Bohm del orden implicado (similar al holograma) describe un nivel de la realidad inaccesible a nuestros sentidos y al escrutinio directo de la ciencia.
Bohm dedica dos capítulos de su libro La totalidad y el orden implicado a la visión que nos ofrece la física moderna sobre las relaciones existentes entre la conciencia y la materia. Según Bohm, la realidad es una totalidad completa y coherente que está implicada en un proceso interminable de cambio denominado holomovimiento. Desde este punto de vista, todas las estructuras estables del universo no son más que meras abstracciones. Es por ello que, por más esfuerzos que dediquemos a describir los objetos, las entidades o los eventos, tendremos que terminar admitiendo que todos ellos se derivan de una totalidad indefinible e incognoscible. Así pues, en este mundo en el que todo está en un flujo incesante de cambio, la utilización de sustantivos para tratar de describir lo que ocurre no hace más que confundirnos.
Según Bohm, la teoría holográfica ilustra la idea de que la energía, la luz y la materia están compuestas por pautas de interferencia que portan información sobre todas las otras ondas de luz, energía y materia con las que, directa o indirectamente, han entrado en contacto. Así, cada fragmento de energía o de materia constituye un microcosmos que encierra a la totalidad. No deberíamos, pues, seguir considerando la vida en términos de materia inanimada. La materia y la vida -como la materia y la conciencia- son abstracciones del holomovimiento, es decir, abstracciones de una totalidad indivisa de la que nada puede separarse.
Bohm nos recuerda que hasta el mismo proceso de abstracción mediante el cual creamos la ilusión de separación de la totalidad es, en sí mismo, una expresión del holomovimiento. Cualquier percepción y cualquier conocimiento -incluido el quehacer científico- no constituyen una reconstrucción objetiva de la realidad sino una actividad creativa comparable a la expresión artística. No podemos medir la verdadera realidad porque la realidad es esencialmente inconmensurable.'
El modelo holográfico nos brinda una posibilidad revolucionaria para comprender las relaciones existentes entre las partes y el todo. Más allá de la lógica limitada del pensamiento tradicional, la parte deja de ser un fragmento de la totalidad para contener y reflejar -bajo ciertas circunstancias- la totalidad. Los seres humanos no somos entidades newtonianas insignificantes y aisladas sino campos integrales del holomovimiento, es decir, somos un microcosmos que contiene y refleja al macro- cosmos. Si esto es cierto, cada ser humano tiene la posibilidad de expandir sus capacidades mucho más allá del alcance de sus sentidos y llegar a experimentar, de manera directa e inmediata, todas las facetas del universo.
Existen muchos paralelismos interesantes entre la visión de la física de David Bohm y la visión de la neurofisiología de Karl Pribram. Después de varias décadas de investigación y experimentación, esta neurociencia mundialmente reconocida ha llegado a la conclusión de que ciertas paradojas desconcertantes relacionadas con el funcionamiento cerebral sólo pueden explicarse recurriendo a los principios holográficos. El revolucionario modelo cerebral de Pribram y la teoría del holomovimiento de Bohm tiene profundas implicaciones para la nueva comprensión de la conciencia humana que recién estamos comenzando a trasladar al nivel personal.




En busca del orden oculto

La Naturaleza está llena de genios, llena de divinidad.
Ni un solo copo de nieve
escapa de su mano.


HENRY DAVID THOREAU


Casi todas las disciplinas han descubierto las limitaciones de la ciencia newtoniana y la apremiante necesidad de una visión más amplia del mundo. Gregory Bateson, por ejemplo, uno de los más originales teóricos de nuestro tiempo, desafió al pensamiento tradicional demostrando que las separaciones son ilusorias y que el funcionamiento mental que atribuimos exclusivamente a los seres humanos impregna a toda la naturaleza, incluyendo los animales, las plantas e, incluso, los sistemas inorgánicos. Su extraordinaria síntesis creativa entre la cibernética, la informática, la teoría de sistemas, la antropología, la psicología y otros campos, demostró que la mente y la naturaleza constituyen una totalidad indivisible.
Desde otra perspectiva, el biólogo británico Rupert Sheldrake nos ha ofrecido una lúcida crítica de la ciencia tradicional que, en su opinión, ha dedicado todo su interés a la búsqueda de la «causación energética» de la naturaleza descuidando, sin embargo, el tema de la forma. Desde su punto de vista, el estudio minucioso de la materia jamás podrá explicarnos el orden, las pautas y el significado de la naturaleza por el mismo motivo que el análisis de los materiales con los que se ha construido una catedral, un castillo o una casa tampoco nos proporciona una explicación de las formas concretas que han terminado asumiendo estas estructuras arquitectónicas. Por más sofisticada que sea nuestra investigación sobre la materia jamás podremos explicar las fuerzas creativas que guían los designios de su estructura. Según Sheldrake, las formas de la naturaleza están gobernadas por «campos morfogenéticos» que la ciencia contemporánea no puede detectar ni medir, lo cual significa que todo el esfuerzo científico realizado en el pasado ha dejado completamente de lado una dimensión absolutamente fundamental para poder comprender la naturaleza de la realidad. Todas las teorías que nos ofrecen respuestas alternativas al pensamiento newtoniano consideran que la conciencia y la inteligencia creativa no emanan de la materia -más concretamente de la actividad neurofisiológica del cerebro-, sino que constituyen atributos primarios de la misma existencia. Es por ello que el estudio de la conciencia -hasta ahora el hermano pobre de las ciencias físicas- está convirtiéndose rápidamente en el centro de atención de la ciencia.


La revolución de la conciencia y la nueva visión científica del mundo

Nuestra conciencia vigílica normal, la denominada conciencia racional, no es más que un tipo especial de conciencia separada de otras formas de conciencia completamente diferentes por la más delgada de las películas... Ninguna descripción del universo en su totalidad que deje a esas otras formas de conciencia en el olvido podrá ser definitiva.
NV ILLIAM JAMES



La psicología profunda y la moderna investigación sobre la conciencia están en deuda con el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. El trabajo clínico sistemático realizado por Jung a lo largo de su vida le llevó a la conclusión de que el modelo freudiano del psiquismo humano era demasiado estrecho y limitado. Jung nos ha ofrecido evidencia convincente de que para comprender la verdadera naturaleza del psiquismo debemos ir mucho más allá del inconsciente biográfico individual.
Una de las contribuciones más conocidas de Jung es la noción de «inconsciente colectivo», un inmenso almacén de información sobre la historia y la cultura humana que descansa en la profundidad del psiquismo de todo ser humano. Jung también identificó y describió los efectos sobre el individuo y la sociedad de ciertos modelos dinámicos fundamentales, una especie de principios organizativos primordiales del inconsciente colectivo y del universo en general, a los que denominó «arquetipos».
Las investigaciones de Jung sobre la sincronicidad -que más adelante estudiaremos en detalle- resultan especialmente interesantes. Jung descubrió la presencia de ciertas coincidencias significativas entre acontecimientos psicológicos individuales -como los sueños y las visiones, por ejemplo- y diversos aspectos de la realidad consensual. Estas coincidencias, que no pueden explicarse en términos de causa y efecto, sugieren que el psiquismo y el mundo material no son dos entidades separa- das sino que, de algún modo, están estrechamente relacionadas. Las ideas de Jung no sólo constituyen un reto para la psicología sino también para la visión newtoniana de la realidad y para la filosofía de la ciencia occidental porque demuestran que la con- ciencia y la materia se hallan íntimamente unidas de un modo que el poeta William Butler Yeats debía tener en mente cuando decía que «no podemos separar al bailarín de la danza».
Los avances realizados en el campo de la física coincidieron con el descubrimiento del LSD, y la investigación con sustancias psicodélicas abrió caminos revolucionarios para el estudio de la conciencia humana. La década de los cincuenta y de los sesenta se vio convulsionada por el resurgimiento del interés por las filosofías y las prácticas orientales, el chamanismo, el misticismo, la psicoterapia existencial y la exploración de las profundidades del psiquismo humano.
Por otra parte, el estudio de la muerte y de los moribundos nos ha proporcionado datos excepcionalmente interesantes sobre la relación existente entre la conciencia y el cerebro. Ha re- nacido también el interés por la parapsicología, especialmente por la investigación sobre la percepción extrasensorial (PES), y también han aparecido nuevas técnicas de alteración de la conciencia, como la deprivación sensorial y el biofeedback, por ejemplo, que nos han ofrecido una gran cantidad de información sobre el psiquismo humano.
El denominador común de todas estas investigaciones fueron los estados no ordinarios de conciencia, un área desatendida no sólo por la ciencia sino también por toda la cultura occidental.
Habíamos hecho hincapié en las dimensiones racionales y lógicas, habíamos sobrevalorado el estado sobrio de la mente pero, al mismo tiempo, habíamos relegado al campo de lo patológico a todos los demás estados de conciencia.
En este sentido, nuestra cultura ha desempeñado un papel único en el contexto de la historia de la humanidad. Las antiguas culturas preindustriales tenían en gran estima a los estados no ordinarios de conciencia, los consideraban instrumentos eficaces para conectarnos con las realidades sagradas, con la naturaleza y con los demás y, en consecuencia, los empleaban para detectar las enfermedades y para curarlas. Todas estas culturas han considerado que los estados alterados de conciencia constituyen una valiosa fuente de inspiración artística y una vía de acceso a la intuición y la percepción extrasensorial y, consecuentemente, todas ellas han invertido tiempo y esfuerzo en el desarrollo de técnicas para alterar la conciencia y las han utilizado ritualmente de manera regular.
Según Michael Harner, un famoso antropólogo que se inició chamánicamente en América del Sur, desde un punto de vista intercultural la visión occidental sobre el psiquismo humano está equivocada. En primer lugar, se trata de una visión etnocéntrica ya que los científicos consideran que su punto de vista sobre la realidad y los fenómenos psicológicos es superior y «ha sido demostrado sin el menor género de duda» y, por tanto, juzga a las visiones del mundo de otras culturas como inferiores, ingenuas y primitivas. En segundo lugar, según Harner la aproximación académica tradicional es cognicéntrica, es decir, sólo tiene en cuenta las observaciones y las experiencias que nos proporcionan los cinco sentidos en el estado de conciencia ordinario.'
El principal interés de este libro es el de describir y explorar los cambios radicales en nuestra comprensión de la conciencia, del psiquismo humano y la naturaleza de la realidad que ineludiblemente tienen lugar cuando prestamos atención -como han hecho otras culturas antes que nosotros- a estados no ordinarios de conciencia. Poco importa, para ello, que el detonante de esos estados sea la práctica de la meditación, una sesión de psicoterapia experiencial, una crisis psicoespiritual espontánea («emergencia espiritual»), un estado cercano a la muerte o la ingestión de sustancias psicodélicas. Los detalles concretos de estas técnicas y experiencias pueden diferir pero lo cierto es que todas ellas se refieren a un territorio profundo del psiquismo humano que todavía no ha sido cartografiado por la psicología tradicional, el territorio al que el tanatólogo Kenneth Ring se refiere cuando habla de experiencias Omega.
Nuestro interés es el de explorar las implicaciones que tiene la moderna investigación sobre la conciencia en nuestro autoconocimiento y en el conocimiento del universo en general. Es por ello que los ejemplos que vamos a presentar proceden de situaciones tan diversas como las sesiones de Respiración Holotrópica , la terapia psicodélica, los rituales chamánicos, las regresiones hipnóticas, las experiencias cercanas a la muerte o los episodios espontáneos de crisis de emergencia espiritual. Todas estas situaciones suponen un desafío crítico a nuestra forma tradicional de pensar y sugieren la necesidad de transformar nuestra actitud con respecto a la realidad y a nosotros mismos.




El comienzo de la aventura: Abriendo de par en par las puertas que conducen más allá de la realidad cotidiana

Hay muchos caminos que conducen a esta nueva visión de la conciencia. El mío comenzó a finales de los años cuarenta en Praga, capital de Checoslovaquia, poco después de haber terminado la enseñanza secundaria. En esa época, un amigo me prestó las Conferencias introductorias al psicoanálisis, de Sigmund Freud, y quedé muy impresionado por su profundidad y por su talento para decodificar el enigmático lenguaje de la mente inconsciente. A los pocos días terminé de leer el libro con la determinación de estudiar medicina, requisito indispensable para llegar a ser psicoanalista.
Durante mis estudios universitarios participé en un pequeño grupo dirigido por tres miembros de la International Psychoanalytic Association y trabajé como voluntario en el departamento de psiquiatría de la Charles University School of Medicine. Posteriormente, emprendí mi análisis de formación con el primer presidente de la Asociación Psicoanalítica Checoslovaca.
Pero cuanto más iba familiarizándome con el psicoanálisis mayor era mi desencanto porque las convincentes explicaciones de Freud y sus seguidores sobre el funcionamiento de la mente no parecían, sin embargo, resultar muy eficaces en el campo clínico. No alcanzaba a comprender por qué este brillante sistema teórico no conseguía resultados prácticos igualmente brillantes. En la facultad de medicina me habían enseñado que para curar una enfermedad debía comprender sus causas o, en el caso de tratarse de una enfermedad incurable, debía tomar clara con- ciencia de mis limitaciones terapéuticas. Ahora, en cambio, estaba comenzando a darme cuenta de que la comprensión intelectual contribuía muy poco a la resolución de los problemas psicopatológicos.
En esa época llegó un paquete a mi departamento que procedía del laboratorio farmacéutico de Sandoz, en Basilea. Se trataba de varias muestras de una sustancia psicodélica, denominada LSD-25, que Sandoz estaba enviando a los investigadores psiquiátricos del mundo entero para que estudiaran sus efectos y su posible utilidad psiquiátrica. De este modo, en 1956 me convertí en uno de los primeros sujetos experimentales de esta droga.
Mi primera sesión con LSD-25 cambió completamente el rumbo de mi vida personal y profesional. Esa experiencia, durante la cual tropecé directamente con mi inconsciente, eclipsó de inmediato todo mi interés previo por el psicoanálisis freudiano. Ante mí se desplegó un fantástico desfile de coloridas visiones, unas abstractas y geométricas y otras plenas de signifcado simbólico. En esa ocasión experimenté tantas emociones y con tal intensidad que jamás antes hubiera siquiera soñado que fuera posible.
Esa primera experiencia con LSD-25 formaba parte también de un experimento que trataba de determinar el efecto de las luces destellantes en el cerebro. Acepté, pues, permanecer conectado a un electroencefalógrafo que registraba mis ondas cerebrales mientras centelleaban ante mí luces de diferentes frecuencias.
Durante esta fase del experimento me sentí sobrecogido por una luz semejante al epicentro de una explosión atómica, posiblemente la misma luz sobrenatural que aparece en el momento de la muerte de la que hablan las antiguas escrituras orientales. Esta luz me catapultó fuera de mi cuerpo y mi conciencia pareció expandirse hasta alcanzar dimensiones cósmicas y perdí toda noción del investigador, del laboratorio y de cualquier otro detalle relativo a mi vida como estudiante en Praga.
Súbitamente me encontré en medio de un drama cósmico que trascendía -con mucho- mis más descabelladas fantasías. Experimenté el Big Bang, atravesé agujeros negros y agujeros blancos ubicados en los confines del universo y mi conciencia se transformó en supernovas, pulsars, cuasars y todo tipo de fenómenos cósmicos.
No tenía la menor duda de que estaba experimentando algo muy similar a las experiencias de «conciencia cósmica» de las que hablan las grandes escrituras místicas del mundo. Los tratados de psiquiatría suelen calificar a estos estados como graves manifestaciones patológicas pero yo sabía que la experiencia no era el resultado de una psicosis inducida por la droga sino el vislumbre de un mundo que trascendía la realidad cotidiana.
Hasta en los momentos más dramáticos y contundentes de la experiencia me daba cuenta de la ironía y la paradoja de la situación. Lo divino se había manifestado en mi vida en el moderno laboratorio de un país comunista, en medio de un experimento con una sustancia sintetizada en el tubo de ensayo de un químico del siglo xx.
Salí de esta experiencia profundamente conmocionado. En esa época todavía ignoraba que cualquier ser humano tiene la posibilidad de acceder a la experiencia mística. En consecuencia, atribuí mi experiencia a los efectos de la droga. De lo que no tenía la menor duda era de que esa sustancia era «el camino
real al inconsciente» y, por tanto, creí que podía salvar el abismo existente entre la brillantez teórica del psicoanálisis y su fal- ta de eficacia terapéutica, y llegué a la conclusión de que el análisis combinado con el LSD podía profundizar, intensificar y acelerar el proceso terapéutico.
En los años siguientes comencé a trabajar en el Instituto de Investigaciones Psiquiátricas de Praga y pude dedicarme a estudiar los efectos del LSD en pacientes con diversos trastornos emocionales, en profesionales de la salud mental y en artistas, científicos y filósofos que estaban seriamente interesados en so- meterse a la experiencia. De este modo, la investigación profundizó mi comprensión sobre el psiquismo humano, aumentó mi creatividad y facilitó el proceso de solución de problemas.
Durante la primera fase de mi investigación, la exposición cotidiana a experiencias que resultaban inexplicables según mi viejo sistema de creencias fue socavando lentamente mi antigua visión del mundo y la contundente influencia de la experiencia fue transformando gradualmente mi visión atea del mundo en una actitud profundamente mística. De este modo, el examen minucioso de los datos de la investigación iba consolidando poco a poco los atisbos que había vislumbrado en mi propia experiencia de conciencia cósmica.
Las sesiones de psicoterapia asistida con LSD me permitieron advertir la presencia de una pauta sumamente singular. Con dosis medias o bajas los sujetos se limitaban a revivir las experiencias de su infancia y de su adolescencia. Sin embargo, cuan- do la dosis aumentaba o la sesión se repetía, todos los pacientes iban más allá del dominio biográfico propio del psicoanálisis freudiano y experimentaban fenómenos notablemente similares a los descritos en los antiguos textos espirituales de las tradiciones orientales. Esta situación resultaba particularmente curiosa porque la mayor parte de los sujetos carecían de todo conocimiento previo sobre las filosofías espirituales orientales y yo no les había anticipado, en modo alguno, que la experiencia podía facilitarles la posibilidad de acceder a tales dominios.
Mis clientes experimentaban la muerte y el renacimiento psicológico, la unidad con toda la humanidad, la naturaleza y el cosmos. Hablaban de visiones de deidades y demonios y visitaban reinos mitológicos procedentes de culturas diferentes a la suya. Algunos decían haber experimentado «vidas pasadas»
cuya exactitud histórica fue confirmada posteriormente. En las sesiones más profundas veían personas, lugares y objetos con los que jamás podían haber estado en contacto, es decir, tenían ciertas experiencias que nunca antes habían leído, visto o escuchado.
Esta investigación fue una fuente inagotable de sorpresas. Yo había estudiado religiones comparadas y tenía cierto conocimiento intelectual de este tipo de experiencias. Sin embargo, jamás hubiera sospechado que los antiguos sistemas espirituales dispusieran de una cartografía tan desconcertantemente exacta de los diferentes niveles y tipos de experiencias que se manifiestan en los estados no ordinarios de conciencia. Estaba maravillado por su contundencia, por su autenticidad y por su capacidad para transformar la visión que las personas tenían sobre su vida. Hablando francamente, eran tiempos en los que me sentía incómodo y temía enfrentarme a hechos para los cuales carecía de explicación racional y que socavaban mi sistema de creencias y mi visión científica del mundo.
Pero a medida que iba familiarizándome con las experiencias, fui aceptando también que todo lo que ocurría eran manifestaciones normales y naturales de las regiones más profundas del psiquismo humano. Cuando el proceso trascendía el material biográfico procedente de la infancia y de la adolescencia y las experiencias comenzaban a penetrar en los dominios más profundos del psiquismo humano -con todos sus matices místicos- sus consecuencias terapéuticas excedían con mucho todo lo que yo conocía. En tales casos, síntomas que habían resistido meses, o incluso años, a otros tratamientos se desvanecían poco después de que los pacientes atravesaran una experiencia tal como la muerte y el renacimiento psicológico, una visión arquetípica o una secuencia de lo que ellos mismos describían como recuerdos de vidas anteriores.


En el límite

Después de tres décadas de investigación sistemática de la conciencia humana he llegado a una conclusión que la mayor parte de los psiquiatras y de los psicólogos tradicionales encontrarán poco verosímil, cuando no francamente increíble. En la actualidad, estoy plenamente convencido de que la conciencia es algo más que un mero subproducto accidental de los procesos neurofisiológicos y bioquímicos que tienen lugar en el cerebro humano. En mi opinión, la conciencia y el psiquismo humano son expresiones y reflejos de una inteligencia cósmica que impregna la totalidad del universo y la existencia entera. No sólo somos animales altamente evolucionados que disponemos de computadores biológicos alojados en el interior del cráneo sino que también somos campos de conciencia ilimitados que trascendemos el tiempo, el espacio, la materia y la causalidad lineal.
Después de presenciar miles de sesiones en las que las personas atraviesan por estados no ordinarios de conciencia, hoy en día estoy plenamente convencido de que nuestra conciencia individual no sólo se halla directamente relacionada con el en- torno inmediato que nos rodea y con diversas épocas de nuestro pasado, sino que también nos conecta con acontecimientos que trascienden, con mucho, el alcance de nuestros sentidos físicos y que se extienden hasta llegar a abarcar otros períodos de la historia, la naturaleza y el cosmos. Hace ya tiempo que renuncié a seguir negando la evidencia de nuestra capacidad para liberar las emociones y las sensaciones físicas padecidas en nuestro paso por el canal del nacimiento y para revivir episodios intrauterinos. En los estados alterados de conciencia nuestro psiquismo puede reproducir esas situaciones de una manera sumamente vívida.
En ciertas ocasiones, podemos incluso retroceder todavía más en el tiempo y experimentar secuencias procedentes de la vida de nuestros ancestros humanos y animales y presenciar acontecimientos de la vida de otras personas, otras épocas y otras culturas a las que no nos une el menor vínculo genético. Nuestra conciencia puede trascender el tiempo y el espacio, cruzar la frontera que nos separa de otras especies animales, experimentar procesos propios de reinos vegetales y minerales e incluso adentrarse en realidades mitológicas que anteriormente ignorábamos. Todas estas experiencias terminan repercutiendo poderosamente sobre nuestra filosofía y nuestra visión del mundo hasta el punto de que cada vez nos resulta más difícil com- partir el sistema de creencias sustentado por la cultura industrial y las creencias filosóficas de la ciencia occidental.
Así pues, si bien había comenzado mi investigación siendo un materialista y un ateo recalcitrante, pronto me vi obligado a aceptar el hecho de que las dimensiones espirituales constituyen un elemento clave del psiquismo humano y del esquema universal de las cosas. El cultivo y la toma de conciencia de estas dimensiones constituye una faceta esencial y positiva de nuestra existencia que podría, incluso, ser un factor decisivo para nuestra supervivencia en el planeta.
El estudio de los estados no ordinarios de conciencia me ha permitido aprender que muchas de las condiciones que la psiquiatría corriente considera extrañas y patológicas son, en realidad, manifestaciones perfectamente naturales de la dinámica profunda del psiquismo humano. En muchos casos, la emergencia de estos elementos en la conciencia puede deberse al esfuerzo efectuado por el organismo para liberarse de los vínculos y las limitaciones traumáticas, curarse a sí mismo y alcanzar un nivel de funcionamiento más armónico.
Pero, por encima de todo, la investigación sobre la conciencia realizada durante las últimas tres décadas me ha convencido de que nuestros modelos científicos habituales del psiquismo humano resultan inadecuados para explicar gran parte de los nuevos hechos y observaciones de la ciencia y suelen convertirse en una camisa de fuerza conceptual que hace inútiles -e incluso contraproducentes- muchos de nuestros esfuerzos teóricos y prácticos. La aceptación de los datos que desafían las creencias y los dogmas tradicionales siempre ha sido una característica fundamental de la buena ciencia y un motor del progreso. Los verdaderos científicos no confunden las teorías con la realidad y no intentan dictaminar cómo debe ser la naturaleza. No nos compete a nosotros decidir -en base a ciertas ideas preconcebidas- qué es lo que puede y qué es lo que no puede hacer el psiquismo humano. Para llegar a descubrir la mejor forma de colaborar con el psiquismo debemos comenzar prestando atención a su verdadera naturaleza.
No cabe la menor duda de que necesitamos una nueva psicología, una psicología que esté más en consonancia con los descubrimientos realizados por la nueva investigación sobre la conciencia, una psicología que nos permita profundizar la imagen del cosmos que nos proporcionan los últimos descubrimientos realizados por las ciencias físicas. Para investigar las nuevas fronteras de la conciencia es preciso ir más allá de los métodos exclusivamente verbales de recogida de datos psicológicos relevantes. En todas las épocas, la experiencia de los do- minios más remotos del psiquismo ha sido calificada de «inefable» por la inadecuación de cualquier tipo de descripción verbal. Es por ello que nos vemos obligados a buscar enfoques alternativos que nos permitan acceder a los niveles más profundos del psiquismo sin tener que recurrir al lenguaje. Uno de los motivos que justifican esta necesidad descansa en el hecho de que muchas de las experiencias que ocurren en los rincones más profundos del psiquismo son intrínsecamente no verbales o tienen su origen en fases anteriores al desarrollo del lenguaje -en el útero, en el momento de nuestro nacimiento o en nuestra
infancia más temprana-. Este hecho constituye un extraordinario acicate para el desarrollo de nuevos proyectos, intrumentos y metodologías de investigación que nos permitan llegar a des- velar la naturaleza profunda del psiquismo humano y de la realidad.
La información que presentamos en este libro está extraída de varios miles de experiencias no ordinarias de diferentes tipos. La mayor parte de ellas proceden de sesiones psicodélicas y holotrópicas que he dirigido y asistido en Estados Unidos y Checoslovaquia, de talleres de formación realizados en todo el mundo y de sesiones realizadas por colegas que compartieron conmigo sus observaciones. Por otra parte, también he trabaja- do con personas que estaban atravesando crisis psicoespirituales y, a lo largo de los años, he experimentado personalmente muchos estados no ordinarios de conciencia mediante la psicoterapia experiencial, las sesiones psicodélicas, los rituales chamánicos y la meditación. Los seminarios de un mes de duración que mi esposa Christina y yo hemos dirigido en el Instituto Esalen, en Big Sur, California, nos han permitido un intercambio excepcionalmente rico con antropólogos, parapsicólogos, tanatólogos, psíquicos, chamanes y maestros espirituales que han terminado convirtiéndose en verdaderos amigos. Agradezco a todos ellos la oportunidad que me han brindado para ubicar mis propios descubrimientos en el contexto interdisciplinar e in-
tercultural más adecuado.
El enfoque experiencial que utilizamos actualmente para inducir estados alterados de conciencia y para acceder al psiquismo inconsciente y superconsciente es la Respiración Holotrópica,' una técnica que hemos desarrollado con Christina durante los últimos quince años. Este proceso aparentemente simple que combina la respiración, la música evocativa y otras formas de sonido, trabajo corporal y expresión artística, se ha re-velado extraordinariamente eficaz para abrir las puertas a la exploración de todo el espectro del mundo interno. También hemos diseñado un programa de entrenamiento global que nos ha permitido formar a varios centenares de especialistas que hoy en día dirigen este tipo de talleres en diversas partes del mundo. Quienes estén interesados seriamente en recorrer los caminos descritos en este libro no tendrán, pues, dificultad alguna en encontrar la posibilidad de investigarlos experimental- mente en un contexto seguro y bajo la dirección de un guía experto.
El material que presentamos procede de unas veinte mil sesiones de Respiración Holotrópica° realizadas con personas procedentes de diferentes países y profesiones y de las más de cuatro mil sesiones de terapia psicodélica que dirigí durante las primeras fases de la investigación. El estudio sistemático de los estados no ordinarios de conciencia me ha demostrado más allá de toda duda que la comprensión tradicional de la personalidad humana -limitada a la biografía posnatal y el inconsciente individual freudiano- es lamentablemente estrecha y superficial. Para poder explicar los extraordinarios hallazgos que nos proporcionan la investigación es necesario partir de un modelo más amplio del psiquismo humano y utilizar una nueva forma de pensar sobre la salud y la enfermedad mental.
En los siguientes capítulos describiré las conclusiones de nuestro dilatado trabajo con los niveles no ordinarios de con- ciencia, una nueva cartografía del psiquismo humano que resulta muy provechosa para el trabajo cotidiano. Esta cartografía muestra los diferentes tipos y niveles de experiencia a los que se accede en ciertos estados especiales de la mente que parecen ser expresiones normales del psiquismo humano. De este modo, junto al nivel biográfico tradicional que contiene material procedente de nuestra niñez, infancia, adolescencia, etcétera, este mapa del espacio interno también incluye dos dominios adicionales importantes, 1) el nivel perinatal del psiquismo que, como su nombre indica, está relacionado con las experiencias asocia-das al trauma del nacimiento biológico, y 2) el nivel transpersonal, que trasciende, con mucho, los límites ordinarios de nuestro cuerpo y de nuestro ego y conecta directamente nuestro psiquismo individual con el inconsciente colectivo junguiano y el universo en general.
Al comienzo de mis investigaciones con el LSD creí que estaba creando un nuevo mapa del psiquismo pero, a medida que proseguía mi trabajo, cada vez me resultaba más evidente que el nuevo mapa no era tan nuevo. Comprendí entonces que estaba redescubriendo un conocimento de la conciencia humana que nos había acompañado a lo largo de siglos e incluso milenios. Comencé entonces a descubrir sus extraordinarias similitudes con el chamanismo, las grandes filosofías espirituales de Oriente, las diversas escuelas budistas y taoístas, las ramas místicas del judaísmo, el cristianismo, el islam y muchas otras tradiciones esotéricas de todas las épocas.
La profunda relación existente entre mi investigación y el conocimiento que nos brindan las antiguas tradiciones espirituales me proporcionaron una convincente validación de esa visión atemporal que el filósofo y escritor Aldous Huxley de- nominara «filosofía perenne». Me di cuenta de que los nuevos descubrimientos obligaban a la ciencia occidental a revisar los prejuicios que hasta entonces la habían llevado a rechazar y a ridiculizar incluso -con su juvenil hvbris- lo que los antiguos tenían que ofrecerle. Espero que la vieja/nueva cartografía descrita en este libro demuestre su utilidad como guía para quienes se decidan a atravesar las fronteras de la conciencia y emprender un viaje hacia los dominios más profundos del psiquismo humano. Los pormenores concretos de cada viaje interno son únicos pero todos comparten ciertos rasgos fundamentales. El hecho de que otras personas hayan atravesado sin riesgos territorios nuevos y potencialmente aterradores constituye una garantía nada desdeñable para quienes estén dispuestos a adentrarse en esta extraordinaria aventura.Desvelando los misterios de la infancia y de la adolescencia
El primer dominio del psiquismo que suele aparecer en la terapia experiencial es el nivel biográfico o recordatorio, un nivel en el que nos encontramos con recuerdos procedentes de nuestra temprana infancia y de nuestra adolescencia. Según la moderna psicología científica, nuestra vida emocional actual ha sido modelada, en gran medida, por los acontecimientos que vi- vimos en el período «formativo», es decir, en los años que transcurrieron antes de que aprendiéramos a articular nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. En este sentido, la calidad de los cuidados maternales, la dinámica de nuestra familia y las experiencias traumáticas y nutricias que vivimos en esa época desempeñan un papel muy importante en la configuración de nuestra personalidad.
El reino biográfico suele ser el dominio más accesible y, por tanto, más familiar, de nuestro psiquismo. No obstante, los métodos cotidianos del recuerdo no siempre nos permiten acceder a los acontecimientos importantes de nuestra vida temprana. Quizás nos resulte fácil recordar tiempos felices, pero los traumas y las raíces profundas de nuestros miedos y de nuestras dudas resultan extraordinariamente elusivos porque se hallan sepultados en una región del psiquismo conocida como «inconsciente individual», y permanecen ocultos mediante un pro- ceso que Sigmund Freud denominó «represión». El trabajo pionero de Freud reveló la posibilidad de acceder al inconsciente y liberar, así, el material emocional reprimido gracias al análisis sistemático de los sueños, las fantasías, los síntomas neuróticos, los lapsus linguae, la conducta cotidiana y otros aspectos de nuestra vida.
Freud y sus seguidores demostraron la existencia de la mente inconsciente mediante la «asociación libre», una técnica, muy difundida en la actualidad, que consiste en comentar lo que nos venga a la mente y permitir que las palabras, las imágenes mentales y los recuerdos fluyan libremente sin ningún tipo de censura. Pero esta técnica, al igual que otras aproximaciones exclusivamente verbales, pronto demostró ser una herramienta de investigación relativamente débil. A mediados de este siglo surgió una nueva disciplina, denominada «psicología humanista», que recurría al «trabajo corporal» e invitaba a la expresión plena de las emociones dentro del marco seguro del en- cuadre terapéutico. Esta aproximación «experiencial» aumentó la eficacia del trabajo en el nivel biográfico. Sin embargo, al igual que ocurría con las técnicas verbales, estas nuevas aproximaciones también se llevaban a cabo en estados ordinarios de conciencia.
La utilización terapéutica de los estados no ordinarios de conciencia que vamos a explorar en este libro arroja nueva luz sobre el material biográfico. El trabajo con los estados no ordinarios de conciencia ratifica, por una parte, las afirmaciones de la psicoterapia tradicional y nos abre, por la otra, las puertas a nuevas posibilidades que nos proporcionan una información revolucionaria sobre la naturaleza de nuestra vida. Para el psicoanálisis y otras disciplinas afines, descubrir recuerdos reprimidos de la niñez y de la infancia puede suponer meses, o incluso años, de trabajo, pero la Respiración Holotrópica,®por su parte, nos permite acceder a estados no ordinarios de conciencia en los que el material biográfico significativo procedente de nuestra temprana infancia emerge a la superficie desde las primeras sesiones. De este modo, las personas no sólo tienen acceso a recuerdos procedentes de su niñez y de sus primeros años sino que también suelen conectar vívidamente con su nacimiento, la vida del feto e, incluso, aventurarse en dominios de la experiencia que se hallan todavía más allá de su vida intrauterina.
Este trabajo nos proporciona, además, una ventaja adicional. En lugar de limitarse a recordar los acontecimientos más tempranos de nuestra vida o de reconstruirlos a partir de pequeños fragmentos procedentes de nuestros sueños y de nuestros re-cuerdos, los estados no ordinarios de conciencia nos proporcionan la posibilidad de revivirlos. De este modo, podemos volver a tener dos meses -o menos todavía- y experimentar nuevamente todas las cualidades emocionales, sensoriales y físicas de la vivencia. En tal caso, experimentamos nuestro cuerpo como el cuerpo de un niño y nuestra percepción de la circunstancia que nos rodea es primitiva, ingenua e infantil. Todo es experimentado con una inusual viveza y claridad. Hay buenas razones para creer que estas experiencias se remontan incluso al nivel celular.
Durante las sesiones experienciales con Respiración Holotrópica,® es sorprendente ver la intensidad con la que las personas son capaces de acceder a las experiencias más tempranas de su vida. No es inusual verlos cambiar de apariencia y comportarse como si realmente tuvieran esa edad. Quienes regresan a la infancia adoptan expresiones faciales, posturas corporales, gestos y conductas de niños pequeños. Aunque las experiencias muy tempranas incluyen la salivación y los movimientos automáticos de succión, lo más notable, sin embargo, es la presencia de reflejos neurológicos propios de esa edad, reflejos de succión al más leve contacto con los labios y otros reflejos neurológicos axiales característicos de esa edad.
Uno de los hallazgos más dramáticos en personas que regresan a estadios muy tempranos de su infancia es la presencia del reflejo de Babinski. Para comprobar este reflejo -que forma parte de la batería de pruebas neurológicas de los pediatras- hay que presionar la planta del pie de los niños con un objeto punzante. Los más pequeños reaccionan extendiendo y abriendo los dedos ante este estímulo mientras que los mayores, por el contrario, los flexionan. Los mismos adultos que reaccionan positivamente a esta prueba en los momentos en que parecen estar reviviendo su infancia, reaccionan negativamente a ella, en cambio, cuando reviven períodos posteriores de su vida y, como es de esperar, presentan respuestas de Babinski normales cuan- do regresan al estado de conciencia ordinario. Existe otra diferencia importante entre la exploración del psiquismo en estadios no ordinarios de conciencia y su exploración en condiciones normales. En los estados no ordinarios existe una selección automática del material inconsciente con mayor carga y relevancia emocional. Es como si una especie de «radar interno» escrutara el psiquismo y el cuerpo en busca de los elementos más importantes y los trajera a nuestra mente consciente. Este hecho tiene una importancia incalculable tanto para el terapeuta como para el cliente, ya que nos evita la tarea de tener que decidir qué temas son importantes y cuáles no. Este tipo de decisiones normalmente están sesgadas porque dependen de nuestro sistema de creencias particular, de nuestra formación o de nuestro acuerdo o desacuerdo con alguna de las distintas escuelas de psicoterapia.
Así pues, los estados no ordinarios de conciencia parecen disponer de una especie de radar que nos revela aspectos del reino biográfico que previamente habían pasado desapercibidos en nuestra exploración de la conciencia humana. Uno de los descubrimientos más importantes en este sentido es el del impacto de los primeros traumas físicos en nuestro desarrollo emocional. El sistema de radar no sólo trae a la superficie el recuerdo de traumas emocionales sino que también nos presenta el recuerdo de acontecimientos amenazantes para la supervivencia o la integridad de nuestro cuerpo físico. Uno de los principales beneficios inmediatos que se derivan de este trabajo consiste en la liberación de las emociones y de los sistemas de tensión que permanecen almacenados en el cuerpo como con- secuencia de estos traumas tempranos. En este sentido, los problemas asociados con la respiración, como la difteria, la tos ferina, la neumonía o el riesgo de perecer ahogado, por ejemplo, desempeñan un papel especialmente importante.
La psiquiatría tradicional considera que este tipo de traumas físicos puede provocar lesiones cerebrales pero no llega a reconocer su inmenso impacto sobre el nivel emocional. Sin embargo, quienes reviven experimentalmente sus traumas físicos no tienen la menor duda en reconocer las cicatrices que esos acontecimientos han dejado en su psiquismo. También resulta fácil, en ese estado, tomar conciencia de la influencia de esos traumas sobre ciertas enfermedades psicosomáticas, como el asma, la migraña, la depresión, las fobias o, incluso, las tendencias sadomasoquistas. Por su parte, la expresión de estos traumas y su elaboración posterior suele tener un efecto terapéutico que proporciona un alivio temporal o permanente de los síntomas y una sensación de bienestar insospechada hasta ese momento.


Sistemas COEX: La llave de nuestro destino

Otro descubrimiento importante de nuestra investigación es que los recuerdos de las experiencias emocionales y físicas no se hallan almacenados en el psiquismo de manera aislada y fragmentaria sino que configuran complejas constelaciones, a las que denominamos Sistemas COEX ("systems of condensed experience" [sistemas de experiencia condensada]). Cada sistema COEX contiene recuerdos cargados emocionalmente procedentes de diferentes períodos vitales unidos por el denominador común de compartir la misma cualidad emocional o la misma sensación física. Cada COEX, pues, contiene numerosos estratos, pero todos ellos se refieren a temas, sensaciones y cualidades emocionales muy concretos. En la mayor parte de los casos, los distintos estratos corresponden a los diferentes períodos de la vida de la persona.
Cada COEX se caracteriza por un tema propio. Una constelación COEX, por ejemplo, puede contener todos los recuerdos humillantes, degradantes o vergonzosos mientras que el denominador común de otro COEX puede ser el terror a las experiencias claustrofóbicas y contener experiencias de asfixia y sensaciones asociadas a la opresión. Otro motivo COEX muy frecuente es el rechazo y la deprivación emocional que nos lleva a desconfiar de los demás. Son también particularmente importantes los sistemas COEX que se refieren a experiencias que amenazaron nuestra vida o los recuerdos en los que nuestro bienestar físico se hallaba seriamente en peligro.
Sería demasiado sencillo extraer la conclusión precipitada de que todos los sistemas COEX contienen material doloroso, pero lo cierto, sin embargo, es que los sistemas COEX constelan también experiencias positivas, experiencias de paz, beatitud o éxtasis que contribuyen a modelar nuestro psiquismo.
En los primeros estadios de mi investigación yo creía que los sistemas COEX gobernaban fundamentalmente los aspectos del psiquismo conocidos como inconsciente individual. Al mismo tiempo, trabajaba con la premisa -aprendida durante mi época de formación psiquiátrica- de que el psiquismo es un producto exclusivo de la educación, es decir, del material biográfico que se halla almacenado en nuestra mente. Pero en la medida en que iba aumentando y enriqueciendo mi experiencia con los estados no ordinarios de conciencia comprendí que las raíces de los sistemas COEX se remontan mucho más atrás de lo que nunca hubiera imaginado.
Cada constelación COEX parece hallarse vinculada a un aspecto muy concreto de la experiencia del nacimiento. Como iremos viendo a lo largo de los siguientes capítulos, las experiencias del nacimiento, tan ricas y complejas en emociones y sensaciones físicas, contienen los temas fundamentales de todos los sistemas COEX concebibles. Por otra parte, los sistemas COEX pueden arraigar más allá de la experiencia perinatal y hundir sus raíces en la vida prenatal o en regiones transpersonales tales como las experiencias de vidas pasadas, los arquetipos del «inconsciente colectivo» y la identificación con otras formas de vida y procesos del universo. Mi experiencia y mi investigación me han llevado al convencimiento de que los sistemas COEX no sólo coordinan el funcionamiento de nuestro in- consciente individual, como creía anteriormente, sino que incluso pueden llegar a organizar todo nuestro psiquismo.
Los sistemas COEX afectan a toda nuestra vida emocional, influyendo en el modo en que nos percibimos a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea. En este sentido, constituyen la fuerza dinámica que subyace a nuestros síntomas emocionales y psicosomáticos y son los responsables de las dificultades de relación con nosotros mismos y con los demás. Existe una constante interrelación entre los sistemas COEX de nuestro mundo interno y los acontecimientos del mundo externo. Los acontecimientos externos pueden reestimular los COEX que se hallan en nuestro interior y, al mismo tiempo, los sistemas COEX pueden contribuir a modelar nuestra percepción del mundo y, a través de ella, nuestra acción puede favorecer la aparición de situaciones externas que reflejen las pautas de nuestros sistemas COEX. Dicho de otro modo, nuestras percepciones pueden funcionar como un guión complejo mediante el cual re-creamos temas fundamentales de nuestros sistemas COEX en el mundo externo.
Ejemplificaremos a continuación la función de los sistemas COEX en nuestra vida con la historia de un hombre, al que llamaremos Peter, un profesor de treinta y siete años de edad que había sido tratado sin éxito antes de someterse a terapia psicodélica en Praga. Su dramática experiencia, por otra parte sumamente ilustrativa, tiene que ver con una época oscura de la historia de la humanidad y, quizás por ello, pueda resultar un tanto desagradable para el lector. No obstante, la historia es sumamente interesante en el contexto de nuestro tema porque nos ayuda a comprender la dinámica de los sistemas COEX y nos abre la posibilidad de liberarnos emocionalmente de los sistemas que nos causan dolor y sufrimiento.
En la época en la que comenzamos las sesiones experienciales, Peter apenas si podía llevar a cabo las actividades propias de su vida cotidiana. Estaba obsesionado con la idea de encontrarse con un hombre de cierta apariencia física, preferiblemente vestido de negro. Quería hacerse amigo de ese hombre y expresarle su urgente necesidad de ser encerrado en una oscura celda y ser sometido a torturas físicas y psicológicas. Era incapaz de pensar en ninguna otra cosa y vagaba sin rumbo por la ciudad visitando parques públicos, urinarios, bares y estaciones de ferrocarril en busca del «hombre adecuado».
En varias ocasiones logró persuadir a algunos hombres para llevar a cabo su deseo, pero su especial habilidad para tropezar con personas con rasgos sádicos le llevó a ser robado, maltratado e incluso, en dos ocasiones, a punto de ser asesinado. Las pocas veces en las que había logrado realizar su deseo, la experiencia fue sumamente desalentadora pues se sentía muy atemorizado y a disgusto con las torturas que padecía. Peter sufría depresiones suicidas, impotencia sexual y eventuales ataques epilépticos.
A medida que nos sumergimos en su historia personal, fui descubriendo que sus problemas habían comenzado a aparecer mientras trabajaba en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, en donde fue obligado a realizar un trabajo esclavizante y sumamente peligroso. Durante esa época dos oficiales de las SS le forzaron a punta de pistola a realizar prácticas homosexuales. Cuando finalizó la guerra y Peter y su familia fue- ron liberados siguió, no obstante, buscando relaciones homosexuales en las que desempeñaba un papel pasivo, lo cual le condujo a fetichizar las ropas negras y la obsesión que hemos descrito.
En sus esfuerzos por solucionar el problema, Peter se sometió a quince sesiones consecutivas de terapia psicodélica. Durante este proceso salió a la luz un importante sistema COEX que nos proporcionó la clave para resolver definitivamente sus problemas. Como era de esperar, en los estratos más superficiales de este COEX nos encontramos con las experiencias traumáticas recientes.
Un estrato más profundo de este sistema COEX albergaba los recuerdos de la época del Tercer Reich. En las sesiones experienciales Peter revivió las terribles vejaciones a las que había sido sometido por los oficiales de las SS y pudo comenzar a advertir los complejos sentimientos relacionados con estos eventos. Asimismo revivió también otros recuerdos traumáticos de la guerra vinculados con la atmósfera opresiva de ese horrible período histórico. Revivió así ostentosos desfiles y manifestaciones militares, banderas con esvásticas, estandartes con ominosas águilas y escenas de campos de concentración, por nombrar sólo algunos de sus recuerdos.
Pero por debajo de este estrato, el sistema COEX contenía recuerdos profundamente sepultados en los que revivió las múltiples ocasiones en las que había sido castigado brutalmente por su padres, especialmente por un padre alcohólico que, cuando estaba ebrio, se convertía en una persona violenta y solía golpear a Peter con una larga fusta de cuero. Su madre también solía castigarle encerrándole en un sótano oscuro sin agua ni alimento durante varias horas. Peter no podía recordar otra ropa más que la de color negro. En ese momento descubrió la pauta de sus obsesiones y reconoció que sus deseos giraban en torno a todos los elementos de castigo que habían acompañado a esas experiencias infantiles.
Peter prosiguió con su exploración experiencial de este sistema COEX y llegó a revivir el trauma de su nacimiento. Entonces aparecieron vívidos recuerdos de esa época -que, una vez más, giraban en torno a la brutalidad física-. Esos recuerdos fueron revelando poco a poco y de manera espontánea las pautas y modelos básicos de todos los elementos sádicos que parecían haber gravitado sobre toda su vida y recordó espacios cerrados y oscuros, situaciones de confinamiento físico y torturas físicas y emocionales.
Pero a medida en que iba reviviendo el trauma del nacimiento, Peter comenzó también a liberarse de sus obsesiones. El hecho de haber localizado finalmente el origen fundamental de sus sistemas COEX claves parecía contribuir a desmantelarlos. Así fue como, después de liberarse de los síntomas, pudo comenzar a disfrutar de la vida.
Aunque el descubrimiento de la importancia psicológica de los traumas físicos ha agregado dimensiones importantes al amplio reino biográfico del psiquismo, este trabajo, no obstante, permanece confinado a un territorio aceptado y conocido por la psicología y la psiquiatría tradicional. Mi investigación -y la de muchos otros- acerca de los estados no ordinarios de conciencia me ha conducido, sin embargo, a territorios del psiquismo que la ciencia y la psicología occidental están sólo comenzando a explorar. Es por ello que la investigación sistemática y abierta de estos dominios puede tener consecuencias extraordinariamente importantes no sólo para la investigación psiquiátrica de la conciencia humana sino también para la filosofía de la ciencia y, lo que es más, para toda la cultura occidental.'



El viaje interior: Los dominios más profundos de la conciencia

El tiempo que las personas invierten en explorar su temprana infancia en estados no ordinarios de conciencia varía considerablemente. No obstante, si siguen trabajando, más tarde o más temprano terminan trascendiendo los dominios de la historia individual y penetrando en territorios completamente nuevos que, aunque ignorados por la psiquiatría académica occidental, no son completos desconocidos para la humanidad sino que, por el contrario, han sido valorados y estudiados sistemáticamente por las antiguas culturas preindustriales desde los mismos orígenes de la historia.
Cuando nos aventuramos más allá de los acontecimientos biográficos de la temprana infancia penetramos en un reino de la experiencia ligado al trauma del nacimiento biológico. En ese nuevo territorio experimentamos emociones y sensaciones físicas de tal intensidad que superan, con mucho, lo que consideramos humanamente posible. Ahí nos encontramos con emociones extremas y polares, una extraña combinación de vida y de muerte - dos aspectos no tan diferentes de la experiencia humana- en la que la sensación de peligro inminente va acompañada de una desesperada lucha por la supervivencia.
La mayor parte de las personas identifican esta experiencia con el trauma del nacimiento biológico. Es por ello que he calificado a este dominio del psiquismo con el nombre de reino perinatal. Este término es una palabra de origen grecolatino compuesta del prefijo peri, que significa «cerca», o «alrededor», y de la palabra natalis, «perteneciente al nacimiento». En la terminología médica, el término perinatal suele utilizarse con frecuencia para describir el proceso biológico que tiene lugar poco antes, durante e inmediatamente después del momento del nacimiento. No obstante, la medicina tradicional rechaza la posibilidad de que el niño tenga la capacidad de registrar en su memoria las experiencias que rodean a su nacimiento. Es por ello que la psiquiatría tradicional no utiliza este término y que mi empleo de él en el contexto de la conciencia -fruto de mis investigaciones al respecto- sea inusual.
La exploración de los estados no ordinarios de conciencia nos proporciona evidencia indiscutible de que los recuerdos de la experiencias perinatales permanecen realmente almacena- dos en nuestro psiquismo, a menudo en un nivel celular profundo. Existen personas sin el menor conocimiento intelectual de su nacimiento que han sido capaces de rememorar, con extraordinaria riqueza de detalles, acontecimientos ligados a esa época de su vida (como el uso de fórceps, un parto de nalgas o las primeras reacciones de su madre, por ejemplo) que fueron confirmados objetivamente, de manera reiterada, por los registros del hospital o por el recuerdo de los adultos que presenciaron el acontecimiento.
Las experiencias perinatales contienen ciertas emociones y sensaciones primitivas, tales como la ansiedad, la agresividad biológica, el dolor físico y el ahogo, por ejemplo, que se hallan típicamente asociadas con el proceso del nacimiento. Las personas que reviven la experiencia de su nacimiento también suelen recrear exactamente -con la postura y los movimientos de su cuerpo- la mecánica de su propio parto biológico. Este fenómeno se presenta tanto en aquellas personas que han estudiado u observado el proceso del nacimiento como en aquellas otras que lo ignoran todo al respecto. También pueden aparecer sobre la piel contusiones, hinchazones y otro tipo de fenómenos vasculares espontáneos en aquellos lugares en los que se aplicó el fórceps, en los que el canal del nacimiento presionó su cabeza o en los que el cordón umbilical estranguló su garganta, por- menores, por otra parte, que suelen ser corroborados por los informes médicos o las personas que asistieron al parto.
Pero las experiencias perinatales tempranas no se encuentran circunscritas al proceso del nacimiento, ya que los recuerdos perinatales más profundos también pueden proporcionarnos una puerta de acceso a lo que Jung denominaba inconsciente colectivo. Mientras estamos reviviendo el paso a través del canal del nacimiento también podemos identificamos con acontecimientos experimentados por personas pertenecientes a otros tiempos y otras culturas e, incluso, con el proceso del nacimiento experimentado por animales o figuras mitológicas. También podemos sentimos profundamente vinculados con quienes han sufrido abusos, cárcel, torturas o algún tipo de persecución. Es como si la conexión con la experiencia universal de la lucha del feto por nacer nos uniera, de una forma casi mística, con todos los seres que atraviesan, o han atravesado, circunstancias similares.
Los fenómenos perinatales manifiestan cuatro pautas experienciales diferentes a las que denomino Matrices Perinatales Básicas (MPB). Cada una de ellas está estrechamente relacionada con uno de los cuatro períodos consecutivos del parto biológico. En cada uno de estos estadios el niño atraviesa una serie de experiencias que se caracterizan por la presencia de emociones, sensaciones físicas e imágenes simbólicas concretas, lo cual supone la presencia de matrices psicoespirituales muy individualizadas que modelan nuestra experiencia vital.
Estas pautas también se reflejan en la psicopatología individual y social y en la religión, el arte, la filosofía, la política y todos los órdenes de la vida. De este modo, los estados no ordinarios de conciencia pueden permitimos acceder a esos moldes y ayudarnos a comprender con mucha mayor claridad las fuerzas que determinan nuestra vida.
La primera matriz, MPB I, a la que podemos llamar «Universo Amniótico», se refiere a las experiencias intrauterinas previas al comienzo del parto. La segunda matriz, MPB II, u «Opresión Cósmica, o Sin Salida», pertenece a las experiencias que tuvieron lugar entre el momento en que comienzan las contracciones y el momento en que tiene lugar la apertura del cuello de la matriz. La tercera matriz perinatal, MPB III, «Lucha por la Muerte y Renacimiento», está relacionada con la experiencia de atravesar el canal del nacimiento. La cuarta matriz, MPB IV, por último, tiene que ver con la experiencia de abandonar el cuerpo de la madre. Cada una de las distintas matrices perinatales tiene sus aspectos biológicos, psicológicos, arquetípicos y espirituales concretos.
En los próximos cuatro capítulos exploraremos el desarrollo natural de las matrices perinatales. Cada uno de ellos comienza con un relato personal que describe las experiencias propias de esa matriz, luego pasamos a estudiar los fundamentos biológicos de la experiencia, la forma en que se traduce en un determinado símbolo en el interior de nuestro psiquismo y la manera en que ese símbolo termina moldeando nuestra vida.
Deberíamos también advertir, por último, que el proceso de autoexploración no sigue necesariamente el orden secuencial natural del proceso del nacimiento sino que nuestro propio radar interno va seleccionando el material perinatal de acuerdo a un orden muy individualizado. No obstante, por motivos de sim- plicidad expositiva, presentaremos los siguientes cuatro capí- tulos siguiendo el orden biológico natural.




























PARTE II:

LAS MATRICES PERINATALES: INFLUENCIAS QUE CONFIGURAN LA CONCIENCIA HUMANA DESDE LA VIDA PRENATAL Y EL MOMENTO DEL NACIMIENTO



El sueño es la puerta más pequeña para penetrar en el santuario más recóndito y profundo del alma y acceder a esa noche cósmica primordial en la que descansa desde mucho antes de que existiera un ego consciente y que se extiende mucho más allá de lo que el ego consciente podrá jamás alcanzar.

CARL GusTAV JUNG, Recuerdos, sueños y pensamientos

















2. LA TOTALIDAD Y EL UNIVERSO AMNIÓTICO: MPB I




Que alcances la paz entre las movedizas olas. Que alcances la paz entre el soplo del viento. Que alcances la paz en la tranquila tierra.
Que alcances la paz de las fulgurantes estrellas. Que alcances la paz de la noche sosegada.

Que la luna y las estrellas derramen sobre ti su curativa luz
y alcances la más profunda paz.

Bendición tradicional gaélica






Asistido por un terapeuta y por una enfermera conveniente- mente entrenada, el hombre -un psiquiatra de unos treinta años de edad- entró, lenta pero profundamente, en un estado alterado de conciencia y penetró en los rincones más oscuros de su mente. Al principio no advirtió grandes cambios perceptuales y emocionales sino tan sólo leves síntomas físicos -un cierto malestar, escalofríos, un gusto extraño y desagradable en la boca, náuseas y molestias intestinales y ligeros temblores y punzadas- que le hicieron pensar que debía de estar enfermando de gripe.
Cada vez se hallaba más inquieto porque parecía que no ocurría nada y que simplemente se estaba resfriando. Pensó entonces que había elegido equivocadamente el momento de llevar a cabo la experiencia porque creía que estaba a punto de caer enfermo. Luego decidió cerrar los ojos y dedicarse a observar atentamente lo que le ocurría.
En el mismo momento en que cerró los ojos entró en un nivel de conciencia diferente y mucho más profundo, un nivel que le resultaba completamente nuevo. Tenía la extraña sensación de que estaba empequeñeciendo y de que su cabeza era desproporcionadamente más grande que su cuerpo y sus extremidades. Entonces comprendió que lo que anteriormente había temido que fuera una gripe se había convertido en un conjunto de agresiones dañinas. Pero ¡no a un adulto sino a un feto! Se sentía suspendido en un líquido que contenía sustancias -con toda seguridad nocivas y hostiles- que llegaban a su cuerpo a través del cordón umbilical. Podía degustarlas y su sabor era el de un extraño guiso, o sopa rancia, de yodo y sangre en descomposición.
Mientras esto ocurría, su parte adulta -la que se había formado como médico y se sentía orgullosa de su disciplinada visión científica- observaba al feto desde la objetividad que confiere la distancia. El médico sabía que las agresiones tóxicas a su vulnerable estado procedían del cuerpo de su madre. Ocasional- mente reconocía algunas de las sustancias nocivas: especies, ingredientes alimenticios inapropiados para un feto, sustancias derivadas del humo de un cigarrillo, indicios de alcohol. También era consciente de las emociones que experimentaba su madre: en un momento una suerte de esencia química de la ansiedad, de cólera en otro, de sentimientos con respecto al embarazo
en un tercero e incluso de la misma excitación sexual.
La idea de que un feto pudiera tener experiencias conscientes desmentía todo lo que había aprendido en la facultad de medicina, pero la posibilidad de que pudiera ser consciente de los matices de la relación que sostenía con su madre durante ese período era, si cabe, más insólita todavía. En cualquier caso, sin embargo, lo cierto es que no podía negar la realidad de esas experiencias. Lo que estaba experimentando contradecía todo lo que «sabía» y su faceta científica comenzó a verse en apuros. Entonces, en lugar de poner en duda la incuestionable validez de su experiencia, tomó la determinación de revisar sus creencias científicas -como había ocurrido tantas veces a lo largo de la historia- y la contradicción se desvaneció.
Tras unos momentos de conflicto, prescindió del pensamiento analítico y aceptó todo lo que le estaba sucediendo. Entonces desaparecieron los síntomas de gripe e indigestión. Le parecía estar conectando con el recuerdo de los períodos apacibles de su vida intrauterina. Su campo visual era claro y brillante y cada vez se hallaba más extasiado. Era como si las múltiples capas de telarañas que enturbiaban su visión se hubieran aclarado y disipado por arte de magia. El escenario que
se hallaba ante él se abrió por completo y de pronto se encontró envuelto por una luz resplandeciente y la energía fluía en forma de sutiles vibraciones por todo su ser.
En cierto nivel era un feto experimentando la perfección y beatitud de un buen útero o un recién nacido fundido con el pecho nutricio y dador de vida. En otro nivel, sin embargo, se transformó en el universo entero. Era testigo del espectáculo del macrocosmos y de sus incontables y pulsátiles galaxias. En ciertos momentos contemplaba el espectáculo desde fuera, en otros, por el contrario, se convertía en el mismo espectáculo. Esa perspectiva cósmica resplandeciente y sobrecogedora se entremezclaba con la experiencia de un microcosmos igualmente milagroso, en el que la danza de los átomos y las moléculas daba lugar al surgimiento del mundo bioquímico y al des- pliegue del origen de la vida y de células individualizadas. Por primera vez en su vida sentía que estaba experimentando el universo tal como es, un misterio insondable, un juego divino de la energía Esta compleja y excepcional experiencia perduró durante un tiempo que le pareció eterno. A veces se sentía como un feto tenso y enfermo; en otras, en cambio, experimentaba un estado intrauterino extraordinariamente beatífico y sereno. En ocasiones, las influencias nocivas asumían la forma de los demonios arquetípicos o las criaturas malévolas propias de los cuentos de hadas. Comprendió entonces por qué los niños suelen fascinarse con las historias míticas y sus extraños personajes. Algunas de sus comprensiones eran extraordinariamente importan- tes. El anhelo de un estado de satisfacción total, como el que puede experimentarse en un buen útero o en un rapto de éxtasis místico, por ejemplo, parece ser la fuerza motivadora última de todo ser humano. Entendió entonces que el final feliz con el que concluyen todos los cuentos de hadas es una expresión de ese anhelo. Comprendió también que el mismo deseo anida en el sueño revolucionario de un futuro utópico, en el impulso creativo que mueve a los artistas a buscar la aceptación y el aplauso y en el ansia de posesiones, estatus y fama. Le resultó entonces evidente que todas ésas eran respuestas al problema fundamental del ser humano. En este sentido, ni siquiera los más espectaculares logros alcanzados en el mundo externo podrán llegar a saciar ese deseo y la necesidad que se halla detrás de él. El único camino para satisfacer ese anhelo es el de volver a conectarnos con esa faceta de nuestro inconsciente. Comprendió entonces súbitamente el mensaje de tantos maestros espirituales de que la única revolución posible consiste en la transformación interior de cada ser humano.
Mientras revivía los recuerdos positivos de su existencia fetal experimentó una sensación de unidad con todo el universo. Ése era el Tao, el Más Allá Interno, el Tat tvam as¡ (Eso Eres Tú) de los Upanishads. Perdió la sensación de individualidad, su ego se disolvió y se transformó en todo lo existente. A veces esa experiencia era intangible y desprovista de contenido, otras, en cambio, iba acompañada de todo tipo de visiones beatíficas: imágenes arquetípicas del Paraíso, el cuerno de la abundancia, la Edad de Oro o la Naturaleza sin mácula. Se convirtió en pez nadando entre aguas cristalinas, fue mariposa revoloteando sobre las laderas de las montañas, se transformó en gaviota precipitándose sobre la superficie del océano. Fue océano, animal, planta, nube y, a veces, lo fue todo al mismo tiempo.
Luego no sucedió nada concreto, sólo una sensación de unidad con la naturaleza y el universo bañado en una luz dorada cuya intensidad se amortiguaba lentamente. La experiencia finalizó y regresó de mala gana a su estado habitual de conciencia. Mientras esto ocurría, sentía que acababa de atravesar una experiencia trascendente y que jamás volvería a ser el mismo. La armonía y la aceptación era total y tenía una visión global indescriptible de la existencia.
Horas después estaba plenamente convencido de que la experiencia había sido fundamentalmente energética y espiritual y le resultaba difícil volver a aceptar sus viejas creencias sobre la existencia física. Esa misma noche tuvo la profunda sensación de estar curado y completo y de haber regresado a un cuerpo que funcionaba perfectamente bien.
Pero en los meses que siguieron nuestro psiquiatra obtuvo más preguntas que respuestas. Si la experiencia hubiera sido exclusivamente intelectual le hubiera resultado mucho más sencillo olvidarse de todo. Los libros y las películas pueden ayudarnos a comprender intelectualmente ciertas cosas, pero lo que había ocurrido iba mucho más allá de todo eso. Su experiencia había sido fundamentalmente sensorial, plena de sensaciones físicas extraordinarias repletas de extraños contenidos.
Había experimentado los aspectos oscuros y luminosos de la vida, había sentido la enfermedad causada por las toxinas que le bombardeaban en el útero y luego, súbitamente, la inexplicable lucidez.
Es evidente que algunos de los datos que experimentó en esos extraños dominios podían proceder de los libros que había leído o de las películas que había visto, pero ¿cómo podemos explicamos la procedencia de sensaciones tan minuciosas como las que vivió? ¿Cómo pudo llegar a percibir las sensaciones características del estadio fetal de su vida? No cabe la menor duda de que su conciencia le estaba proporcionando una información tan asombrosamente detallada, compleja y concreta que jamás antes hubiera soñado que fuera posible. Había sentido la unidad con el universo, el Tao, había experimentado la disolución de su ego y la fusión con toda la existencia. Pero, si todo eso era cierto, se vería obligado a renunciar a las creencias que sostenía anteriormente de que nuestra mente sólo contiene el re- cuerdo de las situaciones que hemos experimentado de manera inmediata a partir del momento de nuestro nacimiento.
¿Que cómo puedo saber tanto sobre las preguntas que aguijoneaban la mente de este psiquiatra? Lo sé porque acabo de describir mi propia experiencia. Por otra parte, en la investigación profunda de la conciencia estas experiencias no son extra- ñas ni infrecuentes. Mi caso, por el contrario, constituye un ejemplo más del singular conjunto de experiencias que suelen aparecer en los miles de sesiones similares a los que he asistido
en el curso de los últimos treinta años.


Características biológicas y psicológicas de la MPB I

Los rasgos fundamentales de esta matriz y las imágenes que se originan en ella reflejan la simbiosis natural existente entre la madre y el niño durante ese estadio del desarrollo. No conviene olvidar que, en ese período, la conexión biológica y emocional existente entre el feto y la madre es tan estrecha como la que existe entre un órgano y el organismo en que se halla. Durante este período de la vida intrauterina las condiciones que rodean al feto son casi ideales. La placenta proporciona continuamente el oxígeno y los nutrientes necesarios para el crecimiento del feto y se encarga también de eliminar los productos de desecho. El líquido amniótico le protege de los ruidos y los golpes, y el cuerpo de la madre y la temperatura del útero permanecen relativamente estables. Se trata de un entorno seguro y protector en el que todas las necesidades son satisfechas de inmediato sin el menor esfuerzo por su parte.
Esta imagen de la vida intrauterina puede parecer maravillosamente segura pero debemos tener en cuenta que no siempre es así. En el mejor de los casos, las condiciones óptimas sólo son perturbadas ocasionalmente y durante un corto período de tiempo. La madre, por ejemplo puede beber alcohol, fumarse un cigarrillo o comer ciertos alimentos que causen malestar al niño. La madre puede permanecer en un ambiente muy ruidoso o incomodar al niño y a sí misma conduciendo por una carretera llena de baches. También puede enfermar y coger un resfriado o una gripe, como cualquier otra persona. Además, el feto también puede experimentar, en ciertos aspectos, la actividad sexual de la madre, especialmente en los últimos meses del embarazo.
En los casos peores, sin embargo, la vida intrauterina puede resultar extraordinariamente incómoda ya que una infección, una enfermedad endocrina o metabólica o una intoxicación grave de la madre pueden poner seriamente en peligro la supervivencia del feto. También podríamos mencionar la presencia de ciertas «emociones tóxicas», como la ansiedad, la tensión o los ataques de angustia, por ejemplo. Por otra parte, la tensión laboral, la intoxicación crónica, la adicción o los malos tratos a la madre pueden también influir en la calidad del embarazo. La situación puede llegar a ser tan grave como para terminar desencadenando un aborto espontáneo. No es infrecuente, por último, que, durante el trabajo experiencia) profundo, las personas descubran secretos familiares muy bien guardados como, por ejemplo, que no fueron niños deseados o que su madre intentó abortar en los primeros estadios de su vida fetal. 
La moderna obstetricia sólo tiene en cuenta aquellas experiencias negativas de la vida fetal que ponen en peligro el desarrollo biológico del organismo. Desde el mismo punto de vista, cualquier trastorno en el desarrollo psicológico del niño se considera como una simple secuela de una lesión orgánica del cerebro. No obstante, las experiencias descritas por quienes han re-experimentado este nivel en estados no ordinarios de conciencia demuestran -de manera incuestionable- que, desde los estadios más primitivos de la vida embrionaria, la conciencia del niño puede verse afectada por un amplio rango de in- fluencias nocivas. Siendo así, deberíamos aceptar que, de la misma manera que existe un «buen pecho» y un «mal pecho», también existen un «buen útero» y un «mal útero». En este sentido, las experiencias positivas del útero desempeñan un papel tan importante en el desarrollo del niño como las experiencias positivas de la lactancia.
Muchas personas que atraviesan por estados no ordinarios de conciencia hablan de manera extraordinariamente vívida de sus experiencias intrauterinas. Se experimentan como seres muy pequeños y con una cabeza desproporcionadamente gran- de con respecto al cuerpo. Pueden sentir el fluido amniótico que les rodea y, en ocasiones, hasta la misma presencia del cordón umbilical. Si uno conecta con un período de la vida intrauterina en la que no existían perturbaciones, las experiencias están asociadas a un estado de conciencia beatífico en el que no existe la menor dualidad entre sujeto y objeto. Se trata de un estado «oceánico» carente de fronteras en el que no hay diferencia entre nosotros mismos y el organismo materno o el mundo ex- terno que nos rodea.
Esta experiencia fetal puede manifestarse de diferentes maneras. El aspecto oceánico de la vida embrionaria puede fomentar una identificación con formas de vida acuática como ballenas, delfines, peces, medusas o hasta algas. La sensación de ausencia de fronteras que experimentamos en el útero materno puede también evidenciarse como «unidad» con el cosmos. En tal caso, uno puede identificarse con el espacio interestelar, con diversos cuerpos celestes, con una galaxia o con la totalidad del universo. Hay personas que se han identificado con astronautas flotando ingrávidos en el espacio, atados a la «nave nodriza» mediante un conducto umbilical «dador de vida».
El hecho de que un buen útero satisfaga incondicionalmente las necesidades del feto proporciona el fundamento biológico para el símbolo de la «Madre Naturaleza», una entidad beatífica, segura y nutricia. En estados no ordinarios de conciencia estas experiencias pueden convertirse en las imágenes maravillosas de lujuriosas islas tropicales, vergeles abarrotados de frutas, campos de maíz en sazón o los opulentos jardines vegetales de las terrazas andinas. También existe la posibilidad de que la experiencia fetal nos conduzca a los dominios arquetípicos del inconsciente colectivo y, en lugar del cielo de los astrónomos o de la naturaleza de los biólogos, nos encontremos en los reinos celestiales y los Jardines del Paraíso de los que nos hablan las mitologías de todas las culturas del mundo. Así pues, el simbolismo característico de MPB I aparece lógicamente entretejido con elementos fetales, oceánicos, cósmicos, naturales, paradisíacos y celestiales.
El estado de éxtasis y unidad cósmica
Las experiencias propias de la MPB I están cargadas de asociaciones místicas y suelen experimentarse como algo santo o sagrado, aunque quizás resultaría más adecuado calificarlas -como hacía C.G. Jung para eludir cualquier tipo de connotación religiosa- de numinosas. Este tipo de experiencias va acompañado de la sensación de haber penetrado en una dimensión superior de la existencia. Las experiencias propias de la MPB I suelen tener un importante componente espiritual, al que suele describirse como una sensación profunda de unidad y de éxtasis cósmico, estrechamente ligado a las experiencias que acompañan a un buen útero: paz, tranquilidad, sosiego, alegría y beatitud. En ese estado, nuestra percepción cotidiana del espacio y del tiempo parecen desvanecerse y nos convertimos en un «ser puro». El lenguaje es tan impropio para expresar la esencia de este estado que solemos referirnos a él diciendo que es «indescriptible» o «inefable».
Las descripciones de la unidad cósmica están plenas de paradojas que violan la lógica aristotélica. En la vida cotidiana, por ejemplo, creemos que las cosas no pueden ser y no ser ellas mismas al mismo tiempo, o que no pueden ser nada más que lo que son. «A», por ejemplo, no puede ser «no A» ni tampoco puede ser «B». Una experiencia de unidad cósmica, sin embargo, puede «carecer de contenido y abarcar, al mismo tiempo, a todo lo que es», o también podemos sentir que «carecemos de ego» y experimentar que nuestra conciencia se ha expandido hasta llegar a englobar a todo el universo. Podemos llegar a sentimos humillados y sobrecogidos por nuestra propia insignificancia y tener simultáneamente la sensación de ser extraordinariamente importantes, pudiendo llegar, incluso, en ocasiones, a identificarnos con Dios. Podemos percibirnos a nosotros mismos como existiendo y no existiendo simultáneamente, o percibir vacíos a todos los objetos materiales mientras la vacuidad aparece colmada de formas.
En el estado de unidad cósmica suele experimentarse la posibilidad de acceder de manera directa, inmediata e ilimitada a todo el conocimiento y sabiduría del universo, lo cual no supone, sin embargo, que dispongamos de una pormenorizada información técnica que tenga una aplicación práctica sino que se trata, más bien, de una especie de revelación sobre la naturaleza de la existencia. Estas sensaciones suelen ir acompañadas de la certeza de que este conocimiento es mucho más valioso y «real» que las creencias y percepciones que sostenemos y compartimos en la vida cotidiana. Los antiguos upanishads hindúes se refieren a esta comprensión profunda en los misterios últimos de la existencia cuando hablan de «eso, el conocimiento que nos proporciona el conocimiento de todas las cosas».
El rapto asociado con la MPB I suele describirse como un «éxtasis oceánico». Cuando veamos la sección correspondiente a la MPB III nos encontraremos con una forma de arrebato muy diferente asociada con el proceso de muerte-renacimiento para el que he acuñado el término éxtasis volcánico, un salvaje arrebato dionisíaco, la explosión de una enorme cantidad de energía, el fuerte impulso a la actividad febril. La energía oceánica de la MPB I, que podría ser calificada de apolínea, implica, por su parte, la supresión armónica de todas las fronteras en una clima de sosiego y paz. Con los ojos cerrados y el cuerpo in- móvil, se manifiesta como una experiencia interna independiente que participa de los atributos que acabamos de describir pero, cuando abrimos los ojos, se transforma en una sensación de fusión, de «ser uno» con todo lo que nos rodea.
En el estado oceánico, el mundo parece ser indescriptiblemente radiante y hermoso. La necesidad de razonar se ve drásticamente atenuada y el universo «deja de ser un rompecabezas que debemos comprender para convertirse en un misterio que debemos experimentar». Todo parece absolutamente perfecto y casi resulta imposible encontrar algo negativo en la existencia. Esta sensación de perfección llega incluso a ser aparentemente contradictoria, como Ram Dass resume muy sucintamente con una frase que escuchó a su guru del Himalaya: «El mundo es absolutamente perfecto, incluida nuestra insatisfacción y nuestros intentos por cambiarlo». Cuando experimentamos el estado oceánico, el mundo entero parece un lugar acogedor en el que podemos sentirnos seguros y es muy probable, por tanto, que asumamos una actitud infantil, pasiva y dependiente. En ese estado el mal parece efímero, irrelevante e, incluso, inexistente.
La sensación de éxtasis oceánico está estrechamente vinculada con las «experiencias cumbre» de las que hablaba Abraham Maslow, quien las caracterizaba del siguiente modo: una sensación de plenitud, unidad e integración; sin esfuerzo y relajado; completamente nosotros mismos; utilizando plenamente todas nuestras capacidades; libres de bloqueos, inhibiciones y miedos; espontáneos y expresivos; en el aquí y el ahora; psquismo y espíritu puro; sin deseos ni necesidades; al mismo tiempo infantiles y maduros y con una gracia que se halla mu- cho más allá de las palabras. Mis observaciones sobre el éxtasis oceánico son el fruto de un trabajo experiencial de regresión mientras que las descripciones de Maslow, por su parte, pro- vienen de su estudio de las experiencias cumbre espontáneas que tienen lugar en la vida adulta. El estrecho paralelismo existente entre ambas sugiere que la raíz de algunas de nuestras motivaciones más poderosas se remonta a una etapa vital mu- cho más remota de lo que los psicólogos han considerado posible hasta ahora.


La agonía de un «real útero»

Hasta ahora hemos explorado el complejo simbolismo aso- ciado con el «buen útero», las experiencias intrauterinas apacibles. Las perturbaciones prenatales, por su parte, tienen sus propias características distintivas y, a menos que sean muy extremas -como el peligro de muerte, el intento de aborto o una grave intoxicación, por ejemplo-, sus síntomas suelen ser relativamente leves. Se trata de experiencias notablemente diferentes a las desagradables y dramáticas manifestaciones asociadas con el proceso del nacimiento (como las imágenes de guerras, escenas sadomasoquistas, sensaciones de ahogo, dolor y presión insoportables, violentos temblores y contracción espástica de los grandes músculos). La mayor parte de los problemas de la vida intrauterina tienen que ver con agresiones químicas y, por consiguiente, los temas predominantes están relacionados con la naturaleza inhóspita y contaminada, el envenenamiento y peligrosas influencias malignas.
La cristalina transparencia del océano puede enturbiarse y transformarse en algo sombrío y ominoso repleto de todo tipo de peligros subacuáticos ocultos. Algunos de ellos pueden percibirse como criaturas de naturaleza grotesca, como presencias demoníacas de aspecto aterrador, amenazante y malvado. Uno puede identificarse con peces y otras formas de vida acuática amenazadas por la contaminación industrial de los ríos y de los océanos o como embriones de pollo antes de la incubación amenazados por su propios productos de desecho. De manera a similar, la visión de un cielo cuajado de estrellas característica de las experiencias relacionadas con un buen útero pueden ver- se súbitamente empañada por la niebla y por la bruma. Las perturbaciones visuales se parecen a las imágenes distorsionadas de las pantallas de televisión en mal estado.
También son propias de un mal útero las escenas de residuos industriales, guerras químicas, vertidos tóxicos que contaminan el aire y la identificación con prisioneros que mueren en las cámaras de gas de los campos de concentración. Uno también puede sentir la presencia casi tangible de entidades malévolas, influencias extraterrestres y fuerzas astrológicas. En tal caso, la disolución de las fronteras -que en los episodios de vida intrauterina sin perturbaciones conlleva una sensación de unión mística con el mundo- se transforma en una sensación de des- concierto y amenaza que nos hace sentir vulnerables a los ataques del mal y, en caso extremo, puede terminar conduciendo a una distorsión paranoide de nuestra percepción del mundo.


En los dominios de la experiencia transpersonal

Como ya hemos visto en el relato que iniciaba este capítulo, el mundo prenatal propio de las MPB I suele servir de puerta de entrada a los dominios transpersonales del psiquismo que describiremos detalladamente más adelante. Aunque nos identifiquemos con las experiencias de un buen o de un mal útero, podemos también experimentar fenómenos transpersonales específicos que comparten ciertas emociones y sensaciones físicas con esos estados. A veces estas experiencias pueden re- montarse muy atrás en el tiempo y referirse a episodios de la vida de nuestros ancestros -humanos o animales- y secuencias y flashbacks kármicos procedentes de otros períodos de la historia humana. En otras ocasiones, por último, podemos trascender las fronteras que nos hacen sentir separados del resto del mundo y llegar a fundirnos con personas, grupos, animales, plantas e, incluso, procesos inorgánicos.
Entre todas estas experiencias destacan, por su especial interés, los encuentros con diversas entidades arquetípicas, particularmente las deidades beatíficas o airadas. El estadio del éxtasis oceánico suele ir acompañado de la visión de deidades bondadosas, como la Madre Tierra y otras Grandes Diosas Madres, el Buda, Apolo, etcétera. Por otra parte, como ya mencionábamos anteriormente, las perturbaciones de la vida intrauterina suelen ir acompañadas de imágenes de demonios procedentes de diferentes culturas. En el trabajo experiencial avanzado, los participantes suelen tener revelaciones que favorecen la integración de la experiencia de un buen útero y de un mal útero y una comprensión profunda que les permite descubrir la función que cumplen todas estas deidades en el orden cósmico.
Ilustremos ahora la integración entre el buen y el mal útero, con algunas de las notas aportadas por Ben, un hombre que, mientras revivía experiencias de su vida intrauterina, nos habló de su encuentro con seres arquetípicos que le permitieron com- prender ciertos aspectos característicos de las deidades y demonios propios de los panteones hindúes y tibetanos. Ben com- prendió súbitamente la relación existente entre el estado de Buda sedente sobre un loto en postura de meditación profunda y la situación que experimenta un feto en un buen útero. La paz, tranquilidad y gozo del Buda, aunque no idéntica a la beatitud del feto, comparte con él ciertas características, por decirlo así, «en una octava superior». Los demonios que rodean al Buda y que suelen acechar su paz en las estampas hindúes y tibetanas le parecieron también una representación adecuada de las perturbaciones que pueden acompañar a las MPB I.
Ben distinguió dos tipos de demonios, los demonios agresivos, feroces y sedientos de sangre (representados con dientes, puñales y lanzas), que simbolizan los peligros y sufrimientos que acompañan al proceso del nacimiento biológico, y los demonios insidiosos, aterradores y traicioneros, que simbolizan las influencias nocivas de la vida intrauterina. En otro nivel diferente, Ben también experimentó lo que no dudó en interpretar como recuerdos de reencarnaciones pasadas. En su opinión, ciertos elementos de su «mal karma» habían entrado en su vida en forma de perturbaciones embrionarias, el trauma del nacimiento y las experiencias negativas asociadas con la lactancia y comprendió que las experiencias de un «mal útero», del trauma del nacimiento y de un «mal pecho» eran los puntos cruciales a través de los cuales las influencias kármicas del pasado llegaban a afectara su vida presente.'
Los aspectos psicológicos y espirituales de las MPB I suelen ir acompañados de determinados síntomas físicos. Así, mientras que las experiencias de un buen útero confieren una sensación profunda de salud y bienestar fisiológico, la reviviscencia de traumas intrauterinos, por su parte, conlleva una diversidad de manifestaciones físicas desagradables, las más comunes de las cuales son los síntomas que suelen acompañar a un resfriado o una gripe, dolores musculares, escalofríos, ligeros temblores y una sensación de malestar general. Igualmente frecuentes son los síntomas asociados a la resaca, como dolor de cabeza, náuseas, malestar intestinal y gases. Estas sensaciones pueden ir acompañadas de un gusto desagradable en la boca que las personas describen de diferentes modos como sangre en descomposición, yodo, sabor metálico o, más simplemente, «veneno». Nuestro intento de confirmar este tipo de experiencias nos ha llevado a descubrir que, en tales casos, la madre estaba enferma durante el embarazo, tenía hábitos alimenticios inadecuados, trabajaba o vivía en ambientes tóxicos o era adicta al alcohol o las drogas.




Donde se funden las experiencias adultas y perinatales

Además de todos los aspectos que acabamos de mencionar, las MPB I suelen estar asociadas a ciertos recuerdos de la vida postnatal. Los aspectos positivos de esta matriz representan el fundamento natural sobre el que se apoyan todas las experiencias agradables de nuestra vida (sistemas COEX positivos). Durante el trabajo experiencial sistemático, la gente suele des- cubrir la profunda relación existente entre el éxtasis oceánico de las MPB I y los recuerdos de los períodos felices de la infancia y la adolescencia, como el juego despreocupado y gozoso con compañeros o ciertos episodios armoniosos de la vida familiar. Las relaciones positivas, los amores intensos y las relaciones sexuales placenteras también suelen estar asociados a períodos positivos de la vida fetal. En el trabajo experiencial profundo, las personas suelen comparar el éxtasis oceánico que acompaña a un buen útero con ciertas formas de rapto que podemos experimentar durante la vida adulta.
La contemplación de escenarios naturales de gran belleza -como, por ejemplo, el esplendor de un amanecer o de un crepúsculo, la pacífica majestad del océano, la imponente grandeza de una montaña coronada de nieve o la mística de la aurora boreal- puede reestimular muchas de las experiencias asociadas a esta matriz. Del mismo modo, el misterio insondable de un cielo estrellado contemplado junto a una gigantesca sequoia de tres mil años de edad o la exótica hermosura de las islas tropicales puede evocar también sensaciones muy próximas a las de la MPB I. Por otra parte, este tipo de estados mentales también pueden ser reestimulados por creaciones humanas estética o artísticamente inusuales, como la música inspirada, las grandes pinturas o las espectaculares edificaciones de los antiguos palacios, catedrales o pirámides. En las sesiones en las que predomina la primera matriz perinatal todas estas imágenes suelen emerger de manera espontánea.
Del mismo modo que las experiencias positivas de la vida adulta pueden ponernos en contacto con los recuerdos de un buen útero, las experiencias negativas, por su parte, son capaces de despertar el recuerdo de las perturbaciones de la vida intrauterina. En tal caso podemos descubrir las molestias gastrointestinales asociadas a una intoxicación alimenticia o la resaca y el malestar asociados a una infección vírica. La contaminación del aire y del agua y la ingestión de diversos tipos de tóxicos son también factores desencadenantes. Indirectamente, las imágenes de contaminación de la naturaleza, de vertidos industriales y de depósitos de chatarra pueden producir el mismo efecto. Las experiencias submarinas suelen también constituir un poderoso recordatorio de la vida intrauterina. La inocente belleza de un arrecife de coral con sus coloridos peces tropicales pueden despertar las sensaciones del éxtasis oceánico del útero y, por el contrario, nadar entre aguas turbias y contaminadas o encontrarse con peligros submarinos pueden recrear la constelación psicológica que acompaña a un mal útero. Desde este punto de vista, en las últimas décadas el ser humano ha modificado considerablemente la biosfera de nuestro planeta en la dirección de un mal útero.



Comienza una nueva fase

Pero sea lo que fuere lo que hayamos experimentado en el útero, esa situación llega a su fin a partir de un determinado momento. El feto debe sufrir la transición de un organismo acuático simbiótico a una forma de existencia completamente diferente. Aun en el caso de tratarse de un parto sin problemas, ésta constituye una verdadera prueba de fuego, un verdadero viaje épico plagado de peligros físicos y emocionales. En el momento en que comienza el parto el universo intrauterino del feto se ve seriamente perturbado. Los primeros signos de esta perturbación son muy sutiles y consisten en ligeros cambios hormonales. Con la aparición de las primeras contracciones, sin embargo, estos cambios son cada vez más intensos y dramáticos. El feto comienza entonces a experimentar una in- tensa sensación de malestar físico y una situación de extrema alarma. Con las primeras señales del comienzo del proceso del nacimiento, la conciencia del feto penetra en un conjunto de experiencias completamente diferentes a lo que ha conocido has- ta ese momento, las experiencias asociadas a la MPB II -la pérdida del universo amniótico y el comienzo del proceso del nacimiento-, una fase del temprano drama de la vida que será el objeto del siguiente capítulo.














3. LA EXPULSION DEL PARAÍSO: MPB II




Los dolores corporales eran tan insoportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, (..1j no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que había de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada, en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento que yo no sé cómo lo encarecer.
SANTA TERESA DE ÁVILA, Vida



Apenas comenzó la sesión se encontró en el despreocupado universo de un niño satisfecho. Todas sus percepciones, sentimientos y sensaciones eran infantiles. La experiencia era tan real y auténtica que incluso salivaba y eructaba y sus labios realizaban movimientos involuntarios de succión. De tanto en tanto, sin embargo, estas imágenes se entremezclaban con escenas tensas y conflictivas del mundo de los adultos. El con-traste entre el sencillo mundo del niño y las dificultades de la vida adulta le resultaba doloroso y parecía despertar en él el deseo profundo de volver a la primitiva felicidad infantil. Presenció imágenes de asambleas religiosas, mítines políticos y multitudes buscando la seguridad que proporcionan las organizaciones y las ideologías. Entonces comprendió súbitamente que lo que todos ellos albergaban en su interior era el anhelo de regresar a la experiencia primal de éxtasis oceánico que él acababa de revivir en el útero y en el pecho de su madre.
El clima era cada vez más ominoso y parecía plagado de amenazas ocultas. La habitación comenzó a dar vueltas y pronto se vio arrastrado hasta el mismo centro de un turbulento remolino. Recordó entonces la sobrecogedora descripción de una situación similar hecha por Edgard Allan Poe en Descenso al Maélstrom. Todos los objetos de la habitación parecían girar a su alrededor y de pronto apareció en su mente otra imagen literaria, el ciclón de El mago de Oz, de Franz Baum, que aparta a Dorothy de su monótona vida en Kansas y la arrastra a través de un insólito viaje plagado de aventuras. Esta experiencia era indudablemente similar a la entrada en la madriguera del conejo de Alicia en el País de las Maravillas y estaba impaciente por descubrir el mundo que encontraría del otro lado del espejo. Todo el universo parecía colapsarse sobre él y no podía hacer nada para atajar la sensación apocalíptica de ser tragado.
Cuanto más penetraba en el laberinto de su inconsciente, mayor era su ansiedad, rayana ya en el pánico. Todo era tenebroso, opresivo y aterrador. Era como si soportara el peso del mundo entero y sentía una enorme presión hidráulica que amenazaba con hacer estallar su cráneo y convertir su cuerpo en una partícula minúscula y extraordinariamente densa. El malestar se convirtió en dolor y el dolor terminó transformándose en agonía. El tormento era tan intenso que sentía como si cada célula de su cuerpo estuviera siendo perforada con el taladro de un dentista diabólico.'


El útero absorbente

El relato anterior ilustra la forma en que un adulto puede revivir las primeras fases del proceso del nacimiento y también muestra que el recuerdo de ser expulsado del útero y atravesar el difícil canal del nacimiento puede entremezclarse con ciertas situaciones adultas que comparten características similares. El fundamento biológico de la MPB II descansa en la última etapa de la vida intrauterina y en la aparición de las primeras contracciones. Al comienzo, los cambios son fundamentalmente químicos, pero luego adquieren una naturaleza predominante- mente mecánica, de modo que las señales hormonales y los cambios bioquímicos en los organismos de la madre y del niño que anuncian el comienzo del parto son pronto acompañados por una intensa actividad muscular uterina.
Así pues, el mismo útero que durante el embarazo normal es relativamente amable y previsible comienza a sufrir fuertes contracciones periódicas. A partir de ese momento, el mundo del feto se hace cada vez más opresivo y apremiante causando ansiedad y un gran malestar físico. Cada contracción comprime las arterias uterinas y dificulta el intercambio de sangre entre la madre y el feto. Se trata de una situación muy alarmante para el feto porque supone una interrupción del suministro de oxígeno y de alimento vital, y la ruptura definitiva de ciertas conexiones muy importantes con el organismo materno. En ese momento, el cuello del útero permanece todavía cerrado. De este modo, las contracciones -con la cérvix cerrada- y los cambios bioquímicos desfavorables terminan combinándose para crear un entorno tan doloroso y amenazante como para provocar en el feto la sensación de que no existe ningún modo de escapar de la situación. No es de extrañar, pues, que, en esta matriz, la muerte y el nacimiento se hallen tan estrechamente relacionados.
El lapso de tiempo durante el cual el feto permanece en este difícil callejón sin salida varía considerablemente de persona en persona. Para algunos consiste en unos pocos minutos, para otros, en cambio, dura varias horas. La sensación de sentirse atrapado es habitual antes de la apertura del cuello del útero pero, en ciertos casos, el proceso del nacimiento puede verse perturbado incluso en estadios posteriores. Existen una serie de posibles problemas adicionales que impiden el desarrollo normal del parto: la pelvis de la madre puede ser demasiado estrecha, las contracciones del útero demasiado débiles o la placen- ta puede bloquear la apertura del útero; en otras ocasiones, en cambio, el niño es demasiado grande o yace en una posición irregular que perturba el proceso del nacimiento. Todas estas circunstancias pueden convertir el ya difícil proceso del nacimiento en algo todavía más traumático de lo normal. Obvia- mente, en las sesiones experienciales en las que la persona re- vive su propio nacimiento podemos encontrarnos con todos los elementos que acabamos de mencionar.
Pero los factores biológicos no son los únicos que determinan nuestra experiencia de esta matriz perinatal. Los informes de quienes han participado en sesiones y talleres de terapia experiencial profunda indican que también es posible revivir el miedo y la confusión de una madre inexperta, de una madre negativa o de una madre muy ambivalente con respecto al niño. Pareciera así como si las emociones contradictorias de la madre pudieran obstaculizar la interacción fisiológica normal entre las contracciones del útero y la apertura del cuello de la matriz, lo cual, a su vez, puede perturbar, prolongar o complicar la dinámica natural del proceso del nacimiento.


Atrapado en un inundo hostil

Desde un punto de vista subjetivo, el hecho de revivir el comienzo del parto va acompañado de una gran ansiedad y de una sensación de inminente peligro de muerte. Pareciera como si todo el universo se hallara amenazado por un peligro misterioso que eludiera todos nuestros esfuerzos por identificarlo. Al comienzo se trata de una serie de cambios de naturaleza química que pueden experimentarse como una enfermedad o una intoxicación y, en casos extremos, la persona puede llegar a experimentar la paranoia o el miedo de hallarse realmente en peligro. El intento del sujeto de encontrar una explicación a esta situación amenazante puede llevarle a atribuirla a venenos, radiaciones electromagnéticas, fuerzas malignas, organizaciones secretas o incluso influencias extraterrestres. En este sentido, una de las causas fundamentales de los estados paranoicos pa- rece residir en la emergencia espontánea de recuerdos de perturbaciones intrauterinas o de trastornos que acompañan al comienzo del proceso del parto.
A medida que esta experiencia amenazadora prosigue y se intensifica, la persona puede llegar a percibir un gigantesco re- molino que la arrastra implacablemente hacia su centro. También puede parecer que la tierra se agrieta y se traga al involuntario aventurero, arrastrándolo hasta los oscuros laberintos de un aterrador mundo subterráneo. Otra versión de la misma sensación puede ser la de sentirse devorado por un monstruo arquetípico o caer en los tentáculos de un pulpo gigantesco o en la red de una enorme tarántula. La experiencia puede ad- quirir proporciones tan inverosímiles que no sólo puede afectar al sujeto sino a todo el mundo. En tal caso, el clima general que la acompaña es el de un incidente apocalíptico que destruye la paz del mundo intrauterino y transforma la libertad oceánica y cósmica del feto en una trampa aterradora y en la sensación abrumadora de ser dominado por fuerzas externas desconocidas.
La persona que experimenta plenamente una MPB II se sien- te atrapada y prisionera de una pesadilla claustrofóbica. El campo visual se torna sombrío y amenazante y el clima general es el de un sufrimiento físico y emocional insoportable. Simultánea- mente, el sujeto pierde toda noción del tiempo lineal y lo que ocurre parece que no vaya a finalizar nunca. Quien se halla bajo la influencia de la MPB II conecta de manera exclusiva con los aspectos más desalentadores de la existencia humana y su psiquismo se vuelve agudamente consciente de los rincones más oscuros, negativos y desagradables del universo. El planeta se convierte entonces en un lugar apocalíptico lleno de terror, sufrimiento, guerras, epidemias, accidentes y desastres naturales. Al mismo tiempo, también le resulta imposible apreciar alguna de las cualidades positivas de la existencia, como el amor, la amistad, el arte, los descubrimientos científicos o la belleza de la naturaleza. Alguien que esté atravesando este estado puede con- templar, por ejemplo, a unos niños jugando y pensar de inmediato en esas mismas personas ya ancianas, o mirar una hermosa rosa y pensar en lo poco que tardará en marchitarse.
La MPB II suscita una conexión casi mística con el sufrimiento del mundo y lleva al sujeto a identificarse con la víctima, el pisoteado y el oprimido. En los estados no ordinarios de conciencia gobernados por esta matriz nos identificamos con los millones de hombres y de mujeres que han muerto a lo largo de todas las guerras que han asolado a la humanidad, con los prisioneros que han sufrido o muerto en las mazmorras, en las cámaras de tortura, en los campos de concentración o en los manicomios de todo el mundo. Los temas más frecuentemente asociados con esta matriz son las escenas de dolor, hambruna y escasez y los peligros del frío, el hielo y la nieve, lo cual podría estar relacionado con el hecho de que las contracciones dificultan el flujo de sangre, alimento y calor desde el organismo materno hasta el feto. Otro aspecto característico de la MPB II es el clima deshumanizado, grotesco y extraño del mundo propio de los autómatas, los robots y los artilugios mecánicos. Las imágenes de anormalidades humanas, de monstruos de feria y el inundo frívolo y superficial de los cabarets también corresponden al simbolismo característico de la segunda matriz perinatal.
La MPB II suele ir acompañada de una serie de manifestaciones físicas muy diversas. Todas ellas implican tensión corporal y una postura que expresa la sensación de encontrarse atrapado en una lucha inútil. El sujeto puede sentir una gran opresión en la cabeza y en el cuerpo, pesadez en el pecho y diferentes combinaciones de dolor físico intenso. La cabeza se mantiene inclinada hacia adelante, con la mandíbula apretada y el mentón presionado contra el pecho; los brazos suelen también plegarse sobre el pecho con las manos apretando fuertemente los pulgares. Es frecuente también que las rodillas estén dobladas y las piernas permanezcan completamente flexionadas completando la imagen de la posición fetal. La congestión de la sangre en los capilares cutáneos también suele favorecer la aparición de manchas rojas en diferentes partes del cuerpo.


Donde se unen el comienzo y el final

Quienes establecen contacto con la MPB II tienden a considerar la existencia humana como algo completamente futil. Quizás sientan eso porque consideren que todo es impermanente y que, por tanto, la vida carece de todo sentido y cualquier objetivo es ingenuo, vacío y, a fin de cuentas, un engañoso de- satino. Desde esta perspectiva, cualquier esfuerzo, ambición o sueño futuro está condenado necesariamente al fracaso. En los casos extremos, el ser humano aparece como una víctima que sostiene una lucha quijotesca contra fuerzas desproporcionada- mente superiores en la que no tiene la menor probabilidad de salir victorioso.
En el momento del nacimiento nos vemos arrojados a este mundo sin tener la menor posibilidad de elección. De lo único que podemos estar seguros es de que un día moriremos. Hay un antiguo refrán latino que expresa de manera sucinta la condición del ser humano: Mors certa, hora incerta (La muerte es segura, lo único que ignoramos es la hora). El espectro de la muerte ronda sobre nuestras cabezas recordándonos de continuo la impermanencia de todas las cosas. Llegamos a este mundo desnudos de toda posesión, en medio del dolor y de la angustia, y es así como lo abandonaremos. Y hagamos lo que hagamos por modificar esta ecuación fundamental jamás lograremos alterar un ápice el resultado.
Las experiencias propias de este nivel suelen revelar la profunda relación existente entre el dolor que acompaña al proceso del nacimiento y el de la muerte. Darse cuenta de la similitud existente entre estas dos situaciones comporta una sensación profunda de nihilismo y crisis existencial, lo cual resulta evidente en la falta de sentido de la vida y la futilidad de cualquier intento de cambiarla. Ante el momento de la muerte, la vida de poderosos reyes, de ilustres caudillos militares, de atractivas estrellas de cine o de cualquier persona que haya logrado la fama y la fortuna no difiere, en modo alguno, de la de cualquiera de nosotros. Esta profunda revelación existencial -que suele acompañar a la experiencia de revivir esta matriz- es la que da sentido a expresiones tales como: «Polvo eres y en polvo te convertirás» o «Entonces se desvanecerá toda la gloria de este inundo».


Emociones individuales y reflexiones culturales sobre la MPB II

Es fascinante advertir el profundo paralelismo existente entre la impronta que dejan en la conciencia del ser humano las sensaciones y percepciones propias del estadio de no salida del nacimiento y la filosofía y la obra de existencialistas tales como Sóren Kierkegaard, Albert Camus y Jean Paul Sartre, por ejemplo. Estos filósofos sentían y expresaban de manera dolorosa- mente vívida los temas fundamentales de esta matriz sin llegar a ser capaces de vislumbrar la única solución posible, la apertura y la trascendencia a las dimensiones espirituales. Las personas que conectan con elementos de su psiquismo vinculados con la MPB II comprenden que la filosofía existencial refleja de manera magistral la impotencia y el sin sentido propios de este estado. El mismo Sartre tituló con el nombre A puerta cerrada una de sus más famosas obras. Merece la pena señalar que Sartre tuvo una importante -y mal resuelta- experiencia con una sustancia psicodélica, la mescalina, el alcaloide activo del peyote, un cactus mexicano que los nativos utilizan ritualmente de modo sacramental. Las notas que tomó el mismo Sartre sobre esta sesión indican claramente su profunda vinculación con experiencias relacionadas con la MPB II.
Las personas que padecen síntomas tales como depresión profunda, pérdida de iniciativa, falta de sentido, falta de interés por la vida e incapacidad de disfrutar suelen estar bajo el fuerte influjo de esta faceta del inconsciente. Lo mismo ocurre con aquellos que, si bien no han experimentado una depresión clínica, conocen, sin embargo, sensaciones similares ligadas a la separación, la alienación, la impotencia, la desesperación e, incluso, la soledad metafísica. Además, muchos de nosotros conocemos la sensación de inferioridad y culpa que suele acompañar a aquellas situaciones o circunstancias de nuestra vida que parecen confirmar nuestra inutilidad, nuestra cobardía o nuestra maldad. Por otra parte, cuando pasa el tiempo y tenemos la suficiente distancia como para ver nuevamente las cosas con objetividad, solemos darnos cuenta de que estos sentimientos eran completamente desproporcionados con respecto a los acontecimientos que los desencadenaron. No obstante, en el mismo momento en que las experimentamos, estamos plenamente con- vencidos de que estas emociones son adecuadas y de que están plenamente justificadas aunque alcancen la dimensión metafísica del pecado original. En tales casos, no tenemos siquiera en cuenta la posibilidad de que estos sentimientos hundan sus raí- ces en los tempranos engramas que dejó la MPB II en nuestra conciencia.
Las experiencias propias de la MPB II suelen caracterizarse por la siguiente tríada: miedo a la muerte, miedo a no regresar y miedo a enloquecer. Ya hemos hablado del tema de la muerte, que suele ir acompañado de la sensación de que nuestra vida se halla seriamente en peligro. Una vez que este sentimiento está presente, la mente es capaz de fabricar multitud de respuestas para tratar de hallar una «explicación» racional a lo que ocurre: la proximidad de un ataque cardíaco, el efecto de una «sobre- dosis» en el caso de acompañar a la ingesta de una droga psicodélica, etcétera. El hecho es que la memoria celular del nacimiento puede emerger en la conciencia presente con tal intensidad que la persona llegue a creer sin ningún género de dudas que se halla en peligro inminente de muerte.
La pérdida de toda sensación de tiempo lineal asociada a esta matriz puede llevar al sujeto a la convicción de que su tormento será eterno, una conclusión que está basada en la errónea noción -que también encontramos en las principales religiones- de que la eternidad es un intervalo de tiempo de reloj más que una experiencia de lo atemporal, es decir, la experiencia de estar por completo fuera del tiempo. La sensación de desesperación y la preocupación por «no regresar jamás» constituye una característica experiencia) asociada a la MPB II que no tiene, sin embargo, el menor valor predictivo en relación con el resultado de la experiencia. Paradójicamente, la forma más rápida de salir de esta situación consiste en la aceptación plena de la desesperación y en el reconocimiento consciente de las sensaciones originales del feto.
El mundo propio de la MPB II -con sus sensaciones de peligro inminente, de engolfamiento cósmico, de carencia de sentido, de percepción grotesca del mundo y de pérdida de toda sensación de tiempo lineal- es tan diferente de nuestra realidad cotidiana que podemos llegar a creer que estamos al borde de la locura. En tal caso, el sujeto experimenta la pérdida de todo control mental y está convencido de que ha ido más allá de la raya y está en peligro de sufrir un ataque psicótico. Es posible que la comprensión intelectual de que la forma extrema de esta experiencia sólo refleja el trauma de los estadios iniciales del nacimiento nos ayude a superar la situación. Una versión más moderada de esta misma experiencia es la convicción de que nuestra incursión en la MPB II nos ha proporcionado una comprensión tan clara y decisiva de la falta de sentido de la existencia que ya nunca más volveremos a ser capaces de engañarnos lo suficiente como para funcionar eficazmente en este mundo.



La imaginería espiritual y la comprensión ligada a la MPB II

Al igual que ocurre con la primera matriz perinatal, la MPB II también tiene un rica dimensión espiritual y mitológica. Las culturas de todo el mundo están llenas de imágenes arquetípicas que expresan la cualidad propia de las experiencias que pertenecen a esta categoría. Las imágenes del infierno y del mundo subterráneo que nos ofrecen la mayor parte de las culturas, por ejemplo, constituyen un motivo característico de un insoportable sufrimiento físico y emocional que parece interminable. Aunque sus pormenores concretos puedan diferir de un grupo cultural a otro, la mayoría de estas imágenes comparten, sin embargo, ciertas características comunes y re- presentan el contrapunto negativo y el opuesto polar de los diferentes paraísos que hemos discutido al hablar de la MPB I. El clima de este lóbrego mundo subterráneo es opresivo y, en él, la naturaleza está ausente o se halla degradada, contaminada o presenta una apariencia peligrosa: ciénagas, ríos hediondos, árboles infernales con venenosos frutos, regiones polares, lagos de fuego y ríos de sangre. En este mundo, uno puede presenciar o padecer torturas o agudos dolores infligidos por demonios armados con dagas, lanzas u horcas, hervir en calderos o congelarse en regiones heladas, o sentirse estrangulado y triturado. En el infierno no hay más que emociones negativas: miedo, desesperación, impotencia, culpabilidad, caos y confusión.
La condena y el suplicio eterno propio de esta matriz perinatal suelen estar representados por importantes figuras arquetípicas. Los antiguos griegos parecían estar en estrecho contacto con esta dimensión. Sus tragedias, que giraban en torno a maldiciones insuperables, a pecados que se transmitían de una generación a la siguiente y a la imposibilidad de escapar del propio destino, reflejan de manera muy precisa la atmósfera propia de la MPB II. Los personajes de la mitología griega que simbolizan tormentos eternos alcanzan proporciones épicas. La imagen de Sísifo en las profundidades del infierno tratando inútilmente de subir una enorme piedra a lo alto de una montaña que caía cada vez que asomaba la más leve esperanza de que estaba progresando; la rueda incandescente y giratoria a la que permanece atado Ixion por toda la eternidad en las entrañas del mundo subterráneo; el suplicio de Tántalo, condenado a padecer hambre y sed mientras permanece de pie en un estanque de aguas cristalinas con un apetitoso racimo de uvas pendiendo sobre su cabeza y el encadenamiento de Prometeo a una roca, torturado por un buitre que se alimenta de su hígado, son ejemplos muy ilustrativos de lo que acabamos de decir.
En la literatura cristiana, la MPB II se ve reflejada en la «noche oscura del alma» de la que nos hablan místicos como San Juan de la Cruz, quien la consideraba un estadio funda- mental del proceso de desarrollo espiritual. También resulta especialmente relevante, en este sentido, la historia de Adán y Eva, su expulsión del Paraíso y el origen del pecado original. El Génesis se refiere a esta situación ligada al nacimiento y al trabajo cuando dice, por boca de Dios: «Parirás con dolor y ganarás el pan con el sudor de tu frente». La historia del Ángel Caído, por su parte, refleja la pérdida del reino de los cielos que con- lleva la instauración de la polaridad entre el cielo y el infierno. Las descripciones cristianas del infierno están estrechamente relacionadas con las experiencias propias de la MPB II.
En los estados no ordinarios de conciencia muchas personas comprenden que las enseñanzas religiosas sobre el infierno tienen que ver con experiencias propias de la MPB 11, lo que confiere un halo de verdad a conceptos teológicos que, de otro modo, resultarían incomprensibles. La relación con estos re- motos recuerdos inconscientes podría explicar la razón por la cual las imágenes del infierno y del mundo subterráneo ejercen una influencia tan poderosa tanto sobre los niños como sobre los adultos. La descripción bíblica de las angustiosas pruebas a las que Dios sometió a Job y el martirio, la desesperación, la humillación y la crucifixión de Cristo también se hallan estrechamente relacionadas con la MPB II.
El simbolismo clásico utilizado por la literatura espiritual budista para referirse a la MPB II es la historia de las «Cuatro Visiones de la Impermanencia» de la vida del Buda, donde se habla de los cuatro hechos determinantes de su decisión de abandonar a su familia y la vida palaciega para dedicarse a buscar la iluminación. En uno de sus viajes fuera de la ciudad presenció cuatro escenas que le conmovieron de una manera in- deleble. La primera de ellas -que representa su encuentro con la vejez- fue el hecho de tropezar con un hombre decrépito que tenía los dientes rotos, el pelo cano gris y caminaba con el cuerpo encorvado. La segunda representa su descubrimiento de la enfermedad, y tuvo lugar cuando vio a una persona que yacía en una zanja junto a la carretera. La tercera -que representa su comprensión plena de la existencia de la muerte y de la impermanencia- tuvo lugar al encontrarse con un cadáver. La última visión fue su encuentro con un monje de pelo rapado vestido con una túnica azafrán que parecía irradiar una sensación de paz que estaba más allá de todo sufrimiento. Así pues, la súbita toma de conciencia de la impermanencia de la vida, del hecho incuestionable de la muerte y de la existencia del sufrimiento, dieron al Buda el impulso necesario para renunciar al mundo y emprender su propio viaje espiritual.
Durante el trabajo experiencial con la MPB II, las personas suelen atravesar crisis similares a las que pasó el Buda durante las «Cuatro Visiones de la Impermanencia». En estos casos, el inconsciente de la persona proporciona las imágenes de vejez, enfermedad, muerte e impermanencia que abocan a la crisis existencial. Entonces el sujeto experimenta la futilidad de una vida limitada a los placeres superficiales y a los objetivos mundanos y carente de espiritualidad. Esta revelación constituye un paso importante hacia la dimensión espiritual que comienza con la apertura de la cérvix y la consiguiente apertura del callejón sin salida propio de la MPB II.


Expresiones artísticas de la MPB II

Nuestros pacientes suelen referirse al Infierno de Dante como una descripción dramática de la MPB II y consideran que La divina comedia constituye el relato de un viaje de transformación y de apertura espiritual. Otras obras de arte que también transmiten este mismo clima son las novelas de Franz Kafka -que reflejan una culpabilidad y una angustia insondable-, las novelas de Fyodor Dostoyevski -llenas de sufrimiento, enajenación y una absurda crueldad- y ciertos pasajes de los escritos de Emile Zola en los que describe los aspectos más lúgubres y repulsivos de la naturaleza humana. Determinados cuentos de horror de Edgard Allan Poe, como El foso y el péndulo, por ejemplo, también contienen elementos propios de esta matriz. Las maldiciones del holandés y del judío errante Asvero, condenados a vivir y vagar eternamente hasta el fin de los tiempos, son otros ejemplos relevantes de la MPB II en el mundo de la literatura.
Entre las imágenes pictóricas que reflejan la atmósfera de la MPB II debemos mencionar las ilustraciones de los infiernos cristiano, musulmán y budista y las representaciones de las escenas del Eccehomo, el Calvario y la crucifixión de Jesús, por ejemplo. El mundo extraño y las criaturas de pesadilla de Hyeronimus Bosch (El Bosco), los grabados de los desastres de la guerra de Francisco de Goya y muchas imágenes surrealistas también pertenecen obviamente a esta categoría. Especial mención merecen las imágenes de Hansruedi Giger, un artista suizo que es un verdadero talento del reino perinatal. Su imaginería oscila entre la MPB II y la MPB III (que discutiremos en el próximo capítulo) y representa de manera manifiestamente explícita y fácilmente reconocible el simbolismo propio de las matrices perinatales. Giger fue galardonado con un Oscar por sus macabros diseños artísticos para la película Alien, el octavo pasajero, todos los cuales presentan rasgos perinatales espeluznantes. Para la segunda parte de esta película, Giger ha creado una imagen arquetípica fantástica de la Madre Devoradora, una aterradora araña extraterrestre con su diabólico nido.
Las películas de Federico Fellini, Ingmar Bergman, George Lucas, Steven Spielberg, etcétera, también son ricas en imágenes perinatales.


La MPB II y el papel de víctima en la vida cotidiana

Del mismo modo que ocurre con la MPB I, esta matriz está vinculada a ciertos recuerdos biográficos con los que comparte determinadas características. Así, los eventos registrados en la memoria que guardan relación con la MPB II suelen ser situaciones desagradables en las que nos sentimos amenazados e impotentes ante fuerzas abrumadoramente superiores a nosotros y en las que, por tanto, queda manifiesto nuestro papel de víctima. En este sentido, los recuerdos de incidentes que han pues- to en peligro nuestro bienestar o nuestra supervivencia física, como las intervenciones quirúrgicas, los abusos físicos, los accidentes automovilísticos y las mutilaciones de guerra, por ejemplo, son especialmente significativos. La similitud existente entre estos recuerdos y ciertos aspectos del trauma del nacimiento provoca que su registro en la memoria se asocie, de algún modo, a la MPB II.
Los acontecimientos muy traumáticos del presente reestimulan el material perinatal correspondiente y reactivan el viejo dolor emocional y físico. En tal caso, no sólo respondemos a la situación presente sino también a un trauma temprano y funda- mental de nuestra vida, lo cual podría explicar la profundidad de las lesiones psicológicas -y la duración de sus efectos negativos- que suelen acompañar a guerras, catástrofes naturales, reclusión en campos de concentración y secuestro por terroristas. El hecho es que estas situaciones no sólo son traumáticas en sí mismas -lo cual ya sería, de por sí, lo suficientemente serio- sino que también despojan a la víctima de las defensas que suelen protegerle del doloroso material procedente del inconsciente que albergan en su psiquismo. Para poder trabajar adecuadamente con todos estos estados, es necesario crear un en- torno de apoyo y utilizar técnicas que no sólo permitan revivir y trabajar los traumas adultos relativamente recientes sino también los recuerdos primitivos subyacentes de victimación asociados a la MPB II.
En un nivel más sutil, la segunda matriz perinatal también puede contener el recuerdo de frustraciones psicológicas particularmente severas, como el abandono, el rechazo, la privación, los acontecimientos emocionalmente amenazadores y las situaciones de confinamiento y dominación que han tenido lugar en el núcleo familiar y en la vida adulta posterior. En el caso de que el sujeto desempeñe el papel de víctima en la familia de origen, en la escuela, en la relaciones íntimas, en su puesto de trabajo y en la sociedad en general, se reforzará y perpetuará el recuerdo del estadio de no salida del nacimiento y será más re- levante y accesible psicológicamente a la experiencia consciente. La MPB II también está relacionada con una variedad de sensaciones y tensiones desagradables en las zonas erógenas, o productoras de placer, freudianas. A nivel oral, estas sensaciones están relacionadas con el hambre y la sed; en la región anal, con sensaciones desagradables en el colon y el recto asociadas al estreñimiento, la colitis o las hemorroides, y en el tracto genitourinario, por último, con la frustración sexual y el dolor ligado a infecciones o intervenciones quirúrgicas y con la retención urinaria dolorosa.
En este estadio del parto cada nueva contracción presiona el cuello del útero sobre la cabeza del niño y dilata su apertura. Cuando la cérvix finalmente se abre y la cabeza desciende hacia la pelvis, tiene lugar un gran cambio no sólo a nivel biológico sino también a nivel psicológico. Entonces se supera la situación de no salida -propia de la MPB II- y tiene lugar el lento pasaje a través del canal del nacimiento que caracteriza a la MPB III. En el próximo capítulo exploraremos el rico y colorido mundo de la MPB III y sus implicaciones individuales y colectivas sobre nuestra vida.
















4. LA BATALLA ENTRE LA MUERTE Y EL RENACIMIENTO: MPB III




¿Estás dispuesto a ser absorbido, borrado y aniquilado?
¿Estás preparado para no ser nada, para desaparecer en el olvido?

Si no lo estás, jamás podrás cambiar realmente. D.H. LAWRENCE, Phoenix




Aunque nunca llegó a ver con claridad el canal del nacimiento, sentía, no obstante, una aplastante opresión en su cabeza y en el resto de su cuerpo y sabía, con cada una de las células de su cuerpo, que estaba reviviendo el proceso de su nacimiento. La presión aumentó hasta alcanzar magnitudes muy superiores a lo que, hasta ese momento, consideraba que era humanamente posible resistir. Sentía una fuerte presión en la frente, las sienes y el occipucio, como si se hallara atrapado entre las mandíbulas de acero de una tenaza mecánica. La tensión que soportaba su cuerpo era brutal y creía que se hallaba dentro de una monstruosa trituradora de carne o entre los engranajes de una prensa gigantesca. Entonces cruzó por su mente la imagen de Charlie Chaplin en Tiempos modernos, víctima inocente de un universo tecnológico, y una enorme cantidad de energía se acumulaba en su cuerpo para terminar luego descargándose explosivamente.
Experimentaba una extraña mezcla de sensaciones. Se sentía asfixiado, aterrado e indefenso y, al mismo tiempo, estaba furioso y sentía una inusitada excitación sexual. Por otra parte, es- taba completamente confundido ya que, si bien se sentía como un niño que luchaba violentamente por su propia supervivencia y comprendía que estaba reviviendo su propio nacimiento, también sabía que estaba experimentando el parto de su propia madre. Su intelecto le decía que los hombres no pueden dar a luz pero también sabía que, de algún modo, había atravesado esa barrera y lo imposible se estaba convirtiendo en realidad. No tenía la menor duda de que había conectado con el remoto arquetipo femenino de la madre parturienta. Su imagen corporal mostraba un voluminoso vientre y unos genitales femeninos y experimentaba todos los matices de las sensaciones biológicas. También se sentía frustrado por no poder abandonarse al proceso primordial de dar a luz y de nacer, de soltar y de permitir el nacimiento del niño.

De pronto -como si un cirujano cósmico hubiera reventado un absceso de maldad-, una enorme cantidad de violencia asesina brotó del fondo de su psiquismo y asistió a una especie de transfiguración -como la que convertía al Doctor Jekyll en Mister Hyde- y sintió cómo se iba transformando en un hombre lobo o en un loco asesino. No obstante, las imágenes del asesino y de la víctima estaban tan entremezcladas que le resultaba imposible distinguir al bebé que estaba naciendo de la madre que le daba a luz. Era un dictador despiadado, un tirano que so- metía a sus súbditos a todo tipo de crueldades inimaginables y, al mismo tiempo, también era el revolucionario que soliviantaba a las multitudes en contra del tirano. Se transformó en el gángster que asesina a sangre fría y en el policía que mata criminales en nombre de la ley. En cierto momento experimentó todo el horror de los campos de concentración nazis pero, cuan- do abrió los ojos, se vio como un oficial de las SS. Tenía la pro- funda sensación de ser, al mismo tiempo, el nazi y el judío. Sentía que el Hitler y el Stalin que moraban en su interior eran los responsables de todas las atrocidades cometidas a lo largo de la historia humana. Comprendió entonces que el problema de la humanidad no radica en la existencia de dictadores violentos sino en ese Asesino Oculto que se encuentra en las profundidades más oscuras de nuestro propio psiquismo.
Luego la cualidad de la experiencia cambió y alcanzó proporciones mitológicas. Entonces, en lugar de la maldad de la historia humana, experimentó la presencia de elementos demoníacos y sintió el clima inconfundible de la brujería. Sus dientes se transformaron en grandes colmillos saturados de un misterioso veneno y se descubrió volando a través de la noche con grandes alas de murciélago como si fuera un amenazante vampiro. Esta situación pronto se convirtió en el escenario salvaje y embriagador propio de un aquelarre. En esa ceremonia mágica y lujuriosa brotaron a la superficie una serie de impulsos habitualmente prohibidos y reprimidos. Poco a poco, los atributos demoníacos de la experiencia fueron desapareciendo pero sus connotaciones eróticas perduraron todavía durante un tiempo mientras nuestro sujeto se vio involucrado en orgías interminables y en extrañas fantasías sexuales en las que desempeñaba todos los papeles. Durante todo ese tiempo, siguió siendo, al mismo tiempo, el niño que luchaba por atravesar el canal del nacimiento y la madre parturienta. Comprendió entonces la profunda relación existente entre la sexualidad y el proceso del nacimiento y se dio cuenta también de que las fuerzas satánicas están estrechamente vinculadas con la situación que experimenta el feto al atravesar el canal del nacimiento.
Luchó y combatió de muchos modos y contra muy diversos enemigos. A veces dudaba incluso de que su infortunio terminara alguna vez. Entonces entró en escena un nuevo elemento y sintió que todo su cuerpo se hallaba cubierto de un fluido biológico viscoso y resbaladizo -ignoraba si se trataba de líquido amniótico, mucosidad, sangre o secreciones vaginales- que también impregnaba su boca y sus pulmones. Se sentía asfixia- do y amordazado y trataba de desembarazarse y escupir esa sustancia. En ese momento comprendió que no debía luchar, que el proceso tenía su propio ritmo y que todo lo que debía hacer era abandonarse. Recordó entonces muchas situaciones de su vida en las que había sentido la necesidad de luchar y consideró retrospectivamente que se había tratado de una lucha innecesaria. Era como si su nacimiento le hubiera programado para ver la vida como algo mucho más complicado y peligroso de lo que realmente es. Le pareció entonces que esta experiencia podría abrir sus ojos en este sentido y hacerle la vida mucho más fácil y gozosa de lo que había sido hasta ese momento.'


El comienzo del peligroso pasaje

Como acabamos de ver en este ilustrativo ejemplo, la MPB III se caracteriza por la presencia de una serie de imágenes -tanto positivas como negativas- extraordinariamente ricas y dinámicas. En un nivel biológico, esta matriz participa de ciertos rasgos característicos de la MPB II porque, en ella, prosiguen las con- tracciones del útero y el sujeto sigue experimentando una sensación global de confinamiento y opresión. Al igual que ocurría en el estadio anterior, cada nueva contracción dificulta el su- ministro de oxígeno al feto pero, en este caso, existen otras posibles fuentes adicionales de ahogo, como ahogarse con el propio cordón umbilical o quedar atrapado en la pelvis sin poder seguir adelante el proceso del nacimiento.
Pero, si bien es cierto que existen similitudes entre esta matriz y la anterior, también lo es que hay diferencias significativas muy notables. En la matriz anterior el cuello del útero permanecía cerrado pero, en ésta, se ha dilatado y permanece abierto, permitiendo así que el feto prosiga su camino hacia el canal del nacimiento. De este modo, aunque en este estadio todavía persista la lucha por la supervivencia, existe, sin embargo, la
creencia y la esperanza de que esa lucha tiene un final.
En este estadio, la cabeza del niño permanece encajada en la apertura pélvica, tan estrecha que, incluso en condiciones normales, el pasaje es lento y tedioso. La musculatura del útero es muy robusta y la fuerza de las contracciones oscila entre los 3,5 y los 7 kg, lo cual crea un clima de antagonismo y conflicto y una fuerte presión hidráulica. El organismo de la madre y el del bebé permanecen todavía íntimamente ligados a muchos niveles. Es por ello que, como evidencia el relato que acabamos de presentar, puede existir una fuerte identificación entre ambos. En el registro de memoria propio de esta matriz no existe la menor sensación de separación entre el niño y la madre ya que todavía no ha tenido lugar la separación física ni la separación psicológica y, por tanto, los dos organismos participan de la misma conciencia. Así pues, no es de extrañar que puedan experimentarse todos los sentimientos y sensaciones del bebé, identificarse plenamente con la madre que da a luz y entrar, incluso, en contacto con el arquetipo de la madre parturienta.



La experiencia del nacimiento y la sexualidad

Esta matriz se halla, pues, ligada al dolor, la ansiedad, la agresividad, la excitación y la energía impulsora, pero su aspecto más inaudito lo constituye, sin duda, la excitación sexual. Esta situación merece una explicación especial puesto que tiene importantes consecuencias para comprender ciertas conductas sexuales que, de otro modo, resultarían inexplicables. Obviamente, la gran implicación de toda la zona genital en el proceso del nacimiento puede contribuir a que la experiencia de la madre tenga ciertas connotaciones sexuales. Además, la intensificación y liberación de la tensión que acompaña al proceso sigue una pauta muy similar a la del orgasmo sexual. No resulta, pues, extraño que muchas mujeres que han alumbrado en condiciones ideales describan la experiencia como el momento sexualmente más intenso y gratificante de toda su vida. Pero lo que sí resulta difícil de comprender -e incluso de creer- es el hecho de que el bebé también pueda experimentar sensaciones sexuales durante el proceso del nacimiento.
Sigmund Freud sorprendió al mundo cuando anunció su descubrimiento de que la sexualidad no comienza en la pubertad sino en la temprana infancia. ¡Pero lo que aquí se nos pide es que abramos todavía más nuestra imaginación y aceptemos que el ser humano experimenta sensaciones sexuales antes incluso de haber nacido! No obstante, el hecho es que las descripciones de quienes han experimentado la MPB III en estados no ordinarios de conciencia nos proporcionan evidencias manifiestas de la veracidad de este aserto. Los datos parecen sugerir que el cuerpo humano dispone de un mecanismo que transforma el sufrimiento extremo -especialmente cuando se halla asociado a la asfixia- en una forma de excitación que tiene ciertas connotaciones sexuales. Este mecanismo parece estar presente en pacientes implicados en relaciones sadomasoquistas, prisioneros de guerra torturados por el enemigo e, incluso, en personas que han intentado suicidarse infructuosamente colgándose y han podido vivir para contarlo. En todas estas situaciones, la agonía puede hallarse tan estrechamente relacionada con el éxtasis que llegue incluso a una experiencia de trascendencia, como ocurre, por ejemplo, en el caso de los flagelantes y de los mártires religiosos.
Pero ¿qué significado tiene todo esto para nuestra vida cotidiana? Comencemos señalando la importancia que tiene el he- cho de que nuestras primeras experiencias sexuales tengan lugar en el contexto de una situación que conlleva un peligro inminente de muerte. En este caso, el sufrimiento va también unido a la experiencia de provocar sufrimiento y a la ansiedad y la agresividad ciega. Por otra parte, durante el paso a través del canal del nacimiento, el niño entra en contacto con diversos productos biológicos, como mucosidades, sangre y, posiblemente, orina y excrementos. Esta conexión -combinada con otros eventos- constituye el fundamento natural para el desarrollo posterior de una variedad de desórdenes y desviaciones sexuales. De este modo, la MPB III puede verse reforzada por ciertas experiencias traumáticas de la niñez y de la adolescencia y terminar dando lugar a una amplia diversidad de disfunciones sexuales, como la sumisión, el sadomasoquismo, la asociación de la orina y las he- ces con la sexualidad e, incluso, la criminalidad sexual.



La dimensión titánica de la tercera matriz

Como ocurre con el resto de las matrices perinatales, el simbolismo propio de la MPB III contiene temas seculares, mitológicos y espirituales que podríamos agrupar en cinco categorías diferentes: la titánica, la agresiva y sadomasoquista, la sexual, la demoníaca y la escatológica. Todas ellas, sin embargo, comparten el mismo argumento, el encuentro con la muerte y la lucha por nacer. Como hemos visto en el relato que abría este capítulo, las experiencias asociadas a la tercera matriz perinatal suelen combinar las sensaciones y las emociones ligadas al nacimiento con el simbolismo arquetípico.
Quizás el aspecto más llamativo de esta matriz sea un clima de lucha titánica -frecuentemente de proporciones catastróficas- que demuestra la enormidad de las fuerzas que pugnan por descargarse en este estadio del proceso del nacimiento. La experiencia puede alcanzar una intensidad tan dolorosa que ex- ceda, con mucho, lo que anteriormente creíamos posible so- portar. Uno puede atravesar por estadios en los que la energía se encuentre tan tremendamente concentrada y focalizada que fluya a través de todo el cuerpo como una corriente eléctrica de alto voltaje. Pero la energía puede también estancarse o cortocircuitarse y provocar tensiones extraordinarias en diversas par- tes del cuerpo que deban descargarse de manera explosiva, una situación que muchas personas asocian a imágenes de la tecnología moderna y a desastres provocados por el hombre como, por ejemplo, gigantescas plantas de energía, cables de alta tensión, explosiones nucleares, lanzamiento de misiles, combates de artillería, ataques aéreos y escenas bélicas de todo tipo.
Otras personas conectan experiencialmente con catástrofes naturales de proporciones devastadoras, como erupciones volcánicas, terremotos, huracanes, tornados, tormentas eléctricas espectaculares, cometas, meteoritos y cataclismos cósmicos. Se trata de catástrofes similares a las que acompañaron a la erupción del Krakatoa o terminaron asolando la ciudad de Pompeya. Menos frecuentes, sin embargo, son aquellas otras imágenes que representan el poder destructor de las aguas, como las escenas de tempestades oceánicas, los maremotos, el desborda- miento de ríos o las rupturas de presas que van seguidas de inundaciones que asolan a poblados enteros. En este sentido, hay quienes han descrito imágenes mitológicas como el hundimiento de la Atlántida, la destrucción de Sodoma y Gomorra o, incluso, el mismo Armagedón.


Las raíces perinatales de la violencia

Los aspectos agresivos y sadomasoquistas de la tercera matriz perinatal parecen ser una consecuencia lógica de la situación en la que se halla el bebé que atraviesa el canal del nacimiento. La violencia dirigida hacia el exterior refleja la agresividad biológica de un organismo cuya supervivencia se ve seriamente amenazada por la asfixia. Esto no tiene ninguna explicación psicológica ni tampoco tiene el menor significado ético sino que es comparable al estado mental de cualquier persona cuya cabeza se hallara bajo el agua y no pudiera respirar. La activación de esta faceta de la tercera matriz perinatal en un estado no ordinario de conciencia suele expresarse en violentas imágenes de guerras, revoluciones, masacres, asesinatos, torturas y todo tipo de abusos en los que desempeñamos un papel activo.
Esta matriz también está asociada a un tipo de agresividad dirigida hacia el interior que tiene, por tanto, una cualidad autodestructiva. Esta agresividad, que se expresa mediante fantasías e impulsos autodestructivos, parece ser la interiorización de fuerzas que originalmente se nos imponen desde el exterior -las contracciones del útero y la resistencia que ofrece a nuestro paso el canal del nacimiento-. El recuerdo de esta experiencia pervive en nosotros como una sensación de confinamiento físico y como una incapacidad para disfrutar plenamente de la vida. A veces, por último, asume la forma de un despiadado juicio interno en la que una parte cruel del superego exige un castigo autodestructivo.
Quisiera señalar también las importantes diferencias existentes entre las experiencias asociadas a la segunda y la tercera matriz perinatal. Así, mientras que en la MPB II somos meras víctimas, en la MPB III podemos, en cambio, identificarnos alternativamente con la víctima y con el verdugo -como ocurre en la narración que abre este capítulo, cuando el sujeto se identifica con la víctima judía y, al mismo tiempo, con el perseguidor nazi- y también podemos ser un observador que contempla la escena desde el exterior. Las personas que entran en contacto con este aspecto del proceso del nacimiento suelen mencionar que, en este estado, pueden identificarse y llegar a comprender realmente a crueles líderes militares y a dictadores déspotas como Genghis Khan, Hitler, Stalin o los contemporáneos asesinos de masas.
Como ya hemos señalado anteriormente, las asociaciones sadomasoquistas propias de esta matriz reflejan la relación existente entre el hecho de causar o infligir dolor, el sufrimiento y la excitación sexual. Esto da cuenta de la extraña combinación entre las sensaciones sexuales y el dolor tan característica del masoquismo. El sadismo y el masoquismo no existen como fenómenos puros y aislados sino que constituyen -como las dos caras de una moneda- dos aspectos íntimamente relacionados del psiquismo humano. Como es de suponer, las imágenes asociadas con las experiencias sadomasoquistas incluyen escenas de violaciones, asesinatos sexuales y todo tipo de prácticas sadomasoquistas.



La agonía y el éxtasis del nacimiento

A medida que aumenta la intensidad de las experiencias asociadas a esta matriz aparecen también las emociones y las sensaciones opuestas (como el dolor y el placer, por ejemplo), llegando, incluso, a converger y a fundirse en un estado mental indiferenciado que engloba todas las posibles dimensiones de la experiencia humana. En ese estado, el sufrimiento más extremo y el placer más delicado se convierten en lo mismo; el calor más intenso se experimenta como frío; la violencia asesina y el amor apasionado se funden y la agonía de la muerte se transforma en el éxtasis del nacimiento. De este modo, por más extraño que pueda parecer, en el mismo momento en que el sufrimiento alcanza su punto culminante, la situación deja de ser dolorosa y agónica y, en su lugar, aparece un arrebato extático y salvaje que podríamos calificar como «éxtasis volcánico» o «dionisíaco».
Este éxtasis o rapto volcánico puede ir todavía más lejos y alcanzar proporciones trascendentales. A diferencia del éxtasis oceánico asociado a la MPB I, el éxtasis volcánico propio de la MPB III encierra una extraordinaria tensión explosiva colmada de contenidos agresivos y autodestructivos. Este tipo de rapto puede ser experimentado en el momento del nacimiento, en caso de accidente o en ciertos rituales que emplean procedmientos en los que la persona se somete voluntariamente a un intenso dolor físico durante un largo período de tiempo, como la ceremonia de los flagelantes o la danza del Sol de los nativos americanos, por ejemplo. Algo parecido puede también ocurrir en las ceremonias indígenas que utilizan danzas salvajes y música ensordecedora o en su contrapunto moderno, los conciertos de rock.
Por su parte, los aspectos sexuales propios de la MPB III no suelen concentrarse exclusivamente en los genitales sino que, por el contrario, se experimentan de manera generalizada por todo el cuerpo. Hay quienes hablan de un éxtasis similar a la fase inicial del orgasmo sexual aunque miles de veces más in- tenso. En este caso, sin embargo, las sensaciones pueden prolongarse durante un período largo de tiempo e ir acompañadas de una vívida imaginería erótica que se caracteriza por la presencia de impulsos instintivos extraordinariamente intensos que carecen de una meta y un objetivo concreto. No se trata, pues, del mismo tipo de erotismo que experimentamos en un romance, en el que el respeto, la comprensión y la ternura culminan en la unión sexual sino que en este caso, por el contrario, el énfasis está puesto en la satisfacción egótica -por cualquier medio imaginable- de impulsos sexuales primitivos, a menudo de naturaleza perversa, sin respeto alguno hacia la pareja sexual.
Las imágenes y las experiencias propias de la MPB III suelen tener connotaciones pornográficas o asociar el sexo con el peligro y la suciedad. En tal caso, la persona puede identificar- se con chulos, alcahuetes, prostitutas o con cualquier personaje -histórico o legendario- vinculado con la sexualidad, como Casanova, Rasputín, Don Juan o María Teresa, por ejemplo. También puede encontrarse y participar en escenas propias del Soho, Pigalle o cualquier otro barrio bajo. Por otra parte, esta matriz tiene también un componente espiritual dinámico y no resulta extraño, por consiguiente, que ocasionalmente también nos encontremos con experiencias aparentemente contradictorias en las que la sexualidad se entremezcla con la trascendencia. En tal caso, nos podemos encontrar con visiones de ritos de la fertilidad, cultos fálicos y prostitución sagrada.
En cualquier caso, lo más curioso con respecto a las experiencias propias de la MPB III quizá sea la proximidad emocional existente entre la muerte y la sexualidad. Uno podría pensar que el peligro de muerte debería inhibir cualquier sensación libidinal, pero lo cierto es que, cuando aparece esta matriz, las cosas parecen ocurrir exactamente de manera opuesta. Las observaciones procedentes de la psiquiatría clínica, las experiencias de los prisioneros que han sido torturados en campos de concentración y los archivos de Amnistía Internacional ratifican la existencia de una estrecha correlación entre el arrebato extático del sexo, el pro- ceso del nacimiento y la amenaza a la integridad y la supervivencia corporal. En el proceso de muerte-y-renacimiento, estos tres temas alternan y se combinan entre sí en distintas proporciones.


Encuentros con lo grotesco, lo satánico y lo escatológico

En ocasiones, los aspectos sexuales de la MPB III van acompañados de una atmósfera de carnaval, llena de vivos colores, de costumbres exóticas y de música embriagadora. La combinación entre el motivo de la muerte, de lo macabro y de lo grotesco y la gozosa alegría de lo festivo constituye una manifestación simbólica muy apropiada del estado mental inmediatamente anterior al momento del nacimiento. En este estado, las energías sexuales y agresivas reprimidas se liberan y el recuerdo de la amenaza de muerte deja de gravitar como una losa sobre el cuerpo y sobre el psiquismo. La popularidad del Mardi Gras y de eventos similares puede deberse al hecho de que, además de proporcionar diversión y un contexto apropiado para la liberación de las tensiones, también nos permiten conectar con el arquetipo del renacimiento que mora en la profundidad de nuestro psiquismo.
Las experiencias que tienen lugar en los estadios finales del proceso de muerte-y-renacimiento también nos permiten com- prender ciertas formas de brujería y ciertas prácticas satánicas. La lucha en el canal del nacimiento puede estar asociada a recuerdos ancestrales de misas negras y aquelarres. La aparición de elementos satánicos en este momento concreto parece estar relacionada con el hecho de que la MPB III comparte con estos rituales ciertas emociones y sensaciones físicas. La lucha que tiene lugar en el canal del nacimiento implica un dolor extremo, un encuentro con la sangre y con excrecencias corporales de todo tipo y una intensa excitación sexual. Lo cierto es que esta lucha puede conducir al bebé hasta el mismo borde de la muerte pero también lleva consigo una promesa de liberación y trascendencia. Todos estos elementos están extrechamente vincula- dos con la imaginería de «la adoración al Dios de la Oscuridad». Cualquier estudio serio de los cultos satánicos -un fenómeno que parece despertar una atracción cada vez mayor entre los profesionales y el público en general- debería tener en consideración la relación existente entre estas prácticas y el nivel de conciencia perinatal. Otra experiencia particularmente importante de esta misma categoría consiste en la tentación diabólica, un motivo clásico en la literatura espiritual de casi todas las religiones del mundo.
El contacto íntimo que mantiene el recién nacido con los fluidos corporales y, ocasionalmente, con la orina y las heces durante el último estadio del parto constituye el fundamento biológico de muchas de las imágenes escatológicas que forman parte integral de la MPB III. El contenido escatológico que acompaña al proceso de muerte-y-renacimiento puede llegar a incluir los productos de desecho biológico. Así, aunque el contacto del bebé con tales productos haya sido mínimo, la persona que revive este aspecto del proceso del nacimiento puede tener la sensación de arrastrarse por una cloaca, revolcarse por un estercolero, beber sangre o complacerse en la basura y la putrefacción.




Tenias mitológicos y espirituales

Los elementos mitológicos y espirituales característicos de esta matriz son especialmente ricos y variados. La faceta titánica, por ejemplo, puede expresarse en las imágenes arquetípicas de la confrontación entre las fuerzas del bien y del mal o de la destrucción y creación del mundo. Otro tipo de lucha para alcanzar el equilibrio entre el bien y el mal es el arquetipo del Juicio Final. Las escenas de violencia suelen estar asociadas a imágenes de deidades destructivas, como Kali Shiva, Satán, Coatlicue o Marte, por ejemplo. También resulta especialmente interesante la estrecha identificación con ciertas figuras mito- lógicas que representan la muerte y el renacimiento que puede encontrarse en toda gran cultura, como Osiris, Dionisos, Perséfone, Wotan y Balder, por ejemplo, cuya versión cristiana es la historia de la muerte y resurrección de Jesucristo. Es frecuente, pues, que las personas que atraviesan la MPB III tengan visiones de la crucifixión o que, incluso, se identifiquen plenamente con la crucifixión de Cristo. Tampoco son infrecuentes, en este estadio, las escenas de sacrificio y de autoinmolación y las deidades, aztecas y mayas, por ejemplo, correspondientes.
También pueden presentarse imágenes de deidades masculinas y femeninas y visiones de bacanales asociadas con la sexualidad y la procreación. Ya hemos hablado de las imágenes que combinan la sexualidad con la espiritualidad (como los ritos de fertilidad, la adoración fálica, la prostitución sagrada, la violación ritual y las ceremonias aborígenes que subrayan lo sensual y lo sexual). Por su parte, los elementos escatológicos se expresan mitológicamente mediante imágenes tales como Hércules limpiando el estiércol de los establos del rey Augias, Tla colteutlla Devoradora de Inmundicia- diosa azteca del nacimiento y del placer carnal, etcétera.
La transición entre la MPB III y la MPB IV suele ir acompañada de la visión de un fuego purificador en el que las llamas destruyen todo lo corrupto y depravado de nuestra vida y nos prepara para la renovación y el renacimiento. Es interesante también constatar que, en este estadio, la madre parturienta suele tener la sensación de que sus genitales están ardiendo. Cuando el sujeto revive pasivamente este estadio puede tener la sensación de que su cuerpo arde o de que está atravesando las llamas de la purificación, una sensación particularmente bien expresada por la imagen del ave Fénix, el fabuloso pájaro mitológico del legendario Egipto que, a la edad de quinientos años, se autoinmoló en las llamas y emergió renovado de entre las cenizas. El fuego purificador constituye también uno de los rasgos más característicos de las imágenes religiosas del purgatorio.



La MPB III y el arte

Es muy posible que las experiencias propias de la MPB III hayan constituido una fuente inagotable de inspiración para todo tipo de artistas desde el mismo amanecer de la humanidad. Existen tantos ejemplos en este sentido que sólo podemos limitarnos a ofrecer una magra selección al respecto. La intensa atmósfera de emociones rayanas en la locura que reflejan magistralmente las novelas de Fyodor Dostoyevski y muchas de las obras de teatro de William Shakespeare -particularmente Hamlet, Macbeth y El rey Lear-; los elementos dionisíacos y la sed de poder de la obra filosófica de Friedrick Nietzsche; los dibujos de diabólicos artefactos bélicos de Leonardo da Vinci; las delirantes visiones de pesadilla de Francisco de Goya; el arte macabro de Hansruedi Giger y el tono general de la pintura surrealista constituyen una espléndida representación pictórica del clima propio de la MPB IM
De la misma manera, las óperas de Richard Wagner también abundan en secuencias que captan a la perfección el clima propio de esta matriz. Destaquemos, entre ellas, las orgiásticas escenas del Venusberg de Tannhkuser, el fuego mágico de Las Walkirias y, en especial, el sacrificio de Siegfried y el incendio del Valhalla en la escena final de El crepúsculo de los dioses. También conviene recordar la mezcla de tragedia, sexo y violencia -tan característica de esta matriz- que constituye la fórmula mágica de gran parte de la cinematografía moderna.


La relación con las experiencias posnatales

Como ocurre con las demás matrices perinatales, la MPB III está especialmente relacionada con ciertos recuerdos de la vida posnatal. Para las personas que han presenciado o participado en la guerra, el recuerdo de las atrocidades reales se entremezcla con los aspectos titánicos, violentos y escatológicos de esta matriz. Por otra parte, las experiencias bélicas de la vida real pueden reactivar los correspondientes elementos perinatales del inconsciente y originar los severos trastornos emocionales tan comunes en los soldados que han participado en acciones de combate. La combinación de excitación, miedo y peligro también vincula a la MPB III con situaciones emocionantes e inseguras, como el esquí, las carreras de automóviles, las montañas rusas, los safaris, el boxeo y la lucha libre. Los aspectos eróti- cos de la MPB III, por su parte, están asociados a sistemas COEX relacionados con intensas experiencias sexuales realizadas en circunstancias peligrosas, como la violación, el adulterio, las aventuras sexuales arriesgadas y las visitas a los barrios bajos. Su faceta escatológica, por último, está ligada al aprendizaje prematuro y forzado del control de los esfínteres, a episodios infantiles de enuresis o incontinencia anal, a visitas a vertederos de basura u otros lugares antihigiénicos y al hecho de presenciar escenas macabras en la guerra o en accidentes automovilísticos.
Las experiencias propias de la MPB III también van acompañadas de ciertas manifestaciones específicas en las zonas erógenas freudianas, relacionadas, a su vez, con un amplio rango de actividades que conllevan liberación, placer o relajación tras una prolongada tensión. A nivel oral, por ejemplo, se trata del acto de morder, mascar y tragar o, por el contrario, de la catarsis del vómito; en la zona anal, por su parte, se refiere a los procesos normales de la defecación y la expulsión de gases; en la región uretral, de la micción que sigue a una larga retención, y en el nivel genital, por último, de la aproximación al orgasmo sexual y, en el caso de la mujer, de las sensaciones de la parturienta en el segundo estadio clínico del parto.
La tercera matriz perinatal representa un enorme conjunto de emociones y de sensaciones problemáticas que luego pueden combinarse con determinados acontecimientos biográficos de la niñez y de la infancia y terminar contribuyendo al desarrollo de una gran diversidad de trastornos. Mencionemos, entre ellos, a ciertas depresiones y condiciones que implican agresividad y una conducta autodestructiva violenta. Los desórdenes y aberraciones sexuales, las neurosis obsesivo-compulsivas, las fobias y las manifestaciones histéricas parecen también hundir sus raíces en esta matriz. Subrayemos, por último, que la naturaleza de las experiencias biográficas posteriores puede reforzar selectiva- mente ciertos aspectos agresivos, autodestructivos, sexuales o escatológicos de la MPB III y terminar codeterminando, de ese modo, la actualización de determinados desórdenes emocionales.



El final de la batalla

A medida que la lucha agonizante por escapar del canal del nacimiento se aproxima a su fin, la tensión y el sufrimiento alcanzan su punto culminante. En el momento en que el bebé se libera súbitamente de la apertura pélvica y respira por vez primera, tiene lugar una liberación explosiva de la tensión acumulada. En general, este momento conlleva la promesa de una tremenda relajación pero las circunstancias concretas que rodean al momento del nacimiento -como la oportunidad de establecer una relación amorosa con la madre, el contacto ocular y otros factores- determinan el grado real de esta liberación. Los aspectos experienciales de esta transición constituyen el tema del siguiente capítulo.












5. LA EXPERIENCIA DE MUERTE-Y-RENACIMIENTO: MPB IV




El alma ve y prueba abundantes e inestimables riquezas, encuentra todo el sosiego y recreo que desea y comprende extraños secretos de Dios [... J También siente en Dios un respetuoso poder y fortaleza que trasciende todo poder y toda fortaleza; gusta una maravillosa dulzura y delicia espiritual, encuentra el verdadero descanso y la Divina luz y tiene elevadas experiencias del conocimiento de Dios...
SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico






Comenzó a experimentar una gran confusión, transpiraba y sentía oleadas de calor que recorrían todo su cuerpo. Luego empezó a temblar y sintió náuseas. Súbitamente se encontró en lo alto de una montaña rusa a punto de caer al precipicio. Entonces perdió el control y se desplomó hacia las profundidades.


La experiencia de muerte-y-renacimiento: MPB IV

De pronto una imagen cruzó por su mente: era como si se hubiera tragado un barril de dinamita con la mecha prendida. Estaba a punto de reventar y no podía hacer nada para impedirlo. Había perdido totalmente el control.
Lo último que podía recordar antes de precipitarse al abismo era el estruendo de una música que parecía proceder de un millón del altavoces. Su cabeza era enorme y sentía como si tuviera mil oídos y era como si con cada uno de los cuales estuviera escuchando una música diferente. Nunca había estado tan desconcertado. Estaba a punto de morir y no podía hacer nada para evitarlo. Lo único que se le ocurría era seguir adelante. De pronto escuchó las palabras confia y obedece y al instante siguiente había perdido su identidad habitual y ya no estaba tumbado en el colchón. Entonces aparecieron varias imágenes simultáneamente.
En la primera escena se vio sumido en medio de un pantano lleno de criaturas monstruosas que le perseguían sin llegar, sin embargo, a poder atraparle. Sólo podía describir su descontrolado viaje por la montaña rusa equiparándolo al hecho de caminar sobre una superficie extraordinariamente escurridiza. Al principio, el suelo parecía firme, luego todo se tornó resbaladizo y empezó a perder pie. No había nada a lo que agarrarse y se sintió caer cada vez más en el olvido. Estaba muriendo.
De repente, se encontró de pie en medio de la plaza de un pueblo medieval. Estaba rodeado de fachadas de catedrales góticas y, como si se tratara de un cuadro de El Bosco, vio cómo las gárgolas, los animales de los aleros, las figuras humanas, las criaturas semihumanas, los diablos y los espíritus, salían de sus hornacinas y se dirigían hacia él.
A medida que se le acercaban experimentó miedo, dolor, agonía, terror y pánico. Sintió una presión entre las sienes y tuvo la absoluta certeza de que estaba muriendo. Cuando la presión en la cabeza se le hizo insoportable murió y se vio súbitamente arrojado a otro mundo.
Entonces penetró en un mundo completamente diferente. El temor y el pánico habían desaparecido. Se sentía angustiado pero no estaba solo porque, de algún modo, era como si estuviera compartiendo la muerte de toda la humanidad. Comenzó entonces a experimentar la pasión de Cristo. Él era Jesús y, de alguna manera, también era el conjunto de la humanidad participando en una dolorosa procesión hacia el Gólgota. Su experiencia había dejado de ser confusa y sus visiones eran ahora completamente nítidas.
Se sentía abrumadoramente desconsolado. Entonces comenzó a ser consciente de que en el ojo de Dios se estaba formando una lágrima. No podía ver el ojo de Dios pero sí la lágrima cayendo sobre el mundo, ya que Dios mismo participa de la muerte y del sufrimiento de todas las criaturas que han vivido. La procesión avanzaba hacia el Gólgota, donde iban a crucificarle junto a Cristo y al resto de la humanidad. Él era Cristo y todas las personas al mismo tiempo. Luego le crucificaron y murió.
Inmediatamente después de morir escuchó la música más celestial que había oído en toda su vida. Era el mismísimo canto de los ángeles que resucitaba a todos los muertos. Después de haber sido crucificado, escuchó el silbido de un viento que procedía de la Cruz y se extendía por todo el más allá. Era como volver a nacer. Todos los que le rodeaban se pusieron en pie y las muchedumbres se agolparon en procesión en enormes catedrales, rodeados de cirios, luz, oro e incienso. En ese momento no tenía la menor sensación de ser alguien separado. Estaba en todas las procesiones y todas las procesiones estaban en él. Era cada hombre y cada mujer.
Junto a todos los que le rodeaban comenzó a elevarse hacia la luz atravesando majestuosas columnas de mármol blanco. La multitud dejó atrás los azules, los grises, los rojos, los púrpuras, el oro de las catedrales y la variedad multicolor de las vestiduras de la gente y todo se tornó blancura, moviéndose entre columnas marmóreas. La música volvió a elevarse, todos comenzaron a cantar y entonces tuvo una visión. Esa visión era tan especial, tan distinta a todo lo que le había ocurrido hasta ese momento, que no tenía la menor duda de que se trataba de un don. El vestido de Cristo resucitado le rozó aunque, a decir verdad, no era exacto que le tocara sino que lo tocaba todo y, al tocarlo todo, también le tocaba a él.
Entonces sucedieron varias cosas al mismo tiempo. Se convirtió en algo muy pequeño, más pequeño que una célula, más pequeño que un átomo. Todo el mundo se sentía humilde e inclinaba la cabeza. Se sentía completamente en paz y henchido de alegría y amor. Se sintió inundado de un amor total por Dios. Mientras todo esto ocurría, el contacto con la túnica era como tocar un cable de alta tensión. Luego hubo un estallido seguido por una luz absoluta. De pronto se hizo el silencio. La música calló. Todo sonido cesó. Era como estar en el centro de la misma fuente de toda energía. Era como estar en Dios, no en presencia de Dios sino en Dios, participando de su Divinidad.
Esta escena no duró mucho tiempo, aunque era consciente de que el tiempo había perdido todo significado. Luego comenzó el descenso. El mundo al que retornaba era un mundo de gran belleza, en nada parecido a todo lo que antes había conocido. Coros majestuosos cantaban y, durante el Sanctus, el Gloria y el Hosanna, podía escuchar la voz de un oráculo diciendo: «No desees nada, no desees nada» y «No busques nada, no busques nada».
Durante este período también tuvo muchas otras visiones. En unas de ellas podía mirar a través de la tierra y ver los mismos cimientos del universo. Bajó entonces a las profundidades y descubrió que Dios también es adorado allí al igual que en las alturas. En la profundidad del universo hay muchas prisiones y, a medida que la luz llegaba a ellas, las cárceles iban abriéndose y los prisioneros salían alabando a Dios.
También tuvo la visión de una figura caminando por un an- churoso y hermoso río en un profundo y amplio valle. Los lirios crecían junto a la ribera mientras el río discurría plácidamente. El valle estaba rodeado de montañas muy elevadas y los arroyos
serpenteaban en dirección al río. Allí escuchó una voz que decía: «El río de la vida fluye hacia la boca de Dios». Anhelaba estar en el río pero no podía distinguir si se hallaba en el río o si era el mismo río. El río se encaminaba hacia la boca de Dios y las per- sonas y los animales -la totalidad de la creación- se acercaban a él y se fundían con la corriente principal del río de la vida.
Cuando la sesión llegó a su fin y volvió nuevamente a tomar conciencia de que se hallaba en la consulta, seguía sintiéndose lleno de respeto, humildad, paz, beatitud y alegría. Tenía el claro convencimiento de haber estado con Dios en el centro de energía del universo. Todavía tenía la fuerte sensación de que toda vida es una, de que el río de la vida fluye hacia Dios y de que no hay diferencia alguna entre los seres humanos, ya que amigos, enemigos, blancos, negros, hombres y mujeres, son todos uno.'
Éste es el relato de un sacerdote describiendo una sesión experimental profunda en la que atravesó la cuarta matriz peri- natal. La imaginería y el simbolismo desplegados en ella son decididamente cristianos pero, cuando las personas reviven la MPB IV, estos mismos temas aparecen reiteradamente sin im- portar la tradición y el sustrato étnico del que procedan. Esta matriz perinatal parece estar relacionada con el tema de la muerte y el renacimiento, como también la confrontación con demonios airados y con seres celestiales, la identificación con el sufrimiento de toda la humanidad y las revelaciones sobre la na- turaleza del universo. Como ocurre con el resto de las matrices perinatales, la MPB IV constituye una combinación de recuer- dos de acontecimientos biológicos fundamentales -ligados al proceso del nacimiento- y elementos espirituales y mitológicos.


Realidades biológicas

El fundamento biológico de la MPB IV tiene que ver con la última etapa de la lucha por atravesar el canal del nacimiento, el nacimiento propiamente dicho y la situación inmediatamente posterior al parto. En el último paso asoman la cabeza y los hombros del bebé (excepto cuando viene de nalgas, en cuyo caso la primera parte en salir son los pies), momento en el que tiene lugar el nacimiento. Todo lo que ahora resta de la unión original con la madre es el cordón umbilical; finalmente éste también termina cortándose y, con ello, acaba todo vínculo biológico con el organismo materno y concluye el estado de fusión anterior.
La primera bocanada de aire abre y pone en funcionamiento nuestras vías respiratorias y nuestros pulmones. La sangre, que hasta ese momento había sido oxigenada, nutrida y depurada de residuos tóxicos a través del organismo de la madre, se dirige ahora hacia los pulmones, el sistema gastrointestinal y los riñones. En ese momento el bebé inicia su existencia como individuo anatómicamente independiente.
Una vez restablecido el equilibrio fisiológico, la nueva situación constituye una mejora significativa con respecto a los dos estadios anteriores, MPB II y MPB III. Ciertas cosas, sin embargo, parecen haber empeorado con respecto al momento en que se inició todo el proceso (MPB I) ya que, mientras permanecemos completamente fundidos con el cuerpo de nuestra madre, todas las necesidades biológicas son automáticamente satisfechas de inmediato, cosa que ya no seguirá ocurriendo a partir de ahora. Durante el período prenatal, el útero proporciona un entorno muy seguro pero, después de nacer, la figura protectora de la madre ya no se hallará siempre presente. A partir de este momento ya no estaremos continua- mente protegidos de las temperaturas extremas, de los ruidos perturbadores, de los cambios bruscos de intensidad de la luz y de las sensaciones táctiles desagradables. Nuestro bienestar depende, a partir de ahora, de la cualidad materna, pero ni siquiera la mejor madre puede reproducir las condiciones de un buen útero.


La muerte, el renacimiento y el ego

Como ocurre con el resto de las matrices perinatales, quienes reviven la MPB IV suelen proporcionar detalles muy minuciosos y exactos del proceso de su nacimiento biológico. En multitud de ocasiones hemos tenido la oportunidad de constatar que, sin el menor conocimiento previo de las circunstancias que rodearon el parto, hay personas que pueden llegar a descubrir que nacieron con fórceps, de nalgas, que el cordón umbilical se enrolló en su cuello o reconocer, incluso, el tipo de anestesia utilizada. Tampoco es infrecuente que el sujeto reviva detalladamente los acontecimientos concretos que ocurrieron después del momento de su nacimiento.
La dimensión simbólica y espiritual de la MPB IV tiene un sabor inconfundible. Desde un punto de vista psicológico, la experiencia de revivir el nacimiento constituye un proceso de muerte-y-renacimiento. El sufrimiento y la agonía propios de la MPB II y la MPB III culminan ahora con la «muerte del ego», una experiencia de aniquilación de todos los niveles: físico emocional, intelectual y espiritual.
Según la psicología freudiana, el ego nos capacita para percibir correctamente la realidad externa y funcionar adecuada- mente en la vida cotidiana. Quienes sostienen, pues, este punto de vista, consideran que la muerte del ego es una experiencia aterradora y tremendamente negativa que implica la pérdida de la capacidad de funcionar en el mundo. No obstante, lo que realmente muere en este proceso es la parte de nosotros que nos mantiene separados de los demás y que sustenta una visión fundamentalmente paranoica de nosotros mismos y del mundo que nos rodea -una visión que es el resultado de las percepciones internas de nuestra vida que hemos aprendido durante la lucha en el canal del nacimiento y a través de todas las experiencias dolorosas acaecidas después del momento del nacimiento- a la que Alan Watts denominaba «el ego encapsulado en la piel».
Desde este punto de vista el mundo parece hostil y cerrado, expulsándonos de la única vida que hemos conocido y ocasionando gran dolor emocional y físico. Esta experiencia fragua en nosotros un «falso ego» que percibe el mundo como algo peligroso y ayuda a consolidar esta misma actitud en situaciones futuras aun cuando las circunstancias hayan cambiado ya de manera radical. El ego que muere en la cuarta matriz perinatal es una fuerza compulsiva que nos impele a ser siempre fuertes, a tratar de controlar la situación y a mantenernos continuamente en guardia ante cualquier posible peligro, aun los más imprevisibles y los puramente imaginarios. Esta actitud nos hace sentir que las circunstancias nunca son perfectas, que nada es suficiente y nos obliga a embarcarnos de continuo en proyectos grandiosos para probarnos a nosotros mismos y a los demás. Sin embargo, la eliminación del falso ego nos ayuda a construir una imagen más realista del mundo y a desarrollar estrategias más apropiadas y satisfactorias.
La experiencia -habitualmente dramática y catastrófica- de la muerte del ego jalona la transición entre la MPB III y la MPB IV. En tal caso, podemos vernos bombardeados por imágenes procedentes del pasado y del presente y quedar plena- mente convencidos de que nunca hemos hecho nada bien, de que hemos fracasado por completo, de que somos despreciables y de que no podemos hacer ni pensar nada para cambiar nuestra desesperada situación. En esa situación perdemos todos los puntos de referencia significativos que habían sustentado nuestra vida -logros, personas queridas, sistemas de apoyo, esperanzas y aspiraciones- y todo parece desplomarse a nuestro al- rededor. El camino que conduce desde la desesperación y la impotencia hasta la libertad pasa por lo único que aterra a nuestro ego, la entrega, ya que el requisito para conectar con lo transpersonal consiste en la rendición total de la persona. Quienes se dedican a la rehabilitación de toxicómanos y de alcohólicos saben perfectamente que la renuncia a lo personal es la condición imprescindible para llegar a descubrir la existencia de un Poder Superior.
Una vez que el sujeto experimenta la muerte del ego también puede tener la visión de una deslumbrante luz blanca o dorada de un brillo y una belleza sobrenaturales. También puede tener la sensación de que el espacio que le rodea se expande y se ve inundado por una profunda sensación de liberación, redención, salvación y perdón. El sujeto se siente entonces libre de toda la culpa, agresividad, ansiedad y restantes emociones dolorosas que han pesado sobre toda su vida. Entonces podemos sentir un amor inmenso por nuestros semejantes, un profundo aprecio por el calor del contacto humano, una solidaridad con todos los seres vivos, y la unidad con la naturaleza y el universo. Cuando descubrimos el poder de la humildad tiende a desvanecerse la arrogancia y la defensa y quizás nos sintamos impulsa- dos a entregarnos al servicio de los demás. Entonces, la ambición, el deseo de posesiones materiales, de salud y de poder se nos aparecen súbitamente como vanidades infantiles, absurdas e inútiles.



La mitología de la muerte y el renacimiento

Cuando la terapia regresiva, la meditación intensiva o una crisis psicoespiritual lleva a un adulto a enfrentarse con la MPB IV no suele limitarse a revivir los aspectos biológicos y emocionales del nacimiento. El tema de la muerte-y-renacimiento reestimula muchas experiencias que comparten emociones y sensaciones similares. La MPB IV está relacionada con ciertas experiencias biográficas y es por ello que, quien la revive, suele asistir a una combinación de recuerdos de su propio nacimiento con imágenes que simbolizan el nacimiento, escenas de la historia humana, identificación con distintos animales y secuencias mitológicas entremezclados, a su vez, con recuerdos de acontecimientos posteriores de su vida.
El simbolismo espiritual y mitológico asociado a la MPB IV es exuberantemente variado y, al igual que ocurre con las demás matrices perinatales, su mitología puede proceder de cualquier tradición cultural. La muerte del ego se puede experimentar como una ofrenda a la terrible diosa hindú Kali o a Huitzilopochtli, el dios azteca del Sol. El sujeto también puede identificarse con un bebé arrojado por su madre, junto a otros niños, a las devoradoras llamas de la bíblica Moloch en una ceremonia de inmolación ritual. Ya hemos mencionado también a la legendaria y mitológica ave Fénix, un antiguo símbolo del renacimiento cuya visión o identificación no es infrecuente en esta- dos no ordinarios de conciencia. También es posible que el sujeto experimente el renacimiento espiritual como una unión con determinadas deidades como, por ejemplo, la diosa azteca Quetzalcoatl, las egipcias Osiris o Atis y las griegas Adonis y Dionisos. Como ilustra el relato que abre este capítulo, una de las experiencias más frecuentes vinculadas con la MPB IV es la identificación con la muerte y la resurrección de Jesucristo. La felicidad que acompaña a esta inesperada apertura espiritual rebosante de comprensiones espirituales podría ser calificada como un verdadero éxtasis prometeico.


Celebrando el misterio del viaje

Una persona que ha superado la difícil prueba de atravesar la segunda y tercera matriz perinatal y esté disfrutando de la experiencia de renacimiento asociada con la cuarta matriz perinatal, suele tener una sensación de victoria que se encarna en de- terminados héroes mitológicos, como san Jorge matando al dragón, Teseo derrotando al Minotauro o el pequeño Hércules acabando con la peligrosa serpiente que le atacó en el momento de su nacimiento. Muchas personas describen una luz deslumbrante y sobrenatural que parece irradiar inteligencia divina o experimentan a Dios como energía espiritual pura que todo lo impregna. Otros hablan de la visión de una bruma celestial azulada y traslúcida, un hermoso arcoiris o el espectacular des- pliegue de complejos dibujos similares a los que engalanan la cola del pavo real. También pueden presentarse imágenes de epifanías divinas de ángeles y seres celestiales. Igualmente común, en este estadio, es la aparición de la amorosa y protectora imagen de la Gran Madre de diferentes culturas, como la Virgen
María, Isis, Cibeles o Lakshmi, por ejemplo.
En ciertas ocasiones, el renacimiento espiritual puede estar asociado a un tipo de experiencia muy especial, la unión Atman-Brahman descrita en los antiguos textos hindúes. En tal caso, la persona se siente unida al núcleo espiritual más pro- fundo de su ser. Así, la ilusión del self individual (jiva) se desvanece y la persona experimenta la gozosa reunificación con su Self Divino (Atinan), que es también el Self Universal (Brahnian), la fuente cósmica de toda la existencia. Esta experiencia supone el contacto directo e inmediato con el Más Allá Interno, con Dios o con lo que las Upanishads describen como Tat tvam as¡ («Tú Eres Eso»). La comprensión de la identidad funda- mental de la conciencia del individuo con el principio creativo del universo constituye una de las experiencias más profundas que puede tener un ser humano. En este sentido, el renacimiento espiritual que se experimenta en la MPB IV puede re-abrir la puerta para volver al éxtasis oceánico de la MPB I y, de ese modo, volver a experimentar la unidad cósmica.
La unión simbiótica con la madre que suele acompañar a la experiencia del renacimiento («buen pecho») es tan parecida a la apacible existencia intrauterina («buen útero») que, en ocasiones, ambas experiencias se alternan o incluso llegan a coexistir. La experiencia de la MPB IV puede ir acompañada de la sensación de fusión con toda la existencia presentando, entonces, rasgos similares a los que ya hemos mencionado cuando hablábamos de la MPB I. En este estado, la realidad que nos rodea adquiere una cualidad numinosa. En la medida en que nos sentimos unidos con todo lo que es, percibimos la extraordinaria relevancia, sencillez y belleza de la vida natural. En este caso, la sabiduría de Jean Jacques Rousseau, Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau o de los maestros del taoísmo y del budismo zen, por ejemplo, parece incuestionablemente evidente.
En determinadas circunstancias ideales, el proceso de muerte del ego y posterior renacimiento puede provocar importantes y duraderas consecuencias ya que nos libera de la actitud defensiva y paranoide hacia el mundo, una actitud que se deriva de ciertos aspectos de nuestro nacimiento y de determinadas experiencias dolorosas posteriores. La muerte del ego nos despoja de los filtros y las lentes que habitualmente distorsionan nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. La experiencia del renacimiento, por su parte, puede abrir plenamente todas nuestras vías sensoriales. En tal caso, las imágenes, los sonidos, los olores, los sabores y las sensaciones táctiles son inusitadamente más intensas, vívidas y gozosas que antes, pudiendo, incluso, llegar a sentir que vemos el mundo por vez primera. Todo lo que nos rodea, incluidas las escenas más familiares y habituales, parece inusualmente excitante y estimulante. Quienes atraviesan esta experiencia suelen afirmar que han descubierto una forma completamente nueva de apreciar y disfrutar de sus seres queridos, del sonido de la música, de la belleza de la naturaleza y de los inagotables placeres que nos proporciona el mundo sensorial.
En tal caso, nuestra vida se ve polarizada por fuerzas alta- mente inspiradoras como la búsqueda de la justicia, la valoración de la armonía y de la belleza, el impulso creativo, la tolerancia y el respeto hacia los demás y el sentimiento del amor. Y, lo que es todavía más importante, comprendemos directamente que ésta es la expresión natural y lógica de nuestra verdadera naturaleza y del orden del universo. Sería totalmente inadecuado tratar de so- meter este tipo de experiencias al habitual reduccionismo freudiano que las considera como un simple mecanismo psicológico de defensa, como, por ejemplo, la «formación reactiva» (aparentar que se ama cuando, en realidad, estamos sintiendo agresividad u odio) o la «sublimación» de impulsos sexuales primitivos (consagrar nuestro tiempo a ayudar a los demás como una forma de aliviar nuestros impulsos sexuales). Es interesante constatar el extraordinario paralelismo existente entre esta nueva visión y los «metavalores» y «metamotivaciones» que Abraham Maslow observaba regularmente en quienes atraviesan experiencias místicas espontáneas o «experiencias cumbre». En los días o semanas posteriores a la experiencia espiritual, este tipo de efectos secundarios positivos son muy intensos y tienden a ir debilitándose con el paso del tiempo aunque, a un nivel más sutil, pueden llegar a transformar completamente a la persona.
Quienes han atravesado el proceso de muerte-y-renacimiento experimentan una sensación de relajación, activación, serenidad y profunda paz interna. Sin embargo, en ocasiones el proceso no llega a completarse y aboca a un estado de excitación provisional similar a la manía. En tal caso, el individuo puede sentirse excitado, hiperactivo y eufórico hasta llegar a extremos muy dolorosos. Después de haber experimentado la MPB IV y las comprensiones cósmicas que suelen acompañar- la de una manera incompleta, hay quienes salen corriendo a proclamar a voz en grito sus revelaciones, intentando compartirlas indiscriminadamente con quienes les rodean. No es infrecuente, en este caso, verlos dedicándose a hacer prosélitos, exigiendo un trato especial, tratando de organizar grandes celebraciones y haciendo planes megalomaníacos para cambiar el mundo.
Esto es lo que suele suceder en las llamadas crisis psicoespirituales espontáneas cuando el sujeto no dispone de la comprensión, el apoyo y la orientación adecuada. Así pues, cuando el descubrimiento de la propia divinidad permanece ligado al ego corporal, la comprensión mística puede asumir la forma de un delirio psicótico de grandeza. Esta conducta, no obstante, demuestra que la persona no ha llegado a conectar plenamente con la MPB IV y que debe seguir trabajando hasta integrar algunos elementos problemáticos de la MPB III. Cuando los aspectos residuales negativos de la MPB III se resuelven por completo, el renacimiento se experimenta en su forma más pura como un arrebato silencioso, sereno y tranquilo. Este estado es satisfactorio y completo en sí mismo y no requiere de ninguna acción inmediata en el mundo.



Donde el presente se une con el pasado

Ciertos acontecimientos biográficos, como el éxito, la superación de grandes dificultades y el fortuito escape de situaciones peligrosas están vinculados a la MPB IV. En reiteradas ocasiones hemos visto que el hecho de revivir el proceso del nacimiento suele despertar el recuerdo del final de una guerra o de una revolución, la supervivencia a un accidente o la superación de una prueba difícil. En otro orden de cosas, la MPB IV también puede estar asociada a la ruptura de un matrimonio conflictivo y al comienzo de una nueva relación amorosa. Hay ocasiones, por último, en que los éxitos alcanzados desfilan uno tras otro ante nuestros ojos en una especie de revisión condensada de la vida.
El nacimiento sin complicaciones parece ser una condición extraordinariamente importante para poder afrontar con éxito las situaciones difíciles de la vida. Las complicaciones, por su parte -como un parto prolongado y extenuante, el uso de fórceps, la anestesia, el parto inducido, el parto prematuro y la cesárea, por ejemplo-, parecen correlacionar positivamente con las dificultades para resolver todo tipo de conflictos.
En cuanto a su relación con las zonas erógenas freudianas, la MPB IV está asociada al placer y la satisfacción que siguen a la liberación de las tensiones desagradables. Así, a nivel oral, el aspecto físico de este estado es similar al hecho de saciar la sed y el hambre o a la liberación que sentimos cuando vomitamos y, de ese modo, ponemos fin a un intenso malestar gástrico. A nivel anal y uretral, por su parte, está vinculada a la satisfacción que acompaña a la defecación y la micción después de una dolorosa retención y, a nivel genital, corresponde al placer y la relajación que siguen a un buen orgasmo sexual. En lo que a la mujer parturienta se refiere, este estado está ligado a la liberación orgiástica que se experimenta inmediatamente después del parto.



Otros mundos, otras realidades

La región del inconsciente que solemos asociar a estas cuatro matrices perinatales representa una interfase entre nuestro psiquismo individual y lo que Jung denominaba inconsciente colectivo. Como ya hemos visto, las matrices perinatales suelen contener recuerdos de diferentes aspectos del nacimiento biológico entremezclados con ciertas secuencias de la historia, la mitología humana o la identificación con diversos animales. Estos elementos pertenecen al reino de lo transpersonal, un reino que se halla más allá de los dominios de lo biográfico y de lo perinatal y que constituye, en la actualidad, la región más controvertida de la moderna investigación sobre la conciencia.
Las experiencias transpersonales desafían la creencia de que la conciencia humana se halle circunscrita al dominio de nuestros sentidos y esté determinada por el medio en el que pene- tramos en el momento del nacimiento. La psicología tradicional sostiene que nuestra experiencia y actividad mental es la con- secuencia directa de la capacidad del cerebro para clasificar, atribuir significado y almacenar la información recogida por nuestros sentidos. No obstante, los investigadores transpersonales, por su parte, proporcionan evidencia consistente de que, bajo ciertas circunstancias, tenemos la posibilidad de acceder a fuentes casi ilimitadas de información sobre el universo que no se hallan necesariamente circunscritas al entorno físico que nos rodea. En el próximo capítulo nos dedicaremos a explorar este fascinante territorio.






















PARTE III:

EL PARADIGMA TRANSPERSONAL


Lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio. En él reside la fuente de todo arte y de
toda ciencia verdadera.
ALBERT EINSTEIN














6. UNA VISIÓN GLOBAL DEL PARADIGMA TRANSPERSONAL


La conciencia no puede ser confinada a ningún concepto egocéntrico del self Del mismo modo que la física newtoniana es apropiada para construir puentes, la identidad existencial es apropiada para resolver los problemas que supone vivir en el mundo. Sin embargo, la identificación exclusiva con el self existencial como entidad independiente no tiene ningún sentido en aquellos estados de conciencia que trascienden las limitaciones espaciotemporales ordinarias y tampoco sirve para operar en una realidad que sólo puede ser descrita adecuadamente utilizando el lenguaje de la física subatómica.

FRANCES VAUGHAN, El arco interno




Si queremos comprender el reino de lo transpersonal debemos concebir la conciencia de una manera completamente nueva. Sólo entonces podremos atisbar más allá de la creencia de que la conciencia es un producto del cerebro humano, que se halla confinada en el interior de la estructura ósea de nuestro cráneo y que, en consecuencia, es el fruto de nuestra vida individual. En la medida en que aceptemos la noción de lo transpersonal podremos empezar a considerar que la conciencia también existe fuera, que es independiente de nosotros y que no se halla intrínsecamente ligada a la materia. Contrariamente a lo que parece mostrarnos la experiencia cotidiana, la conciencia es independiente de nuestros sentidos físicos, aunque se halle, no obstante, mediatizada por ellos en nuestra percepción cotidiana de la vida.
La conciencia transpersonal es infinita y trasciende los límites del tiempo y del espacio. Intentar aprehender las dimensiones del reino transpersonal resulta tan insondable para nuestra mente cotidiana como intentar abarcar la magnitud y la profundidad del cielo estrellado de una noche despejada. Bajo la bóveda cósmica del firmamento estrellado podemos comenzar a reconocer que los límites de ese vasto e ilimitado universo que percibimos ahí afuera no son más que los límites de nuestra propia mente. Y lo mismo que acabamos de decir sobre el espacio exterior de los astrónomos es también aplicable al espacio interno del psiquismo humano. No es fácil renunciar a la creencia profundamente arraigada de que el universo es finito y de que la conciencia de cada uno de nosotros está separada de la de los demás y permanece circunscrita dentro de los límites de su propio cerebro. Tampoco es fácil reconocer que la mente y la conciencia no son un patrimonio exclusivo de la especie humana y que impregnan la totalidad de la naturaleza desde las formas más elementales hasta las más complejas. Por más que lo intentemos somos incapaces de liberarnos de los prejuicios impuestos por la cultura y por lo que suponemos que es el sentido común. No obstante, para sostener estas ilusiones debemos seguir ignorando el amplio cuerpo de observaciones y datos que nos proporciona la moderna investigación sobre la con- ciencia y otras disciplinas científicas que parecen confirmar la evidencia de que el universo y el psiquismo humano carecen de límites. Cada uno de nosotros está conectado y, al mismo tiempo, es una expresión de la totalidad de la existencia.
La aceptación de la naturaleza transpersonal de la conciencia desafía nociones fundamentales de nuestra sociedad que tienen profundas consecuencias a nivel personal. Para aceptar esta nueva perspectiva sobre la conciencia debemos reconocer que nuestra vida no está determinada exclusivamente por los estímulos ambientales inmediatos que hemos recibido desde el momento del nacimiento sino que también se halla modelada por influencias ancestrales, culturales, espirituales y cósmicas que trascienden, con mucho, el horizonte que nos ofrecen los sentidos físicos.


Los precedentes históricos

No hace más de veinte años que la conciencia transpersonal se ha convertido en objeto de la investigación científica rigurosa. Antes de esa fecha las experiencias transpersonales sólo tenían sentido dentro del marco de lo espiritual, lo místico, lo religioso, lo mágico y lo paranormal, un dominio, por tanto, privativo de los sacerdotes y los místicos y carente de todo interés para los científicos. Sin embargo, a pesar de los prejuicios de la ciencia moderna para acometer el estudio de lo transpersonal, ha habido muchos pioneros que han dedicado su vida al estudio de la conciencia humana, uno de cuyos ejemplos más evidentes nos lo proporciona el conocido psiquiatra suizo C.G. Jung.
Al final de su vida, Jung dijo que su obra más madura había surgido de las experiencias transpersonales de las que habla en Septem Sermones ad Mortuos (Siete sermones a los muertos), un libro publicado en una edición limitada en 1916. En este libro, Jung describe la forma en que logró cruzar las fronteras de la conciencia cotidiana, penetrar en un dominio previamente inimaginable y establecer contacto con una entidad a la que llamó «Basilides». Cuando Jung le preguntó por su origen, Basilides respondió que había vivido en la ciudad de Alejandría muchos siglos atrás. Fue Basilides quien habló a Jung del «pleroma», un concepto transpersonal que le permitió perfilar la noción de «inconsciente colectivo».
El pleroma es, al mismo tiempo, el origen y el fin de todos los seres creados. El pleroma impregna todas las criaturas del mismo modo que la luz del sol impregna el aire [...]. Nosotros somos el pleroma mismo porque formamos parte de lo eterno y de lo infinito... Hasta en el más pequeño punto está el eterno, inagotable y completo pleroma, dado que lo pequeño y lo grande son cualidades que se hallan contenidas en él. El pleroma es esa nada que se halla por doquier completa e ininterrumpidamente.'
Aunque Jung aprendió mucho de su relación con su guía interno Basilides fue, sin embargo, el contacto que sostuvo con una segunda entidad -a la que encontró en un nivel transpersonal- la que influyó más poderosamente en su obra. Esta segunda figura, un «espíritu» al que denominó «Filemon», alentó y orientó su trabajo durante el resto de su vida. De hecho, al final de su vida Jung atribuyó gran parte de su actividad creativa a su relación con Filemon.
La obra de Abraham Maslow sobre las experiencias cumbre constituye otro precedente importante en el campo de los niveles transpersonales de experiencia. Maslow insistió reiterada- mente en la necesidad de «despatologizar» el psiquismo, es decir, de no seguir considerando el «núcleo interno» de nuestro ser como el origen de la oscuridad metafísica y de la enfermedad sino como la fuente de salud y el manantial de la creatividad humana. En opinión de Maslow, la civilización occidental ha ensombrecido la importancia de este núcleo interno considerándolo como una superstición en lugar de una realidad, con lo cual ha terminado convirtiéndolo en el origen de todos los impulsos dañinos, oscuros, neuróticos o psicóticos, es decir, en algo que debe ser eliminado o reprimido.


Pero el trabajo de Maslow con personas «autorrealizadas» evidenció que si queremos actualizar plenamente el potencial del ser humano no debemos seguir reprimiendo los impulsos que proceden de ese núcleo interno sino que, por el contrario, debemos aprender a prestarles atención. Su investigación de- muestra que las «voces e impulsos» procedentes de ese núcleo interno (como el Filemon de Jung, por ejemplo) son «frágiles, sutiles y delicadas y pueden ser fácilmente sofocadas por el aprendizaje, las expectativas culturales y el miedo a la desa- probación». Según Maslow, «podemos definir parcialmente a nuestra verdadera personalidad como la capacidad de escu- char esos impulsos-voces que se originan en nuestro inte- rior...». Y prosigue: «No podremos alcanzar la salud psicoló- gica a menos que aceptemos, valoremos y respetemos ese núcleo fundamental de nuestra personalidad» . 2
Hace ya unos cien años que William James, uno de los pa- dres de la moderna investigación científica, reflexionó sobre la forma en la que establecemos fronteras arbitrarias que terminan limitando nuestro psiquismo. El trabajo de James, como el de Jung y Maslow, constituye una invitación a explorar las múlti- ples posibilidades que se abren en este sentido:
La mayor parte de las personas viven [...] en un círculo muy restringido de su ser potencial. Sólo utilizan una pequeña parte de los recursos totales de su conciencia y de su alma. Es como un hombre que hubiera permanecido separado de su organismo corporal global y se hubiera acostumbrado a utilizar y mover tan sólo su dedo meñique.'


La exploración y la cartografía del mundo transpersonal

En nuestro estado de conciencia cotidiano -el estado que consideramos normal- experimentamos nuestra vida dentro del estrecho horizonte que nos proporcionan los cinco sentidos. En ese estado de conciencia definimos a la realidad mediante las imágenes, sonidos, texturas, sabores y olores del mundo que nos rodea. Nuestra percepción del mundo se halla circunscrita al tiempo y al lugar que ocupamos en un determinado momento. Obviamente, también podemos recordar el pasado e imaginar lo que nos ocurrirá en el futuro. En este sentido, bien podríamos decir que somos conscientes de cosas que suceden fuera del ámbito de nuestros sentidos. Sin embargo, no sentimos que estemos experimentando directamente el pasado, el futuro o acontecimientos remotos, sino que tenemos la experiencia de que esos otros tiempos y esos otros lugares sólo existen en nuestra imaginación. Así pues, creamos el pasado y el futuro del mismo modo que un novelista da forma a los personajes y los paisajes que aparecen en su libro.
No obstante, cuando accedemos al dominio de las experiencias transpersonales desaparecen todas las limitaciones que damos totalmente por sentadas en la vida cotidiana. En ese momento, los hechos históricos, los acontecimientos que pertenecen al futuro y determinados elementos del mundo que normalmente consideramos más allá del alcance de nuestra conciencia, pa- recen absolutamente reales y verdaderos. Entonces ya no podemos seguir creyendo que este tipo de experiencias sea el mero producto de nuestra imaginación. El mundo de lo transpersonal es totalmente independiente de nosotros. En sus primeros encuentros con su guía espiritual Jung afirmó que era Filemon -y no él mismo- quien hablaba. Jung creía que los pensamientos se originaban en él, mientras que, según Filemon, «los pensamientos eran como los animales que corretean por el bosque, como las personas que entran y salen de una habitación, como los pájaros que vuelan por el aire». Jung llegó a la conclusión de que Filemon le había enseñado «la objetividad psíquica, la realidad del psiquismo», lo cual le ayudó a comprender que «existe algo en mí que puede decir cosas que yo mismo ignoro y van más allá de mis intenciones».
En los dominios de lo transpersonal experimentamos una expansión o ampliación de la conciencia que trasciende, con mucho, las fronteras habituales de nuestro cuerpo y de nuestro ego y va"mucho más allá de los límites físicos de nuestra vida cotidiana. Cuanto más exploramos estos dominios más convencidos nos hallamos de que las experiencias de la conciencia transpersonal engloban todo el espectro de la existencia.
Pero si queremos penetrar en el nuevo territorio de lo transpersonal debemos mostramos muy prudentes y cautelosos. Hay que tener en cuenta que somos pioneros en un dominio desconocido cuya exploración nos obliga a transformarnos a medida en que avanzamos. Quienes se aventuran en este territorio ignoto tienen el deber de cartografiarlo para allanar el camino de quienes les seguirán en esa empresa. Por supuesto que cartografiar la conciencia humana es algo muy distinto a cartografiar una región geográfica, pero hay ciertas líneas directrices y ciertos hitos que pueden servir para que los demás reconozcan dónde están y con qué pueden encontrarse.
Me parece útil cartografiar el dominio de lo transpersonal hablando de tres regiones experienciales diferentes: 1) la expansión y extensión de la conciencia dentro de las nociones cotidianas del tiempo y del espacio; 
2) la expansión y extensión de la conciencia más allá de las nociones cotidianas del tiempo y del espacio, y 
3) las experiencias «psicoides».
Esta enumeración incluye todos los tipos de experiencia transpersonal que he observado en mi propia investigación y que han sido descritos reiteradamente por diversas y respetadas autoridades en este campo. Hay que decir, por último, que, aun- que tratemos de manera separada los distintos tipos de fenómenos transpersonales, en la práctica, no obstante, esta separación no es tan tajante y suelen presentarse entremezclados con experiencias perinatales o biográficas. Así, por ejemplo, las experiencias kármicas y las figuras de las diversas deidades arquetípicas suelen aparecer por vez primera asociadas con las matrices perinatales básicas. Del mismo modo, las experiencias embrionarias pueden aparecer combinadas con recuerdos filogenéticos, con experiencias de unidad cósmica y con visiones de deidades y demonios.
En los próximos capítulos exploraremos más detalladamente las tres categorías que acabamos de presentar. Comenzaremos con la expansión de la conciencia dentro de las nociones cotidianas del tiempo y del espacio, luego iremos más allá del espacio y del tiempo y terminaremos describiendo las experien- cias psicoides que encontramos en los mismos confines de la conciencia transpersonal.
















7. MAS ALLÁ DE LAS FRONTERAS DEL ESPACIO




En ocasiones, el psiquismo opera más allá de la ley espacio-temporal de la causalidad, lo cual demuestra que nuestra concepción del espacio, del tiempo y, por consiguiente, de la causalidad, es insuficiente. Cualquier imagen completa del mundo requiere, por lo menos, de una nueva dimensión...
C.G. JUNG, Recuerdos, sueños y pensamientos




Solemos creer que el mundo en que vivimos está compuesto de cuerpos físicos individuales -animados e inanimados- cuyos límites están clara y netamente definidos. Nuestros sentidos -la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto- parecen confirmar que, por lo menos a nivel físico, nos hallamos separados de todo lo que podernos observar. Por otra parte, esta diferencia entre nosotros y los demás o entre nosotros y el resto del universo parece ratificar nuestra soberanía, autonomía y singularidad. No obstante, los datos que nos proporciona la investigación sobre la conciencia realizada en los últimos años parecen señalar, por el contrario, que las fronteras físicas son más ilusorias que reales. Deberíamos, pues, comenzar a poner en tela de juicio la realidad de las fronteras que percibimos entre nosotros y el universo y empezar a considerar que quizás se trate de una construcción de nuestra mente en nada diferente a la ilusión del refrescante y burbujeante oasis que aparece ante la atónita mirada del sediento viajero que atraviesa el desierto.
 
La moderna investigación sobre la conciencia humana nos permite descubrir que la ciencia ha descrito un círculo completo y vuelve a presentarnos una visión de la vida muy similar a la que nos ofrecen los ancianos sabios de las antiguas culturas orientales. Según Sri Aurobindo:
Debemos considerar todo lo que ocurre como el despliegue del movimiento de nuestro verdadero Yo, un Yo que no sólo habita en nuestro cuerpo sino que mora en todos los cuerpos. En nuestra relación con el mundo debemos ser conscientes de lo que realmente somos, es decir, un Yo que se convierte en todo lo que observa. Debemos considerar cualquier movimiento, energía, forma y evento como el de nuestro Yo real, un Yo único que se manifiesta en una gran diversidad de existencias.
Albert Einstein se refería también al mismo tema del si- guiente modo:
El ser humano forma parte de una totalidad, llamada por nos tros «Universo», una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Cada ser humano se experimenta a sí mismo, a sus pensamientos y a sus sentimientos como algo separado del resto en una especie de ilusión óptica de la conciencia.
Existen pocas personas que no hayan experimentado nunca, aunque sea bajo ciertas circunstancias, una expansión de sus fronteras cotidianas. En esos momentos, nuestra ilusión de se- paratividad se desdibuja y termina desvaneciéndose como los últimos rayos de sol al anochecer. Entonces, por un instante fugaz, nos sentimos fundidos con los demás y nos identificamos con su modo de experimentar el mundo, o nos sentimos unidos con la conciencia de un grupo de personas y nos identificamos con las aflicciones y alegrías de toda una sociedad, una raza o hasta la misma humanidad. De manera parecida, vamos de excursión a la montaña o nos adentramos en la espesura de un bosque de sequoias y, de pronto, nos encontramos más allá de los límites de la existencia humana y experimentamos con gran intensidad la vida de plantas, animales o, incluso, de objetos y procesos inorgánicos. El siguiente pasaje, extraído de la obra de Eugene O'Neill Largo día hacia la noche, en el que Edmund describe una travesía nocturna en un bote pesquero, constituye un hermoso ejemplo de un estado transpersonal que trasciende los límites cotidianos de la experiencia humana.
Estaba tendido en el bauprés con la mirada dirigida hacía popa. Debajo de mí salpicaba la espuma y, por encima, el mástil y la vela -tenuemente iluminados por la luz de la luna- se elevaban hacia las alturas. La belleza del paisaje y la cadencia del movimiento me embriagaron y, por un momento, me olvidé de mí mismo, me olvidé realmente de toda mi vida. ¡Era completamente libre! ¡Entonces me disolví en el mar y me convertí en la blanca vela y en la espuma voladora, fui belleza y balanceo, me transformé en luz de luna, en velero y en firmamento difusamente estrellado! No tenía pasado y carecía de futuro. Sólo había paz, unidad y una alegría incontenible. ¡Formaba parte de algo mayor que mi propia vida, mayor que la Vida del Hombre, mayor que la Vida misma! ¡Dios, si pudiera describirlo...! Era como si, de repente, una mano invisible hubiera descorrido el velo que nos impide ver las cosas tal como son y, por un instante, todo se hubiera colmado de sentido.'
En los estados alterados de conciencia se nos impone una nueva percepción del mundo que termina desplazando la ilusión cotidiana de la realidad newtoniana -en la que nos sentimos como «egos encapsulados en la piel», egos que existen en un mundo de seres y de objetos separados- llegando incluso, en los dominios propiamente transpersonales, a identificarnos con la biosfera de nuestro planeta y con la totalidad del universo material.



Identificación con otras personas

Quizás la experiencia transpersonal más familiar sea la que afecta a nuestra relación con las personas más próximas. Así, por ejemplo, cuando hacemos el amor, o cuando compartimos un momento de éxtasis con los demás, la demarcación habitual entre tú y yo parece desvanecerse. Entonces comprendemos súbitamente que nuestra conciencia es completamente independiente de nuestro cuerpo. Las dos conciencias se entremezclan y terminan fundiéndose desafiando las fronteras físicas que normalmente consideramos inamovibles. Esta experiencia también puede ir acompañada de la unión con la fuente creativa de la que procedemos o de la que formamos parte.
Podríamos denominar a este tipo de conexión transpersonal con otra persona como «unidad dual». Se trata de un tipo de experiencia que puede ocurrir durante la práctica de ciertas disciplinas espirituales -especialmente el yoga tántrico- o durante períodos de gran conmoción emocional -como una alegría extraordinaria, la muerte de un ser querido, el nacimiento de un niño o la ingesta de sustancias psicoactivas, por ejemplo-. Las experiencias de unidad dual -en las que tenemos la sensación de fundirnos completamente con otra persona manteniendo, sin embargo, nuestra propia identidad- son también frecuentes entre la madre y el bebé durante el embarazo y la lactancia.
En la práctica clínica he presenciado literalmente centenares de veces las diversas formas que puede asumir la experiencia de unidad dual. Un ejemplo particularmente relevante fue el de una cliente, a quien llamaré Jenna, que se sintió fundida con su madre mientras revivía su vida intrauterina y el período de su lactancia.
Durante la sesión, Jenna se colocó en la posición fetal característica de quienes están atravesando un estado profundamente regresivo. A medida que iba convirtiéndose en una niña pequeña las arrugas de su rostro parecían desaparecer. Entonces comenzó a describir con una voz infantil lo cercana que se sentía de su madre. Tenía la maravillosa sensación de formar parte de ella, de estar fundida con ella hasta el punto de que no existía la menor diferencia entre sus sensaciones y las de su madre. Jenna sentía que su identidad oscilaba entre su madre y ella misma. En ocasiones, era un feto en el útero de su madre y, en otras, un bebé lactante. Podía intercambiar los papeles y sentirse como una embarazada, o como la madre que está dando el pecho, pero también podía experimentarse como si fuera su madre y una niña al mismo tiempo, como si ambas experiencias formaran parte de un continuo, de un solo organismo, de una sola mente.
En un determinado momento en el que estaba experimentando esta unidad dual y se hallaba simbióticamente unida a su madre abrió los ojos. Cuando me vio pareció sorprenderse. Me¡¡, dijo que las fronteras existentes entre nosotros habían desaparecido y que podía sentir mis pensamientos y mis sentimientos. Luego pasó a describirlos con tan pasmosa exactitud que no cabía la menor duda de la certeza de su afirmación.
Éste fue un momento crítico para Jenna porque la unidad dual que había comenzado experimentando con su madre y que luego siguió experimentando conmigo le permitió asumir una nueva perspectiva sobre su vida y también profundizó el grado de confianza y comunicación que existía entre nosotros. Es muy frecuente que la experiencia de unidad dual profundice la confianza y comprensión hacia nuestra familia y hacia nuestros seres queridos. Es muy posible también que este aspecto de la conciencia humana constituya el fundamento de lo que denominamos empatía.
La identificación completa con otra persona constituye un tipo de experiencia íntimamente relacionada con la unidad dual. Se trata de una identificación de tal magnitud que, en ella, perdemos nuestra propia sensación de identidad y nos transformamos por completo en otra persona. El siguiente caso -experimentado por mi esposa Christina en el período en que vivíamos en el Instituto Esalen, en Big Sur- constituye un ejemplo singularmente revelador en este sentido.
En ese tiempo, Christina estaba en cama recuperándose de una infección vírica. Uno de nuestros amigos, residente también en Esalen, era el antropólogo y generalista Gregory Bateson, a quien acababan de detectar un tumor maligno del tamaño de un grano de uva en los pulmones. El médico le había dicho que el tumor no era operable y que le quedaban unas cuatro semanas de vida. Mientras vivió en Esalen recibió todo tipo de tratamientos alternativos y realmente llegó a vivir dos años y medio más de lo que el doctor le había pronosticado. Durante esa época, Christina y yo pasamos mucho tiempo con Gregory y su familia y llegamos a ser grandes amigos.
Cierta mañana, mientras Christina yacía en cama, tuvo la abrumadora sensación de que se estaba convirtiendo en Gregory. Sentía que tenía su gigantesco cuerpo, sus enormes manos, sus pensamientos y su inconfundible humor británico. Se sentía estrechamente conectada con el dolor de su cáncer y sabía, con cada una de las células de su cuerpo, que estaba mu- riendo, lo cual la desconcertó porque no reflejaba su valoración consciente de la situación.
Ese día, Christina vio a nuestro amigo el doctor Carl Simonton, que estaba visitando Esalen. Por la mañana, Carl había estado trabajando con Gregory en una técnica de visualización que utilizaba en su trabajo como oncólogo y radiólogo. Carl le dijo a Christina que la sesión de esa mañana había sido muy dura porque, a mitad de trabajo, Gregory había declarado de repente: «No quiero seguir con esto. Quiero morir». Entonces dejaron de lado el intento de luchar contra el cáncer, llamaron a Lois, la esposa de Gregory, y estuvieron hablando sobre la muerte. El momento en el que Gregory había anunciado su decisión de morir coincidía exactamente con la experiencia de Christina.
Pero la desaparición de las fronteras individuales y la experiencia de fusión puede extenderse todavía más y llegar a englobar a un grupo de personas que tienen algo en común -ya sea la raza, la nacionalidad o la cultura- o que comparten un sistema de creencias, una profesión o una situación determinada. Las experiencias fugaces de identificación con la conciencia de un grupo no necesariamente suponen un cambio profundo y duradero en la conciencia. Quienes visitan Auschwitz, el campo de exterminio nazi en el que fueron torturados y asesinados millones de judíos, por ejemplo, suelen experimentar, aunque sólo sea por un instante, la sensación agobiante de compartir el terror, la aflicción y las crueles privaciones que padecieron quienes fueron encarcelados y murieron en ese lugar. Del mismo modo, quienes visitan el Vietnam War Memorial de Washington D.C. también suelen experimentar el sufrimiento de- todos los hombres y mujeres jóvenes que perdieron la vida en esa guerra.
En los estados alterados de conciencia, este tipo de experiencias transpersonales puede ser muy profundo, vívido y gráfico y puede perdurar desde unos pocos segundos hasta varias horas. Es posible, por ejemplo, convertirse en todas las madres del mundo que han perdido a sus hijos en la guerra, en todos los soldados que han muerto en los campos de batalla o en todos los perseguidos y proscritos de la historia de la humanidad. Aunque sea algo difícil de imaginar para quienes jamás hayan tenido este tipo de experiencias, en estas condiciones es posible experimentar la convincente sensación de transformarse, al mismo tiempo, en todas esas personas. Es como si uno se convirtiera en una conciencia que contuviera a cientos, o incluso millones, de individuos.
Las escrituras místicas de todas las épocas mencionan reiteradamente este tipo de experiencias visionarias. Sin embargo, conviene señalar que no constituyen un patrimonio exclusivo de las grandes figuras de la historia de la religión ni tampoco son, como alegan en ocasiones los escépticos, los fantásticos embustes de un clero intrigante que pretende manipular a las crédulas muchedumbres. Una de las más sorprendentes revelaciones de la moderna investigación sobre la conciencia ha sido el descubrimiento de que, en determinados estados extraordinarios de conciencia, todos nosotros tenemos la capacidad potencial de acceder a este tipo de experiencias transpersonales.
 
Veamos a continuación el relato de la experiencia visionaria de un profesional de la salud mental durante un viaje a las antiguas ruinas mayas de Palenque, en México. Este prolijo relato ilustra una experiencia de trascendencia en el tiempo y nos habla de un tema que todavía no hemos tratado, el encuentro con entidades arquetípicas. Se trata de un relato que ilustra de un modo tan interesante el tipo de experiencias visionarias al que podemos acceder a través de la experiencia transpersonal que hemos preferido dejarlo intacto a pesar de su considerable extensión.
Cada vez me resultaba más difícil relacionarme con las ruinas como si fuera un simple turista. Sentía oleadas de profunda angustia penetrando todo mi ser y una sensación de opresión casi metafísica. Mi campo perceptual se oscurecía cada vez más y comencé a advertir que los objetos que me rodeaban estaban dotados de una energía extraordinaria y parecían exhibir sus fa- cetas más amenazadoras.

Recordé entonces que Palenque había sido un lugar en el que se habían realizado miles de sacrificios humanos y sentí que todo ese enorme sufrimiento rondaba todavía sobre el lugar como una pesada bruma. Sentí la presencia de terribles deidades sedientas de sangre exigiendo más sacrificios y parecía que daban por sentado que yo iba a ser la próxima víctima. Mientras tanto, seguía convencido de que estaba atravesando una experiencia simbólica y de que mi vida no corría ningún tipo de peligro.
 
Entonces cerré los ojos para prestar atención a lo que ocurría en el interior de mi psiquismo y, de repente, pareció que la historia cobrara vida. Vi que Palenque no estaba ruinas sino que era una próspera ciudad sagrada en la cúspide de su esplendor. Presencié entonces, con extraordinario lujo de detalles, una inmolación ritual en la que yo no me limitaba a ser un simple observador sino la misma víctima del sacrificio. Esta es- cena fue seguida de inmediato por otra similar y luego por otra más. Las fronteras de mi individualidad parecían haberse disuelto y comprendí entonces el papel que desempeñaba el sacrificio ritual en la religión precolombina y me sentí tan conectado con todos los que habían muerto en Palenque a lo largo de los siglos que terminé convirtiéndome en ellos.
Sentí entonces todo el amplio espectro de emociones que ellos habían sentido, el dolor por tantas vidas perdidas, la ansiedad expectante, la ambivalencia hacia los verdugos, la entrega al veredicto del destino, la excitación y una curiosa expectativa hacia lo que iba a suceder. Tenía la extraña sensación de que los preparativos del ritual implicaban la administración de drogas modificadoras de la mente que elevaban la experiencia a un nivel superior.
El sujeto estaba fascinado por la profundidad de la experiencia y por la riqueza de las comprensiones que la acompañaban. Ascendió entonces la colina y se tumbó sobre el Templo del Sol para concentrarse mejor en lo que estaba ocurriendo. El pasado bombardeaba su conciencia con una intensidad inusitada. Pronto la fascinación fue reemplazada por un temor metafísico profundo y escuchó una voz clara y fuerte que le decía: «Tú no estás aquí como un turista entrometido en la historia sino como una víctima, como todos aquellos que fueron sacrificados en el pasado. No saldrás vivo de aquí». Sintió la abrumadora presencia de las deidades exigiendo sacrificio y hasta las mismas paredes del edificio parecían estar sedientas de su sangre. Su relato prosigue del siguiente modo:
 
Yo ya había experimentado estados alterados de conciencia en sesiones psicodélicas y sabía que, en estas experiencias, los peores miedos no reflejan peligros objetivos y suelen disiparse apenas la conciencia retorna a su estado normal. Estaba convencido de que se trataba «de algo por el estilo». Pero la sensación de peligro inminente era cada vez mayor. Abrí los ojos y una sensación de pánico espeluznante recorrió todo mi ser. Mi cuerpo se hallaba cubierto de hormigas gigantes. Esta experiencia no era nada simbólica sino que literalmente cientos de granos henchidos salpicaban la superficie de mi piel.
Me di cuenta de que esta complicación inesperada dificultaba notablemente las cosas. El terror que había logrado superar regresaba ahora fatídicamente. Dudaba de que la experiencia pudiera matarme pero no estaba tan seguro de los efectos que, en un estado alterado de conciencia, pudieran causarme la gran cantidad de toxinas que habría acumulado en mi cuerpo. Decidí correr, escapar de las ruinas y dejar de estar bajo la influencia de las deidades. Sin embargo, el tiempo parecía haberse ralentizado hasta el punto de detenerse y todo mi ser era enormemente pesado, como si fuera de plomo. Traté de correr desesperadamente pero parecía que me moviera a cámara lenta. Sentí como si estuviera atrapado, como si las deidades y los muros hubieran echado un nefasto sortilegio sobre mí. Entonces desfilaron por mi mente miles de imágenes de la historia de Palenque. A lo lejos podía ver el abarrotado estacionamiento que se hallaba separado de las ruinas por una gruesa cadena. Ahí estaba el mundo racional en el que se movía mi realidad cotidiana. Me propuse entonces el objetivo de llegar hasta allí con la expectativa de que eso podría salvarme la vida. Veía que las cadenas eran la frontera que separaba los dos mundos, más allá de la cual quedaría fuera del alcance del poder mágico de esas deidades arcaicas. ¿Acaso el mundo moderno no ha terminado conquistando y poniendo en entredicho a imperios basados en la creencia en las realidades míticas? 3
Su expectativa resultó ser acertada. Después de un tiempo que le pareció eterno y realizando un enorme esfuerzo, consiguió llegar hasta el estacionamiento. En ese mismo momento, sintió que se había liberado de un gran peso físico, psicológico y espiritual. Se sentía tan ágil, extasiado y pletórico de energía vital como si hubiera acabado de nacer. Sus sentidos se hallaban completamente despejados y abiertos. La puesta del sol duran- te el viaje de regreso a Palenque, la cena en el pequeño restaurante de Villahermosa observando la agitación callejera y el sabor del zumo de frutas de la zumería fueron verdaderas experiencias místicas. No obstante, pasó gran parte de la noche duchándose con agua caliente para aliviar el dolor y la comezón de las picaduras. Varios años después, un antropólogo amigo suyo que había estudiado la cultura maya le dijo que las hormigas jugaban un papel muy importante en la mitología maya y estaban estrechamente relacionadas con la diosa tierra y con el proceso de renacimiento.
 
Pero la forma más extrema de conciencia de grupo es la identificación con toda la humanidad, una experiencia en la que pa- recen difuminarse todas las fronteras que nos separan del resto de la humanidad. La experiencia de Cristo en el Huerto de Getsemaní constituye un ilustrativo ejemplo de esta experiencia, muy frecuente, por otra parte, en la literatura antigua. Veamos ahora, sin embargo, un ejemplo de este tipo de experiencia transpersonal que proviene del mundo de la tecnología moderna. Se trata de una experiencia relatada por Rusty Schweickart en su crónica del vuelo del Apolo 9, cuya misión era la de ensayar el módulo lunar para futuros viajes tripulados a la superficie de la Luna.
A medida que el vehículo espacial comenzaba a dar vueltas en torno a la Tierra y atravesaba las fronteras geográficas y políticas a una velocidad tremenda, Rusty empezó a tener cada vez más dificultades en identificarse a sí mismo como miembro de una determinada nación. Veía a sus pies el Mediterráneo, cuna de civilizaciones, que había representado durante muchos siglos a todo el mundo conocido. El planeta azul, verde y blanco al que circunvalaba cada hora y media contenía todo lo que para él era significativo: historia, música, arte, guerra, muerte, amor, lágrimas, juegos y alegrías. Su conciencia sufrió entonces una profunda transformación.
 
Cuando das la vuelta a la Tierra cada hora y media reconoces que tu identidad no tiene que ver con un lugar concreto sino que está ligada a la totalidad del planeta, lo cual implica, necesariamente, una transformación. Cuando miras hacia abajo no percibes ningún tipo de fronteras [...]. Cientos de personas matándose unos a otros por una línea imaginaria que ni si- quiera puedes llegar a percibir. Desde aquí el planeta es una totalidad tan hermosa que desearías coger de la mano uno por uno a todos los individuos y decirles: «¿Míralo desde aquí. Date cuenta de lo que es verdaderamente importante!».
Durante su viaje espacial estas revelaciones desembocáron en una profunda experiencia mística. La cámara diseñada para filmar el viaje se estropeó y, durante unos minutos, Rusty no tuvo otra cosa que hacer más que flotar en el espacio y dejar que el espectáculo de la Tierra, del cosmos y de toda la existencia bombardeara su conciencia. Muy pronto le resultó im- posible seguir sus fronteras individuales y, de pronto, se sintió identificado con toda la humanidad.
Piensas en lo que estás experimentando y te preguntas lo que has hecho para merecer esta fantástica experiencia. ¿Acaso has hecho algo para alcanzarla? ¿Has sido elegido por Dios para disfrutar de una experiencia especial a la que los demás no pueden acceder? Sabes que la respuesta es no, que no eres especialmente merecedor de lo que está ocurriendo. Esto no es algo especial para ti. En ese momento eres muy consciente de que eres una especie de sensor de todo el género humano. Entonces miras a la superficie del globo sobre el que has vivi- do hasta ese momento y tomas conciencia de todas las personas que viven ahí. Ellos no son diferentes a ti, tú eres igual que ellos, tú les representas. Tú no eres más que el elemento sensible [...]. De algún modo tomas conciencia de que eres la van- guardia de la vida y de que debes regresar a ella renovado. Esta experiencia te hace más responsable de tu relación con eso que llamamos vida. Ha habido un cambio que transforma, a partir de ese momento, tu relación con el mundo. Esta excepcional experiencia modifica la relación que sostenías, hasta ese momento, con este planeta y con todas sus formas de vida.'
 
Desde su regreso de la misión del Apolo 9, Rusty ha consagrado parte de su vida a comunicar su visión y a compartir con los demás la transformación que experimentó su conciencia. A partir de su experiencia de identificación con toda la humanidad, su interés y motivación fundamental le ha llevado a com- prometerse activamente en pro de la paz y la armonía ecológica del planeta Tierra y de toda la humanidad.



Superar el abismo existente entre las especies

En los dominios de lo transpersonal es posible llegar a experimentar las sensaciones que experimenta un puma que per- sigue a su presa en la profundidad de un barranco, los impulsos primordiales de un reptil gigantesco en sus encuentros sexuales o el majestuoso vuelo de un águila. Quienes han experimentado este tipo de identificación con animales sostienen haber tenido una profunda comprensión orgásmica de impulsos completa- mente ajenos a los seres humanos, como las sensaciones que experimentan la anguila o el salmón en sus heroicos viajes corrienteriosa metamorfosis que transforma al huevo en oruga, a ésta en crisálida y finalmente en mariposa.
La naturaleza y los rasgos característicos de experiencia transpersonal de identificación con la conciencia animal trascienden, con mucho, el alcance de la fantasía y la imaginación humana y puede ser tan extraordinariamente convincente que nos lleve a experimentar su imagen corporal o los impulsos instintivos propios de este animal en su entorno natural.
Veamos ahora el relato de una mujer que, durante un taller de Respiración Holotrópica'® celebrado en Bruselas, experimentó una identificación con las ballenas que le permitió comprender diversos aspectos sobre la conducta de estos cetáceos que anteriormente ignoraba.

Después de haber atravesado un episodio de muerte y renacimiento en la luz, las cosas comenzaron a aquietarse. Cada vez estaba más serena y más tranquila y mi conciencia pareció profundizarse y amplificarse considerablemente adquiriendo una cualidad netamente oceánica, hasta que llegué a sentir que me transformaba en lo que bien podría describir como la conciencia del océano. Luego me di cuenta de la presencia de cuerpos grandes y comprendí que se trataba de una manada de ballenas.
Al poco tiempo advertí una brisa de aire frío acariciando mi cabeza y el sabor del agua salada en la boca. Súbitamente sentí que mi conciencia se poblaba de sensaciones y de sentimientos ajenos que eran definitivamente no humanos. El contacto primordial con los organismos que me rodeaban comenzó a dar forma a una nueva imagen corporal hasta que terminé com- prendiendo que me había convertido en uno de ellos. Sentía que una vida latía en mi vientre y supe, sin lugar a dudas, que estaba preñada.
Y entonces llegó otra ola del proceso del nacimiento. Sin embargo, en esta ocasión, el episodio tenía una cualidad pantagruélica que lo diferenciaba claramente de los anteriores. Era como si la agitación se originase en las mismísimas profundidades del océano de una manera asombrosamente delicada y natural. Experimenté todos los matices de la actividad genital de la ballena y tuve una profunda comprensión visceral de su proceso de nacimiento. Lo que más me sorprendió era la forma en que aspiraban el agua y utilizaban la presión hidráulica para expulsar al bebé. También me asombró que lo primero en salir fuera la cola del ballenato.'
 
Tiempo después, mientras me hallaba describiendo esta experiencia a los asistentes a un taller que estaba dirigiendo en California, uno de sus miembros -que resultó ser especialista en biología marina- confirmó la exactitud de las declaraciones de la joven belga. Pero, por más sorprendente que pueda parecernos, ésta no es sino un ejemplo más del conjunto de extraordinarias experiencias que hemos ido recopilando a lo largo de años de trabajo con estados alterados de conciencia. Resulta asombroso constatar, independientemente del conocimiento o interés previos del sujeto al respecto, la exactitud y precisión de los datos proporcionados por estas experiencias.
Recuerdo tambien otro caso de identificacion con la conciencia animal experimentado por una persona que llevaba varios años de serio trabajo de autoconocimiento. Este sujeto relató que se había identificado con la conciencia de un águila. Describió cómo se deplazaba velozmente por el aire aprovechando las corrientes de aire gracias al diestro manejo de los cambios de posición de sus alas. Relató también la forma en que utilizaba sus ojos como poderosos binoculares para inspeccionar la superficie del suelo desde tan lejana distancia y percibir los más leves pormenores del terreno. Cuando divisaba el más pequeño movimiento sus ojos parecían clavarse sobre ese detalle y amplificarlo como si de un zoom se tratara. Se refirió a esta extraña capacidad visual como visión túnel, como si observara a través de un tubo largo y estrecho. En este sentido dijo: «Tenía la sensación incuestionable de que mi experiencia reproducía tan fielmente el mecanismo visual de las aves rapaces -algo, por cierto, previamente desconocido y que nunca había despertado mi interés- que decidí ir a una biblioteca para estudiar la anatomía y la fisiología de su sistema óptico».
Pero la experiencia de identificación con la conciencia animal no se halla exclusivamente circunscrita a las especies más desarrolladas de la escala evolutiva -como primates, cetáceos, pájaros o reptiles, por ejemplo- sino que puede alcanzar incluso a insectos, gusanos, babosas e incluso celentéreos, experiencias que también suelen proporcionar una información sorprendentemente minuciosa.
Recuerdo, por ejemplo, en este sentido, cierta sesión de Respiración Holotrópica" en la que una persona se identificó con una oruga y experimentó su percepción del mundo, su sistema de locomoción y alimentación en base a hojas. La experiencia prosiguió con la formación de una crisálida y el estado de con- ciencia propio de esa fase de su ciclo vital. Luego, la persona experimentó en su propio cuerpo a nivel celular el milagro de la metamorfosis. Comentó también su sorpresa al descubrir que el proceso de la metamorfosis supone la desintegración completa del cuerpo de la oruga dentro de la crisálida para terminar emergiendo de esta masa amorfa como mariposa. Después de salir de la crisálida nuestro sujeto terminó experimentando el proceso de secado y extensión de sus húmedas y plegadas alas y la sensación de triunfo que acompañó a su primer vuelo.
Esta persona no tenía el menor conocimiento del proceso de la metamorfosis mediante el cual la acción de las encimas proteolíticas de la crisálida termina disolviendo por completo el cuerpo de la oruga. Tampoco había mostrado ningún interés previo por la entomología ni por la biología. Esta experiencia transpersonal, pues, le abrió los ojos a uno de los mayores misterios de la naturaleza, el de los campos morfogenéticos, prototipo energético a partir del cual el cuerpo disuelto de una oruga termina transformándose en una mariposa.
Pero nuestra capacidad para identificarnos con la conciencia de otras especies no queda tampoco circunscrita al reino animal. Por más fantástico y absurdo que pueda parecer a los investiga- dores tradicionales y por más extraño que pueda resultar a nuestro sentido común, no es posible desdeñar, sin más, los informes de quienes afirman haberse identificado con la conciencia de las plantas y de los procesos botánicos. Se trata de experiencias que hemos observado -e incluso hemos llegado a experimentar personalmente- durante muchos años de trabajo con estados alterados de conciencia. La irrefutable certeza y exactitud de estas experiencias es tal que no podemos dejar de reconocer su autenticidad y su importancia para ayudamos a desvelar los mis- terios alquímicos del reino vegetal.
La experiencia de identificación con la conciencia de las plantas abarca un amplio dominio que se extiende desde las bacterias hasta el plancton del océano, desde los hongos hasta las plantas carnívoras y desde las orquídeas hasta las sequoias. Estas experiencias pueden ofrecernos una comprensión profunda del proceso de la fotosíntesis, la polinización, la función de la auxina (la hormona del crecimiento), el intercambio de agua y minerales en las raíces y muchos otros procesos fisiológicos pertenecientes al reino vegetal. Para ilustrar este tipo de experiencias he elegido la siguiente descripción de identificación con una sequoia proporcionada por una persona que participó en una sesión holotrópica. Cabe añadir, por último, que estos majestuosos árboles aparecen con relativa frecuencia en los estados no ordinarios de conciencia y que su aparición suele evocar todo tipo de reflexiones filosóficas y metafísicas.
Nunca había considerado en serio la posibilidad de que las plantas tuvieran conciencia. Si bien estaba al tanto de ciertos experimentos sobre «la vida secreta de las plantas» y de los efectos de la actitud del agricultor sobre el rendimiento de la cosecha, los había considerado como una manifestación más del folclore de la Nueva Era. Pero he aquí que ahora me encontraba identificado con una gigantesca sequoia y no tenía la menor duda de que estaba descubriendo dimensiones del cosmos normalmente ocultas a nuestros sentidos y a nuestro intelecto y de que lo que estaba experimentando ocurría realmente en la naturaleza.
En el nivel más superficial, mi experiencia era muy material y se refería a los procesos descritos por la ciencia moderna pero, en lugar de verlos como sucesos mecánicos que afectan a la materia inorgánica o inconsciente los contemplaba, desde una perspectiva completamente diferente, como un proceso de con- ciencia guiado por una especie de inteligencia cósmica. No era tan sólo que mi cuerpo tuviera realmente forma de sequoia sino que yo era una sequoia. Podía sentir la savia circulando a través del intrincado sistema de capilares ubicado bajo mi corteza. Era consciente de su flujo hasta las ramas y las agujas más delgadas y presencié el misterio de la fotosíntesis, la comunión de la vida con el sol. Mi conciencia llegaba incluso hasta las raíces y me daba cuenta de que el intercambio de agua y alimento que provenía de la tierra no era un proceso mecánico sino consciente e inteligente.
Pero la experiencia también se desarrollaba a niveles míticos y místicos más profundos en los que la sequoia se halla estrechamente vinculada a todos los aspectos físicos de la naturaleza. Desde este punto de vista, la fotosíntesis no se limitaba a ser un sorprendente proceso alquímico sino que también suponía el contacto directo con Dios manifestado a través de los rayos del sol. Del mismo modo, los procesos naturales, tales como la lluvia, el viento y el fuego poseían dimensiones míticas y yo podía -como ocurre en las culturas aborígenes- percibirlos fácilmente como deidades.
Es interesante constatar que mientras esta persona permaneció identificada con la conciencia del árbol, percibía las cosas y las relaciones desde el punto de vista de la sequoia.
Mantenía una extraña relación de amor-odio con el fuego que era, al mismo tiempo, un enemigo y un colaborador que abría las vainas de mis semillas y las esparcía por el bosque y también eliminaba la vegetación que dificultaba mi crecimiento. La misma tierra era una diosa, la Gran Madre, la Madre Naturaleza y todo su suelo estaba impregnado de criaturas de cuentos de hadas, gnomos y elementales. De pronto, la filosofía de la comunidad escocesa de Findhorn, en la que este tipo de seres, estas criaturas, forman parte del sistema de creencias compartido, dejó de parecerme extraña.
Sin embargo, en un nivel más profundo, la experiencia era puramente espiritual. La conciencia de la sequoia era un estado de meditación profunda. Me sentía completamente tranquilo y sereno, como un testigo quieto e imperturbable del paso de los siglos. En un determinado momento la imagen de la sequoia se transfiguró en la gigantesca figura de un Buda inmerso en meditación profunda mientras el destino del mundo desfilaba ante mí. Pensé entonces en los cortes transversales de árboles gigantes que había visto en el Sequoia National Park. En esos mandalas, compuestos de cerca de cuatro mil anillos, cada uno de ellos representa un año de vida del árbol. En algunos de los anillos más cercanos a la periferia pueden advertirse etiquetas con inscripciones tales como «Revolución Francesa» o «Descubrimiento de América», mientras que otro anillo intermedio señala el año de la crucifixión de Cristo. Para un ser que ha alcanzado este estado de conciencia, todas las connotaciones de la historia tienen muy poco significado.
Es muy común que las personas que se identifican con la conciencia vegetal experimenten las poderosas dimensiones espirituales de este estado de ser. Estas personas afirman que las plantas constituyen verdaderos modelos para la vida, ejemplos de un modo de estar en el mundo altamente espiritual. A diferencia de lo que ocurre con los seres humanos, la mayoría de las plantas nunca mata ni realiza actividades predatorias. Las plantas viven de lo que les proporciona la naturaleza, se alimentan del suelo, son regadas por la lluvia y están en estrecho contacto con el sol, la fuerza dadora de vida de este planeta y la expresión más inmediata de la energía cósmica creativa. Las plantas no matan, lesionan ni explotan a otros seres vivos sino que, por el contrario, sirven de alimento a los demás; por ejemplo, en el caso de los seres humanos, proporcionan materiales de construcción, vestido, papel, herramientas, combustible, medicinas y productos de belleza.
Los informes sobre estados no ordinarios de conciencia como el anterior nos inducen a afirmar que la capacidad para identificarnos con la conciencia vegetal ha contribuido a que muchas culturas consideren sagradas a ciertas plantas. En muchas culturas nativas americanas, el maíz y otros productos son reverenciados como dioses. Para los indios pueblo del sudoeste, por ejemplo, el Dios Maíz, el Sostenedor de la Vida, fue encumbrado a la categoría de deidad superior. De manera similar, en India se considera que el baniano es un árbol sagrado bajo el cual muchos santos importantes han alcanzado supuestamente la iluminación. El loto, o lirio de agua, ha sido un importante símbolo espiritual en Egipto, India, Mesopotamia y América Central mientras que el muérdago fue sagrado para los druidas. Es también lógico, por otra parte, que las plantas con propiedades psicodélicas que nos brindan un acceso directo a las experiencias transpersonales tales como ciertos hongos, el peyote o el yagué, por ejemplo, hayan sido incorporadas a los rituales religiosos de muchas culturas y sean consideradas como una dei- dad, como la misma «carne de los dioses».


Experimentar la conciencia de la biosfera

En determinadas ocasiones, las personas experimentan una expansión de conciencia que engloba toda forma de vida, desde la humanidad hasta la flora y la fauna, desde los virus hasta los animales y las grandes plantas. En tales casos, en lugar de identificarse con una especie vegetal o animal concreta, el sujeto se identifica con la totalidad de la vida. Se trata de una identificación con la vida como un fenómeno cósmico, una entidad o una fuerza en sí misma.
Las experiencias transpersonales suelen ir acompañadas de una comprensión profunda del papel que desempeñan las fuerzas primordiales de la naturaleza, una toma de conciencia de las leyes que gobiernan nuestra vida y una valoración de la extraordinaria inteligencia que sustenta todos los procesos vitales. Es por ello que este tipo de experiencia suele suscitar un mayor compromiso por el estado del medio ambiente. En ciertos casos, sin embargo, la experiencia se centra en un determinado aspecto de la vida, como el poder del impulso sexual o el instinto materno, por ejemplo.
Veamos a continuación el relato de un médico que tuvo una vívida experiencia de identificación con la totalidad de la vida de este planeta:
Parecía haber conectado muy profundamente con la vida del planeta. Al comienzo me identifiqué con especies aisladas, pero la experiencia iba haciéndose cada vez más global. Mi identidad no sólo se expandía horizontalmente en el espacio sino que también se desarrollaba verticalmente en el tiempo hasta llegar a incluir a todas las formas de vida. Me convertí entonces en el árbol evolutivo darwiniano con todas sus ramificaciones. ¡Yo era la totalidad de la vida!
Sentía la cualidad cósmica de las energías y las experiencias implicadas en el mundo de las formas vivas, tomé conciencia de la incesante curiosidad y experimentación que caracteriza a todo ser vivo y me di cuenta de que el impulso de autoexpresión opera a niveles muy diferentes. Pero mi preocupación fundamental, sin embargo, se centraba en tomo a la posible su- pervivencia de la vida de este planeta. ¿La vida es un fenómeno viable y constructivo o, por el contrario, no es más que un tumor maligno sobre la superficie de la Tierra cuya misma im- pronta la condena fatalmente a la autodestrucción? ¿Es posible que se cometiera algún error fundamental en el diseño original de la evolución de las formas orgánicas? ¿Acaso los creadores de universos pueden cometer errores como lo hacen los seres humanos? Esa idea -que jamás había considerado anterior- mente- me parecía aterradoramente verosímil.
Mientras permanecía identificado con la totalidad de la vida, experimenté y exploré todas las fuerzas destructivas que operan en la naturaleza y en los seres humanos y vi su peligrosa proyección en la moderna sociedad tecnológica: guerras de destrucción total, prisioneros gaseados en los campos de concentración, peces envenenados por ríos contaminados, plantas exterminadas por herbicidas e insectos aniquilados por productos químicos.'
Estas experiencias alternaron con otras en las que aparecían sonrientes bebés, niños jugando en la arena, retoños recién nacidos, polluelos en nidos construidos con sumo cuidado, inteligentes delfines y ballenas surcando las cristalinas aguas del océano e imágenes de hermosas praderas y bosques. El sujeto sentía una profunda empatía por toda forma de vida y tomó la seria determinación de comprometerse en la protección de la vida de este planeta.


Experimentar la conciencia de la materia inanimada y de los procesos inorgánicos

Además de la expansión transpersonal de la conciencia hasta llegar a incluir a otras personas, grupos, toda la humanidad, plantas, animales y la totalidad de la vida, hay también quienes han experimentado la identificación con las aguas de los ríos y de los océanos, con el fuego, con el suelo, con las montañas o con fuerzas desatadas en las catástrofes naturales como las tormentas eléctricas, los terremotos, los tornados o las erupciones volcánicas. En algunos casos, el sujeto llega a identificarse con piedras o metales preciosos, como el diamante, el cristal de cuarzo, el ámbar, el platino, el oro, etcétera. Estas experiencias pueden también extenderse hasta el mundo microscópico, implicando entonces a la estructura dinámica de las moléculas y de los átomos, las fuerzas electromagnéticas y la «vida» de las partículas subatómicas. Es muy posible que este tipo de experiencias -muy comunes, por otra parte, en los informes modernos de estados alterados de conciencia- constituya uno de los motivos más importantes de las visiones animistas sustentadas por algunas culturas aborígenes. Los zuni, por ejemplo -cuya tradición espiritual está repleta de detalladas descripciones que reflejan la naturaleza metafísica de esos elementos y la forma de aprovechar este tipo de visiones para la curación- hablan de experiencias que conllevan una fuerte identificación con fenómenos naturales como el relámpago, el viento y el fuego.
También hay quienes se identifican con sofisticados productos tecnológicos, como jets, vehículos espaciales, lásers y computadoras, por ejemplo. Durante estas experiencias, la imagen corporal del sujeto suele asumir la forma característica de esos objetos y las cualidades propias de los materiales y los procesos sobre los que ha focalizado su atención.
Este tipo de experiencias sugiere la existencia de una continuidad entre los objetos inanimados que normalmente asociamos con el mundo material y el mundo de la conciencia y la inteligencia creativa. Es como si la conciencia y la materia no constituyeran dos territorios con fronteras bien definidas sino que parecieran estar envueltas en una danza constante cuya interrelación constituyera la misma urdimbre del tejido de la existencia, una noción que ha sido confirmada por la física, la biología, la termodinámica, la teoría de la información, la teoría general de sistemas y otras ramas de la ciencia moderna. Por otra parte, la investigación moderna sobre la conciencia parece también confirmar que la conciencia y el denominado mundo material se hallan íntimamente relacionados de una forma insospechada hasta el momento.
La identificación con diferentes aspectos del mundo inorgánico nos proporciona una serie de datos sobre el micro y el macromundo material que resulta totalmente compatible con los descubrimientos realizados por la ciencia moderna. Además, los estados transpersonales poseen también dimensiones que parecen confirmar comprensiones filosóficas, mitológicas y espirituales. En este sentido, por ejemplo, las experiencias transpersonales profundizan nuestra comprensión de las religiones animistas de tantas culturas primitivas que han considerado a la totalidad de la naturaleza -las montañas, los lagos, los ríos y las rocas- como seres vivos. Este nuevo punto de vista arroja también luz sobre la profunda relación existente entre las sustancias materiales y los estados psicoespirituales de los que nos hablan la alquimia medieval y la medicina homeopática. Quienes han experimentado el contacto con la materia inorgánica en estados de conciencia no ordinarios tienen la clara evidencia de que estos sistemas de pensamiento no se basan en la especulación ingenua sino en la experiencia directa y en la intuición.
Resulta también interesante constatar que en estados no ordinarios de conciencia suelen aparecer con cierta frecuencia símbolos universales tales como el agua y el fuego, por ejemplo. La pureza, transparencia, fluidez y carencia de forma del agua la ha convertido en un símbolo de la conciencia mística muy utilizado en la literatura espiritual. Su fortaleza y su capacidad purificadora constituyen una imagen de la paradójica in- mutabilidad que subyace a los cambios y las transformaciones de nuestra conciencia.
El fuego, por su parte, no sólo es una fuerza terrible de la naturaleza sino que también constituye un poderoso símbolo espiritual. El fuego tiene la capacidad de crear y destruir, el fuego nos proporciona alimento y calor pero también puede convertirse en un peligro y lastimarnos, el fuego puede alumbrarnos pero también puede cegarnos. Bajo su influencia, los objetos abandonan la forma sólida y se convierten en pura energía. En su manifestación más poderosa -el sol- el fuego es el principio cósmico del que depende la vida. Es por ello que, a nivel arquetípico y mitológico, el fuego es una representación idónea del principio que da la vida y una poderosa fuerza de transformación. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha reverenciado todas las manifestaciones del fuego, desde una simple vela hasta las violentas erupciones volcánicas y el misterioso horno cósmico del sol. Es por ello que, en la literatura espiritual -y también en los estados no ordinarios de conciencia- el fuego y el agua suelen constituir un símbolo de las fuerzas creativas del universo.
La investigación sobre la conciencia nos permite comprender la dimensión sagrada de ciertas piedras y metales preciosos -como el diamante, la esmeralda, el oro y la plata, por ejemplo- y de su aplicación en la ornamentación de objetos sagrados. La experiencia de identificación con esas piedras y metales suele ir acompañada de una cualidad radiante, numinosa y mística. Es por ello que no son pocas las mitologías que describen el paraíso como un lugar en el que abundan las piedras y los metales preciosos y que las sagradas escrituras de muchas tradiciones también las hayan utilizado como símbolos de las experiencias espirituales más elevadas.
El escritor y filósofo Aldous Huxley tuvo una profunda comprensión intuitiva de la relación existente entre los metales y las piedras preciosas y los estados espirituales de conciencia. En su famoso ensayo La experiencia visionaria se preguntaba por qué las piedras preciosas son preciosas y por qué una cultura pragmática como la nuestra está dispuesta a pagar precios tan exorbitantes por objetos que tienen escaso o ningún valor práctico. Según Huxley, el esplendor, la brillantez, la pureza, la in- mutabilidad y la atemporalidad -atributos propios de la expe- riencia mística- de este tipo de objetos los convierte en un apropiado sustituto cotidiano de la experiencia visionaria.
Veamos a continuación el relato de una experiencia de identificación sucesiva con el ámbar, el cristal de cuarzo y el diamante, que ilustra perfectamente la naturaleza y la complejidad de las experiencias relativas al mundo inorgánico.
 
En ese momento el tiempo parecía haberse detenido. De repente pensé que estaba experimentando la esencia del ámbar. Mi campo visual se tiñó de un resplandor ambarino y me vi invadido por una sensación de paz, tranquilidad y atemporalidad. Sin embargo, a pesar de su naturaleza trascendente, ese estado poseía una cualidad orgánica que me resulta difícil describir. Comprendí que el ámbar es una especie de cápsula orgánica de tiempo en la que la materia orgánica fosilizada -una resina- suele contener organismos tales como insectos o plantas y los conserva inalterables a lo largo de millones de años.
Poco a poco mi campo visual se fue aclarando. Tenía la extraña sensación de estar conectando con un estado de conciencia similar al del cristal de cuarzo. Era un estado muy poderoso que parecía representar una condensación de las fuerzas ele- mentales de la naturaleza. De repente comprendí el motivo por el cual los cristales han desempeñado un papel tan importante en las culturas aborígenes como objetos de poder y por qué los chamanes consideran a los cristales como luz solidificada. 

Entonces el sujeto comprendió por qué la calavera de Mitchell-Hedges -una réplica precolombina de cristal de una calavera humana encontrada en la selva guatemalteca y utilizada, al parecer, como objeto ritual- tiene fama de haber originado profundas modificaciones de conciencia en quienes han entrado en contacto con ella. También le resultó sumamente significativo que los cristales hayan desempeñado una función tan importante en las primeras transmisiones de radio y que sigan jugando un papel fundamental en la moderna tecnología láser. Su relato prosigue del siguiente modo:
Luego, mi estado de conciencia sufrió otro proceso de purificación y se convirtió en algo prístino y resplandeciente que re- conocí como la conciencia del diamante. Comprendí entonces que el diamante es carbono puro -un elemento químico fundamental para la vida- y me pareció muy significativo que su creación requiriera de temperaturas y presiones extraordinariamente elevadas. También tenía la sensación muy convincente de que el diamante -en forma pura, condensada y abstracta- constituye una especie de computador cósmico que contiene toda la información sobre la naturaleza y la vida.
Las propiedades físicas del diamante -su belleza, su transparencia, su brillo, su inalterabilidad y su capacidad para transformarla luz blanca en un sorprendente espectro de colores- también parecen estar dotadas de un gran significado metafísico. Comprendí entonces el sentido del término budismo vajra- yana (vajra significa «diamante», o «rayo», y yana significa «vehículo»), ya que el término «conciencia adamantina» parece ser una forma muy adecuada de describir el estado de éxtasis cósmico último. El diamante incluye toda la inteligencia y la energía creativa del universo como conciencia pura más allá del tiempo y del espacio. Se trata de algo completamente abstracto que contiene sin embargo todas las formas de la creacion.
Este ejemplo nos permite comprender que ciertos estados transpersonales de conciencia relacionados con materiales inorgánicos pueden proporcionarnos el conocimiento profundo de sistemas espirituales arcaicos en cuyas mitologías aparecen piedras y metales preciosos. De manera similar, quien haya te- nido una experiencia de identificación con el agua no tendrá dificultades en comprender por qué este elemento ha desempeña- do un papel tan importante en el taoísmo; quien haya tenido una experiencia transpersonal con el fuego comprenderá fácilmente por qué los parsis lo consideran sagrado, por qué muchas culturas adoran a los volcanes, por qué el sol constituye una deidad suprema para tantos pueblos y grupos religiosos.
De la misma manera, la identificación con el granito nos ayuda a comprender por qué los hindúes consideran que los Himalayas constituyen un gigantesco Shiva reclinado. Ese tipo de experiencias transforma completamente nuestra visión y nos ayuda a entender el motivo por el cual diversas culturas han erigido colosales esculturas graníticas de sus deidades. Esos objetos no sólo representan figuras divinas sino que son las mismas deidades, ya que los materiales utilizados en su construcción están estrechamente relacionados con la conciencia amplia, indiferenciada, imperturbable e inmutable del principio cósmico creativo de la naturaleza.



Gaia. La experiencia de la conciencia planetaria

Existen también experiencias transpersonales en las que la conciencia puede llegar a expandirse hasta incluir la totalidad de la Tierra. Quienes han tenido este tipo de experiencias consideran que nuestro planeta constituye una unidad cósmica y, en consecuencia, perciben las distintas facetas -biológica, geológica, psicológica, cultural y tecnológica- de nuestro planeta como una expresión del esfuerzo sostenido por alcanzar un nivel más elevado de evolución y autorrealización. Es evidente que los procesos de nuestro planeta están dirigidos por una inteligencia superior -que merece toda nuestra confianza y res- peto- que excede con mucho las capacidades del ser humano. En consecuencia, debemos mostrarnos extraordinariamente cautos en nuestros esfuerzos por manipular o controlar al planeta desde nuestra limitada perspectiva humana. Recuerdo a este respecto las palabras de Lewis Thomas en Lives of the Cell:

Cuando contemplamos la Tierra desde la Luna nos quedamos atónitos ante el espectáculo de una entidad vida... Flotando en la libertad del espacio sideral descubrimos, a lo lejos, el único signo de vida de esta región del cosmos, la atmósfera resplandeciente y azulada de la Tierra elevándose en el horizonte. Si miras con detenimiento puedes llega a ver remolinos de nubes blancas bajo los cuales asoman y se ocultan las grandes masas continentales. Si pudiéramos seguir mirando durante el tiempo suficiente llegaríamos incluso a advertir el mismo movimiento de deriva de los continentes sobre las placas tectónicas del planeta. Desde ahí, la Tierra tiene el aspecto organizado y autónomo de una criatura viva, rebosante de información perfectamente dispuesta para gravitar en torno al sol.
 La evidencia científica corrobora la experiencia transpersonal de que la Tierra es una entidad inteligente y consciente. Gregory Bateson, creador de una brillante síntesis de cibernética, teoría sobre la información, teoría de sistemas, evolucionismo, antropología y psicología, llegó a la conclusión de que la mente interviene en todos aquellos sistemas o fenómenos naturales que han alcanzado cierto grado de complejidad. Según Bateson, los procesos mentales están presentes en las células, los órganos, los tejidos, los organismos, los animales, los grupos humanos, los ecosistemas e, incluso, la misma Tierra y el universo como un todo.
Por su parte, el físico J. Lovelock, contratado para diseñar pruebas para detectar la existencia de vida en aquellas regiones del universo donde la NASA quería mandar sondas espaciales, examinó la información recogida y concluyó que la Tierra es un organismo que respira y se comporta como una célula viva. Lovelock ha llegado a demostrar el metabolismo de nuestro planeta y afirma que la Tierra es un «ser inteligente», una «entidad autorregulada» que dispone de un sofisticado sistema homeostático.
La mayor parte de las operaciones homeostáticas rutinarias de la célula, el animal o, incluso, la misma biosfera, tienen lugar de manera automática. Pero aun tratándose de procesos automáticos, si queremos interpretar correctamente la información recogida sobre el entorno, no queda más remedio que reconocer la existencia de alguna forma de inteligencia... Es por ello que, si Gaia (la viva, palpitante e inteligente Tierra) existe, debe tratarse de una entidad inteligente, aunque sólo sea en un sentido restringido.'
Más allá de las fronteras del espacio Aunque no exista evidencia objetiva lo suficientemente sólida para persuadir a los científicos de la existencia de Gaia hay, sin embargo, experiencias transpersonales que son plenamente congruentes con esta teoría. En uno de nuestros talleres de cinco días sobre Respiración Holotrópica,l por ejemplo, una joven alemana tuvo la convincente experiencia de convertirse en la gran Diosa Madre arquetípica. A medida que la experiencia iba profundizándose, esta persona se transformó en el planeta Tierra (Madre Tierra). Según ella, no tenía la menor duda de que se había fundido con la conciencia de nuestro planeta y se experimentó como la misma Tierra, como un organismo vivo y pulsante dotado de inteligencia que evoluciona hacia niveles de conciencia todavía más elevados.
 
En tanto que conciencia de la Tierra, sentía que los metales y los minerales constituían su esqueleto y que la biosfera era su carne. Experimentó el ciclo completo del agua desde el mar hasta las nubes, desde ahí a los arroyos y los ríos y finalmente de nuevo al mar. El agua era su sangre y los cambios metereológicos, como la evaporación, las corrientes de aire y la lluvia, aseguraban la circulación, el transporte de sustancias nutritivas y la eliminación de los productos de desecho. Por su parte, la comunicación existente entre todos los seres vivos, tanto gran- des como pequeños, constituía su cerebro y su sistema nervioso.
Inmediatamente después de esta experiencia de identificación con Gaia, nuestra sujeto señaló la importancia de los rituales curativos de los pueblos primitivos para la Tierra y describió la forma en la que se había visto beneficiada por actividades humanas tales como danzas, cantos y plegarias ejecutadas por los pueblos aborígenes. Una vez recobró su estado de conciencia cotidiano, le resultó francamente extraño creer que este tipo de ceremonias fuera tan importante para el bienestar general aunque cuando se hallaba atravesando la experiencia no le cupiera la menor duda de ello.



De la disolución de las fronteras físicas a la disolución de las fronteras temporales

A medida que penetramos en el dominio de lo transpersonal y experimentamos la disolución de las fronteras espaciales, también comenzamos a experimentar la disolución de los límites temporales sobre los que se asienta nuestra existencia cotidiana. Así, del mismo modo que vamos más allá de las limitaciones físicas, también podemos viajar hacia el pasado y hacia el futuro y revivir nuestra propia vida o la vida de los demás como si todo el tiempo estuviera contenido en un solo instante. Pero si bien nuestra percepción del tiempo y del espacio se hallan profundamente entrelazadas, existen diferencias sutiles en la forma en que experimentamos la desaparición de estas fronteras. Avancemos un paso más para investigar algunas de estas diferencias















8. MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS DEL TIEMPO


El presente y el pasado
tal vez se hallan presentes en el futuro,
y el futuro contenido en el pasado.
T.S. ELIOT, Cuatro cuartetos 




Como dice el poeta, la conciencia transpersonal nos permite revivir el pasado y el futuro y dar un salto más allá de los límites que los relojes, los calendarios y el envejecimiento del cuerpo parecen imponer de un modo tan real e inexorable. De este modo, la experiencia transpersonal nos ofrece la posibilidad de experimentarnos como un embrión en los estadios más tempranos de la vida intrauterina o, retrocediendo todavía más, llegar a revivimos como el espermatozoide que fertiliza el óvulo en el momento de la concepción.

Pero la conciencia transpersonal va todavía mucho más allá de todo eso, porque gran parte de quienes han experimentado la trascendencia del tiempo lineal han llegado a establecer contacto con engramas ancestrales y han traído consigo recuerdos procedentes del inconsciente colectivo, ese vasto océano de conciencia que compartimos con toda la humanidad desde el mismo comienzo de los tiempos. Tales experiencias, procedentes de períodos históricos y países muy diversos, suelen estar ligadas a la vívida sensación de recuerdos personales de una historia más espiritual que biológica; por ese motivo nos referimos a ellos como recuerdos kármicos o recuerdos de vidas pasadas. En otras ocasiones, en cambio, los sujetos describen recuerdos de ancestros animales procedentes de nuestra misma rama evolutiva. Pero la conciencia no parece hallarse circunscrita a la historia del ser humano ni a la historia de los organismos vivos sino que también penetra en la historia de la Tierra antes de la aparición del horno sapiens y antes incluso de la aparición de cualquier forma de vida sobre la faz del planeta. Nuestra conciencia, en definitiva, parece tener la portentosa capacidad de acceder directamente a la historia temprana del universo y de presenciar, en tal caso, las dramáticas secuencias del Big Bang, la formación de las galaxias, el nacimiento del sistema solar y los primitivos procesos geofísicos que modelaron la superficie de este planeta hace miles de millones de años.
 
Son muchas las razones que justifican el interés de utiliza la conciencia transpersonal para explorar nuestra capacidad para remontamos a los estadios más tempranos de nuestra vida. Comenzaremos nuestra descripción a escala humana y, a partir de ahí, proseguiremos retrocediendo en el tiempo.



Las experiencias embrionarias y fetales

Las experiencias de quienes atraviesan las etapas embrionarias y fetales de su vida son tan diversas que lo último que podríamos decir con respecto a ellas es que son universales. En el extremo más positivo del espectro de las experiencias intrauterinas se halla el «éxtasis oceánico», una sensación de poderosa fusión mística con la vida y el impulso cósmico creativo que la alienta. En el extremo opuesto del espectro, por el contrario, las personas pueden llegar a experimentar crisis muy intensas acompañadas de sentimientos de angustia, paranoia, agotamiento y la sensación de ser atacadas por fuerzas demoníacas. Muchos de los recuerdos embrionarios están relacionados con experiencias filogenéticas, kármicas y arquetípicas y con episodios de conciencia orgánica, tisular y celular.
Las descripciones de este tipo de experiencias no sólo sugieren que, en este estadio, el embrión y el feto pueden sufrir graves perturbaciones -intentos de aborto, el riesgo de un aborto natural, golpes, vibraciones mecánicas, ruidos, tóxicos y enfermedades físicas de la madre- sino que también pueden llegar a experimentar los sentimientos de la madre. En muchas ocasiones, por ejemplo, el sujeto experimenta los shocks emocionales, los ataques de ansiedad, los arrebatos de odio o de agresividad, las depresiones, la excitación sexual, la tranquilidad, la satisfacción, la felicidad y el amor que experimenta su madre.
Pero el intercambio de información entre el feto y la madre no sólo afecta a los múltiples matices de la vida emocional sino que también conlleva un intercambio de pensamientos y de imágenes complejas. Muchos de quienes han revivido su temprana vida intrauterina han asegurado que eran perfectamente conscientes de pensamientos y sentimientos que sus madres jamás llegaron a verbalizar en voz alta. No es infrecuente, por ejemplo, que la persona que experimenta su vida intrauterina llegue a establecer súbitamente contacto con el conflicto o el resentimiento que supuso el embarazo para su madre o que, por el contrario, experimente su alegría y su gozosa expectativa al respecto.
Después de haber presenciado -e incluso experimentado en primera persona- innumerables episodios de reviviscencia de los estadios embrionarios y fetales de la vida considero que no podemos seguir despachándolos como meras invenciones de nuestra imaginación. En muchos de los casos, hemos verificado la veracidad de la experiencia contrastándola con los recuerdos de la madre, de los parientes, de la comadrona o de los informes médicos disponibles. También hemos cotejado los datos y las descripciones sobre la vida embrionaria y fetal que nos ofrecen personas totalmente ajenas al campo de la medicina que han accedido a este tipo de experiencias en estados no ordinarios de conciencia con la información objetiva que nos proporcionan los manuales al respecto y nos hemos quedado asombrados ante la elevada correlación existente. El siguiente relato -procedente de una sesión de formación de un psiquiatra- constituye un excelente ejemplo de la complejidad de las experiencias embrionarias y nos proporciona una descripción muy minuciosa de un período de nuestra vida anterior incluso al momento de la concepción.
Mi conciencia se indiferenciaba cada vez más y comencé a sentir una excitación extraña y completamente desconocida. La parte trasera de mi cuerpo se movía a impulsos regulares y yo tenía la sensación de desplazarme a través del espacio y del tiempo hacia un ignoto objetivo. No sabía bien hacia dónde me dirigía pero tenía la clara sensación de que mi misión, sin embargo, era extraordinariamente importante.
Al cabo de un rato reconocí, consternado, que era un espermatozoide y que los latidos regulares que me impulsaban no eran sino las pulsaciones de un marcapasos biológico que determinaba el ritmo del movimiento vibratorio de mi largo flagelo. Era uno más de los participantes en una carrera desenfrenada hacia el punto de origen de un irresistible mensaje químico. Entonces comprendí (recurriendo a la información de que disponía como adulto) que mi meta era alcanzar, penetrar y fertilizar el óvulo. Pero, por más ridícula y absurda que pudiera parecer esa escena a mi mentalidad científica, no podía dejar de seguir participando con todo mi ser en esa singular carrera. Era consciente de todos los procesos implicados en esa competencia por llegar el primero al óvulo. Todo lo que estaba ocurriendo encajaba perfectamente con los datos fisiológicos que se enseñan en la facultad de medicina. Pero la experiencia iba mucho más allá todavía y contenía dimensiones adiciona- les completamente ajenas a todo lo que mi fantasía hubiera podido suponer en el estado de conciencia ordinario. La con- ciencia celular de cada espermatozoide constituía un universo completo en sí mismo, un microcosmos autónomo. Era agudamente consciente de la complejidad de los procesos bioquímicos que tenían lugar en el nucleoplasma y también tenía una difusa sensación de la presencia de los cromosomas, los genes y las moléculas de ADN.
A medida que percibía estas configuraciones fisioquímicas, nuestro psiquiatra también entró en contacto con recuerdos ancestrales, reminiscencias de nuestros antepasados animales, motivos mitológicos y formas arquetípicas. La genética, la bioquímica, la mitología y la historia de la evolución se le aparecieron entonces como diferentes vertientes de un mismo fenómeno. En su opinión, el microcosmos del espermatozoide se halla impulsado y dirigido por las mismas fuerzas primordiales que determinan y modulan el resultado de esa competición. Estas fuerzas, siempre según él, «tenían la forma de campos de fuerza kármicos, cosmobiológicos y astrológicos». Prosigamos con su relato:
La excitación de la carrera iba creciendo segundo a segundo y la velocidad aumentó hasta un punto en el que comencé a sentirme como una especie de nave espacial que se desplazaba a la velocidad de la luz. Entonces la carrera llegó a su fin y se produjo una implosión victoriosa y una fusión extática con el óvulo. Poco antes del momento de la concepción, mi conciencia fluctuaba alternativamente entre la veloz carrera del espermatozoide y el presentimiento expectante del óvulo ante la proximidad de un acontecimiento excepcional. En el momento de la concepción, esas dos unidades de conciencia terminaron fundiéndose y me convertí en las dos células germinales al mismo tiempo.
 Después del momento de la fusión, la experiencia siguió desarrollándose a gran velocidad. Entonces reviví, de manera veloz y concentrada, la evolución del embrión a partir del momento de la concepción tomando clara conciencia del crecimiento de los tejidos, de las divisiones celulares e incluso de los procesos bioquímicos implicados. Me encontré con numerosas dificultades, con retos ocasionales y con obstáculos que tuve que superar. Presencié la diferenciación de los tejidos y la formación de nuevos órganos. Me transformé en el corazón palpitante del feto y me convertí en las células en columna del hígado y en el epitelio de la membrana mucosa del intestino. El crecimiento y desarrollo del embrión iba acompañado de una enorme liberación de energía y luz y sentí que ese deslumbrante resplandor dorado estaba íntimamente relacionado con la energía bioquímica implicada en el acelerado crecimiento de las células y de los tejidos.' 


En un determinado momento, nuestro sujeto tuvo la sensación inconfundible de haber conseguido superar las etapas más críticas de su desarrollo fetal, lo cual constituía un gran logro, tanto desde su punto de vista como desde el punto de vista de las fuerzas creativas de la naturaleza. Cuando regresó a su estado ordinario de conciencia declaró: «Tengo la sensación de que esta sesión tendrá consecuencias importantes y duraderas sobre mi autoestima. A partir de ahora no me preocupa el futuro porque sé que mi vida comenzó con dos grandes logros: haber llegado primero en una carrera en la que competía con millones de contrincantes y haber coronado con éxito el proceso de la embriogénesis». Y aunque su mentalidad científica reaccionara ante esta idea con cierto grado de escepticismo -cuando no de ironía-, lo cierto es que la experiencia le procuró emociones muy poderosas y convincentes.
Veamos a continuación el resumen de las sesiones de terapia de Richard, un hombre que padecía depresiones crónicas suicidas. En una de las sesiones, Richard se sintió envuelto por el 1íquido fetal y unido a la placenta mediante el cordón umbilical. Era consciente del flujo alimenticio que penetraba en su cuerpo a través de la zona del ombligo y sentía que la circulación placentaria era un mágico fluido dador de vida que le mantenía íntimamente unido a su madre en una maravillosa fusión simbiótica.
Richard escuchó dos latidos cardíacos que terminaron acompasándose. Este sonido iba acompañado de un ruido sordo que reconoció, después de alguna vacilación, como el sonido que acompaña a los movimientos peristálticos de gases y líquidos en la porción del intestino adyacente al útero y como el sonido del desplazamiento de la sangre por la arteria pélvica. Era plenamente consciente de su imagen corporal y advertía también que su cabeza era desproporcionadamente mayor que el resto del cuerpo. Estos leves indicios y su discernimiento adulto le permitieron darse cuenta de que era un feto totalmente desarrollado en el momento inmediatamente anterior al parto.
Entonces escuchó un extraño sonido procedente del exterior, un sonido que parecía llegar desde el otro extremo de un largo corredor, un sonido que, como ocurre con ciertos efectos de música electrónica, parecía deformado después de atravesar una capa de líquido. Finalmente dedujo que ésa debía ser la forma en la que el feto escucha los sonidos procedentes del exterior a través de las paredes del abdomen, el útero y el líquido amniótico.
Luego trató de identificar la causa de esos sonidos y el punto del que procedían. Al poco reconoció gritos, risas y un extraño sonido de trompetas. Entonces pensó que debía de estar escuchando el alboroto de una verbena que se celebraba anualmente en su pueblo natal dos días antes de la fecha de su nacimiento y dedujo que su madre debió de haber asistido a ella en un estadio avanzado del embarazo.
Más tarde le preguntamos a la madre de Richard sobre las circunstancias que rodearon su nacimiento sin mencionarle, en modo alguno, esta experiencia y ella relató, entre otras cosas, un incidente que Richard ignoraba y que su madre tampoco recordaba haberle contado previamente. La fiesta anual constituía todo un acontecimiento que rompía la monotonía del pueblo, y su madre, a pesar de hallarse en avanzado estado de gestación y de las advertencias y objeciones de los familiares, no quiso perdérsela de ningún modo. Según afirmaban los parientes, el estruendo y la agitación terminaron precipitando el nacimiento de Richard.2



La máquina del tiempo de la conciencia

La contingencia de una memoria celular que guarda el recuerdo de los estadios más tempranos de nuestra existencia parece rozar los límites de lo imposible. Pero éste no es, sin embargo, el desafío más singular al que nos enfrenta la experiencia transpersonal ya que quienes atraviesan un estado no ordinario de conciencia suelen describir, con todo lujo de detalles, acontecimientos anteriores al momento de su concepción o son capaces de adentrarse en el mundo de sus progenitores, sus antepasados e incluso toda la especie humana. En este sentido, resultan particularmente interesantes las experiencias de «vidas anteriores» que parecen sugerir la existencia de una continuidad individual entre una vida y otra.


Explorando la niñez de nuestros padres

En numerosas ocasiones, las personas que experimentan estados no ordinarios de conciencia son capaces de relatar acontecimientos ocurridos mucho antes del momento de su concepción. Existen personas que afirman haber revivido las experiencias infantiles de su madre o de su padre y, a través de ellas, haber experimentado -como sucede en la película de Steven Spielberg Regreso al futuro, cuyos protagonistas parecen poder desplazarse en todas las direcciones del tiempo- acontecimientos propios de esa época.
Recuerdo, por ejemplo, la experiencia de Inga, una joven finlandesa que asistió a un taller que ofrecimos en Suecia, quien se vio a sí misma como un joven soldado de la Segunda Guerra Mundial, un acontecimiento que había tenido lugar catorce años antes del momento de su nacimiento. El soldado en cuestión era su padre, e Inga revivió la experiencia del campo de batalla a través de los sentidos y el sistema nervioso de su padre. Se hallaba completamente identificada con él, revivía todas sus sensaciones y sentía las intensas emociones que su padre estaba experimentando. Era completamente consciente de todo lo que ocurría a su alrededor y, mientras se hallaba oculta detrás de un abedul, escuchó el sonido de una bala que pasó rozando su oído y su mejilla.
La experiencia fue muy clara y convincente. Inga ignoraba que su padre hubiera combatido en la guerra ruso-finlandesa y no sabía, por tanto, de dónde procedía ese recuerdo pero estaba plenamente segura de que se trataba de una experiencia que nadie le había contado jamás. Finalmente decidió telefonear a su padre y hablar con él al respecto.
Después de la llamada, Inga relató la conversación al resto de los integrantes del taller. Nos contó que, a medida que hablaba con su padre, iba excitándose cada vez más y que, cuando le describió la experiencia, su padre se quedó completamente estupefacto. ¡Todo lo que ella le contaba había ocurrido realmente! Tanto su descripción del campo de batalla como los pensamientos y sentimientos que había experimentado eran ciertos, incluyendo el pequeño detalle del bosquecillo de abedules. Su padre le aseguró también que nunca había contado a nadie la experiencia porque la había considerado carente de interés. Sin embargo, aunque jamás hubiera llegado a verbalizar la experiencia, ésta había pasado, de algún modo, hasta su hija.'
Desde sus mismos comienzos, nuestra investigación con el LSD fue muy rigurosa. Todos los psiquiatras participantes debieron someterse a un entrenamiento intensivo que incluía la experimentación personal bajo la supervisión de un terapeuta entrenado. En ese contexto, muchos de los sujetos -mujeres y hombres con una esmerada y sofisticada educación que anteriormente se habían mostrado reticentes ante conceptos tales como el del «inconsciente colectivo» junguiano- se encontraron de pronto viajando más allá de las fronteras espaciales y temporales de su conciencia. Recuerdo, por ejemplo, el caso de Nadja, una sensata psicóloga de unos cincuenta años de edad, que experimentó una vívida y convincente identificación con su madre. En este caso, el episodio se remonta mucho más atrás en el tiempo que en el caso de Inga, puesto que se trata de un hecho ocurrido en la infancia de la madre de Nadja.
Nadja relató que había experimentado un cambio dramático de personalidad. De pronto, se sintió como si fuera su madre a los tres o cuatro años de edad. Corría el año 1902, llevaba un vestido almidonado repleto de adornos y se encontraba a disgusto con la ropa que llevaba. Estaba escondida debajo de una escalera y se sentía sola y asustada, dolorosamente consciente de que había ocurrido algo terrible. Recordó entonces que acababa de decir algo inconveniente y había sido reprendida violentamente con un manotazo en la boca.
Desde su escondite, Nadja podía ver claramente a sus familiares -tías, tíos y primos- sentados en el porche de una gran casa, vestidos con el atuendo propio de la época. Todos hablaban sin parecer darse cuenta de su desdicha. Se sentía desbordada por la frustración, superada por las incomprensibles exigencias de los adultos, avergonzada por no poder satisfacer su pretensión de ser una niña buena que se comportara adecuada- mente, que hablara bien y que no se ensuciara.
Como siempre hacemos en estos casos, invitamos a Nadja a que intentara verificar la realidad objetiva de su experiencia. Poco después, Nadja habló con su madre pero, sabiendo que ella no aprobaría que hubiera tomado LSD, le dijo que había tenido un sueño en el que era una niña pequeña y que, avergonzada y resentida por la indiferencia de los adultos, se había escondido debajo de una escalera. Apenas empezó su relato, su madre la interrumpió y prosiguió añadiendo una serie de por- menores que coincidían plenamente con la experiencia de Nadja. La detallada descripción de su madre coincidía exactamente con la experiencia de Nadja, incluyendo una meticulosa descripción del gran porche, de la escalera que subía hasta él y de la ropa de todos los presentes, incluido el blanco y almidonado delantal.'



Explorando el mundo de nuestros ancestros

A veces, la investigación experiencia) de nuestro pasado se remonta hasta nuestros abuelos o llega incluso hasta la vida de parientes que vivieron hace ya muchos siglos. Estas extrañas experiencias ancestrales suelen ir acompañadas por el convencimiento pleno de que la persona, o personas, con las que nos hemos identificado pertenecen a nuestro propio linaje. Quienes atraviesan esta experiencia suelen describir esta relación genética como algo «primordial», como algo que no puede ser expresado con palabras sino que debe ser experimentado directamente.
Las auténticas experiencias ancestrales de este tipo son siempre congruentes con la herencia racial, cultural e histórica del sujeto que las experimenta. Y, si bien en determinados casos aparecen ciertas incongruencias -como la persona de ascendencia anglosajona que atraviesa por experiencias ancestrales indio-americanas o africanas, por ejemplo-, éstas se desvanecen apenas examinamos con detalle su genealogía familiar ya que, por lo general, los recuerdos ancestrales nos ofrecen datos objetivos, tales como costumbres, hábitos, creencias, tradiciones familiares, idiosincrasias, prejuicios y supersticiones, susceptibles de verificación.
La observación de las personas que atraviesan por experiencias ancestrales nos proporciona evidencia adicional sobre su autenticidad. No es infrecuente, por ejemplo, que las personas que participan en los talleres y en las sesiones individuales de psicoterapia experiencial experimenten cambios drásticos en su apariencia y su conducta y que su expresión facial, su postura física, sus gestos, sus reacciones emocionales y procesos mentales adquieran las peculiaridades propias de los ancestros en cuestión.
En ocasiones, estas experiencias ancestrales pueden ser tan vívidas, prolijas, completas y exactas que pueden verificarse con suma facilidad. En otras ocasiones, por el contrario, son va- gas y generales y sólo revelan impresiones y climas emocionales difusos relativos al tipo de relación que se establece entre los miembros de una familia, de una tribu o de un clan concretos. En mi calidad de psiquiatra me he sentido particularmente interesado al comprobar que estas experiencias ancestrales pueden ayudarnos a comprender algunos de los problemas que nos afligen en el presente. Estoy plenamente convencido de que esta ojeada a la vida de nuestros padres, abuelos y parientes lejanos puede ayudarnos a entender -y también a resolver- nuestros conflictos actuales.
Veamos ahora un ejemplo que ilustra la forma en que ciertas experiencias ancestrales nos proporcionan una información histórica rica, detallada e inusitadamente valiosa para comprender períodos que, de otro modo, se hubieran perdido completamente. Esta experiencia resulta especialmente interesante porque fue verificada posteriormente por una concienzuda investigación histórica y por una sincronía absolutamente imprevista.
En una sesión de terapia psicodélica, una joven mujer aquejada de neurosis, a quien llamaremos Renata, experimentó varios episodios que se desarrollaban en una plaza de Praga durante el siglo xvii. Durante ese período, poco antes del inicio de la Guerra de los Treinta Años, Bohemia -que hoy en día forma parte de la República Checa- cayó bajo el dominio de la dinas- tía de los Habsburgo, quienes, en un exceso de celo por eliminar todo indicio de nacionalismo, capturaron y decapitaron públicamente a veintisiete miembros de la nobleza checa en la plaza de la Torre Vieja de Praga.
Durante estas sesiones, Renata no sólo describió innumerables imágenes relativas a la arquitectura, la indumentaria, las armas y las herramientas utilizadas en su vida cotidiana sino que también detalló escrupulosamente las complejas relaciones que mantenía la familia real y sus súbditos. Aunque Renata carecía de toda información previa sobre ese período histórico -de hecho, yo mismo tuve que consultar diversas fuentes para verificar la veracidad de los detalles-, su comprensión era extraordinariamente minuciosa.
Las experiencias de Renata tenían que ver con una persona de ascendencia noble que había sido ejecutada por los Habsburgo. En una secuencia, particularmente dramática, Renata revivió detalladamente la ejecución de ese personaje. Como testigo del recuerdo de Renata, debo admitir que yo también participé de su confusión y desorientación. Para tratar de com- prender lo que estaba ocurriendo, seguí dos caminos completa- mente diferentes. Por una parte, me dediqué a investigar la información histórica proporcionada por Renata y descubrí una extraordinaria cantidad de evidencias objetivas ligadas a ese período de la historia del siglo XVII. Por otra parte, puse en juego todas mis habilidades psicoanalíticas, esperando descubrir cualquier indicio que revelara que su experiencia se asentaba en un conflicto encubierto originado en la niñez o en algún problema emocional de su vida presente. Pero, por mucho que lo intentara, no pude explicar sus experiencias transpersonales en base a la existencia de una problemática psicológica oculta.
Dos años después de este episodio, y ya en Estados Unidos, recibí una carta en la que Renata me relataba un encuentro con su padre, a quien no había visto desde que era muy pequeña ya que sus padres se habían divorciado cuando ella tenía tres años de edad. Renata había ido a cenar a casa de su padre y, después de la cena, éste le mostró un árbol genealógico, resultado de su afición favorita, que rastreaba la historia de la familia varios siglos atrás. Para su sorpresa, Renata descubrió que su padre y ella descendían de uno de los nobles ejecutados por los Habsburgo aquel fatídico día de comienzos del siglo XVII. La información de Renata parecía confirmar su hipótesis de que ciertos engramas dotados de una gran carga emocional pueden fijarse en el código genético y ser transmitidos, de este modo, de generación en generación a lo largo de los siglos.'
Después de superar la conmoción inicial, me di cuenta de que la interpretación de Renata podía ser errónea ya que, aun en el caso de que los recuerdos puedan transmitirse por medio del código genético, la muerte interrumpiría necesariamente esta vía de transmisión. Dicho de otro modo, puesto que el noble murió ejecutado, no pudo haber transmitido genéticamente la información sobre su muerte a Renata. No obstante, cuanto más pensaba en el tema más incapaz me sentía de ignorar la incuestionable relación existente entre las experiencias de Renata y los descubrimientos genealógicos realizados por su padre. ¿Se trata tan sólo de una inverosímil coincidencia carente de sentido o quizás esos incidentes merecen una atención más detenida?
He llegado a la conclusión de que la sorprendente sincronicidad entre la experiencia de Renata y el encuentro con su padre -quien le aportó la información genealógica que parecía apoyar su explicación de la experiencia- no puede ser tildada como algo meramente accidental. ¿Cómo podemos, entonces, explicar este suceso? ¿Acaso la información sobre la muerte del noble llegó a la mente de Renata gracias a algún tipo de conexión telepática inconsciente con su padre? Y, en el caso de que esto fuera cierto, ¿cómo pudo despertar una información genealógica tan escueta una experiencia directa tan rica en detalles históricos?
Entonces se me ocurrió la hipótesis de que la posible información genética que Renata parecía poseer sobre el incidente procediera de algún superviviente de la familia del noble. En tal caso, ese testigo podía haber presenciado la ejecución mientras se hallaba en un estado transpersonal, en una especie de «unidad dual», que le permitió experimentar en primera persona las sensaciones y las emociones reales de la persona ejecutada. Otra explicación alternativa podría ser la de que, en última instancia, el universo constituye el juego de la conciencia divina y que por tanto, desde ese punto de vista absoluto, se trascienden todas las leyes naturales. En este caso, cualquiera de nosotros, en cualquier momento, puede, de algún modo, acceder a una in- formación que se halla más allá de la materia, más allá del espacio y más allá del tiempo. Sólo una cosa parece cierta: en el universo existen ciertos principios que exceden con mucho todo lo que nuestra imaginación puede concebir y que no hay modo de explicar en base al sistema de creencias impuesto por la ciencia newtoniana.


 
Las experiencias raciales y colectivas

Las experiencias raciales y colectivas no se hallan circunscritas a los recuerdos propios de nuestro linaje familiar y de nuestra estirpe sanguínea sino raza. Pero este proceso, no obstante, puede trascender también los límites de nuestra raza e incluir a otros grupos raciales o a la memoria colectiva de toda la humanidad. Según la psiquiatría tradicional, nuestro psiquismo sólo puede verse afectado por aquello que hemos experimentado de primera mano, ya sea por medio de los sentidos o como resultado de nuestra interpretación de la experiencia. Sin embargo, la investigación que hemos realizado sobre miles de personas en estados no ordinarios de conciencia demuestra, sin lugar a dudas, la existencia de experiencias ancestrales, raciales y colectivas que parecen confirmar la hipótesis de Jung de un inconsciente colectivo que contiene el recuerdo de todas las experiencias sufridas por la humanidad desde el mismo comienzo de los tiempos.
 
Veamos la experiencia de una psiquiatra europea en un taller de formación en psicoterapia holotrópica que llevamos a cabo en California. Hay que decir que, aunque la mujer carecía de cualquier tipo de conocimiento intelectual sobre la historia de los indígenas americanos, su experiencia sobre el Sendero de las Lágrimas de los cherokee y otros acontecimientos vinculados a su expulsión de sus asentamientos tradicionales y su confinamiento en la reserva resulta sumamente convincente. He aquí su relato:
De pronto, todo parecía frío, oscuro y carente de sentido. Sentí que una fuerza enorme me empujaba más allá de los límites de mi existencia y me trasladaba hasta un remoto período histórico. Mi yo ordinario pareció reducirse al tamaño de un fotón y luego terminó desvaneciéndose. Me convertí en otra persona, en una menuda y arrugada mujer india que llevaba el pelo grasiento recogido en un par de trenzas.
Vi a miles de indios agrupados por clanes en una inmensa llanura. El círculo de ancianos en torno al cual se habían congregado parecía tranquilo, decidido e inmóvil.
Esperaban la respuesta de su pueblo, la muerte o el viaje. Quienes eligieron la muerte se retiraron a una fila de tiendas bajas y, cuando la decisión concluyó, los ancianos comenzaron a disparar flechas envenenadas sobre quienes habían aceptado el sagrado destino de la muerte. Cuando el último de ellos expiró, la anciana comenzó a bailar una danza de reconciliación con la muerte que representaba la siembra y la nueva floración. Al poco, todos se pusieron en pie y bailaron con ella la danza de la fuerza, la paz y la reconciliación con la muerte. 

Cuando concluyó el ritual, todos los participantes se levantaron y emprendieron la partida. La protagonista de esta experiencia relató que sentía «una tristeza y un sufrimiento inenarrables». A continuación, expresó sus sentimientos entonando un cántico monótono y melancólico que iba acompañado del balanceo de todo su cuerpo. Luego prosiguió diciendo:
Lloraba y gemía internamente por la muerte de cientos de niños, ancianos, mujeres y hombres de mi pueblo. Vi una fila interminable de personas que vagaban exánimes, hambrientas, abatidas y desesperadas por las montañas, sembrando el camino de cadáveres. Me sentía como una cordillera milenaria que contemplaba completamente inmóvil la partida de mi pueblo hasta verlos desaparecer en el horizonte. En cierto sentido, sin embargo, yo participaba de su incesante éxodo hacia ninguna parte, en la vida y en la muerte.'
Quienes experimentan episodios raciales y/o colectivos pueden descubrir que participan en acontecimientos dramáticos -generalmente breves- que tienen lugar en períodos históricos, culturas y países más o menos remotos. Estas experiencias suelen tener que ver con las relaciones interpersonales, la estructura social, las prácticas religiosas, los códigos morales, el arte y la tecnología del período histórico en cuestión. A veces, podemos contemplar gestos, posturas y movimientos simbólicos complejos que los expertos reconocen como característicos de las personas y las épocas implicadas.
En numerosas ocasiones hemos sido testigos, tanto en las sesiones individuales como en los talleres terapéuticos, de personas que adoptan posturas (asanas) y gestos (mudras) propios de la tradición milenaria del Yoga, aunque carezcan de todo conocimiento o experiencia previa sobre este tipo de disciplina espiritual. En muchos casos, las personas se entregan a prácticas pertenecientes a culturas completamente ajenas a su estado ordinario de conciencia. No es extraño, por ejemplo, que, aun careciendo de todo conocimiento o adiestramiento previo, se ejecuten los movimientos característicos del trance de los bosquimanos I kung, del baile giróvago de los derviches sufíes, de las danzas rituales javanesas o balinesas o de los gestos simbólicos hindúes del Kathakali que se realizan en la costa de Malabar.
A veces, la persona que experimenta otras vidas se expresa en lenguajes -en ocasiones complejos y arcaicos- que desconoce completamente en su vida cotidiana. En algunos de los casos, la autenticidad de los idiomas empleados ha sido confirmada mediante grabaciones llevadas a cabo durante las sesiones; en otros, por el contrario, ha sido imposible descifrar su significado aunque la expresión verbal parezca poseer la estructura propia de un lenguaje. Pero esto no significa necesariamente que no se trate de un idioma auténtico perteneciente a un grupo étnico concreto. Los lingüistas están de acuerdo en que resulta extraordinariamente difícil identificar los miles de idiomas y dialectos que se utilizan en nuestro planeta. A veces, por último, los sonidos carecen de toda articulación. En cualquier caso, sin embargo, el hecho de que hayamos podido verificar una considerable cantidad de este tipo de episodios disipa cualquier asomo de duda sobre la autenticidad del fenómeno conocido como «don de lenguas».
Aun cuando la persona carezca de todo conocimiento o interés previo en el tema, las experiencias ancestrales y raciales pueden desvelarnos el significado profundo de determinadas prácticas culturales. La investigación que hemos llevado a cabo para verificar la exactitud de este tipo de experiencias no sólo nos ha demostrado reiteradamente su veracidad sino que, en la mayor parte de los casos, nos ha ofrecido información accesible tan sólo a eruditos u otros especialistas interesados por el tema.
He sido testigo, por ejemplo, del detallado relato de una persona que carecía de todo conocimiento sobre las culturas de la antigüedad sobre las prácticas funerarias del antiguo Egipto. Este individuo nos ofreció una minuciosa explicación del significado esotérico y de la forma de ciertos amuletos encontrados en los sarcófagos, del significado de los colores escogidos para las vasijas funerarias, del proceso de momificación y de la finalidad de determinados rituales. Su experiencia como embalsamador le permitió describir, con todo lujo de detalles, el tamaño y la composición de los vendajes de las momias, los materiales empleados para preparar sus vestiduras y la forma y el simbolismo de las cuatro urnas utilizadas para guardar los órganos extraídos del cuerpo. Aunque se trata de un conocimiento generalmente inaccesible al público, nuestra investigación posterior demostró la exactitud de todos los pormenores relatados por el sujeto.'


 
El misterio del karma y la reencarnación


Para la mayor parte de quienes hemos nacido y crecido al amparo de las tradiciones occidentales, la creencia en el karma y en las vidas anteriores resulta extraña, por no decir ingenua y extravagante. Pero resulta difícil ignorar el hecho de que los textos religiosos de las sociedades más avanzadas del planeta se hayan ocupado, a lo largo de los siglos, de las vidas anteriores, la reencarnación y el karma, y hayan descrito su impacto en nuestras vidas presentes. Desde su punto de vista, no venimos a esta vida como tabulas rasas ya que nuestra vida actual forma parte de un continuo que se remonta a vidas anteriores y que, probablemente, se extenderá también hacia otras vidas futuras. Por otra parte, los recuerdos de vidas pasadas de quienes han atravesado por estados no ordinarios de conciencia suelen estar entremezclados con experiencias de su nacimiento, infancia, niñez y adolescencia actual.
Somos muy conscientes de que el cristianismo y la ciencia ortodoxa niegan e incluso ridiculizan este tipo de creencias. Pero nuestra investigación en el dominio de lo transpersonal no deja de proporcionarnos abundante evidencia de que esta área de estudio es un verdadero tesoro, repleto de conocimientos sobre la naturaleza del psiquismo humano. Las pruebas a favor de la evidencia de este tipo de factores son tan decisivas que sólo podemos concluir que quienes se niegan a considerarlas están insuficientemente informados o tienen una mentalidad excesivamente estrecha.
Después de muchos años de trabajo con personas que han atravesado por este tipo de experiencias, no tengo la menor duda de la relevancia de este fascinante campo de estudio. Es por ello que quisiera destacar su importancia para resolver cier- tos conflictos y mejorar, con ello, nuestra vida cotidiana.
A mediados de los años sesenta dirigí un programa de investigación y tratamiento psicodélico destinado a los pacientes cancerosos del Maryland Psychiatric Research Center, de Baltimore, y tuve la oportunidad de trabajar con un obrero que pa- decía un avanzado cáncer de piel que se había extendido a sus órganos internos a quien llamaremos Jesse. Jesse era una persona iletrada que carecía de todo conocimiento sobre la reencarnación, el karma y otras creencias relacionadas con el pensamiento oriental. De hecho, en circunstancias normales lo lógico era pensar que, debido a su estricta educación católica, todas estas cuestiones eran tabú para él.
Jesse había perdido su batalla contra el cáncer, sabía que iba a morir y, por consiguiente, se hallaba profundamente preocupado y abatido. Estuvo de acuerdo en someterse a terapia psicodélica para tratar de superar su ansiedad. Al comienzo, toda su atención se centró en sus sentimientos de culpabilidad sobre el modo en que había vivido. Había crecido en un ambiente católico, se había casado y divorciado y, durante los últimos años, había vivido con otra mujer. Creía firmemente que, ante los ojos de Dios, siempre estaría casado con su primera es- posa y que, por tanto, estaba viviendo amancebado y en pecado mortal.
Durante las sesiones psicodélicas, Jesse revivió monstruosas escenas bélicas, escenas de ruinas sembradas de cadáveres, esqueletos, despojos putrefactos y basuras malolientes. Vio su propio cuerpo carcomido por el cáncer envuelto en vendajes hediondos. Luego presenció la aparición de una gigantesca bola de fuego que cubrió toda la escena y la consumió rápidamente entre sus llamas purificadoras. Aunque su cuerpo fue destruido, su alma, sin embargo, sobrevivió, y Jesse se vio sometido a un juicio en el que Dios ponderaba sus buenas y sus malas acciones y, tras una corta deliberación, se sintió liberado de su carga. A partir de ese momento, Jesse escuchó una música celestial y comenzó a comprender el significado de su experiencia.
De pronto, tomó conciencia de un poderoso mensaje que fluía de su interior y parecía impregnar todo su ser: «Cuando mueras tu cuerpo será destruido pero tú te salvarás. Tu alma permanecerá contigo para siempre. Volverás a la tierra y vivirás de nuevo, pero ignorarás lo que serás en esa nueva tierra».
Esta experiencia no sólo disipó toda su ansiedad y su sufrimiento sino que también le alivió de su dolor. Jesse salió de la experiencia creyendo profundamente en la realidad de la reencarnación, una noción que se hallaba en abierto conflicto con su propia tradición religiosa. Cinco días más tarde, quizás algo antes de lo previsto, Jesse murió en paz consigo mismo. Parecía como si su mente se hubiera liberado y entregado a una muerte inevitable, parecía incluso deseoso de emprender el viaje hacia lo que él llamaba la «nueva tierra».
Jesse y yo jamás hablamos de reencarnación ni de supervivencia del alma después de la muerte física. Ignoro el proceso que le llevó a forjarse una compleja visión de lo que ocurre después del momento de la muerte, pero lo cierto es que le proporcionó una profunda confianza en los últimos días de su vida.'
Soy consciente de que la experiencia de Jesse puede ser desestimada como una mera fantasía pero hay otros casos, sin embargo, que contienen detalles que pueden ser comprobados objetivamente. Yo mismo he atravesado por varias experiencias relacionadas con vidas anteriores pero ninguna de ellas fue tan vívida y convincente como la que tuvo lugar en mi primer viaje a Rusia. Este tipo de experiencias puede ayudarnos a ilustrar la forma en que los acontecimientos del pasado se entretejen con nuestra historia personal reciente y la manera de utilizar el extraordinario poder curativo de estos recuerdos.
En 1961 participé en un viaje organizado a Leningrado, Moscú y Kiev. Los guías de la agencia oficial Intourist tenían la misión de supervisar todos nuestros movimientos y de impedir cualquier desplazamiento imprevisto. Poco antes de nuestra partida había leído algo sobre Pechorskaia Lavra, un monasterio ortodoxo ruso que se halla en unas antiguas catacumbas ubica- das en el interior de una montaña próxima a Kiev. Según tenía entendido, este lugar era el centro espiritual de Ucrania y los bolcheviques lo habían respetado porque, de lo contrario, hu- bieran debido afrontar una rebelión popular. La primera vez que escuché hablar de ese lugar sentí una extraña y poderosa atracción y deseé visitarlo.
Una vez en Kiev, me enteré de que Pechorskaia Lavra se hallaba fuera de nuestro itinerario y comencé a sentirme inquieto y, aun a sabiendas de lo mucho que me arriesgaba, decidí visitar el monasterio por mi propia cuenta. Hablo fluidamente el ruso, así que tomé un taxi que me llevó hasta el monasterio y paseé por el laberinto de catacumbas en el que se alineaban los restos momificados de todos los monjes que habían vivido y muerto en ese lugar a lo largo de los siglos. Sus manos descarnadas, cubiertas con una piel que el paso de los años había convertido en una especie de pergamino marrón, se hallaban unidas en actitud de plegaria. Los angostos corredores discurrían por grutas iluminadas por la difusa luz de un candil decoradas con llamativos iconos y, a través del denso y fragante humo del incienso, pude contemplar a grupos de monjes de luengas barbas que cantaban abismados en profundo trance.
Mi lento y parsimonioso recorrido por las catacumbas me sumió en un estado inusual de conciencia. Tenía la certeza de conocer perfectamente cada recodo del camino y podía adivinar lo que me encontraría  continuación. En cierto momento llegué a un lugar en el que se hallaba una momia cuyas manos estaban en una extraña posición ya que, a diferencia de las demás, no se hallaban colocadas en una actitud de adoración. En ese momento sentí la emoción más intensa que jamás haya experimentado. Luego finalicé mi excursión y regresé al hotel, tranquilizándome al advertir que los guías de Intourist no se habían percatado de mi ausencia. Después de mi regreso de Rusia, seguí preocupado por los recuerdos de las catacumbas, especialmente en lo que respecta a las extrañas reacciones que suscitó en mí la momia cuyas manos se hallaban en una posición tan inusual. No obstante, me sumergí nuevamente en mi trabajo y el recuerdo de la experiencia fue borrándose lentamente de mi memoria. Mucho más tarde, cuando trabajaba en el Maryland Psychiatric Research Center, de Baltimore, el director del Instituto me presentó a Joan Grant y a su marido, Dennys Kelsey, un matrimonio europeo que practicaba una terapia innovadora basada en la hipnosis. Durante su visita de cuatro semanas a nuestro centro todos los miembros del equipo tuvimos la oportunidad de someternos a sesiones personales de hipnosis bajo su supervisión.
Joan era francesa y tenía la facultad -mediante la cual había escrito ya varios libros al respecto- de caer en trance hipnótico y experimentar episodios de otras épocas y lugares que parecían ser recuerdos de vidas pasadas. Dennys era un psiquiatra británico que también se dedicaba a la hipnosis. En su trabajo en equipo hipnotizaban a los clientes y les pedían que se remontaran tan atrás como pudieran para tratar de resolver el origen de sus problemas ya que, en su opinión, la causa real de los conflictos radica, por lo general, en algún acontecimiento del pasado. Joan tenía la habilidad especial de sintonizar con la experiencia de sus clientes y ayudarles a resolver sus problemas.
Yo tenía interés en trabajar con ellos un conflicto que ocasionalmente se suscitaba en mi interior entre la sensualidad y la espiritualidad. La vida ejerce sobre mí un poderoso atractivo y acostumbro a gozar de los placeres que me proporciona la existencia pero, en ocasiones, experimento una necesidad casi compulsiva de retirarme del mundo y entregarme por completo a la vida espiritual. Dennys me hipnotizó y luego me dijo que me remontara hasta la época en que había comenzado este problema. De pronto, me vi como un niño ruso que se hallaba de pie en medio de un jardín situado en una casa palaciega que inmediatamente reconocí como mi hogar. Escuchaba la distante voz de Joan diciéndome: «¡Mira el balcón!». La obedecí de inmediato sin preguntarme siquiera cómo sabía lo que yo estaba viendo en ese momento. Entonces advertí la presencia de una anciana de manos arrugadas y nudosas que se hallaba sentada en una mecedora. Supe que era mi abuela y mi corazón se inundó de amor y compasión.
De pronto, la escena cambió. Estaba en una calle de un pueblo cercano, experimentando la vida sencilla de los campesinos que me permitía escapar del rígido estilo de vida que caracterizaba a mi familia. Comprendí que había estado muchas veces en ese mismo lugar. Poco después estaba en el taller oscuro de un herrero, un hombre gigantesco, musculoso y peludo que se hallaba de pie frente a un horno llameante golpeando con un enorme martillo un pedazo de hierro candente al que trataba de dar forma sobre el yunque. De pronto, sentí un agudo dolor en el ojo. Mi rostro se contorsionó en un espasmo de dolor y las lágrimas fluyeron abundantes por mis mejillas. Horrorizado, me di cuenta de que un pedazo de hierro al rojo vivo me había golpeado el rostro produciéndome graves quemaduras.
Luego experimenté el sufrimiento emocional de un adolescente horriblemente desfigurado, la angustia del impulso sexual insatisfecho y la desazón producida por el rechazo que provocaban mis repugnantes cicatrices. Completamente desesperado, tomé la decisión de convertirme en monje e ingresé en el monasterio de Pechorskaia Lavra. Con el paso de los años mis manos acabaron completamente desfiguradas. ¿Se trataba de la artritis o de una reacción histérica modelada a raíz de la enfermedad de mi querida abuela?
La última escena de esta sesión fue la de mi propia muerte. Recuerdo que era consciente de que me colocaban en un nicho ubicado en la pared de las catacumbas. Mis manos lisiadas no pudieron ser colocadas en la actitud de plegaria que indicara la feliz conclusión de mi vida monástica. Parecía como si la misma muerte también representara para mí el amargo distanciamiento de la tan anhelada sensualidad.
Cuando la sesión llegaba a su fin comencé a sollozar, sobrecogido por una mezcla de odio, arrepentimiento y autocompasión. Después me di cuenta de que Joan me estaba masajeando las manos que, poco a poco, fueron relajándose y perdiendo su crispación y agarrotamiento. Finalmente tomó mis manos entre las suyas y las unió en el gesto universal de la plegaria. Instantáneamente experimenté la sensación de que algo se había curado en lo más profundo de mi ser. A partir de ese momento, nunca más he vuelto a experimentar el conflicto entre sensualidad y espiritualidad que tanto me había perturbado hasta entonces.
Por lo general, el proceso de experimentación de episodios de vidas pasadas permite que las personas encuentren alivio a los síntomas físicos y emocionales que aquejan su vida presente. En numerosas ocasiones he podido comprobar la reducción o incluso la eliminación completa de depresiones crónicas de origen psicógeno, asmas, fobias, migrañas severas, dolores psicosomáticos y otros síntomas similares después de una experiencia en la que el sujeto revivía una vida anterior. A la luz de todo ello, no resulta tan aventurado formular la hipótesis de que el recuerdo de vidas anteriores puede ayudarnos a resolver simbólicamente ciertos problemas de nuestro psiquismo.
Sin embargo, estas curaciones también pueden trascender, en ocasiones, lo meramente simbólico. Aunque en la experiencia que acabamos de relatar la resolución de mi conflicto interno parece poseer un carácter estrictamente intrapersonal y no implica a otras personas, las experiencias de vidas pasadas también pueden poseer dimensiones interpersonales y presentar un elevado grado de sincronicidad. En cierta ocasión, por ejemplo, trabajé con alguien que mantenía una difícil relación de rivalidad con otra persona. Durante una sesión en la que nuestro sujeto experimentó lo que parecía ser una vida anterior, el sujeto vio que su rival había sido su asesino. Después de este viaje al pasado y de haber perdonado el crimen, mi cliente cambió instantáneamente los sentimientos que albergaba contra su enemigo. De este modo, la antigua rivalidad y los viejos temores se disiparon por completo y pudo ver con ojos nuevos a la otra persona. Al mismo tiempo, su antiguo enemigo también experimentó -de manera independiente pero simultánea- un cambio similar en la misma dirección. Ambas personas sufrieron así una transformación fundamental que modificó su punto de vis- ta y sanó una relación que había estado marcada por el odio. De este modo, acontecimientos que no parecían guardar ninguna relación entre sí transformaron su vida y su relación.
Este caso, que parece tan extraordinario, no es inusual en mi trabajo. En numerosas ocasiones he asistido a un cambio sustancial de patrones kármicos que, liberados de la carga del pa- sado, han permitido la curación de viejas heridas que habían permanecido abiertas a lo largo de los años. Estos cambios de actitud podían ocurrir con una diferencia de minutos aunque las personas implicadas se hallaran separadas por miles de kilómetros y no existiera la menor posibilidad de comunicación directa entre ellas.


¿Acaso hemos vivido anteriormente?

Todo lo que acabamos de describir en torno a las experiencias relativas a vidas pasadas suscita interesantes cuestiones sobre el tema de la reencarnación. ¿Las experiencias kármicas constituyen necesariamente una demostración de que hemos vivido anteriormente? ¿Significa que nuestra vida actual forma parte de una larga secuencia de vidas? ¿Quiere acaso decir que, de una vida a otra, seguimos siendo responsables de nuestras acciones? Para tratar de responder a todas estas preguntas será necesario examinar las evidencias que apoyan o refutan estas creencias y también convendrá revisar nuestras opiniones y prejuicios históricos al respecto. Con demasiada frecuencia, nuestra visión sobre este tipo de fenómenos -que no pueden ser demostrados por las matemáticas ni verificados mediante los sentidos físicos- depende más de lo que nos han enseñado a creer que del examen imparcial de la evidencia objetiva.
Comencemos recordando que el karma y la reencarnación constituyen la piedra angular de las principales religiones de la India, el hinduismo, el budismo, el jainismo, el sikhismo y el zoroastrismo, y que también forman parte del budismo vajra- yana, el budismo esotérico japonés y la mayoría de las escuelas budistas del sudeste asiático.
En la antigua Grecia, por su parte, la creencia en la reencarnación fue asumida por diversas escuelas de pensamiento, entre las cuales cabe destacar a los pitagóricos, los órficos y los platónicos. La misma doctrina fue adoptada por los esenios, los fariseos, los karaítas y otras sectas judías o filojudías. Posterior- mente, la reencarnación pasó a ser un dogma fundamental entre los gnósticos y los neoplatónicos y formó parte de la teología cabalística del judaísmo medieval. Del mismo modo, también podemos encontrar nociones similares entre grupos tan dispares histórica, geográfica y culturalmente como las tribus africanas, los rastafaris jamaicanos, los indios americanos, las culturas precolombinas, los kahunas polinesios, los practicantes de la umbanda brasileña, los celtas y los druidas.
En la sociedad occidental, la teoría de la reencarnación ha sido adoptada por los teósofos, los antropósofos y algunos grupos espiritistas. Aunque a primera vista pudiera parecer que la creencia en la reencarnación es ajena -o incluso incompatible- con la fe cristiana, éste no ha sido siempre el caso ya que los primeros místicos cristianos creían en la reencarnación. Según san Jerónimo, un santo que vivió entre los siglos iv y v, la reencarnación requería una interpretación esotérica que sólo resultaba accesible a la élite eclesiástica.
Orígenes -uno de los más famosos Padres de la Iglesia- fue el pensador más sobresaliente de quienes especularon sobre la existencia de almas que regresan a la Tierra. Todos sus libros, y especialmente el titulado De los primeros principios, escrito en el siglo in, fueron condenados en el Segundo Concilio de Constantinopla, llevado a cabo en el año 553 bajo el patrocinio del emperador Justiniano. El veredicto sentenciaba: «Si alguien afirmara la fabulosa pre-existencia de las almas y se adhiriese a esa doctrina monstruosa, ¡sea anatema!». Aunque este edicto estableciera la naturaleza herética de la doctrina de la reencarnación, los estudiosos de la religión encuentran huellas de nociones similares en los escritos de san Agustín, san Gregorio y san Francisco de Asís.
En los tres últimos siglos, el rechazo de la cultura occidental hacia la reencarnación ha encontrado el apoyo manifiesto de la ciencia newtoniana. Así pues, el prejuicio prevalente de nuestro industrializado mundo contemporáneo nos lleva a rechazar toda forma de espiritualidad como algo engañoso y erróneo. De este modo, el mundo parece dividirse entre los que creen firmemente en la reencarnación, los que se muestran neutrales o simplemente indiferentes y aquellos otros que la rechazan de pleno.
Volvamos ahora a nuestra pregunta original sin olvidar los prejuicios y las creencias con respecto al tema de la reencarnación. ¿Acaso la moderna investigación sobre la conciencia puede proporcionarnos algún dato que contribuya a resolver el problema? En mi opinión, su principal contribución consiste en permitirnos comprender que no resulta útil ni correcto plantear el tema de la reencarnación como una simple cuestión de «creencia».
Pero expliquémonos con más detenimiento. La doctrina de la reencarnación no constituye una mera creencia sino que supone, por el contrario, el resultado de tratar de encontrar un marco conceptual adecuado en el que encuadrar observaciones y experiencias muy concretas y específicas relacionadas con vidas anteriores. Cualquier investigador serio familiarizado con los estados no ordinarios de conciencia puede constatar sin mu- chas dificultades la existencia de este tipo de experiencias. Pero, como siempre ocurre con cualquier cuestión científica, la experiencia puede ser interpretada de muy diversas maneras. Después de todo, la teoría de la gravedad no es lo mismo que la gravedad. Desde este punto de vista, aunque no podemos negar que los objetos caen porque no nos agrada la teoría de la gravedad, seguimos negándonos, sin embargo, a considerar siquiera la posible existencia de experiencias relativas a vidas anteriores porque nos desagrada la doctrina de la reencarnación.
Existen datos manifiestos sobre el tema de la reencarnación. Sabemos por ejemplo que, en estados no ordinarios de conciencia, suelen tener lugar -de manera espontánea y al margen de cualquier programación o conocimiento previo sobre el tema- experiencias relacionadas con vidas anteriores. En la mayor parte de los casos, estas experiencias nos proporcionan una información exacta y minuciosa sobre épocas pasadas que puede ser sometida a una verificación objetiva. Por otra parte, la práctica clínica también indica que numerosos problemas emocionales no parecen originarse en la vida presente sino en experiencias acaecidas en vidas anteriores y que, por consiguiente, los síntomas que acompañan a esos desórdenes se alivian o desaparecen completamente después de revivir las experiencias subyacentes de vidas anteriores. Por último, la investigación de Ian Stevenson con niños que pretendían recordar acontecimientos de sus vidas anteriores también nos proporciona una evidencia insoslayable sobre la importancia de este área de estudio.
La creencia de que la conciencia individual sobrevive a la muerte del cuerpo físico constituye una posible explicación de este tipo de experiencias. Sin embargo, cometeríamos un grave error si considerásemos que es posible hablar de «pruebas» concluyentes. Debemos recordar que la ciencia nunca «de- muestra» nada sino que tan sólo se limita a «aprobar» o «refutar» las teorías existentes. La historia de la ciencia nos enseña que ninguna teoría completa puede explicar todos los aspectos de un fenómeno y que siempre es necesario recurrir a teorías alternativas para poder dar cuenta de todos los hechos observados. Veamos ahora otras posibles hipótesis alternativas al margen de la teoría de que el alma sobrevive a la muerte o de que la conciencia individual perdura de una vida a la siguiente.
En este sentido, la misma literatura espiritual nos proporciona dos explicaciones alternativas. La tradición mística hindú, por ejemplo, considera que la creencia literal en la reencarnación constituye una interpretación superficial de la noción del karma. Esta teoría llega a afirmar la ilusoriedad de todas las fronteras y separaciones existentes en el universo. En última instancia, lo único que existe es el principio creador de la Conciencia Cósmica. Este principio es, en realidad, lo único que encama, es decir, lo único que toma forma física. Desde esta perspectiva, el universo es el juego divino (lila) del Ser Supremo (Brahman). Por consiguiente, todos los adherentes a este punto de vista consideran que las diversas apariencias kármicas no son sino manifestaciones ilusorias.
Otra explicación afirma que la entidad que reencarna es el campo total de la conciencia humana. Este campo, al que podríamos denominar Superalma, abarca a toda la especie humana, incluye a todo el planeta y a la totalidad del tiempo y asume una identidad individual con el fin de explorar y aprender sobre sí mismo. Tras la muerte del individuo, los fragmentos no asimilados de experiencias de una vida particular retornan a esa Superalma, donde se convierten en los elementos que integrarán las futuras encarnaciones. Así pues, la teoría de la Superalma -al igual que la concha multicompartimentada del Nautilus- parece integrar y trascender, al mismo tiempo, las nociones de continuidad y separación.


La parapsicología y la percepción extrasensorial

El interés por los fenómenos transpersonales no es nuevo en la ciencia occidental ni se halla restringido al campo de la psicología. Desde hace muchas décadas, la parapsicología -una controvertida disciplina científica- se ha dedicado a estudiar formas de adquisición de información que parecen eludir el concurso de los órganos sensoriales. De este modo, la parapsicología se ha ocupado de investigar diversas formas de percepción extrasensorial (PES), es decir, de la facultad de trascender las fronteras espaciales, las distancias y las limitaciones del tiempo lineal. Podríamos haber incluido este apartado en la sección anterior pero hemos preferido mencionarlo de manera independiente dada la particular atención que ha recibido por parte de los parapsicólogos.
Los fenómenos PES caracterizados por la trascendencia de los límites espaciales incluyen las experiencias extracorporales (EEC), la capacidad de experimentar acontecimientos lejanos y la telepatía. Por su parte, los fenómenos PES de trascendencia de los límites temporales son la precognición (el conocimiento de hechos que todavía no han sucedido) y la psicometría (la posibilidad extrasensorial de conocer la historia de los objetos).
Las experiencias de separación entre la conciencia y el cuerpo, o experiencias extracorporales (EEC), pueden adoptar formas y grados muy diversos. En ocasiones, por ejemplo, pueden constituir un episodio aislado de nuestra vida o formar parte, por el contrario, del conjunto de hechos que acompañan a un proceso de apertura psicológica o de una crisis transpersonal.
Por otra parte, este tipo de experiencias puede desencadenar- se por muy diferentes razones como, por ejemplo, situaciones límites, experiencias cercanas a la muerte, sesiones de terapia experiencial profunda, crisis psicoespirituales o ingestión de determinadas sustancias psicoactivas. El Libro Tibetano de los Muertos nos brinda notables ejemplos de este tipo de experiencias. Sin embargo, hasta que la moderna investigación de la con- ciencia y la tanatología no han ratificado su autenticidad, la ciencia no les ha prestado la menor atención.
Podemos experimentar que la conciencia abandona el cuerpo, se separa de él y lo contempla desde fuera. En algunas de las versiones más avanzadas de este mismo fenómeno podemos abandonar el cuerpo, volar y trasladamos a lugares muy distantes.
Hace ya muchos años, poco después de mi llegada a Estados Unidos, participé en una sesión supervisada de LSD que formaba parte de un programa de entrenamiento destinado a profesionales de la salud mental. En esa ocasión experimenté una extraña mezcla de beatitud y serenidad e inmediatamente después sentí que había penetrado en un mundo lleno de maravillas, un mundo -como el de los primeros cristianos- en el que los milagros eran posibles, aceptables y comprensibles. Entonces comencé a reflexionar sobre los problemas del tiempo, el espacio y las insolubles paradojas del infinito y de la eternidad que desconciertan a nuestras mentes racionales en el estado ordinario de conciencia. No acertaba a comprender cómo me había dejado lavar el cerebro aceptando una visión cerrada que no cuestiona la realidad objetiva del espacio tridimensional y del tiempo unidimensional. En el estado en que me hallaba, me parecía obvio que el mundo del espíritu carece de este tipo de limitaciones porque el tiempo y el espacio, a fin de cuentas, son meras construcciones de nuestra propia mente.
En las dimensiones transpersonales de la conciencia podemos crear y experimentar un número ilimitado de tiempos y de espacios. En esos mundos, un segundo puede transformarse en toda una eternidad. Me di cuenta entonces de que no tenía por qué permanecer atado a mis limitaciones espacio-temporales habituales y de que podía viajar sin restricciones por el continuo espacio-temporal. Estaba tan convencido de la certeza de lo que estaba experimentando que decidí trasladarme a Praga, la ciudad que me había visto nacer y que se hallaba a miles de kilómetros de distancia. Inmediatamente después de ponerme en movimiento tuve la sensación de volar por el espacio a una velocidad vertiginosa pero, contrariamente a mis expectativas, descubrí que no me había movido un ápice.
Comprendí entonces que aún me hallaba bajo la influencia de mis antiguos conceptos de espacio y de tiempo y que estaba abordando la cuestión en términos de direcciones y distancias. Entonces se me ocurrió que quizá sería más adecuado pensar que el lugar donde me hallaba y el lugar al que quería dirigirme estaban en el mismo sitio. Entonces experimenté algunas sensaciones muy singulares. De pronto me encontré en un lugar extraño y un tanto claustrofóbico, un lugar atiborrado de lámparas de vacío, cables, resistencias y condensadores. Tras un breve período de confusión, me di cuenta de que estaba dentro de un aparato de televisión ubicado en el piso de Praga en el que había transcurrido mi niñez. De alguna manera, estaba intentando utilizar los altavoces para escuchar y el tubo de rayos catódicos para ver. Entonces comprendí que mi manera de vencer la ilusión de la distancia parecía determinada por la moderna electrónica y que estaba afrontando el último obstáculo conceptual.
Tan pronto como acepté que la conciencia carece de límites atravesé la pantalla de la televisión y me encontré caminando por la casa de mis padres. La experiencia fue tan contundente y real como cualquier otra experiencia de mi vida vigílica. Me acerqué a la ventana y eché un vistazo al reloj de la esquina, que mostraba seis horas de diferencia con la hora a la que había iniciado mi viaje en Estados Unidos. Pero, a pesar de que la diferencia horaria en cuestión fuera precisamente de seis horas, no consideré, sin embargo, que ésa fuera una evidencia suficiente porque yo conocía intelectualmente la diferencia horaria existente y, por tanto, mi mente podía estar fabricando la experiencia.
Quería tener la certeza palpable de que mi experiencia era «real y objetiva» en el sentido habitual de estos términos. Así pues, me decidí a hacer una prueba. Cambiaría un cuadro de la pared y luego comprobaría si mis padres habían advertido algo extraño. Con esa intención me aproximé al cuadro pero al momento me vi asaltado por la sensación de que estaba a punto de hacer algo muy peligroso. De pronto, me sentí inmerso en un clima misterioso que evocaba la magia negra y los poderes diabólicos. Parecía como si estuviera jugándome el alma. Inmediatamente me detuve y reflexioné sobre las posibles consecuencias de mi acción.
Mi mente se vio inundada entonces por imágenes de los casi- nos más famosos del mundo. Vi girar rápidamente las bolas en las ruletas, el movimiento mecánico de las máquinas tragaperras, vi rodar los dados en las mesas de juego, contemplé a los jugadores de bacarrá y a parpadeantes luces de los paneles del bingo. Poco después aparecieron imágenes de espías, entrevistas secretas entre políticos, oficiales del ejército y científicos. Me percaté de que todavía no había superado mi egocentrismo y de que no era capaz de resistir la tentación de utilizar mis poderes psíquicos para satisfacer mis necesidades personales. De hecho, si alguien lograra controlar el tiempo y el espacio podría conocer de antemano los resultados de las quinielas y de la lotería. Para esa persona no existiría ningún secreto, podría asistir a las reuniones de más alto nivel, accedería a los hallazgos más secretos de la ciencia y el ejército y se le abrirían posibilidades insospechadas para controlar el curso de la historia mundial.
Comencé a darme cuenta de los riesgos de mi experimento. Recordé pasajes de diferentes libros que advierten en contra del uso de este tipo de facultades si previamente no se han superado los impulsos egoístas. Dudaba en proseguir con mi intento ya que, de haber confirmado la posibilidad de manipular el entorno físico desde varios miles de kilómetros de distancia, mi visión del universo se desmoronaría y me sumiría en un estado de completa confusión metafísica ya que mi mundo, en definitiva, hubiera dejado literalmente de existir.
Al final, desistí de mi intento, lo cual me dejó para siempre con la duda de que quizás, en esa sesión, hubiera podido ir más allá del tiempo y del espacio. En el momento en que renuncié a seguir experimentando me encontré de vuelta en Estados Unidos, en la misma habitación en la que todo había comenzado.
En muchas ocasiones posteriores me he arrepentido de no haber aprovechado aquella oportunidad única para comprobar la posibilidad de manipular el tiempo y el espacio. Sin embargo, el recuerdo del horror metafísico que supuso, me lleva también a dudar de que pudiera mostrarme más valiente en el caso de disponer de una nueva oportunidad. Afortunadamente, la autenticidad de las experiencias extracorporales puede ser verificada también mediante procedimientos diferentes. En la última década este área fascinante ha sido objeto de una investigación sistemática por parte de la «tanatología», una joven disciplina científica cuyo campo específico de estudio son las experiencias relacionadas con la muerte y el proceso del morir.
Raymond Moody, Kenneth Ring, Michael Sabom, Elisabeth Kübler-Ross y otros reputados investigadores han confirmado en numerosas ocasiones la presencia de experiencias extracorporales (EEC) en personas que afrontan experiencias cercanas a la muerte. En tal caso, el sujeto puede presenciar acontecimientos que tienen lugar en habitaciones o lugares remotos y la veracidad de su testimonio puede ser verificada objetivamente por observadores imparciales. El último reto que esta nueva disciplina ha lanzado a la ciencia newtoniana ha sido el descubrimiento de que personas clínicamente ciegas pueden describir es- cenas visualmente exactas durante sus experiencias de EEC a pesar de que, tras recuperarse de la enfermedad o trauma que causó la EEC, siguen sin ser capaces de ver. Ciertos pasajes de El Libro Tibetano de los Muertos afirman que, poco después del momento de la muerte, el sujeto asume un «cuerpo de bardo» que puede trascender las limitaciones habituales del tiempo y el espacio y viajar con relativa libertad a lo largo y ancho del globo.
Durante una época en la que me dediqué plenamente a la investigación tanatologica, tuve la oportunidad de visitar a un médico de un hospital de Miami que acababa de constatar la realidad de la inusual EEC de una inmigrante cubana. La paciente había sufrido un paro cardíaco que le produjo una EEC durante la cual regresó a Cuba -después de muchos años de ausencia- y vio su antigua casa. Cuando se recuperó del ataque, estaba muy nerviosa por la experiencia que acababa de atravesar. Según relató, los nuevos inquilinos habían efectuado modificaciones que no eran de su agrado, como cambiar ciertos muebles de lugar, sustituir otros y también habían pintado la cerca de un color verde que le parecía espantoso. En un viaje posterior a Cuba, el médico que la atendía había podido verificar la exactitud de todos los cambios ocurridos en la casa durante su ausencia, incluyendo el llamativo color verde de la cerca.
Los conocidos investigadores Charles Tart, de la Universidad de California, y Russell Targ y Harold Puthoff, del Stanford Research Institute, han diseñado y llevado a cabo experimentos de laboratorio que les han permitido demostrar la realidad de la EEC. En la investigación de la llamada «visión remota», por ejemplo, Russell Targ utiliza a dos personas, una de las cuales, -el llamado «vidente»- permanece en el interior de un laboratorio cuidadosamente controlado mientras la otra persona -a la que denomina «baliza»- se sitúa en un lugar próximo.
Luego un ordenador selecciona al azar un determinado lugar y se le comunica en secreto al sujeto que actúa de baliza. Una vez que el sujeto baliza llega al emplazamiento elegido se pide al vidente que describa lo que está viendo su compañero en ese momento. La distancia existente entre ambos sujetos -que puede ser de unos pocos metros o de miles de kilómetros- no parece tener la menor influencia sobre la capacidad del vidente para describir el lugar con todo lujo de detalles. En algunos de los casos, el vidente -un conocido psíquico soviético- no sólo describió con exactitud la localización de Keith Harary -un colaborador de Targ que actuaba de baliza en aquella ocasión- sino que también describió lo que iba a ver desde el lugar se- leccionado por el ordenador para la experiencia siguiente ¡An- tes incluso de que el sujeto supiera adónde debía dirigirse!
Aunque en las primeras investigaciones de la visión a distancia se utilizaron mujeres y hombres que mostraban ciertas facultades psíquicas, los investigadores pronto se dieron cuenta de que cualquier persona puede ser adiestrada para llevar a cabo esta tarea. La mayor parte de los investigadores expresan su convencimiento de que la visión a distancia y otras capacidades telepáticas son facultades normales de todo ser humano. Muchas de las personas que han experimentado la visión a distancia relatan que el proceso de desarrollo de esta facultad no consiste tanto en aprender algo nuevo como en «desaprender» los condicionamientos negativos que parecen bloquear la «realidad» de ese tipo de facultades.
Los buenos clarividentes pueden obtener información sobre el pasado de sus clientes o sobre la historia de un objeto físico sin poseer ningún tipo de pista visual o verbal. En numerosas ocasiones he visto a psíquicos de la categoría de Anne Armstrong y Jack Schwarz acceder a datos minuciosos y detallados de este tipo. Esta capacidad nos proporciona evidencias de que la memoria puede existir independientemente del cuerpo físico y también puede conservar improntas reconocibles por algún tipo de facultad humana independiente de los cinco sentidos. El tiempo, pues, no parece ser una calzada de dos direcciones (pasado y futuro) sino un océano ilimitado en el que podemos acceder de manera inmediata a cada una de las gotas de agua que contiene independientemente del lugar en el que nos encontremos.
Para finalizar esta sección sólo me resta decir que, en mi opinión como investigador de la conciencia humana, este tipo de percepciones extraordinarias suelen ir acompañadas de un pro- fundo miedo metafísico similar al que yo mismo experimenté cuando me enfrenté a la posibilidad de proyectarme a través del espacio y el tiempo hasta el piso de mis padres. Este miedo se asienta en el hecho de que estas experiencias desafían y socavan nuestras creencias fundamentales sobre la naturaleza de la realidad. El temor, en otras palabras, es un indicador que señala el grado en que sentimos amenazadas las creencias fundamentales que nos permiten movernos en la vida cotidiana. En cierto sentido, puede resultamos bastante más cómodo negar la existencia de la experiencia en cuestión que aceptarla y confiar en ella. En otras palabras, cuando debemos elegir entre aceptar una nueva visión del mundo o reprimir nuestros temores, solemos decantarnos por la última alternativa.



Un mundo mitológico más allá del espacio y el tiempo

En los dos últimos capítulos hemos examinado la forma en que la conciencia transpersonal nos permite investigar experiencias que trascienden las limitaciones del espacio y del tiempo. En este plano, las personas con quienes nos encontramos y los sucesos que presenciamos parecen totalmente «reales» a pesar de percibirlos de un modo completamente diferente al de la vida cotidiana. Sin embargo, la conciencia transpersonal también se adentra en dimensiones que trascienden nuestra concepción habitual de la realidad ya que también podemos encontrarnos con entidades, situaciones y lugares que tienen escasa o ninguna relación con las realidades que nos es dado contemplar en la vida cotidiana. De este modo, la conciencia transpersonal nos permite penetrar en el mundo de los chamanes, los videntes, los dioses, los demonios y los seres sobrehumanos que habitan en el mundo de los mitos y de los cuentos de hadas.











9. MÁS ALLÁ DE LA REALIDAD COMPARTIDA



Los mitos no dimanan de un sistema conceptual sino de un sistema vital, es decir, de un centro mucho más profundo. No debemos confundir la mitología con la ideología. Aunque nuestra mente pueda asombrarse de que haya quienes crean en este tipo de cosas, los mitos proceden del corazón y de la experiencia. El mito no señala un hecho sino que apunta más allá de éste hacia aquello que es
JOSEPH CAMPBELL, An Open Life: In Conversation with Michael Toms

Existe un tipo de experiencias transpersonales que parecen hallarse más allá del «continuum» espacio-temporal en el que discurre nuestra realidad cotidiana, un tipo de experiencias -que no suelen ser aceptadas ni estudiadas por la moderna metodología científica- que nos permite acceder al mundo de los mitos, las apariciones, la comunicación con los muertos y la facultad de ver el aura, los chakras y otras energías sutiles. En esos dominios también podemos experimentar encuentros con guías espirituales, «animales de poder» y diversas entidades infrahumanas y sobrehumanas o efectuar viajes fantásticos a universos extraordinarios.
Según Aldous Huxley, no deberíamos precipitarnos en desdeñar esta dimensión insólita como si se tratara de una mera fantasía carente de propósito. Según sus propias palabras:
Al igual que la jirafa o el ornitorrinco, las criaturas que moran en las regiones más apartadas de la mente parecen sumamente improbables. Sin embargo, existen y pueden ser observadas y, como tales, no pueden ser ignoradas por nadie que trate de comprender honestamente el mundo en que vivimos.'
En el presente capítulo exploraremos minuciosamente las regiones más remotas de la conciencia basándonos en las descripciones que nos han aportado personas que participaron en sesiones de psicoterapia experiencial. Comenzaremos con una de las áreas más controvertidas de este campo, la comunicación con los muertos.


Experiencias mediúrnnicas y espiritistas

Dentro de este apartado incluimos las sesiones espiritistas, la investigación de la posible supervivencia de la conciencia después de la muerte, la comunicación telepática con parientes y amigos muertos, los contactos con entidades desencarnadas y las experiencias en el plano astral. En su vertiente más común, la gente puede ver apariciones de personas fallecidas y recibir sus mensajes. Un día después de la muerte de su esposo, por ejemplo, una mujer vio a su marido sentado en su sillón favorito de la sala de estar, quien la saludó y le preguntó cómo estaba. La mujer respondió que se encontraba bien. Él le dijo entonces dónde podría encontrar los documentos legales que necesitaba para ultimar ciertos detalles de la herencia. Esta información le resultó muy útil y le ahorró varias horas de búsqueda ya que la mujer ignoraba su paradero. Este tipo de experiencias no es in- frecuente en quienes han atravesado por una experiencia cercana a la muerte (ECM), en clientes sometidos a terapia experiencia) y a sesiones psicodélicas o en el trabajo de los videntes.
Existe una vertiente más compleja de estas experiencias en la que el médium entra en un estado de trance profundo y sufre transformaciones radicales en su apariencia física. En tal caso, las posturas, los gestos y las expresiones faciales del médium adoptan formas muy extrañas, al tiempo que se producen cambios en el tono, la inflexión, el acento y la cadencia en su voz. He visto a personas en estado de trance que hablaban idiomas que desconocían y que jamás habían escuchado en su estado ordinario de conciencia. He oído a personas que hablaban en varias lenguas extrañas, les he visto escribir, pintar laboriosos cuadros y dibujar extraños signos jeroglíficos de manera automática. La iglesia espiritista de Filipinas y Brasil, inspirada en las enseñanzas de Allan Kardec, nos brinda numerosos ejemplos de este tipo de misteriosos fenómenos.
El psicólogo y psíquico brasileño Luis Antonio Gasparetto, por ejemplo, estrechamente vinculado a la iglesia espiritista, es capaz de pintar en estado de trance ligero con el estilo de numerosos pintores de todo el mundo. Hace años tuve la oportunidad de observar cómo trabajaba durante un seminario mensual que tuvo lugar en el Esalen Institute y me quedé muy impresionado tanto por su habilidad para imitar el estilo de los gran- des maestros de la pintura como por la tremenda velocidad con la que trabajaba cuando «canalizaba» a los pintores difuntos. En cada sesión de trabajo llegaba a pintar un promedio de unos veinticinco lienzos.
Gasparetto puede pintar en la oscuridad más absoluta o con tina luz roja que imposibilita casi por completo la distinción de los colores. En numerosas ocasiones le he visto trabajar en dos cuadros a la vez -uno con cada mano- y, ocasionalmente, también le he visto pintar con el pie un cuadro que se hallaba bajo la mesa oculto de su propia visión. En cualquiera de los casos, no obstante, todos sus cuadros resultan estéticamente bellos y reproducen la sutileza, el color, el estilo, la forma y la composición propios del maestro fallecido.
Si las comunicaciones con entidades desencarnadas se limitaran exclusivamente a visiones y a sensaciones subjetivas y difusas no tendríamos grandes dificultades en desestimarlas como un simple producto de la imaginación o el fraude. Sin embargo, la situación suele ser bastante más compleja ya que, con frecuencia, la información que proporciona el «ser desencarnado» puede ser verificada posteriormente. Veamos, en este sentido, el siguiente ejemplo, procedente de la transcripción de una sesión experiencial de Richard, un paciente que sufría de depresión a quien ya hemos citado en el capítulo octavo.
Richard dijo que se hallaba en un espacio que tenía todas las características del plano astral. Habló de una misteriosa luminiscencia poblada de seres desencarnados que intentaban comunicarse desesperadamente con él. Aunque Richard no podía verlos ni oírlos, sentía claramente su presencia y recibía continuamente sus mensajes telepáticos. Yo tomé nota de uno de esos mensajes, uno concreto que no parecía difícil de verificar a posteriori.
Se trataba de una petición para que Richard estableciera contacto con un matrimonio que vivía en la ciudad moravia de Kromeriz y les dijera que su hijo Ladislav se encontraba perfectamente y que no necesitaba nada. El mensaje incluía el nombre del matrimonio, su dirección y su número de teléfono, datos, todos ellos, desconocidos para mí y para mi paciente. La experiencia resultó muy extraña porque no tenía absolutamente nada que ver con Richard y estaba completamente desvinculada de sus problemas habituales y de su tratamiento.
Después de ciertas dudas decidí llevar a cabo algo que me convertiría en el objeto de la burla de mis colegas si llegaran a enterarse. Marqué entonces el número de teléfono y pregunté por Ladislav pero, para mi sorpresa, la mujer que atendió la llamada rompió a llorar y, después de calmarse, me dijo con la voz quebrada por la emoción: «Nuestro hijo ya no está con nosotros. 2Murió hace tres semanas».
Veamos otro ejemplo de este tipo de experiencias que tiene que ver con mi antiguo amigo y colega Walter N. Pahnke. En 1971, Walter marchó de vacaciones a una cabaña frente al mar, en Maine, con su esposa Eva y sus hijos. Cierto día cogió su equipo de buceo pero jamás regresó del océano. El equipo de rescate organizado para buscarlo no logró encontrar rastro alguno de Walter. Para Eva resultó muy difícil aceptar e integrar la muerte de su esposo. Su último recuerdo era la imagen de Walter alejándose de la cabaña pletórico de salud y vitalidad. Le resultaba muy duro hacerse a la idea de que Walter ya no formaba parte de su vida y que debía comenzar un nuevo capítulo de su existencia con la sensación de no haber concluido el precedente.
Eva era psicóloga y se inscribió en un taller de formación en el uso terapéutico del LSD para profesionales de la salud mental organizado por nuestro instituto. Tomó esa decisión con la intención de tener una experiencia psicodélica que le permitiera hallar algunas respuestas y me pidió que yo fuera su guía. Durante la segunda parte de la sesión tuvo una visión muy clara de Walter y mantuvo un diálogo en el curso del cual recibió instrucciones muy precisas con respecto a cada uno de sus tres hijos y se sintió liberada para emprender una nueva vida, ajena a cualquier tipo de compromiso con la memoria de Walter. Fue una experiencia muy profunda y liberadora.
En el mismo momento en que Eva comenzaba a poner en duda todo el episodio como una simple maquinación de su mente, Walter reapareció para pedirle algo que ella ignoraba previamente. «A propósito -le dijo-. He olvidado una cosa. ¿Querrías hacerme el favor de devolver un libro que me prestó un amigo? Está en mi estudio del ático.» Luego le dio el nombre del amigo, el título del libro, el anaquel en el que se encontraba y el orden secuencial que ocupaba. Siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Walter, Eva no tuvo el menor problema en localizar el libro y devolverlo.
El trabajo experiencial realizado por Eva en este estado transpersonal le permitió atravesar el duelo de la muerte de su marido de un modo que sólo hubiera logrado parcialmente tras meses y meses de una terapia exclusivamente biográfica.
Pensando posteriormente consideré que era muy propio de Walter proporcionar a Eva algún modo de verificar la veracidad de su experiencia. Durante su vida Walter había acordado con Eileen Garret, una conocida vidente que era presidenta de la American Parapsychological Association, que después de morir intentaría darle una prueba incuestionable de la existencia del más allá.
Uno de los psicólogos que participaron en nuestro seminario de formación de tres años de duración fue testigo y también sujeto de muchas experiencias transpersonales en las sesiones de Respiración Holotrópica.` No obstante, a pesar de ello, seguía siendo muy escéptico con respecto a la autenticidad de esos fenómenos y continuamente se cuestionaba si realmente merecían o no una consideración especial. Cierto día, sin embargo, durante una de las sesiones holotrópicas, experimentó una sin- cronicidad inusual que le llevó a concluir que su anterior enfoque sobre la conciencia humana pecaba de ser excesivamente conservador.
Durante esa sesión se encontró con su abuela, que había fallecido muchos años atrás. En su niñez había estado muy unido a ella y se sintió profundamente conmovido ante la posibilidad de volver a comunicarse con ella. Pero a pesar de las profundas implicaciones emocionales de la experiencia, nuestro amigo siguió manteniendo una actitud profesionalmente escéptica. Sabía que había compartido muchas experiencias con su abuela y suponía que los antiguos recuerdos hubieran podido proporcionar la materia prima para ese encuentro imaginario.
Sin embargo, el encuentro con su abuela fallecida resultó tan emocionalmente profundo y convincente que no pudo desecharlo como un mero producto de su fantasía. Decidió entonces buscar alguna evidencia de que la experiencia no era fruto de su imaginación. Luego le pidió a su abuela una prueba de la realidad de la experiencia y recibió el siguiente mensaje: «Ve a casa de tía Anna y mira las rosas cortadas». Cuando el fin de semana visitó a su tía Anna y la encontró cortando rosas se quedó com- pletamente estupefacto. Ése había sido el único día del año en el que su tía se había dedicado a cortar las rosas de su jardín.'
Obviamente, este tipo de experiencias no nos aportan pruebas concluyentes sobre la existencia del plano astral y los seres desencarnados, pero sugieren claramente la necesidad de que los investigadores de la conciencia les presten una atención mucho más cuidadosa.


Los fenómenos energéticos del cuerpo sutil

En los estados no ordinarios de conciencia también es posible contemplar y experimentar campos de energía que, si bien han sido descritos por las tradiciones místicas orientales, no han sido, en cambio, constatados objetivamente por la ciencia occidental. Nos estamos refiriendo a las «auras», el «cuerpo sutil», los «meridianos de la acupuntura», los «nadis», los «chakras», etcétera. Es importante recordar, a este respecto, que las tradiciones en las que se originaron estos conceptos siempre han afirmado que no se trata de experiencias propias del mundo físico sino del mundo sutil.
Hace ya muchos años que me sorprendí de que muchos occidentales, totalmente ajenos a estos sistemas filosóficos, describieran con todo hijo de detalles ese tipo de fenómenos energéticos sutiles. Hay quienes perciben campos energéticos, luminiscencias de color en torno a las personas, que coinciden con las descripciones de las auras mencionadas en los antiguos textos esotéricos. Otros experimentan en sus cuerpos el flujo de una corriente energética que discurre por conductos que se corresponden exactamente con los diagramas de los nadis y de los chakras descritos por las antiguas escrituras tántricas de la India y con los meridianos de la acupuntura de los que nos hablan los antiguos textos de medicina china.
Desde hace miles de años el ser humano ha utilizado la facultad para ver el aura como un instrumento para diagnosticar el estado general de la persona. Del mismo modo, el trabajo con las energías sutiles del cuerpo constituye una antigua tradición terapéutica. En diversas ocasiones he visto trabajar en nuestro país a Jack Schwarz, quien es capaz de «leer» en el aura el historial médico del paciente y diagnosticar adecuadamente sus enfermedades. El historial de Schwarz resulta sumamente convincente porque ha sido constatado y verificado reiteradamente bajo rigurosas condiciones de laboratorio.
El concepto de Poder Serpentino o kundalini constituye también un elemento habitual en aquellos sistemas que hacen uso de las energías sutiles. Desde el punto de vista del hinduismo y del budismo tántrico, por ejemplo, kundalini es la energía creativa del universo que, según se dice, dormita aletargada en la base de la espina dorsal y puede ser activada mediante la práctica espiritual, el contacto con un maestro o ciertas situaciones espontáneas. Cuando kundalini despierta se convierte en una energía activa, o shakti, que asciende a través de ciertos conductos sutiles (nadis) y va abriendo y activando, a su paso, los siete centros psíquicos del cuerpo sutil (chakras) que se hallan ubicados desde la base de la espina dorsal hasta la coronilla.
Esta experiencia suele ir acompañada de intensas sensaciones de calor y energía que parecen recorrer la columna vertebral. Al mismo tiempo que se produce este ascenso de la energía la persona experimenta emociones, temblores, espasmos, sacudidas, contorsiones y un amplio espectro de fenómenos transpersonales.
Durante el nacimiento del hijo de su primer matrimonio, mi esposa Christina tuvo una experiencia de este tipo que determinó decisivamente su búsqueda de sentido en el dominio transpersonal. En su preparación para el parto natural había aprendido el método respiratorio de Lamaze y, en la última fase del parto, tuvo la siguiente experiencia:
Sentí un chasquido brusco dentro de mí que pareció liberar poderosas y extrañas energías que recorrieron todo mi cuerpo. Luego comencé a temblar descontroladamente. Sentía como si la corriente eléctrica ascendiera desde la punta de los pies y atravesara mis piernas y mi columna vertebral hasta llegar a la cabeza, en cuyo interior parecía estallar en deslumbrantes mosaicos de luz blanca. Al mismo tiempo, la respiración jadeante de Lamaze fue sustituida por un extraño e involuntario ritmo respiratorio.
Fue como si me viese arrastrada por una fuerza milagrosa y terrorífica. Estaba asustada y maravillada al mismo tiempo. El temblor, las visiones y la respiración espontánea no tenían nada que ver con lo que yo esperaba después de meses de preparacion al parto.
Durante el nacimiento de su segunda hija, Sarah, Christina también tuvo sensaciones y experiencias similares pero, en esta ocasión, los médicos le administraron tranquilizantes para suprimirlas. Años después, un amigo la invitó a conocer a swami Muktananda y, aunque por aquel entonces no tenía muchas inquietudes espirituales, aprovechó, sin embargo, la ocasión para tomarse un fin de semana y poder descansar durante unos días de sus responsabilidades como esposa y madre.
Durante ese retiro Christina aprendió a meditar. De tanto en tanto, swami Muktananda les daba algunas charlas que tu- vieron un profundo efecto sobre ella. Durante su segundo día de retiro tuvo la siguiente experiencia:
En una de las sesiones de meditación, Muktananda me miró y luego me presionó el entrecejo varias veces con el dedo. El impacto de ese gesto, en apariencia tan sencillo, abrió de golpe la puerta a todas las experiencias, emociones y energías que había estado reprimiendo desde el nacimiento de Sarah.
De pronto me sentí conectada a una red de alto voltaje y comencé a temblar descontroladamente. La respiración dejó de estar bajo mi control y se hizo más automática y rápida que de costumbre. Las visiones comenzaron entonces a aflorar en mi conciencia. Lloraba a lágrima viva mientras me sentía nacer y morir al mismo tiempo. Me sumí en el dolor y el éxtasis, en la fortaleza y la ternura, en el amor y el miedo, en lo más profundo y en lo más elevado. Me hallaba en una especie de montaña rusa vivencial sabiendo que el genio había salido de la botella y no podría volver a meterlo dentro de ella.'
En este tipo de experiencias kundalínicas, la persona puede romper a reír o a llorar involuntariamente, puede entonar cánticos o mantras, r espontáneamente posturas o gestos yóguicos. El observador no iniciado puede llegar a creer que la persona se ha vuelto completamente loca y lo mismo puede parecerle a quien atraviesa esta experiencia sin una preparación adecuada. Sin embargo, cuando nos aproximamos a la experiencia del despertar de kundalini en el contexto de las tradiciones yóguicas, podemos asistir a una apertura dramática de la vida espiritual y a una expansión y ampliación de la conciencia de lo que hemos denominado el nivel transpersonal.


 
El contacto con espíritus animales

En nuestra exposición anterior sobre la conciencia animal ya hemos pasado revista a una serie de experiencias transpersonales que implican una completa identificación con las formas físicas de animales pertenecientes a diversas especies. Sin embargo, también es posible experimentar la faceta espiritual o la esencia arquetípica de una determinada especie La experiencia de identificación con espíritus animales, o «animales de poder», desempeña un papel fundamental en el chamanismo, la religión y el sistema curativo más antiguo de la humanidad. En estados no ordinarios de conciencia, alcanzados espontáneamente o provocados mediante el uso deliberado de ciertas técnicas inductoras del trance, los chamanes de las diferentes tradiciones aborígenes entran en contacto con distintos espíritus animales y utilizan esa conexión para propósitos que van desde la localización de presas animales para los cazadores de la tribu hasta el diagnóstico y la curación de enfermedades.
A través del contacto con su espíritu guardián o con su animal de poder, el chamán puede conectar con los poderes del mundo animal y otras fuerzas de la naturaleza. En las tradiciones chamánicas, la guía del espíritu del animal representa el poder de toda una especie de la que el chamán extrae el conocimiento o la energía para la curación, la caza o provocar un cambio en las condiciones de vida de la tribu. Las técnicas utilizadas para conectar con estos espíritus y poderes varían de una cultura a otra. Los zuni (ashiwi) de Nuevo Méjico, por ejemplo, utilizan figurillas de piedra -«fetiches» que representan a los animales- y se sirven de ellos para invocar al espíritu del animal, conectar con él o usarlo como mediador entre los humanos y las formas espirituales más elevadas del mundo natural.
Las culturas chamánicas consideran que los animales de poder constituyen una fuente de vitalidad, salud y poder personal para vivir en armonía con la naturaleza. La mayor parte de las danzas, cantos, plegarias y otros aspectos de la vida ritual de muchas culturas aborígenes giran en torno a los poderes animales y son utilizados para comunicarse con ellos, conjurar su sabiduría y su poder o restablecer los vínculos quebrantados por la negligencia, la falta de respeto o el agravio hacia los espíritus animales o hacia algún espíritu superior del mundo natural.
Pero la investigación sobre la conciencia me ha llevado a descubrir que la experiencia de identificación con espíritus animales no se halla circunscrita a las culturas aborígenes sino que también suele presentarse en miembros de sociedades urbanas más modernas y sofisticadas tecnológicamente en estados no ordinarios de conciencia. En las sesiones holotrópicas y psicodélicas, en los talleres de chamanismo y en las crisis psico-espirituales espontáneas (crisis de emergencia espiritual), por ejemplo, también suelen tener lugar experiencias de identificación y comunicación con el mundo animal. Con mucha frecuencia he sido testigo de experiencias tan convincentes que terminaron despertando un profundo y genuino interés por el chamanismo en occidentales previamente escépticos. No son pocos los casos en los que las personas han experimentado una importante transformación que les ha impulsado a estudiar sistemáticamente el chamanismo con antropólogos y chamanes experimentados.
Este tipo de experiencias puede adoptar formas muy diversas. A veces, cuando el animal aparece en un sueño o en una visión, puede ser simplemente una expresión simbólica del lenguaje de la mente inconsciente. En tal caso, su significado debe ser descifrado mediante un proceso de análisis similar a la psicoterapia freudiana. En estos sueños y visiones, los animales pueden representar mensajes crípticos reveladores de algunos sentimientos y cualidades personales del que sueña. Así, por ejemplo, la imagen de una pantera o de un tigre quizás pudieran simbolizar los sentimientos de agresividad del soñador mientras que un caballo, un toro o una cabra, por su parte, pueden constituir una representación del deseo sexual de la persona.
Sin embargo, debemos distinguir la simple representación simbólica de la identificación transpersonal con diferentes animales. Quienes han atravesado este último tipo de experiencias refieren que se trata de algo tan inusitadamente intenso y genuino que no existe la menor duda de que el animal posee una identidad perfectamente diferenciada de la persona que lo percibe. En cualquiera de los casos, lo cierto es que la experiencia revela una serie de datos sobre el animal que la persona en cuestión desconocía previamente.
 
Por lo general, las personas que atraviesan una experiencia transpersonal con una presencia animal se resisten a atribuirle un sentido meramente simbólico e insisten en que no existe nada que analizar o interpretar ya que, para ellos, se trata de una verdadera experiencia de comunicación con el animal en cuestión.
Además de este tipo de identificación con un animal concreto, la persona también puede identificarse con el «alma», con el «depósito» de las experiencias de todos los miembros de esa especie. La existencia de una entidad de estas características ha sido investigada seriamente por el biólogo Rupert Sheldrake, quien sostiene que la memoria y la sabiduría de las distintas especies se almacena en lo que él denomina «campos morfogenéticos», una dimensión inaccesible a la metodología de la ciencia contemporánea pero a la que puede accederse mediante las técnicas chamánicas. Gregory Bateson, por su parte, también se ha ocupado de este tema en su investigación sobre el papel que desempeña la mente en el mundo natural.
La experiencia con los espíritus animales y con los animales de poder es notablemente diferente de la experiencia simbólica de animales o de la identificación transpersonal con individuos o con especies enteras. Las experiencias simbólicas son creaciones de la mente inconsciente mientras que la identificación con los animales individuales -o con el alma de una determinada especie- tiene que ver con fenómenos que son un reflejo del mundo físico. Por su parte, los animales de poder pertenecen al dominio de la realidad arquetípica y poseen atributos extra- ordinarios que los diferencian completamente de los animales con los que podemos encontrarnos en el mundo natural. Los espíritus animales irradian una energía inusual, poseen la capacidad de utilizar el lenguaje de los seres humanos y pueden manifestarse asumiendo forma animal o forma humana. A veces, incluso, se mueven en entornos inhabituales para ellos. Así, por ejemplo, una serpiente puede volar por los aires con o sin la ayuda de alas, demostrando que ese espíritu del animal trasciende el papel que suele desempeñar en la naturaleza.
 
El ejemplo que veremos a continuación -relatado por Hal Zina Bennett, quien inició un trabajo pionero con los fetiches zuni hace ya veinte años- constituye una excelente muestra de la experiencia de la conciencia animal y de la comunicación con los espíritus animales. En este sistema indígena americano, el chamán se comunica con el animal sirviéndose de una pequeña figura de piedra que representa al animal en cuestion.
Tal como me había instruido mi guía sostuve en la mano derecha la pequeña figurilla (un puma tallado en piedra) y me dirigí a él con la denominación que recibe en la tradición zuni, «Guardián del Norte». De inmediato sentí una comunicación muy poderosa y directa. Podría incluso decir que se trataba de algo más visceral que verbal, como si hubiera conectado con cada una de las células del cuerpo del animal y, en lugar de observarlo, me hubiera convertido, de algún modo, en él. En un determinado momento percibí la imagen mental diáfana de una hermosa, impecable y digna leona de montaña que se hallaba medio oculta entre los matorrales altos que se alzaban al borde del cañón.
El animal se acercó cautelosamente, avanzando y retrocediendo en un zigzagueante y tranquilo movimiento. Sus ojos parecían observarme con cierta indolencia pero yo podía percibir la existencia de una fuerte conexión energética entre nosotros. Si me movía, o incluso si tenía algún pensamiento o sentimiento agresivo hacia ella, nuestra conexión desaparecía de inmediato. Sentía una mezcla de reverencia y temor, pero algo en mi interior me decía que si mantenía la atención, no tenía nada que temer y podría aprender muchas cosas de ella. Cuando el animal llegó a unos pocos metros de Hal se detuvo, lo miró de frente y tensó súbitamente todos los músculos de su cuerpo en una posición de alerta. Hal dijo que parecía corno si estuviera «apuntando al centro de mi alma». Durante más de un minuto se quedó paralizado, temiendo que, en cualquier momento, pudiera saltar sobre él y despedazarlo con sus afiladas garras. El relato de Hal prosigue del siguiente modo:
De pronto extendió su cuello hacia adelante, me mostró los dientes y lanzó un rugido sordo y estremecedor que provocó un escalofrío hormigueante en mi espina dorsal. Luego se quedó quieta y todos mis temores se desvanecieron y me sentí embargado por un sentimiento de amor y respeto. Entonces la leona se sacudió, se recostó y giró su cabeza como si hubiera perdido todo interés en mi presencia.
Luego escuché un rumor que procedía de lo más profundo de mi cuerpo y tardé unos instantes en darme cuenta de que era el mismo ronroneo profundo y monótono propio de un gato doméstico, un sonido cuya intensidad recorría sensualmente la totalidad de mi cuerpo.
 Como ya he dicho, no hubo ningún tipo de comunicación verbal entre nosotros. Sin embargo, en los breves instantes que compartimos descubrí la forma de mantener la frontera y el territorio del individuo, así como un profundo sentimiento de reverencia hacia la caza y un respeto sagrado por el espíritu de la presa. El puma, en definitiva, tiene una comprensión íntima de la naturaleza y no se relaciona con ella como si fuera un espacio meramente físico sino como una fuerza imponente de la que participan los cazadores, las presas y el resto de las criaturas.
Los días siguientes Hal volvió mentalmente a ese lugar para seguir aprendiendo nuevas cosas sobre el puma y su visión de la vida. A partir de ese momento, el puma se convirtió en una especie de espíritu guía ante cualquier situación relacionada con los límites personales o el uso correcto del poder.


Encuentros con guías espirituales y seres sobrehumanos

Una de las experiencias más reconfortantes del nivel transpersonal es el encuentro con guías espirituales, entidades que son percibidas como seres sobrehumanos que habitan en planos de conciencia y en niveles energéticamente superiores. Estos guías espirituales pueden adoptar formas humanas reconocibles y comunicarse con nosotros del mismo modo que lo hace una persona en sueños, pero también pueden aparecer bajo la forma de una luz radiante o de un poderoso campo energético. En contadas ocasiones se comunican verbalmente y, en su lugar, parecen utilizar canales extrasensoriales o telepáticos para transmitir la información.
La mayor parte de las personas que disponen de un guía espiritual que les orienta afirman que éste apareció de manera espontánea. No obstante, estos guías también pueden aparecer súbitamente en un período de crisis interna, durante una enfermedad grave, después de una lesión física o mediante cualquier tipo de práctica espiritual. Hay algunos guías espirituales que se presentan con su nombre mientras que otros, en cambio, prefieren permanecer en el anonimato.
Estos guías espirituales pueden ofrecer diversos tipos de ayuda. Pueden intervenir para advertirnos de algún peligro inminente o brindarnos su consejo cuando afrontamos períodos difíciles de crecimiento psicológico o espiritual. Sin embargo, después de ayudarnos en una crisis o una situación de emergencia pueden desaparecer para siempre o continuar orientándonos en los asuntos cotidianos.
En su libro Memorias, sueños y pensamientos, C.G, Jung nos ofrece una extraordinaria historia sobre guías espiritual, el visitante respondio de que se trataba de << Shankaracharya». 
El nombre le resultó familiar porque Shankaracharya es el comentarista más famoso de los Vedas. Sin embargo, Jung pensó que no era posible que su visitante pudiera tener como maestro a un hombre muerto hacía varios siglos. Esperando aclarar esta duda, Jung le preguntó si se trataba del mismo Shankaracharya.
«Sí, me refiero a él», replicó, para su sorpresa.
«¿Entonces, se está usted refiriendo a un espíritu?», insistió Jung.
«Sí, a un espíritu -respondió-. También existen maestros en el plano espiritual. La mayor parte de las personas tienen maestros vivos pero siempre hay alguien que tiene a un espí- ritu por maestro. »'
A lo largo de los tiempos, las personas han recibido información procedente de entidades sobrehumanas y de guías espirituales. A veces los receptores guardan los mensajes recibidos para sí mismos mientras que, en otras ocasiones, actúan como simples intermediarios que deben compartir la información con los demás. En algunos casos, este tipo de comunicación -que, en la actualidad se denomina «canalización»- está destinada a millones de personas. Suele aceptarse, por ejemplo, que los Vedas, quizás las escrituras más antiguas del mundo, se basan en revelaciones canalizadas por antiguos sabios y videntes de la India. Del mismo modo, según la fe musulmana, el Corán fue también canalizado por Mahoma en un estado visionario. En Estados Unidos, la influyente Iglesia de los Santos de los últimos Días (los mormones) se basa en las revelaciones canaliza- das por Joseph Smith a principios del siglo xix.
Quienes hayan leído los libros de Alice Bailey sabrán que la misma Bailey reconoce que el verdadero autor de los textos firmados con su nombre es, en realidad, una entidad que se llama a sí misma «el Tibetano». Por otra parte, el conocido psicólogo Roberto Assaglioli afirma que comunicó con la misma entidad y que ésta le confió los principios fundamentales del sistema de desarrollo personal denominado «psicosíntesis». En algunos casos, el guía espiritual proporciona un servicio muy útil y práctico al dirigir la atención de la persona que sirve de canal sobre ciertos pasajes de textos muy diversos que proporcionan información sobre un determinado tema.
En el curso de su vida, C.G. Jung experimentó muchas y poderosas experiencias transpersonales. Ya hemos mencionado el dramático episodio en el que sirvió de canal para que una entidad, que se presentó como Basilides el Gnóstico, le transmitiera su famoso texto Septena Sermones ad Mortuos. Jung también conectó con otro guía espiritual llamado Filemon, de quien aprendió muchas cosas sobre la dinámica del psiquismo humano. En la última época de su vida, Jung afirmó que la mayor parte de su obra estaba basada en información recibida por esos medios y llegó a dudar de que sus logros personales en el estudio del psiquismo humano hubieran sido posibles si se hubiera limitado a la información recogida por medios habituales.
En las dos últimas décadas la canalización se ha popularizado y ha atraído la atención de un público cada vez más numeroso. La popular serie de escritos firmados por Jane Roberts y recibidos de una entidad llamada «Seth» es uno de los muchos libros basados en información procedente de guías espirituales. También podemos citar, en este sentido, el Emmanuel k Book, de Pat Rodegast, los Messages from Michael de Yarbo y el New Age Transformations: Revelations de David Spangler. Uno de los textos canalizados más famosos es el bestseller conocido como Un curso de milagros, un libro aclamado por numerosos profesionales de reconocido prestigio, como los doctores Hugh Prather y Gerald G. Jampolsky, por ejemplo, quienes lo utilizan como base de sus conferencias y seminarios. El texto original fue canalizado por Helen Schucman, una psicóloga convencional, atea y poco dada a creer en lo paranormal que gozaba de una sólida posición en la universidad y de un excelente historial profesional.
El chanelling, o contacto con guías espirituales, se encuadra en el amplio espectro de experiencias transpersonales que pueden acaecer en estados no ordinarios de conciencia. Veamos a continuación el relato de las experiencias de un profesor de filosofía en estado no ordinario de conciencia con todo un grupo de guías espirituales a los que percibió como un consejo cósmico de ancianos.
 
La inteligencia que ha dado lugar a la existencia de nuestro universo es enormemente sofisticada y su actividad trasciende, con mucho, la comprensión del ser humano. Pero si queremos acceder a este conocimiento, esta inteligencia nos enseñará cómo hacerlo. En el fondo, esta inteligencia no es otra cosa más que nuestro propio ser; por consiguiente, deberemos aprender a despertar cada vez más niveles de «nuestro» propio ser, del Ser. Hoy he tenido la oportunidad de conectar con un consejo de ancianos que me han ofrecido diversas visiones sobre el universo y me han enseñado la forma de entrar en contacto con ellas.
Los ancianos son los custodios del conocimiento de lo que ha ocurrido en el universo desde hace miles de millones de años. Yo buscaba este conocimiento y, por ello, fui conducido ante el consejo de ancianos. Pero este conocimiento no es algo que simplemente se nos conceda sino que debemos hacer algo para lograrlo. Primero tenemos que acceder a ese nivel de conciencia y luego debemos mantener la concentración necesaria para recibir el conocimiento que puedan ofrecernos.
Yo me hallaba sentado con el consejo de ancianos en el mismo centro del universo, en las entrañas de la tierra, donde los guardianes de la existencia física conjuraban y ponían en movimiento a todo el universo. Cuando en mi mente aparecía el deseo de aprender algo el consejo se daba cuenta de inmediato y lo consideraba como una pregunta. Entonces el jefe del consejo entonaba un canto atronador «Quiere saber tal cosa» y el resto se sumaba al canto y comenzaba entonces una invocación. Cantaban para reunir el poder suficiente para acceder al conocimiento.
Según este sujeto, el consejo de ancianos le concedió el acceso a un tipo de «conocimiento experiencial» que le permitió «ver cómo operaba el universo». Sentía que «podía saber todo» lo que quisiera si tenía la suficiente fortaleza como para soportarlo. Sin embargo, para ello, debía «ponerme al mismo nivel de la existencia», es decir, debía expandirse hasta alcanzar el mismo tamaño que la realidad que deseaba conocer. Ser capaz de percibir el universo de este modo respondía a un anhelo tan profundo «que me había estado guiando a lo largo de miles y miles de años». Nuestro sujeto prosigue su relato del siguiente modo:
A veces me confundía o me distraía mientras los ancianos cantaban. Cuando esto ocurría, algo me cogía de los mismos huesos y me decía: «¡Escucha! ¡Escucha! ¿Quieres crecer? ¡Escucha! Eso no es lo que deberías estar haciendo. ¡Presta atención!». Entonces los grandes monjes se acercaban y me repetían: «¡Escucha! Todas las cosas tienen su lugar, pero si quieres comprender la estructura del universo deberás ser capaz de asimilarlo en los niveles más profundos. ¡Tendrás que ser capaz de experimentarlo!



Viajes a otras dimensiones y universos paralelos

En ocasiones, las experiencias transpersonales parecen discurrir en entornos extraños, en mundos cuya realidad es muy diferente de la nuestra y que parecen estar ubicados en planos paralelos y coexistentes con nuestra realidad. Por regla general, las entidades que habitan esos mundos poseen formas extrañas, formas completamente diferentes a lo que conocemos en nuestra realidad física y suelen funcionar de acuerdo a leyes que nos resultan ajenas. Aunque muchas de ellas son criaturas inteligentes pueden mostrar, no obstante, procesos emocionales e intelectuales que tienen poca o ninguna similitud con los nuestros.
Los viajes a estos universos paralelos suelen semejarse a las ingeniosas historias de ciencia ficción a que nos tienen acostumbrados las películas de la saga de La Guerra de las Galaxias, de George Lucas, o algunas escenas de la serie televisiva Star Treck. En ocasiones, este tipo de aventuras pueden ser peligrosas debido a la naturaleza hostil de las criaturas implicadas o al temor y la incertidumbre que nos suscita lo desconocido. Cuando la situación parece peligrosa es porque el visitante se encuentra en un entorno que le es completamente ajeno, un mundo en el que cualquier paso en falso puede abocarle al desastre.
Este tipo de experiencias transpersonales difumina los límites existentes entre la realidad objetiva y el dominio mítico del inconsciente colectivo. En ellas, el sujeto nunca tiene la seguridad de que la experiencia constituya una visita real a un remoto planeta de nuestro cosmos, un viaje interdimensional a un universo paralelo o un estado visionario que se origina en el inconsciente colectivo. Las experiencias relacionadas con ovnis procedentes de otros mundos y los encuentros con inteligencias alienígenas también suscitan el mismo problema de interpretación. Como veremos en el análisis del fenómeno ovni, este tipo de experiencias comparten la extraña particularidad de estar situadas en una zona crepuscular ubicada entre la realidad consensual y el mundo de la conciencia y los arquetipos.



Viajes a las realidades míticas

La mayor parte de nosotros creemos que los mitos son ficciones inventadas sobre héroes imaginarios en lugares inexistentes, productos, en suma, de la fantasía y la imaginación. Sin embargo, el trabajo pionero de C.G. Jung y del mitólogo Joseph Campbell -por citar tan sólo a dos autores- ha demostrado que esta visión de la mitología es superficial e inexacta y que los auténticos mitos (a los que Jung denominó arquetipos) son manifestaciones de los principios cósmicos que gobiernan nuestras vidas.
Aunque estos arquetipos encuentran su expresión en el psiquismo individual no son, sin embargo, una creación humana. En cierto sentido, los arquetipos están supraordenados con respecto a nuestro psiquismo ya que representan los principios universales que rigen la actividad de nuestra vida individual. Según Jung, el poder de los arquetipos se expresa tanto en los procesos individuales como en los grandes acontecimientos culturales e históricos. Los arquetipos son universales y, por consiguiente, trascienden las fronteras culturales, geográficas e históricas, aunque pueden aparecer con denominaciones diferentes o mostrar variaciones de matiz entre una cultura y otra. Puesto que los mitos implican a los arquetipos podemos afirmar que aquéllos también poseen cierto grado de autonomía y existencia más allá del ser humano. Los mitos descansan en ese vasto océano de conocimiento al que Jung denominara «inconsciente colectivo» y tienen el mismo grado de realidad que las aves que surcan los cielos o los peces que moran en el océano.
Por su parte, la investigación moderna sobre los estados no ordinarios de conciencia no sólo ha confirmado la visión junguiana de los arquetipos sino que también le ha añadido una nueva e importante dimensión ya que, en esos estados, tiende a desdibujarse la frontera que separa el mundo mitológico del mundo material. En el momento en que la consistencia del mundo material se descompone en pautas dinámicas de energía aumenta la realidad y tangibilidad del mundo arquetípico. En tal caso, las figuras mitológicas y los paisajes que configuran el mundo de los mitos cobran vida y asumen una existencia independiente. En estas circunstancias, la experiencia del mundo mítico resulta, como mínimo, tan palpable y convincente como la propia realidad cotidiana.
En su aspecto más esencial y más profundo, los arquetipos constituyen principios cósmicos abstractos que se hallan más allá del mundo de nuestros sentidos. Sin embargo, en ciertos estados no ordinarios de conciencia pueden presentarse en forma perceptible a nuestros sentidos internos o manifestarse como una presencia casi palpable. Existen arquetipos universales que asumen aspectos diferentes en función del contexto cultural en el que se manifiestan pero también los hay que adoptan características mucho más individualizadas. Así, por ejemplo, los arquetipos universales de la Madre o del Padre sintetizan todos los atributos fundamentales propios de estos roles al margen de la raza, el color, la cultura o las circunstancias concretas del caso. Otros ejemplos de arquetipos universales son el Anciano/a Sabio/a, el Amante, el Mártir, el Tramposo y el Marginado mientras que el Dios Padre y la Diosa Madre, o sus contrapartidas negativas, el Padre Tiránico y la Madre Terrible, constituyen ejemplos de arquetipos más particulares y limitados.
 
El estudio de la conducta y la personalidad humana condujo a Jung a formular la existencia de tres arquetipos fundamentales: 1) el Ánima, la personificación de los aspectos femeninos en el inconsciente del hombre; 2) el Animus, la personificación de los elementos masculinos en el inconsciente de la mujer y 3) la Sombra, la faceta oscura, no reconocida y reprimida de nuestra personalidad. Mientras no seamos conscientes de ellos y los reconozcamos, estos tres aspectos, aunque ocultos e ignorados, determinarán poderosamente nuestras decisiones vitales y condicionarán nuestra conducta y nuestra experiencia.
Durante una sesión psicodélica llevada a cabo hace ya tiempo tuve la oportunidad de establecer un contacto directo con los arquetipos.
Esta experiencia personal contribuyó, en gran medida, a aumentar mi comprensión de esta fascinante faceta de nuestro psiquismo:
 
Hacia el final de una sesión en la que había experimentado visiones extraordinarias relacionadas con el Apocalipsis, me encontré de pronto ante un gran escenario que parecía estar situado en medio de ninguna parte, suspendido en el espacio cósmico y fuera del tiempo. Por ese escenario discurrían las personificaciones de los principios cósmicos (arquetipos) que crean la ilusión del mundo fenoménico, un juego divino de la conciencia cósmica que los hindúes denominan lila. Esta escena poseía una majestad y grandeza que superaba amplia- mente mi capacidad de descripción. Pude contemplar figuras proteicas que mostraban multitud de facetas, niveles y sentidos diferentes. Me resultaba imposible limitarme a un sólo aspecto ya que, mientras los observaba, cambiaban de continuo como si se tratara de una compleja representación holográfica. Cada uno de los arquetipos parecía representar, al mismo tiempo, su propia esencia y todas las manifestaciones concretas que adopta ese principio en el mundo fenoménico. Si bien se trataba de entidades claramente individualizadas también abarcaban seres y situaciones procedentes de todos los lugares y épocas históricas.
 
Pude contemplar a Maya, el principio sutil y misterioso que simboliza la ilusión que origina el mundo material. Era una figura similar al Anima, la personificación de la fuerza o del principio del eterno femenino. Vi una figura terrible que se asemejaba al dios Marte y que parecía ser el responsable de todas las guerras que han asolado la historia de la humanidad. También vi a las figuras del Rey, del Eremita, del Tramposo y de los Amantes que encarnan las historias amorosas de todas las épocas. Todos se inclinaron hacia mí, como si esperaran mi aplauso por su representación estelar en la Obra Divina del universo y realmente parecían disfrutar con mi aprobación.
Aunque existen figuras universales arquetípicas, como las que acabamos de mencionar, también existen motivos o temas arquetípicos propios de los estados transpersonales de conciencia. En tal caso, se trata de argumentos, alegorías e historias en cuyo planteamiento y desenlace también existen figuras arquetípicas. Muchos de estos temas se expresan en la vida social y sexual de la humanidad. Estas experiencias internas constituyen el fundamento de nuestros problemas biográficos, es decir, de los conflictos emocionales que se activan desde nuestra más temprana infancia. Un excelente ejemplo de este tipo es el des- precio que el hijo siente hacia el padre y la atracción que experimenta hacia su madre, un tema -inspirado en la obra bimilenaria de Sófocles, Edipo Rey- que Sigmund Freud terminó popularizando en su conocido concepto del complejo de Edipo, cuya contrapartida arquetípica es el complejo de Electra, el amor que la hija siente por su padre y el odio que experimenta hacia su madre.
 
Otro famoso tema arquetípico es el de los hermanos bueno y malo, inmortalizado por la leyenda bíblica de Caín y Abel. Por su parte, las fábulas y los cuentos de hadas también suelen expresar este tipo de motivos arquetípicos. « Blancanieves» y «Cenicienta», por ejemplo, describen el doloroso conflicto entre la niña y la madre malvada o la madrastra y «Hansel y Gretel», por su parte, refleja el drama de los hermanos amenazados por la figura de una madre malévola. Asimismo, en la literatura universal existen numerosas versiones sobre el tema de los amantes como, por ejemplo, Tristán e Isolda, Romeo y Julieta y Abelardo y Eloísa. El tema del conflicto, por su parte, puede adoptar la forma arquetípica de lucha entre la víctima y el verdugo, el asesino y el asesinado, el tirano y el oprimido o el es- clavo y el libertador. Según Freud, todos estos mitos se originan en los conflictos biosociales que experimentamos en nuestra vida cotidiana. Desde este punto de vista, el mito de Edipo es una recreación inspirada en un conflicto psicológico universal que los jóvenes experimentan en una determinada época de su vida.
La investigación de los estados no ordinarios de conciencia parece avalar la tesis de Jung de que el mundo arquetípico goza de una existencia independiente, se halla supraordenado con respecto a nuestra vida cotidiana y constituye su motor funda- mental. Desde el punto de vista de Jung, el conflicto actual con nuestro padre (en el caso de ser varones) arraiga en un dominio universal de la existencia y expresa un mito -el mito de Edipo- que existe independientemente de nosotros y de nuestra realidad cotidiana. En su libro Los mitos por los que vivimos, Joseph Campbell insiste reiteradamente sobre este particular, y Jean Shinoda Bolen, por su parte, se hace eco de la misma idea en sus libros Las diosas de cada mujer y Gods in Every Man.
Resulta extraordinariamente difícil tratar de explicar a al- guien que nunca ha experimentado estados extraordinarios de conciencia cómo es posible que una persona se experimente como el arquetipo de la Gran Madre, corno la esencia de la maternidad y de todas las características de todas las madres que han existido en el mundo a lo largo de la historia de la hu- manidad. Quizás el mejor modo de aproximarnos a esa expe- riencia sea la de imaginar una figura tridimensional a la que po- demos contemplar desde ángulos diferentes y llegar a apreciar, de este modo, todas sus facetas. La holografía también nos pro- porciona un buen modelo explicativo al respecto. Hace algunos años se expuso en Hawai un holograma compuesto -que recibió el nombre de «Niño de Hawai»- consistente en un conjunto de numerosos rostros superpuestos que, pese a parecer una sola figura, mostraba, sin embargo, un rostro diferente cada vez que el espectador variaba su posición o su ángulo visual.
También existen temas y motivos mitológicos que, a pesar de ser universales, son propios de una cultura o de una religión determinada. Jesucristo y la virgen María, por ejemplo, son fi- guras específicamente cristianas mientras que los bodhisattvas Avalokiteshvara y Kuan Yin son inequívocamente budistas, y la Serpiente del Arcoiris pertenece al mundo de la Época del Sue- ño propio de los aborígenes australianos. En cualquier caso, lo cierto es que, independientemente de su universalidad o su es- pecificidad, los mitos que aparecen en el dominio transpersonal pueden encuadrarse en dos grandes categorías: la primera de ellas se halla asociada a las fuerzas de la luz y el bien como, por ejemplo, Apolo, Cristo, Isis o Krishna, mientras que la segunda, por el contrario, está relacionada con las fuerzas del mal y la oscuridad, como ocurre con Satán, Hades, Set y Ahriman. A di-ferencia de la mitología occidental, que tiende a presentar ar- quetipos claramente dicotómicos, en la mitología oriental, en cambio, existen algunos mitos que trascienden esa polaridad y una única deidad asume los atributos de la luz y la oscuridad al mismo tiempo, como, por ejemplo, el hindú Brahma y los cinco Budas descritos en El Libro Tibetano de los Muertos.
 


El mundo de los arquetipos

Para muchas personas que han emprendido un camino espiritual, el encuentro con las deidades arquetípicas tiene lugar en el contexto de un proceso de muerte-y-renacimiento. En diversas partes de este libro hemos mencionado ya la forma en que los distintos aspectos de nuestra historia biológica se entremezclan con los arquetipos del inconsciente colectivo. En este dominio podemos encontrarnos con las deidades aparente- mente terroríficas y airadas que constituyen un elemento fundamental en los procesos de muerte-y-renacimiento. Para quienes se hallan en un sendero espiritual estas figuras constituyen los heraldos de la muerte del ego, un requisito indispensable para la apertura al mundo espiritual. También podemos encontramos en esta región con los arquetipos gozosos propios del re- nacimiento o de la beatitud oceánica que caracteriza a la existencia intrauterina.
Las figuras arquetípicas de deidades beatíficas y airadas están dotadas de un enorme potencial numinoso y energético. Por lo general, este tipo de experiencias despierta emociones muy intensas. La cualidad de nuestra respuesta depende de la naturaleza de la deidad y puede ir desde el éxtasis y el gozo supremo hasta el terror metafísico, el dolor emocional o físico abrumador o la pérdida completa de la razón. Sin embargo, por más poderosos que puedan parecer estos encuentros, el sujeto no siente que se halle ante el Ser Supremo o la energía última del universo. Estas deidades -pacíficas o airadas- son, en sí mismas, creaciones de una fuerza superior, personificaciones de ciertos principios universales fundamentales. En muchas de sus conferencias Joseph Campbell se refirió a este hecho, especial- mente en lo que respecta a la adoración religiosa, subrayando que las deidades individuales deben ser consideradas expresiones concretas de la fuerza creativa suprema que trasciende a todas las formas. Según sus propias palabras estas deidades «traslucen y expresan la trascendencia».'
Tras muchos años de investigación con estados no ordinarios de conciencia hemos llegado a la conclusión de que en es- tos estados no sólo podemos ser testigos de las realidades míticas y arquetípicas sino, lo que es más importante, que también podemos llegar a transformarnos en los mismos arquetipos. Podemos, por ejemplo, identificarnos plenamente con Sísifo en las profundidades del Hades empujando la roca montaña arriba, convertirnos en Teseo matando al Minotauro en el oscuro Laberinto, transformarnos en la hermosa Afrodita o brillar con el fulgor de Apolo y Helio. Podemos, en suma, adoptar tanto la imagen corporal como las experiencias internas de criaturas míticas como el can Cerbero, los cíclopes o los centauros.
Resulta particularmente relevante el hecho de que las personas que han crecido en un determinado entorno cultural o que pertenecen a una raza concreta no se hallan circunscritas a los modelos arquetípicos propios de su cultura o de su raza. Nuestra investigación nos ha llevado a concluir, por ejemplo, que un americano blanco de clase media, educado en un medio urbano, puede experimentar estados no ordinarios de conciencia en los que se encuentre con héroes legendarios característicos de otras culturas como el polinesio Maui o Shango, el dios bantú del sexo y la guerra. En no pocas ocasiones he sido testigo de mujeres europeas o americanas que, sin tener noticia previa de es- tos detalles, se convertían en la diosa Kali y sacaban la lengua exageradamente asumiendo la expresión facial típica de esa figura. De la misma manera, en los talleres realizados en la India o Japón hemos podido constatar cómo varios participantes, nacidos y educados en sus respectivas tradiciones, se han identificado plenamente con la figura de Jesucristo.
Hasta el mundo de los cuentos de hadas puede cobrar vida y podemos encontramos o identificamos con sirenas, elfos, hadas, gnomos o trolls. Resulta particularmente interesante destacar el hecho de que, en numerosos casos, las personas no sólo son capaces de experimentar adecuadamente estas criaturas sino que también pueden realizar minuciosos dibujos que coinciden perfectamente con las antiguas descripciones que nos ofrece la tradición. Cuando se han testimoniado literalmente miles de casos de este tipo no queda la menor duda de que todo el mundo, independientemente de su condición cultural y biológica, puede acceder a temas arquetípicos pertenecientes a cualquier época y a cualquier cultura.
Nuestra investigación sobre los estados no ordinarios de conciencia avala la concepción de C.G. Jung, quien sugería que, en nuestros sueños y visiones, podemos experimentar mitos ajenos a nuestra cultura a los que no hemos podido tener acceso mediante lecturas, imágenes o conversaciones. Se trata, en definitiva, del «inconsciente colectivo», un océano infinito de conocimiento en el que todos podemos beber. Quizás pudiéramos comparar el inconsciente colectivo a una emisora que retransmite continuamente toda la información y la programación que emiten todas las radios y televisiones. En cualquier momento podemos «cambiar el canal» de nuestra vida cotidiana -con el que normalmente estamos sintonizados- y acceder a un número infinito de canales que trascienden los límites del espacio, el tiempo e incluso las especies. Aunque nos parezca imposible admitir que continuamente estamos rodeados de tan- ta información y que podemos conseguir cuanta deseemos, la analogía que acabamos de presentar ilustra claramente la inmensa cantidad de información a la que podemos acceder a través del inconsciente colectivo. 




La comprensión intuitiva de los símbolos universales

A partir de los trabajos clásicos de Freud sobre la interpretación de los sueños, el estudio de los símbolos psicológicos se ha convertido en una parte importante de la psicología profunda. Según Freud, los símbolos representan algo que ya conocemos pero que, por algún motivo, nos parece inaceptable o reprobable. En nuestros sueños estos problemas -usualmente de índole sexual- son reemplazados por el símbolo correspondiente. Así, por ejemplo, un tren que atraviesa un túnel puede estar expresando un deseo sexual frustrado. Freud dedicó muchos años a tratar de identificar todos los símbolos que representan los genitales masculino y femenino, la relación sexual y otras facetas de la vida instintiva.
Jung disintió abiertamente de las interpretaciones freudianas sobre los símbolos. Según él, para Freud los símbolos son meros «signos» o, por decirlo de otro modo, formas de representar una realidad conocida que no difieren demasiado de los pictogramas que utilizamos en las señales de tráfico de nuestras autopistas. Para Jung, en cambio, los verdaderos símbolos no transmiten mensajes crípticos sobre las funciones biológicas sino que se refieren, por el contrario, a realidades trascendentales complejas.
A lo largo de los siglos, los símbolos han desempeñado un importante papel en la mayor parte de las religiones. La esvástica indoiraní, por ejemplo, una cruz cuyos brazos apuntan en el sentido contrario al movimiento de las agujas del reloj constituye un antiguo símbolo de paz y bienestar relacionado con el sol, y su forma invertida -la tristemente famosa Hackenkreuz- terminó convirtiéndose en el símbolo del partido nazi alemán. Los antiguos símbolos sivaítas del lingam y el yoni, por su parte, tienen múltiples significados que abarcan desde los poderes generativos y los órganos sexuales masculino y femenino, respectivamente, hasta las fuerzas estática y dinámica de la existencia, la conciencia pura y la energía creativa. La cruz, por su parte, es un símbolo de origen prehistórico que tiene un significado profundo reconocido universalmente por culturas muy diversas. En su significado más arcaico, la cruz está relacionada con el sol y, a través de él, con el poder creativo del universo. Para otras culturas representa los cuatro puntos -o las cuatro direcciones cardinales y el centro y, en ese sentido, constituye una representación de la totalidad de la existencia. Para la tradición cristiana simboliza la crucifixión histórica de Jesús, mientras que para el cristianismo esotérico y místico se refiere a los diferentes aspectos de la encarnación, la muerte espiritual y el renacimiento. En su variante egipcia, la cruz del Nilo, o ankh, fue el símbolo sagrado de los misterios de Isis y Osiris en los que los neófitos descubrían la vida eterna y su condición in-mortal.
La estrella de seis puntas -dos triángulos superpuestos que apuntan en direcciones contrarias- también tiene diferentes significados, dependiendo del período o cultura de que se trate. En la antigua alquimia medieval, por ejemplo, representaba la unión de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. En la kábala, por su parte, se la llama la «estrella de David» y representa a la persona iluminada en la que la conciencia inferior (simbolizada por el triángulo que apunta hacia arriba) se esfuerza en alcanzar los niveles superiores, mientras que la con- ciencia superior (simbolizada por el triángulo orientado hacia abajo) trata de ser operativa y eficaz en el mundo físico. En la tradición tántrica, por último, la estrella de seis puntas representa la unión de los principios masculino y femenino.
El famoso símbolo taoísta del yin y del yang representa el intercambio dinámico entre los principios masculino y femenino, o los aspectos activo y pasivo del Tao, el principio creativo del cosmos. De manera similar, el loto ha desempeñado un papel fundamental en el simbolismo espiritual de numerosas culturas, entre las cuales cabe destacar el antiguo Egipto, India y América Central, como representación del potencial espiritual del ser humano.
Nunca deja de asombrarme que muchas de las personas que experimentan estados transpersonales de conciencia no sólo descubren espontáneamente estos símbolos sino que llegan, incluso, a ser capaces de percibir su significado interno más profundo y esotérico, aun cuando previamente carecieran de todo conocimiento intelectual de las tradiciones espirituales de las que proceden, lo cual proporciona una evidencia manifiesta de que no se trata de diseños humanos con propósitos religiosos sino elementos de un lenguaje simbólico perteneciente al inconsciente colectivo.


La experiencia del creador y la conciencia cósmica

En las experiencias transpersonales más intensas y completas parecen disolverse y desaparecer por completo todas las limitaciones y distinciones existentes entre nosotros y los demás, sean personas, objetos o fuerzas. En este tipo de experiencias el sujeto llega incluso a experimentar un sentimiento de unidad o de identificación plena con el principio creador del universo. En la medida en que sigamos manteniendo nuestra propia identidad cotidiana asistiremos a este encuentro como testigos mudos llenos de reverencia o como la misma fuerza creativa. Este principio creativo puede adoptar diversas formas. A veces aparece como un Demiurgo personificado, un creador, un arquetipo de orden superior que tiene poder sobre todos los demás. En otras ocasiones, la persona tiene la experiencia de hallarse ante más de un creador como, por ejemplo, dos deidades masculina y femenina obrando en conjunto -tal como aparecen en las mitologías de numerosas culturas- o como una jerarquía de universos y los correspondientes creadores de universos. Lo más frecuente, sin embargo, es percibir que la fuerza creativa del universo está más allá de todas las formas y es una conciencia pura dotada de una inteligencia suprema y una capacidad para crear toda suerte de mundos de experiencia, visibles e invisibles, físicos y etéricos.
A lo largo de la historia, las escrituras religiosas nos han proporcionado multitud de descripciones sobre las experiencias de conciencia cósmica. El principio creativo último ha recibido nombres muy diversos: Brahman en el hinduismo, Dharmakaya en el budismo mahayana, Tao en el taoísmo, Pneuma en el cristianismo místico, Allah en el sufismo y Kether en la kábala. El mensaje fundamental que nos transmiten todas las tradiciones místicas no es únicamente el de que podemos llegar a conectar vivencialmente con este principio creativo sino que, en cierto sentido, cada uno de nosotros constituye una encarnación de este principio. Esto es posible porque, en última instancia, todos los límites existentes en el universo son ilusorios y arbitrarios y, consiguientemente, pueden ser trascendidos. La expresión más conocida de esta sabiduría perenne es la famosa sentencia Tat tvam as¡ (o «Tú eres Eso», tú eres la Divinidad) de la que nos hablan los antiguos Upanishads hindúes. La moderna investigación sobre estados no ordinarios de conciencia ha aportado un poderoso apoyo en favor de esta visión de la naturaleza humana puesto que demuestra, más allá de toda duda, que existe una pluralidad de métodos amplificadores de la conciencia que nos permiten alcanzar estos estados trascendentes.
Cuando nos identificamos con la conciencia cósmica sentimos que somos capaces de albergar en nuestro interior la totalidad de la existencia y de comprender la Realidad que subyace a todas las realidades particulares. En esta experiencia tenemos la sensación profunda de estar en contacto con el principio supremo y último de todo lo existente. En este estado, resulta absolutamente evidente que este principio es el misterio único y fundamental. Una vez que aceptamos su existencia nos ayuda a comprender y explicar todo lo demás. La experiencia de la conciencia cósmica es ilimitada, insondable y está más allá de toda manifestación, sin embargo, el más leve contacto vivencial con esa conciencia sacia toda nuestra sed de conocimiento. Entonces todas las preguntas acerca de los grandes misterios de la vida encuentran su respuesta y ya no necesitamos seguir buscando. Se trata de una experiencia profundamente personal que no precisa de corroboración ajena. Es por ello que no parece posible, ni tampoco deseable, comunicar este tipo de experiencia a quien no haya pasado por una experiencia similar.
Es probable que la frase más conocida sobre la futilidad de intentar capturar la esencia de la fuente cósmica mediante el pensamiento y el lenguaje provenga de Lao-tsu, el sabio chino que vivió en el siglo iv a. d. JC.:
El Tao que puede nombrarse no es el verdadero Tao. Cualquier nombre que podamos darle no es el suyo.
Lo innombrable es el principio del cielo y la tierra y lo que tiene nombre es el origen de las diez mil cosas.`

El lenguaje de culturas basadas en el autoconocimiento experiencial (como el chino, el tibetano o el sánscrito, por ejemplo) poseen generalmente un rico vocabulario para referirse a los diferentes estados de conciencia místicos. Pero, aun en este caso, las palabras sólo adquieren sentido si se hallan relacionadas con nuestra experiencia personal. En las escrituras filosóficas y espirituales de la India, por ejemplo, el término utilizado para referirse a la experiencia de la conciencia cósmica es el de Satchitananda, una palabra compuesta por tres raíces: sat, que significa existencia; chit, que significa conciencia o inteligencia y ananda, que significa felicidad. Así pues, el término satchitananda trata de transmitimos el significado de una «conciencia inteligente y gozosa de la existencia», una conciencia que, aunque se halla vacía de todo contenido concreto, posee la capacidad para crear una infinidad de mundos de experiencia.
El lenguaje cotidiano resulta pobre para transmitir la experiencia del encuentro con la fuerza creativa última. Quizá sea, pues, la poesía la forma más adecuada para expresar este tipo de experiencia, como ilustra la obra de Rumi, Omar Khayyam, Kabir, Kahlil Gibran, Sri Aurobindo o santa Hidelgard von Bingen. En cualquier caso, sin embargo, hasta la misma poesía parece quedarse corta.
La siguiente descripción de la conciencia cósmica -realiza- da por una persona comprometida con un trabajo sistemático de autoconocimiento- puede permitirnos vislumbrar los sentimientos, pensamientos e intuiciones que aparecen a lo largo de este proceso. 
Luego todo se convirtió en una poderosa experiencia del Árbol Cósmico. El campo unificado de energía cósmica que experimentaba anteriormente se había transformado en un árbol magnífico de energía radiante suspendido en el espacio. Este árbol,
cuyo tamaño superaba la mayor de las galaxias, estaba compuesto enteramente de luz. La deslumbrante luz impedía ver el centro del árbol pero las ramas y las hojas podían percibirse con toda nitidez. Yo me sentía como una de sus hojas, y la vida de mis familiares y amigos también me parecían hojas agrupa- das a mi alrededor. Desde esta perspectiva, todas nuestras características individuales parecían variaciones secundarias y superficiales sobre esta energía fundamental.
Entonces se me llevó alrededor del árbol y se me mostró que las aparentes diferencias existentes entre las personas eran ridículamente triviales. Las diferentes vidas que tenían lugar en ese entorno no eran más que diferentes experiencias del mismo árbol. Todo se hallaban bajo el gobierno de la elección y las aparentes diferencias se desvanecían en la nada como fragmentos del mismo Ser que habían elegido pasar por experiencias di- versas. Yo era el árbol. No es que poseyera toda su experiencia sino que reconocía mi identidad con esa Conciencia única y global. Sabía que mi verdadera identidad era la suya.
Aunque había sido monista durante muchos años ahora experimentaba realmente el flujo inconsútil de una Conciencia única que era capaz de cristalizar en cuerpos diferentes. Experimenté que la conciencia se manifiesta de maneras muy diversas sin dejar, por ello, de ser una y la misma. Supe entonces, por experiencia directa, que en el universo no existe más que Una Conciencia. Desde esta perspectiva, mi identidad individual y la del resto del mundo era transitoria e insignificante. El hecho de experimentar mi verdadera Identidad me impregnó de un profundo sentimiento numinoso.
Durante varias horas fue conducido en un viaje extraordinario a través de todo el universo. Parecía como si la Conciencia quisiera mostrarle su obra. Nuestro sujeto, por su parte, se hallaba plenamente convencido de que la Conciencia -el Creador de todo el universo físico- quería abrirle a nuevas experiencias que le llevaran a comprender el funcionamiento del cosmos. La magnitud, sutileza e inteligencia de lo que estaba contemplando le resultaban enormemente sobrecogedoras y la hermosura de su diseño le dejó sin aliento. Nuestro sujeto prosigue:
Este recorrido fue el viaje más excepcional de mi vida. La imagen de esta obra inteligente me sumió en un constante éxtasis cognitivo. Aunque la experiencia en sí ya resultaba sorprendente, lo más sobresaliente, sin embargo, no fue el descubrimiento de las dimensiones más profundas del universo sino el hecho de que yo era Uno con esa Conciencia que parecía feliz de poder mostrar su obra. Era como si hubiera estado esperando durante millones de años a que la conciencia encarnada evolucionara hasta alcanzar un punto en que pudiera contemplar, comprender y apreciar su creación.
La Inteligencia creadora de esta obra maestra se hallaba sola y no tenía con quien compartir su creación. Entonces rompí en sollozos y lloré por su soledad y por la admiración ante el profundo amor que le había llevado a aceptar ese aislamiento como parte de un plan superior. Toda la existencia es una expresión de ese Amor extraordinario. La magnitud de la inteligencia que subyace al diseño del universo sólo es equiparable a la profundidad del Amor que lo ha inspirado.
Luego me di cuenta de que no podría llevarme conmigo todo el conocimiento que estaba experimentando en este viaje cósmico. La Inteligencia no ignoraba esto, lo cual no impedía, sin embargo, que nuestra convivencia también fuera preciosa para ella. Yo no podía hacer nada con ese conocimiento salvo limitarme a experimentarlo. El mayor servicio que podía rendir a la Conciencia era simplemente la de apreciarla. Parecía extraordinariamente importante que el espejo de la existencia reflejara respetuosa y reverentemente la imagen de su Creador. Ver, comprender y reverenciar."
Este tipo de experiencias nos permite comprender en profundidad el proceso de la creación y llegar a experimentar las fuerzas y energías implicadas en este proceso. En tal caso, podemos llegar a sentir una enorme cantidad de energía creativa, un amor y una compasión extraordinariamente intensos, un irresistible impulso artístico, una curiosidad ilimitada y una verdadera pasión por la experiencia. La identificación con la energía creativa del cosmos nos abre a una nueva actitud frente a la vida que sirve de fundamento a una nueva comprensión de la existencia. La experiencia de llegar a establecer contacto con nuestra verdadera naturaleza cósmica transforma completamente toda nuestra vida cotidiana. Muchos abandonan la actitud resignada y victimista ante las tribulaciones cotidianas y llegan incluso a desinteresarse de problemas de gran envergadura, como la crisis económica o la guerra, por ejemplo, ya que han alcanzado a comprender que, en otro nivel de conciencia, todas estas circunstancias no son más que comparsas de la puesta en escena del gran drama universal.
Ocasionalmente, sin embargo, también hay quienes reaccionan negativamente ante esas intuiciones cósmicas y tienen dificultades para regresar a su conciencia cotidiana y volver a desempeñar roles que palidecen ante la magnitud de su experiencia. Otros, por su parte, se resisten a aceptar el hecho desalentador de que su condición humana los reduce al papel de meros actores en una representación cósmica preestablecida. Así pues, las posibles reacciones ante esta experiencia abarcan un amplio rango de respuestas que van desde el desaliento y la desesperación hasta el sentimiento de participar activamente en la constante evolución de la conciencia. No parece que exista una respuesta sencilla a las cuestiones que suscita la experiencia de la conciencia cósmica pero, en última instancia, la respuesta más interesante parece ser la de disponemos a contribuir en la evolución de la conciencia cósmica comprometiéndonos decididamente en nuestra propia búsqueda individual.
La experiencia de la conciencia cósmica también nos permite profundizar en la comprensión de las formas superiores de la creatividad. Existen numerosos ejemplos de que los estados no ordinarios de conciencia que nos conectan con los aspectos transpersonales de la existencia constituyen una fuente extraordinaria de inspiración artística, científica, filosófica y religiosa. Aun el más leve «vislumbre» de intuición mística suele acarrear consecuencias realmente extraordinarias. El grado de participación en estos momentos de intuición y descubrimiento varía enormemente de unos individuos a otros pero, hablando en términos generales, podríamos mencionar la existencia de tres grandes categorías.
En su forma más superficial, la inspiración creativa lleva a la persona a luchar durante meses -e incluso años- con un problema aparentemente insoluble hasta que, de pronto, de manera súbita e inesperada, encuentra la respuesta a su problema en un estado no ordinario de conciencia como, por ejemplo, el sueño, el agotamiento físico, la alucinación provocada por la fiebre o la meditación. El caso más citado de este tipo es el de Friedrich August von Kekule, quien descubrió la fórmula estructural del benceno -una visión que dio lugar al nacimiento de la moderna química orgánica- mientras observaba adormilado el rescoldo de las brasas de su chimenea. De la misma manera, el químico ruso Dimitri Mendeleiev concibió su célebre tabla periódica de los elementos mientras estaba acostado en la cama, rendido de cansancio después de horas de arduo esfuerzo tratando de clasificar los distintos elementos según su peso atómico. En este mismo orden de cosas cabe destacar también el modelo ató- mico de Niels Bohr, la formulación de los principios fundamentales de la física cuántica de Heisenberg y el descubrimiento -por el que obtuvo el premio Nobel- de la transmisión química del impulso nervioso realizado por Otto Loewi.
La segunda forma de inspiración creativa la constituyen aquellas ideas que se anticipan a su época. En este caso, el sujeto experimenta un «destello» de inspiración procedente de la dimensión transpersonal años -o incluso siglos- antes de la aparición de cualquier explicación científica que pueda justificarlo o darle sentido. Éste es el caso de las teorías de Leucipo y Demócrito, por ejemplo, aparecidas dos mil cuatrocientos años antes de que los científicos desarrollaran la tecnología necesaria para demostrar la existencia de los átomos. Otro ejemplo es el del filósofo jónico Anaximandro quien, dos mil años antes de la teoría darwiniana de la evolución, mantuvo que la vida surgió del océano. De la misma manera, después de varios siglos de supremacía de la mecánica newtoniana, la física moderna nos ofrece una comprensión científica del tiempo, el espacio y la materia que coincide con las visiones del universo expuestas en los milenarios textos religiosos de Oriente. Esta convergencia entre la ciencia occidental y las antiguas religiones orientales constituye el objeto del libro de Fritjof Capra El tao de la fisica y también de la obra de otros físicos famosos. En la actualidad, la moderna filosofía de la ciencia acepta que este tipo de intuiciones constituye un factor fundamental en el proceso de investigación científica de la naturaleza.
La tercera -y más elevada- forma de inspiración transpersonal es el impulso prometeico y visionario que embarga al científico, al inventor, al artista, al filósofo o al visionario y que les lleva a concebir súbitamente la visión completa y terminada de su obra. El lenguaje cotidiano expresa frecuentemente el hecho de que el genio asienta sus raíces en el territorio de lo transpersonal con expresiones tales como «inspiración divina», «don de Dios», etcétera. Quizás el ejemplo más sobresaliente de este tipo de inspiración sea la teoría de la relatividad de Albert Einstein, cuyos principios fundamentales se le revelaron bajo la forma de sensaciones cinestésicas musculares. Otro ejemplo de este tipo nos lo proporciona el caso de Nicola Tesla, quien construyó el primer generador de corriente alterna tras tener una visión en la que se le apareció el esquema completo. Tesla también experimentó otras visiones similares que le sirvieron para diseñar aparatos de transmisión sin cables, generadores solares, generadores de energía a partir del movimiento de las olas del océano y un amplio rango de ingeniosos aparatos mecánicos.
Este impulso prometeico se manifiesta incluso en las matemáticas, una disciplina que frecuentemente asociamos a la lógica y la razón pura. Un ejemplo de este tipo nos lo proporciona el matemático y astrónomo del siglo XVIII Friedrich Gauss, quien hizo importantes contribuciones a la teoría de los números, la geometría de las superficies curvas y las matemáticas aplicadas a la electricidad y el magnetismo. Gauss era capaz de efectuar de una manera casi instantánea cálculos matemáticos extraordinariamente complejos. Según él, sus intuiciones matemáticas le llegaban con la velocidad de un relámpago o «por la gracia de Dios». En épocas más recientes, un iletrado llamado Srinivas Ramanujan, que había nacido y crecido en un pueblecito de la India, dejó estupefactos a los más destacados matemáticos de Cambridge con sus sorprendentes respuestas a problemas sumamente complejos. Según Ramanujan, su conocimiento emanaba de los sueños premonitorios que le proporcionaba una deidad llamada Namagiri.
La inspiración prometeica también constituye un elemento muy presente en el arte y la religión. El poeta inglés William Blake dijo, a propósito de su libro Milton: «Este poema me ha sido dictado directamente, en series de doce, veinte o quizás treinta líneas seguidas, sin premeditación alguna e incluso en contra de mi voluntad». El escritor alemán Rainer Maria Rilke afirmaba que los Sonetos a Orfeo fueron el producto consumado de una «canalización» que no requirió, de su parte, ningún tipo de corrección. Según Wolfgang Amadeus Mozart, las sinfonías aparecían de manera completa y perfecta en el interior de su cabeza y Richard Wagner, por su parte, escuchaba cómo la música emanaba de su «oído interno» mientras iba componiendo. Otro ejemplo nos lo proporciona Johannes Brahms, quien captó muy claramente la esencia de la inspiración prometeica y describía el proceso creativo del siguiente modo: «Las ideas vienen directamente de Dios. Yo no sólo percibo los temas con el ojo de mi mente sino que también los descubro con la forma, la armonía y la orquestación perfecta. En esos singulares raptos de inspiración, el producto final se me va revelando nota a nota». Más explícitas resultan todavía las palabras de Giacomo Puccini en su descripción del proceso de creación de la opera Madame Butterfly: «La música de esta ópera me la dictó el mismo Dios. Yo no fui más que el instrumento que la transcribió a la partitura y la difundió al público».`
El destino de las naciones y las vidas de miles de millones de personas se han visto profundamente afectados por las revelaciones divinas de los profetas. Recordemos, por ejemplo, en este sentido, las revelaciones de Buda bajo el árbol Bo, Moisés en el monte Sinaí, Jesús en el desierto, Pablo camino de Damasco y el gran sueño visionario de Mahoma. Por su parte, las escrituras sagradas de las grandes religiones -los Vedas, la Torah, la Biblia y el Corán- han sido inspiradas en estados no ordinarios de conciencia.
Ante esta abrumadora evidencia resulta incomprensible que la ciencia tradicional de Occidente siga haciendo caso omiso a este impulso fundamental de la historia humana. Resulta también paradójico que el Discurso del método de René Descartes, el libro que revolucionó la estructura del pensamiento occidental y que sentó los principios básicos de la ciencia moderna, fuera también el fruto de una serie de sueños visionarios. ¡Qué ironía que todo el edificio positivista, reduccionista y racionalista de la ciencia -que en la actualidad se jacta de rechazar el «conocimiento subjetivo»- se asiente en una revelación inspirada en un estado no ordinario de conciencia!


El Vacío Supracósmico y Metacósmico

Una de las experiencias transpersonales más misteriosas es la experiencia del Vacío y el descubrimiento de la Vacuidad, la Nada y el Silencio primordial. Esta extraordinaria experiencia espiritual posee cualidades sumamente paradójicas. El Vacío existe más allá de cualquier forma, se halla más allá del espacio y del tiempo y, aunque es la fuente de todo, no procede de ninguna parte. Se trata de un estado en el que no podemos percibir nada en concreto pero en el cual existe la profunda certeza de que lo contiene todo. Así pues, la Vacuidad Absoluta está preñada potencialmente de todo lo existente.
El Vacío trasciende cualquier concepto ordinario de causalidad. Quienes han experimentado este estado se tornan aguda- mente conscientes de que todas las formas emergen de este Vacío y asumen la forma de un arquetipo o de una realidad fenoménica sin que exista ninguna razón o causa aparente para ello. La idea de que algo puede suceder o tomar forma sin razón alguna quizás parezca incomprensible desde el punto de vista de nuestro estado ordinario de conciencia pero resulta plenamente comprensible cuando experimentamos el Vacío. La analogía que nos proporciona la teoría cuántica ondicular de la física moderna puede ayudarnos a comprender, por un lado, que el Vacío está constituido por un número infinito de «quantos», es decir, de fragmentos que establecen la probabilidad de existencia de un determinado evento y, por el otro, que al elegir una determinada realidad concreta, terminamos creándola en nuestra conciencia.











10. LAS EXPERIENCIAS DE NATURALEZA PSICOIDE



Si el arquetipo se manifiesta como un fenómeno sincrónico asume características verdaderamente prodigiosas, cuando no francamente milagrosas. El arquetipo es un misterioso habitante del umbral -un territorio ubicado entre lo físico y lo psíquico- al que podríamos comparar con el dios bi-fronte Jano porque posee dos semblantes que participan de un mismo significado.
STEPHAN A. HOLLER, The Gnostic Jung

Las experiencias de tipo psicoide constituyen un dominio de lo transpersonal que desafía abiertamente nuestra percepción cotidiana de la realidad. El término psicoide fue utilizado por primera vez por Jung en relación a los arquetipos del inconsciente colectivo, los cuales, en su opinión, configuran la herencia común de la mayor parte -por no decir de toda- la humanidad. En este sentido, podemos afirmar que los arquetipos son transindividuales, es decir, que van más allá de cualquier producto de la historia o la experiencia individual. En un comienzo, sin embargo, Jung afirmó que los arquetipos eran predisposiciones psicológicas innatas similares a los instintos y que, como tales, debían tener una representación en nuestro cerebro.
En su formulación original, Jung afirmó que los arquetipos actúan en el interior del psiquismo humano pero carecen de una conciencia independiente. Más tarde, sin embargo, reconsideró su posición y llegó a la conclusión de que los arquetipos poseen una conciencia claramente diferenciada de la nuestra y son capaces, por tanto, de pensar y actuar por cuenta propia. Por consiguiente, desde este punto de vista, los arquetipos no son personajes ficticios, creados y controlados por sus autores. En su libro Recuerdos, sueños y pensamientos, Jung afirma que los arquetipos «son superiores a la voluntad del ego», destacando la necesidad de considerarlos como seres que «no son creados por nadie sino que se crean a sí mismos y tienen vida propia». Jung se vio obligado a corregir su concepción original sobre los arquetipos porque, con ella, no alcanzaba a explicar algunas de sus características más importantes, sobre todo en lo que concierne al fenómeno denominado sincronicidad. Según Jung, en muchos casos los arquetipos interactúan de manera significativa y consistente con acontecimientos del mundo externo, lo cual sugiere la existencia de una relación entre la realidad externa y la realidad interna que no puede explicarse adecuadamente recurriendo al principio de causalidad, una de las claves fundamentales de la ciencia occidental.
El hecho de que Jung reconociera un fenómeno que trasciende el principio de causa y efecto le indujo a definir a la sincronicidad como un «principio de relación acausal». Además, las coincidencias significativas existentes entre el mundo interno -el mundo de las visiones y los sueños- y el mundo externo -el mundo de la «realidad objetiva»- le llevaron también a pensar que se trataba de dos dominios cuya separación no es tan estricta como habíamos supuesto. Es por ello que comenzó a referirse a los arquetipos como fenómenos de naturaleza «psicoide», es decir, como fenómenos que no pertenecen al reino del psiquismo ni al reino de la realidad material sino que se hallan ubicados en el interregno existente entre la conciencia y la materia.'
Pero la ruptura de las fronteras existentes entre la materia y la conciencia desafía todo lo que nos ha enseñado el pensamiento occidental. Desde muy pronto, nuestros padres, nuestros maestros y nuestros líderes religiosos nos han enseñado a trazar una rotunda línea de demarcación entre lo «objetivo» y lo «subjetivo», entre lo «real» y lo «irreal», entre lo existente y lo inexistente, entre lo palpable y lo intangible. Sin embargo, la ciencia moderna -principalmente la física cuántico-relativista- está comenzando a descubrir una realidad que comparte muchas de las propiedades del universo acausal de Jung. El estudio del fenómeno psicoide se halla, pues, ubicado en los confines del conocimiento humano, un área que en la investigación científica rigurosa resulta desafortunadamente demasiado complicada.
Pero este tipo de experiencias no sólo desafía de manera radical la visión del mundo sustentada por la ciencia tradicional sino que su misma naturaleza es extraña, elusiva, caprichosa y casi ilusoria. A todos estos problemas hay que agregar la dificultad adicional que supone el hecho de que muchas de ellas hayan sido profusamente difundidas a través del cine y la literatura. Estamos acostumbrados a relacionar la existencia de los fantasmas, el fenómeno poltergeist, los ovnis y la psicokinesis con el universo imaginario de las películas de terror y los relatos de ciencia ficción. La divulgación, aunque contribuye a poner de relieve la existencia de este tipo de fenómenos, también puede favorecer su trivialización induciéndonos a creer que se trata de meras «fantasías».
Desde la muerte de Jung, la investigación moderna sobre la conciencia y el estudio de los estados no ordinarios de con- ciencia han aportado considerable evidencia con respecto al fenómeno psicoide. En la actualidad, no cabe duda de que ésta es un área de estudio que merece mucha más atención de la que ha recibido hasta el momento presente. En el presente capítulo examinaremos diversos tipos de experiencias transpersonales que presentan características psicoides. Todas ellas son algo más que un mero producto de la fantasía y la imaginación aun- que carezcan, sin embargo, de las características que nos permitirían definirlas como inequívocamente «reales» en el sentido habitual del término.
En este capítulo utilizaremos el término psicoide en un sentido que trasciende el significado atribuido por Jung a los arquetipos. Desde nuestro punto de vista, las experiencias psicoides pueden dividirse en tres categorías fundamentales. La primera de ellas se refiere al fenómeno psicoide más común, la sincronicidad, es decir, todas aquellas experiencias internas que se manifiestan al mismo tiempo que ciertos acontecimientos del mundo exterior. Debemos subrayar, no obstante, que no se trata necesariamente de fenómenos extraordinarios y que su rasgo distintivo, por el contrario, es la vinculación acausal existente entre ambos dominios. El fenómeno sincrónico parece insinuar la existencia de una caprichosa interacción entre el psiquismo y la materia, dos regiones cuyas fronteras se desdibujan y desaparecen de manera abritraria.
La segunda categoría, que presenta características netamente diferentes a la anterior, tiene que ver con aquellos acontecimientos del mundo externo que están relacionados, de un modo inexplicable para la ciencia actual, con ciertas experiencias in- ternas. Los ejemplos más característicos de este tipo suelen girar en torno al fenómeno poltergeist y a las sesiones espiritistas, ambos estudiados profusamente por la parapsicología. Del mismo modo, la literatura espiritual también abunda en referencias a la «luz sobrenatural» que emana del cuerpo de ciertos santos, mientras que los atletas modernos, por su parte, refieren, en ocasiones, sucesos que bien podríamos enmarcar dentro del dominio de lo físicamente imposible. Otro fenómeno propio de esta zona crepuscular que presenta características psicoides es el fenómeno ovni.
La tercera categoría de fenómenos psicoides, por último, tiene que ver con aquellas experiencias en las que se utiliza deliberadamente la actividad mental para manipular la realidad consensual. Nos estamos refiriendo, claro está, a la psicokinesis, la magia ceremonial, la curación, el mal de ojo de las culturas aborígenes y las hazañas sobrenaturales (siddhis) de los yoguis.

Sincronicidad: Un mundo más allá de la causalidad

La ciencia newtoniano-cartesiana describe el universo como un sistema extraordinariamente complejo de acontecimientos mecánicos que se hallan sometidos y determinados inflexiblemente por el principio de causa y efecto. Desde este punto de vista, todos los procesos del universo tienen una causa y sirven, a su vez, de causa a nuevos acontecimientos. Éste sigue siendo uno de los principios fundamentales de la ciencia ortodoxa a pesar de las dificultades teóricas que entraña ya que, en definitiva, este tipo de explicación no puede dar cuenta de la causa primera, de la causa de todas las causas. Pero se trata de una línea de pensamiento que ha proporcionado tantos logros a la ciencia occidental que parece prácticamente imposible concebir procesos que escapen al dictado de la ley de causa y efecto.
La creencia profundamente arraigada en el principio de causalidad hizo que Jung se mostrara remiso a hacer públicos sus descubrimientos sobre aquellos fenómenos que no parecen adecuarse a este esquema. Es por ello que pospuso la divulgación de sus observaciones al respecto hasta reunir, con la ayuda de otros investigadores, la suficiente evidencia sobre la sincronicidad como para hallarse completamente seguro de sus afirmaciones. En su famoso libro Synchronicity: An acausal Connecting Principle, Jung expresó su convicción de que la causalidad no es una ley universal sino que constituye, por el contrario, un mero fenómeno estadístico, destacando, al mismo tiempo, la existencia de numerosos casos que parecen escapar a su dictado.
Muchos de nosotros hemos experimentado extrañas coincidencias que parecen desafiar todas las explicaciones ordinarias. Uno de los primeros científicos interesado en este tipo de fenómenos, el biólogo austríaco Paul Kammerer, relata que cierto día le dieron un billete de tranvía que tenía el mismo número que la entrada de teatro que había comprado esa misma tarde. Lo más curioso, sin embargo, es que esa misma noche alguien le dio un número de teléfono que también tenía la misma secuencia de dígitos. El astrónomo Flammarion refiere una divertida historia acerca de una triple coincidencia de la que fueron protagonistas un individuo llamado Deschamps y un pastel de ciruelas. En cierta ocasión, siendo niño, el tal Deschamps había recibido un trozo de pastel de ciruelas de manos del señor de Fortgibu. Diez años más tarde, pidió el mismo tipo de pastel en un restaurante de París y el camarero le dijo que lo sentía porque acababa de servir la última porción a otro cliente: el señor de Fortgibu. Varios años después, Deschamps fue invitado a una fiesta en la que sirvieron nuevamente ese infrecuente pastel. Mientras estaba comiendo y pensando que lo único que faltaba en la escena era el señor de Fortgibu, se abrió la puerta y entró un anciano. Se trataba, claro está, del señor de Fortgibu, quien había irrumpido en la fiesta porque alguien le había dado una dirección equivocada.'
Este tipo de experiencias es muy interesante pero Jung se mostró particularmente interesado en las coincidencias significativas entre acontecimientos externos y experiencias internas. Es por ello que reservó el término sincronicidad para referirse a aquellas coincidencias aparentes que implican «la presencia simultánea de un estado psicológico que se halla conectado significativamente con uno o más eventos externos». La misma vida de Jung abunda en este tipo de sincronicidades. Quizás el caso más conocido sea aquel que tuvo lugar en una sesión de terapia con una paciente que se mostraba muy reticente al trata-miento y que no había mostrado ninguna mejoría apreciable hasta la fecha del incidente. Un buen día, la paciente relató un sueño en el que había recibido un escarabajo dorado. Mientras estaba analizando este sueño, Jung escuchó de pronto un golpe en la ventana y, al acercarse, se encontró con un coleóptero de la familia de los escarabajos en el alféizar de la ventana que trataba de penetrar en el interior. Era el único espécimen parecido al escarabajo dorado que podía encontrarse en esas latitudes. Jung abrió entonces la ventana, dejó entrar al escarabajo y se lo mostró a su cliente. Esta sorprendente sincronicidad tuvo un profundo impacto sobre ésta y marcó el comienzo de su restablecimiento psicológico.'
Mi esposa y yo también hemos sido testigos de numerosas sincronicidades extraordinarias que han tenido lugar en nuestro trabajo y en nuestra vida cotidiana. Pero existe una en particular de la que conservamos un vívido recuerdo. Como ya hemos mencionado anteriormente, Christina atravesó una crisis psicoespiritual de doce años de duración que iba acompañada de la emergencia espontánea de estados no ordinarios de conciencia. Hubo una época en la que un cisne blanco aparecía de continuo en sus visiones. Cierta noche, después de una experiencia particularmente significativa relacionada con la visión de un cisne blanco, ambos acudimos a una sesión chamánica con el chamán y antropólogo Michael Harner, al que habíamos invita- do a un seminario intensivo en el Esalen Institute de Big Sur, California. Michael estaba dirigiendo una ceremonia de curación de los indios salish en la que se utiliza una «canoa espíritu». Durante este ritual, el chamán emprende un viaje visionario al mundo subterráneo para rescatar el alma de la persona que ha solicitado su ayuda. Durante este viaje interno, el chamán se encuentra tres veces con un animal que luego es identificado con el espíritu guardián o el animal de poder del consultante. En esa sesión, Christina se ofreció como voluntaria y, cuando Michael volvió de su viaje al mundo subterráneo, le susurró al oído que su animal de poder era el cisne blanco. La sesión finalizó con un baile en el que Christina interpretó frente a los asistentes la danza del cisne.
Es importante destacar que Michael Harner ignoraba el proceso interno que estaba atravesando Christina y tampoco sabía nada sobre las visiones que hemos mencionado. Al día siguiente, Christina recibió una carta de una persona que había participado en un taller realizado varios meses atrás. Cuando la abrió se encontró con una fotografía de su maestro espiritual, swami Muktananda, que se hallaba sentado en un jardín al lado de un enorme jarrón en forma de cisne. Tenía una expresión juguetona y los dedos pulgar e índice de su mano derecha se hallaban unidos en un gesto universal de aprobación. Todos estos hechos, desprovistos de toda conexión causal, se hallaban, sin embargo, significativamente conectados entre sí.
Este tipo de acontecimientos sincrónicos pueden estar relacionados con experiencias transpersonales e, incluso, con episodios perinatales. En numerosas ocasiones hemos presenciado una inusitada acumulación de accidentes y desgracias altamente improbables en las vidas de personas que se están aproximando a la experiencia de la muerte del ego. Cuando el proceso concluye y la persona experimenta el renacimiento espiritual, sin embargo, todas éstas desaparecen como por arte de magia. Como ilustra la experiencia de Christina, cuando una persona conecta con un guía espiritual animal en el curso de una sesión chamánica u otro tipo de trabajo interno, ese animal tiende a re- aparecer de manera regular en la vida de la persona. Del mismo modo, cuando entramos en relación con imágenes arquetípicas tales como el Animus, el Anima, la Diosa Madre o la Diosa del Amor, por ejemplo, nuestra vida cotidiana suele verse salpicada de personas significativamente representativas de estos arquetipos. En tales casos, la única causa de este tipo de sincronicidades parece descansar en la incomprensible comunicación existente entre nuestro mundo interno y el mundo material exterior.
El concepto de sincronicidad tiene consecuencias importan-tes en la práctica psicoterapéutica. En un universo mecánico en el que todo se halla conectado por el principio de causalidad, no caben las «coincidencias significativas» en el sentido junguiano del término. La práctica psiquiátrica ortodoxa suele interpretar las coincidencias significativas como un fruto de la alucinación o el fraude o, en el mejor de los casos, como la proyección de un significado especial sobre eventos puramente accidentales. La psiquiatría tradicional se niega a admitir las sincronicidades o se limita sencillamente a ignorar su existencia, diagnosticando entonces equivocadamente a las «coincidencias significativas» como errores de referencia que acompañan a una grave patología. Por consiguiente, quienes atraviesan una crisis de emergencia espiritual -episodios abundantes en sincronicidades- corren el riesgo de ser hospitalizados innecesariamente. Este internamiento conlleva una serie de problemas que podrían soslayarse fácilmente si fueran diagnosticadas adecuadamente como crisis psicoespirituales y recibieran el apoyo de aquellas aproximaciones terapéuticas que admiten la existencia de las crisis de emergencia espititual.
El mismo Jung era muy consciente de que el concepto de sincronicidad es incompatible con la ciencia ortodoxa y siguió con mucho interés el surgimiento de la nueva y revolucionaria visión del mundo que nos proporcionó la física moderna. En este sentido, Jung mantuvo una estrecha amistad y un fructífero intercambio de ideas con Wolfgang Pauli, uno de los fundadores de la física cuántica. Asimismo, en una entrevista personal que sostuvo con Albert Einstein, éste le animó a proseguir sus investigaciones sobre el concepto de sincronicidad porque era totalmente compatible con los nuevos horizontes conceptuales abiertos por la física.' Resulta, no obstante, lamentable que la mayor parte de las principales corrientes de la psiquiatría y la psicología todavía sigan sin valorar suficientemente los revolucionarios avances de la física moderna y la psicología junguiana.



La superación de las limitaciones de la realidad material

La mayor parte de las experiencias de naturaleza psicoide tienen que ver con acontecimientos que parecen desafiar las leyes de la naturaleza. Se trata de eventos que implican a una o varias personas mostrando, en este último caso, todas las características propias de la realidad consensual. En cierta medida, la psiquiatría tradicional ha sido consciente de la existencia de este tipo de situaciones pero desafortunadamente ha terminado relegándolas al campo de la psicopatología.
Según la psiquiatría, una realidad compartida por dos personas que no se adecúa a la visión newtoniano-cartesiana del mundo es una follie á deux, es decir, una locura compartida. Cuando toda una familia participa de una realidad que parece infringir los principios de la ciencia newtoniano-cartesiana -como es el caso de la experiencia que llevó a C.J. Jung a escribir sus Septem Sermones ad Mortuos-, la psiquiatría lo etiqueta entonces como una follie á famille y, cuando se ven involucradas muchas más personas, se denomina «alucinación colectiva». Sin embargo, no deberíamos descartar tan a la ligera fenómenos que han sido observados y registrados en todo el mundo a lo largo de la historia y merecería, por tanto, la pena que nos detuviéramos a estudiar con más atención los mecanismos implicados, ya que ello podría modificar radicalmente nuestra visión de la realidad.
Ciertos fenómenos psicoides provocan alteraciones dramáticas en el cuerpo humano y las funciones orgánicas. La literatura mística y religiosa abunda en descripciones de los espectaculares cambios fisiológicos que tienen lugar en quienes atraviesan estados transpersonales de conciencia. En presencia de ciertos santos o maestros espirituales, como Ramana Maharshi o san Ignacio de Loyola, por ejemplo, hay quienes han constatado que sus cuerpos parecían irradiar una luminosidad extraordinaria. Del mismo modo, existe también mucha documentación sobre ciertos místicos y contemplativos cristianos que, en estado de rapto extático de identificación transpersonal con Jesucristo, manifiestan en su cuerpo los mismos estigmas sangrantes de Cristo (llagas en manos y pies, aparentes heridas de lanza en el costado y arañazos en torno a su cabeza). Según parece, san Francisco de Asís fue el primero en presentar este tipo de signos. Desde entonces se conocen más de trescientos estigmatizados que han manifestado, en su cuerpo, las huellas de la crucifixión. Un fenómeno singular vinculado con la estigmatización es la denominada «alianza», un callo en forma de anillo que aparece el torno al dedo anular de algunas monjas como símbolo de su entrega a Cristo.
Otra manifestación física que acompaña a ciertos estados transpersonales de conciencia es el calor. En la literatura cristiana, por ejemplo, se le denomina «Fuego del Amor» (incendium ainoris). Un caso famoso de este tipo acaecido en nuestra época ha sido el del padre Pio de Foggia, Italia, cuyo cuerpo llegó a alcanzar temperaturas de hasta 44° C. En la tradición sufí este mismo fenómeno es conocido como «Fuego de Separación», mientras que en el budismo tibetano se le denomina Tummo, o «Fuego Interno». Existen casos extremos bien documentados de este tipo de manifestaciones en los que la persona llega incluso a arder o a estallar a causa de una especie de combustión espontánea. Igualmente extraordinarios resultan los informes sobre la capacidad de ciertos ascetas para subsistir sin ingerir alimento alguno. Un buen amigo nuestro, el difunto erudito tántrico Ajit Mookerjee, nos contó que había conocido a eremitas de los Himalayas que vivían ¡sin comer nada más que unas pocas gotas de mercurio al año!
Según la literatura tibetana, confirmada, por otra parte, por el testimonio directo de maestros tibetanos con los que hemos mantenido un estrecho contacto personal, los cuerpos de ciertos adeptos a determinadas prácticas secretas llegan literalmente a desmaterializarse en el momento de su muerte física. En otros casos, por el contrario, existen también abundantes testimonios sobre la aparente incorruptibilidad de los cuerpos de otros santos como santa Bernadette de Lourdes o Paramahansa Yogananda. Otra manifestación prodigiosa citada con frecuencia en la literatura espiritual es la levitación, un fenómeno que pone a prueba la credulidad de los occidentales y que ha sido descrito por testigos directos que lo han observado en ciertos santos cristianos -como santa Teresa de Ávila, por ejemplo-, yoguis hindúes, lamas tibetanos o médiums como Daniel Douglas Home y Eusapia Palladino. Aunque no he presenciado personalmente ninguno de estos fenómenos me mantengo, sin embargo, receptivo ante este tipo de hechos porque han sido constatados reiteradamente por observadores de toda confianza y no se hallan desvinculados de ciertos incidentes que he podido observar directamente en mi propio trabajo. El libro de Michael Murphy, The Future of Bodv, constituye una abrumadora y meticulosa recopilación de este tipo de fenómenos paranormales acaecidos a lo largo de todas las épocas.



El aspecto parapsicológico de los deportes

En la vida moderna, este tipo de sucesos extraordinarios tiene lugar con cierta frecuencia en un ámbito inusitado, el de- porte. Tendemos a pensar que el rendimiento espectacular de ciertos atletas es el resultado de una combinación de las facultades innatas, la voluntad y el entrenamiento físico. Sin embargo, los verdaderos protagonistas de la historia tienen una visión muy diferente al respecto. Muchos atletas nos refieren que en el momento cumbre de su actuación se hallan en un estado muy similar al rapto místico y nos hablan de milagrosas modificaciones del espacio y del tiempo que bien podríamos encuadrar dentro del dominio del fenómeno psicoide. El libro The Psychic Side of Sports, de Michael Murphy y Rhea White, constituye un auténtico tesoro que contiene multitud de ejem-píos de este tipo -que fueron compartidos también por los espectadores- relatados por atletas de casi todas las especialidades deportivas.
Los jugadores de fútbol, los pilotos de carreras, los saltadores de trampolín y muchos otros deportistas mencionan un enlentecimiento del tiempo subjetivo que les permite disponer de todo el tiempo del mundo para hacer lo que tienen que hacer. Los jugadores de golf, los futbolistas, los paracaidistas y los escaladores señalan ciertos cambios drásticos -que, en ocasiones también son percibidos por los espectadores- en el tamaño y la forma de su cuerpo. Los futbolistas dicen que, a veces, parecen atravesar la compacta barrera de los defensas desmaterializándose y materializándose al otro lado. Los corre- dores sienten una inagotable fuente de energía que les permite moverse sin apenas esfuerzos y casi sin tocar el suelo. El gran futbolista Pelé confesó que un día en el que se sentía especialmente inspirado se vio embargado por una extraña calma, euforia y energía que le hicieron sentirse absolutamente seguro de que podría sortear la sólida defensa del equipo contrario y pasar físicamente a través de ella. Muchos observadores de toda confianza testifican que las demostraciones de Morehei Uyeshiba, el creador del Aikido, parecían quebrantar todas las leyes de la física. Uyeshiba era capaz de enfrentarse a seis especialistas en artes marciales armados de cuchillos y parecía cambiar de forma y tamaño e incluso desaparecer durante unos instantes para materializarse en otro lugar. Existe un documental cinematográfico en donde pueden presenciarse estas extraordinarias habilidades. En esa película, el maestro desaparece realmente unos instantes de la escena ante
los mismos ojos del espectador sin que haya habido -según sus seguidores- ningún tipo de trucaje fotográfico. Por su parte, los testigos presenciales de la escena que asistieron al rodaje aseguran haber contemplado el mismo prodigio que muestra la película.



El mundo de la parapsicología: ciencia, fraude Y ficción

Otro tipo de experiencias psicoides, estudiado tradicional- mente por los parapsicólogos, es el de las manifestaciones espiritistas y el fenómeno poltergeist. Ya hemos hablado, en otro lugar, de experiencias transpersonales que tienen que ver con espíritus y entidades desencarnadas. Se trata de un tipo de experiencias que suele ir acompañado de ciertas coincidencias significativas entre fenómenos externos y sucesos internos que pueden ser advertidas y confirmadas por otras personas. Así, por ejemplo, se considera que determinados lugares están «encantados» porque muchos de los que los visitan experimentan el mismo tipo de acontecimientos inusuales.
Los asistentes a las sesiones espiritistas, por ejemplo, suelen sufrir extrañas experiencias, como ruidos o golpes en las paredes o en el suelo, el roce de manos invisibles, voces que no parecen proceder de ninguna parte, sonidos de instrumentos musicales y ráfagas de aire frío. En algunos casos, también se producen apariciones de personas fallecidas o se escucha su voz a través del médium. En otros casos, los participantes presencian fenómenos de telekinesis y materialización, levitación de objetos y de personas, desplazamiento de objetos en el aire, manifestaciones ectoplásmicas y la inexplicable aparición de escritos y de pequeños objetos («aportes»), un fenómeno que el famoso parapsicólogo norteamericano R.B. Rhine denominó «mediumnidad física». Este tipo de acontecimientos eran relativamente frecuentes en las sesiones de médiums famosos como Eusapia Palladino y Daniel Douglas Home, quienes fueron estudiados repetidamente por diversos equipos de investigadores.
Nadie pone en duda que, a finales del siglo pasado, el espiritismo gozaba de gran popularidad y muchos participantes fue- ron víctimas de astutos timadores. Hasta médiums que disfrutaban de una reputación intachable, como Eusapia Palladino, por ejemplo, fueron sorprendidos, en ocasiones, haciendo trampas. Pero no deberíamos precipitarnos en extraer, por ello, la conclusión de que todos estos fenómenos son fraudulentos ya que, en tal caso, correríamos el riesgo de arrojar al niño junto con el agua de la bañera. En realidad, la hipótesis de que destacados investigadores hayan malgastado tanto tiempo y energía en ocuparse de un terna meramente ilusorio resulta francamente insostenible. Difícilmente podríamos encontrar otra área de investigación en la que el testimonio experto de tantos testigos dignos de toda confianza haya sido rechazado de manera tan ostensible como un producto de la credulidad o la estupidez. No deberíamos olvidar que entre ellos se encuentran investigadores de la talla del físico sir William Crookes, el premio Nobel en medicina y fisiología Charles Richet y el miembro de la Royal Society of England sir Oliver Lodge.



Los espíritus burlones

Otro interesante fenómeno, estudiado tradicionalmente por los parapsicólogos y popularizado recientemente por Hollywood, es el fenómeno conocido con la palabra alemana poltergeist, que significa «espíritu burlón» y cuyo nombre técnico es psicokinesis espontánea recurrente (PKER). La PKER se refiere a una serie de extraños sucesos que suelen aparecer de manera espontánea y desafían toda explicación razonable. Los objetos vuelan por los aires, son arrojados al fuego, caen al suelo y se rompen o entran y salen de cajas, armarios o habitaciones cerradas con llave. En ocasiones, todo un edificio se ve invadido por el ruido de pasos, golpes, chirridos, gritos y has- ta voces humanas. Las investigaciones sobre el origen de este tipo de fenómenos suelen apuntar hacia una persona -frecuentemente un adolescente- que está atravesando por algún tipo de crisis. Normalmente también, cuando esa persona resuelve su conflicto o se aleja del lugar, el fenómeno poltergeist tiende a desaparecer.
Resulta interesante constatar que las pautas que siguen las manifestaciones psicoides tienden a cambiar con el paso del tiempo. Así pues, mientras que en nuestra época los casos de mediumnidad física han desaparecido casi por completo, el fenómeno poltergeist, en cambio, sigue presentándose y despertando el interés de prestigiosos investigadores. Del mismo modo, resulta también interesante señalar que, si bien en el pasado la persona que parecía ocasionar el fenómeno poltergeist era, por lo general, una mujer joven de unos dieciséis años, en el presente no necesariamente se trata de una mujer y la media de edad parece haber ascendido a los veinte años.
Conscientes de la naturaleza extraordinariamente controvertida de la psicokinesis espontánea recurrente, destacados in- vestigadores han sometido los casos estudiados a un examen muy meticuloso. En este sentido, el Instituto para el Estudio de las Fronteras de la Psicología y la Psicohigiene, ubicado en Alemania y dirigido por Hans Bender, ha llevado a cabo una de- tallada, extensa y escrupulosa investigación.
Uno de los casos mejor documentados sobre el fenómeno de la PKER se apoya en el testimonio de unas cuarenta personas, la mayor parte de las cuales eran ingenieros, médicos y profesionales liberales. Este poltergeist se inició en noviembre de 1967 en un bufete de abogados de la ciudad bávara de Rosenheim. Los problemas empezaron con ciertas averías en las lámparas que colgaban del techo que no podían ser explicadas ni repara- das por los electricistás. También se escuchaban sonidos de procedencia desconocida, la fotocopiadora se rompió y el sistema telefónico del edificio se colapso por completo. Los teléfonos recibían llamadas procedentes de ninguna parte y la factura de la compañía telefónica se disparó por las nubes. Los cuadros de las paredes giraban sin que nadie los tocara -a veces hasta tres- cientos sesenta grados- y los tubos fluorescentes caían inexplicablemente del techo poniendo en peligro a los empleados.
Los investigadores, entre los cuales se hallaban físicos muy cualificados, no pudieron identificar una causa objetiva de los problemas. En su opinión, por ejemplo, el número de llamadas telefónicas recibidas era tal que no podrían haberse realizado con el movimiento habitual de girar el dial pero, en tal caso, la inteligencia y el conocimiento técnico necesario para ello debería ser casi sobrenatural y requeriría, además, disponer de la capacidad de percibir intervalos temporales del orden de un milisegundo. Los técnicos reemplazaron los tubos fluorescentes por lámparas de incandescencia para descubrir, poco después, que éstas terminaban explotando. Las perturbaciones llegaron a ser tan peligrosas para los empleados y los clientes que la empresa decidió protegerse de las posibles demandas interponiendo una denuncia en el juzgado contra «agresores desconocidos». Finalmente, Hans Bender llegó a la conclusión de que las perturbaciones procedían de Annemarie, una oficinista de diecinueve años, que se hallaba muy atraída por su jefe. Cuando Annemarie cambió de trabajo, el fenómeno desapareció por completo.'
El siguiente caso, investigado en 1967 por los norteamericanos William Roll y Gaither Pratt, ilustra perfectamente la naturaleza elusiva de los fenómenos psicoides y los problemas inherentes a su estudio. En este caso, el fenómeno giraba en torno a un joven librero de diecinueve años que visitaba con frecuencia cierto almacén y, cuando lo hacía, los objetos del almacén salían volando por los aires. En este caso, los investigadores pudieron disponer de condiciones experimentales para observar el movimiento de los objetos pero, aunque uno de ellos siempre se hallaba vigilando al joven, nunca pudieron ver los objetos en el mismo momento en que caían, ya que, o bien lo hacían inmediatamente antes o bien inmediatamente después. No resultaría muy difícil especular, en base a este hecho, que la misma procedencia del movimiento de los objetos era consciente de las intenciones de los observadores y se anticipaba a sus acciones de una manera francamente extraordinaria.



Objetos volantes no identificados

El fenómeno ovni constituye una de las experiencias psicoides más controvertidas de nuestro tiempo. Desde que en 1947 fueron avistados por primera vez por el piloto civil Kenneth Arnold cerca del monte Rainier, son muchas las personas de todo el mundo que aseguran haber visto ovnis. Hay quienes dicen haberlos visto a plena luz del día mientras que otros, en cambio, hablan de la presencia de extrañas luces en mitad de la noche. Unos aseguran haber presenciado el aterrizaje de naves extraterrestres mientras que otros, por su parte, llegan a asegurar que se han entrevistado con extraterrestres o que han sido abducidos y llevados a bordo de una nave en la que fueron so- metidos a rigurosas investigaciones científicas.
El interés público que despertó el fenómeno ovni impulsó a las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos a emprender una investigación exhaustiva al respecto dirigida por un comité especial de la Universidad de Columbia. La conclusión a la que arribaron los investigadores fue negativa, ya que atribuyeron la mayor parte de los avistamientos a desórdenes mentales o a «interpretaciones erróneas» de fenómenos fácilmente explicables como, por ejemplo, globos metereológicos, meteoritos, bandadas de pájaros o reflejos inusuales. Pero esta investigación no satisfizo al público ni a los investigadores rigurosos. El in- forme del gobierno afirmaba que su principal objetivo era el de prevenir el pánico ante la posibilidad de una visita extraterrestre. Por otra parte, existen documentos que demuestran fehacientemente que las Fuerzas Aéreas difundieron el rumor de los ovnis para encubrir los accidentes de sus propias naves experimentales secretas.
Si bien es posible que muchos avistamientos sean simples fraudes, percepciones erróneas de fenómenos naturales o pantallas que pretenden ocultar determinadas investigaciones secretas, lo cierto, sin embargo, es que numerosos observadores inteligentes, emocionalmente estables e incluso expertos y, por tanto, merecedores de toda confianza, siguen avistándolos. Existen suficientes informes en torno a este tema como para convencernos de que el debate ovni sigue abierto y merece una atención especial.
La controversia sobre este punto suele girar en torno al hecho de si nuestro planeta está siendo visitado por naves espaciales reales procedentes de otras regiones del universo. En nuestra opinión, no obstante, la situación es algo más compleja. Muchos fenómenos ovni parecen tener una naturaleza psicoide, es decir, que si bien no son simples alucinaciones tampoco son «reales» en el sentido ordinario del término, siendo posible que representen una especie de fenómeno «híbrido» en el que se combinan elementos de la vida mental y del mundo físico. En tal caso, sin embargo, el fenómeno sería extraordinariamente difícil de estudiar por medio de los métodos científicos tradicionales, basados en una distinción meridiana entre lo real y lo irreal, entre los acontecimientos materiales y los sucesos psicológicos. Si tal cosa fuera cierta, cualquier estudio comprensivo de este tipo de fenómenos debería ocuparse simultáneamente de la evidencia física y de la nueva perspectiva psicológica que nos proporciona la moderna investigación sobre la conciencia y la nueva física.
Ya hemos señalado que los encuentros con alienígenas, las visiones de naves espaciales físicas o metafísicas y los viajes extraterrestres han sido constatados a lo largo de toda la historia de la humanidad. C.G. Jung, que estaba interesado en el fenómeno ovni, escribió un libro fascinante titulado Platillos volantes: Sobre cosas que se ven en el cielo, basado en un cuidadoso análisis histórico de las leyendas sobre discos voladores y apariciones a lo largo de todas las épocas -muchas de las cuales desataron fenómenos de histeria colectiva- y llegó a la conclusión de que el fenómeno ovni puede ser una visión arquetípica que se origine en el inconsciente colectivo. 
La mayor parte de los avistamientos ovni van asociados a la visión de luces sobrenaturales similares a las que acompañan a los raptos místicos. Las descripciones de los supuestos visitan- tes, naves y ciudades extraterrestres presentan un incuestionable paralelismo con elementos de procedencia mitológica y, por ello, la hipótesis del inconsciente colectivo resulta sumamente tentadora. Pero éste no es más que un aspecto de la historia. Lo que más nos interesa recalcar ahora es el hecho de que, en muchos casos, los ovnis han dejado evidencias físicas, lo cual los circunscribe al mundo de la realidad consensual. Éste es un elemento que dota al moderno fenómeno ovni de una cualidad claramente psicoide. Sin embargo, la naturaleza de estas evidencias resulta en ocasiones ambigua y deja la puerta abierta a interpretaciones muy diversas. Convendría recordar, en este punto, que la naturaleza caprichosa y elusiva de algunos avistamientos parece confirmar su naturaleza psicoide en lugar de ser un argumento negador de su existencia.
Muchos lectores recordarán el caso relativamente reciente de avistamiento de ovnis realizado desde un jumbo que volaba sobre Alaska. En esa situación, toda la tripulación pudo ver que una nave espacial les perseguía mientras una estación terrestre de radar registraba la presencia de un objeto volante no identificado en ese mismo lugar. No obstante, cuando esta sensacional noticia ocupó los titulares de los periódicos de todo el mundo, el desconcertado operador del radar cambió su informe inicial y afirmó que, tras un examen más detenido, había llegado a la conclusión de que se trataba de un artefacto técnico. Sin embargo, este extraño error de un operador experto y su misteriosa sincronicidad con el avistamiento realizado por una tripulación experimentada es una característica propia del fenómeno psicoide. El tratamiento que los medios de comunicación suelen dar a este tipo de información -incluida la agencia soviética Tass- refleja también la confusión existente en torno al tema.
Las controvertidas evidencias físicas que parecen avalar la existencia de los ovnis son las huellas dejadas en el suelo por los aparatos, la tierra quemada, materiales que no pueden ser identificados por medio del análisis químico, fotografías o películas de aficionados, señales estigmáticas en los cuerpos de las personas abducidas, misteriosas mutiláciones de ganado, etcétera.
Los relatos de quienes afirman haber sido abducidos coinciden sorprendentemente con las descripciones que nos ofrecen otros abducidos sobre las formas de vida alienígena y con ciertos símbolos que aparecen durante los contactos. Lo mismo ocurre en el caso de que las personas carecieran de información o de todo interés sobre el tema antes del momento de la abducción. En los casos en los que los supuestos abducidos han sido hipnotizados para superar la amnesia que parecen sufrir y recuperar, de ese modo, los recuerdos del incidente, los relatos proporcionados independientemente por diferentes testigos acerca del mismo suceso concordaban y eran plenamente congruentes entre sí.
Uno de los casos mejor documentados de este tipo es el estudio sobre la familia Andreasson que nos ofrece el libro de Raymond Fowler The A ndreasson A ffair. La investigación fue dirigida por el doctor Allen Hynek, un conocido especialista en el tema ovni, y contaba con un equipo compuesto por Raymond Fowler, un antiguo miembro del Servicio de Seguridad de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos y el doctor Harold Edelstein, director del Instituto de Hipnosis de Nueva Inglaterra. Las pruebas realizadas incluyeron regresión hipnótica, exámenes psiquiátricos, test de personalidad, análisis de los informes meteorológicos y pruebas con el detector de mentiras. Los investigadores cotejaron los informes proporcionados en privado por cada uno de los protagonistas del incidente, Betty Andreasson, Becky -su hija mayor- y varios miembros de la familia. La conclusión a la que llegaron los investigadores después de analizar toda la información recogida en quinientas veintiocho páginas fue que los testigos estaban diciendo la verdad.
Según el informe, el avistamiento ovni tuvo lugar una cerrada noche de enero de 1967 en la que una luz parpadeante iluminó el patio trasero de la casa de los Andreasson. Poco después, varias criaturas humanoides de aproximadamente un metro de estatura, con cabezas en forma de pera, rasgos mongoloides y grandes ojos con membranas como los de los gatos irrumpieron en la casa. Tras una breve comunicación telepática, Betty se vio transportada mediante una especie de succión hasta el interior de la nave. Allí fue sometida a un doloroso examen en el que le insertaron unas largas agujas plateadas en las fosas nasales y la cavidad peritoneal. Más tarde fue llevada a un mundo desconocido con extraños paisajes y edificaciones. La experiencia culminó con el encuentro con una gigantesca figura arquetípica, un pájaro envuelto en llamas que recordaba a la legendaria ave fénix. Un rasgo muy interesante de este informe es que el ta- lento artístico de Betty le permitió elaborar varios dibujos de los extraterrestres, del interior de la nave, del aspecto del mundo alienígena y del ave fénix.'
Jacques Vallée, un experto astrofísico e investigador que ha estudiado y escrito sobre el tema durante dos décadas, ha llegado a la conclusión de que el fenómeno ovni ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Su propio avistamiento desde el observatorio francés en el que trabajaba, el examen de fotografías realizadas por diferentes personas y sus entrevistas a quienes afirman haber tenido un encuentro de este tipo le han llevado a conclusiones que sustentan nuestra tesis de que el fenómeno ovni presenta características psicoides.
Tras varios años de intensa investigación, Vallée ha llegado a la conclusión de que algunos ovnis tienen una realidad física que se halla muy estrechamente ligada a las inusuales experiencias internas de quienes experimentan el avistamiento. Según Vallée, las naves proceden de «otras dimensiones» espaciotemporales coexistentes con nuestro universo y que quizás no sean «extraterrestres» en el sentido habitual del término. Vallée especula con la posibilidad de que las inteligencias extraterrestres que producen y controlan el fenómeno sean capaces de manipular el espacio y el tiempo en modos que sobrepasan nuestra capacidad de comprensión e incluso nuestra imaginación. Desde su punto de vista, es posible que el estado de con- ciencia del observador posibilite que el ovni penetre en su dimensión espaciotemporal y se haga entonces perceptible. Sin embargo, en su opinión, los ovnis no son el mero producto de la mente del observador ya que, al igual que los guías espirituales de Jung, tienen una existencia independiente de nuestra propia conciencia. En otras palabras, en lugar de ser fabricaciones de nuestra imaginación, los «extraterrestres» utilizan nuestra con- ciencia como una puerta que les permite entrar en el plano de nuestra realidad cotidiana.
El fenómeno ovni presenta problemas actualmente irresolubles hasta para los investigadores más serios y dotados. Si nos atenemos a los datos que nos proporciona la ciencia, parece altamente improbable que exista vida inteligente en otros planetas de nuestro sistema solar, de modo que deben de proceder de lugares que se hallan a años luz de distancia. En tal caso, deberían disponer de una tecnología impensable para nosotros ya que sólo cabría entonces la posibilidad de que sus naves alcanzaran velocidades superiores a la de la luz (viaje translumínico), fueran capaces de escapar a las dimensiones espaciotemporales y desplazarse a través del hiperespacio, o procedieran de otras dimensiones (viaje interdimensional). Si en el espacio exterior existiera una civilización que poseyera esa tecnología, no resultaría extraño suponer que también pudieran operar sobre la conciencia individual y transpersonal de maneras totalmente desconocidas para nosotros. Si esto es cierto, es bastante probable que su visitas a nuestra dimensión nos parezcan fantasías, acontecimientos arquetípicos o experiencias visionarias y que, si tienen algún motivo para ocultar sus visitas, también poseen la tecnología necesaria como para alentar la confusión con respecto al tema.
Pero todo esto, en definitiva, suscita un problema fascinante. Si los ovnis realmente existen y son producto, como decíamos, de una avanzada tecnología, nos encontramos ante la confluencia de dos campos que siempre habíamos considerado antagónicos, el mundo racional de la tecnología avanzada y el mundo irracional de la fantasía. En tal caso ya no podríamos seguir estableciendo una diferencia tan clara entre ambos dominios. La posibilidad de un viaje interplanetario de esta magnitud supondría el triunfo admirable de la racionalidad y de la ciencia. No obstante, al mismo tiempo también experimentamos los resulta- dos de este logro como un fenómeno que suele estar vinculado con el mundo de la magia y del mito, los procesos prerracionales de pensamiento propios de las culturas primitivas, la imaginación creativa de los artistas y las alucinaciones de los alienados. Pareciera, pues, que este tipo de experiencias cerrara un círculo en el que la conciencia, después de alcanzar las últimas fronteras de la evolución material, retornara a su fuente primordial.


La acción de la mente sobre la materia: Psicokinesis intencional

En algunos fenómenos psicoides, las transformaciones de la realidad consensual parecen ser el resultado de la intención de- liberada de ciertos individuos o grupos por manipular los acontecimientos del mundo físico. Es importante destacar que este tipo de fenómeno psicoide, denominado «psicokinesis intencional», tiene lugar sin ningún tipo de intervención física ya que los cambios ocurren simplemente debido al deseo de que sucedan o son propiciados, en ocasiones, por actos rituales o simbólicos que no guardan una relación causal evidente con los efectos producidos. La literatura espiritual y ocultista de todos los tiempos abunda en descripciones de las actividades rituales llevadas a cabo por las culturas preindustriales para influir sobre los acontecimientos externos. No obstante, la ciencia tradicional ha refutado y desmentido sistemáticamente la posibilidad de que la conciencia influya directamente sobre la materia, desestimando incluso la significativa evidencia aportada por la moderna investigación parapsicológica y la física cuántica.



La antropología y la magia ceremonial:

Los antropólogos que estudian las culturas aborígenes han observado y descrito complicadas ceremonias para invocar la lluvia, propiciar la caza, asegurar una buena cosecha o lograr muchos otros objetivos prácticos. Esos antropólogos expresan frecuentemente su asombro al comprobar que estos pueblos hacen gala de una «doble lógica», ya que si bien, por un lado, muestran una considerable inteligencia, conocimiento y destreza en la caza, la pesca y la agricultura, por el otro, en cambio, sienten la necesidad de llevar a cabo rituales que a los occidentales nos parecen superfluos, supersticiosos e ingenuos. Sólo quienes han atravesado estados no ordinarios de conciencia pueden comprender que esta «doble lógica» se refiere a dos niveles diferentes de la realidad. Desde ese punto de vista, la fabricación de herramientas y el aprendizaje de ciertas habilidades concretas tiene que ver con el mundo material, mientras que el sentido de la vida ceremonial, por el contrario, reconoce y apunta a la dinámica arquetípica del reino transpersonal. A pesar de los esfuerzos realizados tanto por los filósofos como por los científicos, la naturaleza de ambas dimensiones y de las relaciones existentes entre ellas está lejos de ser comprendida con claridad por la ciencia moderna. En su libro The Passion of the Western Mind, Richard Tarnas ha reunido evidencia convincente de que este problema constituye la preocupación fundamental de la filosofía europea durante los últimos dos mil quinientos años.
La idea de que tocar el tambor, cantar y bailar pueda propiciar la lluvia parece, a simple vista, ridícula para la mayoría de los occidentales. Sin embargo, quienes han tenido la oportunidad de participar en este tipo de ceremonias se han visto sorprendidos frecuentemente por sus resultados. El difunto Joseph Campbell, un hombre de una inteligencia y una cultura incuestionables, solía contar una historia relativa a su participación en un ritual de los nativos americanos del sudoeste de Estados Unidos. Al principio de la ceremonia se sentía un tanto escéptico y divertido ya que el cielo estaba despejado y no se veía ni una sola nube pero, para su sorpresa, a medida que el ritual iba avanzando, el cielo se fue cubriendo de densas nubes y el día concluyó con una aparatosa tormenta. Los indios, por su parte, no parecieron sorprenderse en absoluto ya que, dada su experiencia, no dudaban de que la ceremonia terminaría siendo un éxito.
En cierta ocasión, mi esposa y yo dirigimos un seminario de un mes de duración en el Esalen Institute de Big Sur, durante un período en el que California atravesaba una pertinaz sequía que se prolongó durante dos años. A petición del grupo, uno de los instructores, don José Matsuwa, un centenario chamán huichol mexicano, accedió a llevar a cabo una ceremonia de invocación de la lluvia. Todos nos quedamos desconcertados cuando, tras una noche de trabajo, comenzó a lloviznar, pero don José, sin embargo, se limitó a sonreír y dijo: «Es el kupuri (la bendición de los dioses). Siempre sucede igual». Cuando nos dirigíamos hacia el océano para hacer la ofrenda final, la llovizna se transformó en una tormenta que duró seis horas. No estamos afirmando que don José provocara la lluvia sino, tan sólo, que este tipo de sincronicidades suele acompañar a muchas ceremonias de invocación. Por otra parte, sería muy difícil que un chamán mantuviera intacta su reputación depués de un número considerable de errores y resultaría también muy extraño que tantas culturas se hubieran ocupado de celebrar ceremonias de este tipo a lo largo de los siglos si no hubieran logrado un promedio de éxitos estadísticamente significativo.
Lo mismo que acabamos de decir es también aplicable a la sanación espiritual. Los profesionales occidentales no suelen tomar muy en serio los informes de los antropólogos acerca de los éxitos terapéuticos de las ceremonias y prácticas curativas llevadas a cabo en las sociedades preindustriales, atribuyendo las supuestas mejorías al pensamiento mágico, la sugestión y la credulidad de los nativos. No obstante, los estudios comparativos realizados sobre los efectos terapéuticos de la medicina occidental y de diversas ceremonias primitivas de curación han llevado a conclusiones realmente interesantes. En el sur de Estados Unidos, especialmente en Florida, por ejemplo, los estudios realizados sobre la eficacia curativa de los antiguos sistemas caribeños de curación sobre cubanos y otros inmigrantes latino- americanos han demostrado dar mucho mejor resultado que la psiquiatría y la medicina occidental. Por otra parte, los curanderos (sanadores chamánicos) parecen conocer los límites de sus procedimientos y remiten a los clientes que presentan determinado tipo de problemas a los médicos norteamericanos.
Sería de esperar este tipo de resultados en personas con problemas psicosomáticos y emocionales pero lo cierto es que algunas de estas aproximaciones espirituales también parecen solucionar problemas bastante más críticos. He mantenido un estrecho contacto personal con investigadores que poseen un historial académico intachable -como Walter Pahnke, Andrija Puharich y Stanley Krippner, por ejemplo- quienes estudiaron y filmaron el trabajo de los curanderos psíquicos brasileños y filipinos y quedaron profundamente impresionados por lo que vieron. El brasileño Arigo, un campesino analfabeto conocido como «el cirujano del cuchillo oxidado», realizaba diariamente cientos de operaciones sin anestesia ni desinfección y cerraba las incisiones uniendo simplemente con sus dedos los bordes de la herida. Según Arigo, mientras operaba o recetaba fármacos sobre los que no tenía el menor conocimiento intelectual, decía estar poseído por el espíritu de «Fritz», un médico alemán ya fallecido nativo de Heidelberg.
Tony Agpoa y otros curanderos filipinos son famosos por realizar intervenciones quirúrgicas sin otra herramienta más que sus manos. Existen numerosos testimonios de estas operaciones que han sido filmadas en repetidas ocasiones y se han estudiado minuciosamente sin lograr descubrir el menor asomo de fraude. En algunos de los casos, los resultados conseguidos han sido confirmados por hospitales universitarios, incluido el tumor de pituitaria de una persona que conozco bien. Pero no hay que olvidar tampoco que, en concordancia con la cualidad elusiva del fenómeno psicoide, el análisis de las muestras de tejidos extraídas en esas operaciones demostró ser de procedencia animal. En cualquiera de los casos, lo cierto es que existen curaciones bien documentadas que parecen apuntar a la existencia de ciertas relaciones entre la conciencia y el mundo físico que sólo recientemente hemos comenzado a investigar.
En el extremo opuesto de la escala, los antropólogos y los médicos occidentales también nos han presentado evidencia manifiesta de los efectos negativos del mal de ojo y los hechizos maléficos. No son pocos los antropólogos que han presenciado situaciones en las que la maldición de un brujo termina abocando a la enfermedad o la muerte. También existen informes bien documentados de personas embrujadas que terminaron muriendo a pesar de ser sacadas fuera de su medio cultural e ingresadas en hospitales occidentales. Este tipo de informes son frecuentes en Australia y África, donde las influencias nativas y occidentales se entremezclan. En opinión de Walter B. Cannon, un investigador occidental famoso por su investigación pionera sobre el stress, merece la pena considerar seriamente la posibilidad de que el mal de ojo u otro proceso puramente psicológico sea capaz de causar una enfermedad grave e incluso la muerte.
Quizás el informe más creíble en torno al mal de ojo sea el publicado en 1960 en el Johns Hopkins Medical Journal. El artículo trataba de una joven de Florida sobre quien la comadrona había echado una maldición. El día en que nació, la partera que había asistido al alumbramiento de tres niñas había profetizado que morirían antes de alcanzar los diecinueve, los veinte y los veintitrés años respectivamente. La primera muchacha murió, como había sido predicho, poco antes del día de su cumpleaños en accidente de automóvil. Enterada de ello, la segunda se encerró en su casa el día anterior a su vigesimoprimer cumpleaños. Al llegar la noche, sin embargo, se sentía segura y fue a celebrarlo a un bar pero murió accidentalmente debido al rebote accidental de una bala perdida. Alarmada por el fatal cumplimiento de los dos presagios anteriores, la tercera joven comenzó a sentirse indispuesta y fue ingresada en el hospital Johns Hopkins, donde murió poco antes de cumplir los veintitrés años, pese a los esfuerzos realizados por el equipo médico para salvar su vida. La autopsia no proporcionó ninguna posible explicación médica de su muerte.
Otro fenómeno interesante documentado por los antropólogos es la aparente invulnerabilidad de los participantes en ciertos estados de trance. Una película rodada por Elda Hartley en Bali, por ejemplo, nos muestra a personas que ruedan sobre alfombras de vidrios rotos o ascienden por escaleras formadas por afiladas espadas sin sufrir ningún tipo de daño.' En cierta ocasión yo mismo participé en una ceremonia umbanda brasileña en Río de Janeiro en la que los participantes, poseídos, al parecer, por ciertos dioses, bebían varios litros de un fuerte licor (aquavit) sin mostrar ningún síntoma de ebriedad cuando, pocos minutos después, salían del trance. Lo mismo parece ocurrir regularmente en los rituales vudú de Sudamérica y el Caribe y muchas otras culturas de todo el mundo.
En los años recientes, la mentalidad occidental ha desmitificado este tipo de fenómenos. Los relatos de ceremonias en las que los participantes caminan descalzos sobre brasas cuya temperatura oscila entre los 650 y los 800°C fueron desdeñados como meros cuentos de hadas. No obstante, a principios de los años ochenta, la marcha sobre el fuego fue importada a Estados Unidos desde Indonesia y se convirtió rápidamente en una moda en los círculos de la Nueva Era. Desde entonces, decenas de miles de personas de este país han caminado sobre carbones ardientes y, salvo contadas excepciones, nadie ha sufrido ningún tipo de quemadura. Haya o no explicación natural a este tipo de fenómenos, lo cierto es que este ejemplo demuestra claramente que nuestra comprensión sobre lo posible y lo imposible deja todavía mucho que desear.



Las proezas sobrenaturales de los yoguis:

La literatura espiritual de Oriente, en especial la hinduista, budista y taoísta, afirma que, en las fases avanzadas de la práctica espiritual, ciertos adeptos pueden presentar facultades extraordinarias, algunas de las cuales se encuadran, sin lugar a dudas, en el dominio de lo milagroso y lo sobrenatural. Entre ellas podríamos destacar el control de ciertas funciones fisiológicas que normalmente están bajo el control del sistema nervioso autónomo y, por consiguiente, desde el punto de vista de la neurofisiología occidental, se hallan más allá de cualquier posible control consciente. En este sentido, por ejemplo, los yoguis hindúes son capaces de interrumpir la circulación arterial y venosa, detener el latido cardíaco, abstenerse de todo tipo de alimento e incluso sobrevivir sin respirar. Por su parte, los ascetas de los Himalayas pueden meditar durante largos períodos de tiempo desnudos sobre la nieve y el hielo. En el tuinmo, por ejemplo -un ejercicio perteneciente al tantra tibetano-, el practicante alcanza en un período relativamente corto de tiempo un aumento tal de la temperatura de su cuerpo que puede sentarse sobre el hielo y la nieve y producir el calor suficiente como para secar gran cantidad de telas empapadas.
Al igual que ocurre con los relatos de la marcha sobre el fuego, este tipo de informes suelen ser considerados por los especialistas occidentales con cierta ironía, excepción hecha de algunos investigadores hindúes que han publicado estudios confirmando su existencia. No obstante, durante las dos últimas décadas, varios científicos occidentales han realizado investigaciones que demuestran la existencia. de este tipo de fenómenos. En la década de los setenta, la prestigiosa Menninger Foundation de Topeka ha llevado a cabo experimentos bajo la dirección de los doctores Alyce y Elmer Green para medir los efectos de las prácticas espirituales. Esta investigación constituye una extraordinaria combinación de conocimientos sobre el plano transpersonal, sofisticados instrumentos electrónicos y una aplicación rigurosa de las más avanzadas técnicas occidentales de investigación.
Uno de los primeros sujetos estudiados por los Green fue el yogui indio swami Rama, quien podía producir -en breves minutos y bajo estrictas condiciones de laboratorio- una diferencia de temperatura de más de 3°C entre los lados derecho e izquierdo de la palma de su mano. En otra serie de pruebas, swami Rama demostró que podía hacer descender su ritmo cardíaco de 93 a 60 pulsaciones por minuto en cuestión de segundos concentrándose en su sistema cardiovascular. En otro experimento particularmente impresionante swami Rama logró detener completamente el flujo sanguíneo a través de su corazón durante dieciséis segundos mediante la producción de un latido de casi 306 pulsaciones por minuto. Inmediatamente después del experimento el latido cardíaco del swami volvió a su normalidad y éste se mostró despierto y bromeando con los investiga- dores. Además de controlar a voluntad el ritmo cardíaco, el flujo sanguíneo y la temperatura corporal, swami Rama realizó ante el equipo de investigadores dirigido por los Green otra serie de hechos verdaderamente asombrosos.
En un experimento perfectamente controlado, por ejemplo, swami Rama movió un instrumento parecido a un compás que se hallaba a varios metros de distancia empleando tan sólo su poder mental mientras su rostro permanecía cubierto con una tela para evitar que pudiera utilizar la respiración. El experimento fue repetido en un par de ocasiones y swami Rada logró mover el objeto diez grados en torno a su eje en cada uno de ellos. Swami Rama también podía provocar quistes en los mús- culos largos de su cuerpo en cuestión de segundos y hacerlos desaparecer tan rápidamente como habían surgido. Uno de ellos incluso fue extirpado y analizado clínicamente. El swami afirmaba que los «tejidos blandos» del cuerpo son fáciles de manipular y que el poder de la mente puede hacer aparecer y desaparecer tumores. En una demostración llevada a cabo en Chicago pudo tornar visible ante los ojos del público la energía sutil de sus chakras, como demuestran diversas fotografías Polaroid tomadas por los asistentes.
A lo largo de las dos últimas décadas, la investigación de los Green en la Menninger Foundation ha proseguido y se ha ex- tendido a cientos de sujetos, desde curanderos indios como Ro- lling Thunder a varios maestros espirituales orientales. El «yogui occidental» Jack Schwarz, de Oregon, por ejemplo, además de demostrar su capacidad para diagnosticar adecuadamente enfermedades físicas mediante la lectura de las auras de los pacientes, mostró una sorprendente capacidad para controlar la actividad de sus ondas cerebrales, su flujo sanguíneo y sus procesos curativos. Debemos finalizar este punto diciendo que las investigaciones de los Green en este área han contribuido al desarrollo del biofeedback, una técnica que ha ayudado a miles de personas a aliviar de manera permanente enfermedades tales como la migraña crónica, ciertos problemas circulatorios -incluyendo alteraciones de la presión sanguínea- y la epilepsia.
En la actualidad, la medicina occidental admite la posibilidad de aprender a controlar las funciones involuntarias (la técnica biofeedback). En consecuencia, los científicos ya no consideran que este fenómeno sea imposible pero siguen mostrando, sin embargo, su reticencia frente a la posibilidad de sobrevivir sin alimento ni oxígeno.
Por último, los yoguis también presentan otras facultades sobrenaturales (siddhis) que continúan desafiando a la ciencia ortodoxa. Nos estamos refiriendo a la capacidad de materializar y desmaterializar diversos objetos e incluso el propio cuerpo, la capacidad de mover objetos físicos mediante el poder del pensamiento, la facultad de proyectarse a voluntad a lugares remotos, la posibilidad de hallarse en dos lugares al mismo tiempo (bilocación) y la levitación. Quizás en el futuro la ciencia pueda llegar a demostrar o refutar la existencia de este tipo de fenómenos en la actualidad aparentemente imposibles. En cual- quiera de los casos, los descubrimientos llevados a cabo por la física cuántica evidencian sin lugar a dudas que la posibilidad de una relación entre la conciencia y la materia no es tan ridicula como antaño nos pareciera.



La investigación de laboratorio sobre la psicokinesis

La experimentación científica moderna nos proporciona cada vez más datos que avalan la existencia de la psicokinesis. Sin embargo, por más cuidadosa y meticulosa que sea la investigación, estos descubrimientos todavía son muy controvertidos ya que deben vencer una enorme resistencia en la medida en que se oponen al modelo newtoniano-cartesiano del mundo y parecen apoyar la idea de una realidad «supernormal». La existencia de la psicokinesis ha sido demostrada en diversos experimentos de laboratorio con una metodología que va desde los simples lanzadores de dados hasta la utilización de técnicas de emisión de electrones en el proceso de descomposición radiactiva, sofisticados aparatos electrónicos y modernos computadores. También se han llevado a cabo experimentos con objetos vivos como, por ejemplo, la curación psicokinética de animales, plantas, cultivos de tejidos y enzimas, e incluso se ha llegado a de- tener y a reactivar el corazón de una rana que había sido extirpado de su cuerpo. 

Especialmente interesante resulta, en este sentido, el trabajo con individuos dotados como la soviética Nina Kulagina, quien, bajo estrictas condiciones de laboratorio, demostró su capacidad para trasladar objetos macroscópicos mediante el simple poder de su voluntad.' En otra experiencia de laboratorio, un norteamericano llamado Ted Serios fue capaz de proyectar imágenes mentales sobre una película sensible colocada en el interior de una cámara que, al ser revelada posteriormente, mostró las fotografías claras de las escenas que habían pasado por su mente. Uno de los fenomenos mas controvertidos de este tipo es la capacidad de doblar cucharas mediante el poder de su mente que demuestra el israelí Uri Geller. Una vez más, las circunstancias que rodean a estas manifestaciones parecen demostrar de manera evidente la cualidad elusiva del fenómeno psicoide ya que, aunque este personaje es capaz de realizar proezas sorprendentes también ha sido descubierto, en algunas ocasiones, cometiendo fraudes. En muchos casos, los instrumentos electrónicos utilizados en el laboratorio para la recogida de datos experimentales fallan en los momentos más críticos mientras que, en otras ocasiones, en cambio, los sucesos significativos tienden a ocurrir fuera del radio de acción de las cámaras de vídeo preparadas para grabarlos. En cualquier caso, sin embargo, aunque las facultades psicokinéticas de Uri Geller hayan sido puestas seriamente en entredicho, sus demostraciones televisivas han inspirado a muchos niños de Estados Unidos, Japón y Europa para que dominen el arte de doblar cucharas. A pesar de la confusión que rodea al caso de Uri Geller, es muy improbable que todos los fenómenos que suele provocar sean un simple producto del fraude o la prestidigitación.
Quisiera mencionar un caso que ilustra el tipo de problemas que deben afrontar quienes tratan de investigar este tipo de hechos. Mi hermano Paul es psiquiatra, vive en Canadá y trabaja en la McMasters University, en Hamilton. En cierta ocasión, Paul asistió, en calidad de testigo, a una rueda de prensa que Uri Geller ofreció ante los periodistas canadienses. En un determinado momento, alguien pidió a Uri Geller que tratara de adivinar y reproducir dibujos sencillos dibujados en pequeños trozos de papel que se hallaban ocultos en el interior de sobres cerrados. No obstante, aunque Uri Geller lo intentó, no fue capaz de salir airoso de esta prueba. Pero, en ese mismo momento, mi hermano comenzó a percibir vívidas imágenes mentales y pudo realizar la prueba en lugar de Uri Geller. Debo señalar que mi hermano no se considera una persona dotada, que jamás había realizado una tarea de estas características y que sintió que, de algún modo, la energía
de Uri Geller había sido transferida hasta él.


La tierra ignota

Concluiremos este capítulo sobre las experiencias psicoides subrayando que la literatura mística, los hallazgos de la moderna investigación sobre la conciencia y los datos de laboratorio reunidos en Estados Unidos, la Unión Soviética, Checoslovaquia, etcétera, demuestran de manera manifiesta la existencia de conexiones entre la conciencia individual y el mundo material que desafían seriamente nuestra visión cultural de la realidad. Creo firmemente que el estudio sistemático y desprejuiciado de los fenómenos psicoides y de las experiencias transpersonales terminará conduciéndonos finalmente a una revisión de nuestra concepción de la realidad de la misma magnitud y alcance que la revolución copernicana o que el salto de la física newtoniana a la visión cuántico-relativista.











11. NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE LA REALIDAD Y LA
NATURALEZA HUMANA

A diferencia de cualquier otra entidad orgánica o inorgánica del universo, el ser humano puede evo- lucionar más allá de sus obras, ascender por la es- cala de sus ideas y trascender sus logros actuales.
JOHN STEINBECK







La nueva visión del psiquismo descrita en este libro no sólo tiene importantes consecuencias para el individuo sino que también incide profundamente en los profesionales de la psicología, la psicoterapia y la medicina abriendo, al mismo tiempo, nuevas perspectivas para el estudio de la historia, las religiones comparadas, la antropología, la filosofía e incluso la política. No obstante, un estudio amplio y profundo del posible impacto de esta nueva visión en todas estas disciplinas requeriría varios volúmenes. Señalemos, sin embargo, que, en nuestra opinión, los efectos de esta nueva comprensión de la conciencia humana pueden agruparse en torno a cuatro grandes categorías:
1. Las relaciones existentes entre la materia y la conciencia humana.
2. La naturaleza de los desequilibrios psicosomáticos y emocionales.
3. La psicoterapia y las prácticas terapéuticas.
4. Los orígenes de la violencia humana y la crisis del mundo 
contemporáneo.


Las relaciones entre la materia y la conciencia humana

Según la ciencia newtoniano-cartesiana, la materia constituye el fundamento del universo. En consecuencia, los científicos que sustentan esta perspectiva afirman que la conciencia es un subproducto de los procesos fisiológicos del cerebro. Desde este punto de vista, la conciencia individual se halla circunscrita al interior de nuestro cráneo y, por consiguiente, está completamente separada del resto de las conciencias. Por otra parte, la ciencia ortodoxa también sostiene que la conciencia es un fenómeno exclusivamente humano y tiende a considerar que las formas de vida no humana son meros autómatas inconscientes. No obstante, el examen cuidadoso de ciertas experiencias acaecidas en estados no ordinarios de conciencia -particularmente las de carácter transpersonalnos brinda una evidencia palpable de que las definiciones tradicionales sobre la conciencia son parciales e inexactas.
Aunque la visión de que la conciencia humana se halla circunscrita al interior del cráneo tenga cierta consistencia en lo que respecta a los estados ordinarios de conciencia, no basta, sin embargo, para explicar lo que ocurre cuando nos adentramos en estados no ordinarios de conciencia como el trance, las crisis espontáneas de emergencia psicoespiritual, los estados meditativos, la hipnosis, las sesiones psicodélicas y la psicoterapia experiencial. Todas estas condiciones nos presentan un amplio espectro de experiencias que sugieren, sin lugar a dudas, que el psiquismo humano puede trascender las limitaciones espacio temporales cotidianas. La moderna investigación sobre la conciencia nos revela que el psiquismo no tiene unos límites definidos y absolutos sino que, por el contrario, forma parte de un continuo infinito de conciencia que se extiende más allá del tiempo y del espacio y penetra en ámbitos de la realidad todavía inexplorados.
La investigación actual demuestra que el cerebro actúa como un vehículo de la conciencia y la experiencia humana pero que ésta no se halla, en ningún modo, limitada a aquél. La conciencia, por ejemplo, puede desempeñar funciones inaccesibles para el cerebro y los sentidos. Este tipo de evidencia no proviene exclusivamente de la psicología transpersonal sino que ya fue expresada por el neurocirujano Wilder Penfield, uno de los grandes pioneros de la moderna investigación sobre el cerebro. Cerca ya del final de su vida, Penfield escribió el libro The Mistery of Mind, donde resumía sus observaciones relativas a la relación existente entre el cerebro y la conciencia humana. En opinión de Penfield, la conciencia trasciende con mucho los límites del cerebro. La investigación posterior realizada en el ámbito de la tanatología y el estudio de las experiencias cercanas a la muerte han terminado corroborando el punto de vista de Penfield.
Por otra parte, los descubrimientos realizados por la ciencia moderna comienzan a mostrar puntos de convergencia con las creencias sustentadas por culturas milenarias. Desde este punto de vista, el psiquismo es una manifestación de la inteligencia y la conciencia cósmica que impregna toda la existencia ya que, en última instancia, somos uno con ella y, por consiguiente, jamás podremos separarnos completamente de ella. Esta noción, subyacente a todas las tradiciones místicas universales, fue denominada por Aldous Huxley como «filosofía perenne».
La investigación moderna nos ofrece una nueva aproximación al psiquismo humano que puede salvar el abismo existen- te entre la ciencia occidental tradicional y la sabiduría de los sistemas espirituales basados en siglos de observación sistemática de la conciencia. Si tenemos en cuenta la nueva cartografía descrita en este libro, fenómenos culturales tan relevantes corno el chamanismo, los sistemas espirituales orientales y, en suma, las tradiciones místicas universales dejan de parecernos delirios o aberraciones psicopatológicas y adquieren un nuevo y comprensible sentido.
La luz que nos proporciona esta nueva cartografía de la con- ciencia humana nos permite contemplar con ojos nuevos los informes proporcionados por los antropólogos y los historiadores. El conocimiento de las experiencias perinatales, transpersonales y psicoides nos permite dotar de un nuevo significado a los antiguos ritos de transición, a las ceremonias de curación y a los misterios ancestrales de la muerte y el renacimiento. Los ritos de transición, por ejemplo, eran ceremonias propias de las sociedades preindustrializadas que jalonaban y ayudaban a atravesar determinadas fases biológicas o sociales decisivas como el nacimiento de un niño, la circuncisión, la pubertad, el matrimonio, la muerte o la migración de la tribu. La mayor parte de estos rituales se realizaban en estados no ordinarios de conciencia inducidos a través de técnicas muy diversas. En estas ceremonias, los iniciados experimentaban con frecuencia la muerte y el renacimiento y llegaban a establecer una conexión profunda con la esfera transpersonal. Por su parte, en las ceremonias curativas -ya fueran individuales, colectivas o cósmicas- también se recurría a técnicas de alteración de la conciencia que permitían a los participantes entablar contacto con los poderes superiores de la naturaleza y del universo.
En culturas más avanzadas, la gente también podía acceder a experiencias similares a través de los sagrados misterios de la muerte y el renacimiento, ritos de transformación basados en mitologías específicas que desempeñaron un papel fundamental en las antiguas civilizaciones. En Babilonia los ritos de muerte y renacimiento se realizaban en nombre de Ishtar y Tammuz, mientras que en Egipto se hacía en el de Isis y Osiris. En la antigua Grecia y en Asia Menor, por su parte, se celebraban los misterios de Eleusis, los ritos dionisíacos, los misterios de Atis y Adonis, etcétera. La mayoría de las figuras más relevantes de la política y la cultura antiguas -entre las cuales cabe destacar a Platón, Aristóteles, el dramaturgo Eurípides y el general Alcibíades, por ejemplo- fueron iniciadas en estos misterios. En esos ritos, los participantes trascendían la realidad cotidiana y se adentraban en dominios que se hallan más allá del mundo de la conciencia ordinaria.
La psiquiatría tradicional nunca ha podido explicar adecuadamente la universalidad y la importancia cultural y psicológica de este tipo de experiencias. Sin embargo, la observación científica de los estados no ordinarios de conciencia en individuos de nuestro entorno cultural nos proporciona claves funda- mentales para comprender el sentido de todos estos viajes a otras realidades. En consecuencia, desde nuestro punto de vista, resulta evidente que estas antiguas prácticas no constituyen fenomenos patológicos ni son la simple expresión de supersticiones primitivas. En nuestra opinión, se trata de verdaderas prácticas espirituales cuya sofisticación nos revela una visión de la conciencia más amplia que la que demuestran tener quienes suscriben el paradigma newtoniano-cartesiano de la realidad. Pero hasta los científicos más escrupulosos están comenzando a descubrir que, en los estados no ordinarios de conciencia, el ser humano puede acceder a experiencias cuyo profundo significado personal puede propiciar transformaciones dramáticas en su propio sistema de creencias.
Los estados no ordinarios de conciencia nos brindan una nueva visión del papel que desempeña la espiritualidad en el esquema universal de las cosas. En nuestro siglo, la psicología y la psiquiatría académica han tendido a despreciar la espiritualidad como si ésta fuera una superstición engendrada por el pensamiento mágico primitivo y por la mera patología. Sin embargo, la moderna investigación sobre la conciencia con respecto a las experiencias perinatales y transpersonales realizada en las dos últimas décadas nos permite comenzar a vislumbrar que la espiritualidad se halla profundamente arraigada en los rincones más profundos del psiquismo humano. Como afirmó C.G. Jung, estas experiencias visionarias tienen un carácter esencialmente numinoso y constituyen la fuente original de todas las religiones. Por otra parte, cada vez resulta más evidente que la mente del ser humano tiene una profunda necesidad de experiencias transpersonales y de estados que le permitan trascender su identidad individual y acceder a la plenitud atemporal en la que él mismo se sustenta. Desde este punto de vista, pues, el impulso espiritual es más urgente y elemental incluso que el impulso sexual y su insatisfacción, por tanto, puede llegar a generar graves trastornos psicológicos.



La naturaleza de los desequilibrios psicosomáticos y emocionales

La investigación realizada en torno a la conciencia humana también ha modificado radicalmente nuestra visión sobre la salud mental. A lo largo de su evolución, la psiquiatría ha logrado alcanzar el rango de disciplina médica, un proceso iniciado en las postrimerías del siglo xix al descubrir que determinados desórdenes mentales específicos se originan en ciertas condiciones biológicas como las infecciones, los tumores, las lesiones y las enfermedades degenerativas del cerebro. De este modo, la psiquiatría se ha visto cada vez más influenciada por el modelo médico, aun cuando no haya podido demostrar la existencia de una causa biológica que dé cuenta de la mayor parte de las neurosis, las depresiones, las enfermedades psicosomáticas y los estados psicóticos.
En la actualidad, la teoría psiquiátrica, la práctica clínica y la formación de los profesionales sigue asentándose en el modelo médico. Consecuentemente, el término enfermedad mental viene aplicándose indiscriminadamente a multitud de condiciones que carecen de fundamento orgánico. De este modo, la psiquiatría considera que los síntomas son manifestaciones de un proceso patológico cuya intensidad es proporcional a la grave- dad de la enfermedad. Por consiguiente, las principales corrientes de la psiquiatría orientan todos sus esfuerzos hacia la eliminación de los síntomas hasta el punto de llegar a equiparar la «mejoría» con la desaparición de los síntomas y su intensificacion con el «empeoramiento» de la condición mórbida.
Otro legado que la psiquiatría ha heredado de la medicina es el énfasis puesto en la etiqueta diagnóstica. Pero si bien esta práctica es relativamente adecuada en lo que respecta a las enfermedades exclusivamente físicas, resulta, no obstante, totalmente inapropiada en lo que concierne al diagnóstico psiquiátrico. En la práctica psiquiátrica, tanto la filosofía como las creencias personales y la calidad de la relación humana que se establece entre el terapeuta y el paciente desempeñan un papel fundamental a la hora de decidir el tratamiento a seguir. De este modo, quienes sustentan una orientación organicista pueden prescribir la terapia de electroshock para ciertos neuróticos mientras que, por su parte, otros psiquiatras de orientación psicologicista tienden a utilizar métodos mucho más psicoterapéuticos.
El trabajo con los estados no ordinarios de conciencia ha modificado considerablemente nuestra comprensión de aquellos desórdenes emocionales y psicosomáticos que parecen carecer de causa orgánica. Esta línea de trabajo ha demostrado que todos llevamos con nosotros el registro interno de traumas físicos y emocionales, algunos de los cuales tienen un origen biográfico y perinatal mientras que otros, en cambio, son de naturaleza claramente transpersonal. Hay quienes pueden acceder a estos engramas perinatales mediante técnicas de meditación mientras que otros, en cambio, sólo logran alcanzarlos mediante el uso continuado de la psicoterapia experiencial y las sesiones psicodélicas y aún algunos, por último, disponen de defensas psicológicas tan débiles que pueden acceder espontáneamente a este tipo de material inconsciente en medio de sus actividades cotidianas.
Cuando comenzamos a experimentar los síntomas de un desorden de naturaleza más emocional que orgánica, es importante comprender que no estamos sufriendo una «enfermedad» sino la emergencia en nuestra conciencia de un material que, hasta ese momento, había permanecido sepultado en la parte inconsciente de nuestro psiquismo y que, cuando este proceso concluya, los síntomas asociados al material inconsciente se resuelven definitivamente y tienden a desaparecer. Así pues, la aparición de estos síntomas no supone el principio de la enfermedad sino el inicio de su resolución. De igual modo, la intensidad de los síntomas no debería ser considerada como un índice de la gravedad de la enfermedad sino, por el contrario, como un indicador de la velocidad del proceso curativo. La psiquiatría clínica han constatado, desde hace ya mucho tiempo, que las crisis agudas e intensas tienen un mejor pronóstico que las leves y crónicas. A pesar de ello, sin embargo, el tratamiento de elección de la psiquiatría ortodoxa apunta a eliminar los síntomas o a impedir que afloren, una costumbre que paradójicamente contribuye a prolongar las enfermedades de origen emocional.
Los estados no ordinarios de conciencia funcionan como una especie de radar interno que rastrea las cargas emocionales más poderosas y hace aflorar en la conciencia el material asociado a ellas para que puedan ser resueltas. Este proceso, en el que se amplifican los síntomas existentes para que el «material inconsciente» -oculto hasta entonces- pueda aflorar a la superficie, guarda cierto parentesco con el principio terapéutico de la homeopatía. Desde el punto de vista homeopático -opuesto, por otra parte, a la hipótesis sustentada por la medicina ortodoxa-, los síntomas no son una manifestación de la enfermedad sino la expresión misma del proceso curativo.
La investigación sobre los estados no ordinarios de con- ciencia también nos permite considerar desde una nueva perspectiva la importancia relativa del material biográfico posnatal. Desde el punto de vista de la psiquiatría, la clave de la neurosis y de los desórdenes psicosomáticos reside en las experiencias traumáticas de la primera infancia y en los acontecimientos biográficos posteriores. Salvo contadas excepciones, la psiquiatría considera que las perturbaciones psicóticas no pueden ser explicadas en términos exclusivamente psicológicos sino que se basan en algún tipo de patología cerebral que todavía no ha sido identificada.
Sin embargo, la investigación realizada sobre estados no ordinarios de conciencia nos permite descartar este tipo de hipó- tesis al apuntar que los síntomas neuróticos o psicosomáticos se asientan en niveles del psiquismo que trascienden el marco de lo estrictamente biográfico. Así pues, si bien, en un primer nivel, ciertos síntomas están relacionados con acontecimientos traumáticos sufridos en la infancia o en la adolescencia -como describe la psicología tradicional-, a medida que prosigue el proceso y las experiencias van profundizándose, descubrimos también que esos mismos síntomas están relacionados con de- terminados aspectos del trauma del nacimiento y que existen ramificaciones adicionales que se remontan a fuentes transpersonales como, por ejemplo, las experiencias de una vida anterior, un tema arquetípico no resuelto o la identificación de la persona con un determinado animal.
Desde este punto de vista, por ejemplo, una persona aquejada de asma psicógena puede recordar acontecimientos sofocantes de su infancia, como un ahogo, la tosferina o un ataque de difteria. En un nivel más profundo, sin embargo, puede llegar a revivir alguna experiencia asfixiante mientras se hallaba atravesando el canal del nacimiento y, en un nivel transpersonal, los síntomas asmáticos pueden estar conectados con experiencias sufridas en vidas anteriores como, por ejemplo, haber fallecido por estrangulamiento o ahorcamiento, e incluso con elementos de la conciencia animal tales como la identificación con una presa animal que murió asfixiada por una boa constrictor. La resolución definitiva de este tipo de asma nos obliga, pues, a afrontar e integrar los distintos niveles de experiencias conectadas con el problema.
El trabajo experimental profundo con muchas de las condiciones patológicas tratadas por la psiquiatría ha demostrado la existencia de esta estratificación en diversos niveles. En este sentido, los niveles perinatales del inconsciente que hemos mencionado en los primeros capítulos de este libro constituyen el depósito original de todas las emociones y sensaciones sobre las que se asienta la ansiedad, la depresión, la desesperación, la inferioridad, la agresividad y los impulsos violentos. Ese tras- fondo emocional puede verse reforzado luego por los traumas biográficos posteriores y terminar originando diversos tipos de fobias, depresiones, tendencias sadomasoquistas, conducta criminal y síntomas histéricos. Las tensiones musculares, el dolor y otros tipos de malestar físico que suelen acompañar al trauma del nacimiento, por su parte, pueden derivar, con el tiempo, en síntomas psicosomáticos tales como el asma, la migraña, el dolor de cabeza, la úlcera péptica y la colitis crónica.
En nuestra investigación sobre la tercera matriz perinatal (MPB III) hablábamos de la existencia de una fuerte excitación libidinal. No parece, pues, extraño, que nuestro primer encuentro con las sensaciones sexuales esté cargado de ansiedad, dolor y agresividad y que, en ocasiones, descubramos también sangre, mucosidades y hasta orina y heces. Este tipo de asociaciones puede proporcionar el fundamento natural de ciertas desviaciones y perversiones sexuales que explique ciertos crímenes sexuales. Sigmund Freud conmocionó al mundo cuan- do anunció que la sexualidad no comienza en la pubertad sino en la temprana infancia. Sin embargo, nuestra investigación va mucho más allá y sugiere que la sexualidad comienza mucho antes de la pubertad y de la infancia y se remonta hasta el momento de nuestro nacimiento o incluso antes de él. Por más in-sólita que pueda parecernos, esta idea nos proporciona una explicación perfectamente plausible del origen de muchas patologías sexuales, especialmente aquellas más extrañas e infrecuentes.
Nuestra investigación también nos ofrece una evidencia adicional convincente de que las tendencias suicidas, el alcoholismo y la adicción a las drogas tienen raíces perinatales. Resulta especialmente significativo, en este sentido, el uso de la anestesia durante el parto, una práctica que parece enseñar -a nivel celular- al recién nacido que ciertas sustancias empleadas para aliviar los dolores de la madre constituyen una forma natural de escapar al dolor y las dificultades emocionales. Varias investigaciones clínicas han evidenciado la existencia de una relación entre la conducta suicida y ciertos aspectos del proceso del nacimiento biológico. Mencionemos, por ejemplo, que los envenenamientos parecen estar vinculados al uso de anestesia durante el proceso del parto mientras que el ahorcamiento, por su parte, parece estar relacionado con la estrangulación durante el nacimiento, y el suicidio violento, por último, correlaciona altamente con el nacimiento violento. Al igual que ocurría con el ejemplo del asma, este tipo de problemas también parece tener raíces que trascienden el mundo de lo meramente personal. Así, por ejemplo, el intento de ahorcamiento tiene que ver con el estrangulamiento o el ahorcamiento sufrido en una vida anterior, el suicidio por sobredosis está relacionado con experiencias con drogas acaecidas en vidas pasadas y un suicidio violento como, por ejemplo, la colisión deliberada de automóvil, correlaciona con acontecimientos de la misma índole ocurridos en vidas anteriores.
Sin embargo, esta nueva comprensión de los problemas emocionales no queda restringida al ámbito de la neurosis y los desórdenes psicosomáticos sino que también puede aplicarse a perturbaciones psicológicas graves como las psicosis, por ejemplo. Los esfuerzos realizados por atribuir una causa psicológica a los diversos síntomas psicóticos no parecen demasiado convincentes, sobre todo en el caso de que los profesionales clínicos los interpreten exclusivamente en función de los acontecimientos biográficos acaecidos durante la primera infancia y la adolescencia. Los estados psicóticos suelen implicar emociones y sensaciones físicas muy intensas, como la desesperación total, la profunda soledad metafísica, el dolor físico extremo y la agresividad criminal o, por el contrario, la unidad con el universo, el rapto extático y la beatitud celestial. Por otro lado, a lo largo de un episodio psicótico, la persona puede llegar a experimentar no sólo su propia muerte y su propio renacimiento sino también la destrucción y la reconstrucción de la totalidad del mundo. El contenido de estos episodios suele ser fantástico y exótico, e incluye la presencia de seres mitológicos, de paisajes paradisíacos o infernales, de acontecimientos ocurridos en otros países y en otras culturas y de encuentros extraterrestres. Por su parte, los traumas biográficos de la primera infancia como el hambre, la deprivación emocional y otras frustraciones propias de la niñez no pueden explicar de manera convincente la intensidad de las emociones y sensaciones experimentadas ni el extraño contenido de los estados psicóticos.
Esta perspectiva arroja una nueva luz sobre muchos de los estados atribuidos tradicionalmente a procesos patológicos cerebrales desconocidos hasta el momento. El trauma del nacimiento es un acontecimiento doloroso y una amenaza potencial para la vida que suele durar varias horas. En este sentido, el trauma del nacimiento constituye un elemento fundamental del inconsciente y es mucho más probable que las emociones y las sensaciones más intensas se originen en él que en los acontecimientos biográficos posteriores. Del mismo modo -como sugiere el concepto junguiano de arquetipos del inconsciente colectivo- muchas experiencias psicóticas hunden sus raíces en las dimensiones mitológicas de la existencia. Por otra parte, la emergencia de estos contenidos profundos del inconsciente puede ser considerada como una tentativa del psiquismo para deshacerse de los engramas traumáticos y simplificar su funcionamiento.
En base a este tipo de consideraciones, mi esposa Christina y yo llegamos a la conclusión de que muchos estados diagnosticados habitualmente como enfermedades mentales y que, consecuentemente, suelen ser tratados con una medicación anti- sintomática son, en realidad, crisis psicoespirituales o, como solemos decir, crisis de «emergencia espiritual» que, con la comprensión y el apoyo adecuados, pueden conducir hasta la curación y la transformación completa de la personalidad. A lo largo de los siglos, la literatura mística ha considerado que este tipo de episodios constituyen aspectos fundamentales del viaje espiritual emprendido por chamanes, fundadores de grandes religiones, santos, profetas, ascetas e iniciados en los misterios sagrados de todas las épocas. En 1980, Christina fundó la Spiritual Emergence Network (SEN), una organización mundial que ofrece su cooperación y guía a individuos que están atravesando este tipo de crisis psicoespirituales como alternativa a los tratamientos tradicionales. En la actualidad, los ficheros del SEN contienen miles de direcciones de personas de todo el mundo.


La psicoterapia y las prácticas terapéuticas

La finalidad de la mayor parte de los sistemas psicoterapéuticos existentes es llegar a comprender el funcionamiento del psiquismo y la causa de los desórdenes emocionales. Su objetivo terapéutico consiste en modificar los pensamientos, los sentimientos, la conducta y las decisiones vitales de sus clientes. Hasta las modalidades psicoterapeúticas menos directivas consideran que el terapeuta es el elemento fundamental del proceso de curación ya que posee un conocimiento y un entrenamiento de los que carece el cliente, cualidades, por otra parte, que parecen suficientes para que el terapeuta lleve a buen puerto la autoexploración de su cliente mediante preguntas e interpretaciones adecuadas.
El problema es que muy pocas corrientes terapéuticas coinciden en los aspectos fundamentales del psiquismo humano, la naturaleza de la psicopatología y las técnicas psicoterapéuticas a utilizar. Así las cosas, el abordaje psicoterapéutico de una determinada enfermedad depende, en gran medida, del sistema de creencias personales del terapeuta y de la escuela a la que pertenezca. No existen estudios que demuestren de una manera concluyente la eficacia terapéutica de una terapia concreta. Es bien conocido el hecho de que los «buenos terapeutas» obtienen buenos resultados y que los «malos terapeutas» obtienen malos resultados independientemente de cuál sea la escuela a la que pertenezcan. Por otra parte, los cambios experimentados por los clientes parecen tener poca relación con lo que los terapeutas creen estar haciendo. Bien podríamos decir, pues, que el éxito de una determinada terapia no depende tanto de la técnica utilizada por el terapeuta ni del contenido de las interpretaciones verbales sino de factores tales como la cualidad de la relación que se establece en el ámbito terapéutico, el grado de empatía y la sensación de ser comprendido y ayudado.
En las psicoterapias verbales tradicionales el paciente debe proporcionar información acerca de sus problemas presentes y pasados, lo cual suele suponer, con mucha frecuencia, la descripción del contenido de sus sueños que se supone que pueden proporcionar la comprensión de ciertos contenidos de su in- consciente. A partir de todo ese material, los diferentes psicólogos deciden lo que es psicológicamente relevante. Así, por ejemplo, los analistas freudianos se centran sobre los temas sexuales mientras que los adlerianos otorgan más importancia al material relacionado con los sentimientos de inferioridad y el deseo de poder. El trabajo con los estados no ordinarios de conciencia, por su parte, soslaya los problemas suscitados tanto por las diferencias teóricas entre las distintas escuelas como por el papel del terapeuta como intérprete del material psicologico. Como ya hemos dicho, en los estados no ordinarios de conciencia se produce, por así decirlo, una selección y una toma de conciencia automática del material emocionalmente relevante. Por otra parte, los estados no ordinarios de conciencia también nos proporcionan la comprensión necesaria y movilizan nuestros propios recursos curativos ya que, por más que las distintas escuelas psicológicas traten de imitar los procesos naturales de curación, jamás podrán llegar a dominarlos.
La condición principal para el uso terapéutico de los estados no ordinarios de conciencia no consiste en dominar ciertas técnicas concretas ni en encaminar al paciente en una dirección de- terminada de antemano, sino en aceptar y confiar en el desarrollo espontáneo del proceso curativo. En este sentido, la aceptación incondicional constituye un elemento de capital importancia, aun en el caso de que el terapeuta no llegue a comprender intelectualmente lo que esté ocurriendo, lo cual pone en graves aprietos a aquellos profesionales que dependen excesivamente de la orientación teórica de su escuela. De este modo, los síntomas van remitiendo y las transformaciones comienzan a tener lugar como consecuencia de una serie impredecible de experiencias -biográficas, perinatales, transpersonales o de los tres tipos a la vez- sin esfuerzo alguno por parte del terapeuta. Miles de sesiones psicodélicas y el trabajo con la Respiración Holotrópicac' en las crisis de emergencia espiritual me han brindado la posibilidad de asistir a innumerables curaciones y a cambios positivos de la personalidad inaccesibles, por otra parte, a todas mis tentativas de comprensión racional.
En el trabajo con estados no ordinarios de conciencia, los roles del terapeuta y del cliente difieren notablemente de los que tienen asignados en las terapias convencionales. En este caso, el terapeuta no es un agente activo que provoca el cambio del paciente mediante determinadas intervenciones concretas sino alguien que colabora inteligentemente con las mismas fuerzas curativas del cliente. Esta nueva perspectiva del papel del terapeuta coincide con el sentido original del término griego the-rapeutes, que significa «quien asiste al proceso curativo», y también parece estar de acuerdo con el enfoque terapéutico de C.G. Jung, según el cual la función del terapeuta es servir de intermediario para que el paciente llegue a contactar y comunicarse con su propio self interior que es, en realidad, el auténtico guía del proceso de transformación e individuación. La sabiduría que hace posible la curación y la transformación procede del inconsciente colectivo y supera, con mucho, el posible conocimiento intelectual del terapeuta.
Aunque el terapeuta y el cliente pueden llegar a sentir una cierta frustración por la falta de comprensión racional del pro- ceso curativo, los cambios sufridos por el cliente en períodos de tiempo relativamente breves constituyen una compensación más que suficiente. En este tipo de trabajo, resulta evidente la inutilidad de recurrir a un rígido marco conceptual para encasillar la problemática del cliente. Como decía Jung, no tenemos la menor garantía de que lo que observamos en una determinada sesión terapéutica haya sido visto y comprendido anteriormente por alguno de los enfoques terapéuticos existentes. El psiquismo carece de fronteras y cuenta con una creatividad y unos recursos ilimitados. Por consiguiente, es muy posible que, en algunas sesiones terapéuticas, nos encontremos con fenómenos nuevos que no hayan sido contemplados anteriormente, lo cual convierte al trabajo terapéutico en una excitante aventura en la que, en cada recodo del camino, nos aguardan nuevos descubrimientos y cosas que aprender.



Los orígenes de la violencia humana y la crisis del mundo contemporáneo

Una de las implicaciones más importantes de este nuevo modelo del psiquismo es la comprensión de los fenómenos sociopolíticos. Las explicaciones que nos ofrece la ciencia tradicional sobre las atrocidades cometidas a lo largo de la historia de la humanidad no son lo suficientemente convincentes y dejan mucho que desear. La imagen del ser humano como un «mono desnudo» que alberga instintos criminales heredados de su pasado animal, no puede dar cuenta de lo que el psicoanalista Erich Fromm denominaba «agresividad maligna», un tipo de agresividad exclusivamente humana. Los animales sólo luchan por la comida, el sexo y el territorio y no existe ninguna actividad animal que pueda equipararse a las absurdas muestras de crueldad de que hace gala el ser humano.
Por otra parte, todos los intentos psicológicos de explicar la violencia en base a un modelo biográfico de la conciencia humana se han mostrado igualmente frustrantes e inadecuados. De la misma manera que constatábamos la imposibilidad de dar cuenta de la psicopatología individual en términos del modelo tradicional orientado biográficamente, esta misma inadecuación se toma más palpable, si cabe, cuando intenta explicar las manifestaciones de la psicopatología colectiva: las guerras, las revoluciones, la brutalidad de los regímenes totalitarios, la barbarie de los campos de concentración y el genocidio. Así pues, el sufrimiento emocional experimentado durante la infancia y la adolescencia no puede dar cuenta de la magnitud del comportamiento violento del individuo y de la sociedad.
Los traumas psicológicos asociados con las experiencias que han modelado nuestro psiquismo a partir del momento del nacimiento no bastan para explicar los horrores del nazismo, las atrocidades del régimen de Stalin o la monstruosa conducta del apartheid sudafricano. Sin embargo, cuando añadimos las perspectivas perinatales y transpersonales que nos brindan los estados no ordinarios de conciencia, este tipo de sucesos comienzan a resultar algo más comprensibles. El trauma del nacimiento implica una lucha a muerte que puede servir de fundamento para el desarrollo de muchas emociones violentas. La rabia inconsciente asociada al trauma del nacimiento, por ejemplo, constituye un acontecimiento compartido que puede aglutinar a cien- tos de miles de personas y cuya fuerza podría explicar gran parte de las aberraciones psicológicas de la conducta colectiva. Por su parte, los arquetipos del inconsciente colectivo disponen de una fuerza psicológica extraordinaria que trasciende los límites del individuo y también podrían dar cuenta de parte de la psicopatología de las masas.
 
Sin embargo, la guerra es un fenómeno complejo que no sólo responde a razones psicológicas sino que también se origina por motivaciones históricas, políticas y económicas. Por consiguiente, no debemos esperar que los factores psicológicos expliquen completamente el fenómeno de la guerra. Sin embargo, aunque los aspectos más tangibles de los conflictos internacionales hayan recibido una gran atención, sus raíces y sus dimensiones psicológicas generalmente han sido ignoradas. En este sentido, la moderna investigación sobre la conciencia nos proporciona ciertas claves extraordinariamente importantes, ya que en los estados no ordinarios de conciencia el material que emerge del inconsciente suele incluir temas de guerra, regímenes totalitarios, revoluciones, los horrores de los campos de concentración y el genocidio, escenas que pueden despertar violentas emociones y sensaciones físicas en las que el sujeto se identifica tanto con el papel de la víctima como con el papel del agresor.
Cuando las sesiones se hallan dominadas por la MPB II, la persona conecta con los sentimientos del niño que se halla prisionero en el canal del nacimiento antes de que se abra el cuello de la matriz. Esta situación suele ir acompañada de escenas de la historia de la humanidad en las que el individuo experimenta el papel de víctima e implica la identificación con los pueblos oprimidos por dictaduras totalitarias, con los ciudadanos que padecen una guerra, con la gente internada en campos de concentración y, en suma, con los oprimidos de todas las épocas. Estas imágenes aparecen incluso en individuos que jamás han experimentado personalmente este tipo de situaciones en su vida real pero cuyo inconsciente parece tener un conocimiento de primera mano de todas las sensaciones y emociones implicadas.
Cuando el control del proceso se desplaza a la MPB III, la persona se identifica con el niño que lucha por escapar del canal del nacimiento una vez que se abre el cuello de la matriz, una circunstancia que parece modificar radicalmente la naturaleza de las experiencias sociopolíticas implicadas. Aunque todavía nos encontramos con escenas violentas, el individuo se identifica ahora también con el agresor. El proceso oscila entre la identificación con la víctima y la identificación con el agresor, aunque ocasionalmente también puede llegar a adoptar el papel de observador externo. El tema predominante en este contexto es la revolución, cuando la opresión ha llegado a un punto in- soportable y el tirano debe ser derrocado para recuperar nuevamente la capacidad de «respirar», una experiencia que suele despertar asociaciones con escenas de la Revolución Francesa, la Revolución Soviética, la guerra civil americana u otras luchas en pos de la libertad. Finalmente, el momento real del nacimiento suele ir acompañado de escenas vinculadas con el triunfo revolucionario y el final de la guerra.
La naturaleza de las sensaciones y emociones implicadas en estas experiencias nos sugiere que no son creaciones individuales manufacturadas a partir de la lectura de libros de aventuras, películas y programas de televisión. Después de haber presenciado miles de sesiones terapéuticas en las que aparecía este tipo de material, he llegado al pleno convencimiento de que este material tiene su origen en el inconsciente colectivo. Cuando el trabajo de exploración interior nos permite recuperar el recuerdo del trauma del nacimiento parecen abrirse las puertas al inconsciente colectivo y, de ese modo, podemos acceder a las experiencias de quienes han afrontado ese tipo de situaciones en la vida real.


La tiranía de la sombra

Después de más de veinte años de examinar este tipo de contenidos, no tengo más remedio que considerar seriamente la posibilidad de que el nivel perinatal del inconsciente -esa parte de nuestro psiquismo que «conoce» en profundidad la historia de la violencia humana- puede, en realidad, ser la causa parcial de las guerras, las revoluciones y otras atrocidades similares. Veamos ahora una nueva prueba que no procede del campo de la moderna investigación sobre la conciencia sino de una investigación cuidadosa de la historia.
Tras la publicación de mi primer libro, Realms ofthe Human Unconscious, recibí una carta de Lloyd de Mause, un psicoanalista y periodista neoyorquino. De Mause es uno de los creadores de la psicohistoria, una disciplina que aplica los hallazgos de la psicología profunda a la historia y la ciencia política. Los psicohistoriadores se ocupan de temas tales como la relación existente entre la biografía infantil de los líderes políticos, sus sistemas de valores y sus procesos de toma de decisiones. Asimismo, también tratan de comprender la relación existente entre las prácticas educativas de una determinada época y la naturaleza de las guerras y las revoluciones. Al conocer mis descubrimientos sobre el trauma del nacimiento y sus posibles consecuencias sociopolíticas, Lloyd de Mause se mostró enormemente interesado porque mis propuestas contribuían a respaldar sus propias hipótesis.
Durante muchos años, De Mause se ha dedicado al estudio de los aspectos psicológicos de los períodos que anteceden a las guerras y las revoluciones, mostrándose especialmente interesado en la forma en que los líderes militares pueden lograr movilizar a masas enteras de pacíficos ciudadanos y transformarlos en máquinas para matar. Su aproximación al tema es muy original y creativa ya que, además de analizar las fuentes históricas tradicionales, recoge datos de tanta importancia psicológica como las caricaturas, los chistes, los sueños, las fantasías personales, los lapsus linguae, los comentarios superficiales e, incluso, los dibujos y los garabatos escritos al margen de los documentos políticos. En la época en que contactó conmigo había analizado ya, de este modo, diecisiete situaciones anteriores al estallido de guerras y revoluciones que abarcaban varios siglos, desde la antigüedad hasta la edad contemporánea.
Al analizar ese material histórico, De Mause se soprendió ante la extraordinaria abundancia de figuras, metáforas e imágenes verbales relacionadas con el nacimiento biológico. Cuan- do los líderes militares y los dirigentes políticos describen una situación crítica o declaran una guerra, suelen utilizar una terminología perfectamente aplicable a la crisis perinatal. No es extraño escucharles acusar al enemigo diciendo que «nos asfixia y nos sofoca», que «está tratando de quitarnos el aliento», «de confinarnos» y «de no dejarnos espacio suficiente para vivir» (Lebensraum, de Adolf Hitler). Igualmente frecuentes son las alusiones a cuevas oscuras, túneles, confusos laberintos, peligrosos abismos a los que se nos empuja y la amenaza de ser aplastado por el enemigo. Del mismo modo, la promesa de una solución también se expresa en términos perinatales, ya que los dirigentes prometen «conducirnos hasta la luz que asoma al final del túnel», aseguran «sacarnos del laberinto» y nos garantizan que, después de vencer al opresor, podremos volver a «respirar libremente».
Los estudios de Lloyd De Mause incluyen a personajes famosos como Alejandro Magno, Napoleón, el káiser Guillermo II, Adolf Hitler, Khrushchev y Kennedy. Asimismo, De Mause descubrió elementos asombrosos del simbolismo perinatal en las declaraciones del almirante Shimada y del embajador Kurassa antes del ataque japonés a Pearl Harbor. Especialmente escalofriante resulta el uso del simbolismo perinatal en la explosión de la bomba atómica en Hiroshima. El avión que transportaba la bomba fue bautizado con el nombre de la madre del piloto, Enola Gay; la bomba recibió el apelativo -pintado en uno de sus lados- de «The Little Boy» y el mensaje codificado que se mandó a Washington después de la explosión decía «el niño ha nacido». Desde la época en que establecimos contacto, Lloyd de Mause ha seguido reuniendo numerosos ejemplos históricos adicionales y ha matizado su tesis de que el recuerdo del trauma del nacimiento desempeña un papel decisivo en toda actividad social violenta. 01>1
En el excelente libro de Sam Keen, The Faces of the Enemy, podemos encontrar un apoyo adicional a estas ideas. En ese libro, Keen reúne una importante antología de carteles de guerra, tiras cómicas y caricaturas procedentes de diferentes culturas y períodos históricos y demuestra que el modo de retratar y describir al enemigo en períodos de guerras y revoluciones constituye casi un estereotipo que posee muy poca relación real con la cultura implicada. Según Keen, la supuesta imagen del enemigo constituye esencialmente una proyección de los aspectos no reconocidos y reprimidos de nuestra sombra inconsciente.' Aunque en la historia de la humanidad también podemos encontrar algunos ejemplos de «guerras justas», quienes inician las hostilidades suelen sustituir con objetivos externos aquellos elementos de su propio psiquismo que deberían ser afrontados mediante su propio autoconocimiento.
El marco teórico de Sam Keen no menciona específicamente el dominio perinatal del inconsciente. Sin embargo, el análisis del material que nos proporciona revela una preponderancia de las imágenes simbólicas propias de las MPB II y III. Habitual- mente se describe al enemigo como un peligroso pulpo, un dragón malvado, una hidra de muchas cabezas, una gigantesca tarántula venenosa o un Leviatán capaz de tragárselo todo. Otros símbolos utilizados con mucha frecuencia son las aves de presa, los felinos predadores, los monstruosos tiburones, las serpientes ominosas y, muy especialmente, las víboras y las boas constrictor. Por su parte, en tiempos de guerra, revolución o crisis política también abundan las imágenes de escenas que describen estrangulamientos, aplastamientos, traicioneros remolinos y arenas movedizas. Así pues, las escenas procedentes de estados no ordinarios de conciencia vinculadas con las experiencias peri- natales y los documentos históricos adicionales reunidos por Lloyd De Mause y Sam Keen constituyen una poderosa evidencia en favor de las raíces perinatales de la violencia humana.
Desde el punto de vista que nos proporcionan los estados no ordinarios de conciencia y los descubrimientos de los psicohistoriadores, todos conservamos en nuestro inconsciente profundo las poderosas emociones y sensaciones asociadas con el trauma del nacimiento que no hemos llegado a integrar adecuadamente en nuestra conciencia. Hay quienes ignoran completamente la existencia de estas facetas de su psiquismo mientras que otros, por el contrario, parecen mostrar cierto grado de conocimiento al respecto. En cualquier caso, cuando este tipo de material se activa debido a las circunstancias internas o a los acontecimientos de la realidad externa, puede terminar conducciendo al individuo a una singular psicopatología entre cuyos síntomas cabe destacar la violencia gratuita. Del mismo modo, ciertas circunstancias desconocidas hasta el momento parecen propiciar también la emergencia de elementos perinatales en un gran número de personas que pueden terminar abocando a una atmósfera de tensión, ansiedad y expectativa colectiva. Un líder como Hitler, por ejemplo, que parece hallarse sometido a una mayor influencia del dominio perinatal que otras personas de su mismo entorno cultural, parece tener el poder de manipular la conducta colectiva de toda una nación. La coincidencia entre ambos tipos de factores favorece la alienación de los sentimientos inaceptables e inconscientes (la «sombra», en la terminología junguiana) y su proyección sobre el exterior. De esta manera, el malestar colectivo se proyecta sobre el enemigo y la única solución posible parece ser la intervención militar.
El conflicto bélico nos brinda la oportunidad de abandonar las defensas psicológicas que mantienen bajo control a las peligrosas tendencias perinatales. En tales casos, el superyo freudiano, esa instancia psicológica que nos impulsa a mantener una conducta comedida y civilizada, se ve reemplazado por el «superyo bélico», una instancia que nos permite ser ensalzados por el mismo tipo de conducta que en tiempos de paz resultaría reprobable e incluso criminal: asesinato, destrucción indiscriminada y pillaje. Así pues, cuando estalla la guerra damos rienda suelta a nuestros impulsos destructivos y autodestructivos y ciertos elementos perinatales que aparecen en el proceso de exploración y transformación interna (MPB II y MPB III) se manifiestan ahora en una situación de la realidad externa, ya sea en el mismo campo de batalla o en las noticias de la televisión. Es por ello que las guerras y revoluciones reactivan poderosamente las matrices perinatales ligadas a situaciones sin salida, orgías sadomasoquistas, violencia sexual, conductas animales o demoníacas, el estallido de violentas energías y la conducta escatológica.
Pero la actualización de esos impulsos inconscientes individuales (conducta autodestructiva o conflicto interpersonal) o colectivos (guerras y revoluciones) fuera del marco terapéutico que tiene por objeto su integración en la conciencia, no propicia su transformación. De este modo, aun cuando la conducta agresiva pueda procurar el éxito en el campo de batalla, no puede satisfacer, sin embargo, el objetivo inconsciente de nuestra memoria natal, la verdadera fuerza directriz de este tipo de procesos. Ni la más espectacular de las victorias puede aportar al inconsciente la sensación interna de liberación emocional y de renacimiento espiritual que éste necesita. Es por ello que, tras la borrachera inicial del triunfo sobreviene la resaca de una amarga desilusión y, por lo general, no transcurre mucho tiempo antes de que emerja nuevamente de entre las ruinas una réplica exacta del sistema represivo anterior, puesto que las mismas fuerzas inconscientes siguen operando todavía en el inconsciente individual y colectivo. Si observamos cuidadosamente la historia veremos la repetición continua del mismo modelo al margen de que los acontecimientos implicados se ubiquen en el marco de la Revolución Francesa, la Revolución Soviética o la Segunda Guerra Mundial.
Cuando vivía en la Checoslovaquia marxista, llevé a cabo un trabajo experiencia) profundo a lo largo del cual acumulé mucho material sorprendente relativo a la dinámica psicológica del comunismo. Con inusitada frecuencia, cuando mis clientes se enfrentaban a energías y emociones perinatales solían aducir motivaciones ligadas a la ideología comunista. En aquella época se me hizo evidente que la emoción que los revolucionarios experimentan en contra de sus opresores se halla amplificada psicológicamente por su rebelión en contra de la prisión interna de su experiencia perinatal. Pero lo mismo podríamos decir de la situación inversa, es decir, que la necesidad de controlar y dominar a los demás no es sino un esfuerzo para superar el temor a ser desbordados por nuestro propio inconsciente. Así pues, la atracción fatal existente entre el dictador y el revolucionario parece ser una expresión exteriorizada de la violencia experimentada en el canal del nacimiento. Con ello no estamos diciendo, sin embargo, que no existan problemas políticos externos que demanden una solución inmediata sino tan sólo que la forma de percibir y representar estos conflictos está sometida al dictado de las matrices perinatales.
La visión comunista del mundo contiene ciertos elementos psicológicamente verdaderos que la tornan atractiva para un gran número de personas. Así pues, desde el punto de vista del proceso de muerte, renacimiento y transformación interna, la noción marxista fundamental de que el sufrimiento y la opresión sólo desaparecerán tras una dramática convulsión de proporciones revolucionarias parece perfectamente válida. Pero, en cambio, esta misma idea puede resultar peligrosamente errónea cuando se proyecta en el mundo externo como ideología política. La falacia fundamental de la ideología comunista radica en el hecho de que trata de convertir un modelo arquetípico de muerte y renacimiento espiritual en un programa ateo y antiespiritual.
Resulta interesante constatar que, si bien las revoluciones comunistas han tenido cierto éxito en su fase destructiva, la armonía y la fraternidad que prometían sus victorias no han llegado jamás. En lugar de ello, el nuevo orden ha fomentado regímenes caracterizados por la opresión, la crueldad y la in- justicia. Así pues, si lo que hemos dicho hasta el momento es correcto, no parece existir ninguna posibilidad de crear un mundo mejor mediante una mera intervención externa que no conlleve una profunda transformación de la conciencia humana.


Ecos y reflejos del infierno

La dinámica perinatal también puede ayudarnos a comprender otro tipo de fenómenos que, de otro modo, escapan a nuestro entendimiento, como los campos de concentración nazis, por ejemplo. El profesor holandés Bastians, de Leyden, que tiene mucha experiencia en el tratamiento del denominado síndrome del campo de concentración -un complejo de trastornos emocionales que aflora décadas después del momento de la excarcelación-, señalaba que, en última instancia, los campos de concentración son un producto de la mente humana. Pero para poder concebir, diseñar y construir una institución de estas características es necesario que exista un modelo inconsciente que lo justifique. En opinión de Bastians: «Antes de que el primer ser humano entrara en un campo de concentración había ya un campo de concentración en el interior del ser humano». 2 Ya hemos señalado anteriormente que en las personas que se adentran en los estratos perinatales de su psiquismo inconsciente aparece una imaginería propia de los campos de concentración nazis, estalinistas y similares. Un examen más detenido de las condiciones concretas de los campos de concentración nazis nos revela que constituyen una representación fidedigna de la atmósfera de pesadilla propia de las MPB II y III.
Las cercas de alambre de espino, las barreras de alto voltaje, las torres de vigilancia custodiadas con ametralladoras, los campos de minas y los perros adiestrados son elementos que contribuyen ciertamente a crear la imagen arquetípica e infernal de situación sin salida que caracteriza a la MPB II. La violencia, la bestialidad y el sadismo contribuyen a recrear esa atmósfera de locura y horror que resulta tan familiar a quienes reviven el proceso de su nacimiento. En los campos de concentración, el abuso sexual de mujeres y de hombres, la violación y las prácticas sádicas existían tanto a nivel individual como en las «casas de muñecas», es decir, en las instituciones que proporcionaban «entretenimiento» y desahogo a los más violentos impulsos perinatales inconscientes de los oficiales nazis.
Uno de los aspectos más inconcebibles de las prácticas habituales en los campos de concentración es la transgresión de las más elementales normas higiénicas y una tolerancia inaudita con lo escatológico. Esta despreocupación ante el peligro de epidemias contrasta considerablemente con el meticuloso sentido germano de la limpieza y es un claro indicador de la presencia de fuerzas irracionales inconscientes. Una de las bromas favoritas de los oficiales nazis consistía en tirar las escudillas de comida de los prisioneros a las letrinas y ordenarles que las recuperaran. Otras veces, llegaban incluso a arrojar a los prisioneros al foso de las letrinas, con lo cual muchos de ellos se ahogaron literalmente en sus propios excrementos.
La muerte por asfixia en las cámaras de gas y el fuego de los hornos crematorios contribuía a fomentar el clima de pesadilla infernal de los campos de exterminio. Todos estos temas, sin embargo, son frecuentes en quienes, en estados no ordinarios de conciencia, atraviesan experiencias internas vinculadas con la MPB III. El hacinamiento y el abuso también suelen reactivar los elementos perinatales del inconsciente de los reclusos y provocar motines o sublevaciones violentas que desembocan en este tipo de atrocidades.
Las raíces fundamentales de las grandes conmociones sociopolíticas parecen asentarse en el nivel transpersonal. En opinión de C.G. Jung, los arquetipos del inconsciente colectivo no sólo influyen sobre la conducta de los individuos sino que también gobiernan los grandes movimientos históricos. Desde este punto de vista, las naciones y los grupos culturales pueden actualizar colectivamente temas mitológicos. En la década anterior al estallido de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, Jung descubrió en los sueños de sus pacientes alemanes numerosos elementos procedentes del mito nórdico de «Ragnarok», el crepúsculo de los dioses. Este hecho le llevó a predecir que el nuevo arquetipo que estaba emergiendo en la mente colectiva de la nación alemana terminaría abocando a una gran catástrofe que, a la postre, resultaría autodestructiva para el pueblo germano. Existen muchos políticos que utilizan imágenes arquetipicas para tratar de alcanzar sus objetivos políticos. Hitler, por ejemplo, explotó los motivos mitológicos de la supremacía de la raza aria, del imperio milenario y los antiguos símbolos arios de la esvástica y el águila. El ayatollah Jomeini y Sadam Hussein también han exaltado la imaginación de sus seguidores islámicos incitando a lajiddain o guerra santa contra los infieles.
Aunque no resulte fácil establecer una verificación concluyente de estos dominios, lo cierto es que la comprensión de los niveles perinatales y transpersonales del psiquismo abre nuevas posibilidades para el estudio y la comprensión de la cultura y la historia de la humanidad. Es muy probable que las más fascinantes de estas comprensiones estén relacionadas con la actual crisis global, ya que todos nosotros tenemos el dudoso privilegio de vivir en una época en la que el drama humano está llegando a su culminación. La violencia, la codicia y la ambición que han modelado la historia de la humanidad a lo largo de los siglos ha alcanzado, en la actualidad, tales proporciones que no sólo pueden conducimos irremisiblemente a la completa aniquilación de la especie humana sino también al exterminio de cualquier forma de vida del planeta y, lo que es todavía peor, los esfuerzos diplomáticos, políticos, militares, económicos y ecológicos tendentes a corregir el curso actual de los acontecimientos no parece sino empeorar la situación.
Pero ¿acaso no es posible que nuestros esfuerzos por alcanzar la paz resulten vanos porque ninguno de ellos se dirige al núcleo mismo de la crisis planetaria, es decir, el psiquismo humano? Los recursos de que disponemos en la actualidad basta- rían para mejorar y garantizar la calidad de vida de todos los habitantes del planeta. Del mismo modo, no parece necesario que millones de personas mueran aquejadas de enfermedades para las que la medicina contemporánea dispone de remedios eficaces. La ciencia moderna sabe cómo desarrollar fuentes de energía limpia y renovable y prevenir el deterioro de nuestro entorno físico. En nuestro nivel actual de evolución, el principal obstáculo que debemos afrontar como especie se halla en nuestra misma conciencia. La conciencia del ser humano es la causa principal del absurdo derroche de los recursos naturales, la contaminación del agua, el aire y el suelo, el bochornoso despilfarro de miles de millones de dólares y la inconcebible cantidad de energía invertida en la locura de la carrera armamentística. Necesitamos, en suma, aprender todo lo que podamos sobre las dimensiones psicológicas y espirituales que determinan la difícil situación que estamos atravesando.
En el mundo moderno, hemos terminado exteriorizando muchos de los elementos característicos de la MPB III. Para lograr la transformación del individuo debemos afrontar e integrar todos estos temas. Hoy en día los noticiarios nocturnos nos presentan los mismos elementos que solemos encontrar en las visiones que aparecen en el proceso de muerte-y-renacimiento psicológico. El aumento de la criminalidad, el terrorismo, los disturbios raciales, las guerras y las revoluciones que salpican toda la superficie del planeta nos muestran claramente el estallido de enormes impulsos agresivos. En otro orden de cosas, la conducta sexual de los individuos adopta formas impensables hasta la fecha: libertad sexual de los adolescentes, promiscuidad, matrimonio abierto, liberación gay, salones sadomasoquistas, pornografía dura, juegos, películas, etcétera. Por otra parte, en el mundo moderno los elementos demoníacos están mostrándose también de manera cada vez más manifiesta, como lo corrobora el creciente interés que despiertan la brujería y los cultos satánicos, la gran popularidad de los libros y las películas de terror, los temas relacionados con el ocultismo y los crímenes satánicos, por ejemplo. Por último, la dimensión escatológica de este fenómeno se torna evidente en la creciente contaminación industrial, en la acumulación de vertidos contaminantes a escala planetaria y en el vertiginoso deterioro de las condiciones sanitarias de las grandes urbes.
Muchas de las personas con las que he trabajado han tenido comprensiones espontáneas muy interesantes sobre esta situación. En los últimos años, cientos de personas han expresado su convicción de que la humanidad se encuentra en una encrucijda que puede conducirnos a la aniquilación colectiva o propiciar un salto evolutivo de la conciencia de consecuencias imprevisibles. Pareciera, pues, como si toda la especie humana se hallara implicada en un proceso de muerte-y-renacimiento psicológico análogo al que tantas personas han experimentado individualmente en los estados no ordinarios de conciencia. Por consiguiente, si seguimos siendo meros juguetes de las tendencias destructivas que anidan en nuestro inconsciente más profundo, no cabe duda de que terminaremos destruyéndonos a nosotros mismos y a toda forma de vida sobre la superficie del planeta. Sin embargo, si logramos internalizar este proceso a escala suficiente podría desembocar en un progreso evolutivo que supusiera, con respecto a nuestra condición presente, una distancia tal como la que nos separa de los primates.
No es extraño, por más utópico que pueda parecer a simple vista, que ésta sea nuestra única alternativa posible. A lo largo de los años, he asistido a las transformaciones profundas que han tenido lugar en personas comprometidas seriamente con una búsqueda interna sistemática. Algunos de ellos eran meditadores que mantenían una práctica regular; otros, en cambio, habían sufrido episodios espontáneos de crisis psicoespirituales o habían participado en diversas formas de psicoterapia y autoconocimiento experiencial. En todos ellos disminuyó el grado de agresividad, se tornaban más pacíficos, se sentían más a gusto consigo mismo, eran más tolerantes con los demás y aumentó considerablemente su capacidad para gozar de la vida y, en particular, de los pequeños placeres cotidianos.
Una de las consecuencias más frecuentes de la transformación psicoespiritual que suele acompañar al trabajo sistemático con los estados no ordinarios de conciencia es la conciencia ecológica y el respeto profundo hacia toda forma de vida. Lo mismo ocurre con las crisis de emergencia espiritual de naturaleza mística que están basadas en la experiencia personal. En mi opinión, cualquier movimiento que fomente la toma de con- ciencia de nuestra mente inconsciente incrementará considerablemente nuestras posibilidades de supervivencia en el planeta. Espero que este libro contribuya a ello y sirva también de ayuda y guía para quienes siguen este camino o se hallen próximos a él.






NOTAS


Capítulo 1: Una apertura a nuevas dimensiones de la conciencia
1. David Bohm, Wholeness and the Implicate Order, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1980. [Hay traducción castellana con el título La totalidad y el orden implicado, publicado por Editorial Kairós, Barcelona, 1988.1
2. Rupert Sheldrake, A New Science of Life: The Hypothesis of Formative Creation, Los Ángeles, J.P. Tarcher, 1981. [Hay traducción castellana con el título Una nueva ciencia de la vida: La hipótesis de la causación formativa, Barcelona, Kairós, 1989.]

3. Michael Harner, The Way of the Shaman, Nueva York, Harper and Row, 1980. [Hay traducción castellana con el título El camino del chamán, publicado por Swan, Madrid, 1987.]
4. Stanislav Grof. El caso de Peter ha sido extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Penguin, 1975.

Capítulo 2: La totalidad y el universo amniótico: MPB I
1. Stanislav Grof. El caso de Ben ha sido extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Penguin, 1975.


Capítulo 3: La expulsión del paraíso: MPB II
1. Stanislav Grof. Caso extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Pen- guin, 1975.

Capítulo 4: La batalla entre la muerte y el renacimiento: MPB III
1. Stanislav Grof. Caso extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Penguin, 1975.

Capítulo 5: La experiencia de muerte-y-renacimiento: MPB IV
1. Stanislav Grof. Caso extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Pen-
guin, 1975.

Capítulo 6: Una visión global del paradigma transpersonal
1. C.G. Jung, Septem Sermones ad Murtuos, en S. Hoeller, The Gnostic Jung and the Seven Sermons to the Dead, Wheaton, Illinois, Theosophical Publishing House, 1982.
2. Abraham Maslow, Religions, Values and Peak Experiences, Cleveland, State University of Ohio, 1964.
3. William James, Varieties of Religious Experience, Nueva York, Collier, 1961. [Existe traducción catalana con el título
 
Les varietats de l' experiencia religiosa publicada por Edicions 62/Diputació de Barcelona, Barcelona, 1985.
 
4. C.G. Jung, Septetn Sermones ad Murtuos, en S. Hoeller, The Gnostic Jung and the Seven Sermons to the Dead, Wheaton, Illinois, Theosophical Publishing House, 1982.


Capítulo 7: Más allá de las fronteras del espacio
1. Eugene O'Neill, acto 4°, 153 de Long Day's Journey into Night, New Haven, Connecticut, Yale University Press, 1956.
2. Stanislav Grof. Caso de Jenna, extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Penguin, 1975.
3. Stanislav Grof. Caso no publicado.
4. Rusty Schweickart, "Space-Age and Planetary Awareness: A Personal
Experience", en Human Survival and Consciousness Evolution, editado por Stanislav Grof, Albany, State University of New York, 1988. 5. Stanislav Grof. Caso no publicado.
6. Stanislav Grof. Caso no publicado.
7. Stanislav Grof. Caso extraído de Adventure ofSelf-Discovery, Albany, State University of New York, 1988.
8. Stanislav Grof. Caso extraído de Adventure of Self-Discovery, Albany, State University of New York, 1988.
9. J. Lovelock, Gain: A New Look at Life on Earth, Nueva York, Oxford University Press, 1979. [Hay traducción castellana con el título Gaia, publicado por Integral, Barcelona, 1992.]

Capítulo 8: Más allá de las fronteras del tiempo
1. Stanislav Grof. Caso extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Pen- guin, 1975.
2. Stanislav Grof. Caso extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Penguin 1975
3. Stanislav Grof. El caso de Inga ha sido extraído de Adventure of Self-Discovery, Albany, State University of New York, 1988.
4. Stanislav Grof. El caso de Nadja ha sido extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Penguin, 1975. 

5. Stanislav Grof. El caso de Renata ha sido extraído de Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Penguin, 1975.
6. Stanislav Grof. Caso no publicado.
7. Stanislav Grof. Caso extraído
de Realms of the Human Uncons-
cious: Observations from LSD Research, Nueva York, Viking Pen-
guin, 1975.
8. Stanislav Grof. El caso de Jesse ha sido extraído de The Human Encounter with Death.

Capítulo 9: Más allá de la realidad compartida
1. Aldous Huxley, Heaven and Hell, Harmondsworth, Penguin Books, 1971. [Hay traducción castellana con el título Cielo e infierno, publicado por Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1973.1
2. Stanislav Grof. El caso de Richard ha sido extraído de Adventure of Self-Discovery, Albany, State University of New York, 1988.
3. Stanislav Grof. El caso de Eva Pahnke ha sido extraído de Adventure of Self-Discovery, Albany, State University of New York, 1988.
4. Stanislav Grof. Caso no publicado.
5. Christina Grof y Stanislav Grof, The Stormy Search for the Self, Los Ángeles, Jeremy P. Tarcher, 1990.
6. Christina Grof y Stanislav Grof, The Stormy Search for the Self, Los Ángeles, Jeremy P. Tarcher, 1990.
7. C. G. Jung, Memories, Dreams, Reflections, Nueva York, Pantheon,
1961. [Hay traducción castellana con el título Recuerdos, sueños y pensamientos, publicado por Seix Barral, Biblioteca Breve, 4 1 ed.,
Barcelona, 1986.]
8. Stanislav Grof. Caso no publicado.
9. Joseph Campbell, conferencia en el Esalen Institute, Big Sur, California, 1984.
10. Lao-tsu, Tao Te King, Nueva York, Vintage Books, 1972.
11. Stanislav Grof. Caso no publicado.
12. William Blake, Johannes Brahms y Giacomo Puccini, en Higher Creativity, W. Harman y H. Rheingold, Los Ángeles, Jeremy P. Tarcher, 1984, p. 46.

Capítulo 10: Las experiencias de naturaleza psicoide
1. C.G. Jung, "On the Nature of the Psyche", en The Structure and Dynamics of the Psyche, Obras Escogidas, vol. 8, Bollingen Series XX, Princenton, New Jersey, Princenton University Press, 1960.
2. Paul Kammerer, Das Gesetz der Serie, Stuttgart y Berlín, 1919.
3. Camille Flammarion, The Unknown, Londres y Nueva York, 1900. 
4. C.G. Jung, Synchronicity: An Acausal Connenting Principle, vol. 8, Bollingen Series XX, Princenton, New Jersey, Princenton Univ. Press, 1973. [Hay traducción castellana con el título Sincronici- dad, publicada por Sirio, Málaga, 1990.1
5. C.G. Jung, carta a Carl Seling, 25 de febrero de 1953, en Letters: Nineteen Fifty-One to Nineteen Sixty-One, vol. 2, Bollingen Series XCV, Princenton, New Jersey, Princenton University Press, 1973.
6. Hans Bender, Telepathie Hellsehen and Psychokinese, Freiburg im Breisgau, Alemania, Aururn Verlag, 1984.
7. Raymond E. Fowler, The Andreasson Affair, Englewood Cliffs, New Jersey, Prentice-Hall, 1979.
8. Elda Hartley, Sacred Trance in Bali and Java, película documental. 
9. Stankey Krippner, Human Posibilities, Garden City, Nueva York, Anchor Press, Doubleday, 1980.
10. Jules Eisenbud, The World of Ted Serios, Nueva York, William Morrow, 1967.

Capítulo 11: Nuevas perspectivas sobre la realidad y la naturaleza humana
1. Sam Keen, The Faces of the Enemy, N. York, Harper & Row, 1986. 2. A. Bastians, "Der Mann in Konzentrationslager and der Konzentrationslager im Mann", manuscrito mimeografiado.













LECTURAS RECOMENDADAS



Bache, C. Lifecycles: Reincarnation and the Web of Life, Nueva York, Paragon House, 1990.
Bateson, G. Mind and Nature: A Necessary Unity, Nueva York, E.P. Dutton, 1979.
Bateson, G. y Bateson, M.C. Angels Fear: Toward an Epistemology of the Sacred, Nueva York, Macmillan, 1987.
Bohm. D. Wholeness and the Implicate Order, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1980. [Existe traducción castellana con el título La totalidad y el orden implicado, publicada por Editorial Kairós, Bar- celona, 1988.]
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ÍNDICE
Agradecimientos 
Parte I: El desafío al universo newtoniano
1. Una apertura a nuevas dimensiones de la conciencia 
Parte II: Las matrices perinatales: Influencias
que configuran la conciencia humana desde la vida prenatal y el momento del nacimiento 

  1. La totalidad y el universo amniótico: MPB I 
  2. La expulsión del paraíso: MPB II 
  3. La batalla entre la muerte y el renacimiento:
    MPB III 
  4. La experiencia de muerte-y-renacimiento: MPB IV 
Parte III: El paradigma transpersonal 
6. Una visión global del paradigma transpersonal 
7. Más allá de las fronteras del espacio 
 8. Más allá de las fronteras del tiempo 
9. Más allá de la realidad compartida 
10. Las experiencias de naturaleza psicoide 

Parte IV: Hacia una nueva psicología del Ser 
11. Nuevas perspectivas sobre la realidad
y la naturaleza humana 
Notas 
 Lecturas recomendadas 




































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